Introducción
El presente artículo se propone realizar el análisis de una política social desarrollada en Argentina. Particularmente, desde los estudios críticos de la ideología y la comunicación analizamos la construcción del hambre, los actores y las agencias, materializadas en las cartillas informativas que se entregaron a las beneficiarias de la Tarjeta Alimentar en Córdoba, Argentina, en febrero-marzo 2020.
Esta tarjeta bancaria, otorgada por el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación, es parte de un programa destinado a la compra de alimentos por parte de familias pobres del país. Tal política pública se comenzó a implementar un mes antes de la llegada de la pandemia de coronavirus a Argentina, en febrero de 2020.
Analizar críticamente una política social “contra el hambre” en el Sur Global puede resultar un lugar incómodo. Muchas lecturas progresistas afirman que frente a la existencia de gobiernos abiertamente neoliberales y de derecha, las políticas sociales activas y de transferencia de recursos deben ser celebradas. Sin embargo, sostendremos que la crítica ideológica es una práctica necesaria, en tanto permite identificar los límites a lo pensable y deseable para nuestras sociedades y democracias. Analizaremos cómo la resolución individual en el consumo mercantil, vía políticas de transferencia monetaria condicionada, puede significar obturar la problemática, en lugar de resolverla. La presentación de la política como separada de la economía, el hambre escindido de la pobreza estructural, y la escasez y la desigualdad como verdades indiscutidas serán algunos de los puntos del realismo capitalista que intentaremos analizar.
Por ello, metodológicamente, proponemos un trabajo de análisis de discursos y crítica de la ideología, entendida esta última como una matriz generativa de las prácticas y los sentidos socialmente constituidos, que regula lo visible y lo pensable. Siguiendo a Žižek (2003, 1999), no es una superestructura oscura y oculta, sino está expresada de múltiples formas en la vida cotidiana, en prácticas y en objetos.
El material empírico o corpus analizado se constituye con todos los folletos impresos -seis- emitidos por los gobierno nacional y provincial y el Banco de la Nación Argentina, recuperados por las investigadoras en condiciones materiales muy específicas: las jornadas de entrega de la Tarjeta Alimentar, en la ciudad de Córdoba, en febrero-marzo de 2020.
La lectura crítica de los materiales entregados a las beneficiarias evidencia un sesgo de clase por parte de sus creadores, en cuanto a las prácticas que concretan las mujeres pobres para el acceso / la compra de los alimentos, la preparación, la comensalidad y, por supuesto, las variaciones en el gusto.
La estrategia expositiva que organiza el escrito es la siguiente: presentamos algunos datos socioeconómicos del contexto previo a la pandemia de covid 19 que fundamentaron, en el marco del cambio de gobierno nacional ocurrido el 10 de diciembre de 2019, el surgimiento de esta nueva política de complemento alimentario. Luego realizamos la descripción y el análisis de las cartillas informativas, destinadas a los beneficiarios de la Tarjeta Alimentar, con la intención de identificar los mecanismos de trabajo ideológico que actúan en la construcción del destinatario y del problema a “combatir”. Al cierre, proponemos algunas discusiones y algunos nudos problemáticos como resultado del análisis.
El presente artículo se nutre del diálogo disciplinar entre los estudios de comunicación, el trabajo social y la sociología, partiendo de la premisa de que los discursos -en tanto materialidades/simbólicas- son producto y síntoma de un momento sociohistórico de producción, y deben ser leídos a contrapelo en sentido benjamineano: mirando al sesgo, analizando la catástrofe en lo que se presenta como progreso (Benjamin, 2005). Tarea nada sencilla, que resulta solo el primer momento desde el cual intentar destejer esa densa red de “lo real”, y el acoso de las fantasías (Žižek, 1999).
Desarrollo
Sobre el hambre: contexto argentino
La “Tarjeta Alimentar” es una política de complemento alimentario que se comenzó a implementar a partir de febrero de 2020, en todo el territorio argentino. Su ejecución depende del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación, dentro del marco del “Plan Argentina contra el Hambre”. Supone la entrega de una tarjeta de débito para familias pobres, que solo puede ser utilizada para la compra de alimentos. Tal política se apoya en el fortalecimiento de las acciones que lleva adelante el Programa Nacional de Seguridad Alimentaria y Nutricional, que implica la promoción y el fortalecimiento del acceso a una canasta de alimentos, considerada “básica”.1
El Plan Nacional de Seguridad Alimentaria (PNSA) se creó en 2003, en el marco de la Ley 724 / 2002, con el objetivo de posibilitar el acceso de la población en situación de vulnerabilidad social a una alimentación complementaria, suficiente y acorde con las particularidades y costumbres de cada región del país.
En aquellos años en que se aprobó el PNSA, Argentina salía de una profunda crisis económica, social y política, con un 47.8% de su población en situación de pobreza. A lo largo de los años 2000 ese índice disminuyó, y llegó al punto más bajo alrededor del año 2008 (aproximadamente 15.5% de la población).2 Sin embargo, en 2019, la pobreza volvía a ascender a 35.5%.
En 2019, el debate sobre la pobreza se concentró en torno a la problemática del “hambre”: los movimientos sociales y políticos alertaban sobre una situación de “emergencia alimentaria” (El País, 17 de septiembre de 2019; Infobae, 12 de septiembre de 2019). El gobierno entrante, a cargo del presidente Alberto Fernández, se proponía combatir este “flagelo”. Para ello, el 20 de diciembre; es decir, solo diez días después de asumir la presidencia, convocó a la formación del Consejo Federal “Argentina contra el Hambre”. De este lanzamiento participaron numerosos ministros de su gabinete, así como representantes de sindicatos, de universidades, de la Iglesia Católica y de la comunidad judía, dirigentes de movimientos sociales, Abuelas de Plaza de Mayo, escritores y artistas, conductores de televisión e incluso chefs mediáticos. El anuncio intentaba ser un enfrentamiento discursivo al hambre, asociado además de modo adversativo al empobrecimiento creciente que se presentaba como resultado de las políticas del gobierno nacional saliente, del ingeniero Mauricio Macri. Se mostraba, entonces, la lucha contra el hambre como una prioridad del nuevo gobierno, en alianza con numerosos sectores. El lanzamiento de este Consejo y las políticas contra el hambre eran una apuesta presentada, expuesta, escenificada, como contraria al legado de su antecesor.
Políticos oficialistas y opositores se pronunciaban, en ese contexto, a favor de luchar contra el “flagelo”. Tal palabra se utilizó repetidamente para nombrar el problema del hambre. Si analizamos su etimología, proviene del latín flagellum, que se refiere a un instrumento, látigo pequeño y liviano, asociado al castigo o al suplicio. Se ha utilizado para referirse al sufrimiento provocado por epidemias, desastres naturales o guerras. Numerosos actores políticos, sociales y mediáticos hablaban en estos términos del hambre, menos como un resultado de decisiones económicas/políticas/productivas, y más como un sufrimiento, un doloroso azote, un calvario, que parte de la sociedad argentina sufre y que el Estado se propone combatir.
