En Humanizar la educación, del filólogo y escritor español César Bona -reconocido por la Varkley Foundation como uno de los 50 mejores maestros del mundo- se identifica la necesidad de repensar la educación. La situación actual, producto de la emergencia sanitaria, ha evidenciado la descontextualización del sistema educativo -que ha evidenciado un currículo tradicional, acrítico, fragmentado e inflexible. No obstante, esta situación ofrece posibilidades para reflexionar la práctica educativa y su incidencia en la sociedad. La educación gira en función de los contenidos, el docente y el educando, de modo que necesita deconstruirse el sistema (reforma educativa) y plantear una educación humanizada e innovadora. De forma análoga, esboza una propuesta pedagógica curricular asentada en un corpus formativo, participativo, adaptativo, colaborativo, apodíctico y motivador para el desarrollo de habilidades críticas, sociales y creativas.
Bona aborda estos tópicos desde una perspectiva humanista, axiológica y psicopedagógica fusionada con lo lúdico-didáctico para vislumbrar objeciones factibles a cuestiones como: ¿qué herramientas pedagógicas son funcionales en el contexto educativo?, ¿qué carencias posee el sistema educativo actual?, ¿cómo la educación permite comprender los avatares caóticos del destino (pandemia)? y ¿qué tipo de educación es la que se requiere ahora? Desde este marco de pensamiento, el autor reflexiona la funcionalidad del sistema educacional desde el contexto del COVID-19 y nos trasporta a un clima liberador, esperanzador y crítico para vislumbrar oportunidades de mejora en el campo educativo.
El texto presenta secciones numeradas que enuncian los puntos centrales del texto, a saber, el modelo de aprendizaje actual que ha quedado corto ante los avatares pandémicos, la brecha digital y la imperiosa necesidad de un marco ético-humanista adecuado a la nueva esfera socioeconómica y educativa. El libro se ajusta al objeto de la intencionalidad educativa del Bona que subyace en el argumento trasformador que se traduce en repensar lo que se hizo, lo que se está haciendo y qué será de la educación en pospandemia.
En las primeras secciones se reflexiona sobre el trinomio educativo funcional: aprender, evaluar y examinar. Para Bona el aprendizaje es un rasgo inherente al sujeto coligado a mecanismos analíticos como la curiosidad, la atención y la vigilancia; evaluar va asociado a una reflexión intrínseca (aprendizaje) y extrínseca de realidad; y examinar es un mecanismo que posibilita reorientar el sentido de la cotidianidad. El autor engrana los tres elementos en un mecanismo compuesto por rasgos dialógicos (actitud de escucha), lógicos (sumar); adicional, morales y sociales (compartir, incluir, acompañar, superarse, crecer y vivir).
En el texto concurre un reconocimiento existencial por la fragilidad de la vida que ha hecho tambalear la organización estructural a la que el individuo estaba habituado (zona de confort). Es importante señalar que la pandemia trascendió de una crisis de salud a un delicado panorama socioeconómico. En consecuencia, ha generado un escenario inédito con secuelas humanas, morales (solidaridad y viceversa) biológicas y educativas; la élite política y econonómica mundial ha caído en la incertidumbre, mientras que la tecnología ha sido el puente para contrarrestar las distancias.
El texto, en esencia, enmarca una premisa fascinante: “No hay cambio sin acción, no hay acción sin decisión”; lo cual connota la conjugación recíproca, inevitable, cíclica del acto pedagógico y su reflexión. Este hilo analítico transporta a la concepción, estructura y operatividad del currículo -que no estaba preparado para una contingencia de tal magnitud.
Por añadidura, las estrategias didácticas cimentadas en la improvisación fueron el eje trasversal en las esferas sociales, económicas, políticas y educativas. La realidad de la pandemia instituyó una congregación de factores ineludibles, como la desigualdad social, la brecha digital y la pobreza, pero también fortaleció la apertura de espacios sociables (empatía, diálogo, esperanza, paciencia y comprensión).
El fin de la educación es ofrecer herramientas (vocablo repetido en el libro) para el desarrollo humano, psíquico, social y laboral. Pero la pedagogía tradicional, fundada en campos memorísticos, receptividad y pasividad, fue el catalizador en este contexto. En consecuencia, la implementación de actividades desde este enfoque originó una saturación rutinaria y sin sentido.
El documento brinda aportes considerables para el sistema educativo actual: la escuela debe ser un espacio integral en donde el proceso de enseñanza para el aprendizaje radique en el diálogo asertivo, y la participación activa y democrática. La educación necesita desarrollar seres honrados vinculados a la vida familiar y social, y la escuela tiene la tarea de reducir barreras del aprendizaje mediante la inserción social. El docente es un agente de cambio. El educando debe ser actor de su propio aprendizaje. Así, se requiere educar para la realidad desde el aprendizaje situacional.
