Introducción
En el contexto rural mexicano, el Estado neoliberal se ha expresado en el abandono de los estímulos a pequeños productores y en el favorecimiento de la industria agraria. La proveeduría de bienes y servicios para la satisfacción de necesidades básicas se delegó en el espacio privado, por lo que el sector primario asumió esta tarea mediante diferentes modalidades de trabajo colectivo. Una de estas figuras de trabajo colectivo es la cooperativa, cuyo quehacer manifiesta tensiones entre la intervención estatal y las diferentes expresiones autónomas que desde los espacios locales buscan generar condiciones de bienestar para la población.
Nos ocuparemos de una experiencia de trabajo asociativo orientado a la producción apícola en el poniente del municipio de Bacalar, Quintana Roo, zona que forma parte de la Península de Yucatán, una de las principales regiones productoras de miel en el país, donde la apicultura tiene una larga tradición en la cultura maya y ha formado parte integral de una diversidad de actividades para el autoabastecimiento de las unidades domésticas.
Con la creación del estado de Quintana Roo (1974), como una forma de regular las prácticas socioeconómicas, se impulsó la formación de cooperativas dedicadas a distintas actividades productivas (diferentes tipos de pesquerías, chicle, maderas preciosas y miel).
Desde 1996, en el entonces municipio de Othón P. Blanco, hoy Bacalar, productores/as de varias comunidades se agruparon en la Cooperativa Kabi Habin para la exportación de miel orgánica, mediante el trabajo asociativo de más de 120 hombres y mujeres de diferentes edades. Su trabajo ha sido apoyado por programas de gobierno solo en pocas ocasiones, de manera que, para mantener su trabajo, han gestionado articulaciones con otras asociaciones civiles y organizaciones internacionales vinculadas al comercio justo y la producción orgánica.
Partiendo del hecho de que uno de los pilares que sostiene la producción apícola es el trabajo de la unidad doméstica (Gracia y Poot, 2015), en esta investigación analizamos las formas en que la cooperativa Kabi Habin incorpora los intereses y necesidades de las unidades domésticas de sus asociados/as. Para ello, realizamos una investigación cualitativa que retoma aspectos del método etnográfico y que permite conocer a los sujetos de investigación por medio de varios instrumentos de producción de la información: entrevistas semiestructuradas, encuestas y observación participante.
El presente artículo es una síntesis de la tesis monográfica para optar por el grado de Maestría en Ciencias en Recursos Naturales y Desarrollo Social de El Colegio de la Frontera Sur.1
Perspectiva analítica
Lo doméstico es más que un asunto de familia
Desde una perspectiva funcionalista, se ha visto a la familia como un retrato microsocial de las manifestaciones sociales del poder, de los procesos civilizatorios y de modernización (Salvia, 1995). Términos como unidad doméstica o grupo doméstico, en cambio, reconocen la diversidad de formas en que se expresa este espacio de convivencia, y permiten analizar el proceso en el que interactúan varias personas o grupos con o sin lazos de parentesco. El uso de estos conceptos para analizar el espacio doméstico (García y De Oliveira, 2004; Salles, 1991; Jelin, 2007) es una manera de rechazar un modelo de familia universal y comprender las diferentes estrategias de sobrevivencia que se emplean en un contexto socio-histórico determinado.
Al asignarle al espacio doméstico una multiplicidad de relaciones y dinámicas humanas, se evidencia que “no son receptores pasivos, sino activos, cuyas acciones generan modalidades distintas de relaciones familiares” (Salles, 1991, p. 68). La constante interacción con el contexto permite el cambio de su estructura y de los arreglos que se llevan a cabo dentro de él, al tiempo que traslada demandas de cambio a las estructuras sociales, políticas y culturales con las que se relaciona. La noción de grupo doméstico tiene en cuenta que la familia no es una estructura estática y que sus características varían de acuerdo con el ciclo de desarrollo y de acuerdo con su interacción con el contexto socioeconómico.
El grupo doméstico genera diferentes arreglos de convivencia, por lo que puede entablar relaciones de cooperación, producción y consumo (Estrada-Lugo, 2011) para resolver la manutención cotidiana de sus miembros. Los aspectos fundamentales para definir el grupo doméstico son el parentesco y la herencia. Desde esta perspectiva, la reproducción social puede ser entendida como un proceso en el que se heredan prácticas cotidianas que permiten reproducir las estructuras sociales (Robichaux, 2003; Robichaux, 2007).
Aquí enfatizamos la cotidianeidad de las prácticas reproductivas y su capacidad de renovarse de acuerdo con sus interacciones con el contexto. Esto permite mantener el fondo de trabajo, concebido como “el conjunto de energías, disposiciones y capacidades manuales e intelectuales” (Coraggio, 2003, p. 21) que cada miembro aporta para sostener a la unidad doméstica. El fondo de trabajo solo se puede mantener si se satisfacen las necesidades de todos los miembros de la unidad doméstica, pues para hacerlo se requiere que cada individuo tenga la posibilidad de disponer de su trabajo para el bienestar de la unidad doméstica.
La perspectiva de la economía centrada en el trabajo considera que la unidad doméstica es “un grupo de individuos, vinculados de manera sostenida, que son -de hecho o de derecho- solidaria y cotidianamente responsables de la obtención (mediante trabajo presente o mediante transferencias o donaciones de bienes, servicios o dinero) y distribución de las condiciones materiales necesarias para la reproducción inmediata de todos los miembros” (Coraggio, 2004, p. 20).2 Las estrategias de reproducción constituyen uno de los rasgos característicos de la unidad doméstica, y se definen como aquellas acciones que realizan los miembros de la unidad doméstica “de acuerdo con cierta evaluación de prioridades y con un plan de acción coherente (qué, cómo y cuándo), en respuesta a condiciones económicas externas (de expansión o contracción), y de acuerdo con la estructura ‘establecida’ de valores sociales” (Salvia, 1995, p. 154).