El fenómeno del hambre no es, por supuesto, un objeto de reflexión sencillo en términos científicos, sociales, culturales, comunicativos, económicos. En Argentina existe un núcleo duro de pobreza, estimado en alrededor del 25% de la población. Es lo que se suele llamar ‘pobreza estructural’, que no se mide sobre la base de ingresos, sino de carencias económicas, ambientales, habitacionales.3
El hambre, asociada a la pobreza pero no igual, remite a la existencia de familias que no pueden acceder a los alimentos deseados/necesarios; por su complejidad para el presente análisis, debemos vincularlo a otros cuatro fenómenos sociales/económicos/políticos, al menos. Uno, el aumento de la desocupación en Argentina, que alcanzaba el 8.9% de la población a finales de 2019, con un 13.1% de subempleo. Esto implicaba la existencia de más de un 20% de hogares sin los ingresos necesarios para adquirir en el mercado los alimentos, productos y servicios que necesitaban. Dos, el notorio proceso de inflación que hace aún más inaccesible la compra de productos, y que solo en 2019 mostraba un aumento generalizado de precios del 53.8% interanual. Tres, el aumento de asistentes a comedores comunitarios, fenómeno del cual no hay datos oficiales, pero que era denunciado por distintas organizaciones sociales (Télam, 5 de septiembre de 2019), y que habla de la extensión de tácticas alimentarias alternativas. Por último, la malnutrición, fenómeno vinculado relevado en 2019 por la organización Movimiento Barrios de Pie: según sostuvieron sus líderes, el 42% de los niños y las niñas que asisten a sus comedores presentaban indicadores de malnutrición (Movimiento Barrios de Pie, 2019). Así, el hambre se relaciona con situaciones de pobreza, agravadas por la desocupación y la inflación, y se expresa no solo como “personas con hambre”, sino también como personas con menos nutrientes que los necesarios, y con el desarrollo de estrategias alternativas para el acceso a la alimentación, como la asistencia a los comedores populares.
El Estado nacional, como veníamos explicando, lanzó entonces el Consejo Federal contra el Hambre, y un paquete adicional de medidas que incluían el control de precios sobre algunos productos, el fomento a la producción de la economía social, y la promoción de la seguridad alimentaria. La Tarjeta Alimentar es parte de ese paquete de medidas. El lanzamiento y la primera entrega de las tarjetas, como nueva y estelar política para combatir el hambre, se realizó, como hecho político y mediático, en la ciudad de Concordia, considerada la más pobre del país.
Numerosos estudios describen que, en América Latina, las políticas de transferencia condicionada; esto es, la transferencia de dinero desde el Estado, focalizada y con condicionalidades, es la principal manera de atender a las personas pobres en el continente (Rodríguez Enríquez, 2011). La Tarjeta Alimentar es un ejemplo de esto.
Como veremos en el caso argentino, la problemática del hambre intenta construirse como una necesidad transparente, denominador básico, natural, biológico, que puede ser gestionado con satisfactores, transferencias, dinero o mercadería. Pero al hacerlo solo se devela su complejidad, su carácter cultural no tematizado, y los intentos de “gestionarlo” como esfuerzos que lo sostienen sin erradicarlo.
Entrega de la Tarjeta Alimentar y definición de la crítica ideológica
La tarjeta a que estamos refiriéndonos, entonces, es una ayuda económica para la compra de alimentos. Los destinatarios son las personas que reciben la Asignación Universal por Hijo (AUH);4 es decir, madres y padres de niños de hasta seis años, y mujeres embarazadas que no tengan otro ingreso, y sin trabajo registrado. Ese universo incluía, en junio de 2019, un total de 2,207,551 titulares beneficiarias, que cubrían a 3,923,000 niños y niñas. De aquellas titulares de la asistencia económica, el 96.32% son mujeres (ANSES, 2020). Esas mujeres y hombres resultaron las beneficiarias directas de la Tarjeta.
Al ser una política de transferencia que se complementa y acopla a la AUH, da cuenta de una situación de agravamiento de las condiciones materiales de vida de los sectores populares; es decir, creciente desocupación e informalidad laboral, aumento en los índices de pobreza e indigencia, y feminización de la pobreza y del porcentaje de niños pobres -63% en 2020-. En lugar de aumentar los montos otorgados en la AUH; es decir, actualizando el monto de la transferencia para que no pierda capacidad adquisitiva, el Estado complementa aquella transferencia condicionada con otra tarjeta que es, además, más controlada en sus gastos.
El tercer viernes de cada mes el Gobierno nacional deposita el dinero de la Tarjeta Alimentar en la cuenta de las beneficiarias, en función de la cantidad de hijos que posea. En mayo de 2021, este monto es equivalente a U$S 60 por un hijo, y a U$S 96 por dos. Estas tarjetas no permiten extraer el dinero en efectivo, solo pueden utilizarse para la compra de alimentos por débito automático, excluyendo bebidas alcohólicas y productos de limpieza.
En la ciudad de Córdoba,5 las tarjetas comenzaron a repartirse a finales de febrero de 2020. El operativo fue coordinado conjuntamente entre el gobierno provincial, los municipios y el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación. Se desarrollaron, entonces, megaoperativos de entrega, como eventos público-mediáticos: se convocó a una misma dirección, en este caso un complejo deportivo y cultural de gran superficie, a todas las beneficiarias del programa, que debían asistir el día indicado a retirar el plástico. Se estima que en la ciudad de Córdoba son 46,200 beneficiarias.
Según la página de la municipalidad, se repartían “6 mil tarjetas por día y cada beneficiario realiza el trámite en un tiempo estimado de 12 minutos” (Municipalidad de Córdoba, 2020).
Realizando observaciones en estos eventos, comprobamos que las personas convocadas, cuando ingresaban al predio, eran guiadas hacia una sede móvil del Banco Nación para recibir la tarjeta. Luego debían participar de una capacitación obligatoria, ofrecida por nutricionistas, para explicar su uso y dialogar sobre “una buena compra”.
Algunas mujeres beneficiarias, al ser interrogadas sobre su experiencia en la jornada, destacaron la velocidad en que realizaron el trámite, así como la cantidad de personas que estaban en esas jornadas encargadas de guiar, explicar y atender a las asistentes. “Muy rápido, no parabas ni un segundo”, decía una joven madre. “Todos un amor, muy sociables, muy simpáticos”, describía otra mujer.6 La importancia dada a la rapidez y la amabilidad contrasta con lo que suelen ser las experiencias de los sectores populares en oficinas del Estado vinculadas con la ayuda social, caracterizadas por largas colas, esperas y, a veces, malos tratos.
