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Papeles de población
versión On-line ISSN 2448-7147versión impresa ISSN 1405-7425
Pap. poblac vol.11 no.44 Toluca abr./jun. 2005
Empleo y transición profesional en México
Employment and professional transition in Mexico
María del Carmen Salgado Vega
Universidad Autónoma del Estado de México
Resumen
En este artículo se aborda la relación que se establece entre el mercado de trabajo y la educación superior. Para ello se lleva a cabo un análisis de diversos elementos, como son: la transición profesional, el empleo y la formación de los jóvenes, así como la ejemplificación de las relaciones que se presentan entre el mercado laboral y la educación universitaria. Todo lo anterior se observa en los licenciados en Economía egresados de la Universidad Autónoma del Estado de México.
Palabras clave: mercado de trabajo, transición profesional, situación ocupacional, México, Estado de México, Universidad Autónoma del Estado de México.
Abstract
This article studies the relation given by the labor market and the university studies in Mexico. Through the analysis of elements such as the professional transition of the withdrawn ones from the university system, the employment and the formation of young people and the relations who appear in the labor market and the university education, all these variables are taken to analyze the case of the bachelors in Economics from the Autonomous University of State of Mexico.
Key words: labor market, professional transition, ocupational situation, Mexico, State of Mexico, Autonomous University of State of Mexico.
Introducción
Uno de los principales problemas sociales de México es la existencia de un creciente desempleo. La generación de empleo es un mecanismo fundamental para el proceso de distribución de la renta. La calificación de la población, conseguida mayoritariamente por medio del sistema educativo, desempeña un papel de primera magnitud para asegurar un aumento de las posibilidades de superar con éxito el desafío configurado por la gravedad del desempleo.
Los problemas del empleo surgen como consecuencia de los desajustes que se producen entre la oferta y la demanda de la fuerza de trabajo. Estos desajustes son, generalmente, motivados por las condiciones económicas generales que se presentan en el país. Pero al mismo tiempo, según se encuentre estructurado el sistema educativo, estos desajustes producidos por la evolución de la economía general pueden agravarse o paliarse.
La creación de suficientes empleos productivos es tal vez la única forma sólida de lograr una mejora permanente en la equidad del proceso de desarrollo. El grado en el cual una sociedad puede asegurar a sus integrantes el acceso a las oportunidades de empleo digno y bien remunerado es uno de los criterios básicos para juzgarla. El empleo permite al hombre no sólo asegurar su supervivencia y la de los suyos; es también la vía hacia la realización personal y hacia el desarrollo pleno de su potencial. Por otra parte, en el empleo y la oportunidad de contribuir a los fines de la sociedad puede el individuo integrarse plenamente a la misma, así como buscar la posibilidad de igualarse a sus semejantes y compartir con ellos las tareas de la nación (Trejo, 1988).
El capital humano se ha convertido hoy en día en uno de los principales determinantes del crecimiento económico a largo plazo. La introducción de las fuerzas del mercado en el ámbito de la educación superior universitaria es necesaria para lograr una educación de calidad, ajustada a las necesidades de las sociedades y en la cual se fomente el espíritu creativo. Las sociedades desarrolladas tienden hacia una economía basada en el conocimiento, en donde la capacidad para crear cuenta más que los tradicionales factores de producción como fuente de desarrollo y de creación de riqueza. Es ahí donde la educación juega un papel fundamental y, dentro de ella, la educación superior y su relación con el mercado de trabajo cobra cada vez mayor importancia.
La educación es, sin lugar a dudas, un servicio de importancia primordial para el desarrollo integral de los individuos, para el progreso del talento y las aptitudes de los ciudadanos, a través de la transmisión de los valores culturales. Pero, al mismo tiempo, en las sociedades de hoy en día, la educación debería ser un derecho universal orientado fundamentalmente a preparar a los individuos para el mercado de trabajo, sin que por ello se deje a un lado el carácter crítico y cultural. Es por esta razón que una de las funciones fundamentales de la educación es la preparación de las personas para el desempeño de un trabajo, que es la forma más habitual en que los adultos participan en el desarrollo de la sociedad, obteniendo una compensación por ello.
El presente artículo tiene por objeto realizar un análisis de la situación que guarda en estos tiempos el empleo y la educación universitaria en México, enfatizando en la transición profesional hacia el mercado de trabajo, con base en el estudio de caso de los licenciados en Economía de la Universidad Autónoma del Estado de México.
Las necesidades actuales del desarrollo económico y técnico tienen tanta importancia como las modificaciones de las estrategias de desarrollo, que deberían de estar destinadas a lograr un desarrollo humano sostenible, en el que el crecimiento económico esté al servicio del desarrollo social y garantice una sostenibilidad ambiental. La búsqueda de soluciones a los problemas derivados de estos procesos depende, en buena medida, de la educación, comprendida la educación superior y dentro de ésta la universitaria. Un sistema educativo flexible y de elevado nivel cultural y pedagógico puede, si se dirige adecuadamente, mitigar en gran medida los problemas del empleo, e incluso contribuir a que las crisis económicas encuentren una solución más pronta. Por el contrario, cuando el sistema educativo no responde a las necesidades del país, y se mueve por caminos incontrolados, la gravedad de los efectos que sobre el desempleo producen las crisis económicas tienden a agravarse.
Sólo un sistema educativo sólido e integral puede formar personas bien adaptadas a los cambios en curso y con conocimientos técnicos y profesionales suficientes para incorporar las innovaciones y las transformaciones futuras. Es necesario considerar el proceso educativo y en general el nivel de calificación alcanzados por los individuos que forman una sociedad, desde la perspectiva de su adecuación a la cambiante situación del mercado laboral.
Por todo lo anteriormente mencionado, tal y como señaló Marshall (1949), no existe inversión más productiva que la inversión en capital humano. Para una economía como la mexicana, que se encuentra en un proceso de modernización caracterizado por mayores niveles de competencia, tanto interna como frente al exterior, invertir en la formación de capital humano, primordialmente mediante la educación, adquiere una importancia mayor que en el pasado. Las preguntas que hay que hacerse es qué tipo de educación es la requerida, y cuál es el entorno institucional y de incentivos necesarios para alcanzar el objetivo deseado de que la población adquiera los conocimientos necesarios para incrementar la productividad y lograr así mejores niveles de desarrollo económico y de bienestar de la población.
