Introducción
La producción académica sobre movimientos sociales con base territorial y sus organizaciones colectivas en la Argentina es extensa y prolífica, en gran parte dedicada al estudio de la génesis, el desarrollo y la comprensión del sentido de las luchas de estos actores políticos.1 En este amplio campo de estudio, las experiencias asociadas a la autogestión comunitaria, las formas organizativas de producción y, fundamentalmente, la manera en que se resignificaba la noción trabajo ocuparon un lugar clave. Los estudios de género, por su parte, han efectuado un aporte inmejorable al mostrar las dimensiones generizadas de todos estos procesos en la medida que han problematizado la participación de las mujeres en las protestas, la jerarquía de género que se visualizaba en sus procesos de organización interna, las identidades y las trayectorias de lucha de las mujeres, entre otros aspectos significativos.2
Al calor de este debate, el estudio de las iniciativas de los cuidados comunitarios por parte de los movimientos se constituye como un tema más reciente y menos explorado por la producción académica. En la Argentina una parte de la oferta de cuidado comunitario (jardines comunitarios, centros de cuidado, cooperativas) desarrolla su tarea en el marco de redes u organizaciones dependientes de movimientos sociales. Desde la perspectiva de los cuidados, entonces, las relaciones y experiencias de cuidados que se desarrollan en el marco de los movimientos se convierten en objeto de descripción y de conocimiento, lo cual tiene consecuencias sobre qué miramos y cómo lo hacemos.
Por lo tanto, en este artículo, los movimientos sociales y sus organizaciones territoriales se ubican como centro de interés desde la perspectiva de los cuidados. El objetivo es presentar algunas claves analíticas para el estudio de las experiencias organizativas de cuidado comunitario que llevan adelante movimientos de trabajadores desocupadas/os y/o trabajadoras/ es de la economía popular.3 El escrito inicia con un marco analítico fecundo en el cual se conjugan ciertos elementos teóricos propios del campo de los estudios de los cuidados y las investigaciones feministas para el análisis de la dimensión que nos compete en relación al quehacer de los movimientos sociales territoriales: los cuidados comunitarios.
En segundo lugar, se muestran aspectos centrales de las diversas formas que pueden adquirir estos cuidados en tanto se constituyen en un campo heterogéneo, se delinean algunas particularidades para el caso argentino como lo es su inscripción territorial y su particular relación con las experiencias organizativas de los movimientos sociales y la economía popular. Luego, se presentan algunas claves analíticas para el estudio de los significados que adquieren los cuidados comunitarios impulsados por y desde los movimientos sociales que permiten la configuración de nuevos sentidos, donde las formas de politicidad y sociabilidad ocupan un lugar esencial.
El abordaje metodológico es cualitativo, se realizó un trabajo durante los años 2009-2015 que incluyó una serie de entrevistas y observaciones a mujeres que efectúan trabajo de cuidado en organizaciones sociales y comunitarias ubicadas en las zonas de mayor concentración de pobreza de la Región Metropolitana de Buenos Aires. Se sistematizan aquí los resultados del trabajo que hace foco en iniciativas impulsadas por movimientos de trabajadores desocupados y de la economía popular.54 Se entrevistaron a sus referentes (en calidad de informantes clave) y a las mujeres cuidadoras con un especial énfasis en sus trayectorias de vida.5
Además, se incorporan al análisis otras experiencias estudiadas por la literatura sobre movimientos sociales y organizaciones territoriales (procesos de toma de fábricas, cooperativas, obradores, merenderos) con el objetivo de rastrear las relaciones de cuidado que allí se desenvuelven. Se establecieron dos demarcaciones de carácter metodológico en el relevamiento de la literatura a consultar. Por un lado, considerando que los estudios sobre los cuidados comunitarios y sobre los movimientos sociales son vastos y complejos, se acotó la indagación a la producción académica que vincula ambas temáticas, es decir que considera los espacios de cuidado impulsados por organizaciones de movimientos de trabajadores desocupados o bien de la economía popular. Por otro lado, se revisaron investigaciones cuyo objeto de estudio remite a las áreas metropolitanas de Argentina, dejando de lado otras experiencias.
