Introducción
Durante el periodo 1990-2010, la economía mexicana se caracterizó por incrementos importantes en la población alfabeta, la esperanza de vida al nacer y el Producto Interno Bruto per cápita. Estos aumentos fueron resultado de los esfuerzos gubernamentales ejecutados a través del gasto público y la atracción de inversión, acto que se reflejó en el desarrollo de infraestructura educativa y de salud, contratación de personal (profesores, médicos, enfermeras, etcétera), expansión de la derechohabiencia y la matrícula en las escuelas, así como en el establecimiento de nuevas empresas y el aumento del personal ocupado.
No obstante, aún persisten en el país problemas de desempleo, pobreza, marginación, concentración del bienestar en ciertas áreas geográficas y migración, problemas socioeconómicos que ubican al país en niveles intermedios de la clasificación internacional de desarrollo humano y bienestar social (Inegi, 2013a, b, c, d, e; PNUD, 2013).
El objetivo del trabajo es determinar qué tan eficientes fueron las 32 entidades de la república mexicana en el uso de sus recursos para generar bienestar social durante el periodo 1990-2010. De manera particular se pretende observar, por factor del Índice de Desarrollo Humano -educación, salud e ingreso- qué tan eficientemente se utilizaron los recursos para generar bienestar social.
El bienestar social es la saciedad que experimentan los individuos que componen una comunidad en materia de sus necesidades básicas y superfluas, considerando así aspectos objetivos y subjetivos (Duarte y Jiménez, 2007; Pena-Trapero, 2009). Para la medición del bienestar social se han utilizado tres enfoques: el puramente económico, el basado en las funciones de utilidad y el realizado a través de indicadores sociales sintéticos (Pena-Trapero, 2009). Este último enfoque, que opta por utilizar indicadores sociales sintéticos, ha llevado a la creación de distintos índices, entre los que se encuentra el Índice de Desarrollo Humano (IDH) (Frey y Stutzer, 2002; Zarzosa y Somarriba, 2013). El IDH es un mecanismo de medición del nivel de desarrollo de un país, estado o región a partir de la determinación de su grado de bienestar social, considerando para ello las condiciones de salud, educación e ingreso (León, 2002; Passanante, 2009; PNUD, 2015).
La herramienta que se utilizó para medir la eficiencia fue el Análisis de la Envolvente de Datos (DEA), el cual, basándose en el benchmarking, compara unidades de producción (Farrell, 1957; Charnes et al., 1978; Caves et al., 1982; Bemowski, 1991). Esta técnica recientemente se ha utilizado para medir la calidad de vida, el bienestar económico, el bienestar social y el desarrollo humano (Mahlberg y Obersteiner, 2001; Arcelus et al., 2005; Murias et al., 2009; Yago et al., 2010).
La hipótesis que se considera en la investigación es que muy pocos estados de la república mexicana fueron eficientes en la utilización de sus recursos socioeconómicos para generar bienestar social durante el periodo 1990-2010. Con la finalidad de comprobar la hipótesis se desarrollaron dos modelos DEA. El primero calcula la eficiencia por factor del desarrollo humano. El segundo, tomando en consideración los resultados del primer modelo, determina qué tan eficientemente se utilizaron los recursos de educación, salud e ingreso para generar bienestar social durante 1990-2010.
La investigación se encuentra estructurada en tres apartados: en el primero se abordan los aspectos teóricos del bienestar y del DEA; enseguida se exponen los elementos metodológicos del modelo DEA para calcular la eficiencia en la generación de bienestar social en México y en el tercero se revisan los resultados obtenidos con las mediciones DEA, identificando así las entidades que utilizaron eficientemente sus recursos. Por último, se establecen las conclusiones, en las que se destaca la importancia del uso eficiente de los recursos socioeconómicos para generar bienestar social.
1. Revisión de literatura
1.1. El bienestar social
Pena-Trapero (2009) establece que existe un conjunto de conceptos estrechamente relacionados con el bienestar social, aunque distintivos, como son el bienestar, la calidad de vida y la felicidad. El bienestar es el sentir de una persona al ver satisfecha todas sus necesidades en materia fisiológica y psicológica en el presente, así como contar con expectativas alentadoras que le sustenten su proyecto de vida (Duarte y Jiménez, 2007). La calidad de vida abarca tres significados: la calidad del entorno en que vivimos, la calidad de acción y el disfrute subjetivo de la vida, haciéndolo un concepto un tanto subjetivo (Setien, 1989; Veenhoven, 1998).