De tal manera, retomamos el término de unidad doméstica para analizar cómo se relaciona una experiencia de trabajo asociativo con las necesidades de sus miembros, sin dejar de lado el hecho de que el grupo doméstico es la estructura que permite la reproducción de estas formas culturales. Desde la noción de fondo de trabajo, entendemos la relación del grupo doméstico con el sistema económico como una estrategia para reapropiarse de su producción y tenerla a disposición de sus propias necesidades, y como una manera de relacionarse con grupos de trabajo similares para fortalecer sus estrategias de producción y las relaciones políticas y económicas en diferentes niveles de relación. Concebimos el espacio doméstico como el ámbito de convivencia de personas que pueden o no vivir en una misma vivienda y estar relacionadas o no por parentesco, cuyo objetivo es garantizar diariamente las condiciones materiales y simbólicas necesarias para la reproducción social de sus miembros mediante la generación de una serie de redes, prácticas y estrategias comunitarias.
En los modelos teóricos contemporáneos, las necesidades han sido consideradas como la sensación de carencia que despierta el deseo de satisfacerlas, y se clasifican según su importancia económica (Elizalde, Martí y Martínez, 2006). Las necesidades básicas se refieren a aquellas que permiten la supervivencia física y la autonomía personal; por su importancia, se han considerado como derechos humanos, y su satisfacción está a cargo de políticas sociales.
Por el contrario, un enfoque motivacional considera que las necesidades o motivos son “una disposición a buscar un tipo especial de finalidad o propósito, por ejemplo, logro, afiliación, poder” (Elizalde et al., 2006). Según este enfoque, las necesidades son secuenciales; es decir, una vez que se puede garantizar la supervivencia, se busca generar condiciones para la autorrealización (Maslow, 1968, cit. en Elizalde et al., 2006). Boltvinik critica la noción de necesidades básicas y la reemplaza por la de necesidades humanas, en las que incluye cuatro grupos de necesidades: sobrevivencia (alimentación, refugio y seguridad), cognitivas (saber, entender, educarse), emocionales (afecto, amistad, amor, reputación) y crecimiento (logros, autorrealización, trascendencia), a las cuales considera fundamentales para alcanzar el bienestar o el florecimiento humano, como el autor lo denomina (Collin, 2012).
Tanto las relaciones domésticas como las comunitarias son expresiones de las estrategias de reproducción que intentan garantizar la reproducción social del fondo de trabajo: mediante acciones en los ámbitos públicos (productivos) y privados (reproductivos) se procura el bienestar de sus miembros por medio de la interacción con múltiples espacios colectivos, de manera que se va más allá de las necesidades de supervivencia y se promueven aspectos socioculturales para la autorrealización de los individuos.
Acciones colectivas para la reproducción de la vida
La acción colectiva es un motor de cambio social, una vía para propiciar transformaciones en una estructura socioeconómica y política o una manera de promover nuevas prácticas culturales. Aunque esta noción está asociada al estudio de los movimientos sociales,3 a nuestros fines interesa entender cuáles aspectos hacen que un evento realizado por una multitud detente la categoría de acción colectiva. Para definir la acción colectiva, retomamos tres perspectivas de planteamiento formuladas por Tarrés (1992):
La perspectiva de las estructuras sociales: el origen de las acciones colectivas estriba en el mismo sistema en el que se manifiestan, bien sea por el descontento de individuos que no se han adaptado a las condiciones sociales y pretenden crear nuevas condiciones para resolver ese conflicto, o, como lo platean teóricos marxistas, son consecuencia del conflicto social inherente a las condiciones de clase del capitalismo.
La teoría de movilización de recursos: la acción colectiva busca un beneficio específico, para lo cual organiza sus estrategias dentro de los límites y oportunidades (Tarrow, 2004) que el contexto le suministra. Para tal razón, hace uso tanto de recursos materiales como no materiales (valores, delegación de la autoridad, generación de redes). Puede entenderse como un espacio institucional en el que se establecen los principios integradores y sus objetivos para apropiarse colectivamente de los recursos disponibles de manera que se logra manejar los conflictos surgidos de los intereses individuales a fin de obtener beneficios y alcanzar una mayor ventaja colectiva (Ostrom, 2000).
La perspectiva de los nuevos movimientos sociales: una acción colectiva no solo se expresa en la protesta políticamente direccionada o en la confrontación con estructuras hegemónicas, sino también desde la vida cotidiana genera nuevos significados para la sociedad a partir de la reivindicación de la existencia de experiencias no hegemónicas (Touraine, 2000).
En esta investigación entendemos que las acciones colectivas son procesos mediante los cuales un grupo de individuos construye una identidad solidaria que se crea a partir de relaciones de reciprocidad para alcanzar un objetivo común mediante el uso colectivo de los recursos materiales y simbólicos disponibles. La identidad supone que cada persona se autodefine (Tarrés, 1992) en relación con aquello que reconoce en común con las otras personas del colectivo, y la solidaridad implica hacer propias (Baca, 2003) las reivindicaciones y características del colectivo. La reciprocidad es una acción de intercambio en las relaciones cotidianas entre los miembros de una comunidad o colectivo, un proceso mediante el cual se da y recibe un bien o servicio al tiempo que se estimula el intercambio voluntario de objetos materiales o de trabajo para el bienestar de cada individuo y del colectivo en general (Collin, 2012). Además de un evento excepcional o una estructura institucionalizada, la acción colectiva se construye en las relaciones cotidianas de convivencia como parte de las estrategias de reproducción social.
Estrategia metodológica
La investigación se realizó en los ejidos Blanca Flor y Nuevo Jerusalén, en el municipio de Bacalar, Quintana Roo. En ellos vive el 58 por ciento de las personas asociadas a la cooperativa Kabi Habin, en la que participan 1264 socios de 22 comunidades de la microrregión poniente de este municipio. Los sujetos de investigación son hombres y mujeres de diferentes edades socios/as de la cooperativa, así como integrantes de sus viviendas. El trabajo de campo se dividió en tres etapas de recolección y análisis de la información, realizadas entre enero y agosto de 2015.
