Introducción
La información que presento es parte de los hallazgos de mi investigación doctoral en torno a la configuración de las identidades de género en Guadalajara, Jalisco, México, entre mujeres profesionistas que no son madres. En particular, analizo la experiencia de las mujeres que encarnan y viven la experiencia de la no maternidad a partir de una configuración identitaria que privilegia la profesión y el trabajo como núcleo de sentido.
Para lograr ese objetivo, el documento se divide en tres secciones. En la primera analizo la representación en torno a la maternidad, su ejercicio y “la madre” de las mujeres entrevistadas, por un lado, en el marco de las políticas públicas de salud reproductiva de la década de 1970, y por el otro, al considerar los cambios educativos y en el mercado laboral que han tenido lugar con la cada vez más numerosa participación de la mujer en estos ámbitos. Asimismo, estudio los modelos maternales a partir de los cuales se ha construido la representación sociocultural de la maternidad en el contexto mexicano de la investigación y cómo siguen presentes a pesar de las transformaciones históricas de las realidades de las mujeres, lo que ha producido transformaciones en el sentido de la maternidad, que van de la realización plena a la gran responsabilidad.
En la segunda parte, expongo las tensiones y contradicciones que viven las mujeres con la maternidad y la no maternidad en torno a sus propias prácticas y situaciones en relación con otros y otras. Los datos empíricos se obtuvieron en 21 entrevistas con igual número de mujeres, todas profesionistas de la ciudad de Guadalajara, laboralmente activas y sin hijos, mayores de 38 años de edad al momento de la entrevista.
Por último, identifico que aun con la ausencia de hijos o hijas, las mujeres que participaron en esta investigación conciben la maternidad como un ejercicio casi exclusivo de las mujeres que implica renunciar a proyectos ajenos al cuidado y educación de los infantes. Las mujeres no madres asumen un solo modelo de maternidad como correcto, lo que lleva a pensar que transgredir el mandato de género de tener descendencia no tensiona necesariamente el núcleo de sentido de la maternidad.
Sobre la maternidad, prácticas maternales y la no maternidad
En este trabajo entiendo la maternidad en dos dimensiones. Primero, como una institución simbólica que organiza la feminidad en términos socioculturales en el contexto de la sociedad mexicana en el plano ideal. Segundo, como un conjunto de prácticas de atención y cuidado, instituidas como propias de las mujeres, que revisten características y formas según las biografías y el momento histórico que se analiza, al mismo tiempo que configuran ese imaginario ideal sobre la buena mujer y la buena madre, que aparece como hegemónico. En la maternidad, entendida como síntesis de lo femenino, es posible tener hijos o no. Es tanto un mandato de género (Ávila, 2005) como una expresión de género (Palomar, 2005: 54).
La maternidad “reviste toda la carga, exigencias, aspiraciones, idealizaciones y experiencias de las mujeres [y] está colmada de conflictos y tensiones que la construyen en sí misma” (Sanhueza, 2005: 164). La maternidad es “una elección de vida cargada de emociones y expectativas de otros” (Asakura, 2005: 82), es “un poderoso modelo cultural/ideológico” que con o sin hijos impacta en la configuración identitaria de las mujeres (González, 1999).
Con base en lo anterior, propongo el análisis de la no maternidad, entendida como la práctica maternal de las mujeres sin hijos. Me refiero al proceso subjetivo que experimentan las mujeres, en este caso profesionistas, como parte inherente a su feminidad, constituido por prácticas de amor, cuidado y atención a otros. El concepto de no maternidad implica una transgresión al mandato de género hacia el cuerpo de la mujer, pero no la ausencia del referente maternal como modelo ideal constitutivo de lo femenino. La no maternidad no es resultado de la ausencia de hijos, sino del desplazamiento de la maternidad como eje ordenador de la identidad femenina y de su presencia sólida en prácticas constitutivas de los sujetos mujeres.
Este desplazamiento obedece a procesos tanto histórico-estructurales como histórico-coyunturales (Tarrés, 2007), es decir, fenómenos globales, nacionales o locales -mercado, políticas públicas, educación, migración-, así como a las adaptaciones, resignificaciones, conflictos y tensiones que éstos ocasionan tanto en la creación de sujetos sociales como en las biografías particulares de quienes los encarnan.
En este marco, se hace necesario contextualizar la no maternidad en términos histórico- estructurales para entender y analizar el sentido que se han construido las mujeres profesionistas entrevistadas sobre la maternidad y la no maternidad. Me remitiré sobre todo a las políticas de salud reproductiva. El otro cambio histórico-estructural que considero determinante es el acceso a la educación superior y el trabajo, que se retomarán con fines de discusión aunque no se describen de manera exhaustiva en este artículo.
La píldora
De acuerdo con una nota periodística del diario El Informador (1973), durante la primera quincena de marzo de 1973, dio inicio en Guadalajara el Programa de Planificación Familiar, instrumentado por el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS). La nota decía: “el control de las mujeres que estén planificando las familias, lo hace el médico general, quien tiene la asesoría del ginecólogo y remite a éste los casos especiales. La paciente tiene también la ayuda de psicólogos y trabajadores sociales”.
Tanto la píldora como los dispositivos intrauterinos se incorporaron al cuadro básico de medicamentos de la población, se pusieron a disposición de “las parejas […] para que ellos los apliquen en entera libertad, si ese es su deseo”. Las declaraciones son del doctor Luis Castelazo Ayala, entonces subdirector médico del IMSS, quien se mostraba optimista sobre la disminución de la tasa de natalidad en México, que en ese momento era de 6.7 hijos por mujer (Hernández, 2004).
