Recuerde el alma dormida, / avive el seso y
despierte / contemplando, / cómo se pasa la
vida / como se viene la muerte / tan callando.
Coplas I, Jorge Manrique
En esta sección de la revista Andamios se ofrece generalmente una entrevista a especialistas sobre el tema del dossier; sin embargo, en esta ocasión, quisimos adentrarnos en la lectura de lo que ya estaba escrito, para recoger palabras de autores ya muertos que reflexionaron y plasmaron ideas o imágenes sobre la muerte, es decir, una antología que nos ayude a seguir pensando e imaginando la muerte.
Se trata, entonces, de citas o fragmentos de distintos autores que, fuera de su contexto, iluminan de otro modo, dicen de otra manera, y apuntan, en su conjunto, a la conformación de una constelación crítica, a la manera benjaminiana, en la cual cada preciso fragmento del pasado encuentra justamente a este presente y nos devuelve la pregunta sobre qué sentido tiene la conciencia de la propia finitud para la existencia. Sobre todo en estos tiempos cuando la muerte se ha transformado, inevitablemente, en formas de violencia que se hacen cada vez más patentes en la sociedad en la que vivimos, relegando, quizá, la conciencia de una muerte íntima y personal. Por ello, a veces es conveniente retomar o recordar otras maneras de pensar e imaginar al ser humano frente a su muerte y, por lo tanto, frente a su propia vida.
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“No hay diferencia entre la vida y la muerte. ‘¿Entonces por qué no te mueres?’, le preguntó uno. ‘Porque no hay diferencia’, respondió,” Tales de Mileto (625/624-547/546 a.C.) citado en Diógenes Laercio, Vidas de los filósofos ilustres.
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“Chi-lu le pregunta a Confucio: ‘¿Puedo preguntar sobre la muerte?’, y éste le responde: ‘Tú no comprendes ni siquiera la vida. ¿Cómo vas a comprender la muerte?’” Confucio (551-479 a.C.) citado en Simon Critchley, El libro de los filósofos muertos.
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“Quién sabe, puede que la vida sea la muerte, y la muerte, la vida” Eurípides (480-406 a.C.).
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“—Es cierto, por consiguiente, Simmias, que los verdaderos filósofos se ejercitan para la muerte, y que ésta no les parece de ninguna manera terrible. [...] siempre que veas a un hombre estremecerse y retroceder cuando está a punto de morir, es una prueba segura de que tal hombre ama, no la sabiduría, sino su cuerpo, y con el cuerpo los honores y riquezas, o ambas cosas a la vez [Sócrates].
—Sabes que todos los demás hombres creen que la muerte es uno de los mayores males.
—Es cierto, dijo Simmias.
—Así que cuando estos hombres, que se llaman fuertes, sufren la muerte con algún valor, no la sufren sino por temor a un mal mayor.
—Es preciso convenir en ello.
—Por consiguiente, los hombres son fuertes a causa del miedo, excepto los filósofos: ¿y no es una cosa ridícula que un hombre sea valiente por timidez?” Platón (427-347), Fedón.
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“La gran tierra me obliga a cargar con un cuerpo, me impone el esfuerzo de la vida, me alivia en la vejez y me tranquiliza en la muerte. Si la vida es buena, la muerte también es buena”.
“La muerte y la vida son transformaciones incesantes. No son el final de un principio. Una vez que consigamos comprender este principio, podremos dar igual valor a la vida y a la muerte”. Chuang Tzu (369-286 a.C.) citado en S. Critchley, El libro de los filósofos muertos.
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“El peor de los males, la muerte, no significa nada porque si somos, la muerte no es; si la muerte es, no somos.” Epicuro (341-270 a.C.), Carta a Meneceo.
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“Acostumbraos a pensar que la muerte nos es indiferente. Porque todo lo bueno y lo malo consiste en experiencias sensoriales, y la muerte es la privación de la experiencia sensorial. De ahí que un adecuado conocimiento del hecho de la muerte haga de la mortalidad de la vida un motivo de alegría, no porque añada un tiempo ilimitado a la vida sino porque elimina el ansia de inmortalidad.” Epicuro (341-270 a.C.) citado en S. Critchley, El libro de los filósofos muertos.
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“La naturaleza que me dio forma también me destruirá”. Carnéades (214-129 a.C.) citado en S. Critchley, El libro de los filósofos muertos.
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“¿Por qué no te retiras de la vida como un invitado ahíto?”
“Así que una sed insaciable de vida nos tiene siempre sin aliento. Prolongando la vida no se consigue restar ni alterar en lo más mínimo la duración de nuestra muerte. Por muchas generaciones que puedas acumular viviendo, te espera sin embargo la misma muerte eterna.” Lucrecio (99-55 a.C.), De la naturaleza de las cosas.
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“Y si has vivido un día, lo has visto todo. Un día es igual a todos los días. No hay otra luz ni otra noche. El sol, la luna, las estrellas, esta disposición son los mismos que tus antepasados han gozado y que solazarán a tus descendientes [...] No es capaz de otra astucia que volver a empezar. Será siempre esto mismo, ‘giramos y permanecemos siempre en el mismo sitio y un año sigue a otro tras sus mismos pasos.” Virgilio (70-19 a.C.), Geórgicas.
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“Así que dan ganas de argumentar a uno de la multitud de ancianos: ‘Vemos que has llegado al extremo de la edad humana, gravita sobre ti el centésimo año o más, venga, haz recuento de tu edad. Calcula cuánto de ese tiempo se ha llevado el acreedor, cuánto la amiga, cuánto el rey, cuánto el cliente, cuánto los pleitos conyugales, cuánto la sujeción de esclavos, cuánto el vagar oficioso por la ciudad. Añade las enfermedades que nos causamos nosotros mismos y el tiempo inutilizado. Verás que dispones de menos años de los que cuentas. Haz memoria de cuándo estuviste seguro de tu propósito, cuántos días se desarrollaron como los habías programado, cuándo dispusiste de ti mismo, cuándo permaneció tu rostro inmutable y tu ánimo indemne, qué has hecho en tu largo tiempo, cuántos saquearon tu vida sin que sintieras la pérdida, cuánto se llevó el dolor vano, la alegría estúpida, el ávido deseo, los cumplidos, y qué poco ha quedado de lo tuyo. Comprenderás que mueres antes de tiempo’. ¿Cuál es entonces la causa de todo eso? Vivís como si fuerais a vivir siempre, nunca recordáis vuestra fragilidad, no observáis cuánto tiempo ha pasado ya. Lo perdéis como si dispusierais de un depósito lleno y rebosante, cuando puede que precisamente ese día dedicado a un hombre o una cosa sea el último. Teméis todo, como si fuerais mortales, y deseáis todo, como si fuerais inmortales. Oirás decir a la mayoría: ‘A los cincuenta años me jubilaré, a los sesenta años me retiraré’. ¿Qué garantía tienes de una vida tan larga? ¿Quién permitirá que sea como dispones? ¿No te da reparo reservarte los restos de la vida y destinar a la sana reflexión sólo el tiempo que no puede emplearse en otra cosa? ¡Qué tarde es empezar a vivir cuando hay que terminar! ¡Qué estúpido olvido de la mortalidad es diferir hasta los cincuenta o sesenta años los buenos propósitos y querer iniciar la vida allá donde pocos llegaron!” Séneca (4 a.C-65 d.C.), “Sobre la brevedad de la vida, el ocio y la felicidad”.
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“Deja a otros que se dediquen a estudiar cosas de derecho, a la poesía o a hacer silogismos. Tú, dedícate a aprender a morir.” Epicteto (55-135 d.C.), Coloquios, II.
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“Que la muerte y el exilio, y todas las demás cosas que parecen terribles, estén a diario ante tus ojos, pero sobre todo la muerte; y nunca abrigarás un pensamiento abyecto, ni codiciarás ansiosamente nada.” Epicteto (55-135 d.C.), El enquiridión.
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“A los hombres no les perturban las cosas (pragmata), sino las opiniones (dogmata) que tienen de las cosas. Así, la muerte no es nada terrible, porque en caso contrario así se lo habría parecido a Sócrates. Pero el terror consiste en nuestra opinión de la muerte, que es aterradora.” Epicteto (55-135 d.C.) citado en S. Critchley, El libro de los filósofos muertos.
