Introducción
El objetivo de este estudio es identificar cuál es la percepción de inseguridad de los habitantes de zonas urbanas de alta incidencia delictiva del municipio de Acapulco, así como los factores que pueden asociarse a dicha percepción, como algunas características sociodemográficas de los habitantes, la confianza en las instituciones policiales, y otros elementos del entorno. También se busca comprender cómo esta percepción de inseguridad se encuentra relacionada con la modificación de los comportamientos cotidianos de las personas.
El interés particular por Acapulco surge tras la publicación del ranking 2015 de las ciudades más violentas del país, en el cual, según la metodología del Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y Justicia Penal, dicho municipio ocupó el primer lugar en México y el cuarto a nivel mundial, al contar con el mayor índice de violencia (72.7 puntos) de entre los municipios con más de 100 000 habitantes. Este índice de violencia, que se calcula considerando la ocurrencia de delitos de alto impacto (homicidio doloso, secuestro, violación, lesiones dolosas, robo con violencia y extorsión), representó casi cuatro veces el índice estimado para todo el país (18.27 puntos) (CCSPJP, 2016).
En los últimos años, y sobre todo a raíz de la estrategia de combate frontal a la delincuencia organizada durante el sexenio 2006-2012, los índices de violencia se han disparado no sólo en Acapulco, sino a lo largo de todo el país. Con el fin de desprenderse de la lógica de confrontación criminal, y orientarse en cambio a un enfoque de prevención, la administración federal correspondiente al sexenio 2012-2018 lanzó el Programa Nacional de Prevención Social de la Violencia y la Delincuencia (PNPSVD) 2013-2018, el cual agrupa políticas públicas orientadas a la reducción de factores de riesgo de la violencia y la delincuencia, partiendo de los ámbitos de la prevención social, comunitario, situacional y psicosocial, a través de ocho ejes rectores: 1) seguridad ciudadana; 2) juventudes; 3) mujeres; 4) en condiciones de vulnerabilidad; 5) convivencia, cohesión comunitaria y participación ciudadana; 6) cultura ciudadana y cultura de la legalidad; 7) cultura de la paz; y 8) urbanismo social y acupuntura sociourbana.
Dichas políticas públicas se encuentran dirigidas a cincuenta y siete demarcaciones prioritarias en todo el país, las cuales están conformadas por uno o más municipios (como es el caso de algunas zonas metropolitanas); a su vez, es responsabilidad de cada uno de los municipios generar proyectos de prevención del delito por separado, los cuales incluyen la definición de polígonos geográficos prioritarios, teniendo cada uno de estos polígonos, proyectos específicos relativos a los ejes rectores del programa1 (México Evalúa, 2014).
Acapulco fue considerada una de esas cincuenta y siete demarcaciones,2 definiéndose en ella cinco polígonos de atención prioritaria, denominados Petaquillas, Renacimiento, Zapata, Progreso y Jardín. Para el 2013, primer año de operación del programa, el presupuesto de esta demarcación ascendió a MXN 99 152 586.67 (México Evalúa, 2014); para 2014, el presupuesto alcanzó los MXN 95 308 913.46 (a precios de 2013) (México Evalúa, 2015).
Los polígonos geográficos de Acapulco cuentan con dos particularidades que los convierten en delimitaciones de estudio interesantes: la primera es que cuentan con la denominación atención prioritaria, presumiblemente por mostrar los índices de violencia y delincuencia más elevados del municipio; y la segunda es que son objeto de políticas públicas de prevención desde el ámbito social, comunitario, situacional y psicosocial, financiadas anualmente con recursos públicos de la federación.
Dicho lo anterior, la pregunta “¿qué tan seguros se sienten los habitantes?” parece no tener una respuesta obvia en estos polígonos: por un lado, se esperaría que las personas se sintieran inseguras, dado que habitan en zonas con elevados niveles de violencia y delincuencia, pero también se podría esperar que se sientan seguras, dado que dichas zonas llevan tres años de intervención focalizada en términos de prevención.
1. Revisión de la literatura
La percepción de inseguridad es fundamental cuando se pretende abordar el problema de la delincuencia desde la perspectiva de la seguridad urbana, en la que el fenómeno criminal cuenta con dos componentes problemáticos: el riesgo de ser víctima de un delito, pero también el temor personal y colectivo de sufrirlo (Sozzo, 2000). Aunque están conceptualmente relacionados, una reducción efectiva de la probabilidad de ocurrencia del delito pudiera no coincidir con una disminución del temor (Jasso, 2014). En otras palabras, la inseguridad real pudiera ser distinta de la inseguridad percibida.