De acuerdo con Raquel Abrantes y Blanca Pelcastre (2008), en la década de 1970 se implementaron las políticas controlistas en un contexto marcado por crisis económica y orientación de los servicios públicos de salud a una mayor participación del sector privado. Entre 1973 y 1974 se creó el programa de planificación familiar en el marco de la recién aprobada Ley General de Población: “este programa fue creado para reducir la fecundidad y la mortalidad, y constituyó una estrategia para abatir el crecimiento demográfico y mejorar el bienestar de las familias y comunidades en un marco de respeto a las decisiones informadas de los cónyuges” (2008: 276).
El programa tuvo un avance paulatino. Para 1976, 30.2% de mujeres en edad fértil, casadas o en unión, hacían uso de un método anticonceptivo. Para 2009, el porcentaje se había elevado a 72.3, según la Encuesta Nacional de la Dinámica Demográfica 2014 (INEGI, 2014). En casi 40 años, el uso de anticonceptivos se duplicó, mientras la tasa de natalidad disminuyó de 6.7 a 2.2 hijos por mujer en edad fértil.
Como señala María Luisa Tarrés, la planificación familiar en ningún momento tuvo como objetivo la creación de mecanismos destinados a otorgar autonomía a la mujer, “sin embargo, tuvo efectos estructurales inesperados que han sido centrales para el desarrollo de las diversas dimensiones que conforman las identidades femeninas de principios de siglo” (2007: 34).
A la invención de la píldora y su uso como instrumento de política pública en los programas de control demográfico, se suman las crisis económicas sufridas en el país en esa década y la siguiente. Varias investigaciones han mostrado que en momentos de estrés económico las mujeres se han incorporado en mayor medida al trabajo extradoméstico y que esa tendencia ha resultado anticíclica (De la O, 2013; Pacheco, 2007).
Esto muestra algunos procesos económicos, biotecnológicos, educativos y laborales que han impactado de manera directa en el sentido del trabajo y la maternidad que tienen las mujeres. Las informantes, todas entre los 38 y 53 años de edad, son hijas de las primeras generaciones de mujeres con acceso a los métodos anticonceptivos promovidos por el sector público. La mayoría pertenece también a la primera generación en su familia que tuvo acceso a una carrera universitaria. Son mujeres que han vivido como hijas, estudiantes y trabajadoras la experiencia de las constantes crisis económicas nacionales e internacionales. ¿De qué manera ha influido esto en su identidad y en el sentido que dan a la maternidad?
La institución maternal: la gran responsabilidad
De acuerdo con Ángeles Sánchez Bringas y colaboradoras, en la década de 1980, el debate en torno a la maternidad logró que se desarrollaran varias premisas metodológicas para su estudio: la base económica, el campo ideológico y cultural y el conglomerado de relaciones sociales (2004: 57). Estas autoras analizan la maternidad a partir de dos instancias: las elaboraciones simbólicas de la maternidad y su ejercicio. Afirman que cada mujer, a partir de sus condiciones particulares de edad, clase, estatus laboral, etc., vive y hace frente a las construcciones culturales sobre la maternidad.
Como elaboración simbólica, la maternidad se ha institucionalizado en discursos y saberes variados. Uno de ellos es el de la Iglesia católica. El discurso religioso ha sido uno de los ejes articuladores más poderosos de construcción de lo maternal. El modelo encarnado por la imagen de la Virgen María es “una concepción ideológica del prototipo de mujer que la Inmaculada, madre de todos los hombres, difunde: castidad y maternidad por excelencia”, que además incorpora como virtudes femeninas la obediencia, la ternura, la humildad y el perdón (Miranda, 2000: 310).
Otras autoras, como Sonia Montecino (2007) y Marcela Lagarde (2005), encuentran en el mito mariano uno de los pilares que soportan históricamente la identidad de género de las mujeres como madres. Esta construcción identitaria ha sido muy eficaz, pues la maternidad es tan compleja y llena de ambigüedades que tiene implicaciones en los procesos subjetivos femeninos se tengan hijos o no (Palomar, 2009).
Además de la Iglesia, otros actores e instituciones promueven y participan en la construcción y sostén del modelo de maternidad. Por ejemplo, el Estado ha impulsado políticas públicas, programas de gobierno e instituciones que exaltan la maternidad y su ejercicio como propio de las mujeres y su actividad prioritaria. Los programas de planificación familiar tenían el objetivo de disminuir el número de hijos por familia para garantizar su mejor atención y cuidado. La idea era controlar el cuerpo de la mujer en beneficio del desarrollo nacional. Otro ejemplo es la legislación laboral, cuyo sujeto de derecho es la madre, no las mujeres.
La biología, la medicina y la química han contribuido de igual manera. El descubrimiento de las hormonas de la maternidad -oxitocina y prolactina- es un ejemplo claro de que la naturaleza provee a todos los cuerpos de hembras para la maternidad. Ahora bien, la maternidad se construye no sólo con base en los atributos femeninos producto de nuestra capacidad reproductiva. No basta dar a luz o adoptar un infante, hay que saber ser una buena madre. Para ello, pediatras, médicos, etólogos, psicólogos han desarrollado teorías (Badinter, 2010). El combate ideológico librado por las mujeres con o sin hijos parece una guerra siempre perdida, pues “la buena madre debe poner ‘de forma natural’ las necesidades de su hijo antes que nada […], las necesidades del hijo están fijadas por la ‘naturaleza’” (2010: 88).
