Introducción
La dinámica de la migración de México a Estados Unidos ha sufrido transformaciones significativas en los últimos quince años. Aunque la población mexicana continúa emigrando a ese país buscando mejorar sus ingresos y calidad de vida, la opción de ir a trabajar al norte enfrenta dificultades crecientes, no sólo por el reforzamiento del control fronterizo y el incremento de las deportaciones de migrantes irregulares por parte del gobierno estadounidense, sino por la contracción de la demanda de trabajo de media y baja calificación, proceso que se agudizó con la crisis económico-financiera de 2007-2008. El nuevo escenario migratorio se caracteriza, entonces, por una desaceleración de la migración internacional mexicana, un aumento sin precedentes de la migración de retorno y una notable desaceleración del monto de remesas que los migrantes envían a sus familiares en México.
Si bien éstas son las tendencias generales de la dinámica migratoria en la coyuntura actual, las expresiones económicas, sociales y territoriales de este fenómeno en México no son homogéneas. La desaceleración de la emigración a Estados Unidos fue particularmente intensa en algunas entidades del Centro-Occidente de México entre 2000 y 2010. Esto es, en la llamada región Tradicional de migración, proceso que ha sido calificado por algunos autores como de “colapso migratorio” (Durand y Arias, 2014). Sin embargo, otras regiones del país, como la Sur-Sureste, no sólo no disminuyeron su participación como regiones proveedoras de migrantes y receptoras de remesas, sino que incluso la aumentaron (Giorguli, Angoa y Villaseñor, 2014). Esto confirma el hecho que los efectos de la migración son esencialmente heterogéneos, e impactan de manera desigual a regiones, grupos sociales y sectores económicos de un determinado país de origen (Haas, 2010).
Las características del patrón migratorio en los estados del Sur y Sureste de México entre 2000 y 2010, entidades que concentran a la mayoría de la población indígena del país, despertaron nuestro interés por investigar la dinámica de la migración indígena, pero sobre todo, de la recepción de remesas en hogares con población indígena. Al respecto surgieron las siguientes preguntas: ¿Existe una dinámica propia de los grupos indígenas de México en relación con la migración internacional y la recepción de remesas de Estados Unidos? ¿qué tan distinta es esta dinámica respecto de la población no indígena?
En este contexto, el presente artículo tiene como objetivo realizar un análisis de los hogares indígenas receptores de remesas en México. Por un lado, se pretende dar cuenta del volumen, distribución territorial y las características sociodemográficas de los hogares indígenas receptores. Y por otro, se busca resaltar el aporte que las remesas monetarias recibidas por los hogares indígenas tienen en la economía nacional. Todo ello desde una perspectiva comparativa con los hogares receptores conformados exclusivamente con población no indígena.
Para cumplir con tal objetivo hacemos uso de la estadística descriptiva y utilizamos los microdatos de los Censos Generales de Población y Vivienda de 2000 y 2010, los cuales contienen información sociodemográfica, antecedentes migratorios y condición de recepción de remesas de las personas censadas, así como de las características de los hogares a los que pertenecen, incluyendo su ubicación residencial y geográfica. Asimismo, para estimar el monto de remesas y destacar su importancia en la economía regional y nacional, nos apoyamos en los datos recolectados por la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (ENIGH), y en las estadísticas sobre remesas familiares reportadas por el Banco de México (Banxico).
Para la identificación y construcción de los hogares indígenas a partir de la información contenida en las bases censales y la ENIGH se utilizó como criterio principal la condición de habla indígena de sus residentes. Es decir, que en el hogar viviera al menos una persona, de cinco años o más registrada en el censo de 2000 y de tres años o más en el de 2010, que hablara alguna lengua indígena. Cabe precisar que no se consideró el criterio de autoadscripción a un grupo indígena debido a que la forma de captar esta información es mediante una pregunta de autoreconocimiento, la cual no se realiza directamente a cada uno de los miembros del hogar -únicamente a quien contesta el cuestionario-, situación que puede generar problemas de sobrenumeración, en comparación con el criterio de hablar alguna lengua indígena. Al respecto, Vázquez y Quezada (2015) señalan que el cambio en la redacción e introducción de la palabra “cultura” en la pregunta de autoadscripción en censo mexicano de 2010 generó una sobredeclaración étnica, posiblemente debido a la adhesión de amplios sectores de la población a la cultura indígena.
Asimismo, es importante mencionar que debido a los cambios en la unidad de análisis entre ambos censos, la cual dejó de ser el hogar en 2000 y pasó a ser la vivienda en 2010, todos los indicadores presentados en el análisis fueron construidos a nivel vivienda, con la finalidad de hacerlos comparables en el tiempo. Tomando en cuenta estos elementos, en este trabajo se entiende como hogar indígena con migrantes al conjunto de personas o núcleos familiares que se sostienen de un gasto en común, que comparten una misma vivienda en la que al menos uno de sus integrantes habla lengua indígena,1 y que directa e indirectamente están vinculados con la migración internacional y la recepción de remesas.
El artículo se compone de las siguientes partes. Primero, se presentan algunos antecedentes sobre la participación de la población indígena en la migración mexicana a Estados Unidos y la recepción de remesas. Enseguida, se da cuenta del número y distribución territorial de los hogares indígenas receptores de remesas en México, destacando los cambios más significativos entre 2000 y 2010. Posteriormente, se realiza una descripción sociodemográfica de estas unidades familiares, así como una estimación del ingreso por remesas indígenas y su aporte a la economía nacional. Finalmente, a modo de conclusiones, se presentan algunas reflexiones finales.
La migración internacional, remesas y hogares indígenas en México
La migración laboral a Estados Unidos es una realidad histórica que involucra a amplios segmentos de la población indígena nacional. Sus orígenes se remontan al Programa Mexicano-Estadounidense de Prestación de Mano de Obra, mejor conocido como “Programa Bracero”, que operó entre 1942 y 1964, en el que participaron, junto con otros migrantes mexicanos, indígenas purépechas del estado de Michoacán y mixtecos de los estados de Guerreo, Oaxaca y Puebla (Fox y Rivera-Salgado, 2004), otomíes del estado de Hidalgo (Álvarez, 1995), y ya casi al final del programa se incorporaron indígenas mayas de la Península de Yucatán (Solís y Fortuny, 2010; Durand y Massey, 2003). De hecho, diversos estudios dan cuenta de cómo en ese periodo, y, particularmente, durante las décadas de los setenta y ochenta, poco a poco más indígenas se fueron sumando a los flujos migratorios hacia Estados Unidos. Entre ellos, huicholes de Nayarit y Jalisco, nahuas, zapotecos, triquis y otros grupos étnicos originarios de Guerrero y Oaxaca (Zabin, 1992; Velazco, 2002).