El bienestar social, a pesar de estar íntimamente relacionado con el bienestar y la calidad de vida, tiene una visión más objetiva; de acuerdo con Duarte y Jiménez (2007) y Pena-Trapero (2009), el bienestar social es el conjunto de factores que le permiten al individuo experimentar una saciedad de sus necesidades, desde las más vitales hasta las más superfluas, y que hacen que su existencia posea todos aquellos elementos que dan lugar a la tranquilidad y satisfacción humana. De esta forma, el bienestar social parte del bienestar económico y se desarrolla en concepciones objetivas y subjetivas más amplias del bienestar, como son el estar nutrido, tener buena salud, poseer una vivienda digna, contar con acceso a la educación, entre otros (Di Pasquale, 2008; Zarzosa y Somarriba, 2013).
Para la medición del bienestar social se han utilizado tres enfoques diferentes (Sánchez y Rodríguez, 2003; Pena-Trapero, 2009; Zarzosa y Somarriba, 2013):
La medición a través del enfoque económico. El fundamento de este tipo de medición está en la asociación del bienestar con la riqueza, utilizando para tal fin el PIB per cápita y el consumo como indicadores bases.
El enfoque a través de las funciones de utilidad. Se parte del concepto de satisfacción de necesidades y se recurre a las funciones de utilidad, como mecanismos para determinar la utilidad proporcionada por los bienes y servicios puestos a disposición de los individuos y de la sociedad.
La medición del bienestar social con indicadores sociales sintéticos. Parte de la idea de que el bienestar social es un concepto multifacético que sólo puede abarcarse descomponiéndolo en diversas parcelas, cuya integración debería de cubrir su totalidad. Esta visión ha llevado en años recientes a la elaboración de índices resumen o sintéticos que integren en un solo valor los diferentes indicadores, aspectos o dimensiones vinculadas a la problemática.
Actualmente se ha optado por el uso de indicadores sociales sintéticos porque brindan una perspectiva global del bienestar social (Pena-Trapero, 2009). Entre los principales índices sociales sintéticos se encuentran: el Índice de Desarrollo Humano, el Índice Promedio Combinado de Bienestar, el Índice de Bienestar Social, el Índice de Bienestar Social Municipal, el Índice de Desarrollo Sustentable, y el Indicador Medio del Bienestar Social, entre otros (Frey y Stutzer, 2002; Di Pasquale, 2008; Cuenca y Rodríguez, 2010; y Zarzosa y Somarriba, 2013).
El Índice de Desarrollo Humano (IDH) es propuesto por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), basándose en los postulados de Sen (1991). En esa lógica, el índice considera que los individuos deberán contar con las condiciones básicas del desarrollo humano (disfrutar una vida prolongada y saludable, estar alfabetizado y poseer conocimientos, tener los recursos necesarios para lograr un nivel de vida decente, y participar en la vida de la comunidad), ya que si no se tienen estas oportunidades muchas otras son negadas. De esta forma, el IDH se mide a partir de tres elementos básicos: la educación, la salud y el ingreso, convirtiéndolo en una herramienta que permite evaluar el nivel de bienestar de la sociedad (León, 2002; López-Calva et al., 2004; Passanante, 2009; PNUD, 2015).
Si bien el IDH como indicador social sintético del bienestar social presenta un cuerpo teórico consistente, y se acerca bastante a la complejidad del concepto de bienestar social (Dasgupta y Weale,1992; Streeten, 1994; Desai, 1993; Haq, 1995; Jasek-Rysdahl, 2001; Di Pasquale, 2008), aún presenta varias críticas técnicas y teóricas al no incluir otras variables vinculadas al bienestar social (Murray, 1991; Trabold-Nubler, 1991; McGillivray, 1991; McGillivray y White, 1993; Dossel y Gounder, 1994; Srinivasan, 1994; Gormley, 1995; Hicks, 1997; Despotis, 2005; y Ravallion, 2012), debido, en gran parte, a la falta de información estadística fiable (Anand y Sen, 2000; Cuenca y Rodríguez, 2010). Entre los aspectos sociales subjetivos y objetivos que se dejan de lado se encuentran los siguientes (Doyal y Gough, 1991; Chasco y Hernández, 2003; Blanco y Díaz, 2005; OCDE, 2014): integración social, aceptación social, contribución social, actualización social, coherencia social, autosuficiencia, equidad, cohesión social, contexto social, así como entorno natural y clima.
