Introducción
El trabajo infantil no es un fenómeno nuevo, ha acompañado al hombre en sociedad durante casi todos los estadios históricos, desde las sociedades recolectoras, cazadoras y agrícolas hasta la sociedad industrial.
En las sociedades preindustriales los menores, como parte de la comunidad, llevaban a cabo diversas actividades, que eran vistas como un apoyo en las tareas de sobrevivencia de la comunidad y como un aprendizaje de lo que a futuro, al convertirse en adultos, deberían realizar. Ya en los albores del capitalismo, la finalidad de esta actividad se transforma, los niños son parte de la gran industria y su trabajo observa características de gran explotación, como bajos salarios, jornadas extenuantes y repercusiones físicas, psicológicas y educativas. Si bien en los países más desarrollados esta situación ha mermado con la implementación del Estado de Bienestar y las políticas públicas enfocadas al ataque de las desventajas sociales, en los países en vías de desarrollo y del tercer mundo, la participación de la fuerza de trabajo infantil es más constante, y suele tener condiciones desfavorables (Marlenga, et al., 2007; Acevedo et al., 2011).
En el presente artículo se aborda el trabajo infantil en México a partir de la exploración de datos estadísticos obtenidos del Módulo de Trabajo Infantil (MTI) para dos años: 2007 y 2013.1 Este Módulo se incluye en la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) y es levantado desde el año 2007 por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI).
El objetivo en este texto es analizar a la población trabajadora de 5 a 11 años. Se anotarán las características de su participación laboral, los cambios de su participación en el tiempo y se señalarán los elementos que inciden en que los niños y niñas se incorporen al trabajo en México a partir, fundamentalmente, de los rasgos individuales, de los contextos familiares y de algunas características del entorno.
Para lograr lo anterior, en primer lugar se detallan someramente algunos estudios que analizan las causas por las que los niños se incorporan al mercado; en seguida, se revisan los resultados del MTI para ambos años haciendo énfasis en las características del trabajo y los motivos de ingreso. En el siguiente apartado se estudia esta problemática en función de tres dimensiones, las que guiarán el análisis: la individual (a partir del sexo y la edad), el hogar (a partir del sexo del jefe del hogar y el tamaño de la familia) y el contexto (definido por el espacio en donde ocurre el trabajo y la condición de desocupación del jefe del hogar). Posteriormente se muestran los resultados de dos modelos de regresión probit bivariado a fin de analizar, para ambos años, los efectos de estas tres dimensiones en la probabilidad de ser o no un niño/a que trabaja. En el último apartado se resaltan algunas conclusiones.
Acerca del trabajo Infantil
Dada su complejidad y diversidad, tanto en la literatura científica como en la normatividad generada por los organismos internacionales -ya sea el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia UNICEF (por sus siglas en inglés) o la Organización Internacional del Trabajo OIT- se ha presentado dificultad para llegar a un consenso respecto a un concepto integral y preciso del trabajo infantil, debido a que éste puede tomar diversas formas y ubicarse en un sinnúmero de actividades.
Las modalidades pueden ir desde niños/as que trabajan en el hogar desempeñando actividades domésticas, niños/as que laboran en las jornadas del campo en el contexto de la unidad productiva familiar, niños/as que trabajan en situación de calle hasta niños/as que se emplean en los mercados laborales como asalariados o bajo condiciones de ilegalidad.
Después de una larga trayectoria de acuerdos y señalamientos por parte de la OIT para formular un concepto apegado a la realidad de los niños que trabajan, a finales de la década de los noventa se definió que el trabajo infantil es
...el conjunto de actividades que implican, sea la participación de los niños (y niñas) en la producción y comercialización de los bienes no destinados al autoconsumo, sea la prestación de servicios por los niños a personas naturales o jurídicas o a personas físicas o morales (OIT, 1995, en López, 1998: 83).
Señalando también que "la expresión trabajo infantil o trabajo de los niños abarca toda actividad económica efectuada por una persona de menos de quince años de edad, cualquiera que sea su situación en la ocupación (trabajador asalariado, trabajador independiente, trabajador familiar no remunerado, etc.)" (OIT, 1995, en López, 1998: 83).2
En México, de acuerdo con los indicadores de la Resolución de la Decimoctava Conferencia Internacional de Estadísticos del Trabajo llevada a cabo en Ginebra, 2008, el trabajo infantil se define como
aquel que se da con la participación de una niña, un niño o adolescente en una actividad remunerada o no, que realiza al margen de la ley, en muchas ocasiones en condiciones peligrosas o insalubres, o de violación a sus derechos, lo cual les puede producir efectos negativos inmediatos, futuros para su desarrollo físico, mental psicológico o social u obstaculizar su educación (OIT, 2014: 56).
El diagnóstico de los niños que trabajan se torna en un quehacer difícil, de lo que ciertamente existe consenso es sobre el hecho de que por su naturaleza de actividad prohibida, históricamente ha sido invisibilizado. Las actividades laborales de los niños no son declaradas en las estadísticas oficiales, por lo que no existe un conocimiento exacto de cuántos son, en dónde están y a qué se dedican en cada época del año.
Estimaciones a nivel internacional indican que para 2012, 144.1 millones de niños realizaban alguna actividad económica, de los cuales, 85.3 millones lo hacían en una situación que ponía en riesgo su salud, ya sea en minas, en el sector de la construcción, o en el sector agrícola manejando pesticidas y agroquímicos, en condiciones insalubres e infames y sin derechos; además de que se registraron niños y niñas expuestos a la trata de personas o la explotación sexual (OIT, 2012).
