1. La insistencia de Claude Zilberberg
Para escribir sobre la obra de Claude Zilberberg (de ahora en adelante CZ) hay que intimar con un complejo metalenguaje en agitado devenir y con una exigente práctica de lectura. Si de escribir sólo unas líneas se trata, resulta, pues, imposible ser exhaustivo con los sucesivos replanteamientos epistemológicos con los que se va encontrando uno en la reflexión. A pesar de momentos de difícil argumentación, el correlato constitutivo de esa lectura es el reconocimiento, en sus textos, de una vibrante insistencia en la que emerge esa característica lucidez de lo intermitente. Semiótica “soñadora, soñada, del temblor, del tornasol, del forcejeo, semiótica lúdica, un tanto fantasiosa”, diría Herman Parret (citado en Zilberberg, 2000, p. 13). Aquí, en el marco de un emotivo testimonio de vida, me reconozco inmerso en esas intermitencias de ensueño, absorto en sus juegos sintácticos y semánticos; intervengo, así, en la arquitectónica de la semiótica tensiva con un enfoque necesariamente incompleto de las valencias, valores y modos semióticos, dejando “en el tintero” un conjunto de fundamentaciones del recorrido generativo que escapan a este artículo y a las que únicamente se puede acceder en la rica experiencia de lectura, relectura y estudio minucioso, conato de largo aliento. El caso es que, merced a la obra de CZ, aparecen en nuestro léxico metalingüístico, nuevas y nuevas distinciones generadas por la sofisticada creatividad de este genio epistémico alojado en el interior de la vivencia tensiva, al que he llamado Doctor Sutil de una especie de escolástica semiótica contundentemente poética, empeñada en construir una Summa Semiótica, algo así como una perfecta catedral de dependencias tensivas. Al modo de un imaginario Duns Escoto, rebosante de exquisito formalismo, sumido en tensas oscilaciones e inspirado, a su vez, en el diálogo con magnos poetas filósofos.1
CZ se convirtió en perseverante alquimista de la teoría, entendida como “conjunto coherente de hipótesis susceptibles de ser sometidas a verificación” (Greimas y Courtés, 1982, p. 406-408). En esa definición, la pareja hipótesis/verificación, siempre provisional, es transitiva y afecta al lenguaje-objeto, por lo general, poemas en los que CZ ponía a prueba sus hallazgos. La coherencia, a su vez, es reflexiva: recaía en su perenne arquitectura entramada con un metalenguaje siempre innovador. Así, CZ desplegaba una y otra vez su hipótesis tensiva, la recogía y replegaba para nuevos despliegues en nuevos poemas, nuevas prosas o aforismos, la volvía a poner a prueba, la volvía a poner sobre sí y a decirla de nuevo, una y otra vez, siempre destilándola, decantándola de redundancias, refinándola, afinándola, iba llegando, pacientemente, a su formulación más simple. Insistía así en la economía perfecta, en el grado de optimización más preciso, tal como cuando la obra musical alcanza su concreción más exacta. Eso ocurrió en esas cien páginas que componen la primera parte de Estructura Tensiva (Zilberberg, 2015) que dan título al mencionado libro, y también se plasmó en las quince páginas que conforman el primer capítulo del libro De las formas de vida a los valores (Zilberberg, 2016) titulado “La hipótesis tensiva: ¿punto de vista o teoría?”
El punto de vista de la tensividad se convirtió así en una prueba que no negaba los resultados adquiridos por el punto de vista de la narratividad generalizada, sino que, poniéndola “al revés”, ampliaba su alcance, confinado hasta ese momento a las “miras” de un activo sujeto de hacer; y, en una aventura no exenta de riesgos, abría ese punto de vista a la dimensión sensible, esto es, a un sujeto de estado captado por el sobrevenir de un evento, a un pasivo sujeto del padecer atrapado por la súbita vivencia íntima de un afecto. Fiel a su costumbre, recoge un aforismo de Valéry: “Lo propio del mundo intelectual consiste en ser trastornado siempre por el mundo sensible” (Zilberberg, 2015, p. 30). No era cuestión, pues, de elaborar una nueva semiótica sino de sumirse en los contornos de ese trastorno y enriquecer la epistemología. En consecuencia, de reajustar la metodología apuntando a objetivos soslayados o sencillamente no tomados en cuenta hasta ese momento.