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“Qué es el morir, que si uno observa eso sólo y deshace por análisis conceptual los fantasmas surgidos en torno al morir, ya no considerará que ello sea otra cosa sino un hecho natural. Y si alguien teme un hecho natural, es un niño”.
“Una de las funciones más nobles de la razón es saber si es hora de dejar este mundo o no”.
“Vivir cada día como si fuera el último, nunca perturbados, nunca apáticos, sin adoptar nunca pose alguna —he ahí la perfección del carácter.” Marco Aurelio (121-180 d.C.), Meditaciones.
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“¿Qué hay de cierto en la tierra, sino la muerte? Fijaos en todo absolutamente lo de esta vida, bueno y malo, tanto en la bondad como en la maldad; ¿qué hay de cierto aquí, sino la muerte? Has progresado: lo que hoy eres, eso sabes; lo que serás mañana no lo sabes. [...] Esperas dinero: no es seguro que llegue. Esperas una esposa: es incierto si la conseguirás, y cómo será la que aceptes. Esperas hijos: no sabemos si nacerán; ya han nacido: no sabes si vivirán; ya están viviendo: no sabes si crecerán para el bien o para el mal. Adonde quiera que te vuelvas, todo es incierto: sólo la muerte es cierta. Eres pobre: no sabes si llegarás a ser rico; eres ignorante: no es seguro que puedas instruirte; estás enfermo: no hay seguridad de que recuperes la salud. Has nacido: con toda seguridad que morirás; pero en esta misma seguridad de la muerte, lo que no es seguro es el día de la muerte. En medio de todas estas incertidumbres, donde sólo es cierta la muerte, aunque sí es incierta su hora, y por la que uno se preocupa tanto, y que de ningún modo se puede evitar, todo hombre inútilmente se afana durante su vida.”
“Desde el instante en que comenzamos a existir en este cuerpo mortal, nunca dejamos de tender hacia la muerte. Ésta es la obra de la mutabilidad durante todo el tiempo de la vida (si es que vida debe llamarse): el tender hacia la muerte. No existe nadie que no esté más cercano a la muerte después de un año que antes de él, y mañana más que hoy, y hoy más que ayer, y poco después, más que ahora, y ahora, poco más que antes. Porque el tiempo vivido es un pellizco dado a la vida, y diariamente disminuye lo que resta: de tal forma, que esta vida no es más que una carrera hacia la muerte”. San Agustín (354-430 d.C.), La Ciudad de Dios.
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“Sentía yo un gran tedio de la vida, y, a la vez miedo a morir […] Me admiraba que los demás mortales viviesen, puesto que él, a quien amé como si no hubiera de morir, estaba muerto. Y todavía me asombraba más que yo mismo, que era su otro yo, siguiera viviendo después de su muerte.” San Agustín (354-430 d.C.), Confesiones.
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“Mejor es morir bien que vivir mal; mejor es no ser que ser infelizmente”. Isidoro de Sevilla (560-636), De los sinónimos y el libro de las sentencias.
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“Así como una jornada bien empleada produce un dulce sueño, así una vida bien usada causa una dulce muerte.” Leonardo da Vinci (14521519).
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“Nunca deberíamos de mirar a la muerte como una cosa lejana si consideramos que, aunque ella no se da prisa por alcanzarnos, nunca cesamos nosotros de darnos prisa yendo hacia ella”. Tomás Moro (1478-1535), Piensa la muerte.
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“Día vendrá en que amanezcas y no anochezcas, o anochezcas y no amanezcas. Día vendrá (y no sabes cuándo, si hoy, si mañana) en el cual tú mismo, que estás ahora leyendo esta escriptura sano y bueno de todos tus miembros y sentidos, midiendo los días de tu vida conforme a tus negocios y deseos, te has de ver en una cama, con una vela en la mano, esperando el golpe de la muerte y la sentencia dada contra todo el linaje humano, de la cual no hay apelación ni suplicación. Allí se te representará luego el apartamiento de todas las cosas, la agonía de la muerte, el término de la vida, el horror de la sepultura, la suerte del cuerpo que vendrá a ser manjar de gusanos, y mucho más la del ánima, que entonces está dentro del cuerpo y de ay a dos horas no sabes dónde estará.” Fray Luis de Granada (1505-1588), Guía de pecadores.
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“La muerte es origen de otra vida”.
“Escribir es aplazar la mortalidad”.
“Nada puede ser penoso si sólo es una vez”.
“Sal de este mundo como has entrado. El mismo tránsito que hiciste de la muerte a la vida, sin sufrimiento y sin miedo, vuélvelo a hacer de la vida a la muerte. Tu muerte es uno de los elementos del orden del universo, es un elemento de la vida del mundo”.
“Es incierto donde nos espera la muerte; esperémosla por todas partes. La premeditación de la muerte es premeditación de la libertad. Quien ha aprendido a morir, ha desaprendido a servir”.
“La vida nada tiene de malo para aquel que ha entendido bien que la privación de la vida no es un mal. Saber morir nos libera de toda sujeción y constricción”.
“Si nos asusta, ¿cómo vamos a poder dar un paso adelante sin fiebre? El remedio del vulgo es no pensar en ello. Pero ¿qué brutal estupidez puede ocasionarle una ceguera tan burda?”
“¿Cómo es posible que podamos librarnos del pensamiento de la muerte, y que no nos parezca a cada instante que nos tiene cogidos por el cuello?”
“El último paso no produce el agotamiento: lo pone de manifiesto. Todos los días se dirigen a la muerte; el último la alcanza”.
“La muerte sería menos de temer que nada, si existiera algo que fuera menos que nada.” Michel de Montaigne (1533-1592), Ensayos.
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“¿Qué es la vida sino un continuo temor de la muerte, sin haber cosa que nos asegure de su duración? Muchas señales pronostican la vecindad de la muerte, pero ninguna hay que nos pueda dar por ciertos términos de la vida. La edad más florida, la disposición más robusta, no son bastantes fiadores de una hora más de salud. El corazón, que sirve de volante al reloj del cuerpo, señala las horas presentes de la vida, pero no las futuras. Y no fue esta incertidumbre desdén, sino favor de la Naturaleza, porque si, como hay tiempo determinado para fabricarse el cuerpo y nacer, le hubiera para deshacerse y morir, viviera el hombre muy insolente a la razón. Y así, no solamente no le dio un instante cierto para alentar, sino le puso en todas las cosas testimonios de la brevedad de la vida. La tierra se la señala en la juventud de sus flores y en las canas de sus mieses. El agua, en la fugacidad de sus corrientes. El aire, en los fuegos que por un instantes enciende y los apaga. Y el cielo, en ese príncipe de la luz, a quien un día mismo se ve en la dorada cuna del oriente y en la confusa tumba del ocaso. Pero si la muerte es el último mal de los males, felicidad es que llegue presto. Cuanto menor intervalo de tiempo se interpone entre la cuna y la tumba, menor es el curso de los trabajos.” Diego de Saavedra Fajardo (1584-1648), Idea de un príncipe político cristiano.
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“Ni el sol ni la muerte pueden mirarse de frente”.
“Puede haber diversas causas que nos muevan a aborrecer la vida, pero nunca hay una razón para despreciar la muerte.” François de La Rochefocauld (1613-1680), Reflexiones y máximas morales.
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“Memento, homo, quia pulvis es, et in pulverem reverteris. Es la primera verdad que ha de reinar en nuestros corazones: polvo y ceniza, corrupción y gusanos, sepulcro y olvido. Todo se acaba: hoy somos, y mañana no parecemos: hoy faltamos a los ojos de las gentes, mañana somos borrados de los corazones de los hombres. Breves son los días del hombre, dice el santo Job (Job, cap. 14), pasan como flores, y sus años son semejantes a los rocíos de los prados: son nuestros días como las aguas de los ríos, que nunca vuelven atrás: y así son irrecuperables: pasaron, y con ellos nuestras obras. El hombre nace para trabajos, llorando entra en el mundo, en trabajo vive y con dolor muere. Sus días florecerán como la flor del campo, dice el Profeta (Salmo 120). A grandes peligros está puesta esta flor: el sol la quema, el cierzo la seca, un hombre la pisa, un animal la pace, el agua la ahoga y el calor la marchita. Pues a tantos riesgos está sujeta tu miserable vida, hombre vano, razón es que la cuides.” Miguel Mañara (1627-1679), Discurso de La Verdad.