Las estadísticas migratorias muestran que del total de migrantes mexicanos que participaron en el Programa Bracero, alrededor de ocho por ciento eran nativos de los estados de Oaxaca, Guerrero, Puebla, Hidalgo y Yucatán, los cuales son altamente expulsores de población indígena. Años más tarde, la Encuesta en la Frontera Norte a Trabajadores Indocumentados Devueltos por las Autoridades de Estados Unidos de América (ETIDEU), levantada por el Consejo Nacional de Población (CONAPO) en 1984, reveló que a esas entidades federativas pertenecía cerca de 12 por ciento de los migrantes mexicanos que fueron devueltos por las autoridades estadounidenses en ese año, lo que indica que la emigración de la población indígena se mantuvo e incrementó durante el periodo conocido como la “era de los indocumentados” (1965-1986), caracterizada por un mayor control del flujo migratorio por parte del gobierno estadounidense y la deportación de los migrantes que no tenían su situación migratoria en regla (véase Durand y Massey, 2003).
Durante las décadas de los años setenta y ochenta, la maduración de las redes sociales tejidas y extendidas por los primeros migrantes indígenas a lo largo y ancho del territorio mexicano, que conectaban los lugares de salida con los de llegada en Estados Unidos, facilitaron la migración de otros indígenas (Velasco, 2002). Seguramente, no sólo de los que residían en sus pueblos y comunidades de origen, sino también de aquellos que por distintos motivos se habían movido y establecido en otros estados y regiones del país. Tal es el caso de los indígenas mixtecos, mixes, huastecos, zapotecos, tlapanecos, nahuas y triquis de los estados de Oaxaca y Guerrero, quienes año tras año emigran para emplearse como jornaleros en los campos agrícolas y frutícolas de Sinaloa, Sonora y Baja California (Rubio y Millán, 2000). Se trata de una migración de familias completas, muchas de las cuales se han establecido permanentemente en las colonias o campamentos ubicados alrededor de los campos agrícolas, en tanto que otros indígenas han aprovechado las redes migratorias para cruzar la frontera México-Estados Unidos y buscar trabajo en los campos agrícolas de California y estados vecinos (Velasco, 2002). De ahí que no es de sorprender que 5.6 por ciento de los migrantes nativos de Guerrero y Oaxaca hayan logrado legalizar su situación migratoria a través de los programas de amnistía (LAW) y de trabajadores agrícolas especiales (SAW) contemplados en la Ley de Reforma y Control de la Inmigración (IRCA, por sus siglas en inglés) de 1986 (Durand y Massey, 2003).
Calderón Chelius (1994) considera que los años ochenta constituyeron la década de la migración indígena, pues nunca antes los grupos étnicos mexicanos tuvieron tal presencia, llegando a presentar tasas de crecimiento mayores que la población no indígena. No obstante, fue hasta finales de la década de los noventa y primeros años de este siglo cuando este segmento poblacional incremento notoriamente su participación en la migración internacional. Sobre todo, a raíz de la incorporación de otros migrantes indígenas provenientes de zonas rurales de los estados del centro y sur de la República Mexicana, que tradicionalmente aportaban muy pocos migrantes al flujo migratorio. Tal es el caso de los indígenas hñahñús (otomíes) del estado de Hidalgo (Solís y Fortuny, 2010; Serrano, 2006), los mazahuas, otomíes, nahuas, matlatzincas y tlahuicas del Estado de México (Castro, 2015), los totonacas y nahuas de Veracruz (Moctezuma-Pérez, 2011; Martínez, 2010), y, más recientemente, los tzotziles de Chiapas (Villafuerte y García, 2006).
Un estudio elaborado por el CONAPO (2001) sobre la migración internacional de la población indígena mexicana, con base en datos de la Encuesta sobre Migración en la Frontera Norte (EMIF), mostró que de los poco más de 129 mil desplazamientos de personas hablantes de lengua indígena captadas por la encuesta, que se dirigían a la frontera norte del país entre 1998 y 2000; 47 mil tenían la intención de cruzar a Estados Unidos para trabajar o buscar trabajo; 75 mil para trabajar temporalmente en alguna de las ciudades fronterizas mexicanas; y siete mil migrantes, emplearse en los mercados laborales fronterizos (en las localidades fronterizas de ambos países). De acuerdo con dicho estudio, 39 por ciento de los migrantes indígenas provenían de las entidades federativas que conforman la región Sur-sureste y 29 por ciento de la región Centro del país, destacando el Estado de México, Veracruz, Guerrero, Puebla, Hidalgo y Oaxaca, que según datos del Censo de Población y Vivienda de 2000, aportaron en conjunto alrededor de 30 por ciento del total de los migrantes mexicanos que entre 1995 y 2000 realizaron al menos un viaje a Estados Unidos.
A lo largo de la década 2000-2010, la migración indígena mexicana a Estados Unidos continúo su curso. Ello a pesar de la crisis económica de 2008, la cual golpeó fuertemente la economía de Estados Unidos y, sobre todo, sectores económicos donde tradicionalmente se han empleado los trabajadores mexicanos inmigrantes en ese país (Ramírez y Mesa, 2011). De los poco más de 37 mil migrantes hablantes de lengua indígena captados por la Encuesta sobre Migración en la Frontera Norte (EMIF) en 2011, 42 por ciento tenía como destino final alguna ciudad o localidad de la frontera norte de México, y el restante 58 por ciento se dirigía a Estados Unidos. La falta de oportunidades laborales y mejores remuneraciones salariales, los altos índices de pobreza y de marginación, aunados a los conflictos sociales y políticos internos, así como las expectativas de lograr una vida mejor fuera de sus lugares de origen, son algunos de los factores macro y microeconómicos que han empujado y sostenido la migración internacional de la población indígena en diferentes regiones, estados y municipios del país (Sedesol, 2010).
En Veracruz, por ejemplo, un estado catalogado como de alta marginación en 2010, y donde la política económica neoliberal ha golpeado fuertemente a los productores y trabajadores cañeros y cafetaleros, ha sido notorio el incremento de la migración interna e internacional, no sólo de los indígenas, sino también de la población mestiza en la última década (Mestries, 2003). En Chiapas, la caída internacional de los precios del café y sus efectos en el desplome del empleo y la agudización de la desigualdad social en el campo, así como los desastres ocasionados por los huracanes Mitch en 1998 y Stan en 2005, convirtieron a la migración internacional en una de las principales estrategias de sobrevivencia de muchas familias campesinas e indígenas (Villafuerte y García, 2006). De tal forma que, en tan sólo un lustro, ambos estados pasaron de la invisibilidad a la visibilidad en las estadísticas migratorias mexicanas. Al igual que en su momento lo hicieron Guerrero y Oaxaca, otras de las entidades más pobres y marginadas del país a donde pertenece una alta proporción de la población indígena migrante.
