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Desacatos
versión On-line ISSN 2448-5144versión impresa ISSN 1607-050X
Desacatos no.22 Ciudad de México sep./dic. 2006
Saberes y razones
Estilo y escritura en la Historia tolteca chichimeca
Cecilia Rossell
Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social-Distrito Federal, México. rossellce@prodigy.net.mx
Recepción: 7 de abril de 2006
Aceptación: 11 de julio de 2006
Resumen
La escritura pictográfica nahua ha sido un tema muy controversial entre antropólogos, historiadores, arqueólogos y lingüistas, ya que es un sistema original que no encaja con las definiciones tradicionales de lo que debe ser una "verdadera" escritura, es decir, una que represente solamente la cadena del habla y, por ello, que se presente de manera lineal. La escritura maya ya ha sido aceptada dentro de esta categoría, sin embargo, pero los sistemas de escritura del Altiplano de México, aún están en debate. Sólo el avance en la metodología y el desarrollo de estudios minuciosos podrán responder estas preguntas. Aquí se presentan unos breves antecedentes sobre la lengua náhuatl y sus hablantes, los tolteca-chichimecas y un análisis más detallado de ciertos rasgos del estilo pictórico y de algunas características de la escritura pictográfica nahua, estudiados en el códice mixto del siglo XVI conocido como la Historia tolteca chichimeca.
Palabras clave: iconografía, epigrafía, escritura indígena, códices mexicanos, México.
Abstract
Nahua pictographic writing has been a very controversial subject among anthropologists, historians, archeologists and linguists, since it's an original system that doesn't fit the traditional definitions of what constitutes a "true" writing system, meaning one that only represents a speech chain, and therefore is presented in a linear form. Mayan writing is regarded as a system that fits such definitions, but the writing systems of Mexico's Altiplano, are still being debated.These questions will only be answered by further advances in methodology and more meticulous studies. This paper presents a brief background of the Nahuatl language and its speakers, the Toltecas-Chichimecas, as well as a more in-depth analysis of certain characteristics of nahua pictographic writing, done by studying the sixteenth century mixed codex known as the Tolteca Chichimeca History.
Key words: iconography, epigraphy, indigenous writing, Mexican codices, Mexico.
Dentro del estudio de los códices tanto de la etapa anterior a la conquista como después de ella han existido distintas formas de analizarlos, sobre todo a partir del siglo XX y el que comienza. Éstas aportan información indispensable para la comprensión de un objeto cultural tan complejo como son los libros mesoamericanos, y especialmente del sistema iconográfico y de escritura que quedó plasmado en ellos. Para su conocimiento, que se encuentra en proceso, se recurre a varias disciplinas, ya que ninguna lo explica completamente. Por eso se deben abarcar varios campos que contribuyen con métodos y categorías, los cuales son adaptados a los rasgos particulares de este sistema.
Las investigaciones sobre códices toman en cuenta los materiales con los que están confeccionados, el estilo de elaboración, la época de realización y la región de donde proceden o la cultura a la que pertenecen, así como la historia de los acontecimientos por los que ha pasado el manuscrito.
Para la investigación de su contenido han existido distintos planteamientos que podrían clasificarse a grosso modo en dos enfoques. El primero se basa en evidencias externas al documento, contenidas en los escritos realizados por autores coloniales, españoles o indígenas, conocidos en general como crónicas. También están la historia virreinal, la tradición oral de los descendientes de los grupos que fabricaron códices, y la etnografía o el estudio de sus culturas actuales, junto con los datos que proporciona la arqueología principalmente. Por otra parte, están los que se fundamentan en la evidencia interna, aplicando métodos de la iconografía para el análisis de la imagen; de la iconología para la búsqueda de su significado cultural; de la epigrafía para asociar las imágenes con la lengua hablada, y de la historia de las escrituras para comparar con las de otras épocas y lugares. Además, se toman algunos datos de la lingüística histórica para el estudio de la evolución de las lenguas, y de la lingüística antropológica para el estudio de la gramática de la lengua hablada y la recopilación de léxico en diccionarios.
Entre dichos enfoques se encuentra la propuesta galarziana, que se aboca al análisis de los códices desde el postulado de que su contenido quedó registrado a partir de un sistema de escritura, definiendo a ésta como "un conjunto formado por unidades gráficas mínimas, recurrentes y combinables, que transcriben las unidades fonéticas y semánticas de una lengua dada" (Galarza y Monod-Becquelin, 1992:159-160).
Esta metodología se encuentra explicada en otro artículo de este número de Desacatos, por lo que en este espacio se presentará únicamente un estudio sobre algunos resultados obtenidos a partir de su aplicación en la investigación sobre los anales de la Historia tolteca chichimeca.
Se trata de la exposición de su estilo plástico, acompañada de una síntesis de los principios de su escritura obtenidos en la investigación realizada junto con la maestra Laura Rodríguez Cano (Escuela Nacional de Antropología e Historia del Instituto Nacional de Antropología e Historia [ENAH-INAH] ), como parte del proyecto Amoxcalli del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS) (2000-2005), dirigido por la doctora Luz María Mohar (CIESAS-DF). Dicho proyecto se propuso el análisis de los códices mexicanos de la Biblioteca Nacional de Francia en una presentación electrónica. En el caso que nos compete, éste consta del facsimilar del códice, con una introducción, las fichas del análisis formal y fonético de sus unidades y la conformación de un diccionario de glifos (Rossell y Rodríguez, 2001, 2005a, 2005b).
Este extenso y hermoso manuscrito ha sido muchas veces citado debido a la riqueza y calidad de su información, que trata sobre la llegada del primer grupo hablante de náhuatl a la Mesoamérica nuclear, los toltecas. Es un relato retrospectivo que comienza con el abandono de su capital en Tula, Hidalgo, en el siglo XII, para finalmente establecerse en Cholula, Puebla, a donde llegaron acompañados de otros grupos llamados chichimecas, quienes entraron en conflicto por las tierras de Cuauhtinchan, Puebla, con pueblos que ya habitaban allí, lo que motivaría en el siglo XVI la elaboración de dicho códice.
De la Historia tolteca chichimeca ya se han realizado varias publicaciones, entre las que se encuentra la paleografía en lengua náhuatl y su traducción, acompañada de numerosas notas y varios mapas, en la famosa edición facsimilar de Paul Kirchhoff, Luis Reyes y Lina Odena (1976, y reeditada en 1989). Véanse las ilustraciones 1, 2, 3 y 4 (en pliego de color, pp. XVIII-XX1). También se han elaborado varios textos a partir de los datos proporcionados (cfr., entre ellos, Barlow, 1995; Kirchhoff, 1940,1958; Reyes, 1988a, 1988b; Reyes y Odena, 2000; Rodríguez y Torres, 2001; Rossell, 2001,2001b y 2003; Roth, 2001; Yoneda, 2002). Sin embargo, ésta es la primera vez que se realiza una investigación exclusivamente acerca de sus imágenes y glifos, en la que se proporcionan algunas definiciones derivadas de su su estudio.
Este artículo comenzará con una breve introducción para ubicar el lugar de procedencia de los grupos tolteca y chichimecas, así como de los asentamientos que tuvieron, primero en Tula y después en Cholula y Cuauhtinchan. De este último lugar se detalla un poco más su historia, ya que es a partir de los sucesos acaecidos ahí que se produce la Historia tolteca chichimeca, pero no se ahondará más en el contexto histórico, ya que este espacio está dedicado a la presentación de algunas categorías que definen el estilo pictórico y la escritura pictográfica de este códice. Para la consulta sobre el contenido del códice y la historia del manuscrito véanse los autores citados más arriba.
También se tratará brevemente el contexto de la lengua hablada por estos grupos el náhuatl, así como algunas de sus características. Es importante resaltar que éste no es un trabajo lingüístico, sino que solamente se mencionan algunos rasgos que se vieron reflejados en el texto alfabético del códice y en su registro por medio de glifos, para pasar a la presentación de las particularidades del estilo pictórico y de los rasgos de la escritura pictográfica que se han logrado identificar en este manuscrito.
EL ORIGEN: LOS NAHUAS CHICHIMECAS
Al comienzo del primer milenio de nuestra era varios grupos pertenecientes al tronco lingüístico yutonahua habitaban en el noroeste de México. Esta región formaba parte de la gran área de Aridoamérica, conocida entre los nahuas como la Teotlalpan, o la Tierra Divina, extraña y peligrosa, constituida por llanuras semiáridas y áridas, el vasto desierto. Ante condiciones tan duras la solución fue una vida nómada o seminómada basada en la caza y la recolección. También se le llamó Chichimecatlalli o la Tierra de los Chichimecas, denominación bajo la cual se abarcó a todos los grupos que vivían en esta zona, a pesar de que sus habitantes pertenecían a diferentes troncos y familias lingüísticas y que tenían distintos niveles culturales. Existía asimismo una zona más irrigada en el noroeste conocida como Oasisamérica, donde se dieron culturas sedentarias más avanzadas y, al parecer, mesoamericanas (Siméon, 1988:490,96; Braniff, 2001a: 7-12).
Algunos grupos de la familia nahua se establecieron en una larga franja que abarcaba los actuales estados de Sinaloa, Zacatecas, Durango, y un poco más al sur, donde encontraron tierras propias para la agricultura estacional, que ya conocían y utilizaban junto con la caza y la recolección. Allí terminaron por adoptar una forma de vida sedentaria. Levantaron, principalmente en Zacatecas, sitios ceremoniales como Altavista y La Quemada (300-900 d.C.), la cual fue incendiada y abandonada paulatinamente a partir del año 900 de nuestra era (Braniff, 2001b: 84).
Durante los siglos siguientes, en el noroeste comenzó un largo periodo de abandono de las tierras de Durango y Zacatecas, tal vez provocado por sequías que debieron haber reducido las tierras cultivables. Todavía no está claro lo que motivó a sus poblaciones a emigrar hacia el sur, pero éstas avanzaron en varias oleadas hacia el territorio nuclear mesoamericano, mientras otros grupos de nómadas se apropiaron de la zona dejada atrás (Armillas, 1991b: 209).
EL AVANCE: TULA Y LOS TOLTECAS
Se ha planteado que la migración que tuvo lugar hacia el siglo X, procedente de la zona de La Quemada, fue de hablantes de náhuatl, que más tarde llegarían a Tula, donde tomarían el nombre de toltecas. Las historias indígenas elaboradas en el siglo XVI mencionan que esta comunidad había salido de un lugar llamado Chicomoztoc o las Siete Cuevas con dirección al sureste para llegar a establecerse en el Valle de Tula, en el que originalmente residían otomíes y donde llegarían a compartir el señorío con los nonoalcas, grupo de posible filiación maya allí asentado (Siméon, 1988: 99; Hers, 2001:147-148).