En décadas recientes, la historia de la sociedad mexicana ha estado marcada por la acumulación, cada vez mayor, de innovaciones radicales que conforman un nuevo sistema tecnológico integrado. Este nuevo sistema basado en la información, el control, cada día mayor, de la ciencia y la técnica de las tecnologías de la información, constituyen una fuente de poder en la sociedad, a la vez que de generación de riqueza. Sistema en el que la calificación ya no se manifiesta como factor de adaptación, sino como fundamento que contribuye a las futuras construcciones de las organizaciones productivas. Además, la calificación de la fuerza de trabajo se ha incrementado en la mayoría de los países, en donde México no puede ser la excepción, constituyéndose como un factor clave de estratificación tanto en las sociedades avanzadas como en las sociedades dependientes. Esto se da debido a que la productividad y la competitividad se basa cada vez más en el conocimiento y la información. El trabajo no calificado y las materias primas han dejado de ser estratégicos en las nuevas economías y han sido sustituidos por la tecnología y el trabajo calificado.
El desajuste entre educación y empleo asume, en las recientes décadas, un aspecto preocupante, que tiende a agravarse con el paso de los años. Los universitarios empiezan a tener problemas para encontrar un trabajo de acuerdo con sus características profesionales, si bien terminan por conseguir un empleo, han disminuido sus ingresos reales y relativos, se deterioran sus posibilidades de promoción laboral y gran número de ellos se ven obligados a emplearse en trabajos considerados normalmente por debajo de sus capacidades y expectativas.
Aunque en una proporción variable por profesiones y especialidades, los mismos estudiantes acaban poniendo en duda no sólo el valor adicional de la prolongación de sus estudios, sino el carácter de inversión que éstos parecían tener. En consecuencia, la mayor parte de los universitarios parecen aceptar una ruptura entre nivel de educación y acceso a niveles superiores de empleo, ruptura que, al menos para los más lúcidos, supone entender ahora sus gastos en educación como una forma de consumo, más que como una forma de inversión.
La transición del sistema educativo al empleo se ha convertido en una etapa turbulenta para la mayoría de los jóvenes mexicanos, debido en parte a la situación económica del país, la cual repercute en la situación del mercado de trabajo, pero también influye la falta de vinculación entre el mercado de trabajo y la universidad.
¿En qué consiste una exitosa transición del sistema educativo al mercado de trabajo? Si los jóvenes universitarios logran una transición de corta duración y un ajuste apropiado entre la preparación obtenida y los requisitos de empleo, se podría afirmar que la transición ha sido fructífera (Palafox, 1995). Sin embargo, la realidad mexicana muestra cómo cada día más jóvenes salen del sistema educativo universitario dispuestos a encontrar un empleo acorde a sus niveles de estudio y se encuentran con serias dificultades en esa tarea. Son varios los factores que se conjugan para contribuir a esta situación. Por una parte, y principalmente, afecta la situación general del mercado de trabajo, por otra parte, la competencia de personas con niveles educativos superiores con las de niveles inferiores para los mismos empleos, y por otra, la incorporación, cada vez más frecuente, de la mujer en el mercado de trabajo, así como los cambios en la estructura del empleo, que está demandando nuevos perfiles profesionales.
No obstante lo anterior, se encuentran otros factores que se podrían solucionar desde el sistema educativo, como podría ser la aproximación de la educación a las necesidades del mundo laboral. Los jóvenes, en general, carecen de una serie de habilidades y conocimientos para poder desenvolverse en el empleo, además de carecer de experiencia o formación práctica que les permita adaptarse constantemente a las cambiantes necesidades del mundo laboral. Ello es producto de la carencia de vínculos establecidos entre el sistema educativo y el mercado de trabajo que puedan contribuir a remitir señales acerca de las necesidades específicas de empleo.
¿Cómo se puede facilitar la transición del sistema educativo superior al mercado de trabajo? Las políticas destinadas a cumplir con este objetivo se pueden situar tanto en el campo educativo como en el área del mercado de trabajo. Entre las políticas educativas dirigidas a este fin se pueden distinguir las de mejorar el nivel educativo general, las de diseño curricular, las de integración entre la escuela y el empleo desde distintas vertientes y finalmente el apoyo a la inserción laboral desde el sistema educativo.
Dentro de las políticas del mercado de trabajo están las de ofrecer a los jóvenes distintos programas de educación compensatoria, formación, experiencia profesional y servicios de apoyo para combatir niveles bajos de educación y contribuir así a su desarrollo profesional.
Podemos decir que la educación tiene que cumplir con una serie de objetivos que tendrán, a su vez, múltiples y variados efectos. Se parte de que la escolaridad formal entraña modificaciones profundas y beneficiosas para los individuos, gracias a las cuales asumen el papel de personas, ciudadanos, padres de familia, etc... De otro lado, la educación también contribuye a la socialización en los valores de la sociedad, al tiempo que contribuye a la emancipación y a la mejora de la calidad de vida. Finalmente, la educación proporciona al individuo aptitudes y calificaciones profesionales que le permiten concurrir, en condiciones más favorables que las de aquél que tiene menos años de educación, al mercado de trabajo, adquiriendo en consecuencia un estatus de importancia proporcional a los conocimientos adquiridos.
El objetivo fundamental de cualquier sistema educativo debe ser la búsqueda permanente de la mejora de la calidad de la enseñanza. Si la anterior afirmación es válida para cualquier momento histórico, lo es aún más en una sociedad como la mexicana, caracterizada por la necesidad de su sistema productivo, de una constante adaptación a las nuevas tecnologías, que requieren de un sistema educativo flexible y cambiante.
Como lo expresa John Dewey (1997), la educación superior, en concreto las universidades, deben cumplir con uno de los objetivos que la sociedad le encomienda, que es la preparación profesional calificada de la minoría de población que accede a los estudios superiores. Pero deben no sólo aceptar el cambio, sino incluso producirlo. Las universidades son instituciones que definen y conforman el futuro. En las aulas debe enseñarse y practicarse la gestión y la planificación del cambio como una de las asignaturas más difíciles. Hay que cambiar al mismo tiempo cómo se enseña y qué se enseña. Una característica de la calidad de la universidad es la preocupación por el presente, por los temas importantes o de actualidad. Pero, además debe estar preocupada seriamente por el futuro, por los descubrimientos, los avances y el tipo de sociedad a que se puede llegar con esos avances. En todo caso, lo que caracteriza a una universidad de calidad es la responsabilidad respecto del entorno social en que se sitúa, y el análisis de la estructura y el cambio social.