Las estadísticas censales permiten sostener que, a pesar del descenso experimentado por la migración mexicana a Estados Unidos en los últimos años, la población indígena ha continuado emigrando al país vecino del norte, e incluso lo ha hecho con un mayor dinamismo que la población mestiza y que la población migrante en subconjunto. Situación que se ha hecho evidente en el número de familias indígenas vinculadas con la migración internacional. Sobre este punto, los datos censales muestran que, mientras que a nivel nacional el porcentaje de hogares con emigrantes a Estados Unidos cayó de 4.26 a 1.94 por ciento entre 2000 y 2010, lo que representó una disminución de 2.3 puntos porcentuales, entre los hogares con residentes indígenas dicho indicador pasó de 2.74 a 2.3 por ciento en el mismo periodo; es decir, una disminución de apenas de 0.44 por ciento, cifra mucho menor a la registrada por los hogares no indígenas que fue de 2.53 por ciento (al caer de 4.44 a 1.91 por ciento) (véase Tabla 1).
% de hogares con emigrantes a Estados Unidos del quinquenio anterior |
% de hogares con migrantes circulares del quinquenio anterior |
% de hogares con migrantes de retorno del quinquenio anterior |
% de hogares que reciben remesas del exterior |
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Total de hogares | ||||
2000 | 4.26 | 0.97 | 0.87 | 4.49 |
2010 | 1.94 | 0.92 | 2.19 | 3.62 |
Hogares indígenas | ||||
2000 | 2.74 | 0.48 | 0.45 | 2.48 |
2010 | 2.30 | 0.68 | 1.57 | 2.61 |
Hogares no indígenas | ||||
2000 | 4.44 | 1.02 | 0.92 | 4.72 |
2010 | 1.91 | 0.94 | 2.25 | 3.72 |
Fuente: estimaciones de los autores con base en INEGI: muestras censales de 2000 y 2010.
Esta mayor actividad migratoria entre los hogares indígenas se refleja también en el porcentaje de hogares con migrantes circulares; es decir, de familias con personas que en los quinquenios comprendidos entre 1995-2000 y 2005-2010, respectivamente, fueron y regresaron al menos una vez de Estados Unidos. En este caso, los datos revelan que contrario a la tendencia registrada para el total nacional y, sobre todo, en comparación con la observada en los hogares conformados únicamente por población no indígena, entre los que tienen residentes indígenas aumentó el porcentaje de migrantes circulares, el cual pasó de 0.48 a 0.68 por ciento. Asimismo, aunque el retorno de población mexicana de Estados Unidos es un fenómeno que se ha registrado en casi todos los grupos domésticos vinculados con la migración a Estados Unidos, la presencia de este tipo de migrantes también fue menor entre los hogares indígenas.
Una tendencia similar se observa al analizar la proporción de viviendas que recibieron remesas monetarias del exterior en 2000 y 2010 según presencia de población indígena. Concretamente los datos indican que, mientras que a nivel nacional el número de hogares receptores de remesas disminuyó de 4.49 a 3.62 por ciento entre 2000 y 2010, y de 4.72 a 3.72 en hogares no indígenas, en las viviendas con indígenas aumentó de 2.48 a 2.61 por ciento en el mismo periodo. Estos resultados constatan la relevancia que ha adquirido la migración internacional entre la población indígena mexicana y la recepción de remesas en los hogares a los que pertenecen, ingresos que, sin lugar a duda, tienen un papel importante en superveniencia de estas unidades domésticas, tal y como se ha encontrado en otros hogares receptores de remesas en el país (Lozano et al., 2010).
La evidencia empírica muestra que las remesas constituyen una de las principales fuentes de ingresos de los hogares indígenas, debido principalmente a la escasa estructura de oportunidades presente en sus comunidades de origen, así como a las limitaciones de presupuesto que les impiden apropiarse de activos para mejorar su calidad de vida (Cruz, 2014). De hecho, existe consenso en el sentido que dichos recursos se destinan principalmente a la satisfacción de necesidades básicas, tales como la adquisición de bienes de consumo inmediato o duradero, a la compra y mejora de la vivienda, así como al cuidado de la salud y educación de sus residentes (Conapo, 1998). Matus (2018) encuentra que los miembros de los hogares receptores de remesas de la comunidad de Tunkás, Yucatán, destinaban 90 por ciento de esos ingresos para gastos básicos, por lo que gran parte de esas unidades domésticas dependía de las remesas para su subsistencia. Ello se debe a que, como señala Bartra (2002), las remesas son básicamente un salario, y su vocación natural está orientada a garantizar la subsistencia de la familia y, de ser posible, ampliar su patrimonio y elevar su calidad de vida y estatus. Las remesas permiten también al grupo familiar afrontar diversas emergencias como enfermedades, hospitalizaciones, defunciones, velorios, entre otras (Pedrero, 2018).
Se sabe también que a través de las denominadas remesas colectivas los migrantes contribuyen al desarrollo económico e infraestructura de sus comunidades de origen. Por ejemplo, las asociaciones de migrantes en el exterior suelen con frecuencia enviar remesas para apoyar en la construcción y rehabilitación carreteras, escuelas, bibliotecas y centros de salud, así como en la implementación y desarrollo de proyectos productivos (Solís y Fortuny, 2010). Tal como explica Lewin (2007) que sucede en el Frente Indígena de Lucha Triqui, el cual realiza colectas de remesas entre los migrantes oaxaqueños radicados en Estados Unidos para enviarlas a sus lugares de origen.
Este tipo de uso que suele darse a los ingresos monetarios provenientes del exterior, se ha registrado en varios pueblos y ejidos indígenas del país. Mindek (2003) señala que, en las comunidades de la mixteca oaxaqueña, las remesas se utilizan para realizar obras de infraestructura comunitaria, como construir edificios públicos y escuelas. Plantea además que las remesas tienen efectos multiplicadores en las comunidades indígenas, ya que parte de esos recursos son utilizados en el consumo de bienes y servicios que ofrece la población no migrante. En este tenor, se señala que las remesas pueden promover la producción agrícola y los pequeños negocios dependiendo de las condiciones económicas, la distancia a los mercados regionales, los recursos disponibles, el tipo de inversión, las habilidades y capacidades de los productores (Alvarado, 2012). Masferrer (2004) encontró que en las localidades totonacas del estado de Puebla se registró una mayor inversión en la industria de la construcción, debido a los efectos de los ingresos por remesas que llegan a esa región.