Propuesta analítica para el estudio de los cuidados comunitarios
Los cuidados son una categoría de análisis de diversas disciplinas sociales y, al mismo tiempo, una categoría nativa de los actores involucrados. En relación con la primera acepción del término encontramos un campo de análisis fecundo que ha permeado a las ciencias sociales con nuevas perspectivas, categorías y dimensiones de análisis. La confluencia de todas estas teorizaciones e investigaciones dan cuenta que los estudios sobre los cuidados se caracterizan por la amplitud de sentidos, perspectivas y disciplinas. Como destaca Borgeaud-Garciandía (2018), la polisemia misma del término y la labilidad de sus fronteras pueden ser vistas como debilidad, al mismo tiempo que representan una fortaleza en tanto se corresponden con las dimensiones, sentidos y complejidades de la realidad social. Entonces, a continuación, se proponen algunas premisas analíticas y perspectivas para el estudio de los cuidados comunitarios.
Carrasco (2013) y Peréz Orozco (2014) nos acercan concepciones holísticas para el abordaje de los cuidados que, dado nuestro punto de interés, pueden ser potentes en términos heurísticos. Por un lado, habilitan superar las estrecheces de vincular cuidado de la vida a la reproducción de fuerza de trabajo, evitando el binomio producción-reproducción. De este modo, el concepto de sostenibilidad de la vida trae la ventaja teórica que nos remite a la interacción entre el cuidado de las personas y el cuidado del entorno (Carrasco, 2013).6 Como destaca Carrasco (2003) se trata de:
[…] actividades no valoradas -que incorporan una fuerte carga subjetiva- son precisamente las que están directamente comprometidas con el sostenimiento de la vida humana. Constituyen un conjunto de tareas tendientes a prestar apoyo a las personas dependientes por motivos de edad o salud, pero también a la gran mayoría de los varones adultos. Tareas que comprenden servicios personales conectados habitualmente con necesidades diversas y absolutamente indispensables para la estabilidad física y emocional de los miembros del hogar. Actividades que incluyen la alimentación, el afecto y, en ocasiones, aspectos poco agradables, repetitivos y agotadores, pero absolutamente necesarios para el bienestar de las personas. Un trabajo que implica tareas complejas de gestión y organización, necesarias para el funcionamiento diario del hogar y de sus habitantes. Un trabajo que se realiza día tras día los 365 días del año, en el hogar y fuera de él, en el barrio y desde el puesto de trabajo remunerado, que crea redes familiares y sociales, que ofrece apoyo y seguridad personal y que permite la socialización y el desarrollo de las personas. (Carrasco, 2003, pp. 16-17)
Por otra parte, un abordaje holístico en torno a los cuidados, como destaca Paperman (2019), también requiere trascender las categorías dicotómicas de ciertos pensamientos dominantes que insisten en presentar clivajes sobre los cuales se fundan (por ejemplo, de dependientes vs. independientes) y esta revisión tiene consecuencias en los campos de conocimiento. En este sentido, los cuidados comunitarios se comprenden mejor si se considera que sobrepasan -incluso rompen- las divisiones entre lo “público/privado”, “derechos/deberes”, “amor/trabajo”, “necesidad/trabajo” (Fisher y Tronto, 1990).
El estudio de los cuidados comunitarios, en segundo lugar, también enfrenta desafíos epistemológicos específicos. Como destaca Paperman, el conocimiento del cuidado como proceso organizado de actividades comienza con lo que de él saben sus protagonistas, la mayoría de las veces excluidas/os en tanto sujetos: las trabajadoras del cuidado, ya sean remuneradas dentro de las familias, ya sea que produzcan un trabajo gratuito, ya sea que se desempeñen en las instituciones de cuidados (Paperman, 2019, p. 51). En consecuencia, los puntos de vista, las experiencias (prácticas, morales, subjetivas) de los actores se tornan objeto de análisis imprescindibles para evitar concepciones a priori.7 En este sentido, nos encontramos con un concepto abierto e indefinido posible de recibir múltiples significados, lo cual dejará abierta la posibilidad para la elaboración de nuevos sentidos que se producen en torno a la experiencia práctica de los cuidados comunitarios que impulsan y sostienen los movimientos.
