En estudios recientes de Relaciones Internacionales (RI)1 el factor religioso se ha convertido en un tema recurrente para entender diferentes dinámicas alrededor del mundo. Si bien la mayoría de dichos estudios han estado enfocados al entendimiento del terrorismo con una justificación religiosa,2 es fundamental reconocer que también ha habido un creciente número de movimientos no violentos basados en creencias religiosas.3 Este escenario era impensable tres décadas atrás, cuando todavía la tesis modernista4 ocupaba la mayoría de los estudios internacionales y era un elemento fundamental para las Relaciones Internacionales.
No obstante, desde la revolución iraní de 1979 se empezó a tener un mayor cuidado en el estudio de actores religiosos en las relaciones internacionales. Antes de este evento, la religión había sido considerada insignificante en su impacto internacional, ya que se mantenían las premisas de que la racionalidad y secularidad van de la mano y que los sistemas políticos, económicos y sociales "modernos" se encontraban en sociedades que se habían modernizado a través de un proceso de secularización que marginaliza o "privatiza" la religión (Casanova, 1994). Las nuevas condiciones geopolíticas al terminar la Guerra Fría, la renovada construcción de identidades basadas en el nacionalismo religioso (Juergensmeyer, 1994) se convirtieron en nuevos enemigos para el Estado secular, y del cual no se tenían antecedentes para combatirlos. En el ámbito académico, la propuesta de Samuel Huntington (1993) del "choque entre civilizaciones", en que se transpolan las identidades religiosas para definirlas en términos civilizatorios, dio nuevos elementos para la discusión del tema religioso.
De tal manera, nuevas preguntas urgían al internacionalista al estudiar las nuevas condiciones internacionales: ¿es necesario estudiar el factor religioso en las relaciones internacionales?, ¿cómo puede abordarse este tema?, ¿cuáles son las herramientas metodológicas en Relaciones Internacionales para explicarlo?, ¿existe una amenaza al estado secular?, ¿es la religión un factor natural de conflicto?
En el presente artículo se abordará una perspectiva constructivista-causal acerca del impacto del factor religioso en las relaciones internacionales y su camino de inclusión del estudio del factor religioso en la disciplina de las Relaciones Internacionales. Se pretende contribuir a la discusión del tema religioso y su impacto en las relaciones internacionales, para que más académicos identifiquen la importancia de otros factores, más allá de la economía y la política, para el análisis y comprensión de las dinámicas internacionales. Por ende, la relevancia del tema religioso para la configuración del sistema internacional5 es alta y urgente, ya que, aunque los Estados son el objeto de estudio en una caracterización clásica, existe una creciente necesidad de explicar y entender la fuerza de actores no estatales tanto individuales como colectivos. Es en este contexto donde los actores religiosos tiene un papel fundamental, desde el aspecto colectivo en movimientos violentos y no violentos, así como en el nivel individual de análisis de líderes religiosos o líderes laicos con discursos que hacen referencia a una doctrina religiosa.
El Estado puede verse amenazado si no logra identificar las razones de los levantamientos armados o revueltas sociales y, más aún, si no tiene conciencia de la importancia de la religión en los individuos para incentivarles a realizar ciertas acciones; difícilmente encontrará soluciones a dichos problemas. Es por ello que se esbozará el modelo "internacionalista teológico", esbozo en el que se darán las variables iniciales para identificar, valorar y establecer sistemáticamente un estudio de la religión en las Relaciones Internacionales. Este enfoque multidisciplinario permitirá al internacionalista tener mayores herramientas metodológicas y un acercamiento más adecuado para entender la ambivalencia de lo sagrado (Appleby, 2000) y el impacto que tiene desde el nivel individual hasta el internacional a través de un acuerdo intersubjetivo de valores, identidad y responsabilidad ética-moral.