Se ha documentado también que, además de los beneficios que aportan las remesas para el sostenimiento económico de los hogares indígenas y mejoramiento de las condiciones de vida de sus pueblos y comunidades de origen, dichos ingresos contribuyen al reforzamiento de lazos familiares, sociales y culturales, de pertenencia e identidad étnica, así como asegurar la membresía ciudadana y el arraigo comunitario (Sánchez, 2018). En este sentido, Sánchez y Goldsmith (2014) señalan que los montos de remesas que llegan a las comunidades indígenas ha permitido realizar gastos más altos para llevar a cabo actividades que les permiten reproducir su cultura y mantener sus costumbres y tradiciones, como son las fiestas cívicas y religiosas.
Por su parte, Moreno (2006, citado en Sánchez, 2018: 24) encontró que a los migrantes otomíes del Valle del Mezquital, en el estado de Hidalgo, que enviaban remesas colectivas se les otorgaba la posibilidad de opinar sobre la construcción de obras públicas. Sin embargo, también subraya que el incumplimiento del envío de remesas por parte del migrante a sus familiares influye negativamente en el mantenimiento de su estatus social, el prestigio y otros derechos ciudadanos.
Dada la importancia que dichos recursos monetarios tienen en la mejora de las condiciones de vida de la población indígena mexicana cabe preguntarse: ¿en qué estados y regiones del país se localizan los hogares indígenas receptores de remesas? ¿cuál es su perfil sociodemográfico y qué diferencias presentan con respecto a otros hogares perceptores? y ¿cuál es el aporte monetario que la población indígena migrante realiza a la economía nacional a través de los ingresos que entran al país bajo el concepto de remesas monetarias? Con la finalidad de dar una respuesta a estas interrogantes, a continuación se presenta un análisis geográfico y sociodemográfico de los hogares indígenas receptores de remesas en México desde una perspectiva comparativa con aquellos sin población indígena.
Cambios en la distribución territorial de los hogares indígenas receptores de remesas entre 2000 y 2010
Uno de los rasgos más distintivos de actual patrón migratorio a Estados Unidos es la mayor participación de distintos grupos étnicos procedentes de diferentes estados, regiones y localidades del país, lo cual se ha reflejado en un número cada vez más grande de hogares indígenas vinculados con la migración internacional y la recepción de remesas monetarias provenientes del exterior. De acuerdo con los datos censales, en términos absolutos, el número de hogares indígenas receptores de remesas a nivel nacional aumentó de 56 mil a 67 mil entre 2000 y 2010, lo que en términos relativos significó un incremento de 19.2 por ciento. Dicho aumento supera con creces al registrado por el total de hogares perceptores de remesas en el país, que fue 5.8 por ciento, y el de aquellas unidades familiares sin miembros indígenas de cinco por ciento (véase Tabla 2).
2000 | 2010 | % de variación entre 2000 y 2010 |
|
---|---|---|---|
Total de hogares | 981,244 | 1,038,447 | 5.8 |
Hogares indígenas | 56,708 | 67,614 | 19.2 |
Hogares no indígenas | 924,536 | 970,833 | 5.0 |
Fuente: elaboración de los autores can base en INEGI: muestras censales de 2000 y 2010.
Estos grupos domésticos se encuentran distribuidos a lo largo y ancho del territorio mexicano, pero tienen especial representación en determinadas zonas y localidades del país. En tal sentido, y con la finalidad de realizar un análisis más completo sobre la ubicación geográfica y de los cambios experimentados en las últimas dos décadas, a continuación se presenta un análisis de la distribución territorial de los hogares indígenas receptores de remesas a nivel regional, estatal y municipal.
Distribución regional de los hogares indígenas receptores de remesas
Como ya fue anotado, la constante y sostenida participación de la población indígena en la dinámica migratoria a Estados Unidos, así como la incorporación de otros indígenas nativos de entidades federativas que hasta fechas recientes no tenían una participación importante en la migración internacional, ha propiciado cambios importantes en la geografía migratoria a nivel regional.2 Al respecto, los datos censales muestran que la mayoría de los hogares indígenas receptores de remesas se localizan en los estados que conforman la región migratoria Sur-sureste, los cuales aumentaron significativamente durante la última década al pasar de representar 42.2 por ciento en 2000 a 52.5 por ciento en 2010; es decir, experimentaron un crecimiento de 10.3 puntos porcentuales. La región Centro es la segunda en importancia, ahí se concentra alrededor de 32 por ciento de los hogares indígenas perceptores de remesas, proporción que se mantuvo constante en el periodo de análisis. En cambio, la región Norte y la Tradicional de emigración mexicana a los Estados Unidos presentaron una disminución relativa en el número de hogares indígenas receptores de remesas, situación que fue más radical en el caso de la región Tradicional, donde el porcentaje hogares indígenas perceptores cayó de 17.7 a 11.4 por ciento entre 2000 y 2010 (véase Figura 1).
Distribución estatal de los hogares indígenas receptores de remesas
Es evidente que los cambios observados en el nivel regional son un reflejo de los acontecidos en las entidades federativas que las conforman. No obstante, cabe subrayar que en cada región existen estados y municipios que registran desde una muy baja hasta muy alta intensidad migratoria México-Estados Unidos (Conapo, 2012); es decir, existe una gran heterogeneidad en la dinámica migratoria al interior de cada región. Sobre este punto, la Figura 2 muestra que Oaxaca, Puebla, Nayarit, Veracruz, Guerrero, Hidalgo, Yucatán y Quintana Roo, fueron los estados que tuvieron el mayor crecimiento en el número de hogares indígenas receptores de remesas en el país durante la última década. La primacía de este conjunto de estados se explica no solamente por el alto volumen de hogares receptores que albergan, sino también por la madurez que ha adquirido el fenómeno migratorio en cada una de ellas. En 2010, por ejemplo, Oaxaca registró un alto grado de intensidad migratoria México-Estados Unidos, ubicándose en el décimo lugar a nivel nacional (Conapo, 2012). De ahí que, entre 2000 y 2010, haya sido el estado con el mayor crecimiento de hogares indígenas receptores de remesas (+6,423 hogares). En el otro extremo se encuentran Michoacán, Jalisco, Baja California, Guanajuato, Estado de México y Sinaloa. De estos, Michoacán fue la entidad que tuvo la mayor reducción de hogares indígenas receptores de remesas (-1,347 hogares). En este sentido, podría suponerse que muchas familias purépechas y nahuas oriundas de los municipios de Tangamangapio, Paracho, Quiroga, Chilchota, Nahuatzen y Aquila, Michoacán, altamente expulsores de población indígena en el estado dejaron de percibir remesas monetarias de parte de sus familiares y amigos radicados en Estados Unidos, o de aquellas personas que retornaron al estado después de haber vivido y trabajado en ese país.