Como se observa, la maternidad es una construcción sociocultural e histórica que convertida en institución define lo que es -o debe ser- una mujer a partir de los atributos adjudicados a la “buena madre”. Esta construcción cultural es tan potente que impacta aun a las mujeres sin hijos. Podemos preguntarnos, ¿cuál es el sentido de la maternidad para una mujer sin hijos? ¿Qué papel juega la institución y sus atributos en la configuración identitaria de estas mujeres? ¿Cómo viven la no maternidad y qué sentido tiene en sus vidas?
Sostengo que el desarrollo de los conocimientos científicos en torno a la infancia y los avances legales respecto al reconocimiento del niño como sujeto de derecho, convierten a la maternidad en una profesión extra para algunas mujeres que por su preparación y educación sienten la necesidad de tomar la decisión de tener hijos, o no, y en qué circunstancias hacerlo, a partir de la plena conciencia de lo que, según los especialistas, el niño necesita de la madre. Esto implica la necesidad de una situación económica propicia para llevar a cabo una maternidad responsable, las condiciones de edad -el reloj biológico- y la presencia o no del padre adecuado.
La no maternidad se explica no sólo por el conocimiento de las demandas del ejercicio maternal, sino también por las experiencias propias de sufrimiento y dolor vividas en la infancia. También es una situación de vida en la que el trabajo profesional suple la presencia de hijos con el despliegue de un ejercicio maternal en los términos que la profesionista define. Por un lado, con control sobre su tiempo y espacio, momentos de soledad que le permiten un alto grado de reflexividad sobre sí misma y su futuro. Por el otro, la no maternidad se entiende como una opción de vida que no necesariamente excluye a los hijos, pero sí coloca la práctica de lo maternal como una opción en la gama de posibilidades del hacer y ser sujeto.
La gran responsabilidad
En su artículo “De prácticas y significancias en la maternidad, transformaciones en identidad de género en América Latina”, Tatiana Sanhueza Morales (2005) se preguntaba si el ejercicio de prácticas diversas, además de las domésticas, en un marco con un discurso sobre la igualdad entre hombres y mujeres, había desplazado a la maternidad como la categoría fundamental en cuanto a la construcción y realización de las mujeres. Para responder, analiza los cambios en las representaciones prácticas y simbólicas de la maternidad.
Lo primero que identifica es el desplazamiento de la maternidad de único destino a una opción, que tiene su raíz más profunda en la invención de la píldora anticonceptiva. Además, explica cómo la significación otorgada a la maternidad es:
La idea de la responsabilidad, es esta noción la que hace no sólo aplazar la llegada de les hijes, sino pensar incluso en no tenerles […]. Los desafiantes proyectos profesionales que han elaborado y las exigencias que implica la “maternidad moderna”, porque ya no es sólo tenerles, se les debe educar - en un buen colegio-, se les debe comprender, estimular, entregar tiempo de calidad, dotar de todo lo que necesiten, etc. La principal estrategia utilizada es la planificación, esta decisión racional de tenerles, cuándo, cuántes, en qué condiciones. La maternidad actual se constituye en una experiencia que no se deja al azar (2005: 170).
Lo anterior no quiere decir que se renuncie a tener hijos o hijas, sino que tenerlos se ha desplazado de destino a decisión, respecto a cuándo y en qué circunstancias tenerlos, y en última instancia, si tenerlos o no. Esto implica tensiones y cambios en las identidades femeninas, pero no necesariamente en el ideal hegemónico maternal promovido por la sociedad y la cultura. De ahí que hablemos de la no maternidad como un concepto que se construye a partir de ese referente simbólico incluso en la ausencia de hijos.
La mayoría de las mujeres entrevistadas considera que la maternidad “es una gran responsabilidad”. Sus argumentos son de varios tipos. Uno de ellos tiene que ver con el cuidado y la atención que “merecen” y se le “debe” dar a los bebés; otro es la incompatibilidad que la demanda de esa relación madre-hijo tiene con los estilos de vida. Por último, está la distinción entre un compañero o pareja, y un buen padre, necesario este último para pensar en tener hijos, pues la idea de familia para estas mujeres es un referente poderoso y necesario para la crianza.
Berenice, por ejemplo, es una de las informantes cuya no maternidad fue una decisión. El referente sobre el ejercicio maternal más cercano fue su abuela, quien le decía: “cuando tienes un hijo sólo pensarás en él, no vas a dormir, no vas a comer igual, no vas a poder ir al baño igual por cuidar del otro, pero es lo más bonito que te pueda pasar”. Berenice recuerda: “yo me asustaba mucho, yo creo que soy egoísta y también cobarde, yo creo que es demasiada responsabilidad”. Para Cecilia, además de ser “una responsabilidad inmensa”, es incompatible con su vida. Dice admirar a las mujeres que pueden organizar su trabajo y su maternidad, pero dice: “yo no, yo no tengo tiempo, no tengo paciencia, no puedo, me cuesta muchísimo trabajo tan sólo pensarlo”.
Tanto Berenice como Cecilia son ejemplos claros de lo que Sanhueza (2005) llama desplazamiento de la maternidad como destino a la maternidad como opción, pero también de cómo el significado de la maternidad ha pasado de la realización individual a la responsabilidad individual. Esa responsabilidad se explica en términos de bienestar, salud emocional y física del infante. Los discursos de verdad (Foucault, 1988) en torno a la concepción, el embarazo, los cuidados del bebé y su desarrollo sano han construido todo un cuerpo de conocimiento especializado que hace de tener y criar hijos todo un ejercicio profesional.