En opinión de Desiderio Blanco, “Toda la obra de Zilberberg se ha dedicado a esta tarea. Con cada uno de sus ensayos y análisis ha ido perfeccionando sus intuiciones iniciales hasta obtener un corpus teórico-práctico de enorme coherencia” (Zilberberg, 2016, p. 12).
2. La persistencia de Desiderio Blanco
Con los años, Desiderio Blanco (de ahora en adelante DB) se convirtió en buen amigo e interlocutor privilegiado de CZ, al menos en el mundo de habla hispana. Su intercambio epistolar era intenso. A veces, a él y a mí, nos parecía sentir como si esa apasionante escritura de la tensividad se estuviera repitiendo sin cambio alguno. “Sin novedad en el frente”. Pero esa escritura, presente no sólo en sus ensayos publicados o por publicarse, sino también en esas confidencias teóricas que CZ solía incluir en sus cartas a DB, nos obligaba a estar muy atentos al habitual ejercicio de lectura. CZ ponía en la mira diversos temas de estudio… hasta que en alguno de ellos aparecía, ahí, súbita, sutil, la novedad, el evento que nos captaba, el detalle que ameritaba volverse a sumir en esa exigente sustentación. Ejercicio y evento, con intervalos de acomodaciones prácticas diversas, entraman la vida como experiencia significante. Vivir consiste en hacer la semiosis que somos; es decir, en acoplar contenidos existenciales a dicha experiencia de expresión. Ensamblamos así un plano de composición de expresiones y un plano de desarrollo de contenidos. En el largo y lento ejercicio-espera de la lectura, caracterizado por un actuar constante y un variable “llegar a”, irrumpía el rápido e instantáneo evento-sorpresa, caracterizado por un sobrevenir constante y un mutable padecer. Se detonaba el don. Y la oportunidad es “el don que cada don encierra dentro de sí mismo” (Steindl-Rast, 2018). Tuve, pues, la feliz oportunidad de atestiguar los hallazgos relativos a la evolución de la hipótesis tensiva aparecidos en medio de ese entrañable intercambio epistolar. Sin esa experiencia no me atrevería a escribir esta reseña (siempre acatando el consejo de DB de “no repetir lo excelentemente dicho por el autor, sino en tratar de encontrar la eficacia del método y las vías que conducen a esa eficacia” (Blanco, 2009, p. 129).
En el mencionado diálogo epistolar, CZ transmitió a DB la intención de titular su último libro Horizontes de la hipótesis tensiva (Zilberberg, 2018). Por tercera vez, merced a la esmerada labor de traductor de Desiderio, estábamos ante un libro no editado, como libro, en francés. En efecto, eso ya había ocurrido en el año 2000 con el libro Ensayos sobre semiótica tensiva y con el libro Semiótica tensiva (Zilberberg, 2006). Y es que DB puso al alcance de los hispanohablantes la obra de CZ antes de que llegara a las manos de sus propios paisanos. Se apasionó con su eficiencia y eficacia, y nos apasionó a nosotros, sus discípulos.