Primera etapa: inserción en las comunidades y aplicación de la encuesta. Se establecieron acuerdos de trabajo con la cooperativa. Se realizaron 54 encuestas con información sobre 264 personas (134 hombres y 130 mujeres) con el fin de elaborar un registro de los miembros de Kabi Habin y conocer las generalidades de sus espacios domésticos y de la comunidad. También se realizó observación participante en espacios de trabajo y discusión.
Segunda etapa: observación y entrevistas en profundidad. La investigadora principal convivió durante cuatro meses con las personas de la cooperativa Kabi Habin en los ejidos seleccionados. Durante este periodo se realizaron 19 entrevistas a asociados/as de la cooperativa -al menos una persona por sexo en cada generación identificada-, fundadores (primera generación), hijos/as mayores que nacieron en Yucatán y migraron a temprana edad (segunda generación) e hijos/as menores que nacieron en la comunidad (tercera generación) y a informantes clave no miembros de la cooperativa.
Tercera etapa: análisis de la información. La información fue procesada en el programa IBM SPSS Statistics 20 para generar informes tabulares, gráficos y diagramas, así como estadísticos descriptivos de las variables. La transcripción del audio de las entrevistas y el diario de campo se sistematizaron con el programa Atlas Ti, que ayudó al procesamiento de datos cualitativos para interpretar la información recolectada.
Microrregión poniente de Bacalar, Quintana Roo: La constitución de los ejidos de estudio
Los ejidos de estudio se conformaron a partir de la emigración de personas de los municipios de Temozón, Tizimín, Valladolid, Chichimilá y Yaxcabá, en Yucatán. Una de las principales razones de esta migración intrapeninsular fue el incremento del sector terciario a partir del desarrollo de los polos turísticos Isla Mujeres, Cozumel, Cancún. La inversión pública que esto supuso era parte de una estrategia de redistribución territorial que pretendía garantizar el bienestar de las poblaciones con “la implementación y coordinación de planes y programas de distribución de población con los planes de desarrollo económico, social y cultural del sector público, considerando empleo, recursos naturales y planeación urbana” (Reyna, 1991, p. 586).
Si bien el papel del Estado en la mejoría de las condiciones fue un aliciente para la migración de las poblaciones, la creación de nuevas comunidades rurales fue resultado del desplazamiento de unidades domésticas que deseaban continuar con la producción de maíz. El proceso de poblamiento5 muestra la capacidad de las personas de construir el espacio público no estatal mediante su potencial de organizar colectivamente el trabajo, sobre todo porque en estos espacios rurales el Estado entabló una relación mediada por la presencia de empresas privadas, lo cual obligó a los pobladores a gestionar sus propios recursos. Un ejemplo de ello es que la construcción de caminos fue resultado de la relación con empresas encargadas de la extracción de maderas preciosas en la zona.
Aunque los nuevos territorios no ofrecían las mismas condiciones que sus comunidades de procedencia, muchas unidades domésticas se quedaron y aprendieron a producir en los nuevos ejidos. Se trató de un proceso paulatino liderado por hombres en calidad de dirigentes, que trabajaron en la construcción de viviendas y en la instalación de las milpas. En tanto, las mujeres permanecieron en Yucatán por algunos meses al cuidado de sus casas y de los/as niños/as, mientras se garantizaba que los nuevos asentamientos reunieran las características necesarias para el bienestar de la unidad doméstica.
La construcción de las viviendas y la siembra de milpas fueron tareas de cada unidad doméstica, mientras que la construcción de infraestructura comunitaria (pozos, plaza, escuelas, centro de salud, casa ejidal) se hizo mediante “fajinas”.6 La organización para la legalización de los asentamientos como ejidos, la forma de distribución de la tierra, se llevó a cabo por medio de asambleas. Aunque en México la estructura ejidal ha tenido cambios políticos y jurídicos y ha constituido un espacio para el control político (Gordillo, De Janvry y Sadoulet, 1998), en los ejidos estudiados su estructura y prácticas lo muestran como una manera democrática que representa al colectivo de ejidatarios/as y de garantizar el desarrollo de los diferentes servicios en la comunidad, pues la implementación de programas de gobierno se manifiesta únicamente en políticas sociales de transferencia de recursos de la Secretaría de Desarrollo Social (SEDESOL).
Actividades productivas
Además de maíz, en la milpa maya se siembra frijol, calabaza, camote, yuca, plátano, coco, cítricos y otros árboles frutales; su combinación con otras actividades -como la caza o la apicultura- garantiza el autoabastecimiento de las unidades domésticas.7 El trabajo de producción es realizado de manera individual o con ayuda de algunos miembros de la unidad doméstica que no requieren retribución monetaria.
Las milpas tienen un escaso impacto sobre el recurso forestal, pues se cultivan de manera artesanal con herramientas manuales y sin obras de irrigación, ya que se siembra tomando en cuenta las temporadas de lluvia. Las personas asociadas a la cooperativa no utilizan semillas mejoradas, herbicidas y fertilizantes, a pesar de que son los únicos beneficios que entrega la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación (SAGARPA) de manera sostenida. Esto evidencia que tienen una posición crítica respecto de su uso, que puede ocasionar daños al medio ambiente y a la salud de las familias. Por otra parte, la producción y la venta de otros cultivos diferentes del maíz siempre han dependido de la demanda directa de compradores de la región peninsular, y el precio está sometido a la dinámica de negociación con intermediarios, como es el caso del chile jalapeño, en la década de 90, y el de las hojas de plátano, en la actualidad.