1.2. El Análisis de la Envolvente de Datos (DEA)
La idea de Farrell (1957), quien explica que para medir la eficiencia de un conjunto de unidades productivas es necesario conocer la función de producción y la frontera de eficiencia, ha podido trasladarse a su aplicación empírica a través de dos metodologías: la estimación de fronteras estocásticas y las mediciones DEA. La primera implica el uso de la econometría y la segunda recurre a algoritmos de programación lineal y al benchmarking. La programación lineal es una técnica pionera en el análisis de las decisiones internas de una empresa sobre la asignación de recursos. La programación lineal representa uno de los avances más importantes en la teoría de la producción, su ventaja principal es de cálculo y se basa en el uso de computadoras, en tanto que el benchmarking se puede definir como la medida de una actuación en comparación con la de las mejores compañías de su clase (Bemowski, 1991; Pinzón, 2003; Serra, 2004).
El DEA es una técnica utilizada para la medición de la eficiencia comparativa de unidades homogéneas. Se parte de los inputs y outputs, este método proporciona un ordenamiento de los agentes, otorgándoles una puntuación de eficiencia relativa. Un agente o DMU (Unidad de Toma de Decisión) es eficiente, es decir, pertenece a la frontera de producción, cuando produce más de algún output sin generar menos del resto y sin consumir más inputs, o bien, cuando utilizando menos de algún input, y no más del resto, genere los mismos productos. De igual forma, los modelos DEA aprovechan el know-how de las DMUs y una vez determinado quién es eficiente y quién no, busca fijar objetivos de mejora para las segundas, a partir de los logros de las primeras, es decir, realizan un benchmarking de las unidades evaluadas, empleando la información disponible en las propias empresas (Navarro y Torres, 2003).
Existen cuatro principales modelos DEA: el de Rendimientos Constantes a Escala (CRS), el de Rendimientos Variables a Escala (VRS), el aditivo y el multiplicativo. Los modelos DEA pueden tener dos orientaciones: hacia la optimización en la combinación de inputs (modelo input-orientado) para la obtención del output, o hacia la optimización en la producción de outputs (modelo output-orientado) (Charnes et al., 1978; y Banker et al., 1984). Asimismo, el análisis slacks de las variables en los modelos DEA proporciona la dirección en la cual habrán de mejorarse los niveles de eficiencia de las llamadas unidades de toma de decisión DMUs. Es así que un valor output slack representa el nivel adicional de outputs necesarios para convertir una DMU ineficiente en una DMU eficiente. Un valor input slack representa las reducciones necesarias de los correspondientes inputs para convertir una DMU en eficiente (Coelli et al., 2002).
1.3. El bienestar social y los modelos DEA
El Análisis de la Envolvente de Datos recientemente ha sido empleado para medir la calidad de vida, el bienestar económico, el bienestar social y el desarrollo humano. Con relación al primer concepto encontramos la obra de Somarriba y Pena-Trapero (2009), quienes emplearon el DEA y otras metodologías para determinar la calidad de vida en Europa, mientras que López-Vizcaíno y Sánchez-Fernández (2009) estudiaron a las comarcas gallegas, en tanto que Murias et al. (2009) usaron este método para la medición del bienestar económico regional de las provincias españolas e italianas. En términos de bienestar social, el DEA ha sido utilizado por diferentes autores, entre los que destacan Hashimoto e Ishikawa (1993) y Hashimoto y Kodama (1997); sobresalen a su vez las publicaciones de Mahlberg y Obersteiner (2001) y Despotis (2005) que utilizan el DEA para construir índices sintéticos, específicamente el IDH. Retomando estas investigaciones, Arcelus et al. (2005) y Yago et al. (2010) buscaron medir la eficiencia de los procesos de transformación de recursos en resultados de desarrollo humano. Otras investigaciones que involucran el DEA, el bienestar social y sus dimensiones son las de Goñi (1998), Miranda y Araya (2003), Pardo y García (2004), Prior y Surroca (2004), Montenegro (2005), Martín (2008), Emrouznejad et al. (2010), Ayaviri y Quispe (2011), entre otros.