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“Un hombre libre en nada piensa menos que en la muerte, y su sabiduría no es una meditación de la muerte, sino de la vida.” Baruch Spinoza (1632-1677), Ética.
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“La muerte sólo será triste para los que no han pensado en ella.” François Fénelon (1651-1715), Diálogo de los muertos antiguos y modernos.
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“Es una expresión corriente, especialmente en el lenguaje pío, hablar del tránsito de un moribundo del tiempo a la eternidad. Expresión que no querría decir nada si se quisiera dar a entender con la palabra eternidad un tiempo que se prolonga sin término; porque, en ese caso, el hombre nunca saldría del tiempo, sino que pasaría de un tiempo a otro. Por lo tanto, parece aludirse a un fin de todos los tiempos, perdurando el hombre sin cesar pero en una duración (considerada su existencia como magnitud) que sería una magnitud inconmensurable con el tiempo (duratio noumenon), de la que ningún concepto podemos formarnos (fuera del negativo). Este pensamiento encierra algo de horrible: porque nos conduce al borde de un abismo de cuya sima nadie vuelve (“con fuertes brazos lo retiene la eternidad en un lugar sombrío, de donde no se vuelve”, Haller); y, al mismo tiempo, algo de atrayente: porque no podemos dejar de volver a él nuestros espantados ojos (nequeunt expleri corda tuendo, Virgilio). Lo terrible sublime, en parte a causa de su oscuridad, pues ya se sabe que en ella la imaginación trabaja con más fuerza que a plena luz. Hay que pensar que esa visión se halla entretejida misteriosamente con la razón humana; porque tropezamos con ella en todos los pueblos, en todas las épocas, ataviada de un modo o de otro. Si seguimos este tránsito del tiempo a la eternidad (con independencia de que esta idea, considerada teóricamente, como ampliación de conocimiento, tenga o no realidad objetiva, al modo como la razón misma lo hace en sentido práctico), tropezamos con el fin de todas las cosas como seres temporales y objetos de posible experiencia; final que, en el orden moral de los fines, significa el comienzo de su perduración como seres suprasensibles, que no se hallan, por consiguiente, sometidos a las determinaciones del tiempo y que, por lo tanto, tampoco puede ser (lo mismo que su estado) apto de ninguna otra determinación de su naturaleza que la moral.” Immanuel Kant (1724-1804), “El fin de todas las cosas”.
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“La última palabra de Kant fue: ‘Sufficit’, ‘es suficiente’. Citado en Simon Critchley, El libro de los filósofos muertos.
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“¡Escribe! ¿Para quién? Para los muertos, para aquellos a quienes hemos amado.” Johan Gottfried von Herder (1744-1803), Fragmentos acerca de la literatura alemana moderna.
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“¡Choquen nuestras manos! Si un día le digo al fugaz momento: ‘¡Detente! ¡eres tan bello!’, puedes entonces cargarme de cadenas, entonces consentiré gustoso en morir. Entonces puede doblar la fúnebre campana; entonces quedas eximido de tu servicio; puede pararse el reloj, caer la manecilla y terminar el tiempo para mí.” Johann Wolfgang von Goethe (1748-1832), Fausto.
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“Mi fidelidad a la memoria de mis antiguos amigos debería dar confianza a los amigos que me quedan: para mí, nada desciende a la tumba; todo lo que he conocido vive en torno a mí: según la doctrina india, la muerte, al tocarnos, no nos destruye, sólo nos hace invisibles.” François-René de Chateaubriand (1768-1848) citado en Cees Nooteboom, Tumbas de poetas y pensadores.
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“Pero la vida del espíritu no es la vida que se asusta ante la muerte y se mantiene pura de la desolación, sino la que sabe afrontarla y mantenerse en ella. El espíritu sólo conquista su verdad cuando es capaz de encontrarse a sí mismo en el absoluto desgarramiento. El espíritu no es esta potencia como lo positivo que se aparta de lo negativo, […] sino que sólo es esta potencia cuando mira cara a cara a lo negativo y permanece cerca de ello. Esta permanencia es la fuerza mágica que hace que lo negativo vuelva al ser.”
“El hombre, o bien renuncia a mirar a la muerte, la pone entre paréntesis, la olvida, como se termina por olvidar al sol, o bien, por el contrario, la mira con esa mirada fija, hipnótica, que se pierde en el estupor y de la que nacen los milagros.” Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770-1831), Fenomenología del espíritu.
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“La vida debe considerarse un préstamo recibido de la muerte, y el sueño es el interés diario de ese préstamo”.
“El animal conoce la muerte tan sólo cuando muere; el hombre se aproxima a su muerte con plena conciencia de ella en cada hora de su vida.” Arthur Schopenhauer (1788-1860), Los dolores del mundo.
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“La muerte es el genio inspirador de la filosofía. Sin ella difícilmente se hubiera filosofado algo. Nacimiento y muerte pertenecen por igual a la vida, se contrapesan, forman los dos polos extremos de todas las manifestaciones de la vida.” A. Schopenhauer (1788-1860), El amor, las mujeres y la muerte.
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“Dos verdades que las personas nunca creerán: que no saben nada y que no son nada. Hay que añadir una tercera que depende mucho de la segunda: que después de la muerte no hay nada que esperar.” Giacomo Leopardi (1798-1837), Zibaldone de pensamientos.
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“No nos queda más que la muerte. La contemplamos con cruel satisfacción, diciendo: por lo menos he aquí una realidad que no nos pasará por alto.” R. W. Emerson (1803-1882) citado en S. Critchley, El libro de los filósofos muertos.
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“La muerte es un fantasma, una quimera, pues sólo existe cuando no existe. [...] La muerte es la muerte de la muerte.” Ludwig Feuerbach (1804-1872), Muerte e inmortalidad.
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“A un muerto hay que tratarlo como se trata a un dormido, a quien uno no se atreve a despertar, porque se abriga la esperanza de que algún día despierte por sí mismo”. Søren Kierkegaard (1813-1855), Las obras del amor.
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“En el momento de la muerte, la misma situación es una ayuda para que el hombre llegue a toda la sinceridad de que es capaz.” S. Kierkegaard (1813-1855), Diario.
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“La muerte aparece como una dura victoria de la especie sobre el individuo y parece contradecir a la unidad de la especie; pero el individuo no es más que un ser genérico determinado, y como tal es mortal”. Karl Marx (1818-1883), Manuscritos económicos-filosóficos.
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“El hombre teme la muerte porque ama la vida.” Fiódor Dostoievski (1821-1881).
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“Morir con orgullo cuando ya no es posible vivir con orgullo. La muerte, elegida libremente, la muerte realizada a tiempo, con lucidez y alegría, entre hijos y testigos: de modo que aún resulte posible una despedida real, a la que asista todavía aquél, que se despide, así como una tasación real de lo conseguido y querido, una suma de la vida —todo ello en antítesis a la lamentable y horrible comedia que el cristianismo ha hecho de la hora de la muerte—. No se le debe olvidar jamás al cristianismo que ha abusado de la debilidad del moribundo para estuprar su conciencia, y de la manera misma de morir para dictar juicios de valor sobre el hombre y su pasado.”
“El arte es asimismo el poder único para salvar al individuo del dominio de la muerte. El arte es el remedio único contra la experiencia individual de la muerte.” Friedrich Nietzsche (1844-1900), El crepúsculo de los ídolos.
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“¡No vivamos contemplativamente esperando bienaventuranzas, bendiciones y gracias lejanas y desconocidas, sino de modo tal que una vez más quisiéramos vivir, y así eternamente! Nuestra tarea se nos presenta a cada instante.” F. Nietzsche (1844.1900) La gaya ciencia.
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“Si quieres soportar la vida, prepárate para la muerte. [...] el enigma intelectual que la imagen de la muerte planteaba al hombre primordial hubo de forzarle a reflexionar, y así fue el punto de partida de toda reflexión. [...] Ante el cadáver de la persona amada nacieron no sólo la teoría del alma, la creencia en la inmortalidad y una poderosa raíz del sentimiento de culpabilidad de los hombres, sino también los primeros mandamientos éticos. El mandamiento primero y principal de la conciencia alboreante fue: ‘No matarás’, el cual surgió como reacción contra la satisfacción del odio, oculta detrás del duelo por la muerte de las personas amadas, y se extendió paulatinamente al extraño no amado, y, por último, también al enemigo.” Sigmund Freud (1856-1939), El malestar en la cultura.