Entre los siglos X al XII Tula logró su máximo apogeo, pero hacia el final, otro periodo de sequías podría haber ocasionado una serie de presiones externas provocadas por incursiones de huastecos y de otopames que tenían como principal medio de subsistencia la caza y la recolección (Armillas, 1991b: 216-217). Esto habría causado o agravado las tensiones internas entre los grupos gobernantes, que acabaron por abandonar la ciudad. Los primeros en partir fueron los nonoalcas, quienes se establecieron en el área de Tehuacán, al sureste de Puebla. Les siguieron los toltecas, tomando el camino hacia la ciudad que identificaban con la gran pirámide, a la que llamaban Tlachiualtepetl, la Montaña Hecha o Construida, que estaba en Cholula, y en la que permanecieron hasta la llegada de los europeos (Siméon, 1988: 569,496; Rossell y Rodríguez, 2005b: Introducción).
LA LLEGADA: CHOLULA Y CUAUHTINCHAN
Esta antigua urbe había sido dominada por una población heterogénea gobernada por señores olmeca-xicalancas, que probablemente procedían de una zona que abarcaba parte de Veracruz, Tabasco y Campeche, en la que se localizaba Xicalanco, a orillas de la Laguna de Términos, lugar donde convivieron grupos olmecas y mayas (Sugiura, 2000, II: 366-371). En la región de Cholula coexistieron con sus vecinos sureños, los mixtecos de Oaxaca, que habían desarrollado varios señoríos con Tilantongo como su capital en la Mixteca Alta. Éstos lograron una expansión hacia el oeste y norte de Oaxaca, que desplegaron hacia Guerrero y Puebla. Compartían con los popolocas que también residían al sur de Puebla, y con los chochos, procedentes de Coixtlahuaca, en Oaxaca (Armillas, 1991a: 182-183).
Cuando los toltecas llegan a Cholula, los soberanos olmeca-xicalancas les permitieron establecerse, aunque en calidad de marginados. Después de unos años los toltecas trataron de tomar la ciudad, pero fueron rechazados, por lo que emprendieron el regreso a Chicomoztoc para pedir a los siete grupos chichimecas que se habían quedado allá que los ayudaran a adueñarse de Cholula y de su señorío, lo que efectivamente hicieron. Los toltecas se apoderaron de esta ciudad y repartieron las tierras entre sus aliados, quienes tomaron el nombre de las poblaciones donde fijaron su residencia permanente. Así, hacia el este de esta capital se instalaron los cuauhtinchantlacas, al norte los tlaxcaltecas, al oeste los huexotzincas y al sur los totomihuaques; hacia el noreste se afincaron los zacatecas, tzauhtecas y malpantlacas (Rossell y Rodríguez, 2005b: Introducción).
Un grupo de chichimecas queda a la cabeza en Cuauhtinchan y a partir de entonces adoptan el nombre de cuauhtinchantlacas, aunque en este lugar ya había una población local a la que denominaban pinome, compuesta por mixtecos, popolocas y posiblemente chochos, así como un grupo llamado chimalpaneca xalcomolcas, quienes se encargan de recibir a nuevos miembros mixteco-popolocas procedentes del área mixteca en los límites con Veracruz, de los cuales descenderán algunos de los gobernantes de este lugar (Gámez, 2003: 94).
Al establecerse, los chichimecas encuentran resistencia de estos habitantes anteriores, con los que tendrán continuos conflictos por el control del gobierno y sobre todo por las tierras de Cuauhtinchan. Estas disputas continuaron hasta el siglo XVI, y son las que llevan a la elaboración de un libro o códice redactado en náhuatl por uno de los linajes chichimecas los moquiuixcas, quienes escribieron la historia de cómo habían llegado a merecer este señorío, desde la salida de los toltecas de Tula, la ayuda que les prestaron para la conquista de Cholula y la recompensa que les dieron mediante la repartición de tierras. Este manuscrito, conocido como Historia tolteca chichimeca, se elaboró para justificar la posesión y hegemonía del señorío de Cuauhtinchan ante las nuevas autoridades coloniales, encargados entonces de legitimar su demanda (Kirchhoff, Odena y Reyes, 1989 [1976]: 205).
Sin embargo, a pesar del conflicto con los pobladores locales, entre éstos se encontraban los chimalpanecas, quienes aparecen como una comunidad estimada y valorada por los chichimecas, y aunque en este códice no se dice la razón, tal vez se refiera a lo que menciona Ixtlilxóchitl, historiador indígena del siglo XVIII, sobre la llegada de este grupo a Texcoco: "vinieron de las provincias de la Mixteca dos naciones, que llamaban tlailotlaques y chimalpanecas, que eran asimismo del linaje de los tultecas [en Puebla] [...] los cuales eran consumados en el arte de pintar y de hacer historias, más que en las demás artes [...] [el señor chichimeca Quinatzin] los hizo poblar dentro de la ciudad de Tezcuco, y a los demás dio y repartió en otras ciudades y pueblos por barrios". Este relato se refiere a sucesos acaecidos en el siglo XIV, posteriores a la llegada de los toltecas a Puebla en el XII, aunque se trata de regiones vecinas (Ixtlilxóchitl: 1985, II: 32).
El señor Quinatzin pertenecía a otra oleada de chichimecas que emigró del norte más tarde que los toltecas y que llegaría a establecerse en Texcoco. Esta historia también se trata en los códices Xólotl, Tlotzin y Quinatzin, elaborados en honor a sus caudillos. En el documento de este último aparece este señor entrevistando a dos delegados de los tlailotlaques y los chimalpanecas; debajo de ellos se encuentra un marco rectangular con la representación de la escritura o del registro del habla, por medio de dos volutas encontradas y una flecha que cae sobre ellas, posiblemente se refiera a la conquista de la escritura (Mohar, 2004:134-135).
De los tlailotlaques no hay evidencias en la Historia tolteca chichimeca, aunque en un estudio sobre el Códice de Cholula se menciona a San Pablo Tlailochoyan como uno de los barrios de la ciudad de Cholula; tal vez su nombre haga referencia a la residencia de este grupo (González y Reyes, 2002:132).
Tula también fue una ciudad pluriétnica, donde había barrios de mixtecos, huastecos y mayas, grupos del centro de Veracruz y de la costa del Pacífico de Chiapas y Guatemala, cuya cultura y escritura conocieron los toltecas (Mastache, 1994:24). Posteriormente, cuando los toltecas y los chichimecas descendieron a Cholula y sus alrededores entraron en contacto con olmeca-xicalancas, mixtecos, popolocas y chochos, junto con los chimalpanecas y tlailotlaques, que eran hábiles pintores y escritores, por lo que es probable que entre Tula y Cholula los toltecas ya hubieran adquirido el conocimiento de la escritura.
Posiblemente en ese proceso que ocurrió entre estas capitales y las de la Mixteca, así como entre esa variedad de grupos, se diera origen a lo que más tarde se conoció como el estilo "Mixteca-Puebla", que llegaría a plasmarse en los códices y otras manifestaciones. Este estilo fue propio del Posclásico, que en sus rutas militares y comerciales los toltecas habrían de llevar consigo y dispersar por la mayor parte de Mesoamérica. Por eso los últimos siglos antes de la llegada de los europeos también se conocieron como la época tolteca (Cobean, 1994: 32).
Después de la llegada de los españoles, este estilo perduraría en muchos manuscritos indígenas o códices durante todo el periodo colonial, pero con la introducción de cambios cada vez más acentuados provocados por la creciente influencia del arte europeo.
LA FAMILIA DE LA LENGUA NAHUA
Los toltecas eran hablantes de una variante de la lengua náhuatl, rama del tronco lingüístico yutonahua, y que un par de siglos antes del XVI llegó a tener una distribución geográfica que abarcaba el centro-norte de México, así como avances en la costa de Chiapas y Centroamérica (Manrique, 2000, I: 79).
Lo que tuvo su inicio hacia el año 900 con el auge de Tula con los toltecas y su posterior expansión, provoca que el náhuatl se imponga como lengua hegemónica al desplazar a varios idiomas locales. También es posible que permaneciera una situación de bilingüismo o multilingüismo en las regiones sometidas por este grupo, donde el náhuatl entró en contacto con otras lenguas, influyendo sobre ellas y experimentando cambios a su vez motivados por esta interacción y el proceso de diversificación interna.
Es probable que circunstancias semejantes ocasionaran la división de la familia nahua en tres grandes variantes, que corresponden aproximadamente la primera al náhuatl central presente en Hidalgo, Tlaxcala, el centro-sur de Puebla y el Estado de México. Más tarde llegaría a dispersarse hacia Morelos, el centro de Guerrero y el valle de México, donde también será la lengua de los mexicas o aztecas. Esta última variante quedó registrada en obras coloniales a la llegada de los españoles, y al ser transcrita con letras del alfabeto, quedó fijada de forma permanente, lo que la convirtió en el náhuatl clásico.
La variante del náhuatl oriental se dio en el noreste de Puebla y se propagó hacia Veracruz y el sur de Guerrero. Por último, la variante del náhuatl occidental de Michoacán abarcó el norte de Guerrero, Colima, Jalisco y Durango. Por otra parte, estaba el llamado pochuteco en la costa de Oaxaca, así como el pipil en América Central (Manrique, 2000, I: 62-82; Launey, 1978: 346). De cualquier manera, el náhuatl se utilizó como lengua franca en una gran parte de Mesoamérica, donde llegó a tener tan amplio prestigio que incluso abarcó regiones que nunca fueron dominadas por sus hablantes originarios (Dakin, 1981: 55-56).
Tiempo después de la llegada de los toltecas a Cholula, la expansión mexica o azteca abarcó el centro de México y partes de Centroamérica. Es posible que este pueblo, que descendió a tierras mesoamericanas hacia el siglo XIV, hubiera conocido y tomado la escritura de grupos como los toltecas, adaptándola a las particularidades de su lengua, una subvariante del náhuatl, lo que posiblemente se reflejó en la escritura mexica de sus códices.
Por su parte, los toltecas y grupos toltequizados en Puebla continuaron con su propia tradición de registro. Estas alteraciones grandes y pequeñas en el náhuatl hablado probablemente son las que influyeron en los cambios que pueden percibirse en la escritura nahua de una región a otra, como entre la del valle de México y la de Puebla, aunque todavía faltan por realizarse los estudios que lo comprueben.
En cuanto a los textos alfabéticos en náhuatl que se realizaron en tiempos de la Colonia, al parecer estuvieron basados en la subvariante de los mexicas, el náhuatl clásico, por ser considerada como una lengua de prestigio, debido a que los españoles llevaron consigo escribas y traductores nahuas de Tenochtitlan, promoviendo esta subvariante para facilitar la comunicación (Flores y Amith, 2004). Seguramente por esto los escritos en letras latinas de la Historia tolteca-chichimeca fueron anotados en náhuatl clásico, como el que aparece también en el diccionario del siglo XVI de fray Alonso de Molina, retomado en el siglo XIX por Rémi Siméon, y que es el que se empleó en este estudio (Molina, 1977; Siméon, 1988).