2. Metodología
En la presente investigación se decidió utilizar la metodología DEA porque es una técnica que permite identificar la eficiencia por dimensión del IDH, así como cuantificar en un solo indicador global el uso eficiente de los recursos para generar bienestar social, obteniéndose, a partir de las comparaciones interterritoriales entre los 32 estados de la república mexicana, una visión integrada del bienestar social en el país y de la eficiencia para generarlo en el periodo 1990-2010.
La determinación del nivel de eficiencia de los estados de México en la utilización de los recursos en educación, salud e ingreso para generar bienestar social implicó la elaboración de dos modelos DEA. El primero conllevó el cálculo de la eficiencia en el uso de los recursos por dimensión del desarrollo humano para los 32 estados durante el periodo 1990-2010. De esta forma, el primer modelo se sustentó en Rendimientos Variables a Escala (VRS), es decir, cada unidad analizada es comparada con aquéllas de su tamaño y no con todas las unidades presentes en el problema. Estuvo orientado al output, debido a que la finalidad última es maximizar el bienestar social, lo cual implica aumentar el nivel de alfabetismo, esperanza de vida e ingreso per cápita con los recursos que cuentan cada una de las entidades federativas para estos factores. La expresión matemática de este modelo quedó de la siguiente manera:
Aquí se supone la existencia de n DMUs, cada una de las cuales puede aplicar m inputs para producir s outputs, asignándole al vector Xij la cantidad de input i utilizado por la DMU j, mientras que el vector Yrj representa la cantidad de output r producido por la DMU j. La variable (λj) indica el peso de la DMUz en la construcción de la unidad virtual de referencia respecto de la DMU j, que puede ser obtenida por la combinación lineal del resto de DMUs. Si dicha unidad virtual no puede ser conseguida, entonces la DMUz, para la que resuelve el sistema, se considerará eficiente. El escalar (φ) representa la mayor expansión radial de todos los outputs producidos por la unidad evaluada, variando su rango entre 1 y ∞, de forma que tomará valor unitario cuando la unidad sea eficiente y valores superiores a 1 cuando sea ineficiente (Navarro, 2005).
Los outputs del primer modelo son los tres componentes del IDH de las entidades federativas de México. La razón de haber escogido estos outputs se encuentra en la representatividad teórica que tienen las tres dimensiones para explicar el bienestar social de un país o región (Baquero, 2004; Arcelus et al., 2005; Despotis, 2005; Ramos y Silber, 2005; Yago et al., 2010; y Jahanshahloo et al., 2011). La información estadística de esperanza de vida al nacer, alfabetismo, matriculación y PIB per cápita fue posible obtenerla a través de las bases estadísticas del Instituto Nacional de Estadística y Geografía de México (Inegi), la Secretaría de Educación Pública de México (SEP), el Consejo Nacional de Población (Conapo), la Secretaría de Salud de México, así como de los Informes sobre Desarrollo Humano del PNUD.
La selección de inputs del primer modelo, en su primera etapa, se sustentó en los pilares teóricos que explican el comportamiento de los componentes del IDH. En tal sentido, se analizaron los postulados de Baquero (2004), Arcelus et al. (2005), Despotis (2005), Montenegro (2005), Blancas y Domínguez (2010), Blancard y Hoarau (2011), Yago et al. (2010), Emrouznejad et al. (2010), Jahanshahloo et al. (2011) y PNUD (2015), determinando que los indicadores que explican el comportamiento de las dimensiones del desarrollo humano, son:
Educación (matriculación y alfabetismo). Los indicadores que explican esta dimensión son: gasto en educación pública, niños que llegan al quinto grado, relación mujeres/hombres en alfabetis-mo, relación mujeres/hombres en matriculación, PIB per cápita, total de profesores, aulas y escuelas disponibles.
Salud (esperanza de vida al nacer). Los indicadores que explican la dimensión son: población con servicios de saneamiento, población con fuentes de agua, población con acceso a medicamentos, niños de un año inmunizados, partos atendidos por personal de salud, médicos, gasto en salud, habitantes desnutridos, personas con VIH/ sida, consumo de cigarrillos, tasa de mortalidad de menores de un año, tasa de mortalidad de menores de cinco años, tasa de mortalidad materna, PIB per cápita y camas disponibles en los hospitales.