En tercer término, la importancia de no adoptar miradas universalistas y descontextualizadas en torno a las relaciones de cuidados ha sido advertida por varias autoras. Como destaca Tronto (2020), si bien todos los seres humanos tienen necesidades básicas, no hay dos personas, dos grupos, dos culturas o dos naciones que practiquen o conozcan del mismo modo las necesidades de cuidado; en consecuencia, requiere de mucha atención tanto la situación como el contexto en el cual se desarrollan las relaciones o los procesos del cuidado. Para Sanchís (2020), por ejemplo, en contextos donde predomina la pobreza, la precariedad e informalidad laboral, en viviendas con una fuerte presencia de familias extendidas que viven en situaciones de hacinamiento, resultan insuficientes y estrechas las concepciones corrientes referidas al cuidado, siendo imprescindible ampliar y repensar los márgenes de estas concepciones.
En cuarto lugar, resulta fundamental cierta concepción genérica de cuidado de modo que permita comprender las acciones y relaciones que mantenemos diariamente pero al mismo tiempo mantener su especificidad, ya que no todo lo que realizamos diariamente es cuidado.8 Consideramos que una pista para comprender la labor diaria de las mujeres cuidadoras es considerar al cuidado como una actividad genérica que comprende todo aquello que hacemos para mantener, perpetuar y reparar nuestro “mundo”, de forma tal que podamos vivir lo mejor posible. Y ese mundo abarca nuestros cuerpos, a nosotros mismos y a nuestro medioambiente, como sostén de la vida (Fisher y Tronto, 1990). Joan Tronto (2020) nos brinda pistas teóricas para pensar la complejidad de las tareas de cuidado: requieren preocuparse (caring about), hacerse cargo (caring for), suministrar cuidados (care giving) y recibir cuidados (care receiving). Exigen también la atención, la reflexión sobre la responsabilidad, la competencia en el cuidado brindado (care giving) y la respuesta indicada que ha de ofrecerse tanto a quienes reciben (care receivers) como al proceso efectivo del propio cuidado.
Posicionándonos en otra escala de análisis, finalmente, el concepto de cuidado social (social care) (Daly y Lewis, 2000) amplía la mirada para considerar el “diamante del cuidado” (Razavi, 2007) conformado por las múltiples relaciones entre las familias, los Estados, los mercados y la comunidad como actores proveedores de cuidado. A partir de la incorporación del espacio comunitario se avanza en la precisión de que el terreno de la reproducción social no es privativo de la familia y/o el Estado, en tanto requiere de un análisis de nivel intermedio vinculado a la visualización de tejidos sociales comunitarios y locales (Picchio, 2001). Y es precisamente en esta esfera dónde pueden ubicarse a las acciones impulsadas por los movimientos sociales como parte de la organización social del cuidado, frente a las problemáticas del déficit estatal en lo que respecta a los servicios de cuidados y la lucha por el sostenimiento de la vida junto con las familias.
Los cuidados comunitarios y los movimientos sociales
El espacio comunitario se remite a un conjunto de prácticas heterogéneas que reúne un amplio campo de experiencias que van desde la beneficencia hasta servicios de cuidados de gestión mixta (entre lo comunitario y el Estado, por ejemplo) con diversos grados de institucionalidad. No obstante, un rasgo en común que define a estas iniciativas es que quienes los impulsan y lo sostienen son sujetos colectivos (Vega y Buján, 2017).
En América Latina, estas iniciativas han estado fuertemente vinculadas a la lucha por el sostenimiento de la vida frente a las políticas de ajuste social y las reformas estructurales neoliberales que atravesaron a la región. Esto ha dado lugar a concepciones que algunas autoras consideran como “paradójicas” (Vega y Buján, 2017) ya que si bien muchas mujeres lideraron movimientos políticos que amortiguaron los efectos de las políticas de ajuste, este proceso estuvo signado por una delegación de responsabilidades de los Estados hacia ellas y una mayor sobrecarga de trabajo para las mujeres como variable de ajuste. Diversos trabajos documentan experiencias como la creación de nuevas redes de apoyo entre mujeres para atender necesidades de cuidado a nivel barrial que fueron inseparables de otras iniciativas comunitarias (ollas populares, comedores comunitarios, guarderías) (Molyneux, 2001).