De hecho, algunas mujeres afirmaban que asistieron ese día a hacer la fila siete u ocho horas antes de la apertura, previendo una larga espera que nunca sucedió.
En este veloz pero contundente acto, las personas beneficiarias retiraban el plástico y luego realizaban la capacitación obligatoria, a cargo de profesionales de la Escuela de Nutrición de la Universidad Nacional de Córdoba.
La velocidad en los trámites se valoró en términos muy positivos. “No detenerse” fue, sin dudas, la experiencia de muchas beneficiarias. Otro elemento que se valoró como positivo fue el uso transparente de recursos que implica la tarjeta, ya que, al obligar al uso del débito, puede ser controlada en sus consumos. La velocidad y la transparencia como rasgos del quehacer del Estado indican la centralidad de la noción de eficiencia en lo que podemos llamar el nuevo espíritu del Estado, redefinido desde las décadas del 80/90 mediante la hegemonía de políticas neoliberales.
En marzo de 2020, este procedimiento de entrega fue interrumpido luego de declararse la emergencia sanitaria en el país por la pandemia global de covid 19. Las tarjetas comenzaron a ser entregadas vía correo postal para evitar aglomeración de personas. Sin embargo, esa misma posibilidad de entrega domiciliaria también mostraba su anverso: la aglomeración era deseable antes del virus, como escenificación de una política de masas, política, velocidad y espectáculo como conceptos íntimamente ligados (Debord, 1995; Virilio, 2006).
En el predio donde realizamos las observaciones, en la ciudad de Córdoba, durante la primera semana de marzo, los beneficiarios y las beneficiarias del plan recibieron folletería sobre las tarjetas. Seis instructivos impresos, elaborados, cuatro por el gobierno de la nación, uno por el banco, y uno por el gobierno de la provincia.
El abordaje crítico de la ideología, desde el cual interpretamos tanto la puesta en escena de esta política como los productos comunicacionales que se distribuyeron, encuentra en las consideraciones del pensador esloveno S. Žižek un lugar de lectura productivo en términos descriptivos y analíticos. El autor define la ideología de la siguiente manera: “Matriz generativa que regula la relación entre lo visible y lo no visible, entre lo imaginable y lo no imaginable, así como los cambios producidos en esa relación” (Žižek, 2003, p. 7). Para el filósofo y psicoanalista, la ideología tiene que ver con prácticas sociales que se despliegan desde esta matriz, que se estructura socialmente. En otra obra, Žižek (1999) aborda de manera sistemática la exterioridad material de dicha matriz. Resulta útil analizar el vínculo de la fantasía con los antagonismos propios de las construcciones ideológicas, y de esta manera poder actuar en contra de ese acoso. La ideología no solo penetra los aspectos en apariencia menos ideológicos de la vida cotidiana, sino se materializa en objetos concretos, donde se evidencian los antagonismos inherentes a las formaciones sociales de clases. Desde la convergencia entre marxismo y psicoanálisis, la estrategia propuesta es leer en términos de síntoma las expresiones de conflicto con relación al malestar social; es decir, cómo se organiza en términos de fantasía aquello que se soporta y qué se imagina como cambio social posible/deseable. Lo ideológico es un particular proceso de trabajo sobre esos síntomas, que exponen formas de regulación de la afectividad viviente / presente inter e intra clases. Será justamente desde esta perspectiva desde la cual nos acercamos al análisis de los folletos.
Descripción y análisis de la folletería: la capacidad de agencia de la tarjeta y el control sobre el comer popular
El gobierno de Córdoba hace entrega de un volante impreso por ambas caras del papel. Los agentes que aparecen como responsables de este volante son: Argentina contra el Hambre, Municipalidad de Córdoba, Gobierno de la Provincia de Córdoba/Córdoba entre Todos y Presidencia de la Nación.
La información que aparece en el flyer responde a dos temáticas básicas: a la pregunta “¿Cómo se usa la tarjeta alimentar?”, y a una enumeración de productos y precios. En este enunciado y en el folleto en general veremos que no importa quién realiza la acción, sino que lo más importante es la acción en sí misma: usar la tarjeta.
El párrafo siguiente enuncia: “La tarjeta tiene un monto de entre 4 mil y 6 mil pesos, dependiendo de la cantidad de hijos a cargo -resaltado en el -. Permite comprar todo tipo de alimentos, a excepción de bebidas alcohólicas y su recarga es mensual”. Además, se resalta que “la tarjeta no puede ser retenida ni cobrarse comisiones o adicionales”.
En la segunda carilla, bajo el titular “Tarjeta alimentar”, aparecen en una tabla los “precios acordados” de la “canasta alimenticia 2020”. Es pertinente señalar que los precios variaron a lo largo de 2020 y 2021, ya que el rubro de alimentos se incrementó sustancialmente (Infobae, 14 de mayo de 2020; Ámbito Financiero, 14 de mayo de 2020).
Como decíamos, el sujeto de la cartilla son la tarjeta y sus capacidades de hacer, expresión de la tendencia dominante que marca las experiencias contemporáneas en la cual el lugar activo, la capacidad de agencia, se traslada de las personas a las cosas. Este es uno de los rasgos del realismo capitalista, como lo entiende Fisher (2019a), quien otorga centralidad a la crítica ideológica en sus intervenciones analíticas, y coincide con la definición de Žižek de ideología. En la misma dirección recupera la perspectiva de Alenka Zupančič:
El principio de realidad está mediado ideológicamente él mismo: hasta podría decirse que constituye la forma mayúscula de la ideología, al ser la ideología que se presenta como puro hecho empírico (o biológico, o económico), como una pura necesidad que tendemos a percibir, justamente como no ideológica. Y es en este punto donde deberíamos estar especialmente alertas al funcionamiento de la ideología (Zupančič en Fisher, 2019a, p. 43).
El realismo capitalista, como relación espontanea con el entorno social, hace que las tarjetas sean como una llave mágica. Son otro de los tantos objetos que tienen “sutilezas metafísicas”, al estar inscriptas en los procesos de mediación mercantil. Como estampitas7 típicas de este presente del capitalismo como religión, vía las políticas sociales, amplían el círculo de los “fieles” para esta religión sin herejes (Benjamin, 1996).
En Argentina, desde hace años, los más pobres han ido accediendo a distintas tarjetas, en función de los planes de transferencia condicionada que los tienen como titulares, los cuales se asocian directamente a situaciones de pobreza, exclusión y vulnerabilidad. Estas tarjetas, a las que se les atribuyen capacidades, anudan también emociones y cierto misterio en la experiencia de su uso: las personas titulares siempre hablan del miedo a que se “bloqueen” o dejen de funcionar, el miedo a dejar de ser beneficiarios, el miedo a no saber cómo resolver problemas relacionados.