Ingreso (PIB per cápita). Los indicadores que explican esta dimensión son: cambio medio anual del índice de precios al consumidor, índice de desigualdad, exportaciones, importaciones, inversión extranjera directa, total de servicio de la deuda, asistencia para el desarrollo, gasto público, consumo de electricidad per cápita, proporción de población que usa internet, grado de escolarización, población económicamente activa, personal ocupado, unidades económicas, formación bruta de capital, remuneraciones y salario.
Dada la disponibilidad de información estadística para los estados de la república mexicana, la cantidad de indicadores se vio reducida. Con estos datos se procedió a realizar un análisis factorial,1 empleando como método de extracción los componentes principales. De esta forma se determinó, en primera instancia, una matriz de correlaciones para cada una de las dimensiones del IDH. Posteriormente, y con valores superiores al 0,6 en la prueba de KMO y niveles de significancia menores al 0,05 en la prueba de Bartlett, se corroboró la factibilidad de efectuar el análisis factorial. Finalmente, se llevaron a cabo los ensayos factoriales y con los resultados de la matriz de componentes, por dimensión del IDH, se determinó que los modelos a realizar en la investigación quedaran de la siguiente manera:
Educación (alfabetismo). Los inputs que explican esta dimensión son: profesores y aulas disponibles.
Salud (esperanza de vida al nacer). Los inputs que explican esta dimensión son: médicos disponibles y población con derechohabiencia.
Ingreso (PIB per cápita). Los inputs que explican esta dimensión son: gasto público, grado de escolarización y personal ocupado.
Una vez efectuado el análisis factorial, y determinado por dimensión del desarrollo humano los inputs del modelo DEA, se llevaron a efecto pruebas econométricas con datos panel, mínimos cuadrados ordinarios y efectos fijos (dado los resultados del Test de Hausman), con la finalidad de establecer el grado de correlación que tienen los inputs con los outputs por dimensión del IDH. Los resultados de estas pruebas nos permitieron concluir que los insumos de producción, reflejados en los inputs, afectan directamente los outputs expresados en los niveles de alfabetismo, esperanza de vida al nacer y el PIB per cápita.
El segundo modelo se construyó a partir de las eficiencias obtenidas por dimensión del primer modelo, es decir, calcula qué entidad fue la más eficiente en la generación de desarrollo humano. Se orienta al input, ya que en este caso lo que interesa es identificar a las DMUs que con menos insumos (educación, salud e ingreso) generan más output, que en este caso es la unidad (1) ya que representa el valor máximo alcanzable en los modelos DEA. Este modelo se basó en Rendimientos Constantes a Escala (CRS) con lo cual cada unidad analizada es comparada con todas las unidades presentes en el problema, esto es factible dado que los valores ya se encuentran normalizados, producto del modelo anterior. La expresión matemática de este segundo modelo, es:
Como se mencionó, el segundo modelo DEA se basa en CCR y con orientación input, siendo su expresión matemática la siguiente:
El escalar φ representa la menor expansión radial de todos los inputs consumidos por la unidad evaluada, variando su rango entre 0 y 1, de forma que tomará valor unitario cuando la unidad sea eficiente y valores menores a 1 cuando sea ineficiente (Navarro, 2005 y Giménez, 2000).
3. Resultados
A continuación se presentan los resultados obtenidos por dimensión del IDH, y en su conjunto, para cada uno de los estados de la república mexicana, durante el periodo 1990-2010.
3.1. La eficiencia en el factor educación
El Cuadro 1 del anexo muestra que los niveles de eficiencia en la utilización de los recursos educativos (profesores y aulas disponibles) para generar bienestar en educación (personas que saben leer y escribir) de los estados mexicanos son bajos, ya que 23 entidades fueron clasificadas como ineficientes. Las entidades consideradas como eficientes durante el periodo 1990-2010 fueron Baja California Sur, Estado de México, Nuevo León y Quintana Roo. Asimismo, destacan Colima, Chihuahua, Distrito Federal, Tabasco y Tlaxcala por ser eficientes al menos en un par de años. Por otro lado, las entidades clasificadas como más ineficientes fueron San Luis Potosí, Oaxaca, Guerrero, Chiapas y Durango que deberán incrementar en promedio 56% su población alfabeta con la cantidad de profesores y aulas que actualmente tienen disponibles. El esfuerzo de alfabetización de la población en estos estados, además de implicar el mejor aprovechamiento de los recursos mencionados, requiere de un mejor uso del gasto en educación así como el diseño y ejecución de políticas públicas que aumenten la calidad, la matriculación y la eficiencia terminal en los distintos niveles educativos, que a la par disminuyan la desigualdad y el rezago educativo (Fernández y Blanco, 2004; Acosta, 2010; Arzate, 2011; Scott, 2011; Narro et al., 2013; Barba, 2015; y Rojas, 2015).