Estos datos dan cuenta del impacto desigual que presenta la recepción de remesas tanto a nivel regional como estatal. Es decir, a pesar de que los hogares indígenas receptores de remesas crecieron entre 2000 y 2010, dicho aumento no fue homogéneo, ni se dio con la misma intensidad en los hogares indígenas según región y estado de residencia y, por ende, por grupo étnico. La región norte presentó un crecimiento negativo de 37.9 por ciento entre 2000 y 2010. De los ocho estados que la conforman sólo cuatro tuvieron un ligero crecimiento en el número de hogares indígenas perceptores de remesas. Estos son, en orden de importancia: Nuevo León, Tamaulipas, Baja California Sur y Coahuila (véase Figura 3). Este es un resultado interesante, pues se trata principalmente de entidades receptoras de población migrante interna que se ha establecido temporal o definitivamente en algunas de sus localidades y ciudades. Tal es el caso de los jornaleros agrícolas mixtecos, zapotecos, nahuas, popolucas, triquies, amuzgos y tlapanecos indígenas de los estados de Oaxaca, Guerrero y Veracruz que llegan al Valle de Santo Domingo en el municipio de Comandú, al Valle de Vizcaíno en el municipio de Mulegé, y al Valle de San Juan de los Planes en el municipio de la Paz, Baja California (Ojeda, 1997), quienes una vez terminada la temporada agrícola se desplazan a Estados Unidos (Lara y Carton de Grammont, 2003).
En cambio, las cuatro entidades de la región norte que registraron un crecimiento negativo en el número de hogares receptores de remesas fueron Baja California, Sinaloa, Chihuahua y Sonora. De ellos, Chihuahua es el estado que más llama la atención, ya que además de ser tierra de indígenas tarahumaras, tepehuanos, guarijíos y pimas, recibe población indígena proveniente de otros estados del país. No obstante cabe destacar que, después de varias décadas de ser una entidad receptora de población, durante el último decenio registró un saldo neto migratorio negativo (INEGI, 2010); es decir, pasó de ser una entidad receptora a una expulsora de población. Posiblemente debido al declive que experimentó la industria maquiladora de exportación tras la recesión económica mundial de 2008, pues como es bien sabido este sector económico absorbe una proporción importante de la mano de obra migrante que llega al estado. Pero también dicha reducción puede ser resultado de la ola de violencia e inseguridad pública que azotó algunas ciudades y municipios chihuahuenses en los últimos años, situación que orilló tanto a población nativa como inmigrante a desplazarse hacia otros estados y municipios del país, o bien hacia las ciudades fronterizas de Estados Unidos (García, 2014).
Esto, a su vez, pudiera ser un factor explicativo de la reducción de los hogares receptores de remesas integrados tanto por población indígena nativa como por otros indígenas inmigrantes.
La región tradicional de emigración a Estados Unidos también registró un descenso en el número de hogares indígenas receptores de remesas (-23.2 por ciento), pues solamente Nayarit, Colima y Zacatecas tuvieron un ligero aumento de tales unidades familiares. Particularmente el estado de Nayarit, cuyo aumento absoluto fue de 1,882 unidades. En cambio, como ya habíamos anotado, Michoacán fue la entidad que exhibió la mayor reducción (-1,347 hogares), seguido por Jalisco, Guanajuato, Durango, San Luis Potosí y Aguascalientes. De acuerdo a los grupos étnicos que habitan en esas entidades, pudiéramos pensar que los hogares conformados por población indígena huichol en los estados de Colima y Jalisco, por purépechas y nahuas en Michoacán, y por otros indígenas en Aguascalientes, Guanajuato y Zacatecas, fueron los que experimentaron una reducción de sus recursos monetarios, pues como se ha documentado en otros estudios sobre el tema las remesas constituyen una parte importante del ingreso corriente monetario de estas unidades familiares (Lozano et al., 2010).
Por el contrario, en la región centro se registró un aumento de 18.1 por ciento. De las siete entidades que la componen, cinco presentaron un crecimiento positivo en el número de hogares indígenas receptores de remesas: Puebla, Hidalgo, Tlaxcala, Querétaro y Morelos. De ellas, Puebla e Hidalgo, fueron las que registraron el crecimiento más significativo de la región (+3,141 y +937 hogares, respectivamente). A ambas entidades han aportado desde la década de los ochenta, pero mayoritariamente desde los noventa, una proporción significativa de los indígenas hñahñús (otomíes), nahuas, mixtecos, popolucas y totonacas que participan en las corrientes migratorias que se dirigen a los Estados Unidos. Además, dentro de la región central, son los estados que presentan un mayor dinamismo en la migración internacional. De ahí que en los últimos años se hayan ubicado entre las principales entidades expulsoras de población migrante al país vecino del norte. En contraste, el Estado de México y el Distrito Federal exhibieron un crecimiento negativo en el número de hogares indígenas receptores de remesas, una disminución de poco más de mil hogares en conjunto (-695 y -495 hogares).
Asimismo, la región Sur-sureste creció en 48.3 por ciento. De ahí que todas las entidades, con excepción de Tabasco, tuvieron un crecimiento positivo en el número de hogares indígenas receptores de remesas entre 2000 y 2010. En especial hay que resaltar el caso de Oaxaca, estado con el mayor crecimiento de hogares perceptores no sólo a nivel regional, sino también a nivel nacional, como ya se había destacado (+6,423 hogares). La hegemonía de Oaxaca se explica por la constante y ascendente participación de mixtecos, zapotecos, chinantecos, chatinos, mixes, triquis, mazatecos, nahuas y otros indígenas de la entidad en la migración México-Estados Unidos. Le sigue el estado de Veracruz, entidad que en tan sólo una década se ubicó en los primeros lugares dentro de las estadísticas migratorias nacionales, situándose incluso por arriba de algunos estados del Norte y Centro-Occidente de México con larga data e intensidad migratoria internacional. En este estado, el número de hogares perceptores de remesas aumentó en 1,333 unidades, conformadas, seguramente, por nahuas, totonacos, zapotecos, huastecos, entre otros indígenas del estado que se han incorporado a la migración internacional. Asimismo, cabe resaltar el caso de los estados de Guerrero, Yucatán y Chiapas, los dos primeros de añeja migración a Estados Unidos, y el segundo de más reciente, pero creciente participación en la migración a ese país. En conjunto, los tres estados ostentaron un crecimiento de 3,283 hogares receptores de remesas (+1,246, +873 y +1,164 hogares, respectivamente) (véase Figura 3).
