Uno de los conceptos más complejos para la interpretación de la ética aristotélica es lo que Aristóteles llama “deliberar (τὸ βουλεύεσθαι)”, y su relación con lo que podríamos llamar la “acción moral”. En general, para Aristóteles la deliberación es el proceso psicológico que conduce a la decisión para llevar a cabo una acción determinada. Así, el punto final de una deliberación es una decisión, aunque hay varias advertencias que hace Aristóteles al respecto. Primero que todo, no todas las decisiones que lleven a acciones exitosas podrían llamarse decisiones moralmente correctas (EN 1142b18-28).1 La segunda advertencia es que no todas las decisiones llevan necesariamente a la acción, tal como sucede en particular con el incontinente, quien actúa en contra de sus propias decisiones (EN 1151a6-7). Dadas estas advertencias, surge el problema de determinar cuál es el marco normativo en el que es posible evaluar si una deliberación, y su consecuente decisión y acción fueron acertadas o no. Este problema se hace más patente por la insistencia de Aristóteles en que la deliberación se da en situaciones en las que las opciones sobre las cuáles decidir son indeterminadas e imprecisas (EN 1112b8-9; 1142b11).
Es claro que para Aristóteles la deliberación culmina en una decisión y en una consecuente acción, sin embargo, tal como acabamos de señalar, no solamente el éxito en la acción y la satisfacción del deseo que inició la deliberación es suficiente para valorar moralmente la deliberación y la decisión. Se requiere de elementos adicionales a la propia deliberación y la decisión para poderlas valorar moralmente. Pero ¿cómo establecer tales criterios en un campo como la ética, que es impreciso y que está lleno de incertidumbre, tal como afirma Aristóteles al inicio de la Ética Nicomaquea (EN I, 3)? ¿Ofrece Aristóteles un marco de valoración en el que esto siquiera sea posible? La respuesta que queremos defender es que sí, que, pese a la inexactitud propia de la ética, y a lo indeterminado que pueden ser el objeto de la deliberación, Aristóteles ofrece un marco normativo general para la valoración de la deliberación. Este marco tiene un doble aspecto: uno concreto, para las deliberaciones puntuales, pero que Aristóteles considera insuficiente por ser demasiado específico, aunque necesario para poder dar lugar al segundo aspecto, más amplio y más comprensivo, al cual Aristóteles denomina la “buena deliberación”. Es así como, a través de esta, Aristóteles plantea lo que podríamos llamar con pleno sentido un “marco normativo” para la evaluación de la deliberación; si bien este no va en contra de la inexactitud de la ética.
El recorrido que seguiremos será entonces hacer una primera presentación acerca de la deliberación en Aristóteles; examinaremos las diferencias entre aquello que es considerado como objeto de deliberación de lo que no lo es, tanto en Ética Nicomaquea como en la Ética Eudemia,2 para lo cual concluiremos que, dado que la deliberación es principalmente aquello de lo cual puede considerarse al ser humano como causa y principio de acción, a diferencia de otras posibles causas, es principalmente el mecanismo psicológico y sus efectos en el mundo lo que prima en el análisis de la deliberación.
De ahí pasaremos a mostrar cómo es posible distinguir la deliberación técnica de lo que consideraremos la “deliberación moral” en sentido propio. Esta distinción es importante porque diera la impresión de que, al utilizar la deliberación, Aristóteles estuviera extrapolando equivocadamente su explicación de la técnica a un ámbito moral, más aún cuando para Aristóteles la técnica y la prudencia son dos disposiciones intelectuales completamente distinguibles, o que la deliberación no fuera propia o característica de la acción moral. Esta es la impresión que queda luego de que Aristóteles hace su primera presentación de la deliberación tanto en la Ética Nicomaquea (EN III, 4) como en la Ética Eudemia (EE II, 10). Mostraremos entonces que la distinción entre ambos tipos de deliberación no se da solamente en el proceso psicológico que lleva a cabo el agente, sino en cómo son valoradas en función de los fines que se persiguen más allá de la deliberación y de la decisión tomada. Esto es debido a que ambos tipos de deliberación tienen modelos de evaluación considerablemente diferentes, aunque conectados principalmente con respecto al mecanismo psicológico que describe. Ahora bien, entre los efectos de dicha causa pueden distinguirse unos que son externos al agente, lo cual sucede con la deliberación técnica, en la cual se puede diferenciar al agente del producto. Pero también es posible que la acción solo repercuta en el agente mismo; en este caso se trata entonces de una deliberación moral -o, para precisarlo mejor, en el agente o en un grupo de personas o lugar en el mundo del cual el agente haga parte constitutiva. Así pues, la deliberación técnica es susceptible de presentar doble valoración: una en función de la intención del agente con respecto a la producción del artefacto, pero otra en función del uso del artefacto mismo, independiente de la intención del agente. Esto da lugar entonces a que, dada esta ambigüedad con respecto a la normatividad de la técnica, se tengan diferentes criterios de valoración en cada caso.
Sin embargo, con respecto a la deliberación moral la normatividad depende del agente mismo, por lo que intenciones y efectos en el mundo es preciso que coincidan, lo que hace que solo haya una posible valoración. De este modo, incluso las deliberaciones y las decisiones técnicas, aunque puedan ser valoradas desde el punto de vista de la técnica, también pueden ser valoradas moralmente, valoración que se realiza principalmente en función de los fines que alcanzan. Ahora bien, para determinar el marco general de valoración de la deliberación moral, Aristóteles presenta la “buena deliberación (εὐβουλία)”, la cual tiene la característica de ser la deliberación acerca de cómo alcanzar los fines sobre los que versa la prudencia. Pero esta “buena deliberación”, como mostraremos, no se trata tanto del proceso psicológico específico que se ponga en marcha para llevar a cabo una deliberación particular, o de un tipo específico de deliberación, sino que se trata más bien de una característica disposicional del sujeto para deliberar de cierta manera. En este sentido, la “buena deliberación” ya no es un proceso psicológico, sino más bien la valoración de una disposición a deliberar de cierta manera, a saber, de manera prudente. El prudente, por lo tanto, no es quien delibera todo el tiempo, sino quien tiene una actitud deliberativa ante la vida de manera tal que sus deliberaciones son con base en los factores adecuados, por el tiempo adecuado, y además para tomar las decisiones adecuadas. La buena deliberación se convierte así en una característica de un modo de vida más que en una actividad específica.
