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Migraciones internacionales
versión On-line ISSN 2594-0279versión impresa ISSN 1665-8906
Migr. Inter vol.2 no.2 Tijuana jul./dic. 2003
Artículos
Crisis cafetalera y migración internacional en Veracruz
Francis Mestries Benquet *
* Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco
Fecha de recepción: 5 de septiembre de 2003
Fecha de aceptación: 24 de noviembre de 2003
Resumen
En este articulo se analizan las causas y los efectos socioeconómicos de la migración internacional de los campesinos cafeticultores de la cuenca Jalapa-Coatepec en el estado de Veracruz. Veracruz se ha convertido en los últimos años en uno de los estados que expulsa más mano de obra a los Estados unidos. La crisis de las actividades agrícolas e industriales tradicionales del estado y los efectos regionales de la crisis cafetalera internacional son los determinantes macroeconómicos principales de los flujos migratorios en esta región. se exploran las condiciones del proceso migratorio, el perfil sociodemográfico de los migrantes, el monto y uso de las remesas y los cambios producidos por la crisis cafetalera y la migración masiva internacional en la economía doméstica y la estructura productiva agraria. Finalmente, se indaga la situación de las mujeres que permanecen en Veracruz y se recalcan sus dificultades para enfrentar su nuevo papel de jefas de familia de facto pero no de jure.
Palabras clave: migración internacional, crisis agrícola, café, Veracruz, Estados Unidos.
Abstract
This article analyzes the socioeconomic causes and effects of international migration by campesino coffee growers from the Jalapa-Coatepec basin of the state of Veracruz. Recently, Veracruz has become one of the states that sends the most migrant workers to the united states. The crisis in traditional agricultural and industrial activities in the state and the regional effects of the international coffee crisis have become the principal macroeconomic determinants of migratory flows in the region. The article explores the conditions for the migratory process, the sociodemographic profile of the migrants, the size and the use of remittances, and the changes wrought on the domestic economy and agricultural productive structure by the coffee crisis and mass international migration. Finally, the situation of the women who remain behind in Veracruz is investigated, and the difficulties they face in their new role as de facto but not de jure heads of family is emphasized.
Keywords: international migration, agricultural crisis, coffee, Veracruz, United States.
Introducción
En este trabajo estudiamos los efectos de la crisis cafetalera en el incremento de los flujos migratorios hacia los Estados Unidos en la cuenca cafetalera de Jalapa-Coatepec, una de las más importantes y conocidas regiones productoras del grano aromático del país. Veracruz pasó, de ser un estado que atraía mano de obra de otras entidades hacia su agricultura y sus polos industriales y petroleros, a ser uno de los principales expulsores de trabajadores hacia otras entidades y al extranjero, pese a su riqueza en recursos naturales y su relativa urbanización e industrialización. Sin embargo, la crisis agrícola general por la que atraviesa ha sido uno de los principales detonantes de esta mutación demográfica. El artículo consta de tres partes: primero se analizan la evolución demográfica y las dimensiones del proceso migratorio en Veracruz; luego se indagan las causas actuales de la migración de origen rural, con énfasis en la crisis cafetalera en sus tres niveles: internacional, nacional y regional, y posteriormente se exponen los resultados de una investigación sobre la migración en varias comunidades de la cuenca, que buscó echar luces sobre las motivaciones de los migrantes, sus redes sociales, el uso de las remesas y los efectos de la migración en los ingresos familiares, en la actividad agrícola, en el mercado de tierras y en el rol de las mujeres de los migrantes.
La migración a los Estados Unidos: pautas y determinantes
Evolución demográfica y saldos migratorios
Veracruz es el tercer estado más poblado del país y durante largo tiempo observó una tasa de crecimiento demográfico similar a la del país en general, tasa que incluso rebasó en los años sesenta y setenta. Sin embargo, en la década de los ochenta esa tasa cayó a 1.5 por ciento anual y en los noventa se estancó en una cifra apenas superior a 1 por ciento: en la segunda mitad de esta década el estado difícilmente logra reproducir su población, con sólo 0.6 por ciento de crecimiento anual (Chávez, 2000), e incluso disminuyó entre 1998 y 2000 de 7 176 000 habitantes a 6 901 111 (Pérez, 2001). Así, Veracruz ocupa ahora el cuarto lugar más bajo de crecimiento poblacional entre los estados del país (Chávez, 2000). La misma tendencia se observa en la población rural, que representa aún 41 por ciento de la población total, pero se estancó en números absolutos desde 1995, lo que podría ser un indicador de la crisis agrícola que padece el estado, en especial en sus dos sectores más importantes, el cafetalero y el azucarero, o de un proceso de tecnificación agrícola, poco probable en las condiciones actuales.
El saldo migratorio del estado en el 2000 fue muy negativo (-10.33%), con casi 20 por ciento de su población fuera de la entidad (INEGI, Censo General de Población y Vivienda, 2000). Después de haber sido un estado que atrajo población en los sesenta y setenta, se convierte en expulsor en los años ochenta. según Chávez, el saldo migratorio neto, estimado a partir de la diferencia entre crecimiento natural proyectado y crecimiento total, alcanzaría 159 mil habitantes de pérdida por año entre 1995 y el 2000, concentrada en los últimos tres años de la década. En síntesis, desde 1997 Veracruz es el tercer estado más expulsor de migrantes del país.
Otro indicio de la tendencia migratoria laboral de Veracruz es la caída del índice de masculinidad, de 97 por ciento en 1995 a 94 por ciento en el 2000 (INEGI, idem), más acentuada en las edades productivas (de 20 a 39 años): por ejemplo, en Jalapa, la capital, fuertemente aquejada por la emigración, ese índice cae a 81 por ciento. Los municipios cafetaleros de la cuenca, como Teocelo, Cosautlán, Naolinco, Jilotepec, Emiliano Zapata, que ya tenían tasas de crecimiento poblacional apenas superiores a 1 por ciento entre 1990-1995, debido a la migración disminuyen su tasa a menos de la unidad de 1995 al 2000. En efecto, la población de los estratos de edad de 15 a 29 años se estanca o se reduce, lo que indica un éxodo de jóvenes, y disminuye el número de niños, denotando un envejecimiento de los habitantes.
Dimensiones del proceso migratorio
Si bien la migración interna predomina todavía en una proporción de 65 por ciento (Chávez, 2000) y se dirige crecientemente a la frontera norte para trabajar en las maquiladores, en lugar de tomar rumbo al Distrito Federal y los estados de México, Puebla o Oaxaca como antes, la migración internacional es una opción cada vez más preferida por los veracruzanos, particularmente desde el inicio de la recesión económica en 2001 y el cierre de maquiladoras. La participación de los jarochos en el flujo migratorio internacional representó ya casi 5 por ciento del total nacional (equivalente al peso demográfico del estado en la población del país), con lo que Veracruz se colocó en el quinto lugar en cifras absolutas, rebasando a estados de tradición migratoria arraigada, como Zacatecas (INEGI, idem).1
La migración internacional de los veracruzanos aumentó casi 50 por ciento entre 1990 y 1995, y según el Consejo Nacional de Población (Sur, 24 de septiembre de 2001) en los últimos cinco años uno de cada 20 hogares perdió a uno o más miembros que migraron a los Estados Unidos. La migración alcanzó a la mayor parte de los municipios del estado y a las principales ciudades, como Jalapa y Veracruz. En muchas comunidades encontramos, según las autoridades locales, intensidades migratorias mayores a 10 por ciento, como en Chiltoyac, municipio de Jalapa. Se han detectado localidades cafetaleras de la sierra de Misantla, de Naolinco y de Atzalan con un índice de migración de hasta 20 por ciento o más. Los pueblos se van vaciando de sus hombres jóvenes, las colas en las casetas telefónicas para llamadas internacionales se hacen interminables y la vida de las localidades rurales depende cada vez más de los giros bancarios mensuales enviados por los migrantes, en particular en la zona centro (sierras de Misantla y de Chiconquiaco, zona de Jalapa-Coatepec, valle del río Actopan, zona de Cardel, etcétera), la región de Córdoba-Orizaba (Cuitláhuac, Yanga), la zona sur (Acayucan, Hueyapan de Ocampo, y los Tuxtlas, Cosoleacaque, Las Choapas) y la cuenca del Papaloapan (Chacaltianguis, Cosamaloapan, Tres Valles) (Zamudio y Chávez, 2002).