Como parte de las políticas agropecuarias del Estado, se introdujeron prácticas ganaderas que fracasaron, pues se trató de ganado no apto para las condiciones climatológicas de la zona (EDUCE, 2000). No obstante, hay quienes hoy tienen ganado bovino para cría y engorda que usan para el autoabastecimiento y la venta en caso de emergencia.
En 1983 se creó una estrategia para contener el deterioro de las selvas que consideró, como puntos principales, la protección, el aprovechamiento racional y el beneficio comunitario, mediante la implementación del Plan Piloto Forestal de Quintana Roo (Zermeño y Hernández, 2009, p. 449). Esto implicó la regulación del desmonte y la restricción de otras actividades como la caza y el uso de los recursos maderables. Tanto Blanca Flor como Nuevo Jerusalén tienen acuerdos de las asambleas ejidales sobre la disposición de las hectáreas en desuso, las cuales deben ser conservadas para que se reproduzcan los árboles y los arbustos que proveen las flores necesarias para el pecoreo de las abejas. Hoy, ambos ejidos tienen en conjunto más de 2 200 hectáreas en conservación, aunque en ningún caso se recibe pago por servicios ambientales de la Comisión Nacional Forestal (CONAFOR) u otra entidad del gobierno, pues las asambleas han considerado que podría suponer la pérdida de la autonomía en la administración de los recursos forestales.
Entre otras actividades productivas, destacan el empleo agropecuario, dentro y fuera de las comunidades, tiendas de abarrotes, venta de comidas preparadas o de productos del traspatio y servicios varios en la comunidad (carpintería, vulcanizado, plomería, electricidad, albañilería, fletes).
La identidad étnica y su vínculo con la religión y la educación formal
Aunque esta zona no se reconoce oficialmente como territorio indígena maya, la mayoría de la población es mayahablante y las personas se autodenominan “maye-ros”. Estos aspectos fueron relevantes para organizar el trabajo colectivo durante el poblamiento, y se expresaban, además de en el idioma, en los rituales asociados a la producción de la milpa (invocación de las lluvias, ofrendas para obtener buenas cosechas y acciones de gracias).
Los procesos de evangelización en la península de Yucatán son un legado de la Colonia. Los mayas yucatecos adecuaron el catolicismo a su cosmovisión (Bracamonte, 2007, p. 261), pero la proliferación de otras religiones provocó el desuso o la redefinición de algunas de estas prácticas religiosas y su contenido cultural. Al llegar a los ejidos, algunas personas ya eran parte de congregaciones no católicas. La mayor transformación en cuanto a las religiones que profesaban los mayas se registró en los censos de población entre 1970 y 1980 (Bracamonte y Sosa, 2007).
Esta diferencia influyó en la forma de hacer las milpas y fracturó algunas prácticas colectivas; la solidaridad que operaba entre los ejidatarios a partir de la identidad generada por la procedencia común pasó a fundarse en los grupos religiosos.
Con relación al idioma, la pérdida de este en las generaciones más jóvenes se relaciona con el ingreso a la educación formal. Si bien en el pasado algunos adultos deja-ron la educación formal porque en las escuelas les obligaban a hablar español y ellos tendían a valorar su permanencia en las labores del campo, en la actualidad los/as estudiantes son, en su mayoría, quienes valoran la necesidad de completar los estudios formales para aspirar a un trabajo fuera del campo, principalmente en los más recientes polos turísticos desarrollados: Tulum, Playa del Carmen, Bacalar.
Otro aspecto que ha influido en la pérdida del idioma es la relación con espacios urbanos donde trabajan y estudian, sobre todo, las personas jóvenes. En el caso de Nuevo Jerusalén, el vínculo con comunidades del interior de la microrregión tiene relación con el hecho de que más personas hablan o entienden la lengua maya, sobre todo en los grupos de edad entre 0 y 15 años.
Composición de las viviendas y su configuración como unidades domésticas
En la actualidad ha disminuido la población de 25 años en adelante, en el caso de Nuevo Jerusalén, y de 19 años en adelante, en Blanca Flor, porque las personas que terminan los estudios de secundaria y no desean quedarse a trabajar en el sector primario migran para emplearse en el sector turismo y otros servicios o para continuar los estudios superiores. Esto implica que haya varias viviendas constituidas por una sola persona o por una pareja sin hijos/as (véase el cuadro 1), puesto que viven en otras comunidades de la región por causa del trabajo o estudio.
La falta de tierras para asignar afecta a las nuevas familias constituidas que dependen de sus familias de origen para obtener el usufructo de sus tierras, la cesión de derechos o el préstamo de una porción de las mismas tierras; de no obtenerlos, se ven en la necesidad de emigrar. En ambas comunidades, sobre todo en Nuevo Jerusalén, es usual que las personas jóvenes que permanecen en la comunidad accedan a un empleo agropecuario en la misma localidad, en otros ejidos de la microrregión, o establezcan contratos laborales por tres a nueve meses en empresas agroindustriales en Canadá. Los primeros son casos de viviendas de “parejas jóvenes con hijos e hijas en edad preescolar” (véase el cuadro 1) que se ven obligadas a realizar estas tareas; se constituyen en unidades domésticas con otras viviendas (padres/madres/hermanos), de manera que otras actividades, como la apicultura, se siguen realizando para el autoabasto. El caso de los contratos agropecuarios en el extranjero se trata de familias recientemente constituidas que no tienen casa propia construida, es decir, los padres les han cedido derechos sobre una parte de sus parcelas, pero deben garantizar la construcción de sus viviendas, para lo cual requieren de un ingreso monetario abundante, que este tipo de contratos les permite obtener.