En conclusión, y como tesis central del presente escrito, mostraremos entonces que la “buena deliberación” es introducida como una especificación de lo que Aristóteles considera la “recta razón”. Y es introducida no como un criterio moral para la evaluación de las deliberaciones y de las decisiones -lo que conduciría a un nivel de exactitud no propio de la ética aristotélica-, sino como un “marco normativo general” que haga posible la evaluación de la deliberación. Es por esto por lo que se introduce la figura del prudente en este marco normativo, pues es a través de esta figura que es posible instanciar en casos particulares tal “marco normativo” que, por la propia naturaleza de la ética es inexacto. Así, el marco normativo que establece Aristóteles incluye tanto los elementos cognitivos propios del proceso deliberativo, pero también introduce los elementos motivacionales que impulsan la acción, los cuales están regidos principalmente por las virtudes de carácter, y los que hacen posible evaluar la deliberación no en tanto un proceso psicológico particular, sino en tanto una disposición para actuar de cierta manera en un contexto y en una comunidad específica. Por lo tanto, al introducir la figura del prudente y las virtudes de carácter, el marco normativo se extiende también a todos los sujetos en los que recae la acción que es producto de la deliberación, pues el prudente no solamente busca y evalúa lo que es bueno para él sino para toda su comunidad. En este sentido, el marco normativo que se puede establecer para la buena deliberación no es solamente un marco psicológico-moral, sino que necesariamente está vinculado con una normatividad mucho más general, podríamos llamar de carácter comunitario y político, pues la valoración solamente se puede llevar a cabo teniendo en cuenta los efectos, no solo sobre el sujeto que realiza la acción, sino también sobre la “polis” del cual el sujeto hace parte.
1. Una primera aproximación a la deliberación
La deliberación es presentada brevemente en EE II, 10, en donde Aristóteles afirma lo siguiente:
De las cosas que es posible tanto que sean como que no, hay unas que son de tal clase que es admisible deliberar sobre ellas; pero con respecto a las otras no es admisible. En efecto, respecto de las cosas que pueden ser o no ser, pero su generación no depende de nosotros -sino que unas se generan por naturaleza y otras por otras causas- nadie intentaría deliberar excepto que sea ignorante. Pero de las cosas que es posible no solamente que sean o no, sino que además los hombres pueden deliberar sobre ellas, son las que depende de nosotros hacer o no hacer (EE, 1226a21-28).3
En este pasaje queda explícito qué es lo que puede ser objeto de deliberación: lo que “depende de nosotros (ἐφ’ ἡμῖν)”. La deliberación es entonces una actividad que tiene como fin llevar a cabo una acción; pero solamente quien puede llevar a cabo la acción es quien delibera; así, el hecho de que sea posible llevar a cabo la acción -pero no la acción misma- es lo que determina si es posible realizar la respectiva deliberación. Vale la pena aclarar que no hay una completa correlación entre acción y deliberación, por lo que Aristóteles es enfático en señalar que hay casos en los que la realización de la acción no es suficiente para inferir que hubo una deliberación previa.4
En el pasaje paralelo de la Ética Nicomaquea (1112a21-30) Aristóteles presenta con más detalle la clasificación de aquello sobre lo cual no hay deliberación: (1) las cosas eternas -como las matemáticas-; (2) las cosas que cambian pero suceden siempre de la misma manera -como el movimiento de los astros-; (3) cosas que suceden a veces de una manera, a veces de otra -como las lluvias-; (4) lo que se da por suerte -como encontrar accidentalmente un tesoro. Aristóteles concluye que
Deliberamos sobre lo que depende de nosotros, i.e.,5 lo realizable, pues esto es lo restante. En efecto, las causas parecen ser la naturaleza, la necesidad y la suerte, pero además el intelecto y todo lo que se realiza a través del ser humano. Entre los seres humanos, cada uno delibera con respecto a lo que se puede realizar a través de sí mismo (EN, 1112a30-34).6
Aristóteles presenta aquí una clasificación general de tipos de “causas (αἰτίαι)”:7 sobre el primer tipo no se puede deliberar, o no vale la pena, pues una posible “deliberación” sobre tales temas será vana, dado que no puede desembocar en acción; a lo sumo, podría considerarse como una “indagación (ζήτησις)” (cfr. EN, 1112b20-24). El segundo tipo de causa sí está relacionado con la deliberación: “el intelecto, y todo lo que se realiza a través del ser humano (νοῦς καὶ πᾶν τὸ δι’ ἀνθρώπου)”.8 Hay que considerar que en esta conjunción es necesario que se cumplan ambas condiciones: (1) que la actividad se dé “a través del ser humano”, pero a su vez (2) que se origine en el intelecto. Si falla la primera, la actividad no es realizada por el hombre -tal vez por la naturaleza, o por alguna otra causa-; si falla la segunda, la actividad ni siquiera se puede considerar voluntaria -habría que considerarla, más bien, “forzosa (βίαια)” (cfr. EN 1110a1-3). La deliberación, entonces, se da a causa del intelecto; es el intelecto el origen de la acción. Esta afirmación sobre la relación entre intelecto y deliberación anticipa la explicación que da Aristóteles en EN VI - EE V 1-2. Aquí parece utilizarse el intelecto en un sentido más amplio para poder dar cuenta también de las acciones que podríamos llamar moralmente incorrectas; como afirma en De Anima, “en caso de que uno pudiera llamar a la imaginación un tipo de intelección; en efecto, muchos siguen su imaginación en contra de su conocimiento, así como en los demás animales no hay intelección ni razonamiento sino solamente imaginación” (DA 433a9-12).9
2. Los fines de la deliberación
Es preciso aclarar aquí el hecho de que para Aristóteles no se delibera sobre los fines sino sobre lo que conduce al fin -afirmación que aparece en EN III, 3 y en EE II, 9-10-:
No deliberamos sobre los fines sino sobre lo que conduce a los fines. En efecto, el médico no delibera si ha de curar, ni el orador si ha de persuadir, ni el político si ha de hacer buenas leyes, ni tampoco los demás en las demás -deliberaciones-, sino que sentado el fin se investiga cómo y a través de qué cosas se alcanzará (EN, 1112b12-16).10
De acuerdo con este pasaje, lo que es objeto de deliberación es “lo que conduce al fin (ὁ πρὸς τὰ τέλη)”, no el fin mismo; el fin está “fijado previamente (θέμενοι)” y el proceso deliberativo da por presupuesto el fin, que es aquello que se pretende alcanzar por medio de la deliberación; el proceso mental de la deliberación se convierte entonces en encontrar un camino hacia el fin. Pero el fin mismo se da por sentado, como si fuera un punto de partida, un “principio (ἀρχή)”. De esta manera es presentado este punto en el pasaje paralelo de la EE:
El deliberador siempre delibera con vistas a algo determinado, y al deliberar siempre tiene un objetivo con respecto al cual examina lo que es provechoso; pero nadie delibera sobre el fin, sino que este es principio e hipótesis, como las hipótesis en los conocimientos científicos teoréticos (de estos hemos hablado brevemente en el inicio,11 y con más detalle en los Analíticos). La búsqueda es para todos sobre lo que conduce hacia el fin, tanto en la técnica como fuera de ella, e.g., se delibera si hay que ir a la guerra o si no. Pero antes [de la deliberación] estará el “para qué”; i.e., aquello con vistas a lo cual [se realiza] e.g., la riqueza, el placer o algún otro de este tipo que resulte ser aquello con vistas a lo cual [se actúa]. En efecto, quien delibera, si ha examinado a partir del fin, lo hace con respecto a aquello que tiende a este [el fin], como encaminándose hacia este, o haciéndose capaz de [dirigirse] hacia el fin (EE, 1227a6-18).12