Si Benjamin dejó inconcluso el texto “El capitalismo como religión” (1996), y en los puntos a desarrollar indicaba la necesaria reflexión sobre los billetes y las imágenes, consideramos que las tarjetas de plástico se sumarían a lo que merece ser interrogado. Dice el pensador berlinés:
El capitalismo -como se evidenciará no solo en el Calvinismo, sino también en las restantes de la ortodoxia cristiana- se ha desarrollado en Occidente como parásito del Cristianismo, de tal forma, que al fin y al cabo su historia es en lo esencial la historia de su parásito, el capitalismo. Comparación entre las imágenes de santos de las diversas religiones, por un lado, y los billetes de banco de los diferentes Estados, por el otro. El espíritu que habla desde la ornamentación de los billetes bancarios… (Benjamin, 1996, pp. 288-289).
Por otro lado, en materia de prestaciones estatales y con la justificación de la transparencia en el manejo de los recursos, la mediación tecnológica se legitima como modalidad para evitar el “clientelismo”. De hecho, en este primer folleto se encuentran dos advertencias frente a malos usos, que hablan de una asociación explícita entre planes sociales y corrupción/ pobres y corrupción: en primer lugar, el llamado que remarca la imposibilidad de comprar bebidas alcohólicas u otros elementos. En segundo lugar, la advertencia sobre el cobro de comisiones o similares.
Se asocia, así, el uso de estos beneficios sociales a prácticas económicas poco éticas. Sin embargo, pareciera que tales textos son enunciados tanto para las beneficiarias como para el resto de la población, que suele criticar intensamente las políticas asistenciales y a quienes las reciben. Como afirmaron Boito y Huergo (2011), en los mundos de la pobreza contemporáneos hay tarjetas sociales y siempre esperas, demoras /una persona tras otra/ colas para acceder a objetos o servicios. De allí otro de los significados positivos asociados a la velocidad y la transparencia.
Recuperando la idea de “altruismo incompleto” que el Banco Mundial (Lovuolo, 2011) utiliza para justificar la necesidad de condicionalidades en las transferencias monetarias, la folletería refuerza los discursos pedagógicos para las madres/beneficiarias -y tranquilizadores para los espectadores- y promueven el buen uso de la tarjeta. Como Yanes (2016) expresa en su análisis del Programa Prospera de Méjico (2016, p.137), se suele recurrir a un lenguaje punitivo y policial asociado a los programas para la pobreza.
La tarjeta, como decía el estado provincial en su folleto, hace cosas. La tarjeta y su acceso producen experiencias y emociones. Pero, también, la tarjeta supone un mundo asociado a ella. No solo alguien que sepa utilizarla, no solo “otros” que deben tranquilizarse en que no podrá ser “mal usada”. La tarjeta también necesita, para completar el circuito, un lector: el posnet.8 Este tipo de artefacto no existe en los comercios de áreas pobres, en los negocios de cercanía donde se puede ir en los barrios populares. En América Latina, y en Argentina en particular, el comercio informal y no registrado es un actor central en la economía nacional, y en la economía de los sectores populares y su capacidad de reproducción de la vida en particular. Y justamente ese comercio de supervivencia queda excluido de esta política de consumo.
Por ello, las tarjetas convocan a concurrir a supermercados formales, grandes centros comerciales, y shopping centers, y ser gastadas en ellos, donde sí se encuentran los lectores de esta y de otras tarjetas.
No es un tema menor señalar que, además, por esta vía mediatizada, la Administración Federal de Ingresos Públicos accede a los datos de las compras que realizan los beneficiarios de las tarjetas y los concentra. Es decir, la mediatización y la transparencia en tiempo real de la información sobre este aspecto, son una forma más de la soberanía vertical /vía redes sociales/ en el sentido en que Chamayou (2016) indica los cambios en el ejercicio del poder. De este modo, uno de los sentidos de la dronización sobre las prácticas no es solo ver desde arriba y operar a distancia mediante un dron o una cámara, sino la implementación de un sistema “inteligente” que sigue en el acto lo que hacen los sujetos.
Ahora bien, y volviendo a la folletería, decíamos en segundo lugar que presenta una lista de productos y precios. Podemos afirmar, ante todo, que dicha información es muy confusa: no explica si esa lista es lo que debe ser comprado, lo que puede ser adquirido, o si es una lista ilustrativa. Se titula “Precios acordados”; es decir, precios de referencia que son parte del Programa Nacional de Seguridad Alimentaria, antes nombrado.
Los tipos de alimentos que aparecen en esa lista son elementos básicos de la cocina argentina, y especialmente los que “llenan la panza”; es decir, que generan una sensación de estar satisfechos. No se especifican las marcas comerciales que mantienen los precios como los que aparecen en el folleto, ni dónde comprarlos. La fruta y la verdura se limitan a manzana y zapallo, y solo se presenta precios de carne de pollo, excluyendo la carne vacuna y porcina, que son centrales en la dieta elegida por los argentinos, aunque extremadamente caros en el presente.
La poca claridad en el mensaje permitió que, por ejemplo, durante la entrega de tarjetas en Córdoba, en una de las capacitaciones a cargo de las nutricionistas, varias de las mujeres entendieran que esta era la lista de alimentos que debían comprar exclusivamente. Por ello preguntaban al personal por los supermercados y por las marcas que estaban incluidos. Es decir, lo entendían como un nuevo ordenamiento del comer, siguiendo la lógica de otra de las políticas en materia alimentaria. Esto es: era aceptable y esperable que el Estado ordene qué comer a las familias pobres.
Esta apertura a la posibilidad de ser reguladas en su comer es, sin dudas, un síntoma de un estado del comer popular. Las familias pobres en Argentina tienen fuertemente regulado y poco margen de autonomía para definir sus modos de alimentación: en primer lugar, porque, como sucede en todo el mundo, el costo diferencial de los alimentos y de las formas de cocción implica restricciones. Pero también existe en esta parte de Sudamérica una importante tradición de tácticas alimentarias no hogareñas: en las escuelas públicas, por ejemplo, hay comedores gratuitos para el almuerzo y merienda de los estudiantes. Este no es un dato menor, considerando que, en Argentina, la educación es obligatoria desde los tres hasta los dieciocho años, por lo que se entiende que esa asistencia alimentaria es central en el proceso de formación de niños y jóvenes. Pero también, como mencionábamos antes, en los barrios populares existe una fuerte presencia de comedores a cargo de organizaciones sociales que se encargan de suplementar la alimentación. A veces esos comedores son subsidiados por el Estado, y otras veces son autogestionados. Pero implican otras estrategias de alimentación, que muestran cómo las familias pobres están acostumbradas a no elegir qué comer.