Para el mismo año, la OIT estimó que a nivel mundial, una de cada seis personas entre los 5 y 17 años de edad participaba en la producción de bienes y la prestación de servicios destinados al mercado y que de éstas, dos de cada tres eran explotadas bajo alguna modalidad de las peores formas del trabajo infantil3. Dos terceras partes de las niñas y niños ocupados en trabajos peligrosos no rebasaron los 15 años; y la prostitución y la pornografía ha afectado sobre todo a las niñas (OIT, 2012).
En la misma fuente se señala que América Latina y el Caribe fue la tercera región del mundo con mayor porcentaje de niños trabajadores, registrando 12.5 millones de niñas y niños entre 5 y 14 años que trabajaron sin haber cumplido la edad mínima de admisión al empleo durante el 2012. La gran mayoría se ocuparon en la agricultura y otros se desempeñaron en sectores como la minería, los basureros, el trabajo doméstico, la cohetería y la pesca, considerados de alto riesgo.
En el caso de México, si bien los datos del MTI revelan que la proporción de niños que trabajan en el país ha disminuido, en 2013, 8.6 por ciento de la población de 5 a 17 años trabajaba, lo que significó que dos millones 536 693 niños, niñas y adolescentes estaban ocupados. Por otra parte, 2.4 por ciento del total de niños y niñas de 5 a 11 años reportaron estar ocupados (INEGI, 2014).
El trabajo infantil y la familia
Basu y Van en su célebre artículo The Economics of Child Labor (Basu y Van, 1998) señalaban que, en general, el trabajo infantil ocurre por una necesidad familiar, en la que los padres se ven obligados a enviar a sus hijos a trabajar por razones de estricta sobrevivencia. Incluso, señalaban, en el momento en que un hogar que tiene hijos menores trabajadores incremente sus ingresos, los niños irán poco a poco abandonando su presencia en el trabajo. En este tenor, el trabajo infantil entre las familias de escasos recursos es considerado parte fundamental para la reproducción de los hogares, mientras que el no trabajo infantil, puede resultar un lujo, al cual muchas de las familias pobres no tienen acceso (Basu y Van, 1998: 415). Partiendo de esta premisa -que sigue cobrando terreno en las actuales investigaciones sobre el tema (Orozco, 2012) -, en lo que aquí se escribe se asume que el trabajo infantil puede entenderse como una estrategia utilizada por las familias para contener las crisis económicas que, en el caso de México, han sido recurrentes.
El enfoque de "estrategias de sobrevivencia" surge en la década de los setenta y busca explicar las diversas maneras en que los sectores económicamente más deprimidos resuelven los efectos de la pobreza a partir de sus propios recursos familiares. Este enfoque propone que es al interior de las familias donde ocurre buena parte de la reproducción de la fuerza de trabajo y que es en la familia, donde se busca paliar el deterioro de las condiciones de bienestar; por lo tanto, las características de cada unidad doméstica serán elemento clave para organizar y determinar las actividades de sus miembros. Al respecto pueden revisarse los clásicos trabajos surgidos en la década de los ochenta de Arguello (1981), Barsotti (1981), Rodríguez (1981), Torrado (1981), Torres (1985); más recientemente -siguiendo la misma línea- los trabajos de Villasmil (1998), De Oliveira y Salles (2000) y en los últimos años, por ejemplo, González de la Rocha, (2009) o Román y González (2015).
La propuesta general de este enfoque señala que la familia4 es el ámbito en donde, en principio, se crean los afectos y se crea parte de la identidad, pero también es el lugar en donde se generan elementos de cambio y de fuertes transformaciones: cambian las relaciones entre sus miembros, lo que repercute en diferentes formas de organización y en nuevas relaciones entre los géneros y las generaciones; se modifican las formas de ejercicios de autoridad, de las relaciones de poder, de los lazos de solidaridad, pero también se diversifica la división interna del trabajo. Es así que el contexto y las características familiares son determinantes para entender los movimientos que se dan al interior de las familias y que orilla a unos miembros a incorporarse al mercado laboral y a otros a asumir diversas responsabilidades al interior de la unidad, todo con el objetivo de incrementar el ingreso y de mejorar las condiciones de vida de la familia. Cada miembro pone en práctica la modalidad que más le acomoda (o a la que tiene acceso, o la que se le encomienda) para garantizar la supervivencia y reproducción de su unidad doméstica, y dicha modalidad tiene que ver con el entorno social y económico de pertenencia (Adejuwon, 2008; González de la Rocha, 2009; Acevedo et al., 2011).
Los niños, como integrantes de las familias, forman parte de esta mano de obra familiar, conforman una mano de obra secundaria y marginal que entra y sale del mercado con mayor intermitencia junto con la de los jóvenes y los ancianos (Tokman, 2004), en función de los cambios en la economía y los requerimientos de su familia (Adejuwon, 2008).