3.2. La eficiencia en el factor salud
Los resultados de eficiencia en la dimensión salud del Cuadro 2 del anexo evidencian que la mayoría de los estados de la república mexicana utilizaron eficientemente sus recursos (médicos y derechohabiencia) para generar bienestar en salud (esperanza de vida al nacer). Las entidades de Baja California Sur, Chiapas, Colima, Nayarit, Oaxaca, Tlaxcala y Zacatecas fueron las más eficientes durante todo el periodo de estudio, mientras que Aguascalientes, Distrito Federal, Quintana Roo y Tabasco solamente en algunos años. Por otro lado, los estados de Puebla, Sonora, Hidalgo y Guerrero fueron los más ineficientes por lo que requieren aumentar la esperanza de vida al nacer en 2%, en promedio, con los insumos que poseen. El incremento de la esperanza de vida al nacer en estas entidades, además de necesitar el uso eficiente de los recursos, requiere de mayores esfuerzos en la orientación del gasto público en salud, en equipamiento, campañas de vacunación y demás acciones preventivas para disminuir la tasa de mortalidad, así como el planteamiento y ejercicio de políticas públicas que fomenten la universalidad en el acceso al sistema de salud (Acosta, 2010; Scott, 2011; Narro et al., 2013; Barba, 2015; Valencia, 2015; Rojas, 2015).
3.3. La eficiencia en el factor ingreso
En el factor ingreso los niveles de ineficiencia son altos, 22 estados fueron ineficientes en la utilización de sus recursos (gasto público, grado de escolarización y personal ocupado) para generar bienestar económico (PIB per cápita). Las entidades de Baja California Sur, Campeche, Chiapas, Colima, Distrito Federal, Quintana Roo y Zacatecas fueron las más eficientes durante el periodo 1990-2010, mientras que Guerrero, Oaxaca, Tlaxcala y Yucatán solamente en algunos años, en tanto que Durango, Puebla, Tabasco y Veracruz destacan como las más ineficientes, por lo que deberán hacer crecer su nivel de ingreso per cápita en 139% con los recursos que poseen. Dicha ampliación demanda de forma adicional el uso productivo de la inversión pública y privada para la creación de empleos, así como la elaboración y cumplimiento de políticas públicas que permitan disminuir la concentración del ingreso, la pobreza y la marginación (Acosta, 2010; Rojas, 2010 y 2015; Scott, 2011; Narro et al., 2013 y Barba, 2015) (Cuadro 3 del anexo).
3.4. La eficiencia en la generación de bienestar social
Al considerar los tres elementos del desarrollo humano (educación, salud e ingreso), los resultados del modelo de eficiencia establecen que 16 estados son ineficientes en la utilización de sus recursos para generar bienestar social; entre ellos destacan Veracruz, Sonora, San Luis Potosí y Guerrero como entidades que tienen más dificultades que otras para utilizar correctamente sus recursos para generar bienestar en su población, sobre todo los concernientes a la dimensión educación e ingreso. Baja California Sur, Campeche, Chiapas, Colima, Distrito Federal, Estado de México, Quintana Roo, Tlaxcala y Zacatecas se encuentran dentro de los estados más eficientes durante todo el periodo de estudio (Cuadro 4 del anexo).
Al comparar los resultados de eficiencia de las tres dimensiones con el Índice de Desarrollo Humano del PNUD (2011), se identificó que los estados clasificados con mayor nivel de IDH (Baja California, Baja California Sur, Chihuahua, Distrito Federal, Nuevo León y Quintana Roo) no necesariamente fueron los más eficientes en la utilización de sus recursos para generar bienestar social. Sin embargo, en el caso de Baja California Sur, Distrito Federal y Quintana Roo, los altos niveles de desarrollo humano se vinculan directamente a la utilización eficiente de los recursos (Cuadros 1 a 4 del anexo).