Uno de los principales obstáculos al mejoramiento de la calidad de la educación es la forma en que es utilizada la acreditación educativa en el mercado de trabajo, en cuanto a que es el principal factor de selección para el empleo y para la asignación de niveles de remuneración a la fuerza laboral. Por lo tanto, es de gran importancia para la planeación de la educación el conocimiento del funcionamiento interno, real, del mercado de trabajo. Por funcionamiento cualitativo del mercado de trabajo se entiende el estudio de diversas razones, motivos u objetivos que conducen a determinadas maneras de utilización de la acreditación educativa como mecanismo de reclutamiento y selección para el empleo, como criterio de asignación, de promoción ocupacional y de identificación de una remuneración diferencial. Asimismo, el estudio cualitativo del mercado de trabajo requiere el análisis de las formas concretas en que determinados sectores económicos o tipos de empresas se definen y organizan entre sí los puestos de trabajo, cómo se les asigna una remuneración, qué requisitos educativos, actitudinales, o adscriptivos se demandan para los diferentes puestos de trabajo; cómo se efectúa la promoción ocupacional, cómo se organizan los mercados internos de trabajo y otros análisis que tienen como objetivo fundamental comprender la racionalidad empresarial en la organización de determinada estructura ocupacional y en las estrategias de selección del personal.
En este apartado, el objetivo es explicar la relación que prevalece entre el mercado de trabajo y la educación superior en México. Se parte de la suposición de que el mercado de trabajo no funciona de manera homogénea para todos los individuos ni conforme a una supuesta correspondencia entre la oferta y la demanda de determinadas cantidades y calidades de recursos humanos. Más bien se plantea que el funcionamiento del mercado de trabajo es controlado y determinado por diversas instancias extraeconómicas; por ejemplo, por los empresarios o dueños de los medios de producción, quienes pueden determinar los requisitos educativos, culturales, políticos y aun sexuales y raciales para tener acceso al empleo, o por gremios profesionales que controlan la membresía en determinada profesión u oficio mediante normas de selección, acreditación y ejercicio profesional, o por grupos sindicales cuyos convenios colectivos de trabajo norman las prácticas de selección, promoción, remuneración y despido de trabajadores y empleados, o incluso por el Estado, mediante sus políticas salariales, legislación laboral, inversiones, etc. Además, el mercado de trabajo se encuentra también determinado por la situación de heterogeneidad estructural en la economía, es decir, por las grandes diferencias o desigualdades en salarios, condiciones de trabajo y requisitos para el empleo en una misma ocupación u oficio, entre empresas pertenecientes al sector moderno, oligopólico, las del sector de la pequeña y mediana empresa y el vasto sector informal del empleo.
Para autores como Mariano Fernández (1990: 34), el "problema de cómo puede el sistema formativo responder a los profundos y acelerados cambios que están teniendo lugar en el sistema educativo sigue teniendo vigencia" y para él todo sería más fácil si supiéramos exactamente qué va a requerir el mercado de trabajo y pudiéramos determinar el número de personas que van a desempeñar tal o cual empleo. Pero lo primero no sucede y lo segundo no debe suceder. Lo cierto es que sabemos muy poco sobre las tendencias que actúan en el mercado de trabajo, en todo caso, muy poco de lo que tendríamos que saber para adecuar el sistema de formación. Es un hecho que la mayoría de las prospectivas de empleo que hasta la fecha se han realizado en cualquier lugar del mundo han sido un fracaso. En general, las previsiones sólo pueden funcionar a corto y mediano plazo, por lo que sus efectos deberán hacerse sentir más sobre la formación continúa que sobre la formación inicial.
Por otra parte, dice el autor, "una sociedad democrática tiene que encontrar algún punto de acuerdo entre lo que se supone que requiere el mercado de trabajo y lo que los individuos desean como formación, lo que dificulta el ajuste cuantitativo entre demanda y oferta de cualificaciones en dicho mercado, y no cuenta ni puede contar con procedimientos de orientación escolar ni personal forzosos, lo que hace altamente probable que, aunque se logre una aproximación cuantitativa, las cualificaciones de los puestos de trabajo y las de los trabajadores no resulta fácil que se encuentren. La mayoría de las personas trabajan en algo para lo que nunca recibieron una preparación específica fuera del lugar de trabajo, y la recibieron para algo en lo que no trabajan" (Fernández, 1992: 51). Con lo anterior queda clara la dificultad para vincular el mercado laboral con la educación, intento que se presenta a continuación.
Transición profesional
Se suele hablar de inserción profesional como sinónimo de entrada en la vida activa, del acceso de los jóvenes al empleo, del paso de la escuela al trabajo o del sistema educativo al mercado laboral. Pero conviene recordar que esta inserción profesional no es exclusiva de los jóvenes, afecta también a aquellas personas que por alguna razón se incorporan tardíamente a la actividad económica o a aquéllas que se reincorporan al empleo después de periodos largos de desempleo.
Se puede discutir (Cachón, 1999: 34) el sentido que se da comúnmente a la expresión 'inserción', que desde una óptica individualista parece querer apuntar a la consecución por el trabajador de un estatus (relativamente) estable en el mercado laboral. Aunque no existe un término que haya alcanzado una aceptación generalizada para describir este proceso, por lo que parece más adecuado hablar de transición profesional, porque, como señala Cachón (1999), corresponde acertadamente a la idea de un tránsito de un estado intermedio que tiene una cierta duración, que sufre la influencia de la situación precedente y prefigura la situación futura. La inserción ha sido considerada durante mucho tiempo como una especie de fase breve y neutra entre dos momentos diferenciados de formación y empleo, como un tiempo de incertidumbre antes del acceso a la estabilidad profesional. En la actualidad, esta transición se da en México como un proceso de alternancia de periodos de desempleo, empleos precarios, de formación y de vuelta al desempleo.