De la Respublica Cristiana al Estado-Nación
Es importante señalar que antes del nacimiento de los Estados-Nación a partir de los tratados que sentaron la base para la Paz de Westfalia6 en 1648, la sociedad europea estaba regulada por un eficaz y complejo sistema de la "doble espada", en el que el emperador romano y el papa se encargaban de defender el corpus mysticum.7 Esta era la base de la Respublica Cristiana, en donde toda persona estaba bajo la obediencia de la ley de Dios en una sola fe y demostraba dicha afiliación mediante el tributo y reconocimiento del papa y del emperador romano como administradores de la fe y de los asuntos políticos, respectivamente.
Se puede identificar, entonces, cuatro características de este sistema medieval (Carlson y Owens, 2003). Primero, la ley de Dios presente en la unión de política y religión, en la que la fe y la razón son parte de la soberanía divina sobre la creación.8 En este primer elemento existe un reconocimiento de la imposibilidad de que algo escape al poder de Dios. Segundo, toda autoridad política se deriva del Dios; por lo tanto, el fiel creyente deberá cumplir con las reglas establecidas a través del papa y del emperador. Tercero, la estructura del poder mundano está compuesta por autoridades intermitentes en jurisdicciones cambiantes. Finalmente, los límites de la civilización están demarcados por una creencia religiosa y, con claridad, la civilización terminaba hasta los límites de la cristiandad. Estas características fomentaban un sistema en el que se mantenía la premisa agustiniana de que el ser humano es inherentemente errado y se fomenta la traslación de responsabilidad individual hacia un poder divino externo difícil de entender.
No obstante, Tomás de Aquino se empeñó en desarrollar otra corriente de pensamiento en la cual se alejaba de la doctrina agustiniana y compartía mayores elementos aristotélicos, afirmando que el ser humano es capaz de ejercer un autocontrol y autogobierno. Tomás mantenía que uno de los mayores objetivos de la teología es poder articular principios que guíen la naturaleza humana. De esta manera, el ejercicio racional teológico derivó en una ley natural, bajo la cual puede entenderse parte de la ley divina mediante del uso de la razón.9 Se disuelve el dogma en todos los ámbitos de la vida espiritual y pública, para iniciar un serio cuestionamiento que desembocaría en la Reforma10 y subsecuentes guerras con sustento religioso.
La Reforma, que tuvo como factor fundamental de inicio la figura y tesis de Martín Lutero, fue un periodo que incluyó cuatro movimientos: luteranismo, la Iglesia reformada, la Reforma radical (Anabautista) y la Contrarreforma. Los reformistas, aún con importantes diferencias entre ellos, rechazaban de manera tajante la autoridad de la Iglesia Católica Romana sobre cuestiones civiles y eclesiásticas locales. Daniel Philpott (2001) afirma que un elemento fundamental fue el rol de las ideas en la construcción de identidades y de motor de cambio que influyó considerablemente en estos movimientos. Lutero utilizó el sermón y el panfleto para así influir sobre campesinos, proletarios, nobles, magistrados y príncipes, así como mercaderes y artesanos. Fueron los conversos quienes a través de sus ideas fueron dando pie a una nueva identidad que disolvía, al menos en lo individual e interno, la afiliación al sistema de la doble espada.
El conflicto religioso derivó en una conflagración violenta entre creyentes católicos romanos y protestantes durante el periodo comprendido entre 1530 y 1648. Fue en este espacio temporal cuando se presentaron los primeros avances formales para institucionalizar la soberanía como medio para solucionar el conflicto. El principio de cujus region, ejus religio (de quien es la religión, es la religión) fue fundamental para la Paz de Augsburgo en 1555, que daba un fin temporal a las "guerras religiosas". Como un primer acuerdo político para conferir soberanía a territorios bien diferenciados, lo cual implica una independencia de culto y organización, este tratado representa un hito para las relaciones internacionales, incluso tomando en cuenta que no fue aplicado del todo. Sin embargo, tanto el emperador como el papa eran conscientes de la pérdida de poder tanto político como religioso, lo cual los llevó a desconocer este tratado, y continuaron con la decisión de influir en el poder religioso en todos los territorios.