Los resultados del estudio permiten concluir que el uso eficiente de los recursos incide directamente en el grado de bienestar de la población, relación que ya había sido expuesta por autores como Mahlberg y Obersteiner (2001) en su análisis de 174 países; Baquero (2004) en su investigación sobre Venezuela; Despotis (2005) en su estudio de los países del Asia Pacífico; Arcelus et al. (2005) en su análisis de diversos países; Lee et al. (2006) en su investigación de 27 países de la región Asia Pacífico; Reig y Soler (2009) en su estudio del caso español; Yago et al. (2010) en su análisis de los estados mexicanos; Shetty y Pakkala (2010) en su investigación sobre los estados de la India; Blancard y Hoarau (2011) en su diagnóstico internacional; y Wu et al. (2014) en su estudio sobre 19 países de la OCDE.
De esta forma, los resultados de la presente investigación coincide con las conclusiones expresadas en otros estudios, así como con los postulados teóricos que ven en la consolidación del bienestar social un aspecto fundamental para acceder a mayores niveles de desarrollo (Agudelo y Cuervo, 1999; Millán, 2001; Sánchez y Rodríguez, 2003; Zarzosa y Somarriba, 2013 y Sen, 1991, 2001 y 2014).
Conclusiones
El bienestar social es el conjunto de factores que le permite al individuo experimentar una saciedad de sus necesidades objetivas y subjetivas, y que hacen que su existencia sea tranquila y satisfactoria. La medición del bienestar social en los últimos años se ha orientado a la integración de indicadores sociales sintéticos, entre los que destaca el IDH, índice que a pesar de sus críticas es uno de los indicadores que más se acerca a la complejidad del concepto de bienestar social.
Tomando en consideración los postulados teóricos del PNUD, se desarrolló un modelo haciendo uso de la técnica DEA para determinar qué tan eficientes fueron las entidades de México en el uso de los recursos para generar bienestar social. El modelo se elaboró en dos etapas, la primera con rendimientos variables a escala y orientado al output. Los output e inputs del modelo quedaron establecidos de la siguiente manera: a) Educación, el output fue alfabetismo y los inputs los profesores y las aulas disponibles; b) Salud, el output fue la esperanza de vida al nacer y los inputs los médicos disponibles y la población con derechohabiencia; c) Ingreso, el output fue el PIB per cápita y los inputs el gasto público, el grado de escolarización y el personal ocupado. La segunda etapa del modelo se elaboró bajo rendimiento constante a escala y con orientación al input, determinando para ello a la unidad (1) como output y como inputs los resultados de eficiencia de las tres dimensiones.
En el factor educación las entidades clasificadas como las más eficientes para el periodo 1990-2010 fueron: Baja California Sur, Estado de México, Nuevo León, Quintana Roo y Tlaxcala. Por lo que se refiere al factor salud, los estados de Baja California Sur, Chiapas, Colima, Nayarit, Oaxaca, Tlaxcala y Zacatecas se encontraron dentro de los más eficientes en la generación de bienestar. En el factor ingreso los estados de Baja California Sur, Campeche, Chiapas, Colima, Distrito Federal, Quintana Roo y Zacatecas alcanzaron las mayores eficiencias.
Al conjuntar los resultados de eficiencia de las dimensiones del IDH en un indicador sintético se tiene que las entidades de Baja California Sur, Campeche, Chiapas, Colima, Distrito Federal, Estado de México, Quintana Roo, Tlaxcala y Zacatecas fueron las más eficientes en la generación de bienestar social durante el periodo 1990-2010, haciendo evidente que los estados con mayor Índice de Desarrollo Humano en general no siempre fueron los más eficientes en la utilización de sus recursos.
Dentro de las principales limitaciones de la investigación se encuentran el que no se incluyen a otras variables del bienestar social más allá de las utilizadas por el IDH, y que no se profundiza en los elementos que pueden hacer del DEA una técnica más robusta como método de agregación para la integración de indicadores sociales sintéticos. Por último, las líneas de investigación futuras podrían orientarse a superar las debilidades de la investigación en los siguientes términos: a) incorporar en los modelos DEA un enfoque de análisis dinámico y de inclusión de variables intermedias, no discrecionales y no deseadas; b) explorar los factores institucionales y regionales que afectan la eficiencia en la generación de bienestar; y, c) diseñar políticas públicas que, contemplando el uso eficiente de los recursos, permitan acceder a un mayor nivel de bienestar social.