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Signos filosóficos

versión impresa ISSN 1665-1324

Sig. Fil vol.17 no.33 Ciudad de México ene./jun. 2015

 

Reseñas

Rafael Herrera Guillén (2013), Breve historia de la utopía

Jorge Velázquez Delgado* 

*Departamento de Filosofía de la Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa. México. ficinos08@gmail.com

Herrera Guillén, Rafael. 2013. Breve historia de la utopía. ., Madrid: Nowtilus, 320p.


“no se trata de crear un sistema utópico u otro,

sino de participar conscientemente en el proceso

revolucionario histórico de la sociedad que

está sucediendo ante nuestros propios ojos”.

Karl Marx

“las ideas surcan la historia como en una corriente marina

en cuyo oleaje se une lo más lejano del pasado con lo más

cercano del presente, hasta arribar en el futuro”.

Rafael Herrera Guillén

Para el neoconservadurismo, filosofía política, social y económica en boga, la caída del Muro de Berlín es la muestra palmaria de que los neoconservadores son dueños de la Razón en la Historia, al declarar con antelación, la imposibilidad e inviabilidad histórica de cualquier eventual experiencia utópica. A partir de ese acontecimiento histórico de la noche a la mañana se pasa de la tesis del fin de la utopía a la certeza de su muerte. Por lo que se entiende del asunto, lo único que queda es el supuesto consuelo de no tener más camino ni remedio que reconocernos en lo que consideran es y ha sido siempre, la única utopía verdadera: la utopía liberal en su despliegue y desarrollo actual, esto es, la implementación de políticas de desarrollo económico de corte neoliberal a escala global. En su expresión más radical, esta utopía se expresa como un simple y vulgar neoconservadurismo o ultraliberalismo incapaz de ocultar sus apetitos y afanes privatizadores. Frente a este cuestionable mundo social de vida, la existencia y defensa del individualismo sólo es una absurda retórica de intransigencia, en la medida en que millones de hombres y mujeres son a diario atropellados y arrojados a la marginación, la exclusión y la pobreza.

Vale recordar que los neoconservadores aceptan como axioma de la acción social la ocurrente idea de Margaret Thatcher, en la cual la famosa “Dama de Hierro” afirmó que no existe la sociedad, sólo el individuo. A su vez, otros no menos cuestionables desplantes -que forman parte de la dogmática de la era neoliberal o neoconservadora, que si bien tienen que ver con la manera y forma en que fueron y siguen siendo proyectados ciertos ideales libertarios- se vuelven inaceptables por su caprichosa pretensión de cancelar el futuro en cualquiera de sus infinitas posibilidades, en particular aquellas que encierran las potencialidades reales de ciertas tendencias históricas de una sociedad que, a través de los conflictos y contradicciones históricas, políticas y sociales que la han configurado y determinado, conjuga fuerzas sociales promotoras y gestadoras de cambios históricos de gran envergadura.

Tales fuerzas tienen que ver con todo aquello que, a la fecha, ha inquietado más al conservadurismo antiguo y moderno: la negación de la propiedad privada, el rechazo a la acumulación de la riqueza individual que alcanza niveles y formas incomprensibles que rebasan todo pudor y límite moral, y la proyección de procesos de colectivización que aceleran, hipotéticamente, la socialización de los bienes y servicios social e históricamente disponibles en una sociedad determinada.

Lo que se rechaza es la peregrina y pueril idea de la muerte de la utopía, por la simple razón de que en estos tiempos se gestan nuevos ideales libertarios, pero sobre todo igualitarios, como señal de una nueva condición histórica a través de la cual se quiere volver a colocar al hombre en el centro del drama histórico de la experiencia humana. Este nuevo tiempo de la historia obliga y plantea la necesidad de reformular por enésima vez en la historia la idea de utopía.1

Esta es la clave de lectura del estudio sobre el problema y trayectoria histórica de la idea de utopía hecha por Rafael Herrera Guillén, la reformulación de dicho concepto no puede ignorar ni dejar de lado los aspectos más relevantes de lo que dicha idea ha implicado en términos teóricos y prácticos a lo largo de cinco siglos. Es decir, cuando a Tomás Moro se le ocurrió escribir y publicar su famosa ironía político-social. Para Herrera, la utopía es producto de una larga tradición histórica, política y cultural que, al conjugar dos hondas raíces de la historia de la civilización occidental -la greco-latina y la bíblico cristiana- proyecta toda una serie de imaginarios político-sociales que han modelado, se acepte o no, el propio desarrollo y evolución histórica de la Modernidad.