La Guerra de los Treinta Años tuvo lugar como resultado de este incumplimiento, y el derramamiento de sangre y la destrucción material pedían una resolución inmediata. Fue entonces cuando, en 1648, este esfuerzo se consolidó con la Paz de Westfalia, y su relevancia puede entenderse en tres aspectos. Primero, se codificó el principio de cujus regio, ejus religio establecido desde el Tratado de Augsburgo; segundo, el ideal de independencia se consolidó bajo una práctica real llamada "soberanía"; tercero, se establecieron unidades políticas diferenciadas con la capacidad de regular la organización en el interior, salvaguardar la seguridad de sus habitantes y ejercer su derecho de libertad de creencia con el resto de dichas entidades.
Es por ello que Philpott (2001) afirma que la Paz de Westfalia fue un momento fundamental en las relaciones internacionales debido a tres características: su texto, las intenciones y la práctica, que contribuyeron al desarrollo de la aplicación de la idea de Estados-Nación. Asimismo, se identifican cuatro pilares del sistema westfaliano que sentaron las bases para las relaciones internacionales (Haynes, 2007: 32): los Estados son el único actor legítimo en el sistema internacional; los gobiernos no buscarán cambiar las relaciones entre la religión y la política en países extranjeros; las autoridades religiosas llevan a cabo de manera legítima pocas, si es que algunas, funciones domésticas temporales y aún menos transnacionales, y la separación entre Iglesia y Estado significó que los gobiernos no promoverían una preferencia de una religión sobre la otra.
Este logro de mantener la paz mediante la constitución de entidades políticas soberanas tuvo una consecuencia fundamental también en el ámbito académico de las Relaciones Internacionales, herederas de estas nuevas condiciones. Se observa una clara referencia de atraso, dominio y opresión cuando se hace referencia a la religión en el ámbito público. Asimismo, la soberanía rompe con un orden político-religioso y se considera una característica fundamental para el desarrollo de los Estados nacionales y de la humanidad en su conjunto. Este "logro moderno" constituye un elemento esencial para el secularismo11 y la secularización.12 Grandes figuras del pensamiento político y social de los siglos XIX y XX, tales como Émile Durkheim, Max Weber, Karl Marx, Auguste Comte, Sigmund Freud, Talcott Parsons y Herbert Spencer, mantuvieron la idea de que la secularización es una faceta integral de la modernización, una expresión relevante en toda sociedad moderna (Haynes, 2007: 9).
Esta idea se basaba en darle un poder casi inconmensurable al Estado, una legitimidad en sí mismo y una capacidad insuperable de velar por la seguridad y el bienestar social. Este desarrollo del concepto de soberanía, de la mano con la secularización y el subsecuente secularismo, influyó de manera prominente en el desarrollo del estudio de las Relaciones Internacionales, y no fue sino hasta el cuarto gran debate dentro de la disciplina13 cuando factores relacionados con el poder de las ideas, identidad y afiliación, más allá de la búsqueda por el poder, pudieron discutirse en profundidad.
No obstante, las promesas de paz, estabilidad y desarrollo que el Estado secular promovía no han sido cumplidas cabalmente. Las guerras y conflictos domésticos e internacionales, la violencia social, la pobreza y la marginación no han podido ser erradicadas, ni siquiera disminuidas de manera considerable, por el Estado "salvador". Un Estado que además no ha podido suplantar la fuerza identitaria que la religión provee a partir de una afiliación interna (privada) y expresada en sociedad incluida en el Estado (pública). Por otro lado, esta situación ha contribuido para que hoy se pueda afirmar que la religión es un factor esencial que se tiene que analizar en el nivel global. El reto que plantea es identificarla, controlarla, respetarla e interpretarla para entender su dinámica, impacto y consecuencias en la sociedad y, por ende, en el sistema internacional.
Por lo tanto, la teoría modernista-secular ha llegado a una crisis tal que se han creado movimientos sociales que van en contra de la aplicación de sus postulados y que se basan en un orden establecido en la identidad de grupo, como aquella que presentan las corrientes religiosas. Esta reformulación religiosa tiene que ver con definir, restaurar y reforzar las bases de identidad personal y comunitaria que han sido sacudidas o destruida por dislocaciones modernas y crisis. Si bien el resurgimiento religioso es usualmente percibido como un retorno al pasado, esto es, de hecho, un fenómeno moderno (Fox y Sandler, 2004: 14) o incluso posmoderno.