Gran parte de estas formas de participación fueron creadas desde el Estado o bien surgidas desde abajo pero posteriormente cooptadas a través de programas estatales como es el caso de: las madres comunitarias de Colombia (Buchely, 2015); las barriadas de Lima en Perú, sostenidas mayoritariamente por mujeres e institucionalizadas a través del Estado (Rosseau, 2012); el proceso de captación de las mujeres que participaban como voluntarias y como promotoras en el terreno de la educación popular en Perú (Molyneux, 2007); la profesionalización de las madres comunitarias de Ecuador (Villamediana, 2014); las redes de cuidados en Brasil (Fonseca y Fietz, 2018); entre otras que han sido también muy significativas.
Las formas de participación popular de las mujeres y sus iniciativas de cuidado vinculadas a los movimientos presentan ciertas particularidades en la Argentina. En un primer momento, el estudio por la participación de las mujeres en los movimientos sociales estuvo fuertemente signado por los fenómenos de protesta (Paura y Zibecchi, 2014). La visualización de este fenómeno dio lugar al reconocimiento del lugar que las mujeres habían ocupado en diversas instancias de los movimientos sociales, cortes de ruta, protestas populares, asambleas, organización barrial. Por ejemplo, a través del estudio de dos biografías femeninas y de dos episodios de la protesta popular en los noventa (el Santiagueñazo y el movimiento de vecinos que se produjo en Cutral-Có) se pudieron comprender las experiencias y los sentidos en búsqueda de reconocimiento por parte de las mujeres (Auyero, 2004).
Otras líneas de análisis propusieron no reducir el universo de sentido de las organizaciones de desocupados a la protesta para dar cuenta del despliegue de un conjunto de acciones hacia el interior de las organizaciones en los barrios (Vommaro, 2006; Quirós, 2006), buscando inscribir la participación femenina en otras dimensiones de la vida social. Así, se ha documentado el lugar de las mujeres en la trama de los emprendimientos colectivos (Di Marco, 2003; Svampa, 2005), sus redes y acciones específicas (Causa y Ojam, 2008) que han sido la “antesala” de muchas organizaciones territoriales posteriormente estudiadas con una alta presencia de mujeres inclusive en la conducción: jardines comunitarios, comedores, cooperativas, entre otros.9 De modo que se ha estudiado y visibilizado el rol protagónico que las mujeres han desarrollado en los movimientos de trabajadores desocupados no solo través de actividades típicamente femeninas sino también en la producción, la coordinación y la toma de decisiones (Bottaro, 2010; Di Marco, 2003).
Si bien el objeto de análisis nunca ha estado en la provisión de los cuidados en el espacio comunitario, ni en las relaciones de cuidado que allí se desenvuelven, encontramos un interesante punto de confluencia con las investigaciones locales que indagan sobre los sentidos de la política en las tramas de relaciones cotidianas de las organizaciones y/o en los barrios. En esta confluencia, se pueden comprender las múltiples relaciones entre protesta, gestión de recursos y sociabilidad local (D’Amico, 2009; Vommaro, 2017; Seman y Ferraudi Curto, 2013); y aproximaciones conceptuales a la politicidad definida como la condición política de las personas que engloba al “conjunto de sus prácticas, su socialización y su cultura política” (Merklen, 2005, p. 24).
Las mujeres que participan en los movimientos sociales desde experiencias vinculadas al cuidado principalmente de niñas y niños desarrollan diversas funciones y roles (referentes o coordinadoras de espacios de cuidado, cuidadoras, educadoras populares, asistentes, etc.) (Zibecchi, 2015) y, como se desarrolla a continuación, ese conjunto de prácticas y experiencias de cuidado permiten construir una sociabilidad y una forma de encontrarse con los otros que, de forma más difusa u organizada, presentan grados de politicidad que está siendo estudiada desde diversos abordajes.
Política, cuidado y territorio: puertas de entrada para el estudio de sus relaciones
La dimensión territorial es evocada por diversas investigaciones en tanto se constituye como clave analítica para comprender lógicas de provisión de cuidados, entendida como una trama cotidiana de relaciones en las cuales circulan bienes y servicios vinculados con los cuidados fuertemente marcados por los valores propios de cada organización bajo análisis. La posibilidad de efectuar una lectura de la provisión de los cuidados desde su propia inscripción territorial (el barrio),10 permite ubicar a la experiencia práctica de quienes la impulsan (mujeres organizadas), desde su trama de relaciones (de amistad, vecindad, parentesco y militancia) y a través de sus propias concepciones de crianza, de trabajo y de valores que se ponen en juego.