De este modo, la utopía es reconocida, en principio, como uno de los productos más genuinos de la historia de Occidente y como una cuestión que se convierte en la fuerza más perturbadora e inquietante para la Modernidad, en particular para la filosofía política moderna. Por ello, de acuerdo con el autor, la utopía no es ni debe ser asumida como un producto subalterno, marginal o subsidiario de los grandes sistemas filosófico-políticos de los últimos cinco siglos. Como resultado de un sistema de racionalidad crítica que no niega las pretensiones negativas, es decir, emancipadoras e igualitarias, que contiene y expone abiertamente; y a las cuales se les acusa de ser la reiterada experiencia y exposición de un insistente subjetivismo, no exento de desplantes moralinos. Sin embargo, tal cosa no deja de ser, incluso por las formas narrativas que asume, parte inevitable e incuestionable de la penetrante crítica que establece con respecto a las formas de dominación hasta hoy históricamente conocidas; pero referidas todas ellas en general a los sistemas de desarrollo y evolución de la sociedad capitalista.

Lo que la ‘correcta’ filosofía política no reconoce ni acepta del pensamiento utópico es su supuesto irracionalismo motivado por irrefrenables desplantes visionarios y proféticos, que han conducido a la presencia del terror y del totalitarismo. Sobre todo a partir de la recurrente invocación al Apocalipsis revolucionario como parte y fundamento perenne del racionalismo utópico. Y en el que confluyen infinidad de imaginarios de salvación que van desde el más chato milenarismo hasta el éxtasis alegórico de la sociedad de los iguales. Son afirmaciones como estas las que son aceptadas y son reconocidas incluso por las formas más elementales del sentido común. Pero la cuestión candente que invariablemente pone sobre el tapete de los hechos el utopismo, es no sólo encontrar la puerta de salida del Infierno; sino cómo hacer de esta tierra un Paraíso en este momento presente. Por es bastante cierto que la utopía neoliberal ofrece también el Paraíso, pero al paso en cómo van las cosas tal vez esto se logre por allá de las últimas calendas griegas.

Nadie niega que la utopía y toda la tradición utópica que se ha desparramado por tierras de Occidente y sus confines de dominación una vez que Tomás Moro escribe y publica por vez primera su reconocida e inmortal Utopía (1516), hace ya cerca de quinientos años, sea tal vez la suma de una serie de esperanzas poéticas, como es lo que advierte Herrera en su estudio histórico sobre dicho fenómeno. Lo que asume Herrera es, siguiendo a Kant, que la utopía, incluso para estos tiempos de crisis, no deja de ser un ideal regulativo. Mismo que se proyecta como fuerza vital en los intensos y dramáticos combates por la Modernidad. Es decir, por establecer definitivamente sus más preciados e irrenunciables valores. Que sintéticamente son los que -desde sus pretensiones históricas, quiso y proyecto la Revolución Francesa de 1789, como parte de un proceso de continuidad histórica que se reconoce tanto en el clasicismo grecolatino, en el cristianismo primitivo-, quiere establecer un ideal de ciudadanía universal. Pero, conviene decir que en la ya larga tradición utópica, el Descubrimiento de América desempaña también un papel central. Por ser América tierra utópica por excelencia. Tierra de promesas infinitas y esperanzas que han querido ser implementadas de múltiples formas a través de diversos ensayos y experiencias utópicas.

En este libro lo que el lector encontrará es una breve pero concisa historia de la utopía. Una historia que partiendo de las dos más firmes raíces de la historia occidental, la cultura helénica y la tradición teológica y religiosa del antiguo pueblo hebreo, llega a la modernidad como una interesante síntesis histórica que produce y promueve tanto al pensamiento utópico como a un tipo particular de acción política, social e histórica. Pero aquí no es posible comentar a detalle toda esta interesante historia que partiendo de los pueblos antiguos, llega a nosotros por diversas vías que incluyen infinidad de movimientos y acontecimientos históricos, entre los cuales sobresalen las revoluciones que forman parte de la liberación burguesa o constitución del capitalismo, así como una serie amplia de ideales y críticas a los límites y excesos de lo que a la fecha ha sido y significado históricamente el capitalismo.