EL REGISTRO ALFABÉTICO DEL NÁHUATL EN EL CÓDICE ESTUDIADO
El manuscrito de la Historia tolteca chichimeca consiste en unos anales y un mapa, que fueron encuadernados como libro y realizados sobre papel europeo, con tinta y pintura de colores. En él se empleó el alfabeto para registrar la lengua náhuatl, intercalando los párrafos con textos en escritura pictográfica, por lo que se clasifica como un códice mixto.
Para registrar el texto alfabético de este códice se emplearon los números romanos y el alfabeto latino. Los sonidos del náhuatl se anotaron a partir de las letras disponibles y de las normas ortográficas del castellano vigentes en el siglo XVI, aunque éstas no corresponden adecuadamente a los sonidos del náhuatl, por lo que en épocas recientes se han sustituido por otras letras y signos.
En esta ocasión se presentan unos ejemplos de las grafías tomadas de este códice, así como algunas características de la lengua náhuatl que han sido útiles para el análisis de la escritura pictográfica.
En cuanto a las glosas en náhuatl, tomamos los nombres de algunos lugares que aparecen en el folio 4v, en el que se puede apreciar la manera en que el escriba usó las letras para las cinco vocales: la 'A' en Ayauhtlan, la 'E' en Ecatl Ycamac, la 'Y' con sonido de 'I' en Yztahatl, la 'O' en Otlayo, y la 'V [U]' en Veyac Xocotitlan, aunque en un diccionario del náhuatl se registran las vocales A, E, I, O/U, ya que la O muchas veces se intercambia por la U, como en la palabra para flor, xochitl y xuchitl (Siméon, 1988: 774).
En el mismo folio 4v se emplearon las siguientes letras para las consonantes C, C [K], Ç, CH, L, LL, M, N, O, P, Q, T, TL, TZ, V [W], X, Y, Z, encontradas en los siguientes topónimos: la C suave en Celiztlan, y fuerte en Cacallotl; Ç en Çacaticpac, CH en Chichicayo, L en Covacalco, LL en Tlallancallco, M en Micaoztoc, N en Nepovalli, O en Otlayo, P en Petzpolla, Q en Quauhtetelpan, T en Tototlan, TL en Tlachinoltepetl, TZ en Tzatzitepec, V [W] en Covaxolloc, X en Xallapan, Y en Meyocan, Z en Yzuatlan A veces se coloca la H para indicar el saltillo, como en Ayauhtlan y Aztahatl. Seguramente existen formas más correctas de acomodar las letras y los sonidos; aquí solamente se presentan a manera de ejemplo de las que se encontraron en el códice (Kirchhoff, Odena y Reyes, 1989 [1976]:fol.4v y p.141).
En la lengua náhuatl las vocales tienen un sonido corto y otro largo, aunque esta diferencia nunca se marcó en las recopilaciones más extensas, como no se hizo en el vocabulario colonial de fray Alonso de Molina ni tampoco en el diccionario decimonónico de Rémi Siméon. Actualmente ya se cuenta con uno reciente que marca las vocales largas, aunque no es tan amplio como los anteriores pues excluye los términos de los que falta información sobre este rasgo (Karttunen, 1992).
La falta del registro de la cantidad vocálica ha impedido reconocer la distinción entre palabras que se escriben igual pero que se pronuncian diferente y que, por lo tanto, tienen significados distintos. Por ejemplo, en el diccionario de Karttunen sí se anota el contraste entre las palabras hueehueh 'viejo, anciano' y hueehueetl 'tambor', así como en cuahuitl 'árbol, madera'y cuaauhtli 'águila', en los que la vocal corta se escribió con las letras 'e' y 'a', usando dobles letras 'ee' y 'aa' para marcar que es larga. Es también común colocar una línea o macrón sobre ella (Kirchhoff, Odena y Reyes, 1989 [1976]: fol. 2r, 24v; Karttunen, 1992: 84, 85, 58, 65). A pesar de que éste es un rasgo del náhuatl, al parecer son pocos los casos en que el largo vocálico es realmente necesario para distinguir las palabras, ya que es el contexto el que determina finalmente cuál de ellas es la correcta en un caso determinado, por lo que no se aplican aquí (Karttunen: 144).
También ocurre que algunas palabras cambian ligeramente su pronunciación, como en el caso de la bandera, pantli o pamitl. Otras veces la diferencia es más marcada, como en las plumas, yuitl o ihuitl, y están las palabras que varían cuando entran en combinación, como la turquesa, xihui-tl, o la piedra de turquesa, xiuh-tomoltetl, y que posiblemente se deben a variantes en la lengua o bien a arreglos ortográficos para una pronunciación más fácil y agradable (Siméon, 1988: 373, 371, 184, 770).
En cuanto a la estructura silábica del náhuatl, encontramos que las sílabas se forman con vocal, vocal-consonante, consonante-vocal y consonante-vocal-consonante, como ocurre en e-tl, ez-tli, ci-tli, pan-tli. Las palabras se forman con raíces, que son la unidad mínima con significado, y que en los sustantivos terminan con absolutivos. Estos nombres son los que componen la mayoría del léxico empleado en la escritura pictográfica del códice. En general, estas raíces pueden ser monosilábicas (a [-tl] 'agua'), bisilábicas (te-pe [-tl] 'cerro') y trisilábicas (al-te-pe [-tl] 'pueblo'). Al final presentan el sufijo absolutivo -tl. La primera sílaba puede reduplicarse como una forma de marcar la repetición y el plural, por ejemplo, en poctli 'humo' y popoca 'echar humo, humear', como a veces se presenta en los manuscritos pictográficos (Siméon, 1988: 150, 153, 111, 373, 39, 496, 21, 390, 391; Tuggy, 1990: 3, 5; Canger, 1981: 30).
En la lengua náhuatl las palabras se conforman por aglutinamiento, es decir, que pueden constar de una raíz o bien de dos o más, a las que se agregan partículas denominadas afijos, que complementan, modifican o precisan el sentido de las raíces. Asimismo, las frases se estructuran mediante uno o varios términos, que pueden acompañarse de afijos colocados al inicio, en medio o al final de la frase (Sullivan, 1983:15).
El término procede del verbo latino agglutinare, que significa unir, pegar una cosa con otra, y que en este caso se trata de raíces y afijos (Diccionario de la lengua española, 2001:42). Esta característica ha dado la pauta para clasificar al náhuatl como una lengua de tipo aglutinante, en la que las raíces pueden aislarse conservando siempre su sentido. El orden de las palabras en la frase es flexible, ya que pueden combinarse de varias maneras buscando la rima y la eufonía o el buen sonido, es decir, combinando los sonidos para que armonicen (Sullivan, 1983:16).
El mismo nombre de la lengua náhuatl se deriva del verbo naua 'danzar tomados de las manos, ir en cadencia, en concordancia', con el cual se forma la palabra nauatini, que se refiere a lo que es sonoro, aquello que produce un sonido claro y preciso. De ahí que el nombre de la lengua náhuatl se traduzca como 'el habla armoniosa, que suena bien, que produce un buen sonido y que agrada escucharla'. Esta lengua muestra también una predilección por el empleo de fórmulas, metáforas y sinónimos, por las frases complementarias, la aplicación de afijos reverenciales y partículas que proporcionan sonoridad y ritmo a la expresión hablada (Simeón, 1988:303,305; Sullivan, 1983:16).
EL ESTILO PICTÓRICO EN LA HISTORIA TOLTECA CHICHIMECA
Algunas de las características de la lengua hablada se ven reflejadas en la escritura indígena, aunque ésta llegó a desarrollar rasgos propios, ya que no sólo se representa el lenguaje oral sino también el visual. En este estilo se utilizan imágenes de seres y objetos del mundo natural y cultural, que pueden llegar a reconocerse pero que son estilizaciones de sus formas mediante la aplicación de convenciones plásticas que, en este caso, corresponden al estilo nahua del oriente de la cuenca de México. Éste fue el que aplicaron los toltecas y los grupos chichimecas toltequizados que compartieron la región poblana, así como la lengua náhuatl y su registro en un sistema de escritura, del que sólo permanecen códices del periodo colonial, como la Historia tolteca chichimeca, que data de mediados del siglo XVI.
El estilo de sus figuras se identifica como parte del Mixteca-Puebla por la comparación con otros manuscritos prehispánicos y coloniales. Éste se desarrolló principalmente en el Altiplano Central y otras regiones de Mesoamérica durante los últimos siglos antes de la llegada de los europeos, y se extendió al periodo colonial. A continuación se expondrán algunas categorías relativas a dicho estilo, tomadas de la historia del arte y la iconografía, las artes visuales y el diseño gráfico (véase Arnheim, 1986a y 1986b; Dondis, 1995; Fabris, 1973; Panofsky, 1972, 1983 y 1985; Rankin, 1976; Shapiro, 1962; Vilar, 1973 y Wong, 1972 y 1998, entre otros), aunque se adaptaron a los rasgos observados en este códice. En los ejemplos que provienen de los 51 folios o 102 páginas de la Historia tolteca chichimeca sólo se anota el número del folio y si corresponde al recto o al verso de la página.
Los colores
En este manuscrito se emplea una paleta reducida de colores, que se aplican planos y con la pintura saturada de pigmento, aunque también se diluyen para proporcionar tonos más claros. Se usaron el negro tlilltic, rojo chichiltic, amarillo coztic, ocre o pardo, tal vez cozauhqui o camilectic, sepia quappachtli, verde xoxoctic y azul xiuhtic, que se aplicaron sólidos, diluidos y combinados. En el caso del blanco iztac no se aplicó pintura; para indicar su presencia sólo se delineó la figura sobre el tono claro del papel. En este documento, sin embargo, se prescindió muchas veces de la aplicación de pintura, ya que varias figuras y páginas aparecen únicamente delineadas en negro (fol. 16r, 5r; Siméon, 1988: 707, 96, 130, 116, 64, 402,162, 782, 769, 235).
En general, en los códices se usan pocos colores, ya que existe una norma o patrón en donde a cada figura corresponde un color, que conserva una cierta relación con el objeto del mundo real, pero que se acaba estableciendo por convención. Así, por ejemplo, los cerros pueden tener muchos colores, pero se presentan en los manuscritos pictóricos de color verde, el agua en azul, la madera en ocre, y una flor en amarillo o rojo (fol. 32r, 28r). Esto se debe a que los colores poseen un conjunto de significados que reafirma el de las figuras: así, el agua es azul, por asociarse este tono con lo frío; los cerros con el verde, que es un tono fresco afín con lo perenne de la vegetación; el ocre es el color de muchas coberturas, como la corteza de los árboles, las pieles de los animales e incluso la piel humana aunque en este códice ésta aparece en blanco o rojo muy diluido, y el amarillo y rojo de las flores están relacionados con la fuerza y la vida (Rossell, en preparación).