Distribución municipal de los hogares indígenas receptores de remesas
Para realizar un análisis más acabado de la geografía migratoria de la población indígena mexicana, las Figuras 4 y 5 presentan la distribución territorial de los hogares indígenas receptores de remesas a nivel municipal en 2000 y 2010. Como se señaló al principio de este apartado, cada nivel de análisis aporta información complementaria sobre el fenómeno migratorio y alude a diferentes manifestaciones del mismo. En términos generales, la Figura 1 muestra que, en el año 2000, aunque un número significativo de estas unidades familiares se ubicaban en los municipios pertenecientes a los estados de la región Norte como Baja California, Chihuahua, Sonora y Sinaloa, así como en Durango, San Luis Potosí, Jalisco y Michoacán, entidades pertenecientes a la región Tradicional de emigración, dicha concentración era significativamente mayor en los municipios de los estados que conforman la región central y Sur-sureste de la República Mexicana, tales como el Estado de México, Puebla, Guerrero, Oaxaca, Veracruz, Quintana Roo y Yucatán.
Sin embargo, diez años después la distribución territorial de estas unidades familiares se modificó rotundamente. La Figura 4 muestra claramente una disminución de estos hogares en los municipios del norte y occidente mexicanos a favor de un crecimiento en aquellos del centro y sur del país. Es muy evidente, por ejemplo, la reducción de los hogares indígenas receptores de remesas en los municipios costeros del sur del estado de Sonora y norte de Sinaloa, así como en aquellos del norte de Durango que colindan con Sinaloa, Chihuahua y Coahuila. Un escenario similar se observa en los municipios del norte de San Luis Potosí que limitan con Tamaulipas y Nuevo León, así como en los municipios del suroeste de Michoacán, sobre todo en los ubicados en la meseta purépecha, y en una buena parte de los municipios de Guanajuato, Jalisco, Aguascalientes y Zacatecas.
En cambio, es notorio el incremento de los hogares indígenas receptores de remesas en algunos municipios pertenecientes a la región Centro, tal es el caso de aquellos localizados en la Sierra Norte, la Mixteca, Sierra Negra y el Valle de Atlixco en el estado de Puebla, y algunos municipios del Valle del Mezquital y la Huasteca hidalguense. En la región Sur-sureste despuntan los municipios de la Mixteca, la Sierra Norte y los Valles Centrales del estado de Oaxaca, de la costa y sur de Guerrero, del norte, centro y sur de Veracruz, principalmente en la Huasteca y la zona totonaca del estado de donde sale un contingente importante de la población indígena migrante.
También es muy visible el crecimiento que tuvieron los hogares indígenas receptores de remesas en algunos municipios de la región de la Sierra y los Altos de Chiapas, así como en la península de Yucatán, específicamente, en los municipios del sur y centro de Yucatán y Quintana Roo.
Cambios en las características sociodemográficas de los hogares indígenas receptores de remesas entre 2000 y 2010
La incorporación de la población indígena a la migración laboral a Estados Unidos, ha provocado, además de cambios en la configuración del mapa migratorio, transformaciones importantes en la dinámica y estructura de los hogares, así como en los roles que desempeñan sus integrantes, modificando a su vez la organización de las actividades productivas y reproductivas de los grupos domésticos (Nemesio y Domínguez, 2004; Alvarado, 2004; Suárez y Zapata, 2004; Quezada, 2008).
En el caso que aquí nos ocupa, la información censal permite identificar algunos cambios en las características sociodemográficas de los hogares indígenas receptores de remesas, los cuales contrastan fuertemente con el resto de los hogares mexicanos (véase Tabla 3a y Tabla 3b). En cuanto a la jefatura del hogar, se observa que, a diferencia de otras unidades domésticas receptoras de remesas, la mayoría de los hogares indígenas son dirigidos mayoritariamente por un hombre. De hecho, aunque entre 2000 y 2010 aumentó el número de hogares indígenas con jefatura femenina, al pasar de 34.9 a 38.1 por ciento en dicho periodo, la brecha con los hogares receptores no indígenas es todavía muy amplia. Estos resultados son consistentes con los plasmados en otras investigaciones sobre el tema, en el sentido de que ante la migración del esposo o jefe del hogar, las mujeres que se quedan en el lugar de origen asumen de facto la jefatura del hogar con todas las responsabilidades y actividades que ello conlleva.
Total | Indígenas | No indígenas | |
---|---|---|---|
Sexo del jefe | 100.0 | 100.0 | 100.0 |
Hombre | 57.2 | 65.1 | 56.8 |
Mujer | 42.8 | 34.9 | 43.2 |
Tamaño del hogar | 100.0 | 100.0 | 100.0 |
1 persona | 7.3 | 4.4 | 7.5 |
2 a 4 personas | 49.3 | 42.1 | 49.8 |
5 a 7 personas | 31.8 | 35.6 | 31.6 |
8 personas o más | 11.6 | 18.0 | 11.2 |
Tamaño promedio del hogar | 4.5 | 5.2 | 4.5 |
Promedio de hombres por hogar | 2.0 | 2.4 | 2.0 |
Promedio de mujeres por hogar | 2.5 | 2.8 | 2.5 |
Promedio de personas de 0 a 14 años | 1.5 | 1.8 | 1.5 |
Promedio de personas de 15 a 64 años | 2.6 | 2.9 | 2.6 |
Promedio de personas de 65 años o más | 0.4 | 0.4 | 0.4 |
Tipo de hogar | 100.0 | 100.0 | 100.0 |
Nuclear | 52.8 | 47.8 | 53.1 |
Ampliado | 37.1 | 43.9 | 36.7 |
Unipersonal | 7.7 | 5.0 | 7.8 |
Otro | 2.4 | 3.3 | 2.4 |
Tipo de la localidad de residencia | 100.0 | 100.0 | 100.0 |
Rural (< de 2,500 habitantes) | 35.4 | 45.8 | 34.8 |
Urbana (> de 2,500 habitantes) | 64.6 | 54.2 | 65.2 |
Fuente: elaboración de los autores con base en datos del INEGI: muestras censales de 2000 y 2010.