Al implicar tanta responsabilidad, la racionalidad y reflexividad con la que estas mujeres viven les exige considerar una serie de condiciones ideales en las que la maternidad sería posible en sus vidas. Una de esas condiciones es la presencia de un compañero que no sólo sea la figura paterna que necesita el niño para su desarrollo emocional, sino que además sea un apoyo y soporte para ellas como madres. Sobre este asunto, puedo decir que ahí noto una de las transformaciones que dan lugar a la constitución del sujeto femenino no madre: la elección de pareja y la distinción entre una pareja y un posible padre.
En este punto, las mujeres que participaron en esta investigación coinciden con lo relatado por Sanhueza: “exigen tener un compañero al lado, y si se embarcan en la decisión de tener hijes exigirán un padre, no sólo un progenitor, sino aquel que comparta la crianza de les hijes y que no sólo se dedique a jugar y proveer” (2005: 175).
La separación entre la sexualidad y la maternidad ha dado lugar, en el caso de estas mujeres, a la separación entre la pareja y el padre. Contar con una pareja, incluso vivir con ella, no implica que sea la pareja con la que se desea tener hijos. Los casos de Cecilia y Emiliana son claros. Sin embargo, encontrar una pareja con esas características no es tarea fácil. Cecilia dice: “no conozco al hombre que pueda manejar la paternidad y la maternidad al mismo nivel, eso no existe”. Y agrega:
No hay comparación y los hombres no tienen ni la menor idea de lo que es ser mamá. Yo la tengo poquito, pero los hombres no la tienen […], generalizando, espero que por ahí haya alguno, no sé, pero como el machismo mexicano es tan fuerte, a ellos sí los enseñaron que tienen que proveer, entonces en ese proveer, ya valió madre todo lo demás, porque no hay manera, todos los temas se los fleta la mamá, ¡todos! Y si trabaja, pues ni modo, también. O sea, esa conexión con los hijos nomás la tiene la mamá.
Emiliana asegura que no tendría un hijo con su actual pareja, pues es consciente de que es un mal padre: “está separado y no se hace cargo de ellos. ¿Cómo me dice que da la vida por mí cuándo no se preocupa por sus hijos?”. Pese a ello, tiene siete años de relación con él.
Además de la existencia de un padre, la institución familiar es un aspecto importante en la decisión sobre la maternidad. Así tenemos el caso de Silvia, que no imagina tener un hijo sin familia: “para mí un hijo no debe estar sin familia, entonces yo no estoy buscando un hijo solamente para mí, si no, ya hubiera buscado a cualquiera o me hubiera metido a una clínica”.
Cecilia y Silvia se encuentran en relaciones no idóneas para la maternidad. La primera vive una relación que ella misma califica de esporádica, y la segunda, en una relación joven, la primera después de su divorcio. El caso de Silvia ejemplifica el peso que la familia nuclear sigue teniendo en Guadalajara. Como institución hegémonica, enmarca las prácticas no sólo de maternidad, sino también de noviazgo. La elección de pareja, como le sucede a Silvia, se hace con miras a formar una familia. Cuando no es así, no pensar en hijos o hijas resulta una obviedad.
Lo anterior se confirma con las experiencias de Carmen o Ximena, quienes comentan que no pensaron en la posibilidad real de tener hijos sino hasta que encontraron a su pareja. Carmen no pudo concebir por esterilidad. Ximena buscaba embarazarse a sus 41 años de edad cuando la entrevisté. Cuando dice que ahora sí desea un hijo con su pareja, afirma: “yo sola no me voy a aventar”.
Resulta paradójico que estas mujeres transgredan un mandato de género por las razones “correctas”. Es decir, la no maternidad se justifica, decide y significa a partir de argumentos que reproducen instituciones culturales, como la propia maternidad y la familia hegemónica. Lo anterior no es sino prueba de las tensiones y contradicciones que las mujeres viven día a día en un mundo que se transforma y al mismo tiempo conserva anclas simbólicas que dan certidumbre a los sujetos, no sin culpas, miedos y contradicciones.
Luna también piensa que la maternidad exige la presencia de un padre, por ello no considera la maternidad como opción mientras sea soltera. Aunque en determinado momento pensó y deseó tener hijos, su pareja, 18 años mayor que ella, se negó con el argumento de que ya no tenía edad para ser padre otra vez: “para tener un hijo necesito buscar a una pareja, otra persona, y no, si tuviera un hijo sería de mi pareja […] y si yo lo que quiero es estar con mi pareja actual y él no quiere hijos, pues entonces [encoge los hombros]”.
La edad también juega un papel importante en la decisión de tener hijos o no, y en la flexibilidad del ideal de las condiciones para tenerlos. Hasta hace unos años, Emiliana no se hubiera planteado tener un hijo soltera. Dice que no se practicaría un aborto si quedara embarazada a sus 44 años de edad, tampoco se casaría, aunque duda que pueda concebir -no lo está buscando- y está consciente de los riesgos que implicaría para un bebé y para ella. Analía, de 40 años de edad, dice que no le importaría tener un hijo de su pareja sin estar casados: “en estos momentos, sólo pienso en mí”. Si bien el matrimonio no es para ella un requisito necesario, pero sí deseado, previo a la maternidad, su idea de familia sigue siendo tradicional.