Existen diversas investigaciones que analizan el trabajo infantil desde distintas miradas. En este documento interesan aquéllas que estudian la importancia de la actividad de los menores en el entorno familiar. Por una parte están las investigaciones basadas en una metodología cualitativa, que con una contribución principalmente desde la antropología revelan las razones de este tipo de trabajo como resultado de la pobreza y marginalización en que viven algunos hogares, pero agregan la importancia de comprender el campo cultural y las normas sociales, que juegan un rol vital en este fenómeno (Bagchi, 2006; Invernizzi y Tomé, 2007; Ayala et al., 2013). Existen también otros documentos de corte macroestructural que parten de entender este trabajo dentro de contextos de pobreza en que viven los niños y sus familias y revelan las consecuencias de este trabajo, en términos de salud, de aprovechamiento escolar, de repercusiones a futuro, etc. (Hope, 2007; Urueña et al., 2009; OIT, 2015). Y están además aquéllos que analizan los factores familiares que inciden en el trabajo infantil, la mayoría de estos últimos se basan en modelos econométricos y suelen revisar los ingresos, la pobreza familiar y las características del hogar (Novick y Campos, 2007).
Dentro de los textos que desde una posición cuantitativa analizan el fenómeno del trabajo infantil a partir de los ingresos y/o la pobreza, se encuentran los que revisan el tema incluyendo la importancia de la escolaridad de los menores en función de la relevancia que tiene la escuela para los padres. Los resultados sugieren que si los padres consideran que la escuela es una tarea necesaria para los niños, privilegiarán la presencia de sus hijos en las aulas más que en el trabajo, a pesar de provenir de un hogar pobre; los que no piensan así, darán prioridad al trabajo de los menores (Amit et al., 2002; citado en Novick y Campos, 2007).
Torres (2008) con una idea similar estudia para Argentina la importancia de la edad y el nivel de educación de los tutores de los menores que trabajan, encontrando que el nivel educativo de los progenitores es una variable fundamental para inhibir o aumentar la presencia de los niños en el mercado laboral.
Lawrence (2010) analiza el caso brasileño a partir de un modelo econométrico. Él revisa las implicaciones del trabajo infantil de menores que trabajan en la producción del zapato, vinculado con el trabajo doméstico y la presencia escolar. La intención del autor es conocer si la actividad de los niños (en casa o fuera de ella) repercute en su bienestar, su salud y los rendimientos escolares. Encuentra que los efectos son diversos: sí existe cierto daño a la salud en la confección del zapato en tanto se utilizan productos químicos; sin embargo, no se aprecian efectos severos a la salud, ni una repercusión negativa en su participación escolar. Un hallazgo importante del texto de Lawrence es que las niñas, al realizar trabajo doméstico al interior del hogar suelen asistir menos a la escuela, lo que tiene un efecto negativo en términos de que no obtienen satisfacción personal (Lawrence, 2010).
Novick y Campos (2007) realizan una profunda revisión a la literatura general sobre el trabajo infantil a la luz de los hogares, y muestran que los análisis sobre el tema, en general, coinciden en dos aspectos: i) existe una relación entre el trabajo infantil y el ingreso de los hogares: a mayor ingreso, menor trabajo infantil en las familias y ii) la magnitud de esta relación no es tan grande como se piensa "ya que su forma no es lineal: un primer incremento en los ingresos provoca una reducción en el trabajo infantil pero, atravesado un determinado umbral, aumentos sucesivos generan reducciones cada vez menores" (Novick y Campos, 2007: 32).
De manera más concreta, existen estudios que se han interesado -como el que aquí se propone- en conocer los elementos familiares que inciden en la participación de los niños en el trabajo: entre estos, Paz y Piselli (2011), analizan para el caso argentino diversos factores familiares (ingresos, lugar de residencia, edad de los padres, educación de los padres, asistencia escolar de los menores) y miden cómo estas variables repercuten en la entrada al trabajo de niños y adolescentes, encontrando diferencias importantes sobre todo vinculadas a la edad del menor.
Para México en específico está el artículo de Pedro Orraca (2014) quien, aunque tiene como objetivo conocer la relación de los niños que trabajan y su presencia en la escuela, introduce en su ejercicio el lugar que ocupa el niño en el entorno familiar, convirtiéndose -esta posición- en un determinante que incrementa o inhibe el trabajo infantil: los primogénitos en los hogares pobres, suelen ser los que más participan en el mercado en comparación con sus hermanos menores.
Dentro de esta última línea se ubica el documento que aquí se presenta.
El trabajo infantil en México: 2007 y 2013
En este apartado se revisarán, primero, las características generales del trabajo de los niños y niñas, y en segundo lugar las características individuales, las del hogar y las del contexto de referencia, para dar pie al apartado del modelo.
En un principio se observa (Cuadro 1) que, de acuerdo con las dos encuestas revisadas, en los seis años que transcurren entre 2007 y 2013, la proporción de población infantil trabajadora disminuyó 1.19 puntos porcentuales, que equivale a poco más de 170 mil menores de entre 5 y 11 años.
Fuente: elaboración propia con base en Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo 2007 y 2013, Módulo de Trabajo Infantil, INEGI (2008 y 2014).
* En 2013 el concepto es por gusto o sólo por ayudar.
En cuanto a los motivos por los que trabajan los menores y su comportamiento en ambos años -aun con las diferencias derivadas del cambio de las preguntas en el MTI- se observa que la actividad de los niños y las niñas es un recurso que apoya la economía de sus hogares, sea por la obtención de un ingreso, por la actividad realizada o por el ahorro que implica que el costo de ciertos gastos sean cubiertos por el mismo menor; esta necesidad, en términos de la frecuencia mostrada, es más evidente en 2007 que en 2013.