Este primer folleto presentaba, entonces, información básica sobre cómo usar la tarjeta, y una confusa lista de alimentos y precios que se pueden/deben comprar. El poder-hacer concedido a la tarjeta parece ser, pues, retenido de las mujeres y familias pobres.
Descripción y análisis de la folletería: el discurso pedagógico y el control financiero sobre el comer popular
El siguiente volante fue producido por el Banco de la Nación Argentina, entidad que imprime las tarjetas y administra los fondos del Estado para este programa.
Como en el caso anteriormente analizado, la información se nuclea alrededor de “la tarjeta”.
Se la presenta como “tarjeta exclusiva para compra de alimentos”. Aun así, en este flyer aparece la relación enunciador-enunciatario más explícita. Quien habla se dirige a un “tú”. Se interpela al enunciatario a través de una oración imperativa: “utilizala en cualquier comercio adherido que acepte Mastercard”. Al mismo tiempo, el sujeto es “vos”,9 lo que genera cercanía con aquel a quien se dirige. El texto se presenta en diálogo con la gran imagen de la tarjeta de ambos lados, por lo que el enunciado remite a cómo utilizar ese objeto. El mensaje se cierra con aquel que sería el enunciador: el Banco Nación.
Al reverso del volante se explican los pasos para el uso de esta tarjeta. Se enuncia: “se depositará periódicamente una suma de dinero en tu tarjeta, usala como si fuera efectivo”. Aquí podemos indicar dos elementos: por un lado, se sigue construyendo una relación de cercanía/informalidad con el destinatario, en tanto se lo interpela a través del “vos”, pero, aun así, se sigue usando el modo verbal imperativo, ordenando lo que el usuario debe hacer. Esto da cuenta de cierta jerarquía entre quien enuncia y quien recibe el mensaje. Cercanía y modo imperativo combinados son característicos, en el habla argentina, de un modelo pedagógico del lenguaje: quienes se comunican son cercanos, pero desiguales.
Por otro lado, el uso de la voz pasiva en “se depositará periódicamente una suma de dinero en tu tarjeta” borra el sujeto que lleva a cabo la acción, ¿quién deposita periódicamente? Como en un acto/truco de magia, el dinero pasa de manos y se deposita en “tu” tarjeta para que compres comida. Volvemos a notar aquella experiencia misteriosa en su funcionamiento. Casi como un padre que le da la mensualidad a sus hijos, que aún no comprenden de dónde viene el salario. Tanto el imperativo como el no-saber/ no explicitar el origen de los recursos, se funda y enfatiza los procesos de infantilización de los miembros de las clases subalternas.
También se dan las indicaciones sobre cómo usar la tarjeta, “como si fuera efectivo”. Pero no lo es. El dinero en efectivo permite acceder a diversas mercancías, de cualquier tipo, compradas en cualquier lugar, sin ser controlados por aquel que da el dinero. Este control tecnológico de los consumos populares se asocia, además, a un discurso generalizado que critica los gastos de las familias pobres sobre bienes o servicios que no se consideran esenciales: zapatillas de marca, internet, televisión por cable, celulares. Está socialmente extendida la crítica de los consumos populares “no necesarios”. Especialmente, frente al hambre: no deberían comprarse zapatillas si tienen hambre. Así, se tiende a construir a los pobres como seres de necesidad, anulando una vez más sus dimensiones culturales, sociales, simbólicas.
En el caso de la Tarjeta Alimentar, entendemos que, además, se fortifica una experiencia indirecta, mediatizada, de las ayudas estatales a la pobreza. En los años 80, con el retorno de la democracia en Argentina, la primera política social de asistencia alimentaria se llamó popularmente “Caja PAN” que era, sin más, una caja de alimentos (PAN: Programa Alimentario Nacional). Hoy, el Estado ofrece la tarjeta en lugar del dinero y, si algo le sucede, un número de teléfono para consultas de saldo o denuncia de extravío. Cuando esa llamada se efectúa, del otro lado lo que se escucha es una grabación de las opciones a seguir según los casos (o saldo, o robo). Cualquier situación conflictiva debería encontrar su opción telefónica, para ser resuelta presionando un número.
L. Silva (1970) en los años 70, afirmaba que uno de los rasgos de las tecnologías de su época era que las personas hablaban como máquinas y las máquinas como personas. Hoy estamos en otro estadio en las modalidades de producción y reconocimiento del sentido social. Esta experiencia no es exclusiva, por supuesto, de la Tarjeta Alimentar, pero fortalece una vivencia organizada maquínicamente que tensiona la alimentación popular.
En este segundo análisis vemos otra dimensión del discurso asociado a la tarjeta: la configuración de un discurso pedagógico, en que se reconoce un otro cercano pero ignorante. Asociado a esa minoridad, la tarjeta, a la vez que adquiere mercancías, es controlada en sus gastos. Se trata de una nueva forma de disminuir y quitar comprensión/ poder de agencia a los sectores populares, vigilando de cerca esa mensualidad otorgada.
Descripción y análisis de la folletería: los consejos del gobierno nacional para comprar, cocinar y vivir con salud
La presidencia de la nación ofrece cuatro folletos a los asistentes: uno, que presenta el Plan alimentario; otro, que propone “opciones de recetas fáciles”, un tercero con recomendaciones para una alimentación saludable y, finalmente, un “nutrijuegos” con propuestas para niños y niñas.
El primer volante presenta la tarjeta, junto al plan del cual se desprende. En la primera hoja, arriba a la izquierda, aparece “Argentina contra el hambre”. Luego encontramos en grande el nombre: “Alimentar ”, seguido del enunciado “Tarjeta prepaga para la compra de alimentos”. Cierra el despliegue de elementos, abajo a la derecha, el enunciado “Argentina unida”.
No es novedad que las metáforas a que apelan las políticas sociales, centralmente las que se refieren a la pobreza, se instalen en una definición de la situación como modelo de guerra, en este caso, de guerra contra el hambre. Se apela, así, a expresiones que se sitúan más allá del posible conflicto, de la disidencia, o del antagonismo político: Argentina unida frente a un enemigo común. El mismo modelo ideológico se reedita para las evaluaciones y decisiones epidemiológicas en cuanto a la covid 19: todos en guerra contra el coronavirus. La guerra supone medidas de excepción, y la política -con el carácter plural que la constituye por definición- puede actuar como demora, como disminución de la velocidad en la toma de decisiones. De allí que es la administración -en lugar de la política- la mejor forma de accionar bajo el significante que no genera réplica: “Argentina unida” en tiempo de flagelo.