Cuando la correspondencia de formas y colores se altera, implica un cambio en el significado, como ocurre con un cuerpo de agua, atl, que aparece en color negro y gris, lo que puede indicar la semejanza con un tono como el de la ceniza nextli, que forma el nombre de un río, Nexatl, el cual nace en el Popocatépetl; o también de algo oscuro, yayauhqui, como el lugar del agua oscura Atlyayauhcan. Una flor azul indica cierto tipo de flor, como la llamada matlalxochitl, que denomina a la montaña Matlalcueye o la de la Falda Azul, nombre de una diosa del agua, que hoy se conoce como La Malinche en Tlaxcala. Y un cuerpo humano cubierto con una pasta negra, tlilpololli, generalmente expresa un cargo sacerdotal, que aquí posiblemente se refiere a los ministros dedicados a Quetzalcóatl, ya que uno de sus nombres era Tlilpotonqui (fol. 27r, 32v, 21r; Siméon, 1988: 39, 344, 345, 149, 260, 707) (lám. 1).
Formas cerradas y abiertas
Los colores y las líneas dan lugar a las formas; en su gran mayoría se trata de formas cerradas que suelen llevar en su interior otros rasgos o elementos, pero que se distinguen unas de otras porque pueden aparecer aisladas. No obstante, muchas veces estas formas se encuentran en combinación de dos, tres o más, formando una composición o compuesto. Así, por ejemplo, se muestra solamente la cabeza de un águila, quauhtli, acompañada de numerales para formar una fecha, sobre la cabeza de un personaje para indicar su antropónimo Quauhtzino en lo alto de un cerro junto con un flamingo, quecholli, para proporcionar el nombre de un lugar Quauhquechollan (fol. 26v, 15r, 3v, 39v) (lám. 2).
Por otro lado, se presentan pocas formas abiertas, como la arena, que se constituye mediante puntos y manchas negras, o con rayas curvas y rectas para el pasto y las varas; hay manchas azules para la lluvia que cae y para simular el cielo, así como otras rojas para la sangre que escurre y gotea. En este documento en particular aparecen varias volutas del habla hechas con puntos, indicando que se trata de un lenguaje extranjero, difícil de entender (fol. 15v, 6v, 23v, 35v) (lám. 2).
Tipos de formas
Existen distintas clases o tipos de formas, en las que se reconoce un marcado antropocentrismo, con muchas representaciones del cuerpo humano entero o con algunas de sus partes, como cabezas, brazos, piernas, pies y huellas. Le siguen cerros, árboles y plantas, mamíferos y aves, rocas y corrientes de agua como parte del reino natural.
Asimismo, aparecen numerosos templos y palacios, armas e instrumentos, implementos como las esteras, ollas y vasijas, y tocados, adornos y vestimentas, como los mantos de piel y de algodón, que pertenecen al mundo cultural. Y aunque no se citan aquí por quedar fuera del campo de este trabajo, es conveniente mencionar que existen numerosos estudios temáticos sobre estas formas, los cuales nos permiten entender cabalmente la importancia que estos seres y objetos tuvieron dentro de su cultura (fol. 28r, 41v, 7v, 26v y 27r, 32v y 33r) (lám. 3).
Modelos y variantes
En la construcción de todas las imágenes se percibe la presencia de un modelo, el cual determina la forma que debe adoptar un cerro o un templo, una persona o un animal, para poder identificarlos como tales, mediante sus rasgos esenciales. En pocos casos se encuentran variantes en la forma, y éstas no alteran su sentido, como sucede con algunas corrientes de agua, que pueden ser más rectas o más curvas, y algunos montes que en este códice adoptan el perfil que muestran en el paisaje real (fol. 32v) (lám. 4).
Pero también existen cambios en las formas que sí proporcionan otros significados, como en el caso de un cuerpo de agua completamente circular para marcar que ya no se trata de un río, atoyatl, sino de un manantial, ameyalli. Si un monte se abre en su base o por un lado formando un hueco, quiere decir que allí hay una cueva o caverna, oztotl, pero si el cerro se divide por la mitad, esto quiere decir que se forma una barranca, atlauhtli. Si la cabeza de un jaguar y de un águila terminan en tubos curvos, entonces se trata de un par de trompetas, quiquiztli (fol. 32v, 40v, 35v, 33r, 40v; Siméon, 1988:43,24,367,42,433; Kirchhoff, Odena y Reyes, 1989 [1976]: 188) (lám. 4).
Las dimensiones
Las imágenes de seres y objetos se realizan de forma esquemática, resaltando ciertos atributos con un mayor tamaño, aquellos que seguramente debían tener más importancia dentro de su cultura, mismos que ayudan a reconocer de qué figura se trata. Sin embargo, al poner más énfasis en unas partes sobre otras, se alteran las proporciones naturales, lo que da por resultado una representación estilizada de las formas. Por ejemplo, las cabezas de seres humanos y animales suelen ser más grandes que su cuerpo, y los edificios son más pequeños en relación con los personajes que aparecen dentro de ellos (fol. 9v y 10r) (lám. 5), ya que en este estilo las dimensiones son relativas, pues dependen de las relaciones de jerarquía entre ciertos rasgos o elementos de las figuras y entre las imágenes también. Por eso se utiliza el tamaño grande para enfatizar la importancia de un aspecto o de una figura. Así sucede con los ojos grandes de un jaguar o un águila en relación con su cabeza, o con las largas almenas del templo de Quetzalcóatl, que identifican la deidad a la que está dedicado (fol. 24v, 25r, 39r, 24r) (lám. 5).
En los topónimos es muy común destacar con mayores dimensiones el objeto que proporciona su nombre, como en el Cerro de la Bolsa o Xiquipico, que lleva encima una bolsa, xiquipilli, que es casi del mismo tamaño del monte. Esta característica también se aplica a las páginas, donde la imagen más importante es la más grande, como vemos con la montaña y las cuevas de Chicomoz toc, que ocupan más de la mitad del recuadro en que se encuentran (fol. 24r, 5r; Siméon, 1988: 767) (lám. 5).
Las proyecciones
Al parecer, existen dos maneras de proyectar las formas en el espacio. En su mayoría están las que aparecen en alzado y que corresponden con aquello que se presenta a la altura de los ojos del pintor-escribano o tlacuilo. Se refiere a los seres humanos, que se muestran con el rostro y las extremidades de perfil con un par de caras de frente y el tronco en tres cuartos o de frente. Los animales están representados con la cabeza de perfil, pero con dos orejas, el cuerpo de los mamíferos en tres cuartos mostrando las cuatro patas, y también una rana o sapo. Las aves aparecen con cabeza y cuerpo de perfil o tres cuartos, enseñando sus dos patas; los peces y serpientes, de perfil, al igual que unos insectos.
Los árboles y plantas aparentemente se presentan de frente, al igual que las montañas. La mayoría de los objetos están dibujados de frente o de perfil, y también las construcciones. Existen algunos casos en que la imagen se muestra mediante un corte longitudinal para mostrar su contenido, como el canal cuya mitad es de agua y la otra de fuego (fol. 16v, 32v, 9v, 38v, 7v, 42v, 5r; Siméon, 1988: 381) (lám. 6).
Por otro lado están las imágenes que se localizan por debajo de la mirada del pintor, al nivel del suelo, representado éste por el espacio de la página, de ahí que tradicionalmente no se empleen las líneas de horizonte, aunque en este documento muchas figuras se sostienen sobre las líneas de los recuadros. Lo que se utiliza son diferentes planos horizontales en los que se ubican las figuras, que tienen su asiento sobre líneas imaginarias que se proyectan desde la parte inferior de la página hacia la superior. Por ello, el orden de presentación y de la lectura en general suele ser de abajo hacia arriba con excepción de las figuras en las orillas de los mapas, que siguen la forma cuadrangular y, a veces, puede partir de un punto en el centro y dirigirse hacia uno de los cuatro lados (fol. 42v,26v y 27r).
Entre las imágenes que se proyectan en planta encontramos corrientes y cuerpos de agua, barrancas y terrenos, cercos de piedra y atrios de los templos, la piedra del sacrificio gladiatorio y el juego de pelota, así como los caminos marcados por líneas negras y huellas de pies (fol. 33r, 25r, 29v, 32v, 28r y 16v) (lám. 6). Hay imágenes que son difíciles de clasificar en una proyección u otra, como algunas esteras y escudos, un par de banderas y las armas, cuando aparecen solos. Lo mismo sucede con una lagartija, los signos de movimiento y las cuentas o numerales (fol. 33r, 31r, 20v, 25v) (lám. 6).
En relación con esas dos maneras de proyectar las figuras, resulta sugerente que los verbos para 'ser' y 'estar' en náhuatl se digan ca para 'ser y estar'; icac para 'estar de pie o levantado'; mani para 'ser y estar extendido', y onoc para 'estar acostado, tendido o alargado'. Parecen coincidir, pero habría que estudiar con más detenimiento la posibilidad de que exista una relación entre cómo se disponen los objetos en la lengua hablada con la forma en que se representan en dos dimensiones, ya sea de pie o en alzado, así como extendidos y acostados o en planta (Siméon, 1988: LX, 52,164,254,359) (lám. 6).
El todo y la parte
Otra característica se refiere a que las formas generalmente se muestran completas, es decir, todo un cuerpo humano o todo un árbol, aunque también algunas de sus partes pueden conservar el mismo significado, a manera de abreviatura. Así, un personaje, tlacatl, puede representarse únicamente mediante su cabeza, lo que sucede asimismo con la cabeza de un pájaro, tototl, o la de un venado, mazatl (fol. 29r, 26v) (lám. 7).
También se eligieron algunas secciones de las figuras para poder representar otros sentidos y sonidos. Lo más subdividido fue el cuerpo humano para proporcionar otras imágenes y palabras, entre las que encontramos un pie para decir icxitl, o un par de brazos con sus manos, mait, y las plumas pequeñas de un ave, yuitl, la larga pluma del pájaro quetzal, quetzalli, y una pata de venado, chocholli. Esto, al parecer, solamente sucede con los seres humanos y los animales (fol. 7v, 23v, 14r, 31r; Siméon, 1988: 561, 722, 243,176, 250, 213,426,107) (lám. 7).