Las necesidades de la unidad doméstica se pueden definir a partir de su ciclo de desarrollo, que depende de la cantidad de miembros, la edad de estos y las capacidades vinculadas con el consumo o las destrezas para la producción (Chayanov y Rússovich, 1974). De acuerdo con la cantidad de miembros, hay distintos tipos de viviendas, que se relacionan o no se relacionan con otras para configurar unidades domésticas. Una unidad doméstica se constituye cuando sus miembros comparten la responsabilidad de las tareas productivas y reproductivas, tanto dentro como fuera de las viviendas, con el objetivo de generar, de manera sostenida, las condiciones adecuadas para su reproducción social. En general, observamos dos tipos de unidades domésticas: las configuradas por varias viviendas y las formadas a partir de la interacción entre habitantes de una sola vivienda (véase el cuadro 1).
Composición de la vivienda | Roles en las tareas productivas y reproductivas en la vivienda | Tipo de interacción con otras viviendas para conformar una UD |
---|---|---|
Unipersonales: habita un hombre mayor sin ninguna compañía. Este permanece en la comunidad por periodos cortos de acuerdo con las cosechas de miel y maíz y se traslada a otras comunidades donde tiene familiares, dependiendo de su estado de salud y la posibilidad de encontrar trabajo. | Dedicados completamente a la producción. | Comparten actividades productivas y tareas de cuidado con otras viviendas formando una unidad doméstica. |
Parejas sin hijos/as. | Dedicados a la producción para el autoabasto y a actividades productivas (no necesariamente remuneradas), y comparten tareas reproductivas con viviendas recién formadas (sus hijos/as). | |
Parejas jóvenes con hijos/as en edad preescolar. | Las mujeres e hijos/as no trabajan en el campo, los hombres se dedican enteramente a actividades productivas remuneradas. | |
Pareja o madre/padre sin pareja con hijos/as en edad escolar (primaria y secundaria), o con hijos/as en edad reproductiva (con o sin pareja) con sus propios hijos/as. | Cuando los hijos/as son pequeños/ as hay mayor dependencia y se requieren más tareas de cuidado, por lo que las mujeres e hijos/as pequeños/ as están dedicados a las actividades domésticas. Cuando crecen o hay otros hijos/as que pueden asumir su cuidado, las mujeres se integran al trabajo en el campo; tienen sus propias actividades productivas asociadas al espacio de la vivienda y/o se integran a procesos organizativos asociados a las políticas sociales; también los hijos/as en capacidad de hacerlo se integran al trabajo del campo. | Dada su composición, por lo general se conforman por sí mismas en una unidad doméstica. |
Extendidas: viven hermanos/as y padres o madres de la asociada. | Con hijos/as pequeños/as, las mujeres e hijos/as se dedican a las actividades domésticas; con hijos/as mayores, estos y las mujeres/madres se integran al trabajo en el campo o tienen sus propias actividades productivas. |
Fuente: Elaboración propia con base en observación participante, 2015.
División sexual del trabajo en las unidades domésticas
La población de ambos ejidos vive en típicas casas mayas (paredes de bareque -estacas de madera delgada que se colocan de forma paralela-, techo de guano y pisos de cemento o tierra), cuyo uso es diferenciado según el género. La mayoría de las actividades cotidianas de convivencia familiar ocurren en la cocina y el traspatio. El cuidado de estos espacios está a cargo de las mujeres y sus hijos/as. En pocas ocasiones, el hombre jefe de familia (esposo y padre) ayuda en el mantenimiento, pues sus labores se desarrollan en la milpa o en los apiarios, que generalmente están alejados de la vivienda.
Las mujeres se encargan de las labores reproductivas vinculadas con el cuidado, la alimentación y la limpieza, así como a actividades productivas relacionadas con el espacio de la vivienda: huertos de traspatio, comercialización de productos elaborados en la casa (comida), ventas por catálogos, ropa u otros objetos comprados fuera de la comunidad. Ellas también se asocian en grupos para realizar actividades de producción de hortalizas o apicultura en terrenos cercanos a la comunidad (a diferencia de los hombres que trabajan en terrenos más alejados). Esto último obedece a la implementación de programas y proyectos gubernamentales, así como a la concurrencia de recursos provenientes de organizaciones de la sociedad civil que han promovido la incorporación de mujeres en agrupaciones de trabajo asociativo. En general, estas estrategias son esporádicas, poco organizadas y responden al interés de obtener recursos que contribuyan a la economía doméstica.
Las esposas de socios son identificadas como “amas de casa”. Las otras mujeres que forman parte de las unidades domésticas, que no asisten a la educación formal ni están casadas, son “ayudantes en la casa”, es decir, las labores domésticas no se consideran un trabajo, como tampoco se considera trabajo ninguna actividad complementaria que ellas realicen. Desde una perspectiva patriarcal, se espera que las mujeres se encarguen de las tareas de cuidado y que los hombres se dediquen a un trabajo asalariado. De esta manera, el trabajo reproductivo, feminizado y delegado al espacio privado, pasa a un plano secundario en el cual no se reconoce su aporte a la economía, pues se concibe como actividad productiva solo aquella que es objeto de un salario o la realizada fuera del espacio doméstico.
Al respecto, Federici (2004) afirma que esta separación de los roles por género es una condición para garantizar la acumulación originaria “típica de la organización capitalista del trabajo -aunque las tareas domésticas fueran reducidas al mínimo y las proletarias también tuvieran que trabajar para el mercado-. En su seno crecía una creciente [sic] diferenciación entre el trabajo femenino y el masculino, a medida que las tareas realizadas por mujeres y hombres se diversificaban y, sobre todo, se convertían en portadoras de relaciones sociales diferentes” (Federici, 2004, pp. 168-169).
En el marco de la cooperativa Kabi Habin, a pesar del acceso de las mujeres a la producción, el papel de estas no se transforma respecto de la responsabilidad exclusiva en las actividades de reproducción de las unidades domésticas. Aunado a ello, la participación de las mujeres en otras organizaciones de la comunidad se vincula en mayor medida con la implementación del programa Prospera. La transferencia condicionada del gobierno federal a las mujeres está sujeta al cumplimiento de tareas en la comunidad: limpieza del centro de salud y escuelas primarias, asistencia a talleres informativos sobre salud sexual y reproductiva, asistencia a grupos para realizar ejercicio físico. De esta forma, la participación de las mujeres aumenta en la etapa en que sus hijos/as son parte del sistema educativo formal, lo cual evidencia que su rol en la unidad doméstica continúa asociándose al espacio privado de cuidado y reproducción de la unidad doméstica.