En el anverso encontramos, nuevamente, la descripción de la tarjeta: “la tarjeta alimentar busca garantizar el derecho a la alimentación de todas y todos los argentinos, para que puedan acceder a la canasta básica de alimentos de calidad”. El sujeto de la acción es, nuevamente, “la tarjeta”. Es ella quien se presenta como la que garantiza el derecho a la alimentación. Como habíamos analizado en un apartado anterior, es el fetichismo, que presenta las relaciones entre cosas como relaciones humanizadas, y delega en una tarjeta/ posnet/teléfono la seguridad alimentaria de la población.
En segundo lugar, encontramos el díptico “Alimentación saludable, recetas y compras”, el cual como ya señalamos, tiene opciones de recetas fáciles. En el folleto se enuncia: “Combinamos alimentos en forma variada y saludable para que puedas cocinar en tu casa”. Aquí el enunciador se presenta como un nosotros exclusivo, quien posee un saber que el enunciatario no tiene: la alimentación tiene que ser variada, saludable y fácil de preparar. Por esto ese nosotros exclusivo combina los alimentos y le recuerda al enunciatario, nuevamente de modo imperativo: “lavá frutas, verduras y utensilios con agua segura (potable)” y le informa cómo potabilizar el agua con lavandina. Un dibujo indica que el agua que sale de la canilla limpia las verduras y frutas, pero inmediatamente después, los dibujos sobre cómo potabilizar el agua dejan en duda qué agua es segura y cuál no.
La pregunta fundamental, visibilizada además con la expansión de la covid 19 en los barrios populares, es: ¿hay canillas de agua potable en los hogares pobres?, ¿el agua de la canilla es agua segura? En todo el país, en áreas urbanas y rurales, el problema de agua es determinante (La Voz del Interior, 29 de julio de 2020). Y esto es particularmente cierto en villas y barrios pobres, que suelen tener acceso informal y autogestionado al agua. Se le suma, además, que acceso no implica calidad ni salubridad.
Volviendo al folleto, entre las recetas que se presentan están: budín salado de lentejas, pastel de lentejas, yogur natural casero y torta de zanahorias. Un primer elemento para destacar en esta pretendida reeducación alimentaria es que ninguna de esas recetas es parte de la dieta tradicional de los argentinos, y no hablamos solo de los argentinos pobres. Por otro lado, todas las recetas cuentan con la cantidad de ingredientes y los modos de preparación, propio de ese tipo de texto instructivo. Sin embargo, un dato clave está ausente: cuántas porciones rinde. El promedio habitual de los miembros de los grupos domésticos en sectores populares no responde a la familia tipo -otra construcción ideológica- de cuatro miembros, sino es más numeroso.
Adicionalmente, entre las recetas propuestas, dos de ellas utilizan como ingrediente principal la lenteja. Esta legumbre es recomendada por su alto contenido en hierro, muchas veces en reemplazo de la carne, que es central en las dietas de Argentina, pero tiene un costo muy elevado.
En otra de las recetas, la torta de zanahoria, se propone como opcional un puñado de almendras o nueces picadas, lo cual llama la atención, pues el costo de estos ingredientes es muy elevado. Para ofrecer una referencia: un pollo de 1kg, según el primer folleto analizado, costaba cerca de U$S 1, mientras que 100gr de almendras pueden costar lo mismo.
Por último, el texto encomienda la confección de panes, tartas y tortas, que requieren ciertos artefactos de cocina y combustibles que no son solo un dato secundario en los barrios pobres: contar con horno y con acceso a gas natural o envasado suelen ser dimensiones que dificultan la variedad de formas de cocción cotidianas. Es común que en estos escenarios de sociosegregación se cocine con electricidad, con una resistencia que se calienta, reemplazando la llama de fuego y, por ende, se concretan comidas de olla -guisos, sopas.
El texto termina con una frase resaltada: “Evitá comprar gaseosas, jugos, aguas saborizadas, embutidos, snacks y golosinas”. La construcción de estos productos como no recomendables es reproducido en otro de los folletos. Dialoga con los discursos científicos saludables de los últimos tiempos, que indican que el consumo de productos con alto contenido en azúcares y grasas saturadas ha aumentado, por lo que su consumo debería ser no solo regulado o medido, sino también obviado.
El tercer folleto del gobierno nacional se titula “Alimentación saludable: recomendaciones”. Presenta consejos, desde una perspectiva casi escolar, que recuperan las familias de alimentos y los enumera. De modo pedagógico, enuncia: “una alimentación saludable debe incluir alimentos variados y de todos los grupos, que nos aporten los nutrientes y energía necesarios”.
En la última carilla del folleto aparecen recomendaciones “al hacer las compras”. Pero aquí, a diferencia de las otras folleterías, aparece un nosotros inclusivo que conjuga al enunciador y al destinatario: “Elijamos” y “Evitemos”. Todos debemos saber las formas de hacer las compras “saludables”. Ya que todos somos consumidores, ahora instruyen cómo serlo mejor. Se instruye en el arte de comprar bien.
Esta idea se repetía en las capacitaciones presenciales que se ofrecieron en el evento de entrega de tarjetas, en Córdoba en febrero-marzo de 2020. El lema de esos veloces encuentros, a cargo de nutricionistas, fue “¿cómo hacer la mejor compra?”. Se interpelaba a las beneficiarias como compradoras, y su compra debía ser inteligente. Compra inteligente y consumo inteligente indican un nuevo desplazamiento de adjetivos propios del sujeto, o del mundo de lo vivo, al de las cosas.
La construcción de este consumidor universal, saludable e inteligente, conjuga un discurso científico referido a la salud, un discurso económico referido a la eficiencia en el gasto, y un discurso moralizante sobre prácticas buenas y malas. Además, el folleto continúa su reeducación con las recomendaciones que siguen, con un fuerte cariz infantilizante.
Sobre la selección de frutas y verduras de estación, por ejemplo, el folleto decía: “Buscar las que estén sin machucones o manchitas para aprovecharlas mejor”. A modo de instrucción para hacer valer mejor el dinero, se enseña a elegir los productos: “Carne con poca grasa y sin hueso: para pagar solo lo que vamos a consumir (la grasa y el hueso pesan, se pagan y se tiran)”.
El texto presenta una columna de “evitemos”. El enunciado da un salto y ya no le habla a un nosotros, sino directamente a un tú, individual, al que interpela: “preferí agua segura (potable) y siempre tené a mano una botella limpia para recargarla”. La salida es individual.
También se sugiere que “tener nuestra huerta en casa nos aporta alimentos de calidad, frescos y un gran ahorro de dinero”. Aquí volvimos al nosotros inclusivo refiriendo a la posibilidad universal de poder tener huertas en nuestros patios. Con esto se construye un enunciador ideal con condiciones habitacionales aptas para tener una huerta, o al menos una maceta, donde plantar, lo cual no es la realidad de las mayorías empobrecidas urbanas de Argentina.