También hay casos como el de Elizabeth, quien piensa en un hijo estando soltera y dice: “sí se me hace un poquito difícil, no económicamente ni de educación, yo considero que la figura paterna es importante. Se me hace envidioso, si yo tuve la oportunidad de crecer en una familia donde había papá y mamá que me dieran los buenos días, las buenas noches, que estuvieran al pendiente de mí”. Sin embargo, asegura que un hijo es un “motor de vida” y que sí le gustaría tenerlo en cualquier circunstancia.
La parte económica no es problema para ninguna de las mujeres entrevistadas, todas tienen trabajos estables y son autosuficientes. No obstante, algunas sufrieron escasez económica. Ximena, Roberta, Berenice, Carmen, Emiliana, Siphora, Elizabeth, Laura, Gema y Sofía relatan una vida familiar humilde, que también fue una motivación para su desarrollo profesional. Entienden que tener hijos no es empresa fácil, no sólo por los cuidados que implica, sino también por los bienes económicos necesarios para la alimentación, vestido, casa y educación que debe darse a un niño.
Estas mujeres pertenecen a generaciones que han padecido las crisis económicas del país toda su vida. La consideración sobre la calidad de vida en términos económicos es un elemento imprescindible en su representación de la maternidad. El nivel y estilo de vida que han logrado, así como lo que señalaba sobre la profesión maternal, exige ingresos adecuados para darle lo mejor al futuro hijo.
Como se aprecia, las informantes explican su no maternidad, en parte, a partir de las demandas generadas en el imaginario sobre lo que implica ser buena madre. Para mujeres como ellas, esto conlleva una ponderación constante de ventajas y desventajas. Tienen claro que “no todas las mujeres nacen para tener hijos” (entrevista con Siphora) y que la maternidad es una circunstancia de vida que exige preparación, dinero, sacrificio personal y entrega. La maternidad no es destino, empieza a ser una opción. Esto incluye a las mujeres que no pudieron tener hijos, quienes manifiestan que existen otras experiencias de vida que les hacen sentirse mujeres plenas y realizadas. La maternidad no es la única forma ni la garantía de la realización personal.
La no maternidad se ha experimentado de diferentes maneras. Hay mujeres que se sitúan en la imposibilidad por razones de edad, esterilidad o decisión. Unas dicen no haberlo decidido ni buscado, y que quizá nunca lo desearon en realidad. Otras, ante el avance del reloj biológico, afirman que todavía tienen tiempo para pensarlo y encontrar la pareja ideal. Por último, están las mujeres que lo decidieron de manera consciente. Cualquiera que sea la circunstancia, la no maternidad se resignifica por medio del trabajo y se le da sentido con proyectos personales, lo que indica que el abanico de vida de las mujeres se extiende cada vez más.
Entre las mujeres que buscaron concebir y no pudieron, están Carmen y Siphora, de 53 años de edad, y Sofía, de 44 años. Cinthia, de 38 años, lo sigue intentado y dice que no se someterá a ningún procedimiento, pues “Dios sabe por qué hace las cosas”. Aunque no tienen hijos, comparten la idea de que la maternidad es una gran responsabilidad y no cualquier mujer nace para ser madre. Ninguna piensa en la adopción.
Por otro lado, Fernanda, de 41 años de edad; Gema, de 47 años; Emiliana, Gabriela y Karla, de 44 años, dicen que en realidad nunca resolvieron no tener hijos, sólo que las circunstancias de su vi- da no eran las adecuadas para decidir serlo. Fernanda comenta: “yo no he tenido que decidir tener o no tener hijos porque no tengo pareja; tampoco si seguir trabajando o no, porque nadie me lo ha pedido”. Califica su no maternidad como “azares de la vida”. Gema piensa igual: “si de verdad hubiera querido un hijo, lo hubiera tenido, yo creo que nunca quise”. Comparten la idea de que a su edad ya no serán madres, aunque no se trató de una decisión consciente.
Los casos de Laura, Silvia, Guadalupe, Elizabeth, Analía y Ximena son distintos. Todas están abiertas a la posibilidad de concebir un hijo. Ximena estaba intentando embarazarse; Laura consideraba la posibilidad de la inseminación artificial de un donante desconocido; Silvia contemplaba que, si llegaba a casarse con su novio actual, buscaría tener un hijo, aunque dudaba lograrlo por el antecedente de tres abortos durante su primer matrimonio: “pero estoy abierta a la vida”. Guadalupe sólo tendría hijos estando casada. Analía apenas había comenzado su vida sexual con su novio actual y no usaba ningún método anticonceptivo. Elizabeth mencionó que sí le gustaría ser madre, sin importar si estaba casada o no, “pero todavía tengo tiempo, es cuestión de que me decida”. Mantener abierta la posibilidad no implica que no se tengan reservas sobre si se será o no capaz de ejercer la maternidad:
También de alguna manera sí me da miedo, porque he vivido mucho tiempo como dueña de mí misma, porque el ser madre, yo veía que les daba [a mis amigas] una madurez que yo no tenía, me percibía más inmadura y que no había llegado a ese estirarme en esa capacidad de amar. El que alguien te quite tu espacio, tu cuerpo, o sea, tu libertad, no lo he experimentado, entonces sí es un tema que me da miedo […] porque no he tenido el músculo, tengo un músculo diferente, igual a la gente le costaría vivir para los otros que ni son nadie, o sea, que no son de su sangre, tengo un músculo diferente entonces. Si el sólo hecho de cuidar de mi mamá ahorita está siendo todo un esfuerzo, y que lo estoy haciendo, pero realmente contra mi sensibilidad (entrevista con Guadalupe).