En ese sentido, los territorios aparecen ya en los trabajos que estudian las genealogías de las organizaciones y de quienes las conforman, donde se observan entrecruces de vecinas, familiares, amigos, parroquias, luchas previas, reuniones y madrinazgos, dependiendo de los casos.
Se trata de iniciativas creadas desde abajo (en los territorios, en el barrio) y con un fuerte impulso colectivizante (Fournier, 2017). Como mostramos en otro trabajo (Zibecchi, 2015), el momento fundacional de los centros de cuidados impulsados por las organizaciones de trabajadoras/es desocupadas/os en el marco de otras acciones (obradores, cooperativas, merenderos) aparecen ancladas en lo territorial: “ayudar a las familias del barrio”, “cuidar a los chicos del barrio”, “en el barrio teníamos el comedor, pero nos faltaba el jardincito”, y la importancia de comenzar por el jardín comunitario para que “no se pierda la cultura del trabajo en el movimiento”.11
El carácter casi indisociable de las iniciativas de provisión de cuidados comunitarios de otras actividades del movimiento y de valores vinculados a la “cultura de trabajo” también ha sido investigado a través de las diversas formas bajo las cuales se manifiesta: a) el trabajo en torno a la construcción y mantenimiento de la infraestructura de cuidado por parte de los diversos integrantes; b) la propia creación de estos espacios que permite que muchas mujeres trabajen cuidando y desempeñando diversos roles y funciones (coordinadoras, cuidadoras, educadoras populares, cocineras, entre otras); c) la posibilidad de que niñas/os estén cuidados mientras que sus progenitores y/o familiares a cargo realizan diversos trabajos vinculados a la economía informal y/o a proyectos gestionados desde los movimientos12 (Zibecchi, 2015).13
Atentos a esta dimensión más holística sobre los cuidados, estudios más recientes muestran que en el campo de la economía popular (en el cual participan diversos movimientos sociales de trabajadores desocupados), la experiencia de la organización entre producción, trabajo y tareas de cuidados, va tomando formatos novedosos como son las cooperativas de cuidado y la problemática de la provisión de cuidados como parte de las demandas específicas del movimiento (Campana y Rossi Lashayas, 2020). En un plano analítico, como destaca Vega (2019), esto pone en manifiesto el reconocimiento social y político de las tareas reproductivas y de cuidado en sí mismas, y no sólo como un medio para lograr otros objetivos (como puede ser cumplir con la contraprestación de un programa o sostener el proyecto de un polo productivo).
La forma indefinida de lo territorial da cuenta de que las prácticas de cuidados no son iniciativas neutras o mecánicas y mucho menos que obedecen sólo como una respuesta a las demandas sociales del barrio por la falta de infraestructura de cuidado, o bien a programas que bajan al territorio (Zibecchi, 2015). En esa dirección, emergen de investigaciones empíricamente orientadas la precaución de entender al conjunto de tareas que realizan las mujeres en los movimientos sociales de trabajadores desocupados y/o trabajadoras/es de la economía popular evitando concepciones que plantean una linealidad o ciertas reacciones mecánicas (por ejemplo, que sólo son formas de satisfacer necesidades básicas inmediatas del barrio), intentando visualizar las resoluciones creativas y desde abajo, como veremos a continuación.
Investigaciones etnográficas conectan y enmarcan estas iniciativas de cuidado a procesos más amplios que se crean en los movimientos sociales. Para ello recurren, entre otras estrategias analíticas, al concepto de sostenibilidad de la vida de una manera ampliada. De este modo, el estudio de la creación de espacios específicos de cuidado liderados por mujeres en los procesos de toma y recuperación de fábricas textiles, muestra que los mismos no pudieron desligarse de los procesos de luchas que lideraron las mujeres (Fernández Álvarez, 2006). Así, las mujeres que cuidan frecuentemente se identifican con este hacer juntos o juntas que se define y se negocia en el día a día bajo formas creativas y también disputadas, sin negar las relaciones de dominación que las atraviesan (Fernández Álvarez, 2016).