3. De la tensión a la tensividad
CZ lleva decididamente a la semiótica a vérselas formalmente con sus condiciones sensibles. Y esas condiciones, formuladas como una auténtica analítica de lo sensible, comprometen, en principio, una teorización sobre la tensión. Quien se detenga en Semiótica II (Greimas y Courtés, 1991) podrá observar dos cosas muy curiosas: el artículo tensión está firmado por Enrique Ballón y Marco Jacquemet; ambos exponen, con este concepto, propuestas epistemológicas ligadas a la forma relato. Tal era aún, en aquel momento, la fuerza del paradigma del relato o de la narratividad generalizada. Empero, el concepto de tensión rebasaba el marco de las estructuras narrativas y miraba hacia las discursivas. No obstante, en ese mismo Diccionario, de inmediato, hallamos una entrada elaborada por CZ: tensividad. Allí elabora un ceñido inventario de dificultades para establecer una terminología precisa, pero ya está mirando “hacia otro lado”. Lo interesante es el último párrafo: en él, CZ demanda la formulación de una hipótesis que dé cuenta de un conjunto de datos tensivos dispersos, con miras a su homogenización. Y es que, ante todo, me parece, CZ lleva hasta las últimas consecuencias la necesidad, ya planteada por Greimas, de seguir leyendo a Hjelmslev; y, fundamentalmente, de seguir respetando su principio de empirismo. El rigor del maestro danés asoma en cada uno de sus trabajos, en particular, las exigencias de simplicidad, de exhaustividad y de no contradicción. Cualquier construcción teórica se esfuerza, en este sentido, por establecer una pauta de homogeneidad. Si /x/ es un término anterior a un análisis, sostiene CZ:
A ese término /x/ que el análisis viene a escindir lo designamos como tensividad a fin de marcar en la terminología la jerarquía de las categorías. Esta distinción sirve de base a la tipología de los valores que será esbozada más adelante. La tensividad, pues, no tiene contenido propio: no es más que el lugar de encuentro, el punto de fusión, la línea de batalla donde la intensidad se apodera de la extensidad, donde un plano del contenido intensivo se une a un plano de la expresión extensivo. La teoría misma se convierte en semiosis (Zilberberg, 2016, p. 23).
4. Cuestión previa: la dehiscencia
Desde sus primeros textos, CZ jugaba, en toda instancia generativa de significación, con la dehiscencia de las terminaciones [al-/ivo]. Por ejemplo, lo tensal, se distingue de lo tensivo. -Al es presupuesto, constante y especificado, su categoría: [remisión/emisión]; señala lo universal y realizable. -Ivo es presuponiente, variable, especificante; su categoría [detención/continuación]; señala a lo general y realizado. El nivel -al es profundo, genérico, inmanente a la semiosis como mediación entre plano de la expresión y plano del contenido. El nivel -ivo, inmanente a la superficie del plano del contenido, es concreto, icónico, iconizante. Eso se esclarece cuando contrastamos lo figurativo y lo figural. Aquel, el orden de la figura-imagen visible, que coloca a distancia un objeto a ser tematizado; éste, el orden de la figura-forma, esquema no necesariamente visualizado.2
[Pensándolo en la pertinencia de las prácticas semióticas, la semiosfera, significacional, es la condición rectora de las formas de vida, significativas. La vida (potencial) de las formas precede a la forma (actual) de vida].
5. Vectores, intersecciones, curvas, arcos
Advierte CZ que el valor de una magnitud semiótica puesta en discurso por cualquier praxis enunciativa ocupa la posición de un punto colocado en un campo tensivo delimitado por dos flechas puestas en ángulo recto, que, por mera convención, representan, la vertical, a las valencias de intensidad (estados de alma, regentes) y, la horizontal, a las de extensidad (estados de cosas, regidos). Esas flechas son cortadas por líneas rectas que, al intersectarse en un punto del campo, dan lugar a valores. Aquellas, direcciones continuas, medibles, rigen sobre estos, formas discontinuas, medibles y numerables. En la cadena del discurso hay constituyentes y exponentes. Aquellos ocupan la extensión de la cadena, estos responden por las variaciones de intensidad de la misma. En lo relativo a los exponentes, los elementos intensos son acentos puntuales y los extensos, modulaciones continuadas. CZ revela así una prosodia del sentido.
La afectividad, integrada a la teoría como tensividad, reúne las valencias y define un espacio tensivo de acogida de los valores.3 Estos, puestos en discurso, o sea en relación y en operación, más allá de sus múltiples tematizaciones posibles, son puntos de intersección que se detienen en una posición o se mueven siguiendo direcciones y más o menos impulsados en ese espacio tensivo, entendido ahora como campo de presencia. El sentido está inmerso en lo moviente, en lo inestable e impredecible, a saber, en la foria. Las valencias, en cuanto dimensiones, controlan cuatro subdimensiones (vectores fóricos continuos): la intensidad, que conjuga el tempo y la tonicidad (rápido/lento; tónico/átono), tiene primacía sobre la extensidad, que conjuga tiempo y espacio (breve/largo; concentrado/difundido). Los foremas de dirección, posición e impulso se combinan con estas sub-dimensiones y especifican la valencia en cuestión.4 El afecto rige la generación de sentido como condición de posibilidad de las estructuras profundas de significación. Valiéndose del tempo y del acento, el afecto orquesta efectivamente el sentido: [rápido/lento] se corresponde, canónicamente o no, con [tónico/átono]. Reiteramos, en conjunto, esas dos sub-valencias intensivas, afectivas, rigen sobre dos sub-valencias extensivas, cognitivas: [breve/largo], en la dimensión temporal, se corresponde, canónicamente o no, con [concentrado/difundido], en la dimensión espacial.