Es por ello que se habla de un resurgimiento global de la religión que no puede ignorarse más. Dicho resurgimiento se refiere a una mayor presencia y capacidad de persuasión de la religión. Por ejemplo, la creciente importancia de las creencias religiosas, prácticas y discursos en la vida personal y pública; el creciente rol de individuos religiosos o relacionados con la religión, grupos no estatales, partidos políticos, comunidades y organizaciones en política doméstica. Esto está ocurriendo en formas que tienen implicaciones significativas para la política internacional (Thomas, 2005: 26). Por lo tanto, aquellos que marginan la religión de sus análisis de asuntos contemporáneos lo hacen corriendo un gran riesgo (Berger, 1999), el riesgo de no incorporar una factor explicativo fundamental para la realidad doméstica e internacional.
Religión y relaciones internacionales: Del exilio a la reconciliación
El factor religioso que resultó marginalizado al punto de ser ignorado en la mayoría de los estudios "modernos" se ha convertido en un factor fundamental para entender la dinámica internacional. Aún más, si se estudia la manera en que el poder es ejercido en las relaciones internacionales y la manera en que el factor religioso influye en el cómo se efectuará dicha acción, la relación entre la religión y las relaciones internacionales es tanto dialéctica como interactiva (Haynes, 2007: 18). Esta relación causal invita a todo aquel interesado en entender las dinámicas internas del entorno internacional a estudiar el factor religioso más allá de un prejuicio modernista que no puede, ni debe, dominar el estudio en una etapa post-posmoderna.14 Es por ello fundamental aplicar las herramientas metodológicas adecuadas para identificar, analizar y, presumiblemente, inferir las causas y consecuencias del factor religioso en relaciones internacionales.
Desde su formación como disciplina académica, las Relaciones Internacionales han presentado un exilio real y formal de la variable religiosa en sus estudios, sobre todo en enfoques teóricos tales como el realismo, neorrealismo, funcionalismo, institucionalismo, entre otros. Este exilio había llevado al factor religioso a incorporarse a estudios étnicos, culturales o sociológicos sin figurar como un factor determinante en la manera en que los tomadores de decisiones políticas se ven influidos por creencias, prácticas y expresiones religiosas tanto en el nivel personal como en el colectivo. Si bien hay múltiples razones de dicho exilio, son cuatro los factores principales para hacerlo. Primero, las Relaciones Internacionales evolucionaron a partir de la premisa de que factores primordiales como la etnicidad y la religión no tienen parte en la sociedad moderna. En este pensamiento moderno se da una relación causal directa entre la formación de un Estado secular y su rápido crecimiento, lo cual se muestra difuso cuando se analizan casos particulares de sociedades en países desarrollados tales como Estados Unidos o Reino Unido,15 en donde el factor religioso influye en la toma de decisiones y está presente en la población. Esta dinámica entre la esfera pública y la privada es lo que la distingue del enfoque modernista en el cual dichas esferas nunca se deben mezclar si uno quiere un desarrollo sostenido.
Segundo, las Relaciones Internacionales es tal vez la disciplina más occidentalista de las ciencias sociales, sobre todo si tomamos en cuenta que los grandes teóricos son del llamado "mundo occidental" y tienden a ignorar factores importantes relacionados con el individuo tales como creencias, motivaciones, intereses. Para Fox y Sandler (2004), esta tendencia a ignorar la religión está cimentada en el centrismo occidental de las ciencias sociales. Por lo tanto, que las Relaciones Internacionales sea la disciplina que más ignora a la religión puede ser explicado por el hecho de que en muchas maneras es la más occidental de las ciencias sociales.