Características del trabajo infantil
Mediante el análisis de las encuestas mencionadas es posible conocer el sector de actividad en el que se ocupan los niños y las niñas de 5 a 11 años de edad (Cuadro 1). Ellos y ellas tienen tres nichos de ocupación: el sector agropecuario, el comercio y los servicios; sin embargo en los años considerados en este estudio, su participación cambió (aunque se sigue concentrando en estos tres sectores): para 2007 el sector donde más se ubicaban era el agropecuario, para 2013 fue el comercio, esto parece señalar que el trabajo que en 2007 se concentraba más en unidades campesinas, ahora se traslada también a sitios más urbanos o a actividades menos ligadas con los entornos rurales (esta idea se retomará en el apartado referente a las características del contexto).
Según el sexo de los niños, su participación en el tiempo se transforma. Para ambos sexos disminuyó la participación en el sector agrícola, pero para los niños aumentó su presencia en la industria manufacturera mientas que las niñas pasan a incorporarse al sector comercio y los servicios, tendencia similar a la ocurrida entre la población adulta. Así, vemos que desde edades tempranas se presenta una consolidación de la división sexual del trabajo, vinculando las características de lo masculino a los empleos industriales y las características femeninas a la prestación de servicios y el comercio (Hoyos, 2000).
En el Cuadro 1 se señala también la posición en la ocupación de las niñas y los niños que trabajan. En ambos años el grueso de la población estudiada se registra como trabajadores no remunerados, rebasando 60 por ciento. Pero llama la atención que durante los seis años ocurre un aumento de menores en el rubro de trabajadores subordinados y remunerados ante la disminución de los no remunerados; además la diferencia por sexo revela datos que hay que comentar: las niñas son quienes disminuyen en mayor medida como no remuneradas (15.4 por ciento) e incrementan su presencia como subordinadas y remuneradas (38.8 por ciento), cifras mucho más altas que las reportadas para los menores varones. También hay que mencionar que entre los niños y niñas que declararon trabajar por cuenta propia, son las niñas quienes de 2007 a 2013 incrementaron más su presencia en este rubro. Estas evidencias sugieren que los niños de 5 a 11 años en 2013 salen de sus hogares a realizar su actividad económica en solitario, pero más ellas que ellos, y que las niñas van abandonando cada vez más los espacios de trabajo privados y contenidos al interior de los hogares, donde no recibían remuneraciones.
De la mano de lo anterior se observa el nivel de ingresos para los dos años (Cuadro 2), se tiene que casi siete de cada diez niños y niñas que trabajan no recibe ingresos, y prácticamente el resto recibe sólo un salario mínimo. Pero ocurrieron cambios de 2007 a 2013: la tendencia -aunque lenta- es que la proporción de los que no recibe ingresos -como arriba se señaló- se vaya reduciendo, y más en el caso de las niñas, quienes disminuyeron en mayor medida su presencia en este rubro aumentándolo en recibe hasta un salario mínimo (reducción de 10 puntos porcentuales ellas y de 3.6 ellos).
Fuente: elaboración propia con base en Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo 2007 y 2013, Módulo de Trabajo Infantil, INEGI (2008 y 2014).
Con relación a la jornada laboral, la mayoría de los niños y niñas trabajan menos de 15 horas a la semana, sin embargo en 2013 se incorporaron más menores en la categoría de 15 a 24 horas, acercándose poco a poco a una jornada de trabajo adulta, con un incremento mayor el caso de las niñas.
Otro dato importante que puede ayudar a caracterizar mejor la situación de la ocupación de los niños y las niñas de 5 a 11 años, es su situación en función de la persona para la que trabajan. Algunos estudios han puesto en evidencia que la presencia de activos familiares como la tierra en el caso de las actividades agrícolas o la capacidad de emprender alguna actividad económica o productiva por parte de los hogares pueden ser factores relacionados con la presencia de los niños en las actividades laborales
...la presencia de una empresa familiar facilitará que las familias pongan a trabajar a los niños. En consecuencia, es posible que una familia sólo pueda usar tales activos si sus hijos trabajan más, antes que menos (Brown, 2000: 105).
En el Cuadro 2 se muestra que el grueso de los niños y las niñas que trabajan lo hace para un familiar o para una persona que habita en la misma vivienda. Ello mostró un aumento de 8.7 puntos porcentuales de 2007 a 2013.
Igualmente, se registra que más de 90 por ciento de niños y niñas reporta que el lugar de trabajo es apropiado, no obstante se observa un aumento de quienes respondieron que el lugar donde trabajan no tiene condiciones adecuadas, pasando de 4.9 a 8.2 por ciento de 2007 a 2013. Respecto a la condición de accidente, lesión o enfermedad, muy pocos fueron los que tuvieron aluna eventualidad, aunque más hombres que mujeres requirieron de algún tipo de asistencia.
Características individuales
En el Cuadro 3 se presentan las características individuales de los niños y niñas que trabajan. Como puede observarse en el trabajo infantil participan más niños que niñas, la tasa de participación de ellos casi duplica la femenina, puede decirse que la ocupación de los menores está eminentemente masculinizada. Al respecto, la menor presencia femenina puede estar disfrazada en el trabajo doméstico que es generalmente atribuido a las mujeres, quienes se hacen cargo de tareas del hogar para que otros miembros de las unidades domésticas puedan incorporarse al trabajo productivo como puede ser el cuidado de los hermanos menores o la realización de algunas tareas domésticas (ver los trabajos de Cartwright y Patrinos, 2000; y Miranda y Macri 2015). Las cifras aquí referidas permiten suponer que existe una subestimación de la presencia de las niñas en las actividades domésticas y de cuidados y esto podría estar explicando, en este sentido, los porcentajes menores.