Las mujeres titulares de programas estatales, asociadas a movimientos sociales, también buscan formas de resolución colectivas y creativas del cuidado de sus hijas/os al organizarse como cooperativa donde despliegan un estilo de crianza qom, por su origen étnico (Sciortino, 2018). Etnografías centradas en organizaciones de trabajadoras/es vinculadas a la economía popular, dan cuenta que las iniciativas de cuidado comunitario impulsadas por las mujeres no se construyeron como un espacio diferenciado de aspectos centrales en la vida que comúnmente se observan como políticos: el acceso a un programa estatal, el desarrollo de trayectorias de militancia barrial (Pacífico, 2019). Estos análisis reflejan que los cuidados no constituyen una esfera disociada de la participación en las cooperativas de trabajo y que las integrantes de los movimientos tenían sus concepciones específicas vinculadas al cuidado de las/os niñas/os mostrando el carácter complejo y simultáneo que reviste a estas tareas (Pacífico, 2019).
Por otra parte, observar el protagonismo de las mujeres desde sus prácticas cotidianas, sus trayectorias y biografías es otra puerta de entrada para comprender los vínculos complejos entre los procesos de politicidad y las experiencias de cuidado concretas en los territorios en los cuales habitan. Con diversos grados de intensidad, también estas investigaciones muestran la riqueza de suspender las categorías dominantes de pensamiento (público/privado, necesidad/ trabajo) para el estudio de las experiencias concretas. De modo que distintas investigaciones que abordan puntos de vista y experiencias -prácticas, morales, subjetivas- de las mujeres permiten ubicar a los cuidados en sus trayectorias de vida y como parte de los movimientos de los que forman parte o lideran.
Existen trabajos que muestran que la participación en los cuidados comunitarios por parte de las mujeres migrantes es fundamental para el proyecto migratorio y se vinculan con los movimientos sociales territoriales, tal es el caso de las mujeres peruanas (Magliano, 2019), bolivianas y paraguayas (Rosas, 2018). En el mismo sentido, se destaca que las experiencias de auto asociarse para cuidar colectivamente fuera de sus hogares genera transformaciones muy importantes en sus biografías y redefine las nociones más tradicionales de lo que se concibe como trabajo. Al mismo tiempo que determinadas formas de las organizaciones territoriales, basadas en la autogestión y la deliberación, generan procesos de autonomización creciente en las mujeres (Fournier, 2020).
Otra premisa de análisis para el estudio de las relaciones entre los cuidados y lo político se encuentra en el estudio de los puntos de inflexión de las trayectorias y de las biografías de las protagonistas de estos procesos, lo cual permite abordar cómo ciertos acontecimientos que frecuentemente se consideran de la vida privada están íntimamente relacionados con un proyecto colectivo más amplio. La politicidad se ubica en la posibilidad siempre abierta y contingente de inscribir una experiencia vivida y percibida como individual (cuidar de hijos, cuidar de otros en el espacio de lo doméstico) en un proyecto colectivo mayor. De este modo, existe un conjunto de factores que de manera convergente habilitan la inscripción de ciertos acontecimientos de la vida privada y personal en un proyecto público y colectivo en donde los cuidados están siempre presentes:
(i)Los puntos de inflexión en las trayectorias de las mujeres que participan en los movimientos, asociadas a las dinámicas familiares (las separaciones, rupturas de pareja, violencia de género) se constituyen en causas que conducen a las mujeres a vincularse con estas organizaciones en búsqueda de trabajo, apoyo y contención.
(ii)Las mujeres que participan en estos espacios de cuidado vivencian ascensos (llegar a ser presidentas, secretarias y/o socias de las cooperativas, coordinadoras del espacio de cuidado, estar a cargo de la sala) lo que genera un fuerte sentido de pertenencia hacia un proyecto colectivo mayor.
(iii) En algunos casos logran, a través de estas instancias, una nueva posición relacional que las habilita a ser mediadoras e intermediarias entre las demandas de las/os integrantes de los movimientos y sus familias y los diversos actores con los cuales deben dialogar dentro y por fuera del movimiento (burócratas, agentes estatales, profesionales del sector público, entre otros) (Zibecchi, 2014, 2019, 2020).