Una vez sentado el fin, se busca la manera de alcanzarlo; pero con respecto al fin mismo no hay posible deliberación. El “fin (τέλος)” es el principio mismo de la deliberación en tanto que -de manera análoga a como sucede con los principios de la ciencia- se tiene que dar por sentado; en la ciencia, para que haya demostración, y en la deliberación para que haya decisión. Al igual que en otros procesos naturales, en la acción moral -en sentido estricto, i.e., como resultado de un proceso deliberativo y su consecuente decisión- coinciden la causa eficiente, la formal y la final (Ph., 198a23-26). En este caso, que el hombre sea “causa eficiente” es condición necesaria para poder considerar la acción como algo que “depende de nosotros (ἐφ’ ἡμῖν)”. La causa final, -el “fin (τἐλος)” o “aquello para lo cual [se actúa] (οὗ ἕνεκα)”- es aquello que sequiere alcanzar con la deliberación; por esto, afirma Aristóteles,
Ya que el objeto de la decisión es algo deliberable, deseable y que depende de nosotros, también la decisión será un deseo deliberado de lo que depende de nosotros, pues cuando decidimos después de deliberar deseamos de acuerdo con la deliberación (EN, 1113a9-12).13
Así, el fin mismo no es susceptible de ser decidido; es el deseo inicial;14 lo que se decide es aquello que “conduce (ἄγει)” al fin, i.e., que conduce a la satisfacción del deseo inicial.15 Los ejemplos ofrecidos por Aristóteles permiten aclarar mejor este punto: el médico tiene como fin curar; el médico no delibera si debe o no curar, sino que delibera acerca de cómo curar -si utilizar x o y medicamento o tratamiento. Su “fin” está establecido en tanto médico, y su deseo es curar, pero su deliberación tiene que ver con cómo curar -cómo satisfacer el deseo de curar. Es posible que el médico haya tomado la decisión de serlo en algún momento de su vida. Una vez decide ser médico ya no tiene que deliberar sobre si ser médico o no, sino sobre si curar con esto o con aquello. El ejemplo de la guerra, presentado de manera elíptica en este pasaje, apunta a algo similar: ir a la guerra se escoge solamente con miras a un fin: alcanzar la paz (cfr. EN, 1177b5, Pol., 1334a11-16); la guerra no se escoge por sí misma, sino en la medida en la que a través de esta se puede obtener la paz.
En la teoría aristotélica de la deliberación puede haber, así, una cadena de deliberaciones organizada de manera jerárquica, lo que da lugar a lo que podríamos denominar “deliberaciones intermedias” -como ser o no ser médico, orador o político, en los ejemplos del texto aristotélico. Una vez estas deliberaciones son realizadas, y son tomadas estas decisiones más generales, se procede a deliberar sobre asuntos más puntuales, de manera que las decisiones anteriores se convierten en fines a alcanzar. Así, acciones como curar -curar una enfermedad concreta aquí y ahora- es lo que hace el médico; curar es “ser médico en acción”. El médico no se detiene a deliberar si debe curar o no, sino si debe aplicar x o y medicamento para alcanzar el fin de su acción puntual en tanto médico: curar. Pero antes pudo haber tomado la decisión de ser médico o ser algo distinto -como artesano, político, militar, etc. 16
Valga la pena aclarar también que el fin del proceso deliberativo es lo que determina si la acción se llevó a cabo de manera satisfactoria o no; así, si se alcanza el fin, se considera que la acción fue exitosa, y es el hecho de alcanzar o no el fin lo que permite “valorar” la acción y la deliberación previa. Cada deliberación está determinada por un objetivo plenamente determinado, i.e., el fin; si dicho objetivo no está determinado, es imposible llevar a cabo valoración de la acción. Este papel del fin como “norma” es fundamental para examinar el carácter moral de la deliberación. Sin embargo, como señalamos unos párrafos antes, tanto en EN III, 1-5 como en EE II, 9-11 Aristóteles presenta una versión muy general de la deliberación que no examina con detalle la normatividad de la deliberación; solamente sus cuestiones generales, su papel en la intencionalidad de las acciones y su contribución a las virtudes de carácter.
3. Deliberación técnica y deliberación moral
Aclaremos mejor, con base en esta estructura jerárquica, la relación entre medios y fines en la deliberación17. Esta estructura jerárquica y la distinción entre tipos de fines será clave para distinguir a la deliberación moral de la deliberación técnica. En primer lugar, es preciso anticipar que la relación medios-fines aplica solamente a dos disposiciones intelectuales -técnica y prudencia- y es distinta en cada una de estas.18 En la técnica la relación medios-fines es lo que podríamos llamar “instrumental”, debido a que es posible distinguir ontológicamente la actividad realizada y el fin alcanzado. El zapatero que realiza su actividad artesanal -y toda la técnica y los procedimientos que utilice en su actividad- es distinto del producto alcanzado, i.e., el zapato; así, el fin es externo e independiente al medio, por lo que su valoración puede ser, así mismo, externa e independiente. Esto permite que en la técnica sea posible errar voluntariamente, pues las normas de creación de un objeto no necesariamente son determinadas por las normas de uso del mismo. Así, un artefacto que en un caso determinado sea considerado “defectuoso” puede ser considerado perfectamente útil en un contexto distinto o para un uso distinto. De esta manera, en la técnica tenemos dos normatividades distintas: una es la “normatividad de la producción”, que responde más bien a cuestiones técnicas relacionadas bien con el diseño o la ingeniería del artefacto; pero también tendríamos la “normatividad del uso”, según la cual se valora el objeto dependiendo de qué tan bien o mal cumpla una función. Así, la valoración de la deliberación técnica no es exclusivamente moral, o no depende exclusivamente del agente. El técnico solamente delibera sobre la manera de construir el artefacto,19 pero solamente el usuario del artefacto es quien evalúa qué tan funcional es.
En el caso de las “deliberaciones no técnicas” -tal vez podemos llamarlas, más bien, “deliberaciones morales”, en tanto que a todas ellas solamente les cabe valoración moral- la situación es distinta: no es posible hacer una distinción ontológica entre la actividad realizada y el fin alcanzado. No es posible, e.g., distinguir la actividad de “caminar” del fin “haber caminado”, cuando se hace -por mor del ejemplo- por tener un estado físico saludable. En este caso, solo es posible distinguir conceptualmente la actividad del fin, y es posible “describir” la acción realizada ya sea como la actividad -o como el medio- de manera distinta a como se describe como fin alcanzado.20 Así, llevar a cabo una actividad y alcanzar el fin que se propone la actividad se pueden evaluar desde una misma normatividad y no, como sucede en el caso de la técnica, con dos normatividades distintas. De nuevo, el hecho de que en la técnica haya una doble normatividad es lo que hace que en la técnica haya lugar para la suerte (EN 1040a17-19); pero en las deliberaciones no técnicas -tal vez haya que decir, deliberaciones moralmente valorables- solamente habría, según Aristóteles, una única normatividad, por lo que no habría lugar para la suerte.
