Entrevista como asiento de quienes habitaban en tiendas y criaban ganado; cuna de un linaje que buscó por sobre todas las cosas la movilidad desde un solo sitio; atractiva por lo que gestaba (Sócrates había corrido hacia ella en busca de sus semejantes); la ciudad ha dado lugar a múltiples reflexiones, tantas que ahora existen disciplinas que la han convertido en su objeto de estudio. En LiminaR. Estudios sociales y humanísticos no hemos querido obviarla y ha sido nuestra intención en este número abonar sobre su definición considerando estos tiempos y esta geografía desde la que cobra vida la revista del Centro de Estudios Superiores de México y Centroamérica.
En los cuatro primeros ensayos de este número, se reflexiona sobre la ciudad, pero sin colocarle un sello distintivo; con la mención de algunas que han sido prototípicas, se tiene en mente la que ha servido como punto de referencia al momento de pensarla con toda su complejidad: la ciudad de México proporciona todos los contrastes inimaginables. No obstante, las ciudades de la frontera sur de México parecen estar viviendo muchos de los acontecimientos que se habían pensado como propios de la ciudad capital de la nación mexicana.
En los dos cuerpos académicos del Centro de Estudios Superiores de México y Centroamérica se han abierto espacios para investigar zonas álgidas de tales ciudades fronterizas, con la intención, sobre todo, de incursionar en temáticas poco exploradas por la ciencias sociales de la región. Los cuatro ensayos que tienen la ciudad como eje de exposición son una muestra de las primeras tentativas con tal de atraer la discusión hacia estas latitudes.
Daniel Hiernaux, con “Repensar la ciudad: la dimensión ontológica de lo urbano”, abre el número: presenta un marco conceptual desde el que propone definir la ciudad. Para llegar a ello, reflexiona sobre la manera tradicional en que ésta ha sido analizada: con base en su concentración poblacional, su densidad física, por las actividades en ella existentes nada semejantes a las del campo y por los modos de vida distintos de los calificados como rurales. De lo anterior, Hiernaux colige que la dimensión subjetiva no tiene cabida en dicha definición tradicional, en virtud de que la atención se centra en lo material, en lo visible, en lo que desde la razón positiva puede ser nombrado como objetivo. Si lo económico y lo demográfico no son los parámetros indicados para su definición, entonces, ¿qué es lo que hace que una ciudad sea una ciudad?, se pregunta Hiernaux, quien, en este ensayo, construye su respuesta con base en el reconocimiento de tres dimensiones que le ayudan a repensar la ciudad: lo laberíntico, lo fugaz y lo fortuito.
Alicia Lindón, en “La casa búnker y la deconstrucción de la ciudad”, se pregunta sobre la extensión y la reconstrucción de las ciudades, y, también, sobre la manera en que se configura la vida urbana. Son dos interrogantes, por igual, cruciales. La primera se basa en un hecho constatable que ha sido definido como periferización o suburbanización, cuya complejidad va desde la promoción de los mercados de suelo irregulares, la autoconstrucción habitacional impulsada por los sectores más desfavorecidos o la edificación por parte de las clases medias y medias-altas de suburbios y barrios aislados. La segunda, relacionada con la anterior, se centra en el cuestionamiento de la idea de que con la aglomeración de casas se le da forma a la ciudad.
Lindón analiza dichas interrogantes con base en los modelos de la ciudad dispersa, de corte americano, y de la fragmentación metropolitana, éste más acorde con la realidad latinoamericana. Tal toma de posición de debe, explica Lindón, a que en ambos modelos cobra sentido lo que se denomina “entronización de la casa”, lo que le permite a ella entrar en el terreno de la resemantización de dicho espacio habitable. Situada en este terreno, propone que la ciudad sea deconstruida mediante la colocación de la “casa”, como unidad de análisis, en un sitio preponderante.
En “Ciudad, fiesta y poder”, Adrià Pujol se interroga sobre la fiesta, un instrumento que otorga razón de ser a una sociedad urbana con múltiples complejidades, y con el que la calle y la plaza, espacios cotidianos en donde la gente se encuentra, son reclamados para usarse con intensidad. ¿Quién crea la fiesta? ¿Con qué propósito? ¿A quiénes enlaza? ¿De qué manera? ¿Qué comunica y a quiénes? Ante tales cuestionamientos, Pujol sostiene que existe cierta necesidad antropológica de hacer visibles mecanismos reiterativos, ya conocidos, respecto a la forma, estructura y función de la fiesta, sin desdeñar la capacidad que ésta tiene para adecuarse a las eventualidades.
Ya sea que esté sometida a una apropiación institucional o comercial, o que ciertos sectores de la sociedad se apoderen de las que pudieran tener una factura artificial, la fiesta puede ser un espacio para la definición de lo urbano. No importa que ocurra en un pueblito, los asistentes llegados de otras latitudes, los medios de comunicación, los investigadores sociales y los productos que ahí se consuman le darán a ese espacio un carácter trasnacional, y se podrá pensar en una socialización urbana.