Las sugerencias siguen pedagógicamente instruyendo a un consumidor poco experto en compras de alimentos: “asegurate de que los envases estén en buenas condiciones”; “Compará el precio de productos de igual cantidad”; “Seleccioná los lácteos al final de la compra, así no pierden la cadena de frío”. Luego enuncia: “Para vivir con salud es bueno: (...)” y enumera un conjunto de conductas. La salud es algo con qué vivir, para lo cual un grupo de enunciados, valorados positivamente por quien produce el folleto, son necesarios para poder vivir con.
El análisis de estos cuatro folletos entregados por el Gobierno Nacional permite avanzar en la lectura crítica sobre la relación pedagógica que asume el Estado con los beneficiarios de la tarjeta. Y esa educación es, sin dudas, el síntoma de un vínculo desigual, en el que el Estado puede decirles a las personas pobres, y particularmente a las mujeres, qué cocinar, cómo hacerlo, dónde comprar, recurriendo en algunos momentos a discursos científicos para presentarlo. Si adicionamos a esta lectura crítica de los materiales gráficos el análisis de las capacitaciones obligatorias en las jornadas de entrega de la tarjeta en Córdoba, podemos reconstruir una clara línea que unifica el sentido de la tarjeta: reeducar a las mujeres de las clases más empobrecidas en sus modos de consumir, transfiriendo la capacidad de agencia a la tarjeta.
Conclusiones
En el presente trabajo hemos propuesto una descripción y un análisis desde una crítica ideológica de los materiales discursivos impresos que se entregaron a las beneficiarias de la Tarjeta Alimentar en febrero-marzo de 2020, en Córdoba capital.
Una primera discusión, de cierre, que queremos proponer está referida justamente a la cantidad de materiales que recibieron las personas asistentes: ¿no es llamativa la cantidad de folletos? Seis materiales distintos, con tres enunciadores institucionales. Con contenidos muy repetidos en algunos puntos, especialmente en qué se puede y qué se debería comprar con la tarjeta, lo cual era, además, el eje de la capacitación obligatoria que recibían in situ. ¿Todas las instituciones tienen que explicar todo? ¿Repetir ideas, a la misma vez, como gritando e inundando de palabras esa instancia de entrega, pensada a su vez como una experiencia tan veloz?
En este mismo sentido, resulta imperioso interrogar el lugar de “la ciencia” en los discursos analizados, legitimando la política alimentaria y llevando el saber comer/ saber cocinar/saber consumir a las beneficiarias carentes de conocimientos. Como contrapunto, y tras haber vivenciado una pandemia global que reforzó la hegemonía del abordaje técnico y el paradigma biologicista del ser humano, resulta central pensar y discutir en el espacio público y en los debates académicos la importancia de las ciencias sociales y humanas para la comprensión y el abordaje de problemáticas tan complejas como la pobreza, el hambre o la salud/enfermedad.
Otro punto a destacar en el cierre es la construcción discursiva de los actores involucrados: las mujeres no fueron construidas como beneficiarias de un plan social, ni mucho menos como sujeto de derechos. Son habladas como usuarias de una tarjeta y como consumidoras y cocineras que pueden ser educadas.
Extrañamente, no se habla del hambre, más que como nombre de un programa. Se habla alrededor del hambre, se esquiva el flagelo, no se nombra el suplicio. Se habla a las hambrientas, para enseñarles una buena compra. Construidas así, como consumidoras, su lugar de desempeño es, naturalmente, el mercado. Construidas como cocineras, su lugar es la casa. Construidas como personas a ser educadas, su lugar es de inferioridad. Diríamos que el discurso las construye en una triple condición de subordinación: al mercado, a la desigualdad de género y a la ignorancia.
Y, como decíamos, el problema del hambre no se tematiza explícitamente, tal vez intentando esquivar aquello que los estudios de Josué de Castro (1955) reconocieron tempranamente en el siglo veinte: la íntima unión entre hambre colectiva y política, y el activo ocultamiento del problema y sus causas.
Como la política analizada en esta oportunidad es parte estelar de una campaña nacional “Argentina contra el hambre”, ¿puede entenderse, entonces, a partir de los discursos, que se proponen entender el hambre como resultado de la falta de dinero, por un lado, y de cierta ignorancia, por el otro? En la folletería de esta veloz y amigable política social, el hambre pereciera combatirse con la maximización de la eficiencia en el uso de recursos (dinero depositado/ comida) siempre -ideológicamente- escasos. Entonces, ¿las madres administran mal, gastan mal, cocinan mal y por eso hay hambre? ¿Qué es lo no dicho en estos discursos? Como adelantábamos, reconocemos una premisa ideológica, que dice actuar sobre el hambre sin hablar del hambre, y puede entregar una tarjeta con dinero, evadiendo la alusión a la pobreza estructural, ignorando las condiciones habitacionales sin agua potable, la ausencia de artefactos tecnológicos básicos, como un horno o una heladera, la ausencia del derecho a la tierra para la producción de alimentos o a la vivienda digna con espacios abiertos para tener una huerta.10
Esta dimensión del análisis muestra cómo se aborda el hambre, pero sin nombrarla. Y es convergente con la idea del hambre como un “flagelo”: un mal, un dolor, sin causas claras, o con causas autoproducidas. La relevancia de esto no puede ser pasada por alto: en el presente se denuncian las muertes por hambre en el contexto global de la pandemia, pero se culpabiliza, justamente, al virus por esa situación (Infobae, 27 de julio de 2020). El hambre, el dolor, mantenido como triste flagelo, no permite nombrar el sufrimiento como consecuencia de acciones, de políticas; esto es: también de economías.
Por otro lado, veíamos el énfasis que los discursos ponen en la tarjeta, capaz de realizar acciones, con mundos de objetos, lugares y emociones asociados a ella, con atributos de personas. Como habíamos señalado, la tarjeta se nutre de un misticismo en su funcionamiento, una mediatización en la experiencia de su uso, y se convierte en un proveedor del dinero carente de nombre propio. La tarjeta, además, se asocia a malos usos y prácticas poco éticas, propias de planes de transferencia condicionada.
Decíamos que reconocemos un sesgo, una ceguera y sordera de clase, que permite a los distintos enunciadores construir un discurso con ciertas características. En primer lugar, asumir un lenguaje informal y a la vez asimétrico con las destinatarias, en que se las “tutea” a la vez que se les habla de modo imperativo sobre lo que deben hacer y no hacer.
En segundo lugar, se asocia una situación socioeconómica a formas específicas de corrupción. Y, lo no dicho: ¿a qué formas de corrupción se asocian las prácticas económicas de otras clases? ¿Podría el Estado recomendarles a las familias de altos ingresos “tener cuidado con la evasión impositiva”, o “cocinar cantidades justas para no desperdiciar comida”, o “no comprar snacks con el dinero que sacan de sus cajeros automáticos”? ¿Solo los pobres deben ser tutelados? ¿Cómo asocian estos discursos la pobreza con la minoridad?