Una desigualdad creadora liga entre sí las determinaciones-valencias. Cuatro puntos de intersección situados en un cuadrado permiten diferenciar cuatro valores típicos, canónicos. El resto de puntos, incluido el central, corresponden a valores atípicos, no canónicos. En correlaciones inversas de esos puntos, resultan valores de absoluto (máxima intensidad/mínima extensidad) y valores de universo (mínima intensidad/máxima extensidad); y, en correlaciones conversas, valores de abismo (mínima intensidad/mínima extensidad) y valores de apogeo (máxima intensidad/máxima extensidad).
6. De gustos y olores
Cuando explicaba todo eso a los estudiantes no se me ocurría mejor idea que imaginar las valencias tensivas en los mundos sensibles del gusto y del olfato. En lo que respecta a las prácticas de consumo de bebidas alcohólicas comparaba, por un lado, el pisco,5 valor de absoluto que combina lo tónico concentrado de su sabor, las compactas copitas en las que suele ofrecerse y el shot que caracteriza su consumo; y, por otro lado, la cerveza, valor de universo, encuentro de lo átono expandido, de sabor atenuado, se sirve en grandes y largos vasos, se difunde por el organismo en amplios y consecutivos tragos; en fin, el consumo en cantidad. Es posible imaginar, entre esos valores típicos entendidos como demarcación de límites, la segmentación de grados: valores no canónicos que convocan variedad de tragos menos suaves que la cerveza y menos fuertes que el pisco, como el vino, la sangría o la sidra; o la conversión de los límites en umbrales hacia lo extra-limitado, tragos más fuertes que el pisco o más suaves que la cerveza. Esta correlación inversa define los límites de las capacidades sensibles de lo humano. Cabe una anotación, si bien la semiótica de CZ no emplea el /cuerpo/ como categoría organizadora visible, se permite dibujar algo así como un cuerpo presupuesto o implícito esbozado en los umbrales de tolerancia de la elipse de correlaciones inversas. Precisamente por eso, las correlaciones conversas crean otra elipse que, esta vez, oscila entre lo imperceptible (consumo de cerveza en copitas de pisco) y lo peligrosamente excesivo (consumo de pisco en vasos de cerveza), a saber, respectivamente, valores de abismo y valores de apogeo. Obvio, alguien que beba cerveza en pequeñas copas demorará, quizá indefinidamente, el efecto de ebriedad. Alguien que, por el contrario, tomase pisco en vasos de cerveza, se expondría a un colapso de consecuencias clínicas. (A todo esto, mis respetos a la manera popular de consumir vodka en Rusia). Sea por defecto o por exceso, los valores conversos van más allá de la capacidad humana de captación o de aguante y devienen disfuncionales. En cambio, los valores inversos caracterizan prácticas ritualizadas de interacción corporal, tales como comidas y celebraciones diversas, o asumidas meramente como conductas privadas de carácter hedonista. En el campo del olfato, ocurre casi lo mismo: perfumes fuertes en envases mínimos, valor de absoluto; colonias suaves en envases grandes, valor de universo. Extrañezas de lo converso: colonias en frascos pequeñísimos, casi imperceptibles, valor de abismo; y perfumes fuertes en grandes pomos, insoportable hartazgo, valor de apogeo. La práctica de consumo del perfume, tónico y concentrado, valor de absoluto, consiste en colocar una gota en la punta del dedo y tocar la piel en el punto corporal de contacto. La práctica del agua de colonia, átona y difundida, valor de universo, consiste en expandirla suavemente, con las palmas de las manos, por la superficie del rostro y del cuerpo. Apenas emitiría aroma alguno alguien que se aplicase agua de colonia con la punta de los dedos en puntos del cuerpo, valor de abismo; mientras que resultaría insoportable la presencia de alguien que se ha aplicado perfume de un frasco grande, acariciándoselo por la superficie corporal, valor de apogeo. Existencialmente nos jugamos la vida entre absolutos, universales, abismos que tienden al cero y apogeos que tienden al infinito. El cero, si bien es la intersección misma del vector de intensidad y el de extensidad, asociado a la nulidad, puede también dar su lugar al [ser-más], es decir, a la plenitud:
La misma forma del número cero, escrito como 0, expresa vacío; sin embargo, el círculo que lo representa es símbolo de plenitud. El cero equivale a nada, pero agregándolo a otro número, lo multiplica por decenas, por cientos, por miles (Steindl-Rast, 2018).