Los efectos de tal desigualdad pueden empeorar el escenario de criminalidad a través de dos mecanismos: la modificación de patrones de comportamiento cotidianos, y la toma de decisiones respecto a medidas de protección. Por ejemplo, una percepción de inseguridad superior al nivel real de criminalidad podría inducir a las personas a modificar sus actividades cotidianas, relativas al trabajo, entretenimiento o educación, de manera innecesaria, o bien, conducir a un aumento de las medidas de protección que no corresponda con la probabilidad efectiva de ser víctimas de un delito. Y viceversa, una percepción de inseguridad inferior al nivel real de criminalidad podría provocar que las personas no modifiquen con pertinencia sus comportamientos cotidianos, o que no aumenten sus medidas de protección, incrementándose la probabilidad de que sean víctimas de un delito.
Además, la inseguridad percibida genera un impacto directo sobre el bienestar, como señala Romero (2014), quien muestra cómo una alta incidencia criminal aumenta la insatisfacción e infelicidad de los individuos, pero por la vía de la percepción de inseguridad y no por el nivel de victimización real que sufre un hogar en particular.
Existen antecedentes del estudio sobre la percepción de inseguridad en México, tanto con datos a nivel nacional como con datos regionales y locales. Destaca el estudio pionero de Vilalta (2010), el cual sienta las bases teóricas para el estudio empírico del miedo al crimen en México. Dicho estudio se conduce mediante hipótesis explicativas respecto a variables del contexto local y familiar y características socioeconómicas, y su impacto sobre la percepción de inseguridad en la colonia de residencia estudiada. Utilizando datos de la Encuesta de Victimización y Eficacia Institucional (ENVEI) de 2006, elaborada por el Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE) y aplicada en el área metropolitana de la Ciudad de México, Vilalta (2010) encuentra que el miedo al crimen en la colonia de residencia está relacionado con la experiencia de haber sido víctima de un delito, los niveles de confianza en la policía local y el contenido de los noticiarios.
Posteriormente, el propio Vilalta (2012) actualizó y extendió su análisis al ámbito nacional, pero a nivel correlacional, utilizando datos de la ENVEI 2010 y 2011 y la Encuesta Nacional de Victimización y Percepción sobre Seguridad Pública (ENVIPE) del 2011, elaborada por el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI). Vilalta buscó discernir entre diversos factores asociados a la percepción de inseguridad según cinco teorías: incivilidad, victimización, vulnerabilidad física, vulnerabilidad social y redes sociales. Dentro de los principales hallazgos, encontró que la confianza en la policía y la pertenencia al género masculino son factores que reducen la percepción de inseguridad, mientras que la victimización (directa e indirecta), una baja escolaridad y señales de incivilidad son factores que aumentan la percepción de inseguridad.
Otro estudio a nivel nacional es el de Jasso (2013), quien utiliza datos de la ENVIPE 2012, desde un enfoque descriptivo, para identificar los lugares o entornos más inseguros para los habitantes, y desde un enfoque correlacional para determinar el grado de asociación entre la percepción de inseguridad y la política pública. Sus resultados muestran, por un lado, al cajero automático, los bancos y el transporte público como los entornos de mayor percepción de inseguridad, y a la escuela, el trabajo y el hogar como los entornos de menor percepción de inseguridad. Por otro lado, el dejar de usar joyas, no permitir que los menores salgan y no realizar salidas nocturnas resultan las principales actividades modificadas debido al temor a sufrir un delito. Finalmente, encuentra que el conocimiento por parte de los habitantes acerca de ciertas políticas de intervención de espacios públicos no influye en su percepción de inseguridad en los mismos.