En los últimos años se han dado en México una serie de cambios en el proceso de transición, entre los que destacan:
1. Se retrasa el inicio del proceso de transición profesional por el alargamiento de la escolarización.
2. Se alarga la duración del proceso debido a la crisis que sufre el país.
3. Se ha complejizado la transición profesional debido a la existencia de prácticas profesionales no laborales, empleos precarios, trabajos temporales, etc.
4. Se ha precarizado, puesto que no está claro que esto conduzca a un empleo estable.
Por medio de distintos modelos se tratará de establecer las relaciones que se dan entre el proceso de transición profesional y las condiciones generales que prevalecen en el mercado laboral. Esta clasificación ha sido tomada de Casal Bataller (1996).
El autor define seis modalidades posibles de transición; cada una de ellas se relaciona con cierto perfil:
1. Trayectorias en éxito precoz. Se trata de una modalidad conformada por jóvenes que tienen grandes expectativas de carrera profesional o de éxito, lo cual presupone opciones de prolongación de la formación académica con resultados positivos, o la opción para una inserción profesional susceptible de mejoras graduales a partir de una formación continua, o la promoción interna rápida. Esta trayectoria sugiere itinerarios de formación en éxito y sin rupturas y un tránsito positivo a la vida activa. El desarrollo de una formación superior no es un requisito indispensable, éste puede darse también con estudios generales o profesionales de grado medio. Esto se observó en México en las décadas de 1970 y 1980, cuando los jóvenes y sobre todo los profesionistas accedían rápidamente a mejores puestos de trabajo.
2. Trayectorias obreras. Esta modalidad la componen jóvenes orientados hacia la cultura del trabajo manual y poco calificado. Presuponen la definición de un horizonte social muy limitado en cuanto a la formación reglada y una profesionalización que se da preferentemente en función de las ofertas de trabajo existentes y no de acuerdo con las opciones personales de elección profesional. La escasa calificación básica y profesional determina claramente los límites en la carrera, los cuales hacen que tales trayectorias sean particularmente vulnerables con relación a los cambios en el mercado de trabajo y la evolución de las empresas. Esta forma implica un tránsito muy rápido de la escuela a la vida activa, y generalmente un proceso de emancipación familiar también muy precoz. La vulnerabilidad de esta trayectoria se manifiesta de forma efectiva en el cambio ocupacional y la ausencia de carrera en el desarrollo del oficio.
3. Trayectorias de adscripción familiar. Ésta es cuantitativamente importante en México, debido a la falta de empleo y al surgimiento del empleo informal. Este tipo de trayectorias se da a partir de empresas o explotaciones de carácter familiar, tanto del sector agrícola como de la pequeña industria (talleres), el comercio al detalle, la venta ambulante y talleres de reparación y servicio. La herencia patrimonial hacia el hijo mayor es una de las principales claves de esta transición. La transición por adscripción familiar presupone una definición del horizonte de clase en función de la familia, una vinculación relativamente escasa con la formación postobligatoria y un 'tránsito escuela-vida activa' muy precoz en cuanto a la vinculación que se da con la economía familiar.
4. Trayectorias de aproximación sucesiva. Se trata de una modalidad definida por altas expectativas de mejora social y profesional (carreras profesionales principalmente) en un contexto donde las opciones a tomar resultan confusas o difíciles y donde el margen de error es más bien alto. Esta forma de transición presupone escolarización prolongada, experiencias laborales previas a la inserción, variabilidad y fracasos parciales en el tránsito escuela-vida activa, precariedad y subocupación, mercado secundario, etc. Describe, en definitiva, una trayectoria de inserción dominada por el ajuste continuo de expectativas (generalmente a la baja) y la obtención gradual de logros parciales.
5. Trayectorias de precariedad. La inserción profesional en la precariedad está definida por un itinerario de resultados escasamente positivos y constructivos respecto al mercado de trabajo: situaciones de desempleo intermitente, rotación laboral fuerte y subocupación son tres características dominantes. Se trata de una situación de retraso en la transición de jóvenes con expectativas de posición altas, medianas o bajas, pero que su paso por el mercado de trabajo está caracterizado por la ausencia de estabilidad y continuidad laboral.
6. Trayectorias de bloqueo o en desestructuración. Esta modalidad se caracteriza por expectativas de posicionamiento social bajas y trayectorias de formación escolar cortas, erráticas y con certificación negativa. Cabe aclarar que no todo fracaso escolar básico está determinado hacia este tipo de trayectoria. Es más, algunosjóvenes con formación más prolongada o entornos familiares más favorecidos se encuentran dentro de esta modalidad. La especificidad de esta trayectoria es el bloqueo sistemático a la inserción laboral. Existe desempleo crónico y entradas circunstanciales en el mercado laboral secundario, la mayor parte de estas actividades se desarrolla en la economía informal.
Es evidente que con la evolución y los cambios en la estructura y condiciones del empleo de los jóvenes junto a la expansión de la educación se ha modificado la forma de inserción al mercado laboral, situación que a continuación se señala a nivel mundial.
Empleo y formación de jóvenes
La OIT (Unesco, 2000) estima que aproximadamente 66 millones de mujeres y hombres jóvenes en el mundo están desempleados. Esto significa que los jóvenes representan casi 41 por ciento de la cifra mundial de 160 millones de personas clasificadas como desempleadas porque declaran estar sin trabajo, buscando trabajo o dispuestos a trabajar.
Las tasas de desempleo juvenil son muy altas en muchos países. De las 98 economías de las cuales se dispone de información reciente de acuerdo con los informes de la OIT para el año 2000, no menos de 51 tienen tasas de desempleo juvenil que superan 15 por ciento. En las regiones de América Latina y el Caribe, esto incluye países como Jamaica, con 34 por ciento; Dominica, con 41 por ciento, y Santa Lucía, con 44 por ciento. Si se comparan con las tasas de adultos, las tasas mundiales de desempleo juvenil son típicamente dos y hasta tres veces más altas. Hay datos comparativos de tasas de desempleo de jóvenes y de adultos en 62 economías, y en todos los casos, exceptuando Alemania, la tasa de desempleo juvenil es significativamente mayor.