Fuente: elaboración propia con base en Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo 2007 y 2013, Módulo de Trabajo Infantil, INEGI (2008 y 2014).
La edad es también un componente que marca diferencias en el fenómeno del trabajo de los niños y las niñas. Por lo regular, los niños de mayor edad tienen mayor probabilidad de trabajar que los niños pequeños, en tanto los más grandes presentan capacidades mayores. Así ocurre particularmente en el caso de los adolescentes que cada vez son más capaces de realizar tareas físicamente exigentes a medida que se aproximan a la madurez (Brown, 2000). Orraca (2014), para México, ha mostrado que el orden de nacimiento que ocupa el niño en la familia tiene un papel determinante para que participe o no en el mercado laboral: los más grandes en el entorno familiar serán los que participen en mayor medida.
Aunque, si bien en términos globales se ha mostrado una disminución del trabajo infantil de 2007 a 2013, al desagregar por edad y sexo, se observan algunos comportamientos peculiares: grosso modo, entre 2007 y 2013 hay una tendencia hacia la disminución entre los varones hasta los ocho años y a partir de los nueve, un incremento; entre las mujeres, en cambio, no hay una tendencia clara ascendente (ellas aumentan su participación en las edades 6, 7, 9 y 11). Para entender el comportamiento de las niñas, debe tenerse presente la subdeclaración y el efecto del trabajo doméstico que realizan en el hogar para que otros miembros puedan acceder al mercado de trabajo público. Lo que es cierto es que, en términos generales, a medida que aumenta la edad, a lo largo de la infancia, aumenta la participación en el trabajo de forma gradual y constante.
Otra importante característica individual es la escolaridad de cada niño/a. La literatura especializada en el tema ha mantenido una amplia discusión sobre la relación entre escuela y trabajo como eje articulador en el fenómeno del trabajo infantil, llegando a la conclusión generalizada de que los niños que trabajan suelen tener una escolaridad menor que los niños que no lo hacen (Rausky, 2009; Urueña et al., 2009) o bien tienen mayores posibilidades de presentar repetición de grados y deserción temporal. En las encuestas analizada en este artículo, se observa que para 2007, 5.7 por ciento de los niños y las niñas de 5 a 11 años que se reportaron como ocupados no asistían a la escuela frente a 3.8 por ciento de los no ocupados. La misma tendencia se repite para el año 2013, pues de los ocupados, 7.4 por ciento dijeron no asistir a la escuela frente a 2.4 por ciento de los no ocupados que dijeron no asistir. Es decir, en cuanto a estos porcentajes, el trabajo infantil sí parece competir con la asistencia escolar.
A primera vista los datos referentes a la participación escolar de los niños y niñas de 5 a 11 años ocupados en México revelan que en su mayoría los menores trabajadores asisten a la escuela y no se evidencian cambios considerables entre los dos años que se comparan: para ambos años calendario la asistencia escolar registra más de 96 por ciento. En el análisis por sexo llama la atención que aunque hay mayor porcentaje de niñas que niños en la escuela, hay una ligera disminución en la asistencia escolar de las niñas (1.7 puntos porcentuales) de 2007 a 2013, no así en los varones, en donde la disminución sólo registra 0.04 por ciento. Este dato es digno de atender debido a que en las últimas décadas México ha invertido importantes recursos en la disminución de la pobreza, tratando de incentivar la asistencia escolar de las niñas. Un ejemplo de ellos, es el programa gubernamental de aquella época Oportunidades (Yaschine, 2012).
Cuando se analiza el trabajo infantil junto con la asistencia a la escuela deben considerarse, al menos, dos situaciones: por una parte que los niveles de asistencia escolar presentan un cruce con la variable edad, en sentido estricto las niñas y los niños de 5 a 11 años deberían estar en el sistema escolar en el nivel preescolar y primaria que hoy día son obligatorios por ley en México;5 otro aspecto relacionado con la asistencia escolar y que tiene que ver particularmente con las niñas, es que el aumento del apoyo por concepto de becas para estudiar es mayor para el caso de ellas, lo que debería reflefarse en una mayor presencia de niñas en la escuela, y no es así.
En cuanto al acceso o no acceso de los niños y las niñas a otro tipo de apoyos por parte del Estado u otro actor social, si bien las cifras muestran que en 2013 hay más niños/as que trabajan que reciben algún tipo de ayuda o apoyo que seis años atrás, prácticamente 40 de cada 100 de los menores trabajadores no recibe ningún tipo de ayuda según los datos del MTI.
Características de los hogares
En este texto se parte de que para entender la ocupación de los niños y las niñas de 5 a 11, resulta fundamental el análisis de las características de los hogares, esto es así porque, como anteriormente se señaló, las circunstancias materiales de las familias explican en mucho la calidad de vida de los niños y las niñas, concordamos con la propuesta generalizada respecto a que el aumento de la calidad de vida disminuye la probabilidad de que un niño trabaje. Aspectos como la presencia del padre de familia, la capacidad del jefe del hogar para trabajar y generar ingresos suficientes, el sexo del jefe del hogar, la escolaridad del jefe, el número de integrantes en el hogar, entre otras, tienen una relación cercana con la práctica del trabajo infantil.