Se trata de una diáspora de hombres jóvenes: 78 por ciento de los migrantes internacionales tienen entre 15 y 34 años y 78.5 por ciento son hombres, pero el porcentaje de mujeres (21.5%) es superior al de otros estados tradicionalmente expulsores (INEGI, idem), lo que refleja un aumento de la participación femenina en la aventura migratoria, principalmente por razones laborales. El carácter ilegal de 90 por ciento de los migrantes al norte convierte el viaje en una odisea sembrada de riesgos y de obstáculos, larga y costosa, que puede ser mortal, debido a los lugares inhóspitos de cruce de la línea, como el desierto de Yuma, en Sonora-Arizona, donde murieron 16 veracruzanos oriundos de comunidades cafetaleras en mayo de 2001. Acechan bandas de asaltantes "cholos" o de policías y rancheros anglos racistas, y también está la falta de escrúpulos de los "polleros" o "coyotes", quienes a menudo abandonan a los migrantes en medio del desierto o de la sierra.
Es también una migración de larga duración, mayor a un año y a menudo de dos a tres años, tiempo necesario para ahorrar algo, con el bajo salario promedio que la mayoría de los veracruzanos ilegales cobra en los Estados Unidos, después de saldar la cuantiosa deuda contratada para pagar al "pollero". Los tiempos se alargan también por la dificultad y el costo de volver a cruzar la línea cuando se quiere regresar temporalmente al país.
Los migrantes se asientan en varios lugares distintos de la Unión Americana, y no parece haber un polo dominante de atracción: Chicago (Illinois), Indiana, Wisconsin (Milwaukee), Texas (Dallas), Georgia (Atlanta), las Carolinas, Florida, California (Los Ángeles), Nueva York, Nueva Jersey, etcétera. Esta dispersión de los destinos según la región de origen denota la alta movilidad geográfica de los migrantes jarochos (Ramírez y Romero, 2002; Pérez, 2000). La condición laboral itinerante de la mayoría refleja el carácter precario de sus empleos y la incipiente generación de "comunidades hijas" de veracruzanos en los Estados Unidos. Trabajan en su mayoría como obreros fabriles y como empleados sin calificación en hoteles y restaurantes. su nivel educativo promedio es bajo (primaria y secundaria), aunque ahora hasta los bachilleres y licenciados migran. Los circuitos migratorios de los veracruzanos siguen tres rutas principales, donde se conectan migración interna y migración internacional: el primero se dirige a los campos agrícolas del noroeste de México, donde a menudo son engañados por los enganchadores con promesas de salarios y empleos, por lo que se regresan a Veracruz como pueden o tratan de cruzar a California para seguir los ciclos de cosechas hortofrutícolas; el segundo parte del sur de Veracruz y llega a las maquiladoras de Chihuahua y Tamaulipas, estados trampolines para cruzar la línea, y el tercero se dirige directamente a las ciudades norteamericanas cruzando por sonora, Tamaulipas o Coahuila (Pérez, 2000:76). La gente sale directamente del campo o se va primero a las colonias populares de las ciudades, que sufren una penuria de servicios por este éxodo rural masivo, como Jalapa, y luego, ante la escasez de empleos y los bajos sueldos en la ciudad, enfila al norte.
La migración internacional empezó con la Revolución, cuando algunos obreros de fábricas textiles de Orizaba emigraron al norte; luego se amplió con el Programa Bracero, cuando un pequeño grupo de veracruzanos fueron contratados (0.25% solamente del total de braceros, pues el estado no tenía grandes problemas de desempleo), y posteriormente aumentó en la segunda mitad de los años ochenta a consecuencia de las legalizaciones de la Ley Simpson-Rodino y del deterioro de la situación económica y del empleo en el estado.
Sin embargo, el grueso de la migración internacional es reciente, pues las tres cuartas partes de los entrevistados tuvieron su primera salida desde 1998 o 1999; esto explica la poca consolidación de sus redes migratorias. En síntesis, la diáspora veracruzana a los Estados Unidos es compulsiva, arriesgada y dolorosa.
Crisis cafetalera y efectos en la región
Crisis internacional
El café es un producto tradicional de exportación de los países subdesarrollados de la franja tropical y de importación por los países desarrollados, que han fomentado su introducción en aquéllos, controlado su transformación y comercialización internacional por medio de sus empresas transnacionales e influido en los precios mediante la manipulación de inventarios y maniobras especulativas en las bolsas de Nueva York y Londres, ya que el café no es sólo un producto de intercambio y consumo, sino también un instrumento de transacciones financieras. En consecuencia, el mercado cafetalero ha sido sumamente inestable, con enormes fluctuaciones de precios en un mismo año y ciclos de altibajos de cinco años en promedio, producto de las variaciones bruscas de la producción por factores climáticos y socioeconómicos en los grandes países productores, como Brasil, y de las variaciones del consumo per cápita en los países importadores, oscilaciones acentuadas por la política especulativa de las empresas torrefactoras transnacionales y de los operadores de bolsa.
Hasta 1989 existía un mercado regulado por un doble acuerdo: sobre precios y volúmenes entre países productores y consumidores, y sobre cuotas de exportación entre países productores en el marco del convenio económico de la Organización Internacional del Café (OIC), lo que al menos estableció cierto equilibrio entre la oferta y la demanda y una relativa estabilidad en los precios. Sin embargo, la ruptura de las cláusulas económicas de la OIC por la inconformidad de los países consumidores y de un grupo de países exportadores insatisfechos con sus cuotas, en particular México, instauró el libre mercado y produjo un desplome de 60 por ciento en los precios a consecuencia del desequilibrio entre una producción creciente y un consumo mundial estancado. En efecto, "con la renta cafetalera generada (por precios favorables al amparo del convenio de la OIC) se fomentaron nuevas plantaciones", se introdujeron nuevas tecnologías y variedades más productivas (como en Brasil, que produce 40 por ciento del café mundial), provocando un alza de los rendimientos, lo que condujo a una sobreproducción mundial, a la acumulación de reservas en los países consumidores y a la caída de los precios (Bartra, 2003:73). La acumulación de inventarios llegó a 40 millones de sacos de 60 kilogramos en 2002, los más altos de la historia (OIC, 14 de junio de 2003). El estancamiento de la demanda, a su vez, se derivó de la caída del consumo per cápita en los grandes países consumidores, a raíz de la competencia de los refrescos al café y de las campañas de salud que satanizan a esta bebida como causa de males del corazón (Santoyo, Renard et al., 1992), no compensada por la emergencia de nuevos países consumidores. En consecuencia, hubo un excedente de más de siete millones de sacos en 2002 (OIC, idem). Además, el mercado se segmentó entre un consumo masivo de café de mala calidad, como el soluble, promovido por las transnacionales, y un pequeño pero creciente mercado de café gourmet (L. Hernández, 2002:11). Fue así que la demanda de tipos de café cambió, pues las compañías solubilizadoras están empleando más café robusta, de menor calidad (Celis, 2 de noviembre de 2002), lo que afectó a países que producen arábica, como México, cuyos precios cayeron en mayor medida.
Esta sustitución tiene que ver con la segunda fase de la crisis iniciada en 1998, que es resultado de la irrupción masiva de nuevos países productores, como Vietnam e Indonesia en los años noventa, que producen robusta y cuyas plantaciones fueron estimuladas por programas de financiamiento de organismos internacionales como el Banco Mundial, y que desplazaron a los exportadores tradicionales (entre ellos México) gracias a sus bajos costos salariales y de la tierra, equivalentes a la quinta parte de los de nuestro país (Celis, idem). Así, Vietnam decuplicó su producción en 10 años y se colocó en el tercer lugar mundial, seguido por Indonesia, relegando a México al quinto. Esto generó una sobreproducción mundial y un desplome de los precios aún mayor, de 70 por ciento entre 1998 y 2002 (Bartra, 2003:73), que en 1989. Las empresas procesadoras transfirieron el impacto de la caída de los precios a los países exportadores y a los productores (L. Hernández, 2002).
Frente a la crisis, los países productores de América Latina intentaron reconstruir alianzas y crearon en 1993 la Asociación de Países Productores de Café (APPC), pero no han podido poner en práctica cabalmente los planes de retención y destrucción del café de mala calidad acordados en la OIC (Celis, 22 de septiembre de 2002): sólo se logró cumplir con la destrucción de 5 por ciento de la producción mundial. La acumulación de inventarios en los países consumidores y su falta de interés (y la de sus compañías) en la regulación del mercado mundial, junto con los desacuerdos entre los países productores, son formidables obstáculos al ordenamiento del mercado y a la recuperación de los precios del café, con lo que los productores son las principales víctimas de la liberación del mercado global: "La crisis puede verse como una transición inconclusa, un traumático cambio de época entre la fase del mercado intervenido y la de total desregulación" (Bartra, 2003:72).