Tercero, el estudio de las relaciones internacionales está influido en extremo por el uso de la metodología cuantitativa. Como ya se comentaba arriba, la búsqueda de la objetividad y el carácter científico de la disciplina originaron variables cuantificables y demostrables para explicar las dinámicas mundiales. Las ideas, las creencias y los valores son factores que necesitan un método más complejo de análisis para ser cuantificados, lo cual los ha confinado a estudios limitados, incluso a ser ignorados, en busca de la "objetividad" de la ciencia. La falta de estudios sobre el impacto del factor religioso de manera cuantificable y la incredulidad de una medición acertada sobre el tipo de motivaciones reales de un individuo cuando es imposible estar en la mente del otro han mermado la capacidad para ahondar en el tema. Es un reto que pocos académicos han tomado, y es necesario que se enfrente para poder tener un mejor entendimiento de la realidad local e internacional.
Religión y conflicto
El llamado "resurgimiento" del estudio de la religión en las Relaciones Internacionales se relaciona sobre todo con su impacto tanto en conflictos locales como internacionales, como se puede apreciar en el cuadro 1. En la mayoría, la religión fue el factor central, donde la lucha por la supremacía en asuntos divinos se basó en el lema "Un Dios, una verdad, una religión". Por lo tanto, todo pensamiento o corriente ajeno a la religión opresora se convierte en perseguido y sentenciado de manera sistemática incluso desde el Estado.
Del total de las guerras civiles en el mundo durante el periodo de 1940-2010, se puede identificar conflictos intrarreligiosos e interreligiosos. Los conflictos intrarreligiosos sumaron un total de doce; en once de éstos, el Islam estuvo presente. La lucha entre grupos suníes y chiitas en la región de Medio Oriente constituyeron la mayor cantidad de conflictos entre creyentes de una misma religión. Por su parte, el cristianismo estuvo presente en uno de los casos de violencia intrarreligiosa. El resto de los conflictos fueron de tipo interreligioso (véase el cuadro 2), sobre todo con base en una oposición de grupos frente al Estado. En dichos casos, creyentes musulmanes estuvieron activos en 26 de ellos; mientras que creyentes cristianos, en 26 conflictos, en que participaron activamente. La mayor cantidad de conflictos entre diferentes religiones ocurrió entre el islamismo y el cristianismo, ambas del Libro16 y, por lo tanto, con mayores elementos en común que con otras religiones orientales.
Es fundamental aclarar que estos conflictos no revelan la belicosidad de la doctrina religiosa, sino el uso de valores comunes, identidades y símbolos que, al combinarse con una demanda política, social, económica, se convierten en una fuerza humana con una creencia de protección divina. Es decir, la convicción de realizar acciones violentas se adscribe a una "guerra justa" que sigue permeando en muchos grupos radicales. Por lo tanto, es impreciso, incluso peligroso, afirmar que el islamismo es la religión más violenta porque está presente en la mayor cantidad de conflictos. Dicha afirmación se ha convertido en un argumento político-ideológico que ha servido para justificar acciones violentas frente a un radicalismo islámico -mal llamado fundamentalismo17 -. El hecho de que el islamismo esté sobrepresentado en estos conflictos no es por mensajes bélicos en diferentes suras18 del Corán, sino por una cuestión ideológico-política (Toft, Philpott, Shah, 2011: 156).
Obviamente, la separación entre ideología, religión y Estado no es tan explícita ni deseable como se ha propuesto en países 'occidentales' herederos de la Paz de Westfalia. Por ello, en diversas regiones de Medio Oriente existe la percepción de que las campañas militares iniciadas por poderes occidentales desde los años setenta han tenido una "razón democratizadora".19 De esta manera, la respuesta violenta a procesos democratizadores en sociedades anteriormente no democráticas es altamente probable y cada vez más identificable en la literatura internacionalista20 (Snyder, 2000). Por otro lado, la globalización y el intercambio de ideas por medio del internet ha servido para crear redes y compartir la "cultura del martirio" y el llamado a la jihad 21desde una interpretación sectaria violenta que ni siquiera se encuentra dentro de los Cinco Pilares22 del islamismo.