El género y el número
Al igual que en la lengua hablada, no es un requisito indispensable marcar el género y el número en las figuras, a menos que quiera hacerse explícito, como sucede con una figura humana o persona, tlacatl, que se distingue por la presencia de atributos femeninos o masculinos, como son cierto tipo de peinado y de vestuario, e incluso algunas posturas corporales, que identifican a un varón, oquichtli, o a una mujer, cihuatl (fol. 39r; Carochi, 1983: 9r, 3v) (lám. 8).
En cuanto al número singular o plural, generalmente se presenta una sola figura para expresar que se trata de un único individuo, una piedra o una casa; es decir, que por medio de una sola figura se indica que se trata de una unidad, aunque también pueden representar a varios entes de la misma calidad, esto está implícito. Lo vemos así con la cabeza de un personaje llamado Icxicoatl, frente a otro cuyo nombre es Quetzaltehueyac, quienes son individuos. Pero sobre ellos aparece un hombre que representa a su grupo, los xochimilcas, y a su lado, otro a los ayapancas (fol. 28r) (lám. 8).
Si se requiere mayor precisión, el plural puede marcarse con la repetición de la imagen, dos o más veces. Entonces, si una planta de junco o carrizo, tollin, se repite muchas veces indicará un carrizal o tollan, y si se trata de una flor, xochitl, será una floresta, xochitla, y una voluta frente a la boca de un personaje simboliza el habla, tlatolo, pero varias unidas conforman un discurso, tlatolli (fol. 10r, 7v, 16r; Siméon, 1988: 712, 774, 674, 678) (lám. 8).
También pueden contarse por cantidades definidas de dos, tres, cuatro o más. Así encontramos tres caracoles grandes marinos, yei tecciztli, tres cerros, yei tepetl, y seis flores, chiquace xochitl. Cuando se trata de fechas de días o de años, éstas se conforman mediante uno de los veinte signos de días, junto con los numerales del 1 al 13, representados por un círculo, que probablemente sea una joya o cuenta de un collar, cozcatl, como vemos en el año Uno Pedernal o Ce Tecpatl, y el Dos Casa u Ome Calli se usan las mayúsculas ya que se trata de nombres de días o de años. En el códice se presenta el caso de un cerro que lleva en su interior la fecha Cinco Flor, Macuilli Xochitl, como el nombre del lugar Macuilxochitla (fol. 4v, 33r, 7v, 2r, 36r, p. 201; Siméon, 1988: XLIV 443,496, 774,129,450, 61) (lám. 8).
Existen varios signos para representar cantidades mayores. Como su sistema numeral es vigesimal, se suman unidades de círculos hasta llegar al 19. Para el número 20 tradicionalmente se usa una bandera, pantli, ya que ésta simboliza lo que queda arriba, sobre los demás números, cerrando la cuenta. Este signo se encuentra en este manuscrito formando parte de gentilicios, como los ayapancas, malpantlacas y quizá de los chimalpanecas (fol. 28r, 16r, 26v), aunque aparece la figura de una cruz de San Andrés para representar una cuenta o numeración, tlapoualli. Cuando se multiplica 20 por 20 da 400, cantidad figurada mediante un montón de cabello, tzontli, que únicamente se muestra como parte del nombre de un lugar, Atzontli. Y el múltiplo de 400 por 400 da el número 8 000, para el que se emplea la imagen de una bolsa, xiquipilli, en la que solían guardarse granos de cacao, y que igualmente se presenta formando parte de un topónimo, el cerro o Lugar de la Bolsa, Xiquipilco (fol. 4v, 30v, 32v, 24r; Siméon, 1988: 373,639,736,767; Karttunen, 1992: 201) (lám. 8).
La influencia europea
Es necesario resaltar que en este documento es muy marcada la influencia del arte pictórico europeo de la época, sobre todo en el realismo de los personajes, los árboles y algunos paisajes. También en la aplicación de los colores, que se combinan y superponen formando degradaciones, y el efecto de sombreado, que se obtiene igualmente con la aplicación de pequeñas rayas negras como esgrafiado (fol. 20r, 5r, 7v). La influencia europea es patente asimismo en la proyección de ciertas formas para proporcionar la sensación de volumen y de lejanía, como en los palacios y en una caja o cofre, y en la presencia de algunas imágenes de la cultura europea, entre las que vemos una campana y algunas iglesias. De igual manera, en casi todas las páginas del códice se encuentran numerosos textos en lengua náhuatl registrados con las letras del alfabeto latino. Más adelante presentamos algunos ejemplos solamente, ya que este trabajo se dedica al estudio de las imágenes o glifos del códice (fol. 43r, 6r, 29r, 19v; Rossell y Rodríguez: 2005b) (lám. 9).
Resumen
Algunas pautas del estilo pictórico del códice identificadas hasta ahora se pueden resumir en el uso simbólico de un esquema reducido de colores. Otra característica es el empleo de un repertorio de formas tomadas del mundo natural y cultural, que se reconocen por tener una semejanza con la realidad, pero que son abstracciones o esquematizaciones de ésta, en las que se resaltan unos rasgos sobre otros al considerarlos relevantes. No se trata de un arte de imitación o realista a la manera europea de la época, sino de un arte de convención o conceptual, en el que sus formas y colores tienen una función más simbólica que representativa.
Las formas se estructuran mediante planos de color enmarcados por líneas negras, y éstas constituyen varias clases de figuras construidas con base en modelos. Algunas formas presentan variantes gráficas sin cambiar su significado; las demás pueden llegar a presentar más atributos o ciertas modificaciones en su forma para precisar su significado, sumar otros nuevos o alterar su sentido.
Algunas propiedades de la representación de las imágenes se refieren a las dimensiones que adquieren unas formas en relación con las otras, ya que corresponden con una jerarquía: entre más importante se considere una figura dentro de un relato, mayor será su tamaño. También se reconocen dos maneras de proyectar las formas en el espacio: en alzado y en planta. Las figuras en la página se colocan por medio de líneas imaginarias que marcan planos horizontales, distribuidos de abajo hacia arriba.
Dichas características ayudan a la identificación de las formas individuales, pues en su mayoría aparecen formando composiciones de varias imágenes. Su reconocimiento es importante, ya que éstas son las unidades gráficas que se asocian a un significado y que pueden presentarse solas o en combinación con otras para formar composiciones mayores o compuestos, sumando sus sentidos y ampliando su significado.
Estos conjuntos se unen integrando escenas que usualmente tienen un tema en común, y que en este códice suelen abarcar una página completa o parte de ella, dentro de recuadros. Además, se pueden vincular varios temas para conformar un relato, que se desarrolla a lo largo de varias páginas. La suma de estos relatos es lo que proporciona el contenido general del manuscrito o el asunto de que trata el códice.
Así, el estilo pictórico de este manuscrito presenta varias características particulares. A continuación veremos algunos de los rasgos que presenta la escritura pictográfica.
LA ESCRITURA PICTOGRÁFICA EN LA HISTORIA TOLTECA CHICHIMECA
Es el empleo de imágenes lo que define la clasificación de la escritura en este códice como de tipo pictográfico. Cada forma representa también una palabra o una raíz de la lengua náhuatl, y esto la caracteriza como una escritura de tipo logográfico, es decir, pictográfica-logográfica.
Esta correspondencia de una imagen con una palabra es lo que constituye las unidades mínimas de la escritura nahua, conocidas con el nombre de glifos. Éstos se identifican también porque casi en su totalidad son formas cerradas que pueden presentarse solas o combinarse con otras para estructurar compuestos de glifos. Así sucede también en la lengua hablada, en la que las raíces y palabras son unidades independientes que se combinan para formar frases.
Las categorías aplicadas aquí se tomaron de la historia de la escritura y de la epigrafía, ya que ambas estudian las escrituras antiguas, sobre todo aquellas previas al alfabeto y al surgimiento de éste (véanse autores de diferentes enfoques y disciplinas como Cardona, 1994; Cohen y Fare, 1971; Derridá, 1978; Diringer, 1962; Fridman, 1983 y 1987; Galarza, 1990,1992 y 1996; Gelb, 1976; Harris, 1999, Moorhouse, 1961; Nicholson, 1973; Hooker, 2004, entre otros), aunque esas definiciones fueron asimismo adaptadas a las características que se observaron en este documento.
Los pictogramas
Esta escritura utiliza imágenes que fueron seleccionadas de su iconografía y arte, y que se mantuvieron altamente pictóricas para conservar la relación con el objeto que reproducen y expresar el significado contenido en cada figura. Esto no sólo concierne a las formas sino también a sus colores, a los que corresponden un conjunto de significados, muchos de ellos universales y otros más culturales. Esta definición es similar a la de los ideogramas, que se refieren a las formas que representan una idea pero que no se relacionan con términos de la lengua hablada (Marcus, 1992: 54-55).
Hasta ahora se ha hablado de ideogramas para aludir a aquellas imágenes de las escrituras mesoamericanas de las que no se conocía la palabra que representan, pero que con el avance de su estudio se ha ido reconociendo que efectivamente sí se asocian con algún término. Por eso no se consideran aquí, sino que se toman a los ideogramas como parte de las pictografías, que se definen como una imagen con un significado.
Este tipo de trabajo se adhiere a la hipótesis fonética en la que todas las figuras no sólo representan conceptos sino también alguna palabra de la lengua. Sin embargo, sí se mencionan los pictogramas para recalcar que los glifos de esta escritura no son signos abstractos y arbitrarios como las letras del alfabeto, sino que siempre son imágenes, es decir, que en ellos está presente la relación con los objetos representados y con el significado natural y cultural de éstos.
Un ejemplo de la interpretación y posibles lecturas de una imagen del códice por medio de datos externos e internos al documento se encuentra en los folios 7v (lám. 10), 9v, 14r y 27r, con el glifo de una rana sobre un cerro, con variantes donde tiene seis o siete flores rojas.
Fray Toribio de Benavente relata que "los chololas comenzaron un teucalli extremadísimo de grande [...] el cual comenzaron para le hacer más alto que la más alta sierra de esta tierra [...] Y como éstos porfiasen a salir con su locura, confundiólos Dios [...] con una gran piedra que en figura de sapo cayó con una terrible tempestad que sobre aquel lugar vino, y desde allí cesaron de más labrar en él" (Benavente, 2003:118-119).
Podría tratarse de un sapo o una rana hecha de una piedra verde como el jade, como en el folio 28r donde aparece con la forma de una joya redonda y verde junto con un par de flores bajo el monte. A su lado está una glosa que dice Chalchiuhtepec, que es otro de los nombres del Tlachiualtepetl, sobre el que cayó una piedra de jade en forma de rana o sapo. En este caso sólo se representó al jade (Kirchhoff, Odena y Reyes, 1989 [1976]: 195).