En tercer lugar, justamente, esta política contra el hambre se organiza en torno a las infancias pobres, beneficiarias de la AUH y, automáticamente por ello, beneficiarias de la Tarjeta Alimentar. Sin embargo, casi no se habla de la niñez, sino se infantiliza a las encargadas, a las madres, construidas pedagógicamente como carentes de conocimientos sobre “una buena compra”.
En cuarto lugar, la política se presenta como una empresa novedosa en su batalla contra el hambre, aunque es conservadora en las lógicas de las políticas de transferencia condicionada, ampliamente analizadas y criticadas. Desde las ciencias sociales, y en particular desde el Sur Global, se han estudiado las numerosas limitaciones fácticas y problemas éticos vinculados a ellas, especialmente referidos a su ineficacia para superar la pobreza y su transmisión generacional, así como a las múltiples expresiones discriminatorias, de clase y de género, que implican. Actualmente, en diferentes espacios científicos y políticos se encuentra en debate la propuesta de renta básica universal, ingreso ciudadano universal11 o ingreso universal básico, como alternativa a las transferencias condicionadas (Yanes, 2016; Goehler, 2020).
Por último, en el caso analizado, los discursos no temen redundar: se repiten los mismos contenidos en al menos tres de los cinco folletos entregados. Y, aunque la experiencia de retirar las tarjetas era una experiencia veloz, resuelta sin detenerse y en menos de quince minutos, las beneficiarias se llevaban seis folletos en sus manos, que les indicaban qué hacer. Ahora bien, ¿el Estado y el banco suponen que esos folletos van a ser leídos? ¿O en realidad eso no importa? ¿A quiénes se les dice y para quiénes se escenifican la velocidad, la información y la transparencia?
Las construcciones de sentido de esta folletería interpelan a los receptores y las receptoras desde el consumo. La tarjeta se vuelve el móvil, el objeto con el cual conseguir más objetos. Por eso se instruye en su uso. Pero también se instruye, pedagógicamente, en qué es bueno para una alimentación saludable, sin tener en cuenta aspectos culturales de la alimentación. A través de estrategias enunciativas, se crea un enunciatario universal orientado a alimentarse saludablemente.
En “Realismo capitalista. ¿No hay alternativa?” (2019a), Fisher titula el primer apartado del siguiente modo: “1-Es más fácil imaginarse el fin del mundo que el fin del capitalismo”, retomando estas expresiones de las perspectivas de S. Žižek y de F. Jameson, para dar cuenta de la naturalización de este modo de producción como el único posible. Hoy el realismo capitalista parece no tener adversarios. De allí que la demanda fragmentaria, atada a conflictos localizados, aparezca como un rasgo y actúe en la dinámica de la conflictividad social, delimitando sus contenidos, encorsetando sus formas, temporalizando sus frecuencias.
La lucha por los derechos y el marco del conflicto inscripto en esta definición también son cuestionados por Fisher. Para el autor, la acción política genuina requiere procesos de destitución subjetiva de los actores, para recuperar el protagonismo en un marco de reglas de juego donde el lado activo se encuentra en las cosas. Citamos en extenso:
El programa liberal se articula no solo a partir de la lógica de los derechos, sino también, centralmente, a partir de la noción de identidad (…) así se muestra claramente la oposición entre las políticas de identidad liberales y las políticas de des-identidad proletarias. Las políticas de identidad buscan respeto y reconocimiento de la clase dominante; las políticas de des-identidad buscan la disolución del mismo aparato clasificatorio (Fisher, 2019b, p. 249).
En el caso analizado: llenar el carro de las compras está entre la pesadilla y la fantasía. Fantasía hasta tal punto que, en los programas de juegos de la tv, los participantes compiten por llenar de productos el carro, y para el anuncio de la lucha contra el hambre se convoca a una chef estrella. Capitalismo como realidad.
Los pobres estructurales, con condiciones de vida precarias, seguirán siendo pobres, mas no hambrientos. Pero como veíamos a escala mundial, en el contexto de la covid 19, la fragilidad de la vida de los pobres se expresa, y el hambre crece. No se puede escapar a esto. Aunque sí se tiene el sesgo de clase de reeducar a las pobres para que maximicen su nutrición con lo poco que tienen y que van a tener. Son la escasez y la desigualdad como principio ideológico, como lo “real” incuestionado. Esto es justamente lo que es posible en una política del hambre como “flajelo”, en una significación del hambre que no nombra causas ni procesos. Una política, justamente, que se entiende independiente de la economía.
Asociada a la propuesta de Fisher, de desidentificar las luchas proletarias, la organización social La Garganta Poderosa12 encontró un nombre propio, una vida, una muerte de una mujer, habitante de una villa, cocinera de un comedor popular; para hacer representable esta precariedad, la complejidad de lo popular. Uno de los referentes de esa organización popular explicó, no en la teoría sino en un cuerpo/caso, la relación entre pobreza, covid 19, hambre y muerte: Ramona, un nombre desidentificado. La organización transforma a “Ramona”, en el reverso de aquello construido en los folletos analizados: mujer cuidadora, mujer empoderada, cocinera, sabia. Ramona es, a la vez, un nombre propio y un nombre general de una situación estructural. Levy (2020)) nombró detalladamente lo que la pobreza y el hambre significan en los sectores populares. Casi invirtiendo la relación pedagógica que vimos hasta el momento, enfatizando la distancia, y no ya la cercanía, entre las desiguales experiencias de clase en el topos social argentino, explican una vida para desidentificarla.
Solo en La Matanza, hay 4,062 familias que no tienen agua y siguen jugando al campeonato de expertos, para ver si termina empatado el torneo de muertos. ¿Y si mejor escuchamos a Ramona? ¿Y si mejor le damos bola a ese sector marginal que supo encender todas las luces de alerta y viene reclamando hace meses la entrega puerta por puerta del agua vital, para garantizar ya mismo el derecho constitucional? Quienes hicieron, hacen y harán politiquería, son quienes la callaron y quienes intentan callarla todavía, ni siquiera porque sean mala gente, simplemente porque no se imaginan cómo se siente gritar y no provocar sonido (Levy, 2020).
Levy nombra una mujer pobre, una beneficiaria, una cocinera, para hacer nombrable justamente aquello que se silencia: hablar de hambre sin hablar de pobreza es una activa tarea de ocultamiento. Hablar del virus sin hablar de pobreza, también. La “guerra” contra uno y otro no puede ser ganada así. Solo se justifica la velocidad, y se espectaculariza el flagelo.
Hablar a las mujeres pobres para enseñarlas a comprar con un plástico codificado es una solución sintomática del realismo capitalista. Este ejercicio de crítica ideológica es, por ello, un intento de acosar el asedio de nuestras fantasías.