El cero, a la vez, está y no está en el campo tensivo. Sería la condición de posibilidad de todas las otras intersecciones que sí forman valor, es decir, sería la intersección primordial productora del no-valor en el que se hacen posible todos los valores.
7. Música y Cronopoiesis
CZ musicaliza el sentido. En efecto, el tempo impregna las estructuras rítmicas, las rimas y los juegos de acento, de pausas e intervalos, acelerándolos y ralentizándolos. La rapidez concentra. La lentitud extiende. La lentitud “se toma su tiempo”, “se da su tiempo”, “todo su tiempo”. Un cuerpo que se mueve lento, goza al desplegar la duración que presenta ante sí mismo.
El tempo (velocidad), la duración y el ritmo son funcionalmente solidarios. En el centro de ese complejo funcional, el tempo tiene rango de constante, de presupuesto básico, mientras que la duración y el ritmo tienen el rango de variables; ambas, producto de la función-tensión entre lo sucesivo y lo simultáneo. El tempo surge de la arbitrariedad y de la adecuación; además, modaliza la duración de la duración y la vivacidad del ritmo. Por el lado de la arbitrariedad, el estatus de esa constante permite, a todo esfuerzo teórico, “jugar la carta” de lo indefinible, le da derecho a hacerlo cuando lo estime más oportuno. Por el lado de la adecuación, las categorías del tempo encuentran su parangón en la música, pero lejos de suponer alguna pre-excelencia de la música ―lo cual podría estar relativamente justificado históricamente―, nos inclinamos a pensar que la música ha estado más atenta a la dimensión de lo figural y, por ello, se ha beneficiado de la suficiencia de lo figural. El sentido se ha “musicalizado” en la exacta medida en que la música se había “semiotizado” anteriormente, si se me permite la expresión (Zilberberg, 2000, p. 33).
Sea como fuere, la relación del tempo con la duración y el ritmo es tributaria de la relación exclusiva o participativa que liga lo simultáneo y lo sucesivo. La relación de exclusión se encuentra en el principio del tiempo crónico, historicista, racionalista (periodos), que recae en lo sucesivo tomando como válidos los códigos e hitos instituidos; que legitima la causalidad y la metonimia, ya que los reclama; pero la relación de exclusividad, cuando recae sobre lo simultáneo, soporta el tiempo mnésico, del recuerdo y de la metáfora. Esta es una de las distinciones más sutiles de CZ: la cronía “ausentifica” el presente en la misma medida en que la mnesia “presentifica” el pasado. En función de eso, se activa una cronopoiesis:
La duración de la duración se constituye, así, en objeto interno, que está llamado a hacer posible, confortable, la conjunción del sujeto y del objeto. Y a la inversa, la rapidez tiene por objeto interno la coincidencia, la simultaneidad, y por este motivo remitimos la rapidez a la concentración. En este proceso, el ritmo es el manifestante y el tempo, el manifestado ―así como una distancia, permaneciendo sustancialmente la misma, es funcionalmente diferente según la velocidad con la que es recorrida (Zilberberg, 2000, p. 49).
En teoría, tendríamos una misma distancia: en la práctica de recorrerla a pie se haría más larga que en la práctica de recorrerla en automóvil. En lo que respecta al tiempo, en teoría, dos días tienen 24 horas cada uno. En la vivencia práctica, interna, unos días se sienten más cortos, todo ocurrió muy rápido; otros días se sienten más lentos, todo se hizo con calma. En aquel caso, la “música de fondo” de la vida es inquieta, acelerada, agitada; en este, es serena, pausada, reposada. ¿Qué “músicas de fondo” emiten nuestras vidas?