Crisis del café mexicano
Las repercusiones de la crisis han sido más graves en México por la pérdida de competitividad del café mexicano. Si bien éste ha sido genéricamente un café de buena calidad ("otros suaves") por su altura, variedad (arábica) y procesamiento (lavado), sus costos de producción han sido de los más altos del mundo, superiores en 13.5 por ciento a los de Centroamérica, que produce también "otros suaves" (Santoyo y Renard, 1992), lo que coloca a México en el decimoséptimo lugar de los 19 principales países productores. Esto se deriva de sus bajos rendimientos promedio (alrededor de 11 quintales por hectárea de café verde en el 2000) (Consejo Mexicano del Café CMC, 2003), producto del uso de tecnologías y variedades tradicionales por la mayoría de los productores, minifundistas en un 90 por ciento, con huertas de 1.32 hectáreas en promedio. Este atraso tecnológico se acentuó con la liquidación del Inmecafe en 1992 y la ausencia de una política de investigación y divulgación de largo plazo por parte del gobierno. El Consejo Mexicano del Café, que sustituyó al Inmecafe pero que en los hechos sólo es un organismo que sirve para concertar, informar y promover, no apoya la asistencia técnica, ni el financiamiento, ni la normatividad ni el consumo del café.
Esto va en detrimento de la calidad del café mexicano, que ha caído desde la crisis cafetalera en 1989-1994 (Martínez, 2001) como resultado de la descapitalización y falta de financiamiento de los productores. Los pequeños productores (la gran mayoría) no pudieron renovar sus cafetos ni mejorar las variedades, y muchos ya no realizan labores de cultivo en sus huertas. Se perdió así, en los años noventa, la oportunidad de modernizar la cafeticultura mexicana, que se enfrentaba a un mercado global más competido y liberalizado.
A esto se agrega la falta de control de calidad por parte de los productores y sus organizaciones y la ausencia de una política de premios a la calidad por parte de las compañías compradoras ("beneficios" y exportadoras), que mezclan cafés de buena y mala calidad. La caída de la calidad y su variabilidad han acarreado castigos de hasta cinco dólares por 100 libras al precio del café mexicano, que ha fluctuado hasta 30 por ciento en años anteriores (Celis, idem).
Además, la Nestlé, con otras compañías solubilizadoras, ha presionado al gobierno para liberalizar las importaciones de café robusta, de bajos costos y precios, para sus mezclas, logrando en 1996 que se autorizara una cuota equivalente a 3 por ciento de la producción nacional, lo que significa entre 10 y 15 por ciento del mercado interno (Juanicó, 1997:51).
A la pérdida de mercados internacionales y a la competencia de las importaciones en el mercado interno se suma el estancamiento de este último, caracterizado por un consumo per cápita de los más bajos del mundo (700 gramos al año) y en declive: cayó 11.54 por ciento entre 1984 y 1995, a consecuencia de la baja del consumo de café tostado y molido no compensada por un aumento del de café soluble (Claridades Agropecuarias, 1997:15-16). La falta de una cultura de consumo de café en México, en especial de café de buena calidad, es el principal obstáculo para la búsqueda de solución a la crisis vía expansión del mercado interno, que consumió sólo 1 191 000 sacos en 2002 de una producción de cuatro millones (CMC, 2003).
En consecuencia, la debacle cafetalera mexicana se ha expresado en una caída de la producción, de 4 815 000 sacos en el 2000 a sólo cuatro millones en 2002 (-17%), y en el desplome de las exportaciones, de 5 303 704 sacos a sólo tres millones (-43.4%), según la OIC, estimándose una caída adicional de 21 por ciento en 2003. Esto refleja una pérdida acelerada de mercados, que origina pauperización masiva de los productores, desempleo en los cortadores, migración masiva e intranquilidad social, y amenaza la reproducción de un sector vital de la agricultura mexicana.
La estructura de la comercialización agrava aún más la situación de los pequeños productores, pues muchos, en especial en Veracruz, venden su café en cereza, por lo que tienen que colocar su producto lo más pronto posible so pena de perder calidad, y al no tener vehículos para transportarlo, son presa de los intermediarios itinerantes (Claridades Agropecuarias, 1997:16-17). La cadena de intermediación se amplía, así, del productor al "coyote", de éste al "beneficio" y de éste a la compañía exportadora, lo que merma el magro ingreso del productor: "El café ha pasado a ser una rama regida por el coyotaje, el acopio y la comercialización desleales... "El papel del Estado ha sido sustituido por "unas pocas empresas transnacionales que fijan los precios discrecionalmente en base a su poder monopólico" (P. Hernández, 2000:13-14).2 Estas compañías no están dispuestas a proponer contratos de producción con precios mínimos debido a la inestabilidad de las cotizaciones. Además, los compradores (grandes productores, "beneficios") están al tanto de los precios internacionales día por día y se ponen de acuerdo sobre el precio a ofrecer, de ahí que su pago no corresponde al precio en bolsa (Consejo Regional del Café de Coatepec Corecafeco, 21 de febrero de 2003). Por lo tanto, el mercado es oligopsónico, y sumamente cambiante y opaco para los pequeños productores.
Efectos socioeconómicos en la cafeticultura veracruzana
Veracruz es el tercer estado productor del país, luego de haber sido el segundo hasta los años noventa, y tiene una tradición cafetalera añeja que se remonta a finales del siglo XIX. Los cafés de Córdoba y Coatepec han sido reconocidos en el mercado internacional debido a sus cualidades de altura, clima y suelo. Se obtienen rendimientos medios de 11 quintales por hectárea, gracias a un paquete tecnológico de tipo agroquímico, a nuevas variedades más productivas y a un cultivo de sombra. La superficie cultivada se incrementó más de 50 por ciento de 1970 a finales de los años noventa, hasta alcanzar 150 mil hectáreas, y el número de productores pasó de 30 mil en 1978 a 77 mil en 2002 (se multiplicó por 2.5). En consecuencia, la superficie media por productor disminuyó en más de un tercio desde 1992, para ubicarse en sólo 1.95 hectáreas. Así, 70 por ciento de los cafeticultores tenían hasta dos hectáreas; 22 por ciento, de dos a cinco hectáreas, y sólo 8 por ciento, más de cinco hectáreas (Bartra, 2003:67; Claridades Agropecuarias, 1997:9-10). El minifundismo es, pues, general tanto en el sector ejidal como en el privado. Sin embargo, aunque en ciertas zonas (como Coatepec) algunos finqueros tienen extensiones medias (10 hectáreas), un pequeño grupo llega a tener huertas grandes (50 hectáreas) y ejerce un control sobre otras fincas más pequeñas mediante el crédito, la asistencia técnica, el beneficiado o la comercialización, con lo que amortigua sus pérdidas por la baja del precio al diluirlas entre los productores subsidiarios (Nolasco, 1992:57).
La primera crisis cafetalera (l989-1994) y la helada de 1989, que asoló a gran parte de la sierra central, causaron una caída de 60 a 70 por ciento del ingreso de los productores, por el desplome de los precios internacionales y la destrucción de los cafetales, y propiciaron una primera oleada migratoria internacional de origen rural, básicamente desde la sierra de Misantla (Wiggins et al., 1998). Una investigación pionera, realizada por Odile Hoffmann, Bethy Portilla y Elsa Almeida en 1993 en la cuenca de Coatepec, encontró que la crisis del café y la desaparición de los apoyos estatales originaron la agudización de la migración interna definitiva y de la migración interna pendular a la ciudad, así como la constitución de redes migratorias a la frontera norte y a Los Ángeles desde Teocelo (Hoffmann et al., 1994).
La crisis actual ha generado una caída productiva de 30 por ciento en el ciclo 2002-2003, un derrumbe de las exportaciones a la mitad en el 2000-2001 (de 1 500 000 sacos a 750 mil) (La Jornada, 5 de octubre de 2001) y, de nuevo, una baja de más de 50 por ciento en el valor en el 2002-2003, debido a lo incosteable de la recolección. El efecto de la contracción de los volúmenes se combinó con la baja del precio para hundir a los productores en la peor crisis desde los años treinta. Si en el peor año (1992) de la primera crisis el precio internacional llegó a 66 dólares por 100 libras, en la cosecha 2001-2002 se desbarrancó hasta 47 dólares y el productor recuperó menos de 33 por ciento de sus costos de producción (Celis, 12 de noviembre de 2002): en lugar de 2.80 dólares por kilogramo de café cereza que recibió en 1998, se tuvo que conformar con precios de 1.20 a 1.50 dólares en 2001, con lo que muchos productores ni siquiera cosecharon, pues el pago del cortador era de un dólar por kilogramo y el del acarreo de 20 a 40 centavos de dólar por kilogramo. En 2002-2003 el precio mejoró ligeramente para alcanzar de 2 a 2.25 dólares por kilogramo (Corecafeco, 21 de febrero de 2003), pero en 2003-2004 volvió a caer.