Por último, nos encontramos con las mujeres que en algún punto de su vida decidieron que no querían hijos. Cecilia dice que nunca sintió esa necesidad y considera, además, que no nació para eso. Berenice lo ponderó en su momento y decidió que no quería correr el riesgo de perder lo que estaba viviendo en el terreno profesional. Roberta se sometió a la abdominoplastia y tiene prohibido embarazarse por los riesgos que implica para su salud; sin embargo, asegura que nunca lo ha deseado. Su madre le recomendaba que no trajera hijos a sufrir como ellos habían sufrido. Roberta se asume lesbiana y señala que si alguna pareja deseara tener un hijo, ella apoyaría feliz esa decisión. Cecilia comenta: “se me hace una responsabilidad inmensa, al mismo nivel que me gusta demasiado mi vida, tengo una vida muy concha, tengo una vida súper cómoda, voy y vengo, no tengo que pagar colegiatura mañana, son las dos cosas”.
Otra que dice que decidió no tener hijos alrededor de los 30 años de edad es Camila. Tres años después de que le extirparon la matriz, considera que tomó la decisión correcta y piensa que la operación no ha causado problemas en su feminidad porque la decisión sobre la maternidad ya estaba tomada. La no maternidad de Luna es resultado de la determinación de seguir con su pareja. Para Patricia fue una decisión indirecta en el momento de consagrarse a Dios, pues no puede casarse ni está en condiciones de tener hijos.
A partir de lo que las informantes piensan sobre la maternidad y las circunstancias por las que han definido no ser madres, sostengo la emergencia de un sujeto mujer profesionista no madre. En su configuración identitaria es claro el papel que juega la representación de la maternidad, de la que toman distancia de acuerdo con sus biografías. El sujeto femenino no madre se constituye con base en prácticas maternales con sus padres, sobrinos, ahijados, clientes, pacientes; no se trata sólo de la ausencia de hijos.
Esto tiene implicaciones importantes en relación con el núcleo de sentido que otorga el modelo ideal mariano de la maternidad existente en la sociedad mexicana. Encontramos mujeres sin hijos, no madres, que por su experiencia como hijas y mujeres defienden y promueven ese modelo ideal de maternidad que condensa la entrega, el sacrificio y el cuidado por amor. En palabras de Ximena: “yo no quería ser una mujer como mi madre, pero si fuera mamá, ojalá sea como ella”. A continuación, se discute este tema.
Las no madres que defienden la maternidad tradicional
En esta sección argumento que el modelo mariano de maternidad se sigue promoviendo tanto en el discurso religioso, conservador y patriarcal, presente en la sociedad del Occidente mexicano, como en el legitimado por el conocimiento científico y legal en torno a la infancia. El resultado es complejo y lleno de tensiones. Por un lado, la configuración identitaria como mujer es posible en una multiplicidad de adscripciones y organización de las categorías, de acuerdo con las circunstancias de vida, la autonomía y el trabajo profesional. Por el otro, la maternidad, entendida como la práctica del cuidado, crianza y entrega a los hijos, sigue sin presentar fisuras en su modelo ideal, justificado por el amor y expresado en cuidados y educación.
Estamos ante sujetos femeninos profesionistas cuya feminidad se finca en otros terrenos, como el cuerpo carne, el cuerpo vestido, atributos de personalidad, además de la posibilidad de tener hijos, que al mismo tiempo piensan en la maternidad en términos hegemónicos patriarcales, es decir, como una práctica casi exclusiva de las mujeres, que implica un costo elevado para la vida profesional, demanda sacrificio y entrega del tiempo y el espacio de sí misma, y supone la categoría organizadora de la configuración identitaria, que deja de lado lo profesional por amor. Esto se manifiesta en las ideas de la presencia indispensable de un padre, el deber del rito matrimonial, la importancia de la institución familiar cuando se piensa en descendencia, o la renuncia a la maternidad ante la imposibilidad de modelos alternativos que concilien la dupla maternidad-trabajo.
Por ejemplo, Berenice comenta: “si yo tuviera un hijo, tendría que dejar de trabajar para cuidar de él, para seguirle los pasos, para atenderlo, y yo digo: ¿de verdad quiero eso? Si lo hubiera querido hacer, ya lo hubiera hecho”. Ante eso, decide no tenerlo. Por otro lado, Elizabeth tiene claro que un hijo cambiará su vida laboral: “¿para qué tener un hijo para tenerlo encargado todo el tiempo?”.
Esto replantea la relación maternidad-trabajo. Fernanda, Analía y Laura consideran que tener un hijo no implicaría dejar de trabajar, quizá “bajarle el ritmo”, dice la primera, y Analía remata: “si te organizas, sí la haces”. No obstante, no todas piensan así. A la pregunta sobre las repercusiones de un hijo en la vida laboral, Karla responde: “pues tendría que ser, ¡claro que tendría que ser así!”. Ximena señala que la mayoría de estas mujeres, a su edad, considera que ha alcanzado muchas de sus metas como profesionistas.
Los casos de Guadalupe, Silvia y Cinthia ilustran cómo la maternidad debe ejercerse en el marco de ciertas normas sociales, culturales y de género. Por ejemplo, si no es posible tener un matrimonio o concebir dentro de éste, queda la respuesta “Dios sabe por qué hace las cosas”. Ninguna de ellas adoptaría un infante.