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“La vida que consumimos acercándonos a la muerte, la consumimos también para huir de ello. Somos como hombres que estuvieran en un buque caminando en él en dirección contraria a la marcha que lleva el buque: caminan hacia el sur mientras el terreno en que lo hacen es llevado con ellos hacia el norte.” Georg Simmel (1858-1918), El individuo y la libertad: ensayos de crítica de la cultura.
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“Veo a todas las personas detrás de sus máscaras, rostros sonrientes, tranquilos, pálidos cadáveres —que corren inquietos por un sinuoso camino cuyo final es la tumba—. [...] De mi cuerpo putrefacto surgirán las flores y yo estaré en ellas. La eternidad.” Edvard Munch (18631944), El friso de la vida.
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“Yo creo que cuando muera me pudriré, y nada de mi ego sobrevivirá. No soy joven y amo la vida. Pero no estoy dispuesto a temblar de terror ante el pensamiento de mi aniquilación. La felicidad no es menos verdadera porque tenga que acabarse, ni tampoco el pensamiento y el amor pierden su valor porque no sean eternos.” Bertrand Russell (1872-1970), ¿Por qué no soy cristiano?
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“La muerte no es simplemente prevista como probable en virtud de una generalización de aquello que nosotros aprendemos en otros vivientes, sino porque ella (la muerte) es un elemento evidente y necesario de toda experiencia interna del proceso vital.” Max Scheler (1874-1928), Muerte y superviviencia.
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“Lo que constituye la muerte es justamente que todo lazo, que todo contacto son cortados, y que la soledad es absoluta. Con la muerte, el comercio del hombre con el mundo de los objetos llega a su fin.” Nikolái Berdiáyev (1874-1948), Cinco meditaciones sobre la existencia.
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“Yo creo que todo hombre vive su vida propia y muere su muerte propia, esto es lo que creo. [...] El deseo de tener una muerte propia es cada vez más raro; muy pronto eso será tan raro como una vida propia.” Rainer Maria Rilke (1875-1926) Los cuadernos de Malte Laurids Brigge.
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“Yo me detenía y escuchaba, y de repente se apoderó de mí un inefable sentimiento del mundo y una sensación de gratitud, unida a él, que brotaba del alma con violencia. Los abetos se alzaban rectos como columnas, y nada se movía lo más mínimo en el amplio y delicado bosque, por lo que toda clase de inaudibles voces parecían cruzar y resonar. Los sonidos del mundo primitivo llegaron, no sé de dónde, hasta mi oído. ‘Oh, con gusto, si ha de ser, quiero acabar y morir.’” Robert Walser (1878-1956), El paseo.
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“¿Es preciso que el dedo de la muerte se pose en el tumulto de la vida de vez en cuando para que no nos haga pedazos? ¿Estamos conformados de tal modo que a diario necesitamos minúsculas dosis de muerte para ejercer el oficio de vivir?, y entonces ¿qué raros poderes son esos que penetran nuestros más secretos caminos y cambian nuestros bienes más preciosos a despecho de nuestra voluntad?” Virginia Woolf (1882-1941), Orlando.
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“Cuando volvía a casa, declaré a Max que, si los dolores no son excesivos, me sentiré muy tranquilo en mi lecho de muerte. Me olvidé agregar, y luego lo omití adrede, que lo mejor que he escrito hasta ahora se basa en esta capacidad de poder morir contento. Todos estos buenos pasajes, realmente convincentes, tratan siempre de alguien que se muere y a quien le cuesta mucho morirse, alguien que lo considera una injusticia y por lo menos una crueldad; y eso es lo que conmueve al lector, por lo menos así lo creo. Para mí, en cambio, que creo ser capaz de aceptar tranquilamente la muerte, semejantes escenas son secretamente un juego, es más, me regocija morir la muerte del que se muere; por lo tanto, utilizo astutamente la atención del lector concentrada en la muerte, la comprendo mucho más claramente que él, ya que supongo que él se quejará en su lecho y por eso mismo mi queja es lo más perfecta posible; además, no se interrumpe repentinamente como las quejas reales, sólo se apaga hermosa y puramente...” Franz Kafka (1883-1924), Diarios.
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“La idea de la muerte que implica toda una biología, una psicología y una metafísica, nos permite saber a qué atenernos con respecto a esta soledad que nos queda de una compañía en que estuvimos.” J. Ortega y Gasset (1883-1955), En torno a Galileo.
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“¿Por qué, en absoluto, voy a dar un paso? ¿Por qué no renunciar a todo hacer y dejarme morir? Pero hasta para resolver dejarme morir tengo que motivar mi resolución, tengo que estar orientado sobre mi vida: sólo así ‘tendrá sentido’ tal decisión; supone haberme convencido que es mejor morir que vivir. Pero esto, a su vez, implica que estoy ya perfectamente orientado sobre la vida, esto es, que sé lo que es la vida y todo en ella.” J. Ortega y Gasset (1883-1955), Unas lecciones de metafísica.
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“El verdadero ser humano no es un cordero, ni un perro ganadero, ni un lobo, ni un pastor, es un rey que lleva consigo su reino y que camina, que sabe dónde va, que llega al borde del abismo, se quita de la cabeza su corona de papel y la arroja, se despoja de su reino y como un buzo, todo desnudo, juntas las manos y los pies, se lanza de cabeza al caos y desaparece. ¿Podría yo alguna vez afrontar el abismo, con esta mirada calma y sin temblar? ¿Se ha oído alguna vez elevarse en la tierra un grito lo bastante orgulloso como para despreciar la esperanza? Nietzsche mismo se asustó un instante, vio en el Eterno Retorno un martirio sin fin y forjó con su terror una gran esperanza, un futuro salvador, el Superhombre. Era también un Paraíso, un reflejo capaz de engañar al hombre desdichado y permitirle soportar la vida y la muerte”.
“Toda mi vida había luchado por tender mi espíritu hasta que rechinara, hasta que estuviera a punto de romperse, para crear una gran idea que diera un sentido nuevo a la vida, un sentido nuevo a la muerte, y consolar a los hombres”. Nikos Kazantzakis (1883-1957), Carta al Greco.
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“A mí, cuando veo un muerto, la muerte me parece una partida. El cadáver me da la impresión de un traje abandonado. Alguien se fue y no necesitó llevar aquel traje único que había vestido.”
“En lo que nace, tanto podemos sentir lo que nace como pensar lo que ha de morir.” Fernando Pessoa (1888-1935), El libro del desasosiego.
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“La muerte no es ningún acontecimiento de la vida. La muerte no se vive. Si por eternidad se entiende no una duración temporal infinita, sino la intemporalidad, entonces vive eternamente quien vive en el presente”. Ludwig Wittgenstein (1889-1951), Tractatus.
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“Asumir la finitud conlleva vivir la vida de una manera diferente.” “La finitud no significa sólo que la vida tenga un final... sino una reflexión que antepone la voluntad a luchar contra la nada.”
“Antes de mi muerte existe la muerte del otro, la imagen de la muerte y la muerte como imagen, lo que hace que ‘mi’ muerte, que anticipo y preveo sea precisamente visión, es decir imagen y representación.”
“La muerte en su más amplio sentido es un fenómeno de la vida. La vida debe comprenderse como una forma de ser a la que es inherente un ‘ser-en-el-mundo’”. Martin Heidegger (1889-1976), Ser y tiempo.
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“Para los hombres como son actualmente no hay sino una novedad radical, y además ésa es siempre la misma: la muerte.” Walter Benjamin (1892-1940), Parque central.