Los programas nacionales oficiales de apoyo emergente a los cafeticultores se iniciaron apenas en 2001, sumando hasta 2003 más de tres mil millones de pesos, pero "encubren la falta de estrategia gubernamental para el sector y su reconversión" (Bartra, 2003:94). Los subsidios directos a los productores llegaron extemporáneamente y otros programas no son viables porque implican fuertes inversiones de los productores, que no tienen los medios para realizarlas. Programas van, programas vienen, pero la situación de los productores apenas ha mejorado. Los subsidios fueron diseñados más para impedir un colapso de la producción, apoyando la pizca, que para salvar a los productores.
La crisis del café ha convertido a varias regiones del estado en zonas damnificadas y ha originado cambios demográficos, agrarios y productivos de su mapa. En lo relativo al cultivo del café, los productores tienden a abandonar las labores de fertilización y limpia en 40 por ciento de las fincas de la cuenca cafetalera Jalapa-Coatepec (Corecafeco, 21 de febrero de 2003), lo que ocasiona una caída drástica de los rendimientos y la infestación por plagas como la "broca". Muchos pequeños productores ya no usan para la pizca mano de obra asalariada sino familiar, aunque esto no sea suficiente. Sólo los grandes productores contratan y, aun más que antes, "acaparan y controlan la mano de obra en detrimento de los pequeños productores, fijando los ritmos de producción y el precio de la jornada" (Nolasco, 1992:102).
Si bien la mayoría de los productores no han querido o podido cambiar su uso del suelo, con la esperanza de una mejoría en los precios, o por falta de alternativas productivas o de recursos, se observa una tendencia a voltear cepas y sembrar caña de azúcar, lo que conlleva un serio deterioro ecológico, pues para ello tumban los árboles que servían de sombra a los cafetos. En las zonas bajas se intensifica la diversificación de los cultivos hacia los cítricos y otros frutales. La crisis provocó también la dinamización del mercado de tierras, pues muchos productores están rentando sus fincas a precio de ganga (mil pesos por hectárea) y algunos, en particular los pequeños propietarios, las tuvieron que vender cuando tocaron fondo (2001-2002), y en las cercanías de Jalapa y Coatepec se acentuó la lotificación de las fincas cafetaleras para uso inmobiliario (Alafita, Jalapa, 2002). La reaparición de las carteras vencidas entre los cafeticultores, después de su parcial saneamiento en los últimos años noventa, no es ajena a estas ventas. Pero éstas tienen que ver también con las dificultades de la transición generacional de los cafeticultores y los cambios culturales, pues "la mayoría de los productores tienen más de 50 años, y los jóvenes ya no tienen interés en el campo" (Durán, Chiltoyac, 2001).
La crisis ha obligado a las familias a modificar la distribución de sus gastos, reduciendo los de educación y salud (lo que ha propiciado deserción escolar, desnutrición y enfermedades), y a buscar estrategias de supervivencia mandando parte de sus miembros, hijos sobre todo, a la migración laboral interna e internacional, al grado de que en muchos hogares migra la mitad de los miembros (Elotlán, 2002). En la zona de Coatepec-Xico, bien comunicada con la capital del estado, la migración es más bien interna: es pendular hacia las ciudades del estado, pero muchos migrantes se van a la ciudad de México y a otras grandes ciudades a trabajar de albañiles, jardineros, etcétera, y muchos más a la frontera norte, donde laboran en las maquiladoras. En otros municipios, como Jilotepec, Naolinco, Teocelo, Cosautlán y Alto Lucero, predomina la migración internacional, pues el mercado local de trabajo no ofrece suficientes empleos ni buenos salarios. Las remesas se convierten, entonces, en la "muleta" de la economía familiar. Según A. García Palacios, de la Cámara de Tostadores de Café de la Canacintra, una investigación reveló que sólo 20 por ciento de los ingresos de los campesinos cafeticultores provienen ahora del café (unos 300 pesos mensuales en promedio), 60 por ciento lo reciben de los apoyos del gobierno y 20 por ciento, de las remesas en dólares (La Jornada, 29 de septiembre de 2002).
Nuevos nichos en el mercado laboral norteamericano
La economía norteamericana ha estado demandando tradicionalmente mano de obra ilegal para su mercado secundario de trabajo, conformado por empleos precarios, bajos salarios, tareas sucias o pesadas y escasa posibilidad de ascenso y estabilidad. Estos empleos fueron cubiertos en un primer momento por mexicanos de los estados de vieja tradición migratoria, los cuales al cabo de unos años alcanzaron mejores puestos, mejores salarios y empleos más estables, al cambiarse de rama de actividad o al legalizarse. Fueron sustituidos luego por centroamericanos, oaxaqueños, guerrerenses y poblanos, muchos de ellos indígenas. Mejor organizados, se supieron defender de las condiciones de sobrexplotación que padecían mediante sindicatos y asociaciones de defensa de los derechos humanos. La tercera oleada de migrantes ilegales mexicanos, procedente de Veracruz, Chiapas, Yucatán, Hidalgo, el Distrito Federal, etcétera, se enfrenta a mayores dificultades para encontrar empleos estables y bien remunerados, debido a las transformaciones del mercado laboral precarización de la mano de obra, declive de los empleos industriales sustituidos por trabajos en los servicios de baja calificación y mal pagados (Levine, 2000:130), el desempleo creciente y la competencia agudizada de otros migrantes legales.
Por otro lado, los estados del sureste de la Unión Americana (Georgia, las Carolinas, Florida, etcétera) se convirtieron en nuevos demandantes de mano de obra barata para sus industrias y campos agrícolas intensivos en mano de obra, y la proximidad de Veracruz les facilita una reserva de brazos cercana, con poca calificación pero con experiencia en labores del campo.
Los latinos se han vuelto indispensables en la industria avícola y ganadera, dicen los empresarios norteamericanos, porque las bajas tasas de desempleo (en 2000) han hecho muy difícil contratar trabajadores locales... la población latina se está expandiendo en lugares menos pensados: de 1990 a 1996 creció en 73 por ciento en Carolina del Norte, 70 por ciento en Georgia; el comercio local se está "hispanizando" y los latinos, después de trabajar primero en granjas avícolas, ahora laboran en toda la industria del área (Carolina del Norte), de la construcción hasta la textil (Castillo, 2000).
"Los trabajadores veracruzanos son apreciados por los patrones americanos, pues son dóciles y trabajadores, al grado [de] que incluso los mandan llamar" (Lorenzo López, Coyolillo, 2000). En efecto, no tienen experiencia organizativa y su proyecto migratorio es temporal: trabajar duro y regresarse. En estas condiciones, no es extraño que sectores de empresarios tradicionales de la agricultura, la agroindustria y los servicios del país del norte estén reclutando e incluso enviando enganchadores a Veracruz para atraer a esos nuevos trabajadores ilegales. Las leyes migratorias norteamericanas "se acatan, pero no se cumplen" cuando van en contra de los intereses de los sectores empresariales y de las autoridades locales; sin embargo, son muy útiles para pagar sueldos inferiores o equivalentes al salario mínimo (6.75 dólares por hora) a los trabajadores indocumentados.
La migración en comunidades cafetaleras de la cuenca Jalapa-Coatepec
Para determinar la relación entre crisis cafetalera y cañera y la migración internacional de los campesinos veracruzanos, en el 2000 un grupo de alumnos de la carrera de sociología de la Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco realizaron una encuesta en las comunidades cafetaleras de Chiltoyac, municipio de Jalapa, y Vista Hermosa-San Isidro, municipio de Jilotepec, y en 2003 se entrevistaron con dirigentes del Consejo Regional del Café de Coatepec y con delegados de este consejo en los municipios de Coatepec, Xico, Teocelo, Cosautlán, Naolinco y Chiltoyac. Quienes contestaron la encuesta fueron, sobre todo, esposas de migrantes.3
La encuesta abarcó un gran número de temas: perfil de los migrantes, pautas migratorias, motivos del viaje, inserción laboral y destinos en los Estados Unidos, proceso migratorio y redes sociales, remesas, producción agrícola y salarios en México, y efectos de la migración en las mujeres que se quedan y en la unidad campesina de producción. Se buscó indagar los determinantes económicos del proceso de expulsión, los mecanismos del proceso migratorio y sus peripecias, el uso de las remesas, las consecuencias de la migración en la actividad agrícola y en el rol de las mujeres, a partir de un acercamiento cualitativo al fenómeno en comunidades representativas de la cuenca cafetalera de Jalapa-Coatepec.