Las mujeres jóvenes tienen las peores perspectivas de empleo. Un estudio de la OIT en el que se analizan 97 economías revela que en dos tercios de ellas hay probabilidades de que las mujeres jóvenes estén desempleadas. En muchos casos las diferencias son marginales, pero en otros son verdaderamente significativas. Por ejemplo, en una cuarta parte de los países industrializados la tasa de desempleo juvenil femenino excede a la masculina por más de 20 por ciento. Aun más impactante es el hecho de que en más de 34 economías estudiadas en el Caribe y América Latina las tasas de desempleo juvenil femenino son 50 por ciento superiores a las de los desempleados o más altas. Algunos ejemplos incluyen a Surinam (45 por ciento contra 13 por ciento) República Dominicana (44 por ciento contra 21 por ciento), Uruguay (30 por ciento mujeres contra 20 por ciento hombres), Brasil (18 por ciento para jóvenes mujeres, comparadas con 12 por ciento para jóvenes hombres), Belice (35 por ciento contra 15 por ciento), y Jamaica (46 por ciento contra 24 por ciento) (OIT, 2000).
Desgraciadamente, la situación de empleo juvenil no sólo es mala, sino que además, en términos globales, aparentemente continúa deteriorándose. En el mundo entero, el desempleo juvenil aumentó en ocho millones entre 1995 y 1999, y las tasas de desempleo juvenil han aumentado en países tales como Japón (de seis por ciento en 1995 a nueve por ciento en 2000), República Checa (de ocho por ciento en 1995 a 17 por ciento en 1999), Ucrania (14 por ciento en 1995 contra 22 por ciento en 1998), Eslovaquia (de 25 por ciento en 1995 a 32 por ciento en 1999), Colombia (de 13 por ciento en 1994 a 24 por ciento en 1998), Venezuela (de 19 por ciento en 1995 a 26 por ciento en 1999) y Sudáfrica (de 45 por ciento en 1998 a 56 por ciento en 2000). Tanto en las economías desarrolladas como en las que están en vías de desarrollo, la tendencia al deterioro es agravada por el subempleo, ya que las personas están trabajando mucho menos de lo que su capacidad les permitiría o de lo que ellas mismas desearían.
Dentro de esta situación también se incluyen algunos países del mundo desarrollado, donde el desempleo juvenil no es alto. Por ejemplo, Austria, Suiza, Singapur y México son países donde menos de uno de cada doce trabajadores jóvenes está desempleado. En contraparte, desde mediados de la década de 1990, las altas tasas de desempleo juvenil se han reducido en países como Irlanda (de 19 por ciento en 1995 a ocho por ciento en 1999), España (de 40 por ciento en 1995 a 28 por ciento en 1999), Hungría (de 19 por ciento en 1995 a 12 por ciento en 1999) y Barbados (de 38 por ciento en 1995 a 22 por ciento en 1999). No obstante, la situación de desempleo en conjunto presenta un desafío intimidador, especialmente en los países en vías de desarrollo, como México.
Por lo que respecta a México, destaca el hecho de que la falta de correspondencia entre la oferta de profesionistas y la demanda por parte del sistema económico es una característica estructural de nuestro desarrollo. En los últimos años esta desvinculación se ha ido agravando y ha adoptado características específicas.
Mientras que la demanda de educación superior continúa en ascenso, el mercado laboral presenta un escenario de insuficiencia creciente, debido a las crisis recurrentes y el decaimiento de la actividad económica. En forma adicional se tiene que el sector publico ha pasado de ser un importante empleador a un desempleador, debido a la estrategia gubernamental adoptada hace más de una década, especialmente en lo que se refiere al énfasis en el pago de la deuda externa, el privilegio de desarrollo de las esferas financieras, la apertura externa, el adelgazamiento de las actividades del Estado y la ausencia de una política agrícola e industrial a nivel nacional.
Durante la década de 1950 y antes, el sistema productivo pudo absorber fácilmente a los egresados de la enseñanza superior. Las estimaciones indican que entre 1950 y 1960 la relación entre el número de empleos de nivel profesional y el de quienes egresaron de las instituciones de enseñanza superior (IES) era de 1.4; lo que significa que durante esos años existía más de un puesto de trabajo de ese nivel para cada egresado de las Instituciones de Educación Superior (IES).
Sin embargo, a partir de entonces, el ritmo al que creció la capacidad de la economía para incorporar productivamente a quienes terminaron sus estudios profesionales empezó a ser menor que la velocidad a la que se expandió el egreso de las IES. Por tanto, a partir de la década de 1970 esa relación empezó a ser menor que la unidad. Además, la proporción de egresados de las IES que pudieron obtener empleos acordes con la escolaridad obtenida siguió disminuyendo durante las dos décadas subsecuentes, hasta descender a 0.27 en el periodo comprendido entre 1980 y 1990. De acuerdo con los cálculos que han sido realizados, casi cuatro egresados de las IES (3.73) han tenido que competir, desde la década de 1980, para obtener uno de los escasos puestos de nivel profesional generados en el sistema productivo (ANUIES, 2000), como puede observarse en la gráfica 1.
Otro de los problemas que afecta con mayor gravedad a los jóvenes es el del subempleo, el cual se refiere a un número escaso de horas trabajadas o al insuficiente aprovechamiento (en las actividades productivas) de la escolaridad obtenida. En la práctica, los subempleados han tenido que aceptar ocupaciones menos productivas que aquéllas a las que se orientaron sus carreras. Pero es muy importante señalar que esa dinámica repercute en forma de cascada al desplazar hacia abajo en la escala ocupacional a los jóvenes que abandonan el sistema escolar antes de ingresar a la enseñanza superior (Lorey, 1993).
Es importante mencionar, sin embargo, que como puede apreciarse en la gráfica 2, ese efecto de cascada no afecta en la misma medida a quienes han cursado distintos grados de escolaridad. Existen evidencias de que los jóvenes que adquieren mayores dosis de educación formal pueden desempeñar ocupaciones de mejor calidad que aquéllas a las que pueden acceder quienes se encuentran en la situación contraria. En la gráfica puede observarse que, sólo aproximadamente 20 por ciento de quienes cursaron diez grados y más de escolaridad (es decir, desde el primero de preparatoria en adelante) están ocupados en el sector informal del sistema productivo, mientras que más de 50 por ciento de jóvenes se encuentra en el sector formal.