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“Hay de hecho muchos horrores que rodean a la muerte. Todavía no hemos hallado qué es lo que podrían hacer los seres humanos para conseguir una muerte liviana y en paz. Entre las cosas que pueden hacerse se cuenta sin duda la amistad de los sobrevivientes, el comunicar a los moribundos el sentimiento de que no les resultan penosos. La represión social, el encubrimiento del desasosiego que en nuestros días suele rodear todos los aspectos de la vida que tienen que ver con la muerte, sirve de escasa ayuda. Quizá se debería hablar más abierta y claramente sobre la muerte, aunque no sea más que dejando de presentarla como un misterio. La muerte no encierra misterio alguno. No abre ninguna puerta. Es el final de un ser humano. Lo que sobrevive de él es lo que ha conseguido dar de sí a los demás, lo que de él se guarda en la memoria de los otros. El ethos del homo clausus, del hombre que se siente solo, tocará pronto a su fin cuando deje de reprimirse la muerte, cuando se incluya este hecho en la imagen del hombre como una parte integrante de la vida.” Norbert Elias (1897-1990), La soledad de los moribundos.
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“Mientras seguimos viviendo nuestras acciones son ‘definitorias’ pero no ‘definitivas’. Definitiva sólo es la hora de la muerte. Xavier Zubiri (1898-1983), Sobre la esencia.
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“Lo único que nos separa de la muerte es el tiempo.” Ernest Hemingway (1899-1961).
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“Me quedé mirando esa sencillez. Pensé, con seguridad en voz alta: Esto es lo mismo de hace veinte años... Conjeturé esa fecha: época reciente en otros países, pero ya remota en este cambiadizo lado del mundo. Tal vez cantaba un pájaro y sentí por él un cariño chico, de tamaño de pájaro; pero lo más seguro es que en ese ya vertiginoso silencio no hubo más ruido que el también intemporal de los grillos. El fácil pensamiento Estoy en mil novecientos y tantos dejó de ser unas cuantas aproximativas palabras y se profundizó a realidad. Me sentí muerto, me sentí percibidor abstracto del mundo: indefinido temor imbuido de ciencia que es la mejor claridad de la metafísica. No creí, no, haber remontado las presuntivas aguas del Tiempo; más bien me sospeché poseedor del sentido reticente o ausente de la inconcebible palabra eternidad. Sólo después alcancé a definir esa imaginación.” Jorge Luis Borges (1899-1986), “Sentirse en muerte”.
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“Todos los hechos que pueden ocurrirle a un hombre, desde el instante de su nacimiento hasta el de su muerte, han sido prefijados por él. Así, toda negligencia es deliberada, todo casual encuentro una cita, toda humillación una penitencia, todo fracaso una misteriosa victoria, toda muerte un suicidio. No hay consuelo más hábil que el pensamiento de que hemos elegido nuestras desdichas.” Jorge Luis Borges (1899-1986), “Deutsches Requiem”.
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“Nacer no es una experiencia, porque es accidental: nos pasa sin más, involuntariamente. La muerte sí constituye una experiencia, puesto que nos sobreviene contra nuestra voluntad.” Sándor Márai (1900-1989), Diarios (1984-1989).
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“La Muerte es lo que engendra al Hombre en la Naturaleza y es la muerte la que lo hace progresar hasta su destino final, el del Sabio plenamente autoconsciente y por tanto consciente de su propia finitud. De tal manera, el Hombre no llega a la Sabiduría o a la plenitud de la autoconciencia mientras como el vulgo finja ignorar la Negatividad, que es el fondo mismo de su existencia humana, y que se manifiesta en él y a él no sólo como lucha y trabajo, sino también como muerte o finitud absoluta. El vulgo trata la muerte como algo de lo cual se dice: ‘no es nada o no es cierto’; y volviéndose rápidamente se apresura a pasar a lo cotidiano. Pero si el filósofo quiere alcanzar la Sabiduría, debe ‘mirar lo Negativo de frente y permanecer cerca de él’; y es en la contemplación discursiva de la Negatividad que se revela por la Muerte, donde se manifiesta la ‘potencia’ del Sabio autoconsciente que encarna el Espíritu. Hegel expresa que esa ‘permanencia’ cerca de lo Negativo es lo que constituye la ‘fuerza mágica’ que cambia el Ser-dado en lo Negativo. Hace alusión a lo que, según él, es el nacimiento del Hombre en el Mundo”.
“Si por una parte la Libertad es Negatividad, y si por otra la Negatividad es Nada y muerte, no hay libertad sin muerte, y sólo un ser mortal puede ser libre. Puede decirse también que la muerte es la ‘manifestación’ última y auténtica de la libertad.”
“No dejemos de observar que el Servicio y el Trabajo sólo son libres y creadores en la medida en que se efectúan en la Angustia y nacen de la conciencia de la muerte. Por consiguiente y en definitiva es esa conciencia de la muerte lo que humaniza al Hombre y constituye la base última de su humanidad.” Alexandre Kojève (1902-1968), La idea de la muerte en Hegel.
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“Nunca ha sucedido que un ‘mortal’ deje de morir, escape a la ley común, realice ese milagro de vivir siempre y de no desaparecer jamás, que la longevidad yendo hasta el límite o hasta el infinito, se torne en eternidad: porque lo absoluto es de un orden distinto al orden de la vida. Y entonces ¿por qué la muerte de cualquiera es siempre una especie de escándalo? ¿Por qué este acontecimiento tan normal despierta en todos aquellos que son testigos tanta curiosidad y tanto horror? Desde que hay hombres, y hombres que mueren ¿cómo es que el hombre mortal no se ha acostumbrado todavía a este acontecimiento natural y sin embargo siempre accidental? ¿Por qué se extraña cada vez que un vivo desaparece, como si semejante acontecimiento sucediera por primera vez? De hecho, ‘todo el mundo es el primero en morir’, como dice Ionesco.”
“La muerte se convierte en algo serio cuando tomamos conciencia del siguiente hecho: la muerte no es únicamente una desgracia que les sucede a los otros, o a mí mismo dentro de cincuenta años, es decir, a mí mismo en tanto en cuanto que yo también soy otro; la muerte no es una eventualidad lejana en el espacio y en el tiempo: un buen día descubrimos que el misterioso problema que nos figurábamos abarcar también nos abarca a nosotros; un buen día, al escuchar el tañido fúnebre, comprendemos de pronto que lo mismo que hoy suena para el vecino, sonará también para nosotros.”
“...nos morimos, pero el espectáculo continúa.”
“Meditar sobre la muerte ¡se dice pronto! Los retratos de San Jerónimo llevan a menudo como leyenda esas dos palabras: ¡Cogita mori! Un cuadro de Domenico Fetti llamado La Meditazione nos representa alegóricamente a la Sabiduría meditando sobre un cráneo: pero la Sabiduría por más que se concentre no piensa en nada, pues no hay nada que pensar sobre la muerte; y esta prudente cabeza parece tan vacía como el cráneo sobre el que medita, tan vacío como el cenotafio ante el que simula recogimiento; y su espíritu permanece vacío como está vacío este pensamiento del cuerpo que llamamos Dolor. El hombre está ante la muerte como ante la profundidad superficial del cielo nocturno no sabe qué hacer, y su reflexión tanto como su atención, no encuentra un motivo.”
“¡Lo inconcebible de la muerte escapa a nuestros conceptos!”
“Al no poder pensar la muerte, parece que sólo nos quedan dos soluciones: o bien pensar sobre la muerte, acerca de la muerte, a propósito de la muerte; o bien pensar en algo distinto a la muerte, por ejemplo en la vida.”
“Los filósofos no siempre han pecado por exceso de despreocupación. Una especie de substancialismo ingenuamente realista les inclina a buscar la muerte en las profundidades de la vida, de la misma manera, por ejemplo, que los artistas macabros de la Edad Media imaginaban el esqueleto detrás de la apariencia carnal, el rostro gesticulante de la muerte detrás de los radiantes rostros de la vida y el rictus sardónico del difunto tras la sonrisa de la juventud. ¿La muerte está encerrada en el interior de la vida como ese horroroso cráneo dentro del rostro del que es la osamenta? De todos modos ese cráneo oculto es nuestra preocupación. Ese cráneo es en cierta forma la idea fija de la radioscopía macabra. ¿Quién sabe? Melancolía es quizás el nombre que Durero daba a esa preocupación inconfesable.”