Jasso (2014) desarrolla otro estudio para México, pero desde un enfoque local, en el cual analiza cuatro escenarios urbanos de la Ciudad de México, para contrastar la hipótesis de si la percepción de inseguridad está asociada positiva o negativamente a la incidencia delictiva: si la asociación fuera positiva, podría presentarse una situación de miedo realista, es decir, cuando niveles altos de criminalidad coinciden con un miedo alto al delito, o bien, una situación ideal, donde niveles bajos de criminalidad coinciden con miedo bajo al delito; en cambio, si la asociación fuera negativa, se podría presentar una situación de miedo no realista, donde niveles bajos de criminalidad coinciden con miedo alto al delito, o una situación de seguridad no realista, donde coinciden niveles altos de criminalidad con bajo miedo al delito. Sus resultados determinan que dos de los escenarios urbanos analizados presentan miedo realista, otro exhibe seguridad no realista y un último escenario presenta miedo no realista.
Otros estudios a nivel internacional encuentran factores asociados a la percepción de inseguridad, aunque estos hallazgos deben tomarse con reservas al provenir de realidades sociales distintas a la mexicana. Por ejemplo, Föhrig (2006) señala en el caso argentino que una mayor participación de los ciudadanos en acciones de prevención se encuentra asociada a una baja percepción de inseguridad de los involucrados; Frühling y Manzano (2006) registran una asociación positiva entre la victimización y el temor al delito en Chile; mientras que Carro, Valera y Vidal (2008) encuentran que en la ciudad de Barcelona el género femenino tiende a percibir mayor inseguridad en los espacios públicos, y que existe una correlación positiva también con la edad y la experiencia personal de incidentes recientes.
Por su parte, el estudio de Ruiz Pérez (2007) utiliza datos de una muestra a conveniencia de comerciantes y porteros de viviendas particulares en la ciudad de Bogotá, y distingue entre miedo difuso (construcción emocional del temor a ser víctima de una agresión) y miedo concreto (riesgo percibido de sufrir un delito en particular), encontrando que ambos tipos de miedo están asociados positivamente. Por otro lado, el estudio encuentra que el miedo difuso se asocia a una menor satisfacción con la policía, menor cultura ciudadana y experiencia directa de victimización, mientras que el miedo concreto se asocia con la victimización familiar y directa y un menor estrato económico.
Finalmente, el estudio de Ruiz Pérez y Turcios (2009) utiliza datos de estudiantes universitarios de Colombia, El Salvador, Perú, España y Argentina, y encuentra en mujeres un nivel mayor de temor a sufrir un delito, a pesar de contar con niveles de victimización menores que los hombres; además, el temor a sufrir un delito se asocia positivamente con la victimización personal o de familiares. Sin embargo, los propios autores señalan la complejidad de comparar los resultados de distintos países, ya que la variable percepción está determinada por factores contextuales distintos en cada sociedad, como el desempleo, la cobertura y calidad de servicios de salud y educativos, y en general los niveles y tipos de violencia y delincuencia.
La literatura revisada señala, en conclusión, que son diversos los factores que pueden asociarse a la percepción de inseguridad de los habitantes, incluyendo elementos sociodemográficos, su confianza en las instituciones, su exposición a incidentes significativos con la delincuencia, entre otros elementos del entorno, aunque la relación entre estos factores y la percepción de inseguridad no es tan concluyente en algunos casos, y depende de la realidad social que enfrentan las personas.
2. Metodología
Este trabajo busca estudiar diversos factores asociados a la percepción de inseguridad sugeridos por la literatura mediante un análisis estadístico de tipo descriptivo y correlacional. El valor agregado del análisis sobre otros estudios realizados en México es la utilización de datos a nivel local, haciendo énfasis en la realidad que enfrentan los polígonos de atención prioritaria del municipio de Acapulco.
Los datos utilizados se recopilaron mediante la aplicación de una encuesta, la cual utilizó un muestreo aleatorio simple al interior de cada polígono, tomando como variable de referencia para el muestreo la proporción de hogares o personas que sufrieron un delito en los últimos doce meses. El tamaño muestral resultante fue de ochocientas treinta y un encuestas, aplicadas en hogares y distribuidas en los polígonos Renacimiento (N=10 665; N=168), Zapata (N=10 458; N=167), Progreso (N=9 963; N=163), Petaquillas (N=7 627; N=168), y Jardín (N=16 844; N=165).3 Los cálculos del muestreo aleatorio consideran un nivel de confianza del 95%, un error máximo aceptado del 5% y una proporción de 12.5%.