Se mencionan varios tipos de ranas de acuerdo con su apariencia física y el lugar donde habitan y por el aspecto de la que vemos en el códice, podría tratarse de una acacueyatl, que vive en las cañas, es de color verde con manchas negras, brinca constantemente y muy alto (Hernández, 1966, libro octavo, cap. XXXI: 394-395; Sahagún, 1982, libro 11: 63; y en 2000, t. III: 1034); aunque en el diccionario hay otra pequeña rana llamada xochcatl,que también podría ser ya que se presenta sobre un cerro con varias flores, xochitl, que está florido, xochio, o que es un campo de flores, xochitla, y es de color verde, xoxoctic,que se asocia a lo que tiene un tono verdoso y que es fresco, xoxouia (Siméon, 1988: 6,132, 276, 772, 773, 774, 782).
Fray Bernardino de Sahagún también comenta que en la fiesta de Atamalcualiztli o Comida de los Tamales de Agua había, frente al ídolo de Tláloc, un estanque donde se ponían ranas y culebras, y que los mazatecas las tragaban vivas, además de que en el Tlalocan había tantas ranas como en la primavera (Sahagún, 1977, vol. I, fol. 253v y 84r). Entonces, al ser la rana un animal que vive cerca del agua aparece asociada a Tláloc, dios de la lluvia, y también a una de las diosas del agua, Acuecueyotl, a los que probablemente representaba (Simeón: 1988: 15) (lám. 10).
El repertorio de imágenes en la Historia tolteca chichimeca consta de alrededor de un centenar de formas de seres y objetos. Al parecer, estas figuras tenían una importancia práctica o simbólica para la cultura que las eligió. Entre ellas se encuentran objetos suntuarios y rituales, animales emblemáticos, lugares y construcciones religiosas, como puede verse en el folio 7v: diademas, mantos y armas; el tule y el sauce blancos; una rana y una serpiente, un quetzal y un águila, así como un gran edificio, el Calmecac, que era la escuela para los jóvenes nobles (Sahagún, 2000, t. I: 336).
Sin embargo, hay que enfatizar que no todo lo que se consideraba relevante pasó a formar parte de la escritura. La selección es convencional, es decir, se escogieron unas figuras para representar ciertos conceptos y palabras mediante un acuerdo social que se estableció conforme a sus tradiciones, las cuales se desarrollaron en concordancia con su ámbito natural, social, lingüístico, estético, cosmológico, etc. A medida que avancen los estudios sobre esta escritura es probable que se pueda explicar cómo se conformó el repertorio.
Los logogramas
Para formar parte de la escritura se escogieron las figuras que también pudieran cumplir la función de representar palabras de la lengua. Para ello, la gran mayoría reproduce su nombre mediante un término simple, lo que permite que se pueda mostrar individualmente, o bien que su raíz pueda combinarse con otras para formar términos nuevos. Aunque existen algunos glifos que se componen de varias raíces, llamadas compuestos, éstos ya no son una unidad, sino la suma de varias. Un ejemplo lo tenemos en la figura de un águila, quauhtli, cuya raíz es quauh-, ya que -tli es el sufijo absolutivo. Así, la figura entera, la cabeza y a veces sólo una pluma, representan la palabra quauhtli y la raíz quauh-, la cual aparece en combinación en el nombre de Quauhquechollan, en el que -quechol (-li) quiere decir 'flamingo', y (-t) lan 'con, entre'; es decir, el Lugar entre Águilas y Flamingos.
Otro caso sería el nombre del buitre cozcaquauhtli que se compone de cozca (-tl), 'collar', y quauh (-tli), 'águila'; es decir águila con collar, que se encuentra como el nombre de un día (fol. 7v, 25r, 21v, 39v; Siméon, 1988: 415,420,615,129) (lám. 11).
Para que sólo fueran un centenar de glifos y no cientos o miles, y que además fueran suficientes para expresar las palabras y conceptos necesarios para la comunicación, se aprovecharon varias características de la lengua náhuatl, como el uso de glifos cuya lectura presenta varios significados. Por ejemplo, ixtli quiere decir 'ojo, rostro, al frente y en la superficie'; y xihuitl es 'turquesa, hierba, año y cometa' (fol. 9v, 14r; Simeón, 1988: 231, 770) (lám. 11).
También se recurrió a la utilización de raíces con las que se forman palabras derivadas. Así, mediante una imagen que represente una raíz, ésta puede aplicarse a otros términos semejantes. Por ejemplo, la figura de una piedra, tetl, se usa también para expresar lo que contiene rocas o posee sus propiedades; lo que tiene volumen y es sólido; lo pedregoso teyo; lo duro y firme tetic; y lo áspero tezontic. Además, se emplea en la numeración: al contar objetos redondos y gruesos se añade el sufijo tetl, como en el término ce, 'uno', para contar objetos planos y finos; y centetl, 'uno', para numerar objetos como piedras y frutos (fol. 40v, 36r; Siméon, 1988: 520,459, 449, 73, 84-85) (lám. 11).
Se cuenta con las extensiones del significado que adquieren la forma de metáforas y difrasismos para proporcionar sentidos más abstractos. Por ejemplo, de la palabra ihiotl, 'aliento, soplo, aire, respiración', y de ihio o ihiyo, 'el aliento, la respiración, lo espiritual', se deriva ihicatiuh, 'mantenerse adelante, preceder, guiar'. Y de tlatoa, 'hablar', y tlatolli, 'palabra, discurso', se forma tlatocati, 'ser príncipe, señor, ordenar, mandar'. También se emplean en el difrasismo yn ihiyo yn itlatoll, que quiere decir 'su aliento, su palabra', y que expresa el mandato y la orden de su señor, en este caso el dios Quetzalcóatl. Este difrasismo fue registrado por Sahagún, como "ihi-yo itlatol, 'su resuello o espíritu', o su palabra, y dícese del razonamiento que hace el señor a sus principales" (Siméon, 1988: 183, 674, 678, 675; Krichhoff, Odena y Reyes, 1989 [1976]: fol. 43r, 42r, p. 143; Sahagún, 2000, t. II: 676).
En dichos casos el sentido es similar, aunque en otros se trata de significados muy diferentes; por ejemplo, mediante una figura curva o torcida, coltic, se representa la raíz col-, como se aprecia en un cerro cuya punta se dobla de esta manera; también para expresar la palabra colli, 'abuelo', refiriéndose a los antepasados, es decir, que es una manera para indicar que ese cerro es también el lugar de los ancestros (fol. 5r. Siméon, 1988:124,123) (lám. 11).
Más arriba se mencionó que las palabras están constituidas por raíces de una, dos o tres sílabas, y que las raíces monosilábicas llegan incluso a representar el sonido de vocales, como en la figura del agua a (-tl), de una semilla de frijol e (-tl), y de unas huellas de pies indicando un camino o (-tli), aunque resulta más difícil para la 'i', ya que este sonido aislado cumple otra función gramatical, por lo que las posibilidades podrían ser sílabas como itz (-tli) 'obsidiana', ix (-tli) 'ojo', o ich (-tli) 'hilo' (fol. 29v; Siméon, 1988: 39,150, 365, 211, 231,169) (lám. 11).
Lo que se quiere resaltar con estos ejemplos es el hecho de que algunos glifos representan una sílaba o incluso un solo sonido, y aunque por su forma son vocales y sílabas, la definición de éstos es que son unidades arbitrarias que no contienen ningún sentido, únicamente con la combinación entre ellos en una palabra lo adquiere. Por ello es que en esta escritura en realidad se trata de raíces, de unidades con significado.
Sustantivos, adjetivos y verbos
En cuanto a la clase de palabras, veremos que en esta escritura, al parecer, únicamente se incluyen las partes esenciales de la frase: sustantivos, adjetivos y verbos (Zamudio, 2000: 252), es decir, las que tienen significado y que pueden representarse por medio de una imagen. En cambio, las partículas o afijos que no cuentan con un sentido independiente, sino que sólo lo adquieren formando parte de una oración, no se incluyen. Los pronombres, adverbios y conjunciones son implícitos y seguramente se colocaban en la frase al momento de pronunciarla.
La gran mayoría de las figuras o glifos se conforman por sustantivos, que son los nombres de los seres y objetos, como puede ser un lazo de piel curtida o cuero, cuetlaxtli, un pedernal, tecpatl, y una biznaga, teocomitl. Asimismo, se encuentran adjetivos, que son las cualidades o propiedades de los sustantivos, como un cerro que tiene una nariz o punta, yacatl, o sea, que es puntiagudo, yacauitztic; una serpiente de color amarillo ocre, cozauhqui; y un cerro cubierto con un manto de plumas azul turquesa, xiuhtic. También están los verbos o acciones, como la que lleva a cabo un personaje que lanza flechas, mimina, con su arco; algún señor que habla, tlatolo; y otro más que es destruido o conquistado, poliuhqui, mediante un dardo que lo atraviesa (fol. 38r, 37v, 42r, 37r, 39v, 42r; Siméon, 1988:135,450,484,157,158,116,770,277, 674, 391) (lám. 12).
Metáforas y difrasismos
Los sinónimos y las metáforas se emplean con frecuencia para expresar conceptos más abstractos. En este manuscrito se han identificado algunas metáforas representadas en imágenes, como el acto de encender fuego para indicar el principio o comienzo de algo, peualiztli, o bien, una inauguración, como se menciona abajo. Cuando se presenta un conjunto de juncos o tules, tollin,su abundancia se asocia con la de una población concentrada en una ciudad, tollan, y por extensión a su gobierno, toltecayotl. Igualmente, la figura de una diadema o copilli se usaba para simbolizar la jerarquía y el cargo de un noble señor, tecuhtli o tecuyo, y posiblemente al mismo señorío, tecuyotl. Esta clase de relaciones se establecían por medio de una convención cultural (fol. 41r, 2r; Simeón, 1988: 381, 712, 713,126,454,453) (lám. 13).
En el texto alfabético del códice se encuentran algunos difrasismos a los que parece corresponder una imagen. El primero es muy conocido; los otros posiblemente no tanto:
- yn teouaticayn tlachinoltica (fol. 27r,p. 184) (lám. 13): se traduce como 'el agua divina el fuego', se pone entre paréntesis su significado: 'la guerra'.
- inic momamall yn iteocaltzin (fol. 41r, p. 232): en el texto se dice 'en él se taladró para su templo', con la interpretación de que con ello se realizaba la apertura del templo, ya que se encendía el fuego como un acto de inauguración.
- yn iztac tolin yuan yn iztac uexotl... Tollan (fol. 14r, 5v, p. 143) (lám. 13), yn iztac uexotlyhicacan yn iztac tolin ymancan... Chollolan (fol.28v,p.186) (lám. 13),en la nota 7 de la página 143 se comenta que ambas frases se emplean para referirse tanto a Tula como a Cholula como 'el tule blanco, el sauce blanco', y 'donde está en pie el sauce blanco, donde está el tule blanco' (Krichhoff, Odena y Reyes, 1989).