El Tipo de hogar es una de las características que requieren ser analizadas en pro de un mejor entendimiento sobre la situación de los niños y niñas trabajadores/as (Cuadro 4). Se observa que aproximadamente 65 de cada 100 niños que trabajan viven en un hogar de tipo biparental (dos padres y los hijos), condición que pudiera estar conectada con la posibilidad de que estos hogares movilizan a los hijos e hijas como una estrategia de uso de activos internos en la medida que pueden sustituir la fuerza de trabajo de otros miembros, debido a que no son hogares de gran tamaño como lo podrían ser los de tipo ampliado o no nucleares. Se muestra también que es precisamente el tipo de hogar ampliado el que sigue en importancia, sobresaliendo 26 por ciento de chicos y chicas trabajadores que pertenecen a un hogar de este tipo. Llama la atención que no hay cambios importantes de un año a otro.
Fuente: elaboración propia con base en Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo 2007 y 2013, Módulo de Trabajo Infantil, INEGI (2008 y 2014).
El número de hogares de niños trabajadores jefaturados por un solo padre es menor a los conformados por ambos padres. Según Cartwright y Patrinos (2000), cuando los hogares se estructuran alrededor de uno sólo de los padres, ya sea el padre o la madre, se dificulta la supervivencia y reproducción material, lo que lleva a considerar a los niños y niñas un importante recurso interno para ampliar las perspectivas de reproducción.
Es decir, ellos, los menores, salen menos al trabajo fuera del hogar, sus tareas se realizan al interior de la unidad confundiendo su trabajo como una "ayuda" y por lo tanto no es contabilizada.
El Tamaño del hogar es también una característica relevante. El acuerdo generalizado en los estudios sobre el trabajo infantil es que entre más integrantes haya en el hogar las necesidades materiales aumentarán y el uso de la mano de obra de los hijos e hijas será una estrategia para sortear los efectos de los costos en que se recurre cuando hay un gran número de integrantes, pero también, habiendo tantos miembros en un hogar, se arrojará al mercado a los más capacitados, a los más aptos, que no siempre son los más pequeños. El Cuadro 4 muestra el porcentaje de niños y niñas de 5 a 11 años según el tamaño de los hogares. Resaltan en proporción los niños y las niñas trabajadores que provienen de unidades domésticas de cuatro a cinco integrantes (más de la mitad de los casos en ambos años del estudio); a lo que le sigue el tamaño seis a siete integrantes y luego los de uno a tres. Estos resultados son congruentes con el tipo y tamaño de la familia mexicana, ya que el mayor porcentaje de estos niños y niñas forman parte de una familia biparental con cuatro a cinco integrantes, igualmente es consecuente con las recientes tasa de fecundidad de 2.2 hijos por mujer a nivel nacional para el año 2013 (INEGI, 2014). Entre 2007 y 2013 llama la atención el caso de las niñas trabajadoras quienes disminuyen su presencia en los hogares de cuatro a cinco integrantes, pero la aumentan entre los de uno a tres, lo cual podría estar indicando que la crisis ha golpeado, incluso, a hogares de pocos miembros, en donde el uso de la mano de obra infantil (particularmente femenina) suele estar más presente.
Por su parte, la variable sexo del jefe del hogar es otro de los indicadores que puede tener influencia sobre el trabajo infantil. Se sabe que en las actividades agrícolas si el jefe del hogar es varón, las posibilidades de que los hijos e hijas trabajen aumentan; al parecer los jefes hombres ven con menos aspectos emotivos la participación de los hijos e hijas en las faenas laborales (Alarcón, 2006). Los resultados del Cuadro 4 parecen revelar que no sólo en los hogares agrícolas ocurre esta situación, México es altamente urbano y el porcentaje de los niños que trabajan que viven en hogares encabezados por hombres mostró un ligero incremento en el lapso de estos seis años.
Según estudios realizados sobre el trabajo infantil en América Latina, las jefaturas femeninas enfrentan mayores obstáculos para salir a flote en las épocas de dificultades económicas, por lo que habría mayor participación de los hijos e hijas en el mercado de trabajo, con la característica de recepción de retribuciones económicas (Alarcón, 2006), sin embargo con los datos de la MTI en 2007 y 2013 no se percibe esta situación.
Características del contexto
Las características que hemos llamado de contexto representan un acercamiento a la situación del fenómeno del trabajo infantil desde una visión mucho más macroestructural. En este sentido el tamaño de la localidad donde habitan los niños y las niñas de 5 a 11 años ocupados es un indicador que permite conocer el espacio económico y social en donde ocurre el trabajo infantil.
En el Cuadro 4 se observa que más de 40 por ciento de estos niños vive en espacios considerados como rurales, es decir localidades de menos de 2 500 habitantes; ello podría indicar que son chicos y chicas que se ocupan en actividades vinculadas a labores del sector agrícola, aunque existen también aquellos vinculados en los servicios y el comercio. Si bien hay una disminución en el período de referencia, este porcentaje supera por mucho al resto de las categorías.
Al mismo tiempo se observa un aumento en el porcentaje de niñas y niños ocupados que habitan en localidades urbanas o de más de 100 mil habitantes, sobre todo en lo que corresponde a los varones, y en las ciudades de 15 mil a 99 999 habitantes en el caso de las niñas. En las zonas urbanas el trabajo infantil está vinculado en mayor medida a la participación en el sector servicios y el comercio, principalmente como vendedores callejeros, ayudantes en establecimientos comerciales y servicios domésticos.
Es posible destacar, según las cifras, que las niñas, tanto en los espacios más urbanos como en los menos urbanos, presentan una participación porcentual similar, en tanto los niños se concentran principalmente en los espacios más rurales. En el campo, el trabajo infantil de los niños y las niñas es una actividad común y conocida, pero en las grandes urbes la presencia de las niñas resulta ser la que impera.