8. Esquematismo tensivo y modos semióticos
Con toda esta arquitectura, CZ da cuenta de la continuidad y la complejidad del sentido apelando al esquematismo tensivo. Valéry dixit: “En verdad no pensamos en una cosa, pensamos siempre de una cosa a otra (from→to)” (Zilberberg, 2006, p. 49). El esquematismo era apreciado porque explicaba y facilitaba el paso de una posición a otra del campo, sean estas posiciones contrarias, contradictorias o complementarias en el cuadrado semionarrativo. No había ruptura de continuidad, menos aún atentado alguno contra la complejidad. Ante la sintaxis semionarrativa se erigía, con toda legitimidad, una sintaxis tensiva, inserta en la sustancia misma del sentido, que preconizaría esquematizaciones ascendentes y descendentes y, luego, de acuerdo con la demarcación de límites y la segmentación de grados, diversas matrices tensivas. Con CZ la semiótica pasa de la edad del [sí→no→entonces] a la edad del [más/menos]. Ambas legítimas.
Desde el punto de vista tensivo, una magnitud es un contínuum analizable en función de la dirección ascendente o descendente elegida. En ese sentido, una magnitud está siempre en devenir, es un devenir que va unas veces de la plenitud a la nulidad, notada “cero”; otras veces, de la nulidad a la plenitud, notada “uno” (Zilberberg, 2015, p. 47).
La actividad discursiva es imaginada como un campo de presencia al que entran y del que salen las magnitudes semióticas por influjo de una praxis enunciativa. Tres parejas de funciones básicas dan cuenta de la entrada de magnitudes en el mencionado campo. El modo de eficiencia, el modo de existencia y el modo de junción. En términos primordiales, no captamos un mundo preciso de cosas ya erigidas ante nosotros, experimentamos más bien la certeza de una eficiencia viviente.6 Así, la entrada en el campo de presencia puede realizarse según una alternancia entre el “sobrevenir” (marcado) que penetra en el campo fracturándolo, y el “llegar a” (no marcado), que se instala progresivamente en el mismo. En aquel caso, tempo súbito, rápido; en este caso, tempo pausado, ralentizado. En términos enunciativos, la exclamación está del lado del “sobrevenir” y la declaración del lado del “llegar a”. El modo de existencia formula los correlatos subjetivos del modo de eficiencia. Concierne a la tensión entre la captación (marcada) y la mira (no marcada). Aquella es un padecer, una pasividad; mientras que esta se alinea con el “llegar a”. En términos del proceso la mira es solidaria de las actividades programadas y la captación lo es de los processus impersonales. Cuando prima la valencia de intensidad somos captados por un evento que, luego, puede o no quedar en la mira. Cuando prima la valencia de extensidad, sencillamente captamos o no algo puesto en la mira. Los modos de existencia recaen sobre los tradicionales modos de presencia. La captación, retrospectiva y conservadora, se asocia a la potencialización, mientras que la mira, anticipadora y proyectiva, se asocia con la actualización. Por último, en cuanto al modo de junción, existe la posibilidad de que la magnitud ingresante se halle o no en concordancia con las ya instaladas. Si ocurre lo primero, el protocolo silogístico se ejerce por derecho y el modo de junción corresponde a la implicación (no marcada): “si… entonces…”; si ocurre lo segundo y prima la discordancia, la nueva magnitud, que no se aviene a lo existente, puede ser rechazada o mantener su unicidad; en este caso, se da la concesión (marcada): “aunque…”, que hace prevalecer de inmediato el hecho sobre el derecho. Si reparamos en los términos marcados encontramos la razón de la centralidad del afecto en la semiótica tensiva; los eventos captan a los sujetos y los llevan a conceder algo aparentemente aporético: “aunque hombre, inmortal”, dando la contra a “lo de siempre”: “si hombre, entonces mortal”.
CZ dejó abierta la problemática de los modos semióticos. Los puso en relación con las valencias asociando el tempo al modo de concomitancia, la tonicidad al modo de captación, la temporalidad al modo de presencia y la espacialidad al modo de circulación. En 2016 hace intervenir el modo retórico como plano de la expresión del modo de eficiencia; en consecuencia, pone en dependencia, por un lado, la gradación (no marcada), a saber, el paso a paso que “manifiesta la lentitud gratificante del ‘llegar a’”; por otro lado, la abrupción (marcada), que detona algo súbito y manifiesta la brusca rapidez del sobrevenir.