Perfil de los migrantes
Los migrantes son en su mayoría casados (65%), esposos de parejas formadas en la década de los noventa que tienen que hacer frente a gastos de crianza y educación de los hijos o de construcción de una casa propia. Sin embargo, una tercera parte son solteros, hijos de familias campesinas que ayudan a sus padres a mantener el hogar. Predominan claramente los hombres, pero la participación de las mujeres se ha incrementado (11% en promedio, pero 25% en Chiltoyac):4 son jóvenes solteras, sobre todo, y unas cuantas divorciadas y viudas, y migran básicamente en busca de trabajo, no para unirse con la familia.
Los migrantes son personas en plena edad productiva (75% tienen de 20 a 34 años). No hay niños ni personas mayores, a diferencia de otros flujos migratorios desde estados de migración más arraigada, lo que le conviene a la economía norteamericana, pues así no tienen que pagar los costos de reproducción de esta fuerza de trabajo, ni tampoco los de invalidez y vejez. Por otro lado, la escolaridad de los migrantes no es muy alta, pues casi las dos terceras partes sólo cuentan con primaria o secundaria (31% cada una) y 15 por ciento son analfabetos o casi analfabetos. Sin embargo, más de 20 por ciento cuenta con estudios medios-superiores o superiores (inconclusos). La juventud de los migrantes tiene que ver también con que muchos miembros de la tercera generación de ejidatarios no han podido acceder a la posesión parcelaria, por la presión existente sobre la tierra, y tienen que migrar en busca de trabajo (Millán, 1994, para el caso de Chiltoyac).
Proceso migratorio
La migración internacional en la región es reciente, pues 76 por ciento de los casos comenzaron a migrar desde 1998 o 1999, en particular en Chiltoyac. Esto explica la escasa experiencia migratoria que tienen los migrantes, la precariedad de sus redes de paso y los riesgos del viaje al norte. La excepción es Teocelo, cuyos migrantes empezaron su periplo a los Estados Unidos desde los años ochenta y algunos se volvieron residentes permanentes. Aunque la estancia de los migrantes se prolonga con frecuencia por dos, tres o más años, la generalidad de ellos tiene la intención de regresar. Casi todos se fueron de ilegales y siguen siéndolo.
Los lugares de mayor atracción en los Estados Unidos son Indiana (35%) y Chicago (28%), centros industriales importantes, y en el caso de Chicago, segunda concentración de mexicanos en el país del norte por el tamaño y la antigüedad. Atlanta (Georgia) ocupa el tercer lugar como destino para los migrantes, con 13 por ciento, y se ha convertido en un polo de asentamiento de los veracruzanos. Carolina del Norte, principalmente en su industria avícola, atrae a 6 por ciento de los migrantes y se ha convertido en otro centro de atracción de los migrantes jarochos. Finalmente, a California, destino tradicional de la migración mexicana, se dirige otro 6 por ciento, otro 4 por ciento a Texas, y otros migrantes prefieren Wisconsin, Minnesota y Florida. Es de notar la especialización comunitaria de los lugares de destino. Así, los de Jilotepec migran a Indiana, los de Chiltoyac a Chicago y los de Coyolillo a Chicago, Atlanta y Carolina del Norte. California atrajo a los migrantes más antiguos. Esta tendencia denota la conformación incipiente de "comunidades hijas" de veracruzanos en la Unión Americana. Sin embargo, se observa una fuerte movilidad geográfica y laboral entre ellos, lo que indica la precariedad de sus empleos y el estrechamiento del mercado laboral para los indocumentados veracruzanos en los Estados Unidos.
La mayoría (casi 45%) son obreros industriales. Esto significa que tuvieron que adaptarse no sólo a otro idioma, pues casi ninguno hablaba inglés, y a otras costumbres y leyes, sino también a otro proceso laboral y a ritmos de trabajo diferentes.5 Vienen después los empleados de la industria, el comercio y los servicios (23.5%), donde predominan los empleos no calificados de limpieza y en el área de alimentación en hoteles y restaurantes. Siguen luego los que laboran en el servicio doméstico y de jardineros. Sin embargo, los migrantes de Coatepec, Teocelo y Cosautlán se contratan de jornaleros agrícolas, con contratos temporales que los obligan a un peregrinar constante siguiendo los ciclos de cosecha o a una migración estacional y recurrente, por lo que buscan cambiarse de sector de actividad para tener mayor seguridad laboral. Finalmente, encontramos algunos pintores de brocha gorda y, entre los oficios mejor remunerados, un empleado público y dos casos de mandos medios (supervisor y jefe de departamento industrial). En general, pues, los migrantes jarochos son contratados en puestos de baja calificación y mal pagados. Es de notar la baja proporción de desempleados (2.4%).
No obstante, cuando se indaga un poco los ingresos de los migrantes en los Estados Unidos, la realidad se muestra más diversa. Se observa que los sueldos más bajos (de 5 a 6.50 dólares por hora), inferiores al salario mínimo, sólo lo ganan 43 por ciento de los casos y corresponden a empleados en servicios, jornaleros agrícolas, albañiles y peones. Los sueldos medios (de 7 a 9.50 dólares por hora) los devenga casi la mitad de los trabajadores migrantes, obreros y empleados en la industria, con salarios promedio de 8.50 dólares por hora, y sólo encontramos dos casos con sueldos mayores a 10 dólares por hora, pagados a un cuadro de la industria y a un empleado público, oficios que exigen el manejo del inglés.
Las redes sociales cumplen un papel fundamental para asegurar la inserción laboral y social de los nuevos migrantes, al proporcionarles información, contactos y recomendaciones, albergue y apoyo psicológico. Los patrones norteamericanos hacen amplio uso, por cierto, de estas redes para conseguir trabajadores, lo que les ahorra el pago de enganchadores (Pérez, 2001). Los veracruzanos empiezan a contar con estas redes de protección, pero las que han integrado aún no están muy consolidadas. Así, 67.5 por ciento de los migrantes consiguieron empleo en los Estados Unidos mediante la ayuda de familiares y paisanos, pero 26 por ciento se las arreglaron solos, en particular en Chiltoyac, donde este indicador se incrementa a 36 por ciento. Por otro lado, dos migrantes obtuvieron trabajo gracias a su "pollero", lo que sugiere la existencia de redes de contratistas en la región. Si bien en general predominan los trabajos estables, con los migrantes de Chiltoyac sucede al revés, lo que confirma el poco desarrollo de las redes migratorias en este pueblo debido al inicio reciente de su migración. Lo mismo ocurre con los migrantes contratados en los fields oriundos de la cuenca de Coatepec.
Asimismo, la mayor parte de los migrantes suele compartir el alojamiento con familiares y paisanos en el país norteño, señal de que en los polos de atracción laboral de los migrantes jarochos existen redes de ayuda mutua. Esta costumbre permite abaratar el costo de la vivienda, sumamente cara en la Unión Americana.
La migración interna, de menor cuantía, es también de carácter temporal cuando se dirige a México, Guadalajara, Monterrey y la frontera norte, y pendular cuando su destino es Jalapa y otras ciudades de Veracruz. Los empleos son de carácter temporal o precario (albañiles, jardineros y jornaleros agrícolas). Los migrantes a la frontera norte se emplean de obreros en las maquiladoras y fábricas, y tienden a quedarse varios años, pues el monto de sus remesas (mil pesos al mes en promedio) es más bajo que el de los migrantes internacionales y se usan exclusivamente para la subsistencia familiar. La migración interna es, pues, una estrategia de supervivencia menos redituable que la externa.
Cruce de la línea
Los migrantes internacionales veracruzanos, al ser casi todos ilegales, deben franquear la línea por los pasos más peligrosos, a consecuencia del cierre desde 1994 de la frontera por la "Migra" en las zonas urbanizadas o más accesibles. De tal manera, 85 por ciento de los migrantes pasan por el desierto de Sonora y Arizona, dando un largo rodeo; una minoría (10%) se va por la ruta tradicional de Baja California, y unos cuantos atraviesan por Coahuila, Chihuahua y Tamaulipas.