Cabe aclarar que distinguir entre una “deliberación técnica” y una “no técnica” -o “moral”- no se debe precisamente a que en determinadas situaciones se deba recurrir a un tipo de deliberación y en otras al otro tipo. Siempre hay casos borrosos, como el caso de las acciones “mixtas” a las que se refiere Aristóteles en EN III, 1, en particular el ejemplo del navegante que bota la carga en una tormenta; si bien su acción parece forzada, él escoge llevar a cabo esta acción (EN, 1110b1-7) -se podría decir, incluso, que delibera para realizar esta acción. La navegación es una técnica, pero ¿fue su deliberación puramente técnica o fue, más bien, “no técnica”? Si hubiera decidido no botar la carga, y hubiera hecho que se hundiera el bote junto con toda su tripulación, dicha decisión no se hubiera valorado como una mera maniobra incorrecta en la navegación, sino que hubiera tenido consecuencias “inmorales”: su acción se habría condenado como “codiciosa”, y posiblemente se le hubiera enjuiciado por la muerte de la tripulación. Así las cosas, si bien es posible distinguir la deliberación “técnica” de la “no-técnica”, al estar subordinada toda la técnica y todas las actividades productivas a disposiciones más directivas -como la política, y por lo tanto la prudencia-, toda deliberación técnica se realiza en función de una disposición no técnica, y por lo tanto, el fin de la deliberación técnica no es la técnica misma, sino más bien la prudencia y la política, la cual es arquitectónica y comprende el fin de todas las demás actividades (EN, 1094a27-bb7). Las deliberaciones morales cumplen por lo tanto un papel de mucho mayor alcance que el de las deliberaciones puramente técnicas.
Este papel normativo está asociado con lo que podemos llamar la estructura jerárquica de las deliberaciones. Cada deliberación es realizada con un fin determinado; pero dicho fin puede ser considerado a su vez el “medio” de un fin superior. Esta estructura jerárquica viene siendo planteada por Aristóteles desde el inicio de cada una de las éticas, sobre todo desde EN I, 1, y posteriormente hace repetidas alusiones a esta estructura jerárquica -principalmente en el libro I. Sin embargo, esta estructura jerárquica se encuentra atada principalmente al papel moral de la deliberación; más exactamente, a la deliberación del prudente. Pasaremos ahora a mirar cuál es, con más detalle, la deliberación que lleva a cabo el prudente, la cual es la “buena deliberación”; primero, para diferenciarla de las demás deliberaciones técnicas, y segundo, para distinguirla tanto de las deliberaciones morales intermedias, así como de otras deliberaciones “moralmente defectuosas”, como la del vicioso o el incontinente. Dada la estructura jerárquica de la deliberación, el prudente no solamente tendrá la capacidad para tomar estas decisiones de carácter superior en la jerarquía, sino que además tendrá que tomar las decisiones “vitales”, no solamente para él, sino para toda su comunidad. Veremos ahora en qué consisten estas decisiones vitales que el prudente debe tomar, que son las que conducen al prudente y a toda su comunidad hacia la felicidad.
4. Qué no es la “buena deliberación”
La deliberación del prudente, también llamada “buena deliberación (εὐβουλία)” es estudiada por Aristóteles en EN VI-EE V, 9. Allí descarta que la buena deliberación sea conocimiento científico (ἐπιστήμη), puesto que “no investigamos lo que ya sabemos (οὐ γὰρ ζητοῦσιπερὶ ὧνἴσασιν)” (1142a34-b1). Si la buena deliberación fuera conocimiento científico, ya se sabría previamente, pero “deliberar es una manera de indagar (τὸ γὰρ βουλεύεσθαι ζητεῖν τι ἐστίν)” (1142a31-32). Así, de acuerdo con Aristóteles, si la deliberación fuera conocimiento científico no habría necesidad de indagar, puesto que ya se sabría qué se tendría que hacer.21
La buena deliberación tampoco es “buen tino (εὐστοχία)”,22 puesto que “el buen tino se da sin razonar y rápidamente, mientras que deliberar toma tiempo, y se dice que hay que realizar rápidamente lo que se ha deliberado, pero hay que deliberar despacio” (1142b2-5).23 Aristóteles aquí se distancia de la analogía del arquero utilizada al inicio del libro común EN VI-EE V. Si bien la analogía del arquero sirve para presentar algunas características del virtuoso y de las virtudes intelectuales -como el “cálculo” que requiere acertar en la acción-, aquí Aristóteles reevalúa esa idea y muestra una limitación importante de la analogía, puesto que el prudente al deliberar actúa de manera mucho más sopesada y menos espontánea que el arquero experto cuyo entrenamiento le permite actuar de manera casi mecánica. A diferencia del que actúa por buen tino, el buen deliberador tiene claras las razones de su acción en el momento mismo de su acción; quien actúa con base en su buen tino actúa espontáneamente, lo que no da lugar a considerar las razones de su acción.
Aristóteles distingue también la buena deliberación de la opinión (δόξα). Las razones para esta distinción, y para rechazar que la buena deliberación sea opinión son un poco más complejas que las anteriormente expuestas; si bien están relacionadas con lo expuesto sobre el conocimiento científico. En primer lugar, afirma Aristóteles lo siguiente:
Ya que quien delibera mal yerra, y quien delibera correctamente acierta, es evidente que la buena deliberación es un tipo de rectitud, pero ni el conocimiento científico ni la opinión son [tal rectitud]; en efecto, no hay rectitud del conocimiento científico -pues no hay yerro [de este]-, y la rectitud de la opinión es la verdad (1142b7-11).24
El argumento es bastante elíptico, y hay que suponer varios elementos. En primer lugar, con respecto al conocimiento científico (ἐπιστήμη) no hay posibilidad de acertar o errar, pues este versa sobre lo necesario (1139b22-25), y en tanto necesario no cabe el error -i.e., no es posible el “conocimiento científico” errado-, mientras que sí hay deliberaciones erradas. Solo es posible aplicar las valoraciones “acertado” y “errado” cuando es posible que se den ambas -como en la deliberación-; pero dado que en el conocimiento científico solamente se puede dar una de estas -el acierto-, no es posible realizar esta valoración. La opinión parece un mejor candidato, principalmente porque es posible valorarla como “acertada” o como “errada”. A esto hay que añadir el hecho de que la deliberación pertenece a la “capacidad calculativa (λογιστικόν)” del alma, que es la misma “capacidad deliberativa” (1139a6-15), pues, “tanto la opinión como la prudencia pertenecen a lo que puede ser de otra manera (ἥ τε γὰρ δόξα περὶ τὸ ἐνδεχόμενον ἄλλως ἔχειν καὶ ἡ φρόνησις)” (1140b27-28), por lo que tendríamos una similaridad importante entre la opinión y la deliberación: pertenecen a lo que puede ser de otra manera.