En consecuencia, los modos semióticos explicitan las magnitudes tensivas presentándolas con el doble estatus de término y de operador. No basta con afirmar, como lo hacía el estructuralismo de los sesenta, que lo sagrado se opone a lo profano. Más bien cabe notar que, en la pertinencia tensiva, lo sagrado es aprehendido como la región donde prevalecen el sobrevenir, la captación, la concesión y la selección; lo profano, mientras tanto, aparece como la región del “llegar a”, la mira, la implicación y la mezcla.
El relato canónico se centra en la transformación, que enlaza un contenido invertido con uno propuesto. A la luz de la teoría de CZ, el discurso da prioridad a la incesante circulación de operaciones. Esquema descendente: originariamente la sumación, exclamativa, violenta, “vivencia de significación”, “fenómeno de expresión”, pertenece al evento, al sobrevenir, enmudece inmediatamente al discurso, a falta de respuesta instantánea emergen las interjecciones primarias de la conciencia (por ejemplo, el acceso místico a lo divino). Luego, la transición del mutismo a la recuperación de la palabra, tiene su propio tempo; a la larga, “tarde o temprano”, ese evento se normalizará, encontrará su resolución en estado.
Esquema ascendente: con el correr del tiempo, los anales de esos estados se convierten en fórmulas para “llegar a” (por ejemplo, el éxtasis programado en libros sagrados, en instrucciones para novicios: esto es, en ejercicios de acceso ascético a lo divino).
9. La gran matriz
CZ arriba a la integración de la sintaxis y de la semántica. En el plano semántico, una contrariedad fuerte se detecta entre los extremos y una contrariedad débil entre los medios (Zilberberg, 2015, pp. 75-104). “El mundo avanza por los extremos y se conserva por los medios. Avanza por los ultras y se conserva por los moderados” (Valéry, 1974, p. 1368, citado en Zilberberg, 2015, p. 188).7 (Tabla 1).
En el plano de la sintaxis, dos vectores apuntan en sentidos contrarios: en la intensiva, el del aumento y el de la disminución; en la extensiva, el de la mezcla y el de la selección; en la juntiva, el de la implicación y el de la concesión. En el plano de la semántica intensiva, el vector de aumento atraviesa los “casilleros” de lo /fuerte/ y de lo /supremo/; el vector de disminución los de lo /débil/ y lo /nulo/. En el plano de la semántica extensiva el vector de mezcla atraviesa los “casilleros” de lo /común/ y lo /universal/; y el vector de selección, los de lo /raro/ y lo /exclusivo/. En el plano de la semántica juntiva, el vector de implicación atraviesa los “casilleros” de lo /esperado/ y lo /necesario/ y el vector de concesión, los de lo /inesperado/ y lo /estupefactivo/. Nos acostumbramos así a tratar con umbrales, grados y límites (Zilberberg, 2018, p. 85-104).
10. Aspectualidad de la dinámica tensiva:8 un caso, rendimiento vs. rendición
La sociedad del cansancio es resultado del ubicuo imperativo de rendimiento material, económico (R) (Han, 2012). Su antítesis podría ser un imperativo de rendición espiritual, ascética o mística (r). Una delicada y tensa interdependencia, articulada por relaciones y operaciones de confrontación y de contrato, vincula esos dos ethos. He aquí nuestra hipótesis: R se apropia de la lógica ascendente de aumento, regida por “solo más”, e impone sus condiciones de polarización axiológica frente a r, que queda del lado de la lógica descendente de disminución “de posesiones”, regida por “solo menos”, propone rendir cuentas, desconectarse, descansar, menguar, rendirse; esto es, quitar pensamiento de sí y poner atención a la presencia consciente, quitar acción interesada y actuar desinteresadamente. Desasirse. Abrirse a la pasión estética o a la meditación. Dejarse afectar por su eficiencia viviente. Soltar. Jugar. Inserto el siguiente cuadro para facilitar la lectura del breve análisis que a continuación presento (Figura 1).