“La furtiva muerte no está encerrada en la vida como el contenido en un continente, la joya en un cofre o el veneno en el frasco. ¡No! La vida está a la vez investida y penetrada por la muerte, envuelta por ella de cabo a rabo, empapada e impregnada por ella. El que el ser hable únicamente del ser y la vida de la vida es debido únicamente a una lectura superficial y demasiado literal. La vida nos habla de la muerte, no habla de otra cosa más que de la muerte. Es más: de cualquier cosa de que se trate, al menos en un sentido se está tratando de la muerte, hablar de cualquier cosa, por ejemplo de la esperanza, significa hablar obligatoriamente de la muerte; hablar del dolor es hablar sin nombrarla, de la muerte; filosofar sobre el tiempo es, mediante el rodeo de la temporalidad y sin llamar a la muerte por su nombre, filosofar sobre la muerte; meditar sobre la apariencia que es una mezcla de ser y de no ser, es implícitamente meditar sobre la muerte.” Vladimir Jankélévitch (1903-1985) La muerte.
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“Hay dos clases de seres humanos: aquellos que apartan la muerte de su pensamiento para vivir mejor y más libremente, y aquellos otros que, por el contrario, se sienten vivir con más fuerza y más inteligencia cuando la acechan en cada una de las señales que ella les hace a través de las sensaciones de su cuerpo y de los azares del mundo exterior. Estas dos clases de mentes no se amalgaman nunca. Lo que unos llaman una manía morbosa es para otros una heroica disciplina.” Marguerite Yourcenar (1903-1987), Mishima o la visión del vacío.
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“El tiempo nos traslada fatalmente hacia la otra realidad aún más última, la de la muerte, que está en el tiempo mismo, es decir, en la vida. ‘¿Dónde se ve una persona que sepa el precio del tiempo, el valor de un día y que considere que cada día muere? Esto es lo que produce el engaño, que miramos a la muerte de lejos, aunque en gran parte ya haya pasado, porque el tiempo pasado pertenece a la muerte.’” María Zambrano (1904-1991), El pensamiento vivo de Séneca.
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“Lo que es necesario tener en cuenta en primer lugar es el carácter absurdo de la muerte. En este sentido, toda tentación de considerarlo como un acorde de resolución al término de una melodía, debe descartarse rigurosamente.” Jean-Paul Sartre (1905-1980), El ser y la nada.
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“La tarea y potencial grandeza de los hombres radica en su habilidad de producir cosas —trabajo, actos y palabra— que merecen ser, y, al menos en cierto grado, lo sean imperecederas con el fin de que, a través de dichas cosas, los mortales encuentren su lugar en un cosmos donde todo es inmortal a excepción de ellos mismos. Por su capacidad de realizar actos inmortales, por su habilidad en dejar huellas imborrables, los hombres, a pesar de su propia mortalidad individual, alcanzan su inmortalidad y demuestran ser de naturaleza divina.” Hanna Arendt (1906-1975), La condición humana.
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“Sólo se puede escribir cuando se es dueño de sí frente a la muerte y cuando se establecen con ella relaciones de soberanía. Pero si frente a la muerte se pierde la compostura, si ella es algo incontenible, entonces corta la palabra, no se puede escribir; el escritor ya no escribe, grita, un grito torpe, confuso, que nadie oye o que no emociona a nadie. Kafka siente profundamente que el arte es relación con la muerte. ¿Por qué la muerte? Porque es lo extremo. Quien dispone de ella, dispone extremadamente de sí, está ligado a todo lo que puede, es integralmente poder. El arte es dominio del momento supremo, supremo dominio.” Maurice Blanchot (1907-2003), El espacio literario.
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“La relación con la muerte del prójimo no es saber sobre la muerte del otro, ni la experiencia de esta muerte en su misma forma de anonadar el ser (si, como se suele pensar, el hecho de esa muerte se reduce al anonadamiento). No existe ningún conocimiento de esta relación ex-cepcional (ex-cepción: aprehender y sacar de la serie). Tal anonadamiento no es fenoménico ni provoca ningún encuentro de la conciencia con él (aunque éstas son las dos dimensiones del saber). El saber puro (= lo vivido, la coincidencia) no conserva, de la muerte del prójimo, más que las apariencias externas de un proceso (de inmovilización) en el que termina alguien que, hasta ahora, podía expresarse. La relación con la muerte en su ex-cepción —y, sea cual sea su significado respecto al ser y la nada, la muerte es una excepción—, que le otorga su profundidad, no es ni visión ni objetivo (ni ver el ser, como en Platón, ni tender hacia la nada, como en Heidegger), es una relación puramente emocional, que mueve con una emoción no producida por la repercusión, en nuestra sensibilidad y nuestro intelecto, de un saber previo. Es una emoción, un movimiento, una inquietud en lo desconocido.”
“La muerte es partida, deceso, negatividad cuyo destino se desconoce. ¿No debemos, pues, concebir la muerte como pregunta con tal indeterminación que no podemos decir que se plantea como problema a partir de sus datos? La muerte como viaje sin regreso, pregunta sin datos, puro signo de interrogación.”
“El hecho de admitir que la muerte del otro es más importante que la mía es el milagro mismo de lo humano en el ser: fundamento de todas las obligaciones.” Emmanuel Lévinas (1906-1995), Dios, la muerte, y el tiempo.
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“El hombre completo, el que no sueña, el que puede morir bien porque vive bien y que puede amar su vida porque mira cara a cara a la muerte, es, como el mito de los andróginos, el símbolo de lo que nos falta.”
“Descartes constatará brevemente la unión del alma y el cuerpo y preferirá pensarlos por separado porque así están claros para el entendimiento. La ‘mezcla’ del alma y del cuerpo es por el contrario el dominio de Montaigne, no se interesa más que por nuestra condición real, y su libro describe exhaustivamente este hecho paradójico que somos nosotros. Es decir que piensa en la muerte, contrapartida de nuestra encarnación. De viaje, nunca se para en un sitio sin preguntarse que bien pudiera caer enfermo y morir tranquilamente. ‘Siento que la muerte me atenaza continuamente la garganta o los riñones’. Ha hablado muy bien contra la meditación de la muerte. Deforma y falla su objetivo, porque concierne sólo a la muerte lejana, y la muerte lejana es más dura, puesto que está en todas partes en nuestro porvenir, que la muerte presente, que avanza ante nuestros ojos en forma de acontecimiento. No se trata de corromper la vida por el pensamiento de la muerte. Lo que le interesa, a Montaigne, no es lo patético de la muerte, su fealdad, los últimos suspiros, el aparato fúnebre, motivos habituales de los discursos sobre la muerte, imágenes de la muerte para uso de los vivos. ‘Estos no consideran la muerte en sí, no la juzgan: no paran su pensamiento en esto; corren, apuntan a un nuevo ser’. Los que escuchan los consuelos de un sacerdote, levantan los ojos y las manos al cielo, rezan en voz alta, ‘rehúyen la lucha, apartan de la muerte su consideración, como se distrae a un niño cuando se le quiere pinchar con la lanceta’. Montaigne quiere que nos demos cuenta del no-ser con una mirada seca, y que, conociendo la muerte completamente desnuda conozcamos la vida también desnuda. La muerte es ‘el acto de un solo personaje’. Ella recorta en la masa confusa del ser esta zona particular que somos nosotros, pone en evidencia esta inagotable fuente de opiniones, de sueños y de pasiones que animaba secretamente el espectáculo del mundo, y así nos enseña mejor que cualquier otro episodio de la vida el azar que nos ha hecho existir y que nos hará desaparecer.” Maurice Merleau-Ponty (1908-1961), Signos.
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“Aclarar y profundizar el problema de la muerte es aclarar y profundizar el de la vida: ambos sólo se pueden aislar por una abstracción que los hace inexplicables y también insignificantes, como si la vida estuviera aquí y la muerte allá, en aquel cadáver que mañana será también el mío. El cadáver no es la muerte, es el muerto; la muerte es un acto de existencia y pertenece a la existencia misma en esta vida; en el muerto no está la muerte, sino el hecho: el acto de morir cada uno la propia muerte está en cada uno de nosotros, pertenece a nuestra vida que por aquel acto se cumple terrenalmente. En la experiencia concreta, vivir es un continuo morir y morir es existir.” Michele Federico Sciacca (19081975), Muerte e inmortalidad.
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“No existe muerte natural: nada de lo que sucede al hombre es natural puesto que su sola presencia cuestiona el mundo. Todos los hombres son mortales: pero para todos la muerte es un accidente y, aunque la conozcan y la acepten, es una violencia indebida.” Simone de Beauvoir (1908-1986), Una muerte muy dulce.