Asimismo, la situación geográfica de territorios sagrados para múltiples religiones en zonas con mayoría islámica presenta un reto de tolerancia y pluralismo que incumbe a los distintos creyentes. Además, las reservas de petróleo en países con mayoría islámica los han hecho susceptibles a intervenciones externas con la finalidad de hacerse del control de dicho recurso. La interferencia internacional en asuntos domésticos, como en la cuestión energética e ideológica, se percibe como una amenaza tanto a los recursos como a su creencia religiosa, lo cual ha creado resentimiento en poblaciones locales. Lo anterior es un ejemplo de que la identificación de un factor religioso en un conflicto nos ayuda a entender una dinámica mayor que incluye aspectos políticos y económicos. De la misma manera, nos presenta la dificultad de diferenciar cuándo un conflicto es claramente religioso y en qué circunstancias el conflicto utiliza una razón religiosa para encubrir una campaña política o económica.
Religión y construcción de paz
Es preciso indicar que la religión no es sólo un factor de conflicto doméstico e internacional, sino también es un factor de reconciliación y de construcción de paz. La importancia de líderes religiosos en relación con la credibilidad en la población y en su capacidad de dotar de un aura divina cualquier movilización social les hace factores fundamentales para la reconstrucción del imaginario social en situaciones traumáticas como guerras, desastres naturales o injusticia social. El rol de estos líderes se basa en la capacidad de mostrar aquellos aspectos útiles que su religión les presenta como herramientas dentro de una misión divina, no necesariamente para imponer dicha religión, sino para sentar las bases de convivencia social.
Aquellos individuos que representan una comunidad religiosa y trabajan por el beneficio de dicho grupo y fomentan la creación de condiciones útiles de convivencia interreligiosa son genuinos 'constructores de paz religiosos' (religious peacemakers). Por lo tanto, este individuo debe estar primeramente comprometido con el cese de la violencia y la resolución del conflicto. El fin último de este esfuerzo es la reconciliación o la coexistencia pacífica con el llamado "enemigo" (Appleby, 2000: 13), y no establecer una superioridad doctrinal o institucional. Así, el constructor de paz se esfuerza en crear las condiciones para una sociedad plural en armonía, en lugar de establecer una religión por la fuerza o fomentar la intolerancia. No están tratando de ganar conversos sino ser la personificación de la fuerza compasiva de aquella doctrina que representan. De esta manera se diferencian de aquellos líderes religiosos radicales que interpretan y utilizan la religión para ganar sobre otros, deshacerse de "infieles" o "herejes" para proclamar un solo camino hacia la divinidad (Chávez-Segura, 2012: 201).
Es importante señalar que para que el constructor de paz religioso tenga credibilidad, construya un fin común y logre personificar la doctrina de paz tiene que mantenerse en un discurso y estilo de vida religioso. Es decir, contrario a concepciones erradas en algunos círculos políticos y académicos en donde se defiende a ultranza y hasta con destellos de fanatismo la tesis modernista secular, los constructores de paz religiosos tienen un efecto positivo, no cuando se restringen o moderan en sus expresiones de profunda espiritualidad y hacen uso de símbolos vívidos religiosos, sino cuando se mantienen congruentes con su religión y, sobre todo, con los valores de amor y compasión (Appleby, 2000: 16).
Por lo tanto, esta construcción de la paz desde la religión se basa en una relación causal de lo individual a lo social, de lo local a lo internacional, de lo parroquial al diálogo interreligioso. Es la suma de voluntades individuales que pueden impactar mediante la construcción intersubjetiva de un entorno de paz a las instituciones, incluidas el Estado y, posteriormente, la sociedad internacional. Es esta ambivalencia de lo sagrado que menciona Appleby (2000) la que invita a académicos internacionalistas, políticos y tomadores de decisión a investigar con mayor detalle las causas, actores y consecuencias del factor religioso en las relaciones internacionales.