Entonces, cuando R, hegemónico, redobla su exigencia, “cada vez más de más”, y apunta a “solo más”, la “máquina de la productividad” se convierte en un vector que señala, e incluso busca remontar, la situación límite de exceso: “solo más”. Ese es un vector de tonicidad fuerte y rápida de tempo. Por ejemplo, el trabajador debe optimizar su producción en términos de tiempo y de crecientes resultados positivos para la empresa. El vendedor debe vender más y más hasta alcanzar, e incluso rebasar, sus propios objetivos de ventas, aunque en ese trance le sobrevenga un burn out. Y así: el empresario o el inversionista deben ganar más y más dinero. La institución debe tener más y más prestigio o más y más seguridad. El accionista debe obtener más y más dividendos. Este síndrome se llega a convertir incluso en autoexplotación.
R opera también a partir de una situación límite de carencia: “solo menos”, comprobada o inventada con indicadores, impone la prioridad de la productividad material, incita a un repunte (“cada vez menos de menos”) y a un redoblamiento (“cada vez más de más”). Si creamos un “efecto de lupa” en el observador, encontramos intervalos tenues, aparentemente inofensivos. Una lenta y cotidiana reanudación (“retiro de al menos un menos”), en la perspectiva del aumento de la producción, presenta una estrategia sutilmente marcada por el retiro, la cual, lenta y átona, se convierte en progresión (“retiro de más de un menos”), hasta cruzar el umbral del cambio de signo y mutar a otra estrategia marcada, esta vez, siempre sutilmente, por el “añadido de al menos un más”, en la amplificación; y por el “añadido de más de un más”, en la saturación. La rima de saturación y redoblamiento puede conducir al mencionado burn out. R entra en crisis: aparecen cuadros de estrés, de cansancio y depresión. Emerge el sintagma clave de este análisis: “no rinde, se rinde”, pasa de un régimen transitivo de producir objetos a un régimen reflexivo de hartazgo. No aguanta más la presión de rendir más y más, “tira la toalla”, revienta. No puede poder más y más. Empieza la atenuación (“cada vez menos de más”), que apunta al polo “solo menos”. El presupuesto es que R, alimentando una lenta saturación (“añadido de más de un más”) ha creado las condiciones, para un súbito e insoportable redoblamiento (“cada vez más de más”). Escenario en que r puede o no intervenir.
Si r se activa, pide primero moderación (“retiro de al menos un más”); y puede terminar exigiendo atenuación “cada vez menos de más”; y, en el límite, apuntando a “solo menos”. Redoblamiento y atenuación entran en tensión, escaramuzas rápidas pueden resolverla a favor de una u otra dirección. Ambas se tematizan de múltiples maneras. El redoblamiento puede ser eufórico en la perspectiva de vivir llevado por la voluntad de poder. La atenuación reactiva, negativa, puede ser canalizada al “sentimiento de fracaso” y su consecuente “depresión”, abriendo paso, a través de tenues y lentos intervalos, a una aminoración (“cada vez más de menos”). Esa aminoración reduce, va añadiendo lentamente, al menos, un menos; y, finalmente, extenúa, es decir, va añadiendo, casi imperceptiblemente, más y más menos. En la medida de su disforia, la consecuente extenuación puede desencadenar un “sentimiento de inutilidad e insignificancia”.
Pero la atenuación también puede ser eufórica, esto es, canalizada a un sentimiento de sencillo cansancio, abierto a las impresiones sensibles, a la meditación. El sujeto, así como revienta, se reinventa. No olvidemos que la potencia es, a la vez, poder hacer y poder no hacer. Operado como ralentizada moderación (“retiro de al menos un más”) e incluso, en un plan más frugal, como suave disminución (“retiro de más de un más”), este vector remite a una forma de vida que acentúa el retiro del mundo. Empero, si cruzamos ese umbral, podríamos retornar a algo ya expuesto: el lento añadido, típico de la reducción (“de al menos un menos”), y de la extenuación (“de más de un menos”). Entonces llegamos a una bifurcación fórica, dos historias son posibles: ora la de la depresión y del resentido encierro; ora la de la invasión de un descanso que realmente descansa, que encuentra alivio al minimizar un tiempo eficazmente aprovechado para abrirse a un tiempo gratuitamente entregado.