Aun cuando parezca sorprendente, sobre todo al tratarse de personas que podría suponerse que tienen conocimientos históricos, existen quienes consideran que no existe razón alguna para hablar de Fidel Castro. “Ya está muerto”, externarían, “entonces ya qué decir, ya no está”. Sin embargo, para los estudiosos de la historia de América Latina, aun cuando esa actitud es inaceptable y aunque debería pensarse que esa consideración debería dejarse de lado, no es recomendable hacer caso omiso de tal comportamiento. Por el contrario, ese tipo de comentarios, en muchas ocasiones hasta burlones o altaneros, constituyen una buena razón para estudiar, reflexionar e interpretar el curso que ha seguido tan polémica figura —así como el proceso político que encabezó— en el panorama histórico latinoamericano y mundial. Patricia Calvo, quien es licenciada en Periodismo (2004), con un máster en Historia Contemporánea (2009) y doctora en Historia Contemporánea (2014) por la Universidad de Santiago de Compostela (USC, España), e integrante activa dentro del grupo de investigación HistAmérica de esa misma casa de estudios española, con su obra ¡Hay un barbudo en mi portada! La etapa insurreccional cubana a través de los medios de comunicación y propaganda 1952-1958, nos ofrece un formidable ejemplo de lo todavía mucho que se puede decir sobre el afamado guerrillero, y también alrededor de todo el complejo proceso revolucionario cubano.
No puede negarse lo mucho que se ha escrito sobre el tema. ¡Muchísimo! Tan solo al teclear la palabra Fidel Castro en el sistema de búsqueda bibliográfico worldcat, la cantidad resultante es de 21 579 referencias documentales, con un número de 13 263 al hacer la búsqueda con el parámetro “Fidel Castro Cuba”. El número es de 2 777 cuando se solicita información sobre “Fidel Castro and the Cuban Revolution”, y de 938 con “Fidel Castro Revolución cubana”, es decir en español. Aun cuando en esos datos (obtenidos a finales de 2021) deban considerarse títulos repetidos, o con diferentes ediciones, traducciones de un mismo ejemplar a diversos idiomas, o tomos que no se relacionen de manera directa con aspectos estrictamente vinculados a la política, sí permiten contar con una noción de cuál es la importancia del asunto de Castro y el movimiento por él generado en el plano de la lucha por el poder político y por el cambio social en América Latina y algunos territorios del otrora llamado Tercer Mundo.
Podría sostenerse que la pregunta guía del trabajo de Patricia Calvo es aquella que se encamina a indagar cómo fue que un reducido grupo de rebeldes logró mantenerse como vanguardia de lucha armada, tal como lo fue el caso del Movimiento 26 de Julio (creado luego de la salida de Fidel y sus compañeros prisioneros de la Isla de Pinos, el 15 de mayo de 1955), el cual se perfiló como organización política que encabezaría la lucha contra el golpista Fulgencio Batista. El material que la investigadora española nos ofrece, en ¡Hay un barbudo en mi portada! La etapa insurreccional cubana a través de los medios de comunicación y propaganda 1952-1958, propone que la presencia de los medios informativos es el factor que explica la difusión del proyecto ideológico político castrista. Sustenta que, dentro de sus funciones, periódicos y revistas jugaron un papel propagandístico del idealismo que se manifestó por parte de aquellos insurrectos. Gracias a lo allí publicado, afirma Calvo González, es que el Movimiento 26 de julio (que adoptó su nombre de la experiencia del día 26 de julio de 1953, cuando se intentó asaltar al Cuartel Moncada, sito en la ciudad de Santiago de Cuba) pudo contar con algunas condiciones que le favorecieron para encaminarse hacia un triunfo político.
A partir de otra serie de preguntas, que la propia autora se formula en su texto, se permite a los lectores saber cuáles son los caminos que recorre el libro: “¿en qué términos se produjo la relación entre los revolucionarios y la prensa?, ¿qué estrategias siguieron los guerrilleros para despertar el interés de los medios internacionales?, ¿cuál fue el papel que tuvieron los periodistas, locales o foráneos, que estuvieron en Sierra Maestra?, ¿qué imagen de la guerrilla trasladaron al mundo?” (21). Patricia Calvo estructura sus respuestas a lo largo de su escrito. Ofrece su interpretación a través del seguimiento que hace sobre la influencia que alcanzaron las empresas mediáticas ante la opinión pública. La atención puesta en los materiales hemerográficos, que son la principal materia prima del libro, se utiliza de manera excelsa, para así calibrar el valor que las publicaciones analizadas en la investigación otorgaron al proceso político cubano.