De esta manera, lo que Rafael Herrera Guillén detecta es la imprescindible carga histórica, política e ideológica que sostiene a la idea de utopía. Que no es otra más que la de su cercano emparentamiento e identidad con el Humanismo. Por ello, para él como para muchos de nosotros, la muerte de la utopía significa también la negación y muerte del Humanismo. Es esto lo que se encuentra detrás del tipo de racionalidad que en el fondo resulta ser tan incompatible como inevitable e inescrutable con la larga tradición del Humanismo. Cuestión que ya bajo el dominio neoliberal se acentúa y magnifica, a grado tal de suprimir a las humanidades en la educación y formación intelectual de miles de jóvenes. De lo que se trata ahora es ya no proyectar una educación como vía y alternativa de una reforma social de hondo calado humano. E ideal de un radical planteamiento ético-político. Que, dicho de acuerdo a la poética utópica, significa negar al hombre civilizado como miembro de la raza de Caín. Fundando y estableciendo de esta forma a la Ciudad en su relación espacio-temporal, como la verdadera morada del hombre.

Lo que se quiere y pretende conquistar a través de la utopía, no es otra cosa más que reestablecer o refrendar a la dignidad humana. Cosa que se piensa es posible mediante el reconocimiento de cada hombre y mujer, de cada individuo, de cada uno de nosotros como seres humanos de carne y hueso, a un sujeto o ente individual-colectivo que participa, a través de su acción concreta proyectada por el trabajo en un todo social e histórico, en la institución, mantenimiento, desarrollo y conservación de un ethos basado en el bien común y en el bienestar social.

Lo que aquí resulta importante decir es que la negación y supuesta muerte de la utopía encierra un problema más profundo. Difícil de detectar en las relaciones de inmediatez en las que nos subsume el capital. Pues la muerte de la utopía no es otra cosa más que la negación de lograr el mayor grado posible de dignidad humana en todos y cada uno de los habitantes del planeta. De conquistar y mantener a nuestra dignidad a través del trabajo que socialmente realizamos en la noria de la vida cotidiana. Tenemos que decir así que lo que se ha corrompido y lo que nos tiene indignados, es la enorme corrupción y descredito bajo el cual ha caído la idea de trabajo humano en la reciento etapa del capitalismo. Debemos reconocer que en su estudio, Herrara nos recuerda el papel central que cumple el concepto de trabajo como base y fundamento de cualquier proyecto utópico. Es decir, el trabajo señalado como la condición de posibilidad para la construcción de un sistema de vida civil radicalmente diferente al sistema de producción capitalista.

Recuperar la idea de utopía en tal sentido y con base en el entendido de que no basta, como lo han demostrado los hechos, solamente con expresar nuestra indignación ante una realidad histórica en la que nuestras sociedades mueven y promueven la exclusión, marginación así como altas tasas de desempleo y subempleo, y en la que al parecer todo tiende a generar cuadros intolerables de pobreza extrema. Sociedades que premian al crimen y la corrupción y no al trabajo honesto y creativo. Por ello, parafraseando a Ortega y Gasset se podría decir que lo que hoy importa no es ya salvar a la circunstancia y a través de ella, salvarme yo. Pues lo urgente para todos y cada uno de nosotros es ahora salvar al trabajo. Pues si no somos capaces de salvarlo, corremos el riesgo de no salvarnos a nosotros mismos.

El punto aquí es reconocer de nueva cuenta el valor del trabajo, pero no como simple ecuación económica. Sino como parte de un proyecto radical para la dignificación humana. Siendo esto último lo que en particular quería llevar a cabo el movimiento utópico del siglo XIX a través de su íntima imbricación con los ideales socialistas. Sin embargo, hoy en que todo es tan diferente y saber que vivimos ya en un mundo que sentimos cada vez más alejado de dichos ideales, la cuestión que se nos plantea es, entonces: ¿cómo es posible salvar al trabajo cuando éste se ha convertido en un bien cada vez más escaso? Y, por lo mismo, en parte evidente de la razón de ser de la despiadada competencia. Es decir, del fundamento radical de la dogmática e ideocracia neoliberal dominante.