La inmensa mayoría utilizó los servicios de un "pollero" y cruzó en grupos grandes, y muchos contaron, además, con la ayuda de familiares o paisanos residentes en los Estados Unidos para recogerlos, pagar al "pollero" o acompañarlos en el viaje, otra forma de operación de las redes migratorias. La mayor parte de los "polleros" o "coyotes" es de la región, factor que insufla más confianza en los potenciales migrantes, aunque conocerlos directa o indirectamente no es ninguna garantía de seguridad. El costo del viaje en 1999-2000 oscilaba entre 13 mil y 18 mil pesos, incluyendo el pasaje en autobús a la frontera y el traslado al lugar de destino;6 aunque algunos tomaron el avión en los Estados Unidos para ir a las ciudades del norte, con un costo mucho más alto. Unos migrantes tuvieron, incluso, que pagar a dos "polleros": primero, a uno de la región, y después, al no poder pasar o ser "retachado", a otro de la frontera, con lo que el desembolso aumentó a 27 mil pesos.
Los migrantes utilizan dos tipos de redes para cruzar: las redes familiares o de paisanaje, con "coyotes" conocidos, originarios de la región y ex migrantes ellos mismos, y las redes de enganchadores que reclutan a trabajadores para las fábricas norteamericanas y se disfrazan bajo la razón social de agencias de viaje y de colocación laboral. Estos contratistas operan con varios "polleros", uno en cada comunidad, y con transportistas, y ofrecen viaje, empleo e incluso papeles "chuecos" (Pérez, 2000). Así, el proceso migratorio en Veracruz cuenta ya con dispositivos internacionales sofisticados que engarzan la oferta de brazos con la demanda en el país vecino, lo que asegura que la mayoría de los migrantes pasen la frontera y encuentren trabajo.
Sin embargo, algunos "coyotes" se aprovechan de la indefensión de los migrantes para abandonarlos o robarlos: "Los 'coyotes' cobran 15 mil pesos, con cinco mil por adelantado, y luego se desaparecen; para evitar suspicacias, se cambian de zona a cada rato" (D. Durán, Chiltoyac). "El 'coyote' los engañó, los dejó en la línea, y sus esposas tuvieron que moverse para mandarles dinero, para aguantar el mes que tardaron en pasar" (M. E. Hernández, Chiltoyac). "Pasaron por el desierto entre víboras. Al subir una barda de tres metros, él se lastimó el tobillo, pero el 'coyote' los obligó a correr a pedradas" (W. Velásquez, Chiltoyac). Otros testimonios lo confirman: "El 'coyote' les robó su dinero y los dejó botados. Los ayudó una residente mexicana de Arizona" (L. Landa, Vista Hermosa). "En el desierto los asaltaron los 'cholos', pues el 'coyote' los dejó solos" (R. Hernández, Chiltoyac). Al intentar pasar solos, corren el riesgo de perderse y morir en el intento, de enfermarse o de ser asaltados por bandas de "cholos" (jóvenes pandilleros chicanos), que les roban hasta la ropa y violan a las mujeres (J. López, Coyolillo).
La dificultad actual del cruce obliga a los indocumentados a intentarlo varias veces (de dos a cinco) al ser deportados por la "Migra" y a quedarse más tiempo en la frontera (uno o dos meses), o a regresarse a Veracruz por sus propios medios: "Un problema de muchas familias es cómo repatriar a sus migrantes que no pasaron la línea" (N. Martínez, Chiltoyac). Los que regresan de los Estados Unidos no están a salvo, pues "los aduaneros mexicanos nos quitan nuestras cosas y hay que dar mordidas a los judiciales en la terminal de autobuses" (S. Zaragoza, Coyolillo).
Los costos humanos de la migración ilegal son cada vez más gravosos para los veracruzanos: de 30 muertos en el 2000 la cuenta aumentó a 54 en 2001 (al mes de julio), debidas a percances automovilísticos, insolación, asaltos y accidentes laborales (Diario de Xalapa, 18 de julio de 2001). Los gastos de traslado de los cuerpos fueron tan elevados (2 300 dólares, en promedio) para las familias, que tuvieron que pedir ayuda al gobernador de Veracruz, ya que no cuentan con clubes de paisanos en la Unión Americana que las ayuden a sufragarlos.
El financiamiento del proceso migratorio se ha vuelto también fuente de ganancias extraordinarias para un grupo de usureros y "coyotes" que medran con la necesidad de los campesinos orillados al exilio. De esta forma, 90 por ciento de los migrantes pidieron prestado, en su mayoría a particulares, con altos intereses (15% mensual), dejando en prenda su parcela, su camioneta o su casa, y cuando no consiguen trabajo rápidamente en los Estados Unidos, corren el riesgo de no poder pagar una deuda que se duplica en pocos meses. Se sabe de un migrante que tuvo que vender su finca; otro hipotecó su fondo de comercio, y otro comprometió sus cosechas por dos años para sufragar los gastos del cruce. Los prestamistas son gente del lugar, caciques locales o ex migrantes que regresaron con cierto capital. Algunos "polleros" hacen firmar a los migrantes convenios leoninos, como la entrega de su ganado, a cambio de pasarlos al "otro lado". También es frecuente que los migrantes logren conseguir dinero de familiares o amigos sea en los Estados Unidos o en el lugar de origen.
Los altos intereses de estos préstamos merman las remesas de los migrantes: en Chiltoyac, casi 74 por ciento aún no habían saldado sus deudas, lo que refleja el carácter reciente de la migración. En las otras comunidades, en cambio, la mayoría había logrado pagar en tres o cuatro meses y los que más tardaron lo hicieron en seis o siete meses. En todo caso, la escasez de empleos y los bajos sueldos en los Estados Unidos desde la recesión de 2001 y el alto costo financiero de los préstamos han complicado en gran medida la liberación de los compromisos económicos de las familias de los migrantes (Ramírez y Romero, 2000).
La ley del silencio protege a los "polleros" y a los usureros, pues cumplen una función insustituible para los campesinos y migrantes, e incluso los primeros son considerados como una suerte de héroes que permiten a muchos hacer realidad el "sueño americano".
Remesas monetarias
El 85 por ciento de los migrantes manda remesas a sus familiares, las que se han convertido en la principal fuente de ingreso de muchas familias. Según un habitante de Chiltoyac, 80 por ciento de los ingresos de los habitantes del pueblo ya no provienen del sector agrícola; ahora son más importantes en ese sentido las remesas internacionales (C. Rodríguez, Chiltoyac). Los montos son variables, pero casi 40 por ciento envían menos de tres mil pesos al mes, la mayoría (43%) logra ahorrar suficiente para mandar de tres mil a menos de cinco mil pesos mensuales y sólo l3 por ciento alcanzan remesas sustanciales de cinco mil pesos o más. El monto promedio es, pues, de tres mil pesos al mes, y es un poco más alto en Chiltoyac que en otras comunidades.
Varios testimonios subrayan la insuficiencia de las remesas: 60 por ciento de las familias manifestaron que el dinero que reciben no les alcanza para subsistir y que tienen que echar mano del ingreso de la parcela o de un trabajo extrapredial, o de plano endeudarse: "Los envíos de dinero son pocos, por la dificultad de encontrar trabajo y porque los salarios sólo alcanzan para irla pasando allá" (D. Durán, Chiltoyac). "Son pocos los que la han hecho allá, [los] que han terminado su casa... porque ganan poco" (C. Rodríguez, Chiltoyac). Los jóvenes son los que menos mandan, por ser los que menos compromisos familiares tienen.
Las remesas se usan primordialmente para satisfacer las necesidades más urgentes: el gasto familiar representa 82 por ciento de los casos, incluyendo los gastos en salud, lo que nos da una idea de la contracción general de los servicios públicos de salud, que es más evidente en el campo. Otra obligación apremiante es el pago de deudas (que se contrajeron para pagar al "pollero"), que abarca 36 por ciento de las respuestas y que es el alto tributo que muchas familias tienen que pagar al agio. La vivienda es el tercer rubro al que se dirigen los "migradólares", pues alrededor de un tercio de las familias está mejorando, ampliando o construyendo su casa. En efecto, las viviendas de dos a tres cuartos son las más comunes en estas comunidades y resultan insuficientes para las familias extensas, el patrón dominante en las unidades domésticas de la región (Millán, 1994).