Modelo internacionalista teológico
Como resultado de esta necesidad teórica y la falta de una sistematización y metodología en el estudio del factor religioso en las Relaciones Internacionales, un enfoque internacionalista teológico23 puede aportar elementos útiles para iniciar un análisis más adecuado al respecto desde las diferentes dimensiones disciplinarias que tienen un rol fundamental en todos los movimientos religiosos, tanto de paz como de conflicto.24 Para los fines de este artículo, se presenta en el cuadro 3 los elementos iniciales para identificar variables por disciplina y carácter de las mismas ya sea referido a su naturaleza o a su expresión en términos operativos.
La naturaleza religiosa va desde la identificación de una religión tradicional, basada en prácticas y en identidades bien diferenciadas y mantenidas en un tiempo y espacio determinado. La memoria histórica de una religión tradicional permite una relación en términos intersubjetivos sin ser cuestionada. Por otro lado, la naturaleza sectaria se define en relación con la diferenciación a otros grupos, incluidos aquellos tradicionales. La sincrética utiliza elementos de diferentes fuentes y busca incorporar creyentes de los distintos grupos bajo una gran religión con planteamientos universalistas. Los nuevos movimientos religiosos van más allá de una construcción sincrética y se definen como un nuevo enfoque doctrinal que va más allá de lo que se había propuesto con anterioridad, generalmente basados en una representación más fiel de una realidad nueva y siempre cambiante. Su parte operativa religiosa se refiera a la manera en que dichos movimientos serán mantenidos, promovidos y experimentados, con lo cual se procura identificar qué actores son los que intervienen. En los estudios políticos referidos a la religión, se puede tender a crear generalizaciones y tomar la religión como un fenómeno monolítico y sus expresiones particulares como características menores, simplificando el estudio a actores institucionales.
El factor teológico que en repetidas ocasiones se ha utilizado para referirse sólo a creencias teístas, y en particular a aquellas judeocristianas, pierde utilidad cuando se busca entender el peso teológico de creencias tanto teístas como no teístas y más allá de una regularidad judeocristiana que domina el estudio occidental, pero que lo imposibilita de observar nuevas realidades. El enfoque teológico busca identificar la racionalidad detrás de un pensamiento religioso a partir de analizar si las ideas que sustentan un conflicto o movimiento religioso son exclusivistas, si se basan en la justificación de la violencia como una verdad teológica o si se pretende llevar a cabo un movimiento plural y la construcción de una "paz justa" a través de medios no violentos. Estas ideas básicas deben tener una capacidad alta de persuasión para que aquellos que participen puedan continuar a pesar de represalias violentas por parte del Estado o de otro movimiento en contra. Esta estrategia va desde la promesa escatológica particular, obtener ganancias materiales inmediatas, la percepción de llevar a cabo realmente lo que la doctrina presenta, o tener una ganancia de transformación espiritual. Si se ignora el elemento teológico dentro de un movimiento religioso, se pierde una dimensión fundamental que impacta de un modo directo en la voluntad de los individuos que participan y hay un peligro de sobre simplificar los hechos y considerarlos un modus operandi carente de racionalidad, y guiada por una fe ciega.
Dentro de un objetivo político, el mantenimiento o reclamo por el poder se basa en la consecución de dos objetivos: mantener una posición de mando en un entorno estatal construyendo un gobierno que impulse políticas públicas de acuerdo con los principios doctrinales, tanto teológicos como religiosos; por otro lado, mantener la seguridad del Estado que protege dichos principios y que está siendo amenazado por una corriente ideológica o religiosa que pueda disminuir su poder y que incluso amenace la soberanía territorial a través de ocupaciones militares. Estos objetivos necesitan una fuente directa de financiamiento, y por ello este factor es fundamental para entender la dinámica doméstica e internacional cuando se identifican los actores estatales y privados que financian movilizaciones bajo un aura religiosa, inferir sus objetivos particulares y generales, así como anticipar nuevas políticas del grupo. De esta manera podemos identificar elementos causales que incluyen las tres disciplinas y constituyen factores de estudio fundamentales para clarificar la motivación que mantiene un movimiento religioso y el tipo de movilización que impacta el tejido social y, por ende, a la sociedad internacional.