La cooperativa kabi habin: Entre la conveniencia y la convivencia
Muchas experiencias cooperativistas iniciadas en los 70 no prosperaron debido a “múltiples factores como la desorganización, la falta de conciencia cooperativa de los afiliados, ausencia total o parcial de financiamientos oportunos, fallas en la comercialización” (Rojas, 1982, p. 520), factores que podrían atribuirse al hecho de que no se originaron a partir de las inquietudes de las organizaciones locales.
En Quintana Roo, una opción para la comercialización era la Cooperativa Javier Rojo Gómez, que desde 1968 se encargó de la comercialización de miel, pero no pudo responder a esta necesidad ni afrontar los problemas de producción surgidos cuando el Estado liberó de su tutela al movimiento cooperativo, por lo que la organización quebró.
Luego de la quiebra de aquella cooperativa, la vulnerabilidad de los productores apícolas frente a la falta de capacitación para resolver problemas de plagas como la varroa y la africanización de las abejas, sumada a la variabilidad del precio de la miel en manos de intermediarios, produjo la necesidad de asociarse para crear nuevas oportunidades de comercialización.
La cooperativa Kabi Habin, sociedad de producción rural de responsabilidad limitada, fue fundada en 1996 en el ejido de Blanca Flor. En un principio, fue una iniciativa de al menos dos unidades domésticas de la comunidad Blanca Flor que mostraron interés en capacitarse en temas relacionados con la producción agrícola y apícola, además de conocer sobre formas de organización, salud y desnutrición infantil. El proceso de capacitación fue organizado por Educación, Cultura y Ecología, Asociación Civil (EDUCE).
En paralelo con el primer proceso de capacitación, la cooperativa inició la conversión de la producción convencional de miel a producción orgánica. En el momento de su fundación, 125 personas se incorporaron con el objetivo de mejorar la producción y conseguir un precio de venta justo. No obstante, la miel orgánica no se pudo ubicar en el mercado internacional hasta el año 2000. En ese lapso, muchas personas se retiraron y vendieron la miel a intermediarios, pero quedaron las personas que estaban convencidas de que -aun sin un beneficio inmediato- el continuar con la cooperativa era una forma de afrontar la situación de vulnerabilidad ante los intermediarios y de consolidar el proceso de comercialización. Esto muestra que la identidad de la cooperativa se fundamenta en el hecho de que, a pesar de las diferencias (religiosas y de edad), los/as integrantes -pequeños/as productores/as- comparten un origen étnico y condiciones de vulnerabilidad frente a los intermediarios.
Los/as socios/as expresan orgullo por la consolidación de la cooperativa en la microrregión, pues reconocen que otros emprendimientos de este tipo no prosperaron y se han disuelto luego de un tiempo de trabajo. Ello hace que su experiencia sea un triunfo. La creación de la cooperativa no estuvo relacionada con el Estado, sino que representó una forma autónoma de organización para mejorar las condiciones de los productores de la zona, y ha logrado una gran legitimidad que se refleja en el aumento del número de asociados en los últimos años.
Kabi Habin coordina la exportación por medio de EDUCE Cooperativa (al igual que varias cooperativas de la Península en el comercio justo), lo cual ha garantizado un precio con el que se puede recuperar la inversión en esta actividad (en tiempo y dinero). Este sistema de comercialización es una alternativa “con mayor equidad para los participantes, basada en el diálogo, la transparencia y el respeto” (Pérez, 2006, p. 4). Se trata de una manera de promover el uso de mercancías de pequeños productores que han sido parte de un proceso cooperativo de trabajo con poco impacto en el medio ambiente. Parte del proceso de diálogo es la evaluación que se gestiona desde la misma cooperativa.8
La producción de la cooperativa es evaluada y certificada en dos procesos: producción orgánica y comercio justo. Por ello, el consejo administrativo de esta realiza actividades de capacitación y asesoría para el manejo orgánico de los apiarios, y el consejo de vigilancia se encarga de supervisar el cumplimento de la normativa estipulada por las certificadoras y de garantizar el acceso de los/as socios/as a la compra de equipo e insumos para el mantenimiento de los apiarios (abejas reinas, cera estampada). Esto implica que gran cantidad de las acciones que realizan los miembros del Consejo Administrativo estén dirigidas a entablar un diálogo permanente con las entidades certificadoras. En tanto, los miembros del Comité de Vigilancia deben evaluar frecuentemente el desempeño de los apiarios registrando sus características, asistiendo a capacitaciones para estos efectos, además de mantener al día los registros de producción (cantidad de miel producida por cada asociado/a y los pagos realizados).
Si bien “desde una mirada de la cultura maya, Kabi Habin trabaja en la organización, comercialización y formación humana y técnica de los socios, consolidando procesos de producción que encaminen a una buena vida” (Kabi Habin, 2010, p. 3), se ha especializado en la comercialización, pues con ello garantiza un ingreso monetario a cada socio/a.
La estructura de la cooperativa es igual a otras: el órgano de toma de decisiones de la cooperativa es la asamblea, que se reúne al menos dos veces al año en sesiones coordinadas por una mesa de debates9 que retoma los puntos puestos en la agenda por los/as socios/as. El consejo administrativo y el consejo de vigilancia supervisan que todas las decisiones de la asamblea se implementen. Existen, asimismo, órganos de apoyo a la comercialización de la miel orgánica (centro de acopio, apiarios colectivos, criadero de abejas reinas, estampado, comité de evaluación e inspección).