Por otro lado, 23 de cada cien familias manifestaron haber invertido parte de sus remesas en la compra de insumos para su parcela, pues el crédito es inaccesible para estos pequeños productores. Las remesas vienen a suplir parcialmente esta carencia, sobre todo en las unidades domésticas que aún dependen del ingreso agrícola para sobrevivir. El 13 por ciento de los entrevistados logró constituir pequeños ahorros en el banco y con ellos algunas familias sufragan los estudios de sus hijos.7 Sólo hay un caso en que se invirtió en un negocio, con lo que se evidencia el "carácter de subsistencia" del éxodo veracruzano. Sin embargo, las remesas sirven a menudo también para comprar bienes de consumo duradero (Ramírez y Romero, 2002) y los ahorros especiales que traen los migrantes a su regreso se usan a veces para fincar casa en la ciudad o para crear un pequeño negocio (taller o tienda) de servicios.
Causas y motivos de la migración
La emigración veracruzana tiene causas eminentemente económicas, derivadas de la crisis en los principales sectores de actividad del estado. En efecto, de 75 a 80 por ciento de las respuestas aluden a este tipo de motivos, que incluyen desempleo o subempleo, bajos precios del café, salarios raquíticos y carestía de la vida. La construcción de una casa es el segundo motivo (7%) que mueve a la gente a migrar, seguido por el deseo de "probar suerte" en el país de los self made men. Finalmente, algunos mencionan que la migración se debió a los fuertes gastos que tenían que hacer (para saldar una deuda causada por una enfermedad o para la manutención de niños pequeños), mientras otros, los menos (familias de clase media rural), migraron para invertir en un negocio.
Para profundizar en los motivos aducidos, se buscó indagar algunos indicadores de las condiciones de reproducción social de las familias de los migrantes, como la tierra, la producción agrícola y los jornales locales.
En las comunidades cafetaleras estudiadas predominan el minifundismo y las tierras de temporal. El promedio de las propiedades fluctúa entre una hectárea en Vista Hermosa y Coyolillo, de una a tres en Coatepec, Teocelo, Cosautlán y Naolinco, y de tres a cuatro en Chiltoyac (S. Tejeda, Chiltoyac). En estas condiciones, ya no alcanza la tierra para los hijos. Por otro lado, el monocultivo de café es la regla, salvo en Chiltoyac, donde 40 por ciento de los productores también cultivan caña y algunos campesinos practican la producción de autoconsumo (maíz y frijol) o cultivan frutales (plátano y mango) que sirven tanto de sombra a los cafetos como para el autoconsumo y la venta. Por su arraigada especialización en el cultivo de café, la mayor parte de los agricultores, entonces, fueron duramente golpeados por la crisis cafetalera. No cuentan con maquinaria, por lo que la mayoría contrata jornaleros para la pizca, aunque por menos de 50 días-hombre al año, con jornales de 70 pesos al día, pues la mano de obra familiar no es suficiente para levantar a tiempo la cosecha.
Los principales problemas que enfrentan los productores de café son las dificultades para acceder al crédito (que sólo se otorga a quienes ofrecen garantía) y el alto costo del mismo (pues los que lo consiguen tienen que "endrogarse" con prestamistas ante la falta de crédito institucional), el costo de los insumos (fertilizantes), las plagas (en particular, la "broca" del café), la escasez y el precio de la mano de obra (consecuencia de la migración de los cosechadores al norte) y la caída en la producción y calidad del café desde el estallido de la crisis. En cuanto a la comercialización, los bajos precios son motivo unánime de queja, junto con la falta de mercado por la mala calidad del producto y el "coyotaje", pues los intermediarios compran café a precios más bajos que los del mercado e incluso compran "fiado". La opción de venta al "beneficio" no está al alcance de la mayoría de los cafeticultores, que no cuentan con vehículos.
A pesar de la nula rentabilidad de sus cultivos comerciales, las familias de los migrantes siguen sembrando, aunque en Chiltoyac 28 por ciento declararon haber descuidado o abandonado sus parcelas por la ausencia del esposo o de los hijos, y son pocas las que invierten las remesas en su parcela. Las mujeres que se quedan a cargo de las parcelas las trabajan con ayuda de familiares o de jornaleros, y algunas venden la cosecha en pie. La crisis del café y la migración, en una causalidad acumulativa, están originando el abandono paulatino de las huertas, y las remesas se gastan en asegurar la subsistencia antes que en mantener la producción.
Los jornaleros agrícolas, verdaderos parias del agro, resienten aún más cruelmente la falta de ingresos, pues sólo logran emplearse seis meses al año en promedio y reciben salarios que no alcanzan para mantener a sus familias (de 30 a 50 pesos por día, según la zona, en las labores de cultivo). Los trabajos en la ciudad no son una alternativa, porque se paga incluso menos que en el campo (el salario mínimo en Jalapa era de 41 pesos diarios en 2002). La diferencia salarial con los Estados Unidos es abismal: lo que se gana en una hora allá no se gana ni en un día en la región. Por eso muchos jornaleros desertaron del agro veracruzano para irse también al norte, por lo que los campos se enmontaron.
Las mujeres que se quedan: los saldos invisibles de la migración
La migración internacional, aunque es un fenómeno esencialmente masculino, impacta fuertemente, cuando se prolonga, los roles familiares y tiende a desintegrar a las familias y a incrementar las responsabilidades y el trabajo de las mujeres, que se convierten a su pesar en jefas de familia. Sin embargo, no obstante que ellas aseguran la continuidad de la producción agrícola, directamente o por medio de familiares o jornaleros, su situación es de inferioridad jurídica y social, pues las parcelas no están a su nombre ni pueden recibir créditos o apoyos oficiales (Diario de Xalapa, 13 de agosto de 2002).
Más de 40 por ciento de las mujeres entrevistadas tienen que trabajar más desde que su marido o sus hijos se ausentaron, ya sea en la parcela o en actividades no agrícolas, lavando ropa ajena, en el ambulantaje, etcétera. La mayoría, por otro lado, sienten que sus responsabilidades aumentaron, porque tienen que hacerse cargo de los hijos (46%), administrar los ahorros, pagar las deudas (35%) y cultivar la parcela, con la obligación de participar en las asambleas ejidales (15%). A veces también se encargan de las obras de construcción de la vivienda que se levanta con las remesas del marido. Sin embargo, dependen de éste en gran medida, pues le llaman por teléfono para todo tipo de asunto del hogar o de la parcela, y no son reconocidas como jefas de familia en el clan familiar o en la comunidad.
Casi todas las mujeres estuvieron en desacuerdo con la migración de su esposo o hijo, pero poco pueden hacer para cambiar sus decisiones. A diferencia de las regiones de añeja tradición migratoria, en Veracruz "las mujeres lloran todavía cuando sus hombres se van, y no cuando no se van". Asimismo, la mayor parte de ellas no piensa emigrar, y las que manifiestan su deseo de hacerlo sólo lo harían con "papeles". De hecho, las mujeres y niños, cuando se van de "ilegales", suelen conseguir "papeles chuecos" ("micas" de migrantes legales) para evitar los riesgos de la migración indocumentada.
Si bien las mujeres reciben noticias cada ocho o 15 días de sus hombres, principalmente al principio de la aventura migratoria, resienten dolorosamente su ausencia cuando ésta se prolonga, porque suele suceder que muchos no regresan en mucho tiempo, y los menos lo hacen cada año y medio o cada dos años. Con frecuencia son presa de la angustia porque no saben nada de su ser querido recién emigrado: si cruzó la frontera, dónde anda, si tiene trabajo... 8 También hay casos de mujeres abandonadas por sus esposos, los cuales encuentran otra pareja en "el otro lado", o de niños dejados a cargo de los abuelos mientras sus padres están en los Estados Unidos. En estos casos las consecuencias son graves, como extrema precariedad económica, desequilibrios psicológicos y desintegración familiar.
El problema más lacerante que enfrentan muchas mujeres de migrantes es la dificultad para mantener a su familia y saldar la deuda con el "coyote", a pesar de las remesas que reciben, por lo que algunas se desesperan y piensan emigrar también, y si no migran es por los niños y la falta de dinero.
Así pues, la migración internacional no ha resuelto la situación económica de muchos hogares, ya sea por la escasez de los envíos de dinero o porque se topan con problemas de endeudamiento o de salud.
La crisis cafetalera está haciendo estragos entre las mujeres que se quedan a cuidar la parcela: "Las campesinas que más padecen son las productoras de café; se están muriendo de hambre, no se les da apoyo y se les deja solas", dice Laura Méndez, secretaria de una organización cafetalera local (Diario de Xalapa, 13 de agosto de 2002).
En suma, una evaluación integral de la migración internacional debe tomar en cuenta no sólo sus beneficios económicos y sus costos monetarios y humanos en relación con los hombres, sino también los costos afectivos y psicológicos que origina en niños y mujeres. Estas últimas tienen que enfrentar una sobrecarga de trabajo y compromisos, en su triple papel como responsable del hogar y de los hijos, encargada de la parcela o proveedora de ingresos adicionales, y administradora de los ahorros y representante legal del marido.