Se analizan dos variables centrales en particular: la percepción de inseguridad y la modificación de patrones de comportamiento. La primera es capturada por la encuesta con la pregunta “En una escala del 1 al 10, ¿qué tan seguro se siente…?”, y mencionando a continuación ocho entornos distintos para que el encuestado refiera su percepción en cada uno de ellos. La segunda variable proviene de la pregunta “En los últimos doce meses, por temor a ser víctima de un delito, ¿usted dejó de…?”, y enlistando a continuación quince actividades cotidianas para que el encuestado indique si dejó de realizarlas o no.
Además de estas dos variables centrales, se incluyeron en la encuesta otras que pudieran utilizarse para contrastar su posible asociación con la percepción de inseguridad y la modificación de patrones de comportamiento, como lo son el sexo, grupo de edad, escolaridad, confianza en las policías, el polígono al cual pertenecen, exposición (directa o indirecta) al delito, la ocurrencia de homicidios cercanos al domicilio y la existencia de pandillas en la colonia.
La premisa del análisis es buscar si las variables centrales muestran un comportamiento diferenciado entre las categorías de las variables de contraste, por lo que la metodología a utilizar, además de las herramientas estadísticas descriptivas básicas, es la prueba de diferencia de medias, la cual permite identificar si los promedios observados en cada categoría de las variables de contraste muestran una diferencia estadísticamente significativa a nivel poblacional.
3. Análisis de la percepción de inseguridad y sus efectos
Siendo la percepción de inseguridad un parámetro completamente subjetivo, una manera común de medirla es a través de escalas. La escala utilizada en la encuesta fue del 1 al 10, donde 1 significa nada seguro (o muy inseguro), y 10 muy seguro (o nada inseguro). Por otro lado, dicho reporte de percepción es dependiente del ambiente donde se ubique al encuestado, por lo que se cuestionó sobre la percepción de inseguridad en ocho entornos cotidianos para los habitantes de los polígonos bajo estudio: el interior de su casa, su trabajo o escuela, la colonia donde vive, el municipio en general, el transporte público, un cajero automático, tiendas o comercios, y la zona turística de Acapulco.4
En el Cuadro 1, se muestra el comportamiento central y la dispersión de la percepción de inseguridad en los entornos cotidianos mencionados, donde los encuestados posicionan al interior de su casa, su trabajo, su escuela y la zona turística del puerto como los cuatro más seguros; por otro lado, los más inseguros son en un cajero automático, el transporte público y el municipio en general. Estos resultados coinciden con los obtenidos por Jasso (2013) a nivel nacional.
Además, utilizando los puntajes obtenidos en los ocho entornos, se construyó un nivel de seguridad promedio para cada observación, con el fin de utilizarlo como indicador principal de la percepción de inseguridad. Este indicador tiene un comportamiento central muy cercano a la percepción de inseguridad en la colonia de residencia, con la ventaja de tener una menor dispersión.
El Cuadro 2 presenta los intervalos de confianza para la percepción de inseguridad reportada por los encuestados, del entorno cotidiano más seguro al más inseguro, y al final la seguridad promedio. Aunque los ocho entornos evaluados cuentan con intervalos relativamente estrechos con un nivel de confianza del 95%, la seguridad promedio cuenta con el más bajo error estándar de la media, lo cual justifica su utilización como variable principal a contrastar por diversas variables sociodemográficas y del entorno local, a diferencia del estudio de Vilalta (2010), que toma como variable principal la percepción de inseguridad en la colonia de residencia.
Pasando a las consecuencias principales de la percepción de inseguridad en los habitantes, uno de los efectos es la modificación de actividades cotidianas para prevenir ser víctima de la delincuencia. En este rubro, la encuesta enlistó quince actividades y preguntó si en los últimos doce meses, por temor a ser víctima de un delito, se habían dejado de realizar. De este listado, las actividades que se reportaron con mayor frecuencia fueron usar joyas (70.9%), salir de noche (67.5%) y dejar salir solos a menores que viven en el hogar (54.2%); por otro lado, las actividades con menores menciones fueron dejar de ir a la iglesia (10.5%), al trabajo o a la escuela (12.9%) y a la playa (20.3%).
Con dichas menciones, se construyó una nueva variable para que midiera la proporción de actividades que dejaron de hacer los encuestados respecto al total. Esta proporción de actividades modificadas muestra una tendencia central considerable (Cuadro 4), ya que los habitantes de los polígonos de atención prioritaria bajo estudio dejaron de hacer, aproximadamente, siete de las quince actividades enlistadas.