Con los datos anteriores se observa que el proceso de globalización y de desarrollo tecnológico ha permitido a muchos hombres y mujeres jóvenes acceder a oportunidades sin precedente de educación, innovación y trabajo productivo y remunerador. Esos jóvenes que ahora integran la fuerza laboral pertenecen a una nueva generación muy capacitada, quizás la generación de hombres y mujeres jóvenes mejor educada y formada de todos los tiempos.
Sin embargo, para millones de otras personas, la globalización y los cambios tecnológicos han creado incertidumbre e inseguridad, debido a que exacerban su condición vulnerable original, y amplían la brecha entre los jóvenes principiantes en el mercado laboral y los trabajadores con experiencia, entre aquellas mujeres y hombres que tienen empleos productivos y bien remunerados, y aquéllos que tienen trabajos mal pagados y de mala calidad. Así, muchos jóvenes no logran una inserción segura en el mercado, con el resultado de que quedan desempleados o trabajando en empleos mal remunerados, con poco futuro, poca protección y seguridad y sin perspectivas reales de futuro.
Las estadísticas, aunque serias de por sí, apenas revelan algo del pesado castigo que significa el desempleo y el subempleo para los jóvenes, sus familias y comunidades, en términos de dificultades económicas, sufrimiento humano, exclusión social, producción perdida y potencial humano desperdiciado. No sorprende, por lo tanto, que exista un sentimiento de frustración y desesperanza entre aquéllos que se sienten abandonados por la economía del conocimiento y la sociedad en red.
Los sistemas de educación y formación, como se ha venido mencionando a lo largo de este trabajo, también tienen un papel importante a la hora de preparar a los jóvenes para adaptarse a los rápidos cambios en el mercado de trabajo. A los jóvenes ya empleados les afecta la pérdida de vigencia de sus conocimientos y los rápidos cambios en la organización del trabajo, y por tanto deben prepararse para continuar buscando la manera de encarar estos cambios. Por otro lado, el acceso a una base relevante de conocimientos durante una época de rápidas transformaciones le brinda a las empresas una fuente mayor de ventaja competitiva, lo cual significa que para asegurar tanto la competitividad empresarial como la posibilidad de que los empleados trabajen con continuidad, el concepto de educación durante la vida entera debe adoptarse como objetivo clave. En algunos países, particularmente en los europeos, éste es uno de los principales temas de discusión en las negociaciones colectivas, donde las organizaciones de empleadores individuales más importantes y los sindicatos están creando activamente y participando de iniciativas que promueven la formación continua. Se necesitan incentivos que promuevan una mayor y continua inversión en la formación y aprendizaje, y que contribuyan a financiar mecanismos para el aprendizaje durante la vida entera.
Por otro lado, otros riesgos están surgiendo. A medida que aumentan los empleos en tareas de alta especialización, surgen nuevas desigualdades basadas en capacitación y aumenta aún más la presión sobre los sistemas de educación y formación para lograr solucionar estos nuevos desafíos. Lamentablemente, muchas personas están quedando por el camino, especialmente en los países en desarrollo, donde la brecha entre lo que se necesita y lo que efectivamente se recibe es cada vez mayor. Esta brecha puede observarse en el número creciente de jóvenes que se gradúan de los sistemas de educación y formación y luego son incapaces de encontrar empleo productivo, aunque en algunos países haya severa escasez de habilidades en algunas áreas. No hay duda de que esta situación es cada vez más difícil de anticipar, dados los rápidos cambios tecnológicos, la reestructuración económica y la mayor competencia. Aunque la participación sistemática de organizaciones de empleadores y sindicatos, como ya se mencionó, podría ayudar a resolver este problema, esto no siempre se ha logrado. Los sistemas de educación y formación tampoco están logrando responder adecuadamente a las necesidades de las pequeñas y microempresas, a pesar de que en los países en desarrollo esa área ofrece amplias oportunidades. Es más, una educación y formación adecuada podrían ser parte importante de la transformación de actividades de supervivencia en empresas más viables.
Es por esto que la saturación de las plazas de prestigio y la crisis misma del mercado exigen a la universidad un replanteamiento de sus políticas de vinculación con la sociedad. El cambio de perspectiva puede arrojar respuestas significativas y orientar sus esfuerzos de formación, investigación y difusión cultural (así como de la planeación de los mismos) a variados sectores del mercado heterogéneo, desigual y combinado, bajo la orientación de definiciones de política académica precisas: sector informal, mediana y pequeña empresa, industria doméstica, trabajo artesanal, economías campesinas e indígenas, sector estatal, etcétera.
Estudio de caso
Como una forma de ejemplificar lo anteriormente expuesto, se presentan a continuación algunos resultados obtenidos en un estudio de caso sobre la situación actual y perspectivas de empleo de los licenciados en Economía de la Universidad Autónoma del Estado de México.
El objetivo de este estudio consistió en relacionar el mercado de trabajo al que se enfrentan los economistas egresados de la universidad con la formación académica que se les impartió.
Metodología
Para poder llevar a cabo el estudio de las condiciones de trabajo y perspectivas de empleo de los economistas de la UAEM fue necesaria la revisión de diferentes aspectos estadísticos de la extracción y el análisis de una muestra; la forma de diseño y verificación de un cuestionario, la construcción de un marco de muestreo, etcétera.
Para lograr lo anteriormente mencionado se planteó la necesidad de levantar una encuesta a las 25 generaciones de egresados de la licenciatura en Economía de la UAEM que comprenden del año de 1971 al año 2000. Se levantó la encuesta al conjunto de la población para lo cual se realizó un censo (con información proporcionada por el Departamento de Control Escolar de la Facultad de Economía) que presentaba al número de integrantes de cada generación divididos por sexo (ver censo en el anexo número 3), teniendo un total de 776 egresados, 431 hombres y 345 mujeres, para las 25 generaciones. Una vez que se tuvo el censo y el cuestionario, se planificó la entrevista de la siguiente manera: inicio en enero del 2001; finalización, junio 2001.
Al finalizar el periodo de entrevistas se tuvo un total de 563, que representan 72.6 por ciento de la población total, sin embargo, al realizar el proceso de selección, se rechazaron 26 entrevistas por no reunir los requisitos necesarios para su aceptación, con lo cual quedaron 537 entrevistas, que cubren 70 por ciento de la población total, y se logró obtener en las 25 generaciones una respuesta de más de 50 por ciento de los miembros, además de que en algunas generaciones se logró entrevistar al 100 por ciento de los integrantes, como se muestra en el cuadro 1.