Otro saldo negativo de los procesos sociales que se verifican en el agro veracruzano es el rápido desarrollo de una cultura de la migración, de la "norteñización" de las comunidades (Alarcón, 1988). Esto se refleja en el cambio de expectativas y de proyectos de vida de los jóvenes; ahora, desde la primaria, los niños aspiran a emigrar a la Unión Americana (Ramírez y Romero, 2002). Paulatinamente se ha ido perdiendo el interés por el trabajo agrícola y empieza a escasear la mano de obra para las labores del campo.
Empero, el tejido social comunitario aún no está en riesgo, pues las raíces que unen a la comunidad y a la tierra son todavía fuertes, y todos quieren regresar a su estado natal:
La crisis agrícola regional, junto con el proceso migratorio, está dando lugar a la emergencia de procesos que están transformando los significados en torno a la tierra y al ejido para los pobladores de Chiltoyac, quienes dejan de percibir al trabajo agrícola como alternativa de subsistencia digna, optando masivamente por migrar temporalmente al país del norte, siempre con la esperanza de volver. Esto no significa, sin embargo, que la tierra deje de ser importante y que el ejido necesariamente vaya a desaparecer. Muy pocos migrantes están vendiendo sus tierras y muchos pretenden crear un fondo de ahorro para invertir en sus actividades productivas al volver (Núñez, 2000; cursivas nuestras).
Conclusiones
El fenómeno migratorio internacional en el estado de Veracruz llama la atención por su carácter reciente, masivo y acelerado. Su componente rural mayoritario es síntoma de la crisis de las principales ramas de la agricultura comercial, debida a la retracción del papel regulador y de fomento del Estado (desregulación y privatización) y a la liberalización de los mercados. En el caso del café, ambos procesos (liquidación del Inmecafe y liberalización del mercado internacional) causaron el desplome de los ingresos de los productores, el agotamiento de las fuentes de financiamiento y asistencia técnica, la inestabilidad, inseguridad y opacidad del mercado, y el regreso de los intermediarios y de las empresas transnacionales, que regulan los precios a nivel regional. Por otro lado, las estructuras productivas, caracterizadas por el minifundismo y por un proceso de regresión tecnológica y de pérdida de calidad del producto (consecuencia del retiro de los apoyos oficiales), no están en condiciones de alcanzar una mayor competitividad en un mercado abierto, por lo que la producción y las exportaciones se hundieron y se perdieron mercados en el exterior.
La caída de los ingresos por su principal producto para la venta orilló a los pequeños productores a reducir sus gastos (en particular, los de inversión agrícola, educación y salud), intensificar el empleo de mano de obra familiar, endeudarse con agiotistas y rentar o vender, en casos extremos, su parcela. Pero también buscaron estrategias de supervivencia, diversificando sus actividades mediante la migración pendular a las ciudades cercanas, temporal a las metrópolis del país o de larga duración a la frontera norte y a los Estados Unidos, en pos de empleos en su mayoría precarios y sin protección social.
La migración internacional se ha vuelto una de las vías más transitadas por los veracruzanos, a pesar de sus altos riesgos y costos y del distanciamiento espacial y temporal que significa. Las razones son la amplia brecha salarial existente entre México y el país del norte, la rápida conformación de redes migratorias e incipientes enclaves laborales de veracruzanos en los Estados Unidos y la aparición en ese país de nuevos nichos laborales y regiones que demandan una mano de obra poco calificada, sumisa, acostumbrada a trabajos pesados, flexible y vulnerable por su carácter clandestino. Para abastecerse de esta mano de obra, las empresas se valen de mecanismos informales de enganchamiento vinculados a las redes migratorias y a las organizaciones de "polleros".
Sin embargo, las dificultades para cruzar la frontera y para encontrar empleo en los Estados Unidos han alargado las estancias migratorias, amenazando convertir en permanente una migración que se inició como aventura temporal, coyuntural y emergente. Por otro lado, las remesas, si bien han aumentado en su flujo global, se destinan fundamentalmente a mantener a flote economías campesinas pauperizadas, a pagar deudas o, en el mejor de los casos, a mejorar la vivienda, y en menor medida sirven para crear un fondo de ahorro, y a veces como fuente de capitalización para modernizar las técnicas agrícolas o invertir en otros negocios. Las unidades domésticas dependen cada vez más de los "migradólares" y pierden a sus trabajadores más productivos y emprendedores, por lo que las fincas se dejan con frecuencia al abandono y la producción cafetalera languidece. Ocurre una causalidad acumulativa entre crisis agrícola y migración que, a mediano plazo, provoca un declive productivo y una mayor mercantilización de la tierra.
Por otra parte, la migración internacional, fundamentalmente masculina, está generando fuertes tensiones emocionales en las familias (en particular en mujeres y niños), cuya carga de trabajo y de responsabilidades aumenta. Tales tensiones, en algunos casos, conducen a la desintegración familiar y socavan el tejido social comunitario, ahondando la diferenciación social y alterando los sistemas de cohesión y defensa ejidal. La cultura de la migración se está expandiendo velozmente, en particular entre los jóvenes, creando las condiciones para la reproducción a escala ampliada de los flujos migratorios.
Sin embargo, el apego al terruño, el mantenimiento de los lazos familiares (debido a la permanencia de las mujeres en las comunidades), así como sus vínculos con la tierra, vía su posesión o transmisión, constituyen para los migrantes rurales fuertes amarres e incentivos para el regreso. La migración significa una solución temporal emergente a la crisis, no un proyecto de vida. Por lo tanto, los retornos y la contención del proceso migratorio dependerán de la superación o mitigación de los efectos de la crisis cafetalera. Esto sólo será posible mediante programas de desarrollo regional, instrumentados por el Estado, que faciliten la transición hacia otros cultivos o generen empleos en otros sectores. Aunque, en última instancia, otra solución sería que hubiera cambios en la política migratoria de los Estados Unidos que se concretaran en un convenio de trabajadores temporales.
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Sur, 2001-2002. [ Links ]
Entrevistas
Alejandro Galván y otros, Consejo Regional del Café de Coatepec (Corecafeco).
Cirilo Elotlán, presidente del Consejo Regional del Café de Coatepec.
Crescencio Rodríguez (Chiltoyac).
Delfino Durán (Chiltoyac, Veracruz).
Fernando Celis, secretario de la Coordinadora Nacional de Organizaciones Cafetaleras, 2002.
Juventino López (Coyolillo, Veracruz).
Leopoldo Alafita (Jalapa, Veracruz).
Lorenzo López, agente municipal de Coyolillo.
María Elena Hernández (Chiltoyac).
Neftalí Martínez (Chiltoyac).
Rafael Hernández (Chiltoyac).
Santiago Zaragoza (Coyolillo).
Silvestre Tejeda, comisariado ejidal de Chiltoyac.
1 Con base en su participación en el flujo total y en el crecimiento social negativo acumulado, estimado por Chávez y ponderado por la tasa de migración internacional, calculamos que entre 150 mil y 200 mil veracruzanos han migrado a los Estados Unidos desde 1995.
2 Diez empresas exportan 56.4 por ciento del volumen y 57.2 por ciento del valor del café (Claridades Agropecuarias, 1997:16-17).
3 Fueron entrevistadas únicamente familias de migrantes. En Chiltoyac la muestra (30 familias) es representativa, pues el ejido tiene tres mil habitantes (alrededor de 600 familias). En Vista Hermosa-San Isidro, comunidad mucho más pequeña, se entrevistaron 12 personas.
4 Esta mayor participación de las mujeres en Chiltoyac tiene que ver, a nuestro juicio, con la alta proporción de mujeres jefas de familia, viudas o "dejadas" (Millán, 1994).
5 Algunos migrantes de mayor nivel educativo de Chiltoyac han, incluso, seguido en estudios superiores en los Estados Unidos para mejorar sus oportunidades de trabajo (Ramírez y Romero, 2002).
6 Actualmente el costo subió más de 50 por ciento: 25 mil pesos en promedio (comunicación personal de Carlos Garrido, Jalapa, septiembre de 2003).
7 Los porcentajes no suman 100 por ciento porque las familias orientan sus remesas a varios usos simultáneos.
8 "En algunas comunidades la migración es tan nueva y la comunicación tan poca que no conocen el lugar donde se encuentran sus esposos e hijos, ni en qué tipo de actividad trabajan, debido a la inestabilidad de permanencia en el empleo" (Pérez, 2000:78).