La condición de ocupación del jefe del hogar es otro importante indicador para conocer el contexto económico que prevalece, con él queremos mostrar la situación del empleo en el país, particularmente se muestra si los adultos han tenido o no posibilidades de insertarse en el mercado laboral y por consiguiente supone el bienestar de los niños y las niñas que viven y dependen de los adultos. Si el jefe del hogar está desocupado posiblemente habrá periodos de adversidad económica en las que será necesario que los hijos e hijas menores ayuden en las actividades para la supervivencia de la familia.
Los datos señalan que el porcentaje de los jefes de familia no ocupados es del orden de nueve por ciento para ambos años, es decir, la mayoría de los entornos familiares de los niños que trabajan están formados por jefes activos.
El modelo y los resultados
Una vez teniendo un panorama general, conociendo las características individuales, del hogar y del contexto de estos niños y niñas, se presentan dos modelos logísticos bivariados con el fin de conocer los factores que inciden en la probabilidad de ser un niño/ña ocupado y las diferencias en los dos años del estudio.
Se eligió utilizar modelos de regresión logística, ya que a partir de estos se expresa la probabilidad de que ocurra el evento estudiado, en este caso que el niño o la niña esté ocupado, en función de otras variables consideradas relevantes (Green, 2003).
Los modelos a estimar para cada año se expresan en la siguiente ecuación: Yi = bi Xi + ei
Donde Yi = 1 si el niño o niña está ocupado y cero en caso contrario.
X ... k son las variables independientes.
La ecuación general o función logística queda como sigue:
Donde a, b1, b2, b3... bk son los parámetros del modelo.
Para este caso los modelos se han construido con tres bloques de variables explicativas: las variables individuales, las del hogar y las correspondientes al contexto. Del total de variables explicativas disponibles -las descritas en los apartados anteriores- se han elegido aquellas con menor nivel de asociación con la variable dependiente mediante análisis bivariado.
En las regresiones logísticas la variable que se desea modelizar (Y) es categórica, y con frecuencia dicotómica, lo que facilita la representación de fenómenos en dos circunstancias: SI/NO (Green, 2003). Como variable dependiente para este caso se usa la condición de ocupación del niño o niña; y toma las siguientes alternativas:
Donde la categoría de referencia es la número 0, es decir, la categoría No ocupado.
Así, los modelos para cada año de estudio que se han construido se resumen como sigue:
Condición de ocupación ={Sexo, Edad, Asistencia a la escuela, Sexo del jefe del hogar, Tipo de hogar, Tamaño del hogar, Ocupación del jefe del hogar, Tipo de localidad}
Los modelos a estimar se resumen en el Cuadro 5.
Tomando en cuenta que los coeficientes estimados de los modelos no son directamente interpretables, fue necesario el cálculo de los momios para conocer la probabilidad relativa de estar ocupado, de donde se obtuvieron los siguientes resultados (Cuadro 6).
Fuente: elaboración propia con base en Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo 2007 y 2013, Módulo de Trabajo Infantil, INEGI (2008 y 2014).
En el Cuadro 6 se muestran las probabilidades relativas de ser o no un niño ocupado.6 De inicio resalta que las variables que inciden en que los menores trabajen son las de corte individual y las contextuales; las características del hogar no son significativas. Pero además, según la tendencia mostrada en los dos años, la importancia que pudiesen haber tenido en 2007 disminuye para 2013.
Así, tenemos que en 2007 la variable que mayor peso presenta en la propensión de ser un menor trabajador tenía que ver con el sexo del menor, el modelo arroja que ser varón aumentó en 65.7 por ciento la propensión de trabajar en comparación con ser una niña. La edad del niño fue también estadísticamente significativa, a cada año de edad aumentó la probabilidad de ser un niño trabajador en 53.2 por ciento. En cuanto a la asistencia escolar, vemos que no asistir a la escuela incrementó 61.6 por ciento la propensión de trabajar en comparación con los niños que sí asistían. Es decir: en 2007 ser varón, tener más edad y no ir a la escuela ponía en mayor riesgo a los niños al aumentar su probabilidad de ser trabajadores.
En 2013 la probabilidad de que un niño trabaje en comparación con una niña fue de 54 por ciento, (probabilidad menor que la calculada en 2007), en cuanto a la edad, en cada año la probabilidad de trabajar creció 55 por ciento (ligeramente más alta que seis años atrás). En cuanto al vínculo con la asistencia escolar, en 2013 el no asistir a la escuela aumenta en 294.8 por ciento la propensión de trabajar (casi cinco veces más que en 2007). Este es el cambio más fuerte entre los dos años. Resumiendo, para 2013 es menos importante el sexo; la edad presenta prácticamente la misma incidencia en la probabilidad de trabajar en ambos años, pero la asistencia escolar fue determinante en este año.
Al observar el Cuadro 6 y detenernos en el rubro de las características del hogar, llaman la atención tres situaciones: primero que la gran mayoría no tuvieron significancia estadística en los dos años; segundo, que hay variables familiares que en el tiempo pierden fuerza como el tipo de hogar ampliado y el tener un hogar con ambos jefes, parecería que esas características ya no son elementos que fusionen el hogar.
En tercer sitio, que sólo la categoría de familias más pequeñas (uno a tres miembros) presentaron significancia estadística y en crescendo. La propuesta de que las familias grandes son las que envían a sus hijos a trabajar no se refleja en este modelo, al contrario, estadísticamente hablando las familias pequeñas son las que envían a los miembros menores al mercado y más en 2013; es decir, cuando hay pocos miembros, es cuando se recurre a los niños o niñas.