Fuente: elaboración propia con datos del trabajo de campo (N=485). Sólo se consideran aquellas observaciones sin ningún valor perdido en las quince opciones
La toma de decisiones en cuanto a medidas de protección contra la delincuencia es otro aspecto influido por la percepción de inseguridad. En este rubro, la medida más utilizada fue el reforzamiento de cerraduras y protectores de ventanas (29%), seguido de la adquisición de un perro guardián (24.6%); una medida no tan utilizada, pero que destaca por el impacto en la vida cotidiana de las familias, es recurrir al cambio de domicilio (5.4%). Otro dato a destacar es el gasto realizado para estas medidas, el cual alcanza un promedio de MXN 2 436.00, aunque es una variable con mucha dispersión al fluctuar en un rango de los MXN 50.00 a los MXN 60 000.00 (desviación estándar=MXN 5 113.00).
4. Factores asociados a la percepción de inseguridad
En esta sección se analizan algunos factores sociodemográficos que pudieran encontrarse asociados a la percepción de inseguridad, como el sexo, el grupo etario y el nivel de escolaridad. En este sentido, la muestra completa del estudio (N=831) se encuentra compuesta por un 47.4% de hombres y 52.6% de mujeres. Respecto a los grupos de edad, el 17.7% de los encuestados tiene entre dieciocho y veinticuatro años, el 14.5% entre 25 y 29, el 22.2% entre 30 y 39, el 20.5% entre 40 y 49, el 14% entre 50 y 59, y el 11.1% 60 o más. En cuanto a la escolaridad, un 4.7% no tiene instrucción, el 16.5% cuenta con primaria, 28.8% secundaria, 33.5% preparatoria, 14.8% universidad y 1.6% posgrado.
El primer contraste de la percepción de inseguridad es sobre el sexo, respecto al que se encuentra una seguridad promedio en hombres de 5.32 y en mujeres de 5.09, aunque esta diferencia no es estadísticamente significativa (p=.106). Por otro lado, la percepción de inseguridad tampoco muestra diferencias estadísticamente significativas entre grupos de edad, tal como muestra el Cuadro 6, salvo en los menores de veinticuatro años respecto a los mayores de sesenta, con un nivel de significancia del 10%. Estos resultados contrastan con los de Vilalta (2012), quien sí encuentra una asociación entre la percepción de inseguridad y el género y grupo etario del individuo.
No obstante, entre niveles de escolaridad sí existen diferencias significativas. En el Cuadro 7 se observa una tendencia creciente en la percepción de inseguridad promedio conforme escala el nivel de escolaridad, donde esta diferencia es estadísticamente significativa respecto a las personas sin instrucción contra el resto de los niveles, en personas con primaria comparadas con las que tienen estudios universitarios y de posgrado, entre quienes cuentan con secundaria en relación con quienes tienen posgrado, y finalmente respecto a las personas con preparatoria contra las personas con posgrado. En términos interpretativos, esta relación implica que, si la percepción de inseguridad es una construcción cognitiva y racional, entonces la educación de las personas es un factor que coadyuva a interpretar de una mejor manera la realidad, racionalizar la percepción de inseguridad y atenuar el miedo al crimen.
Otro conjunto de factores que pudiera encontrarse asociado a la percepción de inseguridad es el que forman la confianza en las corporaciones de policía (municipal, estatal, y federal), el polígono urbano al que pertenece el hogar y la exposición del encuestado al delito, bien sea de manera personal o por conocimiento de ocurrencia a algún familiar, amigo o vecino.
En lo que respecta a la confianza en las instituciones policiales, esta representa un factor determinante de la percepción de inseguridad de la población, ya que a mayor confianza en las policías se esperaría una menor percepción de inseguridad. Al ser la confianza también un aspecto subjetivo, se utilizó una escala para su medición del 1 al 5, donde 1 significa “nada de confianza” y 5 “mucha confianza”.
En este aspecto, la confianza reportada por los habitantes de los cinco polígonos estudiados es muy baja, predominando hacia las tres corporaciones “nada de confianza”, aunque con percepciones ligeramente mejores de la policía estatal respecto a la municipal, y la federal respecto a la estatal. La policía federal es la que obtiene mejores niveles de confianza entre la población, pues es la de menor frecuencia de niveles bajos de confianza (respuestas 1 y 2) y mayor frecuencia de niveles intermedios y altos de confianza (respuestas 3, 4 y 5).