Apoyada en la consulta inicial que realizó en aquellas referencias historiográficas que mencionaron de manera tangencial el caso de la participación de los medios de comunicación en la transmisión de los acontecimientos de la lucha rebelde, la meta de la autora es la de profundizar en los distintos ámbitos informativos que ofrecieron su atención a la temática. Para ello, organiza su estudio en una presentación de la perspectiva que salió de la prensa dentro de la propia Cuba; de igual forma, examina aquellas publicaciones que surgieron dentro del seno de los grupos insurrectos, y amplía el horizonte estudiado al dar espacio a un examen de los periódicos y revistas que desde el plano internacional atendieron el caso de “los barbudos”.
Antes de presentar a los lectores aquellos tres grandes grupos, la autora ofrece un capítulo con el panorama histórico, el cual permite contar con un marco encaminado a comprender de una mejor manera el ambiente político revolucionario, así como su conexión con el desarrollo del mismo a través de los medios de comunicación periodística. Desde allí se aprecia el trabajo de detección y de consulta de una bibliografía especializada, lo cual revela la revisión de distintos acervos, tanto cubanos como europeos; así como también se hace evidente la empeñosa labor que se encaminó a realizar entrevistas en la propia isla caribeña. No obstante, es preciso mencionar un primer aspecto que se detecta dentro de este interés por presentar un contexto que explique históricamente el ambiente de la lucha por el poder en Cuba. Se trata de aquel que muestra una dificultad patente al condensar toda una trayectoria histórica en un capítulo, lo que lleva a encontrar que, o bien existen saltos temporales que crean “lagunas” informativas, o bien refieren los acontecimientos de sucesos o pasajes temporales, a veces de hasta un año, que se mencionan en unos pocos renglones. Pero de cierta manera es normal encontrarse con este tipo de situación, toda vez que la historia de Cuba es sumamente dinámica. Se requeriría una obra enciclopédica para poder contar con, al menos, una historia digna sobre los antecedentes históricos del proceso político, insurreccional y revolucionario, de los periodos de la lucha contra Fulgencio Batista y los primeros años posteriores al triunfo castrista.
Respondiendo al curso que siguió la conflictiva situación generada por el afán de poseer el poder político cubano, el estudio de la doctora Calvo se ocupa de la presencia que tuviera el Movimiento 26 de Julio en los espacios noticiosos de los años a los que ella dedicó su pesquisa (1952-1958). Ofrece una visión amplia de la trayectoria seguida por tal organización, en donde se situaría Fidel Castro como figura de primer orden, y en ella resalta la referencia que apunta hacia la vinculación que tuviera aquel movimiento con aquella otra fuerza política, la fundada por Eduardo Chibás, a saber, el Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo). Se trata de un asunto, el de la relación entre el ortodoxismo y el 26 de Julio, que en contadas ocasiones apenas alcanza un nivel de la mención mínima, y que, por lo mismo, vale la pena destacar la consideración de que es objeto en el libro que se reseña. Ahora bien, debe decirse, de manera puntual, que tanto la laudatoria historiografía oficial, así como aquella que se preocupó más por resaltar el lado “rojo” del castrismo, la que vilipendiaba el supuesto perfil comunista de aquellos años, generaron la desatención que existe en la vinculación entre Chibás y Castro, convirtiéndose entonces dicha relación en una temática histórica de la cual hace falta poner mucha atención en los estudios sobre el proceso político cubano.
Periódicos, semanarios, censura, censores, revistas en resistencia, clandestinidad mediante texto y gráfica, Estado y propaganda, mass media internacionales, periodistas, testimonios y artículos, persecución política, lucha por la libertad de expresión, todos son interesantes aspectos que aparecen ante los ojos de los lectores de ¡Hay un barbudo en mi portada! Así es que, por lo mismo, los lectores interesados podrán acercarse a una temática con ángulos diversos dentro del libro.
Para terminar estos comentarios, va una acotación que, al menos para quien esto escribe, es una nota hacia algo que se vislumbra como una cierta ausencia. Nos referimos al análisis que, acaso en una forma mínima, pudo haberse intentado para reflexionar sobre la mancuerna existente entre imágenes y textos en muchas de las fuentes trabajadas. Sin duda que la autora mucho podrá decir en futuras publicaciones al respecto. Por el momento, su obra ya marca una necesidad de tomar en cuenta esa tarea. La representación iconográfica de los “barbudos”, del “gran barbudo”, se sitúa en un primer plano, como uno de más de los muchos temas que, gracias a la obra de la doctora Patricia Calvo, se distinguen como pendientes, pese a quienes sostengan que “Fidel ya está muerto”, que ya no hay nada más qué decir del impacto que, tanto él como la Revolución cubana, tuvieron en la vida política latinoamericana y que tienen dentro de los procesos del conocimiento histórico. Afirmaciones que, ya por la existencia misma de la obra comentada, fácilmente se desdicen.