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“¿Qué se puede pedir a este espectáculo, a este evento que es contemplado por otros?: ‘morir en paz’. Yo desearía que fuera una escena nada espectacular, pero sí decorosa y que no entre en contradicción, que no desdiga de lo que fue la vida; que sea en compañía y no en el aislamiento tecnológico y reducción a mero terminal de un complicado artilugio de entubación; y que sea en el entorno mismo de la vida del moribundo”. José Luis López Aranguren (1909-1996), Ensayo sobre la vida y la muerte.
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“La muerte es demasiado exacta; todas las razones se encuentran de su lado. Misteriosa para nuestros instintos, se dibuja, ante nuestra reflexión, límpida, sin prestigios y sin los falsos atractivos de lo desconocido.” Emil Cioran (1911-1995), Breviario de podredumbre.
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“La muerte acaso igualase a los hombres si las vidas humanas fueran incomunicantes —aunque no serían entonces vidas humanas; serían otra cosa que no podemos representarnos—. Mas por ventura no lo son, sino que vivir es convivir, y toda vida humana proyecta su realidad en otras vidas, les imprime su huella, su estilo, su habitus; en una palabra, se prolonga y continúa en ellas. Y ocurre que, paradójicamente, cuanto más grande es el vacío que una vida nos deja al acabarse, tanto mayor es el área de nuestro vivir que llena y edifica; cuanto más radical la soledad, tanto más segura y perdurable la compañía; cuanto más hondo el dolor por lo que perdemos, tanto más confortadora la consolación por lo que nos queda. Yo pondría en el panteón simbólico de los grandes creadores, a guisa de mote heráldico del nobilísimo linaje humano que integran, esta leyenda: ‘Quien más se lleva, más deja’”. Antonio Rodríguez Huescar (1912-1990), Con Ortega y otros escritos.
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“El respeto a la muerte, entendido como respeto a todo difunto, sea amigo o enemigo, familiar o extraño, es primariamente el respeto a esa peculiar nobleza que la vida cobra cuando ha sido rematada. Por eso el conocido respeto al cadáver es algo más que la piedad, y algo más también que el temor suscitado por la presencia de lo desconocido; es el respeto a la misma vida que parece haber cumplido, quisiéralo o no, su terrenal destino.” José Ferrater Mora (1912-1991), El ser y la muerte.
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“Toda vida filosófica, escribió después Cicerón, es una commentatio mortis. Veinte siglos después Santayana dijo que ‘una buena manera de probar el calibre de una filosofía es preguntar lo que piensa acerca de la muerte’. Según estas opiniones, una historia de las formas de la ‘meditación de la muerte’ podría coincidir con una historia de la filosofía”. José Ferrater Mora (1912-1991), Diccionario de filosofía.
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“Nunca nos asombrará lo bastante que todo el mundo viva como si nadie ‘supiera’. Y es que, en realidad, no existe experiencia de la muerte. En sentido propio, sólo experimentamos lo que hemos vivido y asimilado conscientemente. Aquí a lo sumo cabe hablar de la experiencia de la muerte ajena”. Albert Camus (1913-1960), El mito de Sísifo.
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“Pero es a una mirada distinta de la que ve al (agonizante) como moribundo, que muy pronto ha de dejar de vivir. La mirada que ve en el agonizante a alguien aún vivo, alguien que apela a los recursos más profundos de la vida y que parece transportado por el surgimiento de lo Esencial en su vivencia de quien vive todavía, es otra mirada. Es la mirada de la compasión y no la del espectador que prevé al ya muerto. [...] Acompañar es tal vez la palabra más adecuada para designar la actitud en virtud de la cual la mirada posada sobre el muriente se vuelve hacia un agonizante, que lucha por la vida hasta la muerte (anotado al margen: comprensión + amistad), y no hacia un moribundo que pronto será muerto. Puede hablarse de compartir a despecho de la reserva concerniente a la inclinación fusional del compartir identificante. Pero ¿compartir qué? El movimiento de trascendencia —transcendencia inmanente, oh, paradoja—, de trascendencia íntima de lo Esencial al desgarrar los velos de los códigos de lo religioso confesional.” Paul Ricoeur (1913-2005), Vivo hasta la muerte.
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“La vieja actitud según la cual la muerte es a la vez familiar, próxima, atenuada e indiferente, se opone demasiado a la nuestra en virtud de la cual la muerte da miedo hasta el punto de que ya no nos atrevemos a pronunciar su nombre.” Philippe Ariès (1914-1984), Morir en Occidente.
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“Todos esos jóvenes fotógrafos que se agitan por el mundo consagrándose a la captura de la actualidad no saben que son agentes de la Muerte. Es la manera como nuestro tiempo asume la Muerte: con la excusa denegadora de lo locamente vivo, de lo cual el Fotógrafo constituye de algún modo el profesional. Porque la Fotografía debe tener históricamente, alguna relación con la ‘crisis de muerte’ que comienza en la segunda mitad del siglo XIX; y yo preferiría por mi parte que en vez de volver a situar una vez más el advenimiento de la Fotografía en su contexto social y económico, nos interrogásemos también sobre el vínculo antropológico de la Muerte con la nueva imagen. Pues es necesario desde luego que, en una sociedad, la Muerte esté en alguna parte; si ya no está (o está menos) en lo religioso, deberá estar en otra parte: quizás en esa imagen que produce la Muerte al querer conservar la vida. Contemporánea del retroceso de los ritos, la Fotografía correspondería quizás a la intrusión en nuestra sociedad moderna de una muerte asimbólica, al margen de la religión, al margen de lo ritual, como una especie de inmersión brusca en la Muerte literal. Vida/Muerte: el paradigma se reduce a un simple clic del disparador, el que separa la pose inicial del papel final.” Roland Barthes (1915-1980), La cámara lúcida.
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“‘Al fin de la batalla,
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: ‘¡No mueras, te amo tanto!’.
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo...’
No tengo tiempo de susurrar el principio de este poema desgarrador. Un sobresalto convulsivo agita a Morales, una especie de explosión pestilente. Se vacía, literalmente, manchando la sábana que le envuelve. Se aferra a mi mano, con todas sus fuerzas reunidas en un postrer esfuerzo. Su mirada expresa el desamparo más abominable. Unas lágrimas fluyen por su máscara de guerrero.
—Qué vergüenza —dice con el último aliento.
¿Oigo acaso el susurro? ¿Acaso adivino sobre sus labios las palabras que expresan su vergüenza? Se le ponen los ojos en blanco: ha muerto. ‘No mueras, te amo tanto’, tengo ganas de gritar como en el poema de Vallejo. ‘¡No mueras, te amo tanto! Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo’.
Sigue muriendo, sigue penetrando en la eternidad de la muerte. Entonces fue cuando me acordé de Ludwig Wittgenstein. ‘La muerte no es un acontecimiento de la vida. La muerte no puede ser vivida’, había escrito ese cabronazo de Wittgenstein. Yo había vivido la muerte de Morales, no obstante, la estaba viviendo. Como, un año antes, había vivido la muerte de Halbwachs. ¿Y acaso no había vivido asimismo la muerte del joven soldado alemán que cantaba La paloma? ¿La muerte que yo le había dado? ¿No había vivido acaso el horror, la compasión de todas estas muertes? ¿De toda la muerte? ¿La fraternidad también que ponía en juego?” Jorge Semprún (1923-2011), La escritura o la vida.
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“Cuando estés impaciente lo que debes hacer es voltear a la izquierda y pedir consejo a tu muerte. Una inmensa cantidad de mezquindad se pierde con sólo que tu muerte te haga un gesto, o alcances a echarle un vistazo, o nada más con que tengas la sensación de que tu compañera está allí vigilándote. [...] La muerte es la única consejera sabia que tenemos. Cada vez que sientas que todo te está saliendo mal y que estás a punto de ser aniquilado, vuélvete hacia tu muerte y pregúntale si es cierto. Tu muerte te dirá que te equivocas que nada importa en realidad más que su toque. Tu muerte te dirá: ‘Todavía no te he tocado.’” Carlos Castaneda (1925-1998), Viaje a Ixtlán.