Las decisiones sobre las formas de poner en operación los acuerdos de la asamblea se toman en reuniones del consejo administrativo, que en todos los casos son convocadas de manera abierta en Blanca Flor, comunidad en la que se concentran las actividades de capacitación, gestión y recolección del producto. También existen espacios de discusión más informales en los que los miembros del consejo administrativo o de la asamblea conversan, quienes suelen coincidir en reuniones ejidales. Además, se hacen consultas personales a miembros mayores de la cooperativa que en la actualidad no están ejerciendo cargos administrativos, lo cual muestra la importancia que el colectivo otorga a la experiencia de trabajo de los mayores.
En buena medida, la cooperativa funciona como una institución que establece las formas de integrar un trabajo colectivo (Ostrom, 2000). Un reglamento interno define las funciones de los diferentes cargos de la estructura administrativa y de todos los socios con respecto del proceso de producción, comercialización y participación en la sociedad. Estas reglas han sido una construcción colectiva que se ha ido creando y recreando en el marco de procesos de diálogo formal e informal, es decir, no se restringen a los espacios establecidos para esto (asambleas, reuniones y talleres), sino también se dan en momentos cotidianos de interacción, que suponen, en conjunto, un proceso de aprendizaje (Gracia, 2015).
Aunque la cooperativa ha alcanzado un nivel alto de especialización en la producción apícola, forma parte de las estrategias de reproducción de la unidad doméstica y está enteramente relacionada con otras actividades productivas como la milpa o la ganadería, la venta de productos domésticos del huerto, el traspatio o la cocina.
Expresión de necesidades e intereses: Diferencias por edad y género
Tanto hombres como mujeres expresan que pertenecer a la cooperativa les garantiza la satisfacción de las necesidades básicas de su unidad doméstica porque tal pertenencia les posibilita vender su miel para adquirir bienes y servicios, de manera que no dependen solo de las actividades de autoabastecimiento. Son notorias las diferencias en el uso de estos ingresos. A los hombres les interesa la posibilidad de acceder a insumos para la producción apícola y afrontar los gastos de la unidad doméstica. Para las mujeres socias, la principal motivación para entrar a la cooperativa es la capacitación en el manejo de las colmenas. Ellas destinan sus ingresos a la subsistencia de sus familias (comida y pago de gastos escolares).
El vínculo de la cooperativa con las unidades domésticas se expresa en varios aspectos. En primera instancia, los/as socios/as reconocen que la influencia de su unidad doméstica radica en que miembros de esta asumen más roles en las actividades productivas y reproductivas para así tener mayor participación y responsabilidades en la cooperativa.
Hay dos tipos de productores: aquellos para quienes la apicultura es la principal actividad productiva y aquellos que no distinguen entre la apicultura o la milpa, pues ambas actividades están en el mismo nivel de prioridades.
En las unidades domésticas donde la principal fuente de ingresos económicos es la apicultura, todas las personas realizan distintas actividades tanto fuera como dentro del apiario. Cuando los hijos son más grandes (fuera del sistema formal de educación), dedican más tiempo e invierten dinero, por lo que se tiene una producción más elevada y sostenida.
El trabajo en el apiario se realiza en dos etapas: revisión y cosecha. En la primera participan hijos, esposa, hermanos u otro familiar que ayude en esta tarea sin pago, y que constituye el fondo de trabajo de las unidades domésticas. Aquellos que tienen apiarios más grandes emplean dos o tres personas de la comunidad y preferiblemente miembros de la cooperativa para revisar las colmenas; se les paga en efectivo una vez realizada la entrega en el centro de acopio. En la segunda etapa, casi todas las personas contratan entre dos y cinco personas, además de contar con el apoyo de familiares. También hay personas que trabajan de manera colaborativa con otros compañeros de la cooperativa, es decir, no obtienen remuneración por el día de trabajo, sino se apoyan mutuamente con horas de trabajo.
Las mujeres se han incorporado a la cooperativa en los últimos seis años; se registran 12 mujeres socias (siete de ellas viven en los ejidos de estudio); dos son hijas de otros socios, tres heredaron la membresía de sus esposos que murieron o abandonaron la comunidad y una es representante de un grupo de mujeres productoras. Se ha asimilado su participación, aunque no fue promovida por la cooperativa, y se les ha legitimado como parte de la cooperativa delegándoles puestos en el consejo administrativo. Esto no implica que se consideren sus necesidades e intereses particulares.
En Nuevo Jerusalén hay una agrupación de mujeres apicultoras que vende miel a la cooperativa Kabi Habin. La presidenta es socia, mientras que las demás son, en su mayoría, esposas de otros socios. Trabajan un apiario colectivo, en el que se encargan del mantenimiento de este, de las cosechas y de la maquila artesanal de cera. Su vínculo con Kabi Habin se limita a ser un canal de venta, lo cual evidencia que la cooperativa no ha establecido un eslabón para la capacitación específica de grupos de mujeres.
En términos etarios, los/as socios/as en Blanca Flor tienen 53 años en promedio; en Nuevo Jerusalén, 48 años. Hay cinco jóvenes que participan en la cooperativa como socios; uno de ellos es el presidente de la cooperativa, lo cual puede interpretarse como una forma de legitimar el papel de las personas jóvenes y de promover la formación de estas en roles directivos de las organizaciones comunitarias.
Kabi Habin sostiene vínculos con entidades de gobierno y privadas para conseguir recursos económicos, aunque estos han sido circunstanciales y predomine la gestión de dinero mediante el aprovechamiento de proyectos en instancias privadas y con organizaciones de la sociedad civil. Estos vínculos han hecho posible que la cooperativa cuente con algunos apoyos monetarios para la construcción de la infraestructura necesaria para el almacenamiento de la miel y la compra de equipo para empacarla y procesar la cera, pero es capaz de movilizar también otro tipo de recursos.