La fiesta, argumenta Pujol, sigue siendo un estado de excepción; un tiempo y un espacio que no coinciden con los ritmos habituales de la sociedad. Es un entorno, dice Pujol a partir de Velasco (1982: 8), en el que se produce una interacción social intensa, en el que existen actividades diversas y una serie de rituales, en el que se trasmiten mensajes trascendentes o intrascendentes y en el que se desempeñan roles no ejercidos en otro momento de la vida comunitaria. Es un contexto en el que está todo colocado para que emerjan una carga afectiva y un tono emocional con los que la gente se encontrará para crear un ambiente festivo.
No otra fiesta es la que aparece en el poema de Santiago Serrano, cuya configuración de un tipo de mujer, situada en una ciudad norteamericana, es la que explora Carlos Gutiérrez Alfonzo en el texto “Yo adoro a una rubia norteamericana”. Se trata ésta de una lectura que, en primera instancia, llama la atención sobre un poema escrito -según fecha consignada, en 1917, y en el que por primera vez aparecen anglicismos- por un autor chiapaneco; y en segunda, ejercita una forma de enlazar lo local con lo universal.
Muchas son las zonas aún inexploradas del amplio espectro de la cultura de Chiapas, no circunscrita a ciertas temáticas, como se pudiera pretender, y sí rica en matices, uno de los cuales es visitado por David Martínez Vellisca, quien da a conocer en el texto de él que aquí se publica -“Una aproximación biográfica a don Fermín José Fuero: obispo de Chiapas”, y con el que se abre la sección no temática- la vida peninsular de un obispo chiapaneco. Pero no todo se reduce a ello; deja ver también cómo en una época las individualidades iban creciendo al amparo de los lazos familiares y de la estructura religiosa. Martínez Vellisca incide en una veta para la realización de investigaciones complementarias, de uno y otro lado del Atlántico, con las que se siga escribiendo la historia de este estado del sur del país.
¿Cuando no existe ni una familia ni una dependencia eclesiástica mediante las cuales se pueda acceder a puestos de trabajo, qué puede hacerse, cuál puede ser el destino de los jóvenes? Con base en la Encuesta Nacional de Empleo Urbano y la Encuesta Nacional de la Juventud, Marco Antonio Leyva Piña y Javier Rodríguez Lagunas, en “El lugar que ocupa el trabajo en los jóvenes mexicanos”, reflexionan sobre la concepción que tienen los jóvenes sobre el trabajo. Llevan a cabo, primero, un recorrido por las formas en que se ha analizado la relación entre el trabajo y los jóvenes. Y, en segundo, exponen los datos de la encuesta en los que, entre otros, aflora que los jóvenes mexicanos -quienes se emplean, sobre todo, en el sector de los servicios- no desdeñan el trabajo, no lo ponen en tela de juicio, pero sí lanzan sus críticas sobre el salario, que al ser precario limita sus posibilidades de realización personal.
Al vivir en un mundo globalizado, se tiende a atenuar las desigualdades entre los países. Los autores llaman la atención sobre la pertinencia de no borrar las diferencias históricas y actuales respecto al trabajo y la producción, según se conciben en los países latinoamericanos. Es preciso observar con atención cómo en las sociedades subdesarrolladas existen causas, sentidos y posibles soluciones a problemas como el desempleo o la manera en que los jóvenes conciben el trabajo y se incorporan a la estructura laboral.
Y si de diferencias se trata, no ha llegado en mal momento el recuento que sobre el concepto de la diferencia, desarrollado por Derrida, realiza Alejandro Sacbé Shuttera en su texto “Derrida: la estructura desplazada y el problema de la Différance”. Shuttera parte de la crítica que Derrida hizo, a la manera de Nietzsche, de la historia de la filosofía, que había sido una historia del enmascaramiento de los conceptos y valores que Occidente ponderó como supremos. Después de ahí, se dedica a mostrar cómo Derrida va configurando el concepto de la diferencia.
En la sección de Documentos, Víctor Manuel Esponda Jimeno entrega uno elaborado por Vicente Pineda y relacionado con la polémica decisión de Emilio Rabasa, ocurrida en 1892, de trasladar los poderes políticos de San Cristóbal de Las Casas a Tuxtla Gutiérrez. Pineda arremete contra el político tuxtleco. En el documento se percibe cuán acalorada fue la recepción entre los sancristobalenses de tal determinación.
Se cierra este número con tres reseñas: en la primera se habla sobre las crónicas que el autor del libro escribe con base en sus andanzas por una ciudad del occidente de México. En la segunda, se dilucida sobre el libro más reciente de Eric Luke Lassiter, quien se ha empeñado en construir una etnografía colaborativa. En la tercera, se escribe sobre la investigación realizada en Guatemala tomando la marimba como objeto de estudio y el lugar que ésta ocupa entre los k’iche’ achí del Rabinal, en el departamento de Baja Verapaz.