No coincido con Sanhueza (2005) en que el aplazamiento de la llegada de los hijos o su ausencia plantean una ruptura importante frente a la identidad de género, al menos no en Guadalajara. Aquí vemos que las mujeres no tienen hijos porque asumen un único modelo de maternidad como el correcto y es mejor no tener hijos que construir un modelo alternativo de maternidad. Más allá, tenemos un modelo de familia hegemónico que, aparte de la celebración de un matrimonio civil o religioso, influye en la elección de pareja y las posibilidades futuras de tener hijos. Los límites de esta investigación me impiden hacer un análisis más puntual.
Si bien algunas de estas mujeres no tienen hijos, sí practican la maternidad con otros sujetos a su alrededor. Varias han resignificado su propia feminidad a partir de su ejercicio profesional y ponen límites a esos atributos que, se supone, definen a las mujeres, como explico en el siguiente apartado.
La maternidad como práctica social y las identidades femeninas
Ya he dicho que la maternidad, en última instancia, es una práctica constitutiva de la identidad femenina del sujeto femenino. De acuerdo con las características del sujeto y su biografía, esta práctica entra en tensión, contradicción, se adapta o desgarra, y permite resignificaciones de la experiencia de ser mujer, ahora con la posibilidad de la no maternidad.
Pensar en la identidad como el “punto de sutura” entre los discursos y prácticas que nos interpelan y los procesos subjetivos que nos constituyen (Hall, 2003: 20) ubica a la maternidad como institución, a la no maternidad como experiencia y a los sujetos “otros” con los que nos relacionamos en una situación compleja, que exhibe las transformaciones y resistencias de las identidades en contextos en los que coexisten fenómenos contradictorios que, por un lado, amplían el horizonte de posibilidades, y por el otro, fortalecen las anclas simbólicas que dan sentido a la experiencia femenina.
Al considerar la maternidad como una práctica fundamentada en el amor y el cuidado, y naturalizada como atributo de lo femenino, ésta puede ser interpelada por varios sujetos. Los sobrinos, ahijados y padres se convierten así en los sujetos mediante los cuales se da sentido a esas prácticas, al mismo tiempo que son objeto de atención y cuidado de las mujeres no madres. Sin embargo, estos vínculos revisten características particulares que los diferencian de las prácticas propias de la mujer madre reclamada por los hijos y se llevan a cabo en un marco en el que existe la posibilidad de decidir tiempos, espacios y formas, en el que se sigue siendo sujeto. Lo anterior no exime la existencia de deberes morales o culpas, pero en términos generales, las mujeres tienen un margen de maniobra mayor para enfrentar, ejercer y evadir las prácticas de cuidado y atención de estas personas. A continuación, algunos ejemplos sobre los “otros” hijos.
No todas las mujeres que entrevisté tienen una relación cercana o íntima con sus sobrinos. Camila es muy cercana a los hijos de dos de sus primas hermanas. Luna manifiesta tener una “relación de muéganos” con sus sobrinos;1 van al teatro juntos, salen y conviven mucho, en particular con un sobrino varón, con el que se siente muy próxima. Sofía cuidó a sus sobrinos cuando eran pequeños.
Los ahijados también aparecen como hijos postizos de las informantes. Esta figura se relaciona con los ritos católicos y no pocas veces es la forma en la que una amiga cercana le permite a una mujer sin hijos ejercer una maternidad simbólica. Karla tiene una amiga desde la infancia, que es mamá soltera, a la que considera su hermana, y se expresa de su ahijado Jorge como cualquier madre lo haría de un hijo: “es un chico súper inteligente, me adora y salimos de vacaciones juntos”. Elizabeth es madrina de una niña, también hija de su mejor amiga. Durante la entrevista, me mostró los regalos que escondía para su ahijada: “adoro a esa chiquilla”.
La figura del ahijado es interesante no sólo por el regalo que significa ser elegido como madrina o padrino, segundos padres de los hijos según la tradición católica, sino también porque en algunos casos muestra cómo en el ámbito social se cubren ausencias que se piensan dolorosas o causan insatisfacción. Recuerdo a una amiga cercana que pensó en mí para ser madrina de bautizo cuando se enteró de que tendría una niña en su segundo embarazo: “para que tengas tu niña”.
No sólo encontramos sobrinos y ahijados, también algunas parejas, los padres ancianos y a veces los hermanos son sujetos de prácticas maternales por parte de las mujeres profesionistas no madres. Roberta considera que es como una madre para su hermana menor; Fernanda, para sus sobrinos y hermanos. Ella considera que la maternidad no implica necesariamente tener un hijo: “significa toda esa atención, cuidado, protección de una persona, y no necesariamente un niño porque luego de repente hay unos adultos que dices: ¡ay, es como mi hijo! Pero por este asunto de cuidar”. Luna vive con su madre y se preocupa por ella, por su salud, las condiciones de su alimentación, entre otras cosas. Además, dice, se ha convertido en la enfermera de su pareja, que es mayor que ella.
La presión sobre la maternidad individual
La maternidad como mandato cultural de género no sólo se impone como obligación a los cuerpos de mujer, además se torna exigible para los otros alrededor de ellas. La presión que viven y enfrentan algunas mujeres proviene no sólo de sus madres, pues desean tener nietos, también de tíos, hermanos, familiares, madrinas, compañeros de trabajo, amigas y un largo etcétera.