No obstante, en seguida Aristóteles muestra que es distinto el acierto y el error en la opinión y en la deliberación: “De igual manera [que con el conocimiento científico], todo aquello de lo que hay opinión es ya determinado (ἅμα δὲ καὶ ὥρισται ἤδη πᾶν οὗ δόξα ἐστίν)” (1142b11-12). Esto implica que algo que diferencia la opinión de la deliberación es que lo que es objeto de la primera es determinado, mientras que el de la segunda es indeterminado. Aclaremos un poco mejor en qué sentido dice Aristóteles que el objeto de la opinión es determinado, para poder comprender la indeterminación de la deliberación:
La buena deliberación no se da sin razón [razonamiento]. Queda que sea un tipo de pensamiento; en efecto, este no es todavía [una afirmación], pues la opinión no es una investigación, sino ya una afirmación, y quien delibera, ya sea bien o mal, investiga y razona [calcula] (1142b12-15).25
Decir que es determinado aquello de lo que hay opinión es decir que aquello de lo que “habla” la opinión -i.e., aquello a lo que se “refiere”- es determinado, por lo que es posible asignar valores de verdad a cualquier opinión. Así presenta Aristóteles su definición de opinión: “La opinión es con respecto a lo verdadero y a lo falso, pero que es contingente y es posible que sea de otra manera; i.e., [la opinión] es la admisión de la proposición inmediata y no necesaria” (APo., 89a2-4).26 Toda opinión es susceptible de ser valorada como verdadera o como falsa, aunque sea admitida por quien la cree como verdadera; si bien, quien la cree considera que no es necesaria y que es posible que sea de otra manera i.e., que la opinión sea falsa.27 Pero la deliberación no puede ser “determinada” de esta manera -a saber, como “verdadera” o como “falsa”. El acierto o el error en la deliberación son de un orden distinto, principalmente porque una deliberación no es una “proposición”. Desde el punto de vista psicológico, para quien opina su opinión es “verdadera” -aun cuando no lo sea, e incluso si considera que aquello sobre lo que versa su opinión es contingente y esta puede cambiar después-, y en esta medida la opinión es “determinada”.
En una deliberación se pretende alcanzar el fin, en tanto que este es lo que debe ser descubierto. Sin embargo, hay dos maneras de caracterizar el fin en la deliberación: una primera, en la cual el “fin proyectado” es el elemento motivacional de la deliberación -como en el ejemplo de Aristóteles: querer ir hacia alguna parte. En este sentido es que señala Aristóteles que no es sobre el fin que se delibera (EN, 1112b11-12; 33-34, EE, 1226b10-11). No obstante, se habla de fin en un segundo sentido, aquel al cual conduce la deliberación y que se logra por medio de la decisión; es decir, como “fin alcanzado” y no como “fin proyectado”.28 Así, toda evaluación del proceso deliberativo y de la subsecuente decisión se realiza en términos de adecuación del “fin alcanzado” con respecto al “fin proyectado”. Si ambos fines coinciden, se podría afirmar que la deliberación -y la consecuente decisión y acción realizada- fue exitosa, y, por lo tanto, acertada. Pero si no coinciden, la acción se considera como fallida, justamente porque no alcanzó el fin propuesto o proyectado. De este modo, toda deliberación requiere tener claro desde el comienzo el fin al cual apunta o se dirige, para así poder evaluar la deliberación. Sin este “fin proyectado” la evaluación es imposible, pues no hay elemento alguno contra el cual contrastar para determinar su adecuación o inadecuación con respecto al fin alcanzado.29
5. La indeterminabilidad de la deliberación
Sin embargo, el hecho de que la deliberación sea indeterminada hace suponer un elemento adicional: el número de opciones posible en una deliberación es, igualmente, indeterminado. Expliquemos esto con un breve ejemplo: Un sujeto S tiene sed -i.e., tiene un deseo- y está en una tienda. Frente a S hay varias opciones para satisfacer su sed: agua, gaseosas de distintas marcas, té frio, jugos de frutas, cerveza, etc. Casi todos ellos podrían cumplir con el fin de calmar la sed, por lo que S delibera con respecto a qué quisiera tomar. S tendría que contemplar todas las posibilidades que tiene para calmar su sed antes de tomar una decisión, lo que haría su proceso de deliberación más completo.
No obstante, hay dos problemas que este análisis presenta y que es preciso examinarlos para poder dar cuenta de la indeterminabilidad de la deliberación. En primer lugar, se encuentra el problema epistemológico con respecto a si S cuenta con toda la información relevante para tomar la mejor decisión; es posible que no haya visto la bebida hidratante que se encuentra en la parte alta del mostrador, o que no haya visto el agua con gas que el tendero acaba de comprar y que se encuentra en el suelo aún empacada. El problema es entonces ¿cómo está seguro S que cuenta con toda la información necesaria para tomar la mejor decisión posible? Es posible que, debido a no contemplar todas las posibilidades, S termine tomando una mala decisión, o al menos no la mejor decisión que hubiera querido tomar.
El segundo problema sería más de tipo pragmático: ¿hace falta tener en cuenta toda la información posible para tomar la mejor decisión? ¿No puede ser suficiente con contemplar los dos o tres casos más relevantes? En nuestro ejemplo, si S no puede tomar bebidas alcohólicas descartará de entrada la cerveza y cualquier otra bebida de este tipo; si es diabético descartará las bebidas azucaradas, y así sus opciones se verán reducidas. O simplemente tiene sed, quiere una bebida fría pero sus dos bebidas favoritas son el agua y el té helado. En este caso ve ambas y omite todas las demás, pero finalmente se decide por el té helado. ¿Puede ser considerada una “mala decisión” por el hecho de haber omitido información que podría ser relevante? Tal vez este requisito de considerar toda la información posible para tomar una decisión resulte exagerado e innecesario.