En cuanto a las variables contextuales encontramos lo siguiente: haber vivido en 2007 en un localidad mayor de 100 mil habitantes disminuyó 65.6 por ciento la probabilidad de trabajar. Vivir en un localidad de 15 mil a 99 mil habitantes la disminuyó un poco menos (58.1 por ciento) y habitar en un localidad de 2 500 a 14 999 habitantes hizo que decreciera 34.8 por ciento la probabilidad de trabajar en relación a vivir en un espacio rural.
Para 2013, en cambio, vemos que el vivir en un localidad mayor de 100 mil habitantes comparado con vivir en una zona rural hizo que disminuyera 59.5 por ciento la probabilidad de trabajar de los niños/as. Habitar en una localidad de 15 mil a 99 mil habitantes disminuyó la probabilidad a 50.5 por ciento. Y ser habitante en una localidad de 2 500 a 14 999 habitantes disminuyó la probabilidad de que el menor trabajara en 45.8 por ciento con relación a los de menos de 2 500.
Llama la atención, a partir de estos resultados, que con el paso de los años la probabilidad de trabajar de los niños según el tamaño de la localidad resulta ser más parecida, es decir en 2013, el vivir en una localidad de 2 500 a 15 mil habitantes genera más o menos la misma propensión para que los niños trabajen que el vivir en un metrópoli, hecho que no ocurrió seis años atrás. Es decir, el tamaño de la localidad va perdiendo sentido también, al igual que la dimensión familiar.
Finalmente en cuanto al jefe del hogar, en 2007 la probabilidad de que un niño/a trabaje cuando el jefe de su hogar está desocupado disminuyó 43.7 por ciento, en 2013 dicha probabilidad disminuyó 57 por ciento. Es decir, un jefe sin trabajo, no recurre a la ocupación de sus hijos para solventar el desempleo, no lo hizo en 2007, pero menos en 2013.
Reflexiones Finales
La literatura ha mostrado, como se señaló anteriormente, que el trabajo infantil es resultado de distintas condiciones. Por una parte la entrada al trabajo de estos menores no se basa en el nivel de escolaridad alcanzado ni en las habilidades adquiridas de manera formal, más bien se trata de un trabajo que depende en gran medida del entorno familiar, de la condición y la escolaridad de los padres, del ingreso económico de los padres y del sitio donde se habita. En este tipo de actividad tiene que ver otro tipo de situaciones vinculadas con el entorno, con la cultura y con la economía.
Como resultado de este texto se desprende que las condiciones individuales del menor como la edad y el sexo son fundamentales para la inserción laboral: en general hay más niños que niñas y hay más en edades mayores. También se corroboró que la situación escolar es un elemento que está vinculado a la presencia en el trabajo: los que no asisten a la escuela tienden más a incorporarse al mercado laboral o, en sentido inverso, la asistencia al trabajo hace que incursiones menos en la escuela. Además el trabajo infantil se presenta un poco más en espacios rurales.
Si bien este tipo de actividad tiene un origen multifacético encontramos en este artículo algunos cambios. Por ejemplo, variables como el tamaño del hogar, el tipo de familia, la actividad del jefe o el tipo de jefatura, que habían influido de forma importante en la presencia de los menores en el mercado parecen ya no dar explicaciones contundentes. Asimismo, características del territorio también van perdiendo peso, hoy vivir en un área rural o en una gran urbe limita o fomenta por igual la incursión temprana al mercado.
El resultado de este texto, en principio, muestra que la propuesta original de explicar la presencia de los niños y las niñas en el mercado a partir de las características de los hogares, si bien tiene sentido, ya no muestra datos contundentes, es decir: desde 2007, pero más en 2013, el entorno familiar ha perdido fuerza como espacio de contención, como espacio regulador de quiénes salen y quiénes se quedan en el hogar. Los niños que en el MTI en 2007 y 2013 se reportaron como trabajadores, no provienen todos de los hogares más grandes, o de los hogares con jefes inactivos, o de hogares fracturados o de espacios rurales. Lo que los une es que sus familias, sin importar tanto el número de sus miembros o el tipo de jefatura, o el lugar de residencia, cuando se encuentren en situaciones de necesidad económica, requieran de su trabajo, de su ingreso, de su aportación económica o de su apoyo en las tareas del hogar.
Sin duda, la familia sigue siendo el espacio de afectos y cuidados, pero los resultados de este trabajo indican que los hogares han dejado de actuar como colchón o refugio ante el trabajo infantil o como detonante del mismo, es decir: en momentos de recesión económica, de escasez, de pocas oportunidades, en donde hay pobreza perenne, con padres con o sin empleo, con presencia de ambos progenitores o con ausencia de alguno, con hermanos o sin ellos, las estrategias que se generan requieren en la actualidad de más miembros incluyendo los más pequeños, los de 5 a 11 años.
Sin embargo hoy, con estos resultados vemos que hay características de fuerte influencia: los niños trabajan más que las niñas, pero cada vez ellas están más presentes; a cada año de edad aumenta su probabilidad de trabajar, y las grandes urbes al igual que los espacios rurales invitan a los niños al trabajo, más o menos a todos y todas por igual sin que las dinámicas de su familia de origen tengan influencia decisiva.
No cabe duda de que las causas del ingreso de los niños al trabajo están arrojando nuevas delimitaciones y nuevas respuestas que habrá que ir analizando.