Este marco proyectivo pedagógico supone que gran parte del fundamento holístico del sujeto se funde desde la educación. Pero cuando la educación falla al brindar al ser humano en integralidad y humanidad (compromiso social) se presenta una ruptura general y axiológica. Por ende, humanizar la educación involucra educar la correspondencia del ser humano con la naturaleza y el hombre: respetar la biodiversidad, generar conciencia ambiental, minimizar actividades industriales; fomentar la tolerancia, la comprensión y la resiliencia.
Humanizar la educación es reorganizar, replantear, resignificar, reconstruir, reorientar el sistema socioeducativo para encaminarlo hacia el terreno de la comprensión y el respeto. La educación enfrenta grandes retos producto de la masificación del conocimiento (modelo tradicional) y crisis de valores (indiferencia social), por ello, la educación debe mantener un equilibrio correlacional entre lo cognitivo, afectivo y humano (dignidad, alteridad, diversidad, otredad, justicia, libertad y honestidad).
Aunque la propuesta del autor es, sobre todo, humanista, es necesario mencionar que en la actualidad los procesos educativos siguen inmersos en discusiones, ambigüedades, tensiones y paradigmas sin trayectoria fija, navegando en un océano de tradicionalismo (pedagogía bancaria). El sistema educativo presenta síntomas graves producto de la mercantilización del conocimiento. La relación medio-fin (conflicto de interés) en la que se ven inmersas las reformas educativas obstaculizan el carácter axiológico y humanista de la praxis pedagógica. Es asertiva la perspectiva de Bona respecto a los elementos nucleicos del Estado, Familia y Sociedad como agentes socializadores e integradores del proceso formativo. Empero, el arquetipo de las políticas públicas educativas dificulta el adecuado engranaje de formación crítica, creativa y ética.
Paradójicamente, la historia ha evidenciado que la educación se ha visto influenciada por cantidad de paradigmas pedagógicos (tradicionales, tecnicistas, positivistas, conductuales, constructivistas y humanistas, entre otros), pero que en la realidad presentan diversidad de retos. Ahora bien, entre dichos retos se puede localizar el aspecto arquitectónico del currículo. Aunque en un currículo oficial en teoría se plasma la intencionalidad de formar ciudadanos, en la práctica la realidad puede ser otra. Esa búsqueda constante de redefinir el currículo en función de políticas que se basan en sistemas extranjeros. Lo curioso es que la propuesta global de Bona es una reacción radical que trasciende el ejercicio educacional hacia un ambiente enmarcado en la legitimidad (defensa de derechos y promoción en deberes). De ahí que el currículo, materia de análisis en este libro, es el órganon de la estructura corpórea del proceso de enseñanza para el aprendizaje. Por tanto, la significación curricular debe residir en el desarrollo del sujeto pensado como ser humano activo, libre, innovador y con responsabilidad social.
La transformación de la educación permite construir sociedad (humanización educativa). Esto significa que la educación es un fin en sí mismo, con valor absoluto y significado cultural. La crítica que hace el autor, acertada, se encauza en el carácter hegemónico del sistema, el cual es sesgado. El circuito integrado por la comunidad educativa (directivos, padres, maestros, estudiantes y comunidad) estribada en una dialéctica fraccionada que no tiene resultados efectivos. El currículo desde una visión tradicional es arcaico, estéril, acrítico, ahistórico, utilitarista, improductivo y deshumanizado, ¿pero por qué? El sistema educativo permeado por la pandemia demostró su inflexibilidad, regida bajo un lineamiento de repetición conceptual y cantidad de actividades extracurriculares, en decir, dio todo por hecho. Esto es significativo, en la línea narrativa del autor, porque es la esencia sugerente y el eje trasversal del texto: la idea de replantear lo que se supone ya es conocido, lo que implica regresar a nociones transformadoras del proceso pedagógico: pensamiento crítico, tecnología, aprender a aprender, reflexionar, dialogar, entre otros.
Una contribución de este libro reside en establecer que la educación no debe basarse sólo en la trasferencia de conocimiento sino que debe ofrecer herramientas contextualizadas a la realidad (gestión emocional, proyecto de vida saludable, uso responsable de la tecnología y clima de respeto), el currículo requiere adaptarse a esa realidad. La adaptación es un proceso que exige un compromiso colectivo (familia, docentes, estudiantes y comunidad). En términos generales, podría señalarse que la pregunta que mueve el texto y deja abierta la discusión es: cómo lograr una educación más humana, tolerante e inclusiva.
Para concluir, es menester subrayar que es una obra original y profunda, magistral por su orientación y contenidos, exhaustiva, analítica y reflexiva, con resistencia metodológica sociopedagógica pero a la vez vivencial, compuesta apropiadamente con una dosis de efusión pedagógica, compromiso social y humanismo.