Estos dos problemas son importantes para mostrar qué tipo de teoría de deliberación, y, sobre todo, qué tipo de teoría de la decisión racional es la que sostiene Aristóteles.30 Volvamos al ejemplo: el sujeto S tiene que decidir entre distintas opciones para satisfacer su sed y se encuentra en una tienda. Las opciones son a, b, c, d, e, f, g, h. Una teoría utilitarista de la decisión racional supondría que hay una opción -supongamos, a- que sería la mejor opción -la que maximice el bienestar de S. Sin embargo, la primera de las críticas que señalamos unas líneas más arriba muestra que es posible que haya una opción i que desconozca S, y que es posible que sea una mejor opción que a. Dado que S no sabe de la existencia de i, y dado que es posible que i sea una mejor opción que a, S no sabe -no tiene certeza- de que está tomando la mejor opción posible. Si S escoge a ¿habría tomado una buena decisión? ¿Cómo valorar esta decisión, si como acertada o como errada? La respuesta a estas preguntas tiene que pasar, en primer lugar, por rechazar una imagen “cientificista” de la deliberación, según la cual hay una manera de “calcular” -con precisión científica- la decisión correcta que se debe tomar en una deliberación. Este “cálculo” supondría sopesar cada una de las opciones a, b, c, d, e, f, g, h, asignando a cada una de ellas una valoración cuantitativa, de manera que la mayor de todas -a- sea la opción acertada. Pero esta imagen “cientificista” desdibuja por completo la ética aristotélica, en particular en su carácter inexacto y en su vaguedad, tal como lo expresa el mismo Aristóteles al inicio de la Ética Nicomaquea:
Expondremos adecuadamente si aclaramos tanto como corresponde a la materia, pues no tenemos que buscar la misma precisión en todos los discursos -así como no <lo hacemos> en los trabajos manuales […]. Por lo tanto, al hablar acerca de este tipo de cosas y de lo que proviene de ellas, es suficiente que expongamos la verdad de manera burda y esquemática, y al hablar sobre lo que sucede la mayor parte de las veces, también se concluye a partir de esto [lo que sucede la mayor parte de las veces] de manera semejante. De este mismo modo se ha de admitir cada cosa que digamos; en efecto, es propio de una persona bien educada buscar en estas cosas la exactitud que corresponde con cada clase [de investigación] de acuerdo con la [exactitud] que la naturaleza de cada asunto admite. Pues evidentemente es lo mismo pedir argumentos persuasivos a un matemático que exigir demostraciones a un retórico (EN, 1094b11-14, 19-27).31
Estas apreciaciones que hace Aristóteles al inicio de la Ética Nicomaquea valen también en lo que respecta a la deliberación y la decisión: no es necesaria la precisión matemática para poder elegir la opción correcta. De hecho, hablar de la “opción correcta” se desdibuja por completo la posición de Aristóteles con respecto a la imprecisión de la ética. Que la ética sea imprecisa se debe, en buena medida, a que tal cosa como la “opción acertada” no se puede determinar con toda certeza en un caso particular. En esto consiste la “indeterminación” de la deliberación: las opciones mismas, que se tienen en cuenta en el momento de hacer la deliberación, son indeterminadas; pero aun cuando las opciones sean indeterminadas, se puede tomar una “buena decisión”, porque no es necesario que haya una única buena decisión. Las mejores posibilidades pueden ser varias -las opciones a y b pueden ser igual de aceptables, convenientes, deseables- pero ¿escoger a en lugar de b hace que necesariamente b sea de menor valor? No parece ser necesario, pues hay casos en los que es indiferente si escoger a o b, siempre y cuando a través de ambos se alcance el fin propuesto desde el comienzo de la deliberación, o incluso hay casos en los que es indistinguible para el mismo agente saber si su elección fue a o b. En el ejemplo que hemos dado antes es claro distinguir entre a o b, pero supongamos ahora este otro ejemplo. Una persona (S) ha pedido para tomar una taza de café; no está acostumbrado a tomar café sin endulzar, pero su médico le ha recomendado reducir considerablemente la cantidad de azúcar que consume. La persona decide, entonces, tomar la taza de café solamente con media cucharadita de azúcar. Supongamos, por mor del ejemplo, que una cucharadita tiene 200 granos de azúcar, por lo que la media cucharadita que S ha decidido tomar tendría aproximadamente 100 granos. ¿Hará alguna diferencia significativa para S escoger entre a (100 granos) o entre b (101 granos)? En un caso como este, la diferencia parece completamente irrelevante, e incluso se vuelve indistinguible para S saber si ha escogido a o b.
Este ejemplo nos puede servir para ilustrar mejor los dos problemas que señalamos unas líneas más arriba. El primero tendría que ver con si S sabe todas las opciones que podría tomar -en este caso las 200 opciones que tendría si la adición de cada grano de azúcar fuera una opción distinta. Para que S supiera efectivamente todas las opciones que tiene, tendría que contar los granos de azúcar. El segundo problema señala que, en términos prácticos, no es necesario -y en algunos casos inviable-, para tomar una buena decisión, tener en cuenta todas las posibilidades.
En el ejemplo del azúcar en la taza de café, aunque las opciones sean muchas, las podemos enumerar; pero incluso podríamos tener casos en los que las opciones mismas ni siquiera sean enumerables. Por ejemplo, un corredor de Fórmula 1 en una carrera tiene que escoger la ruta adecuada -la línea de carrera adecuada. Un circuito promedio tiene entre 8 y 12 mts de ancho mientras que el automóvil utilizado mide alrededor de 2,5 mts de ancho. ¿Cuántas posibles líneas de carrera habría en un circuito normal? Tal vez haya dos o tres que sean las más adecuadas, o las que la mayoría de pilotos utilizan, pero no por ello solamente hay dos o tres. De hecho, sería muy difícil de precisar efectivamente cuántas líneas de carrera hay. ¿Cómo estableceríamos la diferencia entre dos distintas líneas de carrera? ¿Por unos metros más hacia un lado? ¿O por unos centímetros? El ancho de una pista de Fórmula 1 es un continuo, que se puede dividir infinitamente, y hay una cantidad infinita -valga la pena decir, indeterminada- de recorridos posibles, o de líneas de carrera.32 Es muy probable que cuando Aristóteles afirme que la deliberación es indeterminada se deba a que esta ocurre en lo que es “continuo y divisible (συνεχής καὶ διαιρετός)”, “en lo que hay exceso, defecto y término medio (ἐστιν ὑπεροχὴ καὶ ἔλλειψις καὶ μέσον)” (EE, 1220b21-22)” o en lo que “es posible tomar lo más, lo menos o lo igual (ἔστι λαβεῖν τὸμὲν πλεῖον τὸ δ’ ἔλαττον τὸ δ’ ἴσον)” (EN, 1106a26-27); lo indeterminado no es solamente la deliberación, sino también las opciones mismas sobre las cuales se delibera.
Para una teoría estándar de la decisión racional poder evaluar una decisión se hace imposible si las opciones son indeterminadas; no obstante, Aristóteles está pensando en un tipo de análisis distinto de la deliberación; para Aristóteles la deliberación es “racional” en un sentido distinto. Cuando Aristóteles afirma que la deliberación es un tipo de “pensamiento (διάνοια)”, y que “quien delibera, ya sea bien o mal, investiga y razona (ὁ δὲ βουλευόμενος, ἐάν τε εὖ ἐάν τε καὶ κακῶς βουλεύηται, ζητεῖ τι καὶ λογίζεται)” (1142b14-15), hemos de entender la expresión “razonar (λογίζομαι)” en un sentido bastante particular. Al utilizar esta expresión Aristóteles está volviendo a la distinción planteada en EN VI-EE V, 1 entre dos “capacidades del alma”: una científica y una calculativa o deliberativa,33 y la deliberación es propia de la parte de la “capacidad calculativa (λογιστικόν)” (1139a11-14), por lo que la expresión “razonar (λογίζομαι)” la podríamos entender como “calcular”, en este sentido de la deliberación: de considerar diferentes posibilidades -aunque tales posibilidades sean indeterminadas. ¿Cómo valorar entonces la deliberación en medio de un sinfín de posibilidades? La respuesta de Aristóteles es entonces pasar a analizar, no la deliberación como una actividad específica, sino que hay que examinar, en general, en qué consiste la “buena deliberación”.