A modo de reflexión
El abordaje de los movimientos sociales y sus organizaciones territoriales desde la perspectiva de los cuidados nos permitió visualizarlos desde un costado, tal vez, menos explorado. El hecho de que haya prevalecido cierta mirada ausente desde la perspectiva de los cuidados a muchas de las iniciativas de cuidados comunitarios impulsadas tempranamente por parte de los movimientos territoriales en la Argentina se debe a diversos factores. En primer lugar, se explica por su temporalidad, como vimos la literatura a mediados de los noventa estuvo más enfocada en analizar a las mujeres como protagonistas en las formas de protesta y en la organización política de los movimientos, a lo cual se suma que la perspectiva de los cuidados ha cobrado mayor protagonismo en el espacio académico más recientemente. En segundo término, se vincula con el propio derrotero de las investigaciones feministas. Los cuidados realizados en el espacio comunitario fueron durante mucho tiempo entendidos como una prolongación de los realizados en el hogar y como una reproducción de los roles típicamente femeninos (Martínez Buján, 2019). Como convergencia de ambas situaciones, el carácter politizado de las iniciativas de cuidado impulsado por las mujeres en el marco de los movimientos ha sido menos estudiado.
Sin embargo, hoy estamos ante otro escenario de conocimiento. Por un lado, porque la propia transformación de las experiencias de trabajo de los movimientos (como son las cooperativas de trabajo) ubicó a las mujeres protagonistas con otra capacidad de negociación frente al Estado y sus políticas. Por otro lado, hoy contamos con estudios que desde perspectivas novedosas -provenientes de diversos campos disciplinares y horizontes epistemológicos- dan cuenta de las formas bajo las cuales desde los movimientos -en especial, pero no exclusivamente, los vinculados con la economía popular- organizan los cuidados. Al mismo tiempo que esta organización de los cuidados es inseparable de la organización productiva, política y la vida de sus protagonistas.
Como vimos a lo largo de este artículo, las relaciones de cuidado impulsadas por los movimientos se encuadran en los territorios donde se sitúan y que les otorga sentido. La propuesta analítica, además, planteó la importancia de poner en suspenso algunas dicotomías propias de las formas de pensamiento dominantes (público/privado; trabajo/necesidad) para el estudio de las experiencias y sentidos que adquieren los cuidados comunitarios impulsados por y desde los movimientos sociales, donde las mujeres ocupan un lugar clave como protagonistas de estos procesos.
Otra puerta de entrada para el estudio de las relaciones entre cuidado y politicidad es la premisa que es imposible fragmentar la experiencia individual de cuidar en el espacio comunitario y el accionar político, al tiempo que se puede registrar que esta experiencia subjetiva es otra dimensión sustancial para entender una nueva sociabilidad que se vincula con una manifestación de la politicidad popular. Las diversas formas de resolución de cuidado comunitario lideradas por las mujeres integrantes de movimientos territoriales se encuentran fuertemente asociadas a las experiencias para subsistir: obtener un programa social de transferencia de ingresos, cumplir con la contraprestación que exigen los programas, formar una cooperativa, recuperar una fábrica, sostener las asambleas, como da cuenta la literatura especializada en el tema y el recorrido efectuado.
Estudiar qué y cómo ciertos acontecimientos que frecuentemente se consideran de la vida privada y personal están íntimamente relacionados con un proyecto público y colectivo -poniendo en suspenso las categorías dominantes de pensamiento- es otra apuesta analítica, proveniente tanto de investigaciones etnográficas como de aquellas que adoptan un enfoque biográfico o topográfico. Esta apuesta aplicada a los cuidados que llevan adelante las mujeres en los movimientos resulta de un alto valor heurístico, una herramienta capaz de desentrañar los sentidos políticos de las acciones cotidianas de cuidado. Precisamente, la politicidad se ubica en la posibilidad siempre abierta y contingente de inscribir una experiencia individual en un proyecto colectivo mayor.
Diversos trabajos académicos referenciados en este artículo coinciden en afirmar que la experiencia subjetiva da lugar a nuevas formas de politicidad y sociabilidad vinculada a los cuidados. Se conjugan allí experiencias individuales y colectivas para construir soluciones a demandas sociales implacables y urgentes (cuidar de otros) que dan forma o moldean proyectos colectivos preexistentes o futuros (cooperativas, emprendimientos, organizaciones) con sentidos polisémicos, abiertos de significados y en permanente disputa, pero que se articulan en dimensiones comunes: cuidar de otros en los territorios.