Difrasismos
En esta escritura hay algunos glifos que representan conceptos abstractos mediante la asociación de ideas, por medio de la combinación de dos palabras o dos frases, que de manera metafórica proporcionan "un significado nuevo, diferente del que enuncia cada frase en su sentido original" (Montes de Oca, en Peralta, 2004: 172). Y están aquellos en los que la relación es metonímica, mediante el empleo de dos palabras o frases "para referirse a otra con la cual guardan una relación estrecha" (Peralta, 2004: 176). Sin embargo, muchas veces resulta difícil clasificar los difrasismos dentro de una u otra categoría. Además, a veces se presentan no sólo dos frases, sino tres o más. Aquí se muestran algunos difrasismos que aparecen en la traducción del texto en náhuatl de la Historia tolteca chichimeca:
- yn ixtlauacyn teotlalli (fol. 5v, p. 144), que sería 'la llanura, la tierra sagrada', y en la nota 13 se comenta que estas frases se refieren a la llanura, a la tierra más allá de lo conocido, al sitio habitado por los dioses.
- yn uetztli yn tlacotl (fol. 2v, p. 135); en el texto se menciona a 'la espina y la vara' para hacer penitencia.
- machnome machney (fol. 17v, p. 164), se traduce como: '¿acaso no soy dos?, ¿acaso no soy tres?', y en la nota 3 de la página 153 se aclara que estas frases son expresiones para referirse al dios Tezcatlipoca (Kirchhoff, Odena y Reyes, 1989 [1976]).
Posibilidades de combinación
Encontramos glifos a los que, al parecer, sólo corresponde una lectura, como en la imagen de la hierba torcida, malinalli, que se usaba para hacer escobas, o de una lagartija, cuetzpalin. Pero también vemos una figura con dos lecturas, semejantes en su sonido: un par de banderas de las que cae agua de lluvia, quiauatl, formada por quiauitl (lluvia) y atl (agua), pero que se escribe igual que otra palabra que quiere decir 'entrada, puerta a algún lugar, o colocar algo en el exterior', quiauatl.
Por un lado, hay una imagen con dos lecturas de sonidos diferentes un águila que se emplea para proporcionar el término específico para el águila, quauhtli-, así como el genérico para ave o pájaro, tototl. Por otro, tenemos dos formas distintas que comparten la misma raíz, una joya con forma de collar, cozcatl o coztli,con cuentas de color amarillo, coztic. Ambas palabras, que se pueden aplicar independientemente, comienzan con el sonido coz-. Aquí se presentan ejemplos de una palabra con un significado, de otras que se escriben igual pero que tienen sentidos diferentes, de términos desiguales para una misma imagen, así como de dos palabras distintas que comparten una misma raíz (fol. 24v, 20v, 28r, 27r, 43v, 42r; Siméon, 1988: 251,135,428, 39,415, 722,129, 130; Karttunen, 1992: 43) (lám. 14).
Un ejemplo que podría sumar algunos casos anteriores es la figura de una joya de turquesa que puede tener varias lecturas: por la descripción de su forma es una piedra labrada como una joya, cozcatl; por el material con que está hecha es una piedra de turquesa, xiuhtomoltetl; por su color es azul turquesa, xiuhtic, y por ser considerado un objeto valioso es, por extensión, sinónimo de lo precioso. Esto en cuanto a la imagen del glifo, pero esta palabra puede igualmente tener varios significados, como el mismo término xihuitl, que quiere decir 'turquesa, año, cometa, hierba y hoja'. Así, las fechas de los años se pueden representar mediante un cuadro azul turquesa con el signo y su numeral, o también acompañarse por la hoja de una planta o árbol. Sin embargo, en este documento los recuadros para los signos calendáricos no llevan color ni hoja (fol. 2r; Siméon, 1988: 129, 770) (lám. 14).
Una imagen con varias lecturas
En este manuscrito únicamente ocurre un caso en el que a una figura le corresponden tres lecturas diferentes. Se trata de la imagen de un cráneo humano que aparece formando parte de la fecha de un día, como una calavera que representa el signo Miquiztli o Muerte, sexto día de la veintena. Asimismo, se encuentra como un antropónimo, el señor de la Cabeza, Tzontecomatl, refiriéndose a la que está separada del cuerpo y se compone de tzontli, 'cabello', y tecomatl, 'vasija de barro', aunque a la cabeza humana también se le conoce con el nombre de quaitl. Por último, la caja ósea o cráneo se llama quaxicalli, que se forma igualmente de quaitl, 'cabeza', y xicalli, 'calabazo, especie de jicara o vasija para beber' (fol. 20v, 28r, 9v; Siméon, 1988: 278, 735, 736, 449, 397, 418, 764) (lám. 15).
Determinativos fonéticos
Seguramente el escriba-pintor que utilizaba estos glifos sabía cuándo se aplicaba una posibilidad u otra, pues su uso estaba fijado por una convención. Pero en el caso de aquellos que pueden tener dos lecturas, y que el escribano consideraba que podría haber confusión, para precisar y aclarar cuál debía ser la adecuada en un caso determinado, se colocaba junto al glifo otra figura cuyo nombre comenzaba con el sonido de la lectura deseada.
Así, por ejemplo, para leer 'tambor' ueuetl y no 'vasija', caxitl, o brasero, tlecaxitl, cuyas imágenes son muy semejantes, la palabra se acompaña con parte del rostro de un 'viejo', ueue, que servía como un marcador fonético, señalando que la palabra correcta debe iniciar con el sonido ueue- (fol. 2r; Siméon, 1988: 752,72, 702, 751) (lám. 16).
Otro caso en este códice es el de un tipo de serpiente amarilla con manchas negras llamada tecutlacozauhqui, que es el nombre de un personaje, Teuhctlecozauhqui o el Señor Amarillo, pero no hay ninguna diadema que proporcione el término para tecutli, solamente está la serpiente coatl que comienza con la raíz coa-, que posiblemente indica que el nombre comienza con un sonido similar co-, para el término cozauhqui, amarillo.
Igualmente, para representar el cargo de un 'sacerdote', teohua, se empleó la figura de un 'espino o biznaga' llamada teocomitl, para dar el sonido inicial teo-. En cuanto a nombres de lugares o topónimos, tenemos un cerro en color verde cuya denominación es Chalco, el Lugar del Jade, chalchihuitl, que al parecer está representado únicamente por un tono verde jade chal-. Estos nombres se encuentran mencionados en las glosas, lo que permitió su comparación con las imágenes.
Por otra parte, está el conocido Quauhnahuac, hoy Cuernavaca, que es el Lugar cerca de los Árboles, conformado por quahuitl, 'árbol', y nahuac, 'cerca, en sitio próximo', y para no interpretarlo como algún tipo en particular como el pino, el mezquite o el zapote, también se colocó la cabeza de un águila quauhtli para marcar que la lectura correcta en este caso comienza con el sonido quauh-/ quahu- (fol. 42r, 38r, 39v, 24v; Siméon, 1988: 454,115,116,486,484, 91, 418, 415) (lám. 16).
Determinativos semánticos
Los ejemplos ya mencionados sirven para precisar la lectura, pero también ocurre lo contrario: la introducción de una figura cuyo nombre no se pronuncia, su presencia es necesaria para identificar al glifo o bien la función que cumple. En los topónimos es muy común la aparición de locativos como el cerro (tepetl), término que no siempre forma parte de la lectura, pero su imagen se representa para señalar que se trata del nombre de un lugar o topónimo. Así, en la población de Quauhquechollan, solamente el 'águila', quauhtli, y el 'flamingo', quecholli, con la terminación -(t)lan componen su nombre, excluyendo el del monte (fol. 40r; Siméon, 1988: 496, 415, 420, 615) (lám. 17).
En los antropónimos también la figura humana (tlacatl) suele cumplir la función de un marcador semántico, ya que su presencia indica que el glifo al que acompaña es el nombre del personaje. En este caso se trata del Venerable Señor Pedernal, Tecpatzin, formado por tecpatl, 'cuchillo de sílex o pedernal', y el sufijo reverencial -tzin(tli).A estas figuras de cerros y seres humanos se les puede considerar asimismo como determinativos nominales, ya que se encuentran en el texto para marcar que el conjunto de glifos asociados a ellos son los nombres de lugares o personas (fol. 28r; Siméon, 1988: 751, 450, 730) (lám. 17).
Por todas estas posibilidades que presentan los glifos es muy importante efectuar un análisis formal de la imagen, así como un análisis fonético de su lectura, tomando constantemente en cuenta el contexto en el que aparecen, ya sea una fecha, un lugar o un personaje, y cuando se da el caso se debe comparar con la glosa en caracteres alfabéticos que puede ayudar a reconocer la lectura adecuada, aunque no siempre coinciden, como sucede varias veces en la Historia tolteca chichimeca.
Cabe aclarar que en la investigación antes realizada sobre este códice, así como en el presente trabajo, se aislaron las imágenes y glifos de su contexto en el documento para poder analizarlos y ejemplificar las categorías, aunque siempre para regresarlos a su lugar en el manuscrito, que es donde adquieren su cabal significación.
LOS COMPUESTOS
Hemos visto que las imágenes pueden aparecer aisladas que es cuando suelen representar palabras enteras, pero también se muestran en combinación con otras figuras, lo que se conoce como compuestos. En éstos cada glifo representa únicamente la parte significativa de la palabra, es decir, la raíz, que se asocia con las otras para formar palabras compuestas, frases e ideas más complejas. Los tipos de conjuntos glíficos que se encuentran en este códice se pueden clasificar en varias categorías, que se presentan a continuación.
Calendárteos. Se constituyen con alguno de los veinte signos de los días, acompañados con numerales de puntos del 1 al 13, dentro de un cuadro, para marcar que se trata de fechas de días o de años. Como el año 1 Pedernal, Ce Tecpatlxihuitl,y el día 13 Flor,Matlactli OmeiXochitl tonalli. Asimismo, están los que se usan para nombrar a las personas mediante el día de su nacimiento, el cual aparece relacionado con un individuo y no se encuentra encerrado en un recuadro, como podría ser el Señor 1 Casa, Ce Calli, y el Señor 1 Movimiento, Ce Ollin (fol. 2r, 15v, 41r, 42r; Siméon, 1988: XLIV, 450, 774, 354) (lám. 18).