Respondiendo al cuestionamiento que lleva a Herrera a caer en la insistente imagen construida por el neoconservadurismo a partir del famoso estribillo de Edmund Burke, consistente en identificar a los procesos revolucionarios como errores históricos y, en consecuencia con el terror y el totalitarismo; o con la idea en que el mal radical de la modernidad se encuentra enquistado en el Estado, lo que importa es no caer en las tentaciones que puede provocar tal espectro que merodea al mundo. Sin embargo, esto lleva a cuestionar e imaginar que debe de haber una alternativa a la condición entrópica en la que nos subsume el capitalismo. De otra forma que queda más remedio que aceptar que el triunfo de la utopía neoliberal es el triunfo definitivo e impecable del capital sobre el trabajo. Un triunfo en el cual la simbiosis entre el Estado y el Mercado no sólo ha significado la cancelación de cualquier eventual proyecto revolucionario formulado con las tesis ético-políticas del utopismo y del pacifismo. Tesis que por cierto adquieren su verdadera legitimidad al reivindicar políticas claras y consistentes a través de la implementación real y universal y por fuera de todo desplante demagógico, de los derechos humanos. Por significar también la derrota visible de la idea de libertad e igualdad de los modernos. Por no decir del liberalismo y de la democracia promovida por esta relevante y trascendente filosofía política de la modernidad. Así, se puede decir que la utopía de los indignados es nuestra utopía, es decir, la de llevar a cabo una revolución histórica por medios pacíficos.

Es muy cierto que vivimos bajo la imprevisibilidad de un mundo cada vez más indignado. En el cual la incertidumbre se ciñe sobre nosotros y sobre nuestro propio futuro. Un horizonte para la praxis humana en el cual todo tiende a volverse más absurdo que nunca. Es esta la condición real para el despliegue del escepticismo y del nihilismo en el que ya no cabe la posibilidad de pensar o fundamentar nuevos escenarios utópicos. Es esto lo que después de todo muestran los niveles de desempleo masivo y la caída de los viejos sistemas de seguridad y movilidad social. Pero por lo mismo, lo que propone y sugiere Herrera, es que debemos seguir labrando sobre la fértil tierra del pensamiento utópico. De otra forma seguiremos en el páramo de la pérdida de sentido de las cosas de este mundo en el que la historia siempre ha sido más que noticiosa, al ser reflexiva y experiencia crítica. Para Herrera lo importante es estudiar y analizar las proyecciones y alcances históricos y sociales de lo que han resultado ser a la fecha los más representativos paradigmas del pensamiento utópico a través de la historia.

Lo que se quiere es también romper mitos y prejuicios. Después de todo en esto consiste la paciente labor del trabajo de reconstrucción histórica pero sobre todo de la crítica de la razón histórica. A la cual por cierto conviene no confundir con vulgares ocurrencias sobre el historicismo al sostener la impertinente creencia de que tal forma para la comprensión de la experiencia humana, nos arroja inevitable y fatalmente al Infierno del estatismo y, por lo mismo, al terror y al totalitarismo. Por ser tal visión de las cosas la que más han sabido explotar los neoliberales, queriendo mantener así en el engaño de las infinitas ventajas del mercado, a generaciones de jóvenes quienes sin un centavo en la bolsa, sueñan que ser parte de ese mundo excluyente y despiadado. Es una gran parte de las últimas generaciones las que han encontrado en el escepticismo, la inmovilidad, el nihilismo y los juegos de Nintendo, algún mínimo refugio existencial y de sentido histórico.

Ahora bien, ya para terminar, lo que urge es reformular la idea de utopía en relación a las ideas de justicia, libertad e igualdad bajo las condiciones del actual proceso histórico en el que nos encontramos. Pero creo que esto debe de hacerse en consideración a establecer la no menos urgente refundación de la problemática del trabajo humano bajo las actuales condiciones de desarrollo de la dominación capitalista.

1En un programa de radio de la UNED en España, transmitido en octubre de 2013, y posteriormente en el marco del XVII Congreso Internacional de Filosofía celebrado en la ciudad de Morelia durante el mes de abril del año 2014, me permití presentar este texto para su discusión. En dicho evento, el autor del libro aquí comentado me señaló que la idea principal del mismo nace con el movimiento de los indignados que, como se sabe, es un referente imprescindible y necesario para reformular la idea de utopía. Es, en otros términos tanto para él como para mí, una desmesurada utopía en cuanto se busca cambiar radicalmente la realidad social sin romper un vidrio; asimilando toda esa extraordinaria historia como una interesante y valiosa experiencia humana; es la buscada y anhelada utopía de realizar un cambio social sin violencia. Por ello, me decía, lo urgente ahora es, en estos tiempos turbios y dominados por las tinieblas del neoliberalismo, y por la depredación y explotación capitalista globalizada, replantear y reformular una idea que ha sido marginada dada la efectividad del poder neoliberal y global. Así nació la idea de escribir esta breve historia de la utopía, que es por cierto una valiosa aportación al movimiento de los indignados.

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