No obstante, el comportamiento individual general de la confianza hacia los cuerpos de policía es desalentador, siendo el nivel de confianza promedio en la policía municipal de 1.73, de 2.02 para la policía estatal y de 2.42 para la federal; además, la mediana de las tres corporaciones es menor o igual a 2, por lo que al menos el 50% de los encuestados tienen niveles de confianza bajos o muy bajos para cada una (Cuadro 9).
Pero ¿esta desconfianza en las policías proviene de una inconformidad general con los servicios públicos en los polígonos estudiados? Al cuestionar a la población sobre cómo evaluaba los servicios públicos en su municipio, la seguridad pública concentra un 80.6% de evaluaciones negativas (“deficientes” o “muy deficientes”), sólo superada por tránsito y vialidad con un 84.1% de evaluaciones negativas. En el tercer lugar, se ubica el suministro de agua (66.8%), y en cuarto lugar el alumbrado público (66.1%).
Lo anterior permite concluir que la desconfianza en las policías no proviene de un descontento generalizado por la calidad de los servicios públicos, sino de una consideración particular de baja efectividad de la seguridad pública. Así, ¿cómo se relaciona la desconfianza en las policías con la percepción de inseguridad de los habitantes? Al contrastar la percepción de inseguridad entre distintos niveles de confianza en la policía municipal (la cual resultó con la confianza más baja), se observan diferencias estadísticamente significativas, al menos al 5%, principalmente entre categorías alejadas (1 contra 3, 4 y 5; 2 contra 3, 4 y 5; y 3 contra 5).
Pasando a la ubicación de la vivienda del encuestado en alguno de los cinco polígonos de atención prioritaria, se encontró que el polígono Jardín cuenta con la incidencia delictiva más alta, ya que el 20.7% de los encuestados refiere haber sido víctima de algún delito en los últimos doce meses, seguido del polígono Zapata con 14.5%, Renacimiento con 13.7%, Progreso con 11.1%, y por último Petaquillas con 9%.
Al contrastar la seguridad promedio entre los polígonos mencionados, los niveles más bajos se encuentran justamente en el polígono Jardín, en donde se cuenta con una percepción de 4.349, mientras que el nivel más alto se encuentra en el polígono Progreso, con una percepción de 5.530. El Cuadro 12 muestra cómo el polígono Jardín es en donde se encuentra la menor seguridad promedio respecto a todos los demás, siendo esta diferencia estadísticamente significativa al 1%, mientras que el polígono Zapata presenta la segunda menor seguridad promedio respecto a los polígonos de Progreso y Petaquillas, con una significancia estadística del 10%. En general, se observa una asociación positiva entre la incidencia delictiva del polígono y la percepción de inseguridad en el mismo.
Una manera más detallada de analizar la asociación entre incidencia delictiva y percepción de inseguridad es contrastarlas mediante la exposición al delito, bien sea de manera personal o en algún familiar, amigo o vecino. El Cuadro 13 muestra cómo, en todos los casos, la exposición al delito en los últimos doce meses coincide con una mayor percepción de inseguridad, afectando, en orden de importancia por significancia estadística, el haberlo sufrido de manera personal (al 1%), que lo haya sufrido un amigo (al 1%), un vecino (al 5%) y un familiar (al 10%). Este resultado coincide con la mayoría de los estudios consultados en la revisión de la literatura, aunque llama la atención que el impacto de la ocurrencia de un delito en algún familiar sea el menos importante.
Otro elemento del entorno que pudiera afectar la percepción de inseguridad es la ocurrencia de un homicidio en un lugar cercano al domicilio del encuestado. En efecto, la prueba de diferencia de medias muestra una mayor percepción de inseguridad si ocurrió tal evento, lo cual es estadísticamente significativo al 5%. Por último, la existencia de pandillas en la colonia de residencia también se asocia con una elevada percepción de inseguridad, con una significancia estadística del 1%.
5. Factores asociados a la modificación de actividades cotidianas
Al contrastar la proporción media de actividades modificadas por sexo, se encontró que dicha proporción en hombres es de .4354 y en mujeres de .4761, aunque tal diferencia de medias tiene poca significancia estadística (p=.080).