Personajes. Son las formas de seres humanos o personas (tlacatl), cuyos atributos marcan su género, edad, actitud y condición. Se reconocen por sus características físicas e incluso por su postura corporal, así como por el peinado y los atavíos masculinos y femeninos. Vemos así la figura de un hombre (oquichtli) adulto con barba (tentzontli), que lleva ceñidor (maxtlatl), el pelo largo amarrado en una cola propia de los sacerdotes (teohua) y que porta la diadema de los señores (tecuhtli). También tenemos la imagen de una mujer (cihuatl) con el peinado de trenzas sujetas en lo alto de la cabeza, que viste la camisa larga (huipilli) sobre el enredo o falda (cueitl), y en este caso se trata de una mujer noble (cihuapilli). Estos personajes se conforman por medio de un grupo de glifos que funcionan como marcadores semánticos para dar en conjunto la lectura de señor, tecuhtli,y de señora o mujer noble, cihuapilli (fol. 3v, 22v; Siméon, 1988: 516, 364, 482, 267, 486, 454, 113, 755, 132, 112) (lám. 19).
Antropónimos. Proporcionan el nombre personal o sobrenombre de los individuos y sirven para distinguir e identificar a una persona de las demás. Tal vez hacen referencia a alguna cualidad de la persona, de su pertenencia a un linaje o de la dedicación a cierta deidad. Aquí se presentan a los señores toltecas Quetzaltehueyac, 'Pluma de Quetzal Firme y Larga', e Icxicoatl, 'Pie de Serpiente'. Este último presenta tres variantes gráficas en el códice que son equivalentes para representar su nombre. La más común es la de una pierna con su pie, icxitl, en la que se enrosca una serpiente, coatl, completa. En otra ocasión el pie se sustituye por una huella del pie, icximachiyotl,y sólo aparece la cabeza del ofidio. Otras veces ambas imágenes se funden en una sola en la que se sustituye la pierna y el pie por el cuerpo y la cabeza de la serpiente, que acaba adoptando esta forma humana. Así vemos que los escribas podían construir los glifos de varias maneras, aunque había una que era la más usual (fol. 14r, 2r, 28r, 15v; Siméon, 1988:176,115,175) (lám. 20).
Gentilicios. Muestran el grupo o el lugar al que pertenecen los individuos. En su mayoría suelen tomar el nombre de la capital del señorío conquistado y donde establecen su residencia como el nombre de procedencia que los identifica a ellos y a su comunidad. En este códice encontramos a los xochimilcas, los habitantes del 'Lugar donde se cultivan Flores', Xochimilco, de xochitl, 'flor', y milli, 'tierra de cultivo', junto con los ayapancas, de Calpan Ayapanco, o sea, 'los habitantes de la Casa sobre la Niebla', de calli, 'casa, ayauitl, 'niebla', y pantli, 'bandera', o pan, 'en, sobre', y los citecas o 'Los de la Liebre', residentes de Xiuhqueme, de citli, 'liebre, teca de alguien, de alguno', xiuhtic, 'color azul turquesa', y quemitl, 'manto', o sea, el 'Lugar del Manto Azul Turquesa' (fol. 28r, 37r; Siméon, 1988: 774, 276, 61, 17, 371, 111, 53, 770, 422) (lám. 21).
Cargos. Son los atributos que expresan una jerarquía social y las funciones políticas, militares y religiosas de los individuos. Como en el caso de los chichimecas, que al parecer no se trataba de un grupo en particular, sino de una cierta categoría militar y tal vez política, la de los valientes guerreros que habitaban las tierras del norte, la Chichimecatlalli. El nombre de chichimeca se ha traducido de varias maneras, pero todas siguen siendo polémicas. Dentro de este grupo existía el cargo de los chichimecatecuhtli, que tal vez se forma de chichi, 'perro', mecatl, 'cordón, linaje', y tecuhtli, 'señor', o sea los Señores del Linaje del Perro (fol. 21v; Siméon, 1988: 95, 267, 454) (lám. 22).
De los olmeca-xicalancas aparecen los nombres de dos gobernantes, que en náhuatl reciben el nombre de Aquiyach Amapane y Tlalchiyach Tizacozque, que se pueden traducir como el 'Primero que Contiene el Agua, El de las Banderas de Papel', así como el 'Primero en la Tierra, El del Collar de Tiza'. Estos títulos que parecen difrasismos se forman con atl, 'agua', aqui, 'contener, entrar', [y]achto, 'primero, adelante, antes', amatl, 'papel', y pantli, 'bandera', junto con tlalchi, 'en la tierra', tizatl, 'tierra blanca', y cozcatl, 'collar'. Los antropónimos, gentilicios y cargos casi siempre se presentan asociados con una figura humana, ya sea por medio de una línea, por estar cerca de ella o por colocarse sobre el personaje mismo (fol. 9v; Siméon, 1988: 39, 35, 11, 23, 373, 601, 546, 129) (lám. 22).
Topónimos. Dan nombre a los distintos lugares, ya sean culturales o naturales. Pueden tratarse de ciudades, pueblos o de alguna característica del paisaje que servía para identificar la región o los linderos de las tierras del señorío. Entre ellos encontramos a Huey Tollan, el 'Gran Lugar entre los Tules', de tollin, 'juncia, junco, tule', y tlan, 'cerca, entre, en'; Calmecauacan Chalchiuhtepec, tal vez, la 'Casa del Linaje del Cerro de Jade', de calli, 'casa', mecatl, 'cordón, linaje', chalchihuitl, 'jade', y tepetl, 'cerro', que en este manuscrito aparece como otro de los nombres de Cholollan. Otros son el cerro del Matlalcueye, "el de la Falda Verde o Azul Oscuro', de matlalin, 'color verde-azul, y cueitl, 'falda', que ahora se conoce como La Malinche; y Cuauhtinchan o 'Morada del Águila', de cuauhtli o quauhtli, 'águila', chantli, liogar, morada', y es, además, el lugar de origen de este códice (fol. 2r, 28r, 35v; Siméon, 1988: 712, 615,496, 267, 91,496, 260,132,415, 92) (lám. 23).
Construcciones. Son los edificios que representan los lugares del poder político y religioso que se conquistan, o donde se hacen ofrendas y rituales como los palacios y templos, aunque también pueden ser cercas o muros que delimitan el espacio o que son defensivos. Así tenemos un templo o casa del dios, teocalli, teopancalli o teopantli; la muralla, tenamitl, de la ciudad conquistada de Texcallan, conocida después como Tlaxcallan; un palacio, tecpan, yelcalmecac, que era la academia o escuela de los nobles (fol. 38v, 33r, 7v; Siméon, 1988: 483, 488, 473,450; Karttunen, 1992: 22) (lám. 24).
Insignias. Se refiere a los símbolos relacionados con la guerra, el gobierno o la religión, que representan la jerarquía y el prestigio de los personajes y las ciudades. Aquí encontramos adornos de plumas, escudos con arco y flechas, así como águilas y jaguares. Vemos, por ejemplo, una cesta o red de carga para llevar de viaje, chitatli,que era usual entre los chichimecas; el manojo apretado de plumas o quetzalpatzactli, que usaban los señores y que también toma la forma de una guirnalda de plumas, quetzaltlatectli, como símbolo de ennoblecimiento; las armas o tlauiztli, compuestas por arco, tlauitolli, y flechas, mitl, que eran características de los chichimecas; y el abanico o ehecaceuaztli de plumas que llevaban los embajadores (fol. 20r, 19v, 3v; Siméon, 1988: 105,426, 650, 695, 694, 278) (lám. 25).
Difrasismos. Es la combinación de dos glifos, cuyas lecturas individuales son diferentes de la lectura resultante, es decir, que expresan conjuntamente otro concepto. Encontramos en este documento el agua, atl, con el fuego, tletl, que combinados se les conoce como 'el agua quemada' o atl tlachinolli, que quiere decir 'la guerra o batalla'. Posiblemente también pudiera considerarse la composición tan frecuente del manto de piel o euaquemitl, que con las armas tlauiztli, 'arco y flechas', representan a los chicliimecas (fol. 27r, 26v, 20r; Siméon, 1988: 39, 705, 568,151, 695) (lám. 26).
RESUMEN
Entre los principios de la escritura nahua vemos que los glifos figuran conceptos e ideas de esta cultura y que también representan palabras y raíces de la lengua náhuatl, así como algunos términos derivados que se forman con esas raíces. Una palabra puede tener uno más significados; una imagen puede tener una o varias lecturas. Su presencia puede estar para reforzar la lectura de otro glifo, o únicamente para comprender de qué glifo se trata. Éstos se pueden emplear como metáforas y metonimias por medio de la asociación de ideas, o bien para unir dos palabras en una expresión con el fin de proporcionar un sentido diferente o uno similar, que conforman los difrasismos.
Es muy común que se combinen dos o más glifos para construir compuestos, que corresponden a las frases de la lengua. Los que aparecen en este códice son de tipo calendárico y se utilizan para expresar cuándo sucedieron los hechos; para mencionar personajes, gentilicios y cargos, para decir quiénes participaron en ellos; para indicar topónimos y construcciones, para conocer dónde sucedió lo relatado. Las insignias marcan otro tipo de jerarquía para reforzar la importancia de los personajes y los lugares. Los difrasismos y metáforas expresan conceptos más abstractos que, como en el ejemplo arriba citado, indican lo que sucedió, en este caso, la guerra.
Todos estos recursos gráficos y lingüísticos proporcionan una gran riqueza expresiva a este sistema de escritura, el cual no necesita distribuirse en columnas, porque no está elaborado sólo para representar la cadena del habla. Por ello que se conforma en escenas simples y complejas que se ordenan en el espacio de acuerdo con normas de composición plástica, ya que este sistema de comunicación es escritura y arte a la vez. Estas posibilidades, y seguramente otras más que seguirán siendo estudiadas, fueron aplicadas por los toltecas y los chichimecas toltequizados para dejar registro de su historia. Por medio de esta escritura pictográfica-logográfica también dejaron plasmada una forma original de concebir la realidad y de ver el mundo.
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Información sobre la autora:
Cecilia Rossell. Pasante del doctorado en antropología en la Facultad de Filosofía y Letras y en el Instituto de Investigaciones Antropológicas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Es maestra en historia de México por la UNAM, licenciada en antropología social por la Escuela Nacional de Antropología e Historia y tiene un diplomado en artes plásticas por la Escuela Nacional de Pintura y Escultura del Instituto Nacional de Bellas Artes. Es investigadora titular del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS), donde formó parte del Seminario de Escritura Indígena Tradicional (1981-1986), dirigido por el doctor Joaquín Galarza. Actualmente forma parte del proyecto Amoxcalli, dirigido por la doctora Luz María Mohar (CIESAS-Biblioteca Nacional de Francia). Recibió el premio García Cubas 2004 del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), en la categoría científica, por la coautoría del libro Las mujeres y sus diosas en los códices prehispánicos de Oaxaca. Sus temas de investigación versan sobre el sistema de escritura pictográfico-logográfico y de representación de imágenes en manuscritos pictográficos nahuas del siglo XVI y en códices mixtecos prehispánicos de Oaxaca.