Consideraciones finales
Como resultado de las nuevas dinámicas internacionales, el estudio del factor religioso es fundamental para llevar a cabo un análisis más completo en aquellos casos en donde la religión está presente. Las grandes religiones del mundo están tomando ventaja de las oportunidades que la misma globalización plantea para transformar sus mensajes y tener una audiencia global. Por lo tanto, entender las religiones -sus creencias, valores y prácticas- y la manera en la que influyen los objetivos políticos y las comunidades religiosas es una tarea urgente para los tomadores de decisiones en los próximos años (Thomas, 2010). Los retos que plantea este esfuerzo se dan como resultado de circunstancias bien diferenciadas. En primer lugar, la identificación de la disciplina de las Relaciones Internacionales de origen y práctica occidental ha dejado a un lado el tema de religión en su afán de velar por la secularización de la sociedad y del Estado. Se ha pretendido asegurar que el modernismo menoscabaría a la religión; sin embargo, las grandes religiones siguen presentes y el número de creyentes, de la religión que sea, sigue siendo muy significativo. Además, la construcción del Estado benefactor, omnipotente y omnipresente ha demostrado sus fallas para promover el desarrollo y evitar la pobreza, con lo cual no ha podido impedir las guerras y destrucciones masivas.
Segundo, la importancia del estudio del radicalismo religioso en función de su vinculación con la realidad política internacional. Los ataques terroristas en grandes ciudades, en el presente siglo XXI,25 y su interpretación como parte de una conflagración intercivilizatoria e interreligiosa, han implicado la necesidad de un estudio que vaya más allá de razones económicas y políticas. Es necesario reconocer que existen fenómenos que escapan del correcto análisis de la política y de la economía exclusivamente. Es por ello que la sociedad actual necesita comprender los fenómenos desde otra perspectiva para mejorar su entendimiento y juicio al respecto, lo cual no implica sustituir los enfoques políticos o económicos, sino complementarlos.
Tercero, la tendencia de la sociedad a incrementar su religiosidad. Mientras que una gran cantidad de políticos y académicos se ha esforzado por mostrar las ventajas de una sociedad y un Estado secularizados, la cantidad de fieles de diversas religiones no ha disminuido en consideración; aun se ha incrementado, como en el caso del islamismo, el budismo y el hinduismo en países occidentales. Por ende, a pesar de la secularización de las instituciones estatales y civiles, el poder de las instituciones religiosas y de la religión misma sigue siendo muy elevado.
El cuarto es la creciente regularidad de problemas de índole religioso y étnico que sugiere incorporar nuevas variables que clarifiquen las causas y posibles consecuencias de dichos conflictos. Este tipo movilizaciones fueron más evidentes al presentarse la desintegración de la Unión Soviética, y constituyeron un foco de alarma ante las hostilidades derivadas de un conflicto de creencias. Los conflictos religiosos como base de identidad son también un foco de alerta para la República Popular China, en particular en la región de Xinjiang y del Tibet. Finalmente, el uso de la religión para legitimar acciones estatales. La religión ha sido, es y será una fuente de legitimidad discursiva y militar de las acciones del Estado frente a su sociedad.
Es por ello que la propuesta internacionalista teológica sugiere una identificación clara de la naturaleza del caso de estudio y cómo operan los diferentes actores y circunstancias. A partir de la identificación del tipo de religión, de los objetivos generales, motivación y metas se establece la naturaleza del movimiento social o conflicto. Es a partir del estudio de los actores, las estrategias de persuasión, movilización y adquisición de fondos como se puede identificar la operatividad el movimiento. Este enfoque es un esfuerzo inicial que plantea nuevos retos para el internacionalista, y se observa como un punto de partida para ir incorporando nuevas variables y dinámicas de estudio dándole al factor religioso el lugar que le corresponde dentro de la disciplina de las Relaciones Internacionales. Como lo establece Peter Berger (2000: 18), aquellos que marginan a la religión de sus análisis de asuntos contemporáneos lo hacen corriendo un gran riesgo: el no poder identificar con claridad las causas, condiciones y consecuencias de una movilización social, tanto violenta como pacífica, que incluye valores, creencias, símbolos y el rol activo de líderes religiosos y creyentes.