Luna dice que su madre también sufre el apremio, pues cuando visitan su pueblo no falta quien le recrimine sobre la falta de esposo y la no maternidad de su hija. Además, como trabaja en la universidad, siempre existe la sospecha de que sea lesbiana, lo que explicaría que no se haya casado y no tenga hijos. Los amigos -hombres y mujeres-, también hacen preguntas: antes de los 30 años de edad, por la boda; después de los 35, te hayas casado o no, si vas a tener hijos. Silvia relata:
¡Uy, sí, claro! ¡Por supuesto! Si piensas que cuando te casas por primera vez ya se acabaron todas las preguntas, ¡nooo! Cuando no te has casado: ¿por qué no te has casado? ¡Ay, mira, pobrecita! Te casas: ¿cuándo vas a tener un hijo? Tienes el primero: ¿cuándo vas a tener el segundo? Te divorcias y es lo mismo: ¿cuándo te vas a casar otra vez? ¿Cuándo vas a tener novio? ¡Ay, no!
Dice Karla que algunas veces no se le pregunta, sino se le recomienda: “ten un hijo, para que no estés sola, para que cuando estés vieja tengas quien te cuide”. Agrega: “un hijo no se tiene para eso”. A Gema le hacen la misma recomendación y le molesta el tono, la preocupación de los otros por su soledad.
Cinthia está casada y también se enfrenta a ese tipo de cuestionamientos, al grado de que hay quien la juzga por hacer planes a futuro sin pensar en “si sale embarazada”:
Pero sí, la presión social es muy fuerte. También a mi esposo, él es el más grande en su familia. Entonces, ¿cuándo van a tener? Ah, por supuesto, somos los padrinos de moda […]. Yo dije, mi prioridad es mi relación de pareja, mi trabajo, seguir capacitándome. Hay quienes me han dicho: “¿cómo que vas a ir a Las Vegas?”, porque compramos paquetes con meses de anticipación, “¿y si sales embarazada?”. Pues si salgo, ya veré, no voy a organizar mi vida a partir de una esperanza.
Las mujeres profesionistas no madres son mujeres que, a partir de sus biografías, viven las tensiones y contradicciones, continuidades y transgresiones respecto a la configuración identitaria y la constitución de su feminidad basada en la maternidad o la no maternidad.
Notas finales
En este artículo expongo la experiencia de ser mujer profesionista no madre y cómo esa no maternidad se construye a partir de la ausencia de hijos, pero con el ejercicio de prácticas maternales, es decir, analizo la experiencia de ser sujeto femenino en términos de la no maternidad.
Se trata de mujeres sin hijos que llevan a cabo prácticas maternales con sus padres, hermanos, ahijados, alumnos, compañeros de trabajo o pacientes; que se saben con capacidades económicas, morales y disciplinares para negociar o imponer decisiones, determinadas en mucho por los espacios laborales, profesionales o institucionales, de pareja. Estas mujeres se han distanciado de los referentes genéricos familiares anclados en la maternidad biológica y la familia nuclear y organizan su vida a partir de lo profesional.
A pesar de que no han procreado ni criado infantes, considero que el referente de la maternidad como núcleo de sentido de lo femenino sigue presente en la constitución de estas mujeres en tanto sujetos sociales, pero la ausencia resignifica y fortalece el ideal maternal como propio de las mujeres en un sentido simbólico-práctico, mas no biológico. Lo que cambia es el sitio de enunciación desde el cual el sujeto le da sentido a la maternidad y le permite devenir en su ausencia, es decir, desde la no maternidad, pero sí como mujer.
En este punto, destaco la pertinencia de pensar a partir de la idea de un sujeto femenino que haga posible mostrar el abanico de posibilidades que engendra hablar de la “experiencia de ser mujer”, para articular el continuum que funda lo colectivo en relación con otras mujeres y no sólo en relación u oposición con los hombres. No se trata de que ser mujer sea una más de las categorías identitarias del sujeto, sino que sea constitutivo de la experiencia, de su subjetividad.
Por otro lado, la no maternidad se constituye con base en tres elementos que me parecen dignos de atención: la profesionalización de la maternidad, el tiempo y el espacio para sí como ganancia individual no negociable, y la vida laboral como articuladora de sentido y configuradora de la identidad individual. El primero ha inspirado discursos en los campos de la biomedicina, la psicología, la pediatría, la pedagogía, a veces la religión, entre otros, que han construido a la “buena mamá” y colocado el bienestar infantil como valor superior, incluso por encima de los de la mujer madre; han especializado las prácticas de cuidado y crianza de los hijos para hacerlos una profesión altamente demandante y pocas veces “bien ejercida”, una “altísima responsabilidad” con gratificaciones no muy claras.
Estos discursos en relación con el cuidado de los hijos atentan contra uno de los logros que el desarrollo profesional ha otorgado a estos sujetos: el tiempo y el espacio para sí. Una de las expresiones más potentes de la maternidad es la entrega total del cuerpo, el amor, el tiempo y el espacio. Estas mujeres cuestionan si son capaces de dicha entrega y anteponen la duda a la plenitud que supone tener hijos, prefieren disfrutar lo ganado: su tiempo y su espacio, una entrega a sí mismas. A la práctica de lo maternal con los no hijos dedican tiempo y espacio determinados por ellas.
Estamos frente a cambios que dejan ver con claridad la multiplicidad de experiencias que implica ser mujer. Esas experiencias están siempre en tensión, contradicción y conflicto con el sentido y significado que cada sujeto les otorga desde su biografía. Ser mujer, hoy más que nunca, está encarnado, es una experiencia única que se vive en cuerpos y subjetividades particulares que constituyen nuestra situación en el mundo.