Total | Indígenas | No indígenas | |
---|---|---|---|
Sexo del jefe | 100.0 | 100.0 | 100.0 |
Hombre | 54.5 | 61.9 | 54.0 |
Mujer | 45.5 | 38.1 | 46.0 |
Tamaño del hogar | 100.0 | 100.0 | 100.0 |
1 persona | 12.2 | 9.6 | 12.4 |
2 a 4 personas | 55.4 | 46.4 | 56.0 |
5 a 7 personas | 26.0 | 31.8 | 25.6 |
8 personas o más | 6.4 | 12.3 | 6.0 |
Tamaño promedio del hogar | 3.8 | 4.5 | 3.8 |
Promedio de hombres por hogar | 1.7 | 2.0 | 1.7 |
Promedio de mujeres por hogar | 2.1 | 2.5 | 2.1 |
Promedio de personas de 0 a 14 años | 1.1 | 1.4 | 1.0 |
Promedio de personas de 15 a 64 años | 2.3 | 2.6 | 2.3 |
Promedio de personas de 65 años o más | 0.5 | 0.5 | 0.5 |
Tipo de hogar | 100.0 | 100.0 | 100.0 |
Nuclear | 48.2 | 43.3 | 48.5 |
Ampliado | 36.7 | 44.0 | 36.1 |
Unipersonal | 12.2 | 9.6 | 12.4 |
Otro | 3.0 | 3.2 | 2.9 |
Tipo de la localidad de residencia | 100.0 | 100.0 | 100.0 |
Rural (< de 2,500 habitantes) | 38.9 | 53.8 | 37.9 |
Urbana (> de 2,500 habitantes) | 61.1 | 46.2 | 62.1 |
Fuente: elaboración de los autores con base en datos del INEGI: muestras censales de 2000 y 2010.
Con relación al tamaño del hogar, los datos muestran que, en términos generales, existe una tendencia a la reducción en el tamaño medio de este tipo de unidades familiares en México. Aunque todavía los hogares indígenas receptores de remesas siguen siendo, en promedio, más grandes que los no indígenas. Basta señalar, por ejemplo, que en 2010 alrededor de 32 por ciento de estos hogares tenía entre cinco y siete miembros, y 12.3 por ciento ocho o más personas. Sin duda el mayor tamaño de los hogares indígenas guarda relación con las altas tasas de fecundidad que ostenta este grupo poblacional. En ese año, las entidades federativas que tuvieron la tasa global de fecundidad (TGF) más alta, muy por arriba del promedio nacional (2.28), fueron Chiapas, Guerrero y Oaxaca (2.70, 2.69 y 2.56, respectivamente). Estos estados, como ya hemos anotado, se caracterizan por tener grados de marginación muy alto o alto, un mayor porcentaje de población rural, que habla lengua indígena, que vive en localidades de difícil acceso, y que posee una baja prevalencia anticonceptiva (Hernández et al., 2013).
En cuanto a la estructura por sexo y edad de los integrantes de los hogares receptores, los datos censales muestran que, en concordancia con el carácter predominantemente masculino de la migración laboral masculina a Estados Unidos, el promedio de mujeres en los hogares indígenas receptores de remesas es mayor que el de los hombres, condición que comparten con otras unidades familiares conformados exclusivamente por población no indígena. De igual forma, en correlación con las altas tasas de fecundidad señaladas líneas arriba, el promedio de personas de 0 a 14 años, es mayor en los hogares indígenas receptores de remesas que en el resto de los hogares, situación que podría estar incentivando la recepción de remesas desde el exterior, a fin de satisfacer las necesidades de alimentación, educación y salud de los niños y adolescentes indígenas.
En lo que concierne al promedio de personas de 15 a 64 años, es decir, de los integrantes de los hogares perceptores de remesas en edad de trabajar, los datos advierten una reducción importante de este grupo poblacional durante la década, tanto en los hogares indígenas como en aquellos compuestos por población no indígena. Situación que encuentra su correlato en diversos factores sociodemográficos como la migración laboral y el matrimonio de las personas en estas edades, así como con el paulatino envejecimiento de algunos de sus integrantes, entre otros. No obstante, cabe resaltar que en ambos tipos de hogares, el promedio de miembros en edades económicamente activas (15 a 64 años) es alto, posiblemente también debido a la presencia de población migrante retornada de Estados Unidos, ya que como se vio en la Tabla 1 dicho fenómeno se incrementó notoriamente en los hogares mexicanos.
Por el contrario, el promedio de adultos mayores de 65 años o más por hogar, aunque aumentó ligeramente entre 2000 y 2010, todavía es muy bajo en este tipo de unidades familiares. Estos resultados nos permiten suponer que, en términos generales, se trata de hogares que se encuentran en una etapa de formación y expansión del ciclo de vida familiar, es decir, cuando el grupo doméstico está creciendo, con niños e hijos adolescentes, en los cuales es mayor la necesidad de recursos monetarios, a fin de asegurar la supervivencia del grupo familiar, y, por tanto, cuando las probabilidades de migrar entre sus integrantes también son más altas (Lindstrom y Giorguli, 2007).
En este mismo tenor, cabe destacar que los hogares indígenas receptores de remesas son en su mayoría de tipo familiar, entre los que sobresalen los hogares nucleares y ampliados, una composición familiar muy parecida a la de los hogares receptores de remesas sin población indígena, aunque con ligeras diferencias. Así por ejemplo, la proporción de hogares ampliados es mucho más grande entre los hogares indígenas, lo cual sin duda guarda relación con el impacto que tienen la migración y las remesas en las recomposiciones familiares, pues no es de extrañar que ante la salida de uno o más miembros del hogar, los demás integrantes del mismo desplieguen diversas estrategias de conformación de la unidad doméstica para asegurar la sobrevivencia (Canales, 2004).
Empero, los datos censales también exhiben una ligera disminución de los hogares familiares durante la década, sobre todo de los hogares nucleares; aunque su decremento es menor en los hogares indígenas que en los hogares receptores mestizos. En contraste, el tipo de hogar no familiar que se incrementó fue el unipersonal, el cual pasó de 5 a 9.6 por ciento en los hogares indígenas y de 7.8 a 12.4 por ciento en los no indígenas entre 2000 y 2010. Este cambio, podría ser un reflejo del aumento en el retorno de población migrante, sobre todo, de hombres y mujeres solos o de personas que ya no tienen familia en México, porque ya se encontraban residiendo de manera permanentemente en Estados Unidos.
Sobre el tamaño de la localidad de residencia de los hogares indígenas receptores de remesas, resalta la alta concentración en localidades rurales y el incremento que experimentaron dichos hogares en este tipo de comunidades en el país, al pasar de representar 45.8 por ciento en 2000 a 53.8 por ciento en 2010. Estas cifras ponen de manifiesto, además del predominio de la población indígena rural a la migración internacional, la importancia que las remesas tienen en la economía de las familias rurales. En cambio, los hogares receptores no indígenas se sitúan en localidades consideradas urbanas, es decir, en aquellas de 2,500 habitantes o más, especialmente en las de tamaño medio o de tipo mixto-rural (Lozano y Galindo, 2014). Cabe resaltar, además, que el porcentaje de estos hogares en localidades rurales también aumentó durante la última década al pasar de 34.8 a 37.9 por ciento entre 2000 y 2010 (véase Tabla 3a y Tabla 3b).