En el Cuadro 15 se observa cómo la diferencia de medias encuentra mayor significancia estadística entre grupos de edad, encontrándose que las personas mayores de cincuenta años modifican en promedio una mayor cantidad de actividades que las personas menores de treinta años.
La media de la proporción de actividades modificadas se muestra creciente entre niveles de escolaridad, pero esta diferencia sólo es estadísticamente significativa al 10% al pasar de “sin instrucción” a “primaria”, y al 5% al pasar de “sin instrucción” a “posgrado” o de “universidad” a “posgrado”.
La proporción de actividades modificadas también muestra diferencias estadísticamente significativas entre polígonos, al 1% entre Zapata respecto a Renacimiento y Petaquillas, y al 5% respecto a Progreso, además de la diferencia estadísticamente significativa entre Petaquillas y Jardín al 5%.
Por otro lado, la proporción de actividades modificadas es mayor si se estuvo expuesto al delito de manera personal, con un nivel de significancia del 10%, en el que aquellas personas que fueron víctimas de algún delito modifican el 51.15% de sus actividades, mientras que las que no lo fueron sólo modifican el 44.33%. En cambio, el hecho de que algún familiar, vecino o amigo haya sido víctima de algún delito no muestra diferencias estadísticamente significativas sobre la proporción de actividades modificadas. Así, el hecho de estar expuesto al delito de manera directa o indirecta afecta la percepción de inseguridad, pero la modificación de actividades por temor a sufrir un delito sólo es influida por la exposición directa a este.
En concreto, se esperaría que la proporción de actividades modificadas estuviera correlacionada negativamente con la percepción de seguridad promedio. El cálculo del coeficiente de correlación de Pearson entre estas dos variables muestra efectivamente una asociación negativa, es decir, a mayor percepción de seguridad, menos actividades se modifican, y viceversa. Esta correlación negativa, aunque débil, es estadísticamente significativa al 5%.
De lo anterior se concluye que si bien la percepción de inseguridad se encuentra asociada a la modificación de actividades cotidianas, esta última obedece a su vez a otros factores no atendidos en el presente estudio.
Conclusiones
Acapulco, considerado en 2015 por el Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y Justicia Penal como el municipio más violento de México, fue seleccionado como una demarcación prioritaria en el PNPSVD 2013-2018, por lo que, en el marco de ese programa, en dicho municipio se definieron cinco polígonos de atención prioritaria para la implementación de políticas públicas de prevención de la violencia y la delincuencia.
Al analizar la percepción de inseguridad en estos polígonos geográficos prioritarios, se encontró que los entornos donde los habitantes se sienten más seguros son su casa, su trabajo y escuela, mientras que aquellos en donde se sienten más inseguros son el transporte público y un cajero automático. De los ocho entornos cuestionados, se obtiene una percepción promedio de 5.20 (en una escala del 1 al 10). Esta percepción se asocia positivamente (es decir, los habitantes se sienten más seguros) con la escolaridad y la confianza en la policía municipal de los habitantes. Por otro lado, la percepción se asocia negativamente (es decir, los habitantes se sienten más inseguros) con la incidencia delictiva directa (personal) e indirecta (en amigos, vecinos, y familiares), la ocurrencia de un homicidio cercano a su domicilio y la existencia de pandillas en su colonia. Para factores como el sexo y el grupo etario no se encontró evidencia contundente, en términos estadísticos, de asociación con la percepción de inseguridad.
El qué tan seguros se sienten los habitantes de los polígonos se encuentra correlacionado con la modificación de sus patrones de comportamiento, ya que dejan de realizar actividades cotidianas por temor a sufrir un delito. La proporción de actividades modificadas, de un listado de quince, se encuentra asociada positivamente (es decir, los habitantes modifican una mayor cantidad de actividades) al género femenino, el grupo etario y la incidencia delictiva directa. Para la escolaridad y la incidencia delictiva indirecta no se encontró evidencia de asociación con la proporción de actividades modificadas, en términos estadísticos.
Por último, la ubicación geográfica también está asociada, tanto con la percepción de inseguridad como con la modificación de patrones de comportamiento; se obtuvo evidencia, aunque débil en sentido estadístico, de que los polígonos con mayor incidencia delictiva se perciben más inseguros y sus habitantes modifican un mayor número de actividades cotidianas.
Todo lo anterior lleva a concluir que en los polígonos prioritarios estudiados la inseguridad percibida coincide con la inseguridad real.