6. La “buena deliberación”
El prudente, en tanto buen deliberador, no hace bien una deliberación puntual -o una serie de deliberaciones puntuales-, sino que su “buena deliberación” se relaciona con su vida como un todo; el prudente lleva a sí un modo de vida “bien deliberado”. Es por esto que señala Aristóteles que el prudente delibera bien sobre “lo que conduce a vivir bien en general (ποῖα πρὸς τὸ εὖ ζῆν ὅλως)” (1140a27). Este es tal vez el principal aporte que le hace el análisis de la “buena deliberación” con respecto a la deliberación: mientras la segunda tiene que ver con acciones particulares, la “buena deliberación” tiene un alcance mucho más amplio: tiene que ver con la “vida entera”. Así presenta Aristóteles la diferencia:
También hay buena deliberación sin más y buena deliberación con respecto a un fin particular. La [buena deliberación] sin más es la que conduce exitosamente al fin sin más, mientras que la otra conduce a un fin particular. Por lo tanto, si deliberar bien es propio de los prudentes, la buena deliberación será la rectitud con respecto a lo provechoso para el fin, del cual la prudencia es la creencia verdadera (1142b28-33).34
Aristóteles distingue así “fines particulares” de “fin sin más”, y afirma que la buena deliberación que posee el prudente es con respecto a “lo provechoso para el fin (τὸ συμφέρον πρὸς τὸ τέλος)”.35 -i.e., para el “fin sin más (τὸ τέλος τὸ ἁπλῶς)”. Y tal “fin sin más” no puede ser otro que la felicidad; así, el prudente tiene una “verdadera creencia (ἀληθὴς ὑπόληψίς)” de esta, -i.e., del “fin sin más”. Es importante el énfasis que Aristóteles hace sobre el “fin sin más”, pues en este caso se está intentando superar una visión particularista de la felicidad, en la que se haga énfasis principalmente en las acciones puntuales, para pasar a un análisis más amplio, en el que se examine, de manera más bien holística, la vida humana, en especial el “buen vivir” y el “buen actuar”, tal como era caracterizada la felicidad ya desde el primer libro de la ÉticaNicomaquea (EN, 1195a18-20). Así pues, el “buen vivir” y el “buen actuar” no se trata solamente de llevar a cabo satisfactoriamente “buenos actos”; se trata, más bien, de que el “principio” de estos actos sea lo que conduzca en general al “buen vivir”. Del mismo modo, la relación entre cada acción y la vida entera no es una conjunción en la que el todo se reduzca simplemente a la suma de las partes, de manera tal que el examen del todo -la vida- sea simplemente el resultado de agrupar el examen de cada una de las partes -las acciones particulares.
El examen de la “buena deliberación” difiere cualitativamente del examen de la “deliberación” en este sentido particular: la “buena deliberación” no es una conjunción o colección de deliberaciones particulares correctas -o acertadas-; es un tipo especial de “corrección (ὀρθότης)” diferente; más exactamente, es la corrección de lo “provechoso para el fin (τὸ συμφέρον πρὸς τὸ τέλος)”. Provechoso (τὸ συμφέρον), en este caso se trata no solamente de lo que es útil y beneficioso para alcanzar la felicidad, sino además de lo que contribuye a alcanzarla; se trata del “medio” para alcanzar la felicidad. Este “medio” hay que entenderlo en un sentido muy amplio:36 todo aquello que puede contribuir a la consecución del fin -a saber, la felicidad. En efecto, el “buen deliberador” no es el que lleva a cabo un tipo de deliberación determinada; sino, más bien, el que “dirige” todas sus deliberaciones hacia este fin: alcanzar la felicidad; es este “el fin” que quiere alcanzar con cada una de sus deliberaciones particulares. Así, cada acción deliberada es, para el prudente, una contribución para alcanzar la felicidad; es una “instanciación” de la felicidad en ese momento y lugar en el que se realiza la acción. Esto permite que la felicidad no sea una “última” actividad que realice -en un sentido puramente temporal-, sino que sea, más bien, una actividad cuya realización es constante a lo largo de la vida del prudente.
Se trata, entonces, de tener una actitud deliberativa constante en la vida, de manera que esta actitud deliberativa adecúe cada deliberación particular al “fin”; al “gran fin”:37 la felicidad. Hablar de una “actitud deliberativa constante” puede parecer una racionalización extrema de la propuesta aristotélica; sobre todo cuando el mismo Aristóteles reconoce que en ocasiones parece que no se requiere deliberar para llevar a cabo una acción virtuosa. Este sería, por ejemplo, el caso de la valentía, con respecto al cual afirma Aristóteles lo siguiente:
Por eso parece ser más valiente quien no tiene miedo y se mantiene imperturbable en los peligros repentinos que en los previsibles, pues, [la valentía] se da más a partir de la disposición, porque depende menos de la preparación. En efecto, las acciones previsibles pueden ser decididas a partir del cálculo y de cierto razonamiento, pero las [que suceden] repentinamente, [se deciden] de acuerdo con la disposición (EN, 1117a17-21).38
Este pasaje ha sido leído como si se indicara que el valiente no delibera ni decide, sobre todo en contextos en los que la acción tiene que darse repentinamente y no hay tiempo para deliberar. No obstante, valdría la pena hacer una precisión sobre las palabras de Aristóteles en este pasaje: una cosa es decidir “a partir del cálculo y de cierto razonamiento (ἐκ λογισμοῦ καὶ λόγου τις)”; pero otra cosa distinta es decidir “de acuerdo con la disposición (κατὰ τὴν ἕξιν)”. En ambos casos hay que suponer que el verbo de la oración es “decidir” (προαιρεῖν); es decir, que en ambos casos se trata de una decisión que supone cierto tipo de proceso deliberativo. El hecho de la acción repentina se realice “de acuerdo con la disposición” no implica que no hubiera habido deliberación en lo absoluto;39 esto supondría que la acción fue puramente espontánea y que no hubo ningún tipo de elección en la misma, lo que resulta absurdo dado que todo prudente se caracteriza por llevar a cabo sus acciones de manera deliberada; o, peor aún, que el valiente del que habla Aristóteles no podría ser, al mismo tiempo, un prudente.40
¿Qué tipo de “deliberación” es la que lleva a cabo un valiente en estas condiciones? Es una deliberación que se da “de acuerdo con la disposición (κατὰ τὴν ἕξιν)”; es decir, que su disposición es determinante para dar lugar a la acción correspondiente. En este caso, se trata de la virtud misma de la valentía: el valiente delibera y decide de cierta manera determinada; el que no lo es, no. ¿De qué manera delibera y decide el valiente? Habría que decir que su deliberación es muy rápida. No podríamos decir que la deliberación es inmediata, pues eso supondría que la deliberación fue espontánea -y, por decirlo así, automática, lo cual va en contra de la idea de que la deliberación es un proceso psicológico complejo. Sobre la duración de la deliberación dice Aristóteles lo siguiente:
Se puede deliberar durante mucho tiempo, pero también [se puede deliberar] rápidamente. Pero aquel [modo de deliberar] no es buena deliberación, sino es correcto de conformidad con lo provechoso, y con respecto a lo que es preciso, y al modo y al tiempo (1142b26-28).41
Aristóteles en este caso intenta separar el factor del tiempo con respecto a si hay o no buena deliberación. Es preciso mencionar aquí que al inicio de EN VI-EE V 9 (1142b2-5), Aristóteles afirma que la deliberación no es buen tino (εὐστοχία), principalmente porque el buen tino se realiza rápidamente y sin hacer uso de razón, mientras que la buena deliberación requiere tiempo. Pero ahora está afirmando que si bien llevar a cabo de manera rápida una acción no es signo de que se haya deliberado, de igual forma tomar mucho tiempo tampoco es signo de buena deliberación; el tiempo de la “buena deliberación” está en función de lo provechoso (τὸ ὠφέλιμον), pero no lo provechoso en general, sino lo provechoso con respecto a lo que es preciso alcanzar (οὗ δεῖ).42 Así, lo que tenemos en el caso de una persona valiente no es que tenga simplemente buen tino (εὐστοχία) -pues tal cosa supondría que el valiente actúa sin uso de razón-, sino que sí hay deliberación en su acción; pero esa deliberación es muy rápida. El valiente es capaz, gracias a una disposición que tiene con respecto a la deliberación, de identificar en un corto tiempo los factores relevantes en ese instante preciso para poder llevar a cabo la acción. Esto es entonces que este tenga una “disposición (ἕξις)” a deliberar: no solo sus deliberaciones son exitosas, sino que también sabe cuándo deliberar y cuándo no, qué elementos tener en cuenta en cada caso, y cuánto demorarse en la deliberación. La buena deliberación no se trata solamente de un proceso cognitivo, sino más bien de un asunto actitudinal con respecto a la deliberación misma.
Tenemos entonces que la “buena deliberación” tiene un vínculo mucho más estrecho con las virtudes de carácter del que hemos venido mostrando hasta el momento, pues esta, así como las virtudes de carácter (EN, 1106a10-12), también es una “disposición (ἕξις)” que se adquiere a través del hábito y no simplemente a través del cálculo (λογισμός) -aunque esto no quiera decir que no requiera cálculo. Por lo tanto, en la “buena deliberación” tenemos el mismo componente motivacional que tienen las virtudes de carácter. Así, la “buena deliberación” y las virtudes de carácter no son independientes: están estrechamente conectadas, y a medida que una se va adquiriendo, las otras también. Su surgimiento es separable en términos conceptuales y cognitivo-evolutivos, pues las virtudes de carácter se adquieren por hábito mientras que la prudencia por aprendizaje (EN, 1103a14-18).43 Pero si se dieran de manera separada, tendríamos disposiciones completamente distintas.
Así, Aristóteles afirma que al adquirir la capacidad cognitiva de la prudencia cambia también la manera como el sujeto actúa, y cambia también las motivaciones del sujeto. Estas motivaciones, que son expresadas en términos emocionales, se ven afectadas por la inclusión de la deliberación; las motivaciones originales son la materia prima de la deliberación, pero se ven transformadas por el ejercicio cognitivo de la deliberación. Cambia así la acción, no tanto en su resultado o en sus efectos, sino en el modo en que el sujeto la realiza: cambia, básicamente, la motivación del sujeto.
Pero esta inclusión de las virtudes morales conlleva necesariamente a que para la valoración moral de cualquier resultado de deliberación haya que tener en cuenta siempre a aquellos sobre los cuales recae la acción. Así, por ejemplo, es imposible hacer justicia si no es teniendo en cuenta la posición del otro, sin tener en cuenta los efectos que tiene la acción deliberada sobre la vida de los demás. Es en este sentido que la figura del prudente es fundamental: es quien hace no solo lo bueno para sí sino para toda la polis. La buena deliberación adquiere así entonces un carácter no solamente moral, sino también político: se da para una sociedad determinada y sus efectos recaen sobre unas personas determinadas, las cuales también hacen parte del marco normativo en el cual se evalúa la deliberación. En buena medida la valoración de la deliberación depende de qué tanto “bien” se alcance para la comunidad.44
7. Conclusiones
La deliberación es así un proceso psicológico que es utilizado por Aristóteles para dar cuenta de cómo se alcanza una decisión. Sin embargo, tal como acabamos de mostrar, los criterios de evaluación de la deliberación no son necesariamente precisos. De hecho, dado el carácter impreciso de la ética, ni siquiera tienen que serlos. ¿Cómo se evalúa entonces si una deliberación fue completamente acertada o no? Tal vez para Aristóteles esta pregunta puntual sobre una deliberación particular no tenga mucho sentido, si no se establece la evaluación en un marco mucho más amplio, a saber, en un contexto puntual y asociado a un sujeto con ciertas características, y en una comunidad con ciertas condiciones específicas. Aun así, determinar si una deliberación puntual fue la adecuada o no podría dejar un amplio margen de error, el cual es determinado por el agente, pero también, por el contexto específico y todo aquello en lo cual cuál recae la acción, lo que incluye no solamente a los demás seres humanos sino a todo el ambiente de la polis. En la medida en que, para la deliberación, la valoración sea interna a la acción misma, no quiere decir esto que la valoración dependa solamente del sujeto que realiza la acción sino también de aquellos en los que recae la acción, como sucede, por ejemplo, con las acciones justas, que en general son con respecto a los demás (1103b1-3). Pero, a diferencia de la deliberación técnica, la deliberación de una acción que se califique como injusta o justa depende siempre de factores internos; pero en este caso no se trata de internos al sujeto sino a la comunidad en la que este sujeto vive. La valoración es, así, colectiva. Y esta es en buena medida la gran habilidad del prudente: poder ver cómo las acciones particulares engranan en el bien de la comunidad. El prudente no tiene entonces una actitud deliberativa en su propia vida individual, sino que su preocupación es por el bien de toda la ciudad, y su buena deliberación está referida, entonces, a ver cómo cada acción se inscribe en ese marco de referencia interno que es la propia polis. En últimas, el marco normativo con el que se pueden evaluar las deliberaciones no solamente es entonces psicológico y moral, sino que es necesariamente también un marco normativo de carácter político.