Con la finalidad de contar con un caudal empírico mayor que enriquezca este análisis, en seguida se examinan algunos datos sobre la importancia que tienen las remesas en economía regional y nacional.
Las remesas de los hogares indígenas de México
Las remesas, es decir, el monto de dinero que la población indígena envía desde Estados Unidos a México representan un ingreso monetario de suma importancia para el sustento económico de sus unidades familiares, así como para el desarrollo económico y social de sus comunidades de origen. En este tenor, a continuación se presenta un análisis macroeconómico de las remesas monetarias que reciben los hogares indígenas de México. Se presenta una estimación de cuánto representan las remesas que reciben los hogares indígenas empleando información de la ENIGH de 2018 y la reportada por el Banco de México (Banxico) para ese mismo año.
De acuerdo con datos de la ENIGH de 2018, alrededor de 1.6 millones de hogares mexicanos recibieron remesas del exterior (1’646,253 hogares), los cuales representan 4.7 por ciento del total de los hogares residentes en el país en ese año. De ese total, 111,479 tenía entre sus integrantes al menos una persona que hablaba alguna lengua indígena, es decir, eran hogares indígenas receptores de remesas, que en términos relativos significan 6.8 por ciento del total de los hogares perceptores de dichos ingresos monetarios a nivel nacional. Según dicha fuente, el ingreso total proveniente del extranjero captado por los hogares indígenas fue de 155.2 millones de dólares, los cuales constituyen 5.46 por ciento del monto total anual percibido por los casi 1.6 millones de hogares receptores residentes en el país en ese año.
Sin embargo, cabe preguntarse ¿cuál es el aporte que estos grupos domésticos realizan a la economía nacional a través de las remesas? Si partimos del supuesto de que la proporción de remesas de los hogares indígenas estimada a partir de la ENIGH (2018) corresponde con la reportada por el Banco de México (Banxico, 2018), esto es, si imputamos 5.46 por ciento a los 33,470.4 millones de dólares que, de acuerdo con el Banxico, entraron al país bajo el concepto de remesas en 2018, se obtiene que los hogares indígenas recibieron 1,827.5 millones de dólares.
Al comparar dicho ingreso con otros indicadores de gasto social y económico de México, se observa que las remesas recibidas por los hogares indígenas representaron en 2018, casi 52 por ciento del presupuesto del Seguro Popular y supera con creces el presupuesto asignado a otros programas federales relacionados con la población migrante mexicana, como es el Programa 3x1. Por último, cabe destacar que los ingresos por remesas recibidos por los hogares indígenas son equivalentes a 0.15 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB), 5.8 por ciento de la Inversión Extranjera Directa (IED) y 11.1 por ciento de las exportaciones de productos agrícolas en 2018 (véase Tabla 4).
Millones de dólares | Remesas indígenas como % de los indicadores | |
---|---|---|
Estimación del monto de remesas indígenas | 1,827.5 | |
Indicadores de gasto social | ||
Seguro Popular | 3,530.2 | 51.8 |
Programa 3x1 para migrantes | 25.9 | 7,050.5 |
Indicadores económicos | ||
Producto Interno Bruto (PIB) | 1’222,500.4 | 0.15 |
Inversión Extranjera Directa (IED) | 31,604.3 | 5.8 |
Exportación de productos agropecuarios | 16,508.0 | 11.1 |
Fuente: elaboración propia con base en Secretaría de Desarrollo Social (SEDESOL, 2018), Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP, 2018) y Banco Mundial (2014) y Banco de México (Banxico, 2018).
Estas cifras ponen de manifiesto la importancia que las remesas de la población indígena, enviadas a sus familiares en México, tienen en la economía nacional, así como su supremacía frente a otros indicadores de gasto social y económico.
Reflexiones finales
El objetivo de este trabajo fue dar cuenta sobre el volumen, tendencias y características sociodemográficas de los hogares indígenas receptores de remesas, para la década de 2000 a 2010, así como realizar algunas estimaciones sobre los montos de remesas que reciben esas unidades familiares, destacando la importancia que dichos ingresos tienen en la economía familiar y nacional. En términos generales, los resultados muestran que la población indígena ha tenido a lo largo de la historia de la migración mexicana a Estados Unidos una participación relevante en los flujos migratorios que se dirigen a ese país, la cual se ha mantenido e incrementado en los últimos años. De hecho, se podría decir que en la actualidad este segmento poblacional presenta un mayor dinamismo que la población no indígena migrante, situación que se manifiesta en una mayor emigración temporal o definitiva a Estados Unidos; una mayor circularidad migratoria entre México y Estados Unidos; un menor índice de retorno desde ese país a sus entidades de origen en México; y un mayor incremento en el número de hogares que reciben remesas, en comparación con los hogares con población no indígena.
Este patrón migratorio, sin duda, guarda relación con la falta de oportunidades laborales y de vida prevalecientes en sus pueblos y comunidades de origen, pero también con la maduración de las redes sociales y familiares que la población indígena ha tejido y expandido a lo largo del territorio mexicano por donde se desplaza y en los lugares a donde llega en Estados Unidos. Estas redes les han permitido minimizar los costos económicos y riesgos que enfrentan hoy en día los migrantes mexicanos que intentan cruzar la frontera México-Estados Unidos e internarse en territorio estadounidense. No obstante, cabe destacar que la migración internacional no constituye un fenómeno homogéneo en todos los grupos indígenas, pues existen estados, regiones y municipios en el país donde el número de hogares vinculados con la migración y las remesas descendió durante la década 2000-2010. Este hecho quedó evidenciado claramente con el análisis realizado sobre la distribución territorial de los hogares receptores de remesas, los cuales presentaron una disminución en algunos estados del occidente y norte del país y, por el contrario, un incremento en las entidades pertenecientes al centro y sur de México, donde se concentran actualmente poco más de ocho de cada diez de los hogares indígenas receptores de remesas; particularmente, en el estado de Oaxaca, Guerrero, Veracruz, Chiapas, Hidalgo y Yucatán. En este mismo tenor, se encontró que estas unidades familiares presentan ciertos rasgos sociodemográficos que los distinguen de otros grupos domésticos, lo cual en cierto sentido estaría explicando la importancia de la recepción de remesas y la constante y ascendente participación de sus integrantes en la migración internacional, aun en tiempos de recesión económica y políticas de inmigración restrictivas. Por ejemplo, los hogares indígenas poseen un alto índice de dependencia infantil, es decir, una alta proporción de niños y adolescentes, situación que sin lugar a dudas demanda la presencia de recursos económicos para atender sus necesidades de alimentación, vestido, educación, salud, etcétera.