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“La supervivencia es la vida más allá de la vida, la vida más que la vida, y el discurso que pronuncio no es un discurso mortífero; al contrario, es la afirmación de un viviente que prefiere el vivir, y por tanto sobrevivir, a la muerte, pues la supervivencia no es sólo lo que queda: es la vida más intensa posible. Nunca estuve tan obsesionado por la necesidad de morir como en los momentos de felicidad y goce. Gozar y llorar la muerte que acecha es para mí lo mismo. Cuando recuerdo mi vida, tiendo a pensar que tuve la suerte de amar incluso los momentos infelices de ella, y de bendecirlos. Casi todos, excepto uno. Cuando me acuerdo de los momentos felices, también los bendigo, claro está, y al mismo tiempo me arrojan en el pensamiento de la muerte, en la muerte, porque eso ya pasó, se terminó...” J. Derrida (1930-2004), Aprender por fin a vivir. Entrevista con Jean Bimbaum.
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“No pienso en absoluto en la muerte, pero la muerte piensa continuamente en mí: ‘¿Cuándo podré llevármelo a casa...?’ Eso está visto desde otra perspectiva. Pero no me gusta volver a casa. ‘Volver a casa (heingehen)’ significa morir, o sea, estar muerto. ‘Estar en casa, estar muerto’ dice ya Pascal. ‘Cuando estás en casa, estás muerto’. El reposo eterno, la casa eterna..., ¡es la muerte! Por eso nunca tengo ganas de volver a casa, porque tengo la impresión de que, cuando vuelva, estará ya allí con su mano negra, y yo entraré por la puerta..., y siempre veo, al entrar por la puerta de mi casa, esa mano de Curd Jürgens —el actor, ya sabe, la Muerte en Salzburgo con sus dedos huesudos—, entro y entonces... ¡paf! La siento continuamente, esa presión aquí; por eso, si se fija, tengo un hombro hundido, por esa presión de la muerte. Eso no me lo puede quitar nadie, en el fondo no se puede operar, ésa es mi angustia, ¿no?, se sienta en mi hombro derecho como un... (se ríe) bueno, como un pájaro de mal agüero, ¿no? Todo eso se podría decir de manera seria, que es lo que yo quería hacer. Si en lugar de decir ‘pájaro de mal agüero’... se dice es sencillamente la Muerte. Conceptos escuetos que se pueden servir como una taza de café, aunque eso tampoco es serio, comparar a la Muerte con una taza de café, tampoco es serio, ¿no? Aunque, naturalmente, se puede comparar todo con todo.” Thomas Benhard (1931-1989) citado en C. Nooteboom, Tumbas de poetas y pensadores.
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“Cuando hablo de arte como de una aspiración por la belleza, afirmando que el ideal es el fin último del arte, que el arte se origina en esta aspiración por lo ideal, no estoy sugiriendo en ningún momento que deba mantenerse lejos de la ‘suciedad’ del mundo. ¡Al contrario! La imagen artística es una metáfora en la que una cosa es sustituida por otra, la más pequeña por lo más grande. Para hablar de lo que está vivo, el artista se sirve de lo muerto; para hablar de lo infinito muestra lo finito. Substitución... El infinito no puede ser materializado, pero se puede crear su ilusión: una imagen.”
“La función del arte no es, como a veces se asume, la transmisión de ideas, la difusión de pensamiento, el servir de ejemplo. La función del arte es preparar a la gente para la muerte, arar y desbrozar su alma para que ésta sea capaz de regresar al bien.” Andrey Tarkovski (1932-1986), Esculpir el tiempo.
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“¿Qué les enseñamos a nuestros contemporáneos hoy en día? Que la muerte ocurre lejos de nosotros en los hospitales, que los dolientes no tienen necesariamente que acompañar al ataúd al cementerio, que ya no vemos a la muerte. O, más bien, que la vemos continuamente: personas golpeadas, baleadas o despedazadas en explosiones; hundidas en el fondo del río con los pies envueltos en concreto; tiradas sin vida en la acera, con la cabeza rodando en la cuneta. Pero ésos no son ni prójimos ni queridos: son actores. La muerte es un espectáculo; por supuesto en el cine y la televisión, pero también en la vida real. Devoramos las noticias de los medios sobre la muchacha que fue violada y asesinada, o sobre las víctimas de un asesino serial. No vemos los cuerpos torturados, pues eso nos recordaría a la muerte en sí. Más bien vemos a los amigos llorosos que llevan flores a la escena del crimen u organizan una vigilia a la luz de las velas. O, mucho más sádico, vemos a los reporteros que tocan a la puerta de una madre en duelo para preguntarle qué sintió al enterarse del asesinato de su hija. La muerte en sí se muestra sólo de manera indirecta, a través del dolor de los amigos y los padres, lo que nos afecta menos visceralmente. La muerte ha desaparecido en gran medida de nuestro horizonte de experiencia inmediato. El resultado es que habrá más gente aterrada cuando llegue el momento de enfrentarse al evento que ha sido nuestro destino desde el nacimiento. Un destino que los hombres sabios dedican toda su vida a aceptar.” Umberto Eco (1932-2016), Baile en torno a la muerte.
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“Si negamos la muerte, ella sigue presente, pero como negación de la vida; si afirmamos la muerte, sigue presente pero como afirmación de la vida. Porque la huida de la conciencia de la muerte no es huida de la muerte, sino de la vida. [...] Es, pues, el instante el punto donde se encuentran la angustia de la certidumbre de la muerte por un lado y por el otro una promesa ebria de eternidad.”
“Llegado un momento somos más nuestros muertos que nuestros vivos. Con cada ser amado que muere nosotros morimos un poco, es cierto; pero también es cierto que ellos comienzan a vivir en nosotros de un modo que jamás lo hicieron en vida (supongo que ha de ser porque no podemos defendernos de su ausencia como lo hacíamos de su presencia).” Eduardo Cohen (1939-1995), Hacia un arte existencial.
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“La melancolía, el reflexionar sobre la infelicidad existente, no tiene nada en común, sin embargo, con el ansia de muerte. Es una forma de resistencia. Y, a nivel artístico, su función es por completo distinta de la simplemente reactiva o reaccionaria. Cuando, con la mirada fija, se repasan las cuentas para ver cómo ha podido ocurrir eso, se ve que la motricidad del desconsuelo y la del conocimiento son idénticamente ejecutivas. La descripción de la infelicidad incluye en sí la posibilidad de su superación.” Winfried Georg Sebald (1944-2001), Pútrida patria.
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“Olvidar la muerte. Mantenerse despreocupado frente a la propia finitud (no morimos, no, pero somos finitos, acabamos). Saber que el morir no nos sucede aunque nos concierna. (Nos concierne: algo pasa a nuestro alrededor cuando nos morimos, aunque a nosotros nada nos esté sucediendo). Pero, seamos o no capaces de mantener esta actitud, hay en ambos casos maneras de utilizar la muerte y convertirla en nuestra consejera. La muerte está siempre a nuestra izquierda, al alcance de nuestra mano. La muerte nos acompaña siempre, ‘nuestra’ muerte, la de cada uno. Y su compañía es más grata y más benefactora que la de cualquier dios.” Rogelio Moreno Piqué (1948-2003), La farmacia del olvido.
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“El recordar que estaré muerto pronto es la herramienta más importante que he encontrado para ayudarme a tomar las grandes decisiones en la vida. Porque casi todo —todas las expectativas externas, todo el orgullo, todo temor a la vergüenza o al fracaso— todas estas cosas simplemente desaparecen al enfrentar la muerte, dejando sólo lo que es verdaderamente importante. Recordar que uno va a morir es la mejor manera que conozco para evitar la trampa de pensar que hay algo por perder. Ya se está indefenso. No hay razón alguna para no seguir los consejos del corazón”. Steve Jobs (1955-2011), discurso dictado en la Universidad de Stanford, 2005.
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“Heidegger ha dado forma a la humanización de la muerte. La muerte se recupera para el existente humano no sólo como límite extremo de la vida, sino en cuanto que es mía. La muerte es humana y hace mi vida absolutamente única. El hombre debe proyectar y anticipar su muerte como posibilidad de no ser más en el mundo. Así, la muerte se recupera para la libertad. Yo no padezco mi muerte, sino que la asumo y, por ello, llego a ser libre para la muerte. Soy constituido como totalidad por el carácter resuelto y libre de la finitud”. Jorge Vicente Arregui (1958-2005), ¿Es la muerte un acontecimiento de la vida?