El vínculo de Kabi Habin con espacios de reflexión sobre la situación del campo en México es parte de las razones por las cuales la organización se configura como un ámbito que desafía las estructuras preconcebidas. Junto con EDUCE, coordina espacios de formación política para la reflexión sobre los procesos históricos de desarrollo de la región, seguimiento de los procesos jurídicos entablados por la sociedad civil por la siembra de transgénicos en la Península de Yucatán, formación e información en las comunidades, así como eventos para compartir experiencias. La relación con estos espacios también impacta en las unidades domésticas, pues genera posibilidades de intercambio, aprendizaje y reflexión y despierta intereses en distintos miembros de la familia, relacionados no solo con la obtención de un trabajo, sino también con inquietudes sobre sus contextos sociohistóricos y eco-nómicos, así como su papel en ellos.
Conclusiones
La infraestructura y los servicios que funcionan aún hoy en las localidades estudiadas son producto del esfuerzo conjunto de sus habitantes. En las últimas décadas, con la agudización de las políticas neoliberales que reducen el gasto social en el espacio rural, el trabajo asociativo ha sustituido al Estado en la generación de las condiciones que aseguren la satisfacción de las necesidades básicas de las unidades domésticas. El hecho de que el bienestar de la comunidad se asuma de manera colectiva no exime a las comunidades de establecer relaciones clientelares con el Estado, sobre todo en épocas electorales. Asimismo, los procesos de trabajo colectivo gozan solo de una autonomía relativa, pues el Estado continúa injiriendo en el condicionamiento de algunos recursos, por ejemplo, los proporcionados por instancias como el Programa de Pequeñas Donaciones de Naciones Unidas.
La milpa, que era el principal cultivo de venta, se mantiene tradicionalmente integrada a otras actividades productivas para el autoabastecimiento de la unidad doméstica, pero, sobre todo, forma parte de las tradiciones y rituales religiosos relacionados con la agricultura, que, junto con otros aspectos de la cultura maya, son elementos asociados a la construcción de la identidad de pequeños productores indígenas.
A partir de lo expuesto, se infiere que las mismas razones que llevaron a migrar a las unidades domésticas provenientes de Yucatán en 1970 son ahora la causa de la poca disponibilidad de tierras, la escasa capacidad de producción de la tierra y la búsqueda de empleos en el tercer sector. A pesar de ello, muchas personas jóvenes se incorporan a iniciativas locales de trabajo colaborativo, por lo que es posible afirmar que los cambios en las unidades domésticas no se deben solo al contexto socioeconómico y a la necesidad de reproducción de las mismas unidades, sino también a las necesidades sentidas y a las preferencias de sus miembros.
La división sexual del trabajo ha permitido la reproducción de estas unidades domésticas y ha garantizado el bienestar de todos los miembros de la vivienda. La creación de políticas sociales con un perfil de género que priorizan a las mujeres como beneficiarias ha sido un aliciente para la incorporación de estas en espacios de trabajo colectivo. Sin embargo, la participación de las mujeres en la economía doméstica se reconoce solo como un apoyo, y no como el pilar fundamental que es para la misma economía.
En la actualidad, los apoyos del gobierno tienden a impulsar la producción agroindustrial de maíz y otros productos agrícolas con el uso de semillas mejoradas y de insumos como insecticidas o herbicidas, lo cual ha contribuido a la expansión de cultivos mecanizados por parte de comunidades menonitas que han presionado para la cesión de derechos en diferentes ejidos de la microrregión. Ante el impulso de estrategias de agroindustria, la cooperativa plantea continuar y fortalecer experiencias de trabajo diversificadas para el autoabastecimiento y colocar la producción de miel como una de las actividades fundamentales.
El cambio en las políticas dedicadas al apoyo de los pequeños productores impulsó la realización de otras actividades para la obtención de ingresos monetarios. Kabi Habin, como una cooperativa de apicultores orgánicos integrada al mercado justo, hace uso de las herramientas del mercado para subsanar los efectos de este en su vida cotidiana. Funciona como un marco institucional que garantiza el aprovechamiento colectivo de los recursos para satisfacer algunas de las necesidades de sus unidades domésticas mediante la generación de un ingreso monetario y el vínculo con otros espacios de discusión y acciones colectivas en los ejidos y en la región. En el nivel nacional, posibilita la creación o la continuidad de otros espacios colectivos que dan lugar a condiciones o espacios de oportunidad que puedan ser aprovechados por diferentes miembros de los espacios domésticos.
De manera tácita, la cooperativa busca continuar como una alternativa de producción que no dependa de las políticas de gobierno y replantear las formas en que se han manejado los proyectos de desarrollo agrario en la zona. La especialización de la cooperativa en la producción de miel orgánica (un producto con alto nivel competitivo en el mercado internacional) supone un cambio en los sistemas de producción mayas, en los cuales la apicultura es parte de un sistema que integra diferentes prácticas agropecuarias, como una actividad complementaria en la economía doméstica, y es una forma de producción que confronta los procesos de especialización promovidos desde las políticas sociales.
La experiencia de trabajo de la cooperativa Kabi Habin es exitosa, pues durante 19 años de existencia ha mantenido, incluso ha aumentado, la afiliación de un número considerable de productores/as apícolas en la microrregión. Entre los factores que explican estas características, destaca su capacidad de sostener la identidad grupal de “pequeños productores mayas”, que prevalece a pesar de las diferencias que suponen sus afiliaciones religiosas y la considerable pérdida del idioma; además de la capacidad para continuar con formas de trabajo colectivo y ciertas reglas de este como, por ejemplo, el trabajo recíproco, que tiene como antecedente las fajinas comunitarias.
Asimismo, la organización del trabajo en el marco de la unidad doméstica potencia los alcances de la cooperativa Kabi Habin como una acción colectiva, ya que habilita a algunas personas para asumir el trabajo que esta requiere para ser parte del mercado justo y para incorporarse en el marco regional de actividades de capacitación para la producción y otras de índole político, mientras que la unidad doméstica en su conjunto asume las necesidades de los distintos miembros en el espacio local.