Situación ocupacional
La situación ocupacional viene definida por la propia posición de los economistas dentro del ámbito laboral o, más concretamente, por la situación en la que se encuentra su población activa, integrada por el total de economistas del país.
En el cuadro 2 se observa que 87.3 por ciento de los egresados se encuentran trabajando en cualquier clase de ocupación, mientras que 12.7 por ciento permanece en el desempleo forzoso, además, se dedican a ser "amas de casa" 6.1 por ciento. Ahora bien, si se tiene en cuenta que parte de las personas que se incluyen en el apartado "amas de casa" desearían trabajar, es obvio que la cifra real de desempleo sería algo más alta.
En el análisis se observa que existen variaciones sensibles tanto en el nivel de ocupación como en el de desempleo, las cuales ponen de manifiesto una situación más desfavorable para los hombres y las generaciones más jóvenes. Los hombres exhiben un nivel de desempleo de 13.6 por ciento, ligeramente superior al de las mujeres, el cual es de 11.7 por ciento. Por otro lado, el nivel de desempleo es mucho mayor en las generaciones más jóvenes y lógicamente en los profesionales de menor edad. Así se ve que para los que terminaron la carrera en el año 2000, el nivel de desempleo alcanza 23.5 por ciento, y para los menores de 30 años, 20.9 por ciento.
Lugar de trabajo
Determinar el lugar de trabajo, o mejor aún, los sectores donde encuentran ocupación los economistas una vez que están en condiciones de ser empleados es una cuestión de gran importancia, ya que de esta forma puede localizarse y cuantificarse la trascendencia demandante de cada uno de ellos dentro del ámbito profesional que interesa.
De acuerdo con la gráfica 3, el mayor número de profesionales ocupados corresponde al sector servicios, con 75.6 por ciento; sigue en importancia el sector secundario, que absorbe a tres por ciento de los egresados de Economía, y por último, el sector primario, donde apenas labora 1.3 por ciento. Los sectores primario y secundario muestran una pequeñísima capacidad de absorción, situación que no es de extrañar, sobretodo en el sector primario, debido a las características de su configuración estructural, las cuales no requieren los servicios de profesionales en Economía. Mucho habrán de cambiar tales sectores para que resulte útil en ellos la inserción de economistas en cantidades apreciables.
Como muestra la gráfica 3, existe una alta frecuencia de egresados que laboran en el sector servicios, por lo cual es pertinente observar con mayor detalle las ramas de actividad de este sector que contratan mayor número de economistas. Para ello se elaboró el cuadro 3, donde se observa que los mayores niveles de participación corresponden a la administración pública y la educación, con unos porcentajes del 29.2 y 24, respectivamente. Les siguen en importancia los economistas que se dedican al comercio y a la banca, con porcentajes de 9.3 y 5.6, respectivamente.
Al observar la inserción laboral entre titulados y no titulados se comprueba que los porcentajes varían sensiblemente. Mientras que para los titulados en Economía es la educación la que mayor nivel de empleo proporciona (38.3 por ciento), en el caso de los no titulados la administración pública (29.9 por ciento) es la que más empleos provee, mientras que la educación emplea tan solo a 16 por ciento.
En la distribución por sexo, las mujeres muestran mayores porcentajes de empleo en las actividades que tienen un carácter negativo en la situación laboral. Concretamente, la enseñanza da cabida a 27.2 por ciento de éstas y es bien conocido que la enseñanza sólo en algunas ocasiones aporta niveles suficientes de ingresos, siendo en la mayor parte de los casos una válvula de escape que permite subsistir, aunque no sin ciertos matices de subempleo, a quienes la practican.
Niveles de retribución
Un aspecto tan delicado como el de la retribución exigía un tratamiento especial para obtener resultados acordes con la realidad. Por ello se concedió un carácter anónimo al cuestionario y se advirtió a los encuestados que si juzgaban inconveniente responder sobre sus ingresos profesionales dejaran en blanco los espacios para las contestaciones correspondientes. De esta forma cabría esperar que las respuestas merecieran un elevado grado de confianza. Además, la suficiente amplitud de los intervalos en los que se debían situar los ingresos contribuía a eliminar las escasas suspicacias que aún pudieran existir.
Todas las cifras que se comentan se refieren a ingresos netos mensuales derivados del trabajo, lo cual supone excluir de una parte otras fuentes de ingresos familiares provenientes del trabajo de otros miembros de la familia y de aquellos ingresos con orígenes diferentes al puramente laboral. Asimismo, los ingresos declarados tampoco son totales, en el sentido de que no incluyen los relativos a actividades laborables complementarias, que serán tratados posteriormente. De esta forma se consiguieron resultados aceptables. No obstante, 21.2 por ciento de los encuestados eludió la pregunta.
La gráfica 4 muestra que 25 por ciento de los encuestados se ubica en el rango del segundo intervalo (4 100 y 8 000 pesos), en tanto que otra proporción similar (24.4 por ciento) se ubica en el intervalo que va de 8 100 a 12 000 pesos. A partir de aquí se observa un decrecimiento con frecuencias sensiblemente menores para mayores niveles de ingresos.
Problemática de empleo
Hace ya mucho tiempo que la búsqueda de empleo se ha convertido en una continua peregrinación para aquéllos que desean trabajar en nuestro país. Si en general resulta difícil encontrar un puesto de trabajo, las dificultades se incrementan cuando se trata de egresados de estudios superiores. Los niveles de desempleo muestran claramente esas dificultades, sobre todo para los jóvenes recién egresados que buscan su primer empleo. Al requisito de poseer entre tres y cinco años de experiencia para acceder a la inmensa mayoría de las ofertas de trabajo o a los rígidos límites de edad impuestos por los empleadores hay que añadir ahora la aguda crisis que padece México, para conformar el marco concreto en el que los profesionales han de buscar colocación. La recesión, la inflación, el desempleo son los males cotidianos y casi perennes y ahí, en medio de ese cúmulo de factores negativos, es donde los egresados deben desenvolverse. Los economistas se integran a esta problemática con dificultades, al igual que todos los egresados de estudios superiores.
Aunque la problemática de empleo es compleja, hay algunos aspectos claves que se han detectado por medio de la encuesta realizada, y son:
1. Tiempo transcurrido hasta encontrar el primer empleo.
2. Forma de encontrar empleo.
En los dos próximos apartados se comentan estas cuestiones atendiendo a la titulación, sexo y edad de los encuestados.
Tiempo transcurrido hasta encontrar el primer empleo
La encuesta mostró que 22, es decir, 51.8 por ciento de los egresados de la licenciatura en Economía por la UAEM han tardado menos de seis meses para encontrar trabajo, lo cual puede considerarse como un hecho favorable si se toman en cuenta las dificultades mencionadas arriba.
Por sexo, los hombres (55.4 por ciento) superan a las mujeres (47.9 por ciento) que han tardado no más de seis meses en buscar un puesto de trabajo. Casi 20 por ciento de los encuestados tardaron entre seis meses y un año para emplearse, por lo cual podemos decir que a pesar de las dificultades imperantes en el país, 70 por ciento de los profesionistas encuentran colocación laboral en menos de un año. Esto encuentra explicación en el hecho de que la oferta de economistas en el Estado de México no es muy grande y en el de que los egresados de la UAEM se encuentran localizados en el centro del país, donde impera una gran actividad económica, todo lo cual repercute en un aceptable nivel de accesibilidad a un empleo. (gráfica 5). Por otro lado, un dato que ya apunta a niveles de desempleo de cierta consideración es el que expresa que 8.2 por ciento de los economistas tardaron más de un año en ser contratados.
En cuanto a la edad, los jóvenes también tienen dificultad para colocarse laboralmente, es decir, no se colocan rápidamente, y cuando lo hacen tienen que aceptar bajos niveles salariales, o bien, ocupaciones no relacionadas con su profesión.
Forma de encontrar empleo
La mayor parte de los egresados han encontrado colocación mediante relaciones personales o familiares (48.4 por ciento), otro porcentaje no muy elevado lo hizo a través de la Facultad de Economía (11.7 por ciento), 7.1 por ciento a través de anuncios o empresas de selección, 3.5 por ciento por oficinas de colocación, tres por ciento por oposición, otro 5.2 por ciento por otros procedimientos (gráfica 6). A este respecto parece necesaria la coordinación de las bolsas de trabajo institucionales con los posibles demandantes de economistas con el fin de extender la información sobre el empleo de los economistas, ya que es obvia la deficiente operatividad del Departamento de Servicio Social y Bolsa de Trabajo de la Facultad de Economía de la UAEM, y de las oficinas de colocación. Está bastante claro que el procedimiento más tradicional, relaciones propias, sigue siendo el cauce principal en la consecución de puestos de trabajo.
Conclusiones
La idea que predomina actualmente acerca de la pertinencia de las estrategias educativas tiene como paradigma la vinculación con la economía. Esto ha provocado que políticos, empresarios y padres de familia insistan en que las acciones educativas de los jóvenes se orienten, principalmente, por las necesidades del proceso productivo más que por inclinaciones personales y capacidades vocacionales. Por su parte, la evaluación de la calidad de las instituciones educativas descansa, cada vez más, en los indicadores de empleo de sus egresados que, con todo y que hasta ahora han sido manejados sin una base objetiva, han reforzado la estructura jerárquica y desigual del sistema educativo.
No es éste el lugar para discutir lo adecuado (o inadecuado) que resulta priorizar la vinculación con el sistema productivo para establecer las estrategias educativas del país, de sus instituciones y de su población. Lo cierto es que esta situación ha sido, en parte, efecto de la profunda crisis económica que ha estado presente en México desde principios de la década de 1980. Al haberse agravado las condiciones de pobreza en las que vive un número creciente de mexicanos y al hacerse evidente el incremento en los niveles de desempleo, el temor de pasar a formar parte de los excluidos se ha agudizado. La competencia se ha convertido en una fuente fundamental de motivaciones y normas para la acción. Como consecuencia, los valores dominantes de la sociedad han empezado a regirse abiertamente por la lógica del mercado.
En dicha lógica, la educación y el trabajo han reforzado su papel como bienes, objetivizándose en la escolaridad y el empleo. El valor que la sociedad les otorga a cada uno de estos bienes, en el proceso de intercambio, se vincula con las leyes de la oferta y la demanda y con la escasez o abundancia relativa de cada uno de ellos. Al haberse convertido el empleo en un bien escaso ha aumentado su valor frente al de la escolaridad. Con el crecimiento de las oportunidades de acceso al sistema educativo se ha provocado un incremento en la oferta de trabajo calificado que se vende en el mercado. Así, de ser un valor en sí misma, el valor social de la escolaridad deviene a ser considerada un bien para el intercambio.
La falta de correspondencia entre la oferta de profesionistas y la demanda por parte del sistema económico es una característica estructural de nuestro desarrollo. En los últimos años esta desvinculación se ha ido agravando y ha adoptado características específicas. Mientras que la demanda de educación superior continúa en ascenso, el mercado laboral presenta un escenario de insuficiencia creciente, debido a las crisis recurrentes, el decaimiento de la actividad económica y las altas tasas de desempleo; en forma adicional se tiene que el sector público ha pasado de ser un importante empleador a un desempleador, por la estrategia gubernamental adoptada hace más de una década, especialmente en lo que se refiere al énfasis en el pago de la deuda externa, el privilegio de desarrollo de las esferas financieras, la apertura externa; el adelgazamiento de las actividades del Estado y la ausencia de una política agrícola e industrial para todo el país.
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Información sobre la autora
María del Carmen Salgado Vega. Licenciada en Economía por la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEM), maestra en Desarrollo Regional por la UAEM y doctora en Economía por la Universidad de Salamanca, España, Miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Profesora investigadora de la Facultad de Economía de la UAEM desde 1986. Líneas de investigación: mercado de trabajo, educación y desarrollo regional. Tesis doctoral: Mercado de trabajo y educación superior. Artículos más recientes: "Conceptualización teórica sobre el mercado de trabajo", "Educación universitaria y mercado de trabajo" y "Evolución de la industria manufacturera en el Estado de México". Correo Electrónico: casal961@yahoo.com.mx