Introducción
La guerra en contra del crimen organizado perpetrada por el Presidente Constitucional del mandato 2006-2012, Felipe Calderón, tuvo muchas consecuencias y variados problemas en la sociedad mexicana. En relación con los posicionamientos públicos de los principales protagonistas de esta guerra pueden observarse algunas características que denotan el ejercicio de la política en México, así como la importancia de la figura presidencial en la cultura política mexicana. Dada la relevancia de este fenómeno dentro de la realidad actual mexicana, este artículo lo aborda como un drama con el cual Calderón se erige como el personaje principal, quien planteándose a sí mismo como un cruzado que libraría una lucha en contra del crimen, pasa a convertirse en un político acorralado debido a las consecuencias de la guerra.
La perspectiva que se utiliza en este documento es la sociología cultural, la cual recupera las dimensiones simbólicas de los fenómenos sociales y políticos para brindar una explicación cultural.1 Al observar el fenómeno como un drama se pretende hacer un análisis del proyecto político de la guerra y de quien lo lleva a cabo, dando un peso específico a sus dimensiones simbólicas.2
Se proponen dos figuras interpretativas para explicar este fenómeno: por un lado, el proyecto político (la guerra), que se presenta como una cruzada moral en contra del peligro de contagio de las drogas; por otro lado, quien lleva a cabo la cruzada (el político, Calderón), como el presidente que se asume como un cruzado, pero termina volviéndose un político acorralado de manera dramática por las consecuencias de la guerra (sobre todo, el surgimiento de las víctimas-ciudadanos).3
Calderón inicia la guerra por medio de un acto soberano simbólico (mandar al ejército a las calles), mostrándose ante la audiencia (la clase política y la ciudadanía) como “el de la silla”, cuestión necesaria debido a las difíciles condiciones que encuentra al tomar el poder.4 Para ello pone en movimiento una gran cantidad de recursos materiales para atacar lo que considera es el principal problema que debe ser atendido dentro de la agenda pública: la inseguridad.5 Pero esto no es todo, pues además de la movilización de esos recursos, pone en marcha otros para asegurarse apoyo o, en el peor de los casos, para evitar oposición a su proyecto: recursos simbólicos que constituyen un performance de guerra que le sirve para dar autoridad a la cruzada y establecerla como un proyecto político sagrado.
El problema surge cuando ambos procesos fallan, tanto el intento de mantener alejado de la “buena” sociedad el peligro de contagio de las drogas como dar autoridad simbólica al proyecto; con esto quedó evidenciada la guerra como un proyecto ajeno a los intereses ciudadanos. En definitiva, se trata de un drama que se inició con un político que se asumía como el cruzado, pero se convirtió en villano.6 Con el análisis de las dimensiones simbólicas del fenómeno (sobre todo, planteando el proyecto político de Calderón como un drama) se intenta dar cuenta de algunas cuestiones importantes sobre la manera de ejercer la política en México.7
En un primer apartado se desarrollarán las dos principales miradas con las que se observa el inicio de la guerra: como proceso ritual y como performance cultural. La primera consiste en el proyecto con el planteamiento de un objetivo específico y los medios para llevarlo a cabo. El segundo es la manera en la que Felipe Calderón intenta investir de autoridad al proyecto ante la audiencia (la ciudadanía), aprovechando las dimensiones simbólicas de la realidad social mexicana.
En un segundo apartado se desarrollará el quiebre de estas dos facetas del proyecto. En primer lugar, el fracaso del proceso ritual para lograr el objetivo del proyecto (mantener alejado el peligro del contagio de las drogas).8 En segundo lugar, al evidenciarse las fallas de refusion del performance de guerra, el proyecto aparece ante la mirada pública como algo ajeno a la ciudadanía y, en el peor de los casos, como un ejercicio de política profana distanciado y contrario a la emergencia de la crisis de seguridad.
El proyecto político de la guerra: proceso ritual y performance cultural
Una cuestión a resaltar en cuanto a la figura del presidente en México es el toque personal de gobernar de quien está “en la silla”, lo cual es un factor que hace convivir el ejercicio político del Ejecutivo Federal con las demás instituciones políticas mexicanas (el Congreso y los partidos, principalmente) de una manera bastante particular, pues el presidente tiene amplios márgenes de decisión que en muchas ocasiones no se ven limitados por los demás poderes. Culturalmente, esto constituye una marca indeleble en la historia política del país, pues se plantea como una institución política en sí misma: el estilo personal de gobernar (y la libertad relacionada con éste para la toma de decisiones, sin importar las consecuencias de éstas).9
Entonces, el proyecto político de la guerra en contra del crimen organizado tiene una fuerte motivación moral específica que deviene del intento de Calderón de proclamarse como el soberano: luchar en contra de la inseguridad provocada por los criminales, que al cambiar su modus operandi, ponen en jaque al territorio nacional y a los ciudadanos “buenos”:
Hoy más que nunca México demanda de nosotros corresponsabilidad para salvaguardar la seguridad e integridad de los ciudadanos […] Los mexicanos exigen que sus parques, sus calles, sus escuelas, sus colonias sean espacios seguros para sus familias donde los hijos puedan vivir y desarrollarse en paz, con tranquilidad y seguridad […] Lo haremos por el bien de los mexicanos que vienen, lo haremos por el bien de nuestras familias y de nuevas generaciones de mexicanos que tienen derecho a un país más seguro y mejor, lo haremos por el bien de México (Calderón, 2007c).
La guerra de Calderón es un intento por “hacer” el mundo, por darle un sentido específico mediante la política.10 Weber realiza una distinción analítica entre dos tipos de éticas inmiscuidas en la política: la ética de la responsabilidad y la ética de la convicción, distinción que es útil para pensar la guerra como un proyecto político.11 La guerra para Calderón significó un golpe de autoridad simbólico para definir su mandato y su “tamaño” político, debido al clima político adverso al inicio de su periodo de mandato. Esto se puede explicar entendiendo este conjunto de condiciones iniciales como un marco de significado de la acción.12
Las dos cuestiones a resaltar acerca de cómo respondió al complicado marco de significado son su toque de autoridad simbólico al iniciar la guerra y el planteamiento del proyecto como la generación de un espacio que le permitiera mostrarse como el presidente legítimo. La primera es el acto soberano, la segunda es el plan del “juego” de la guerra.
El acto soberano de iniciar la guerra se plantea como un acto simbólico que inaugura el mandato de Calderón y, a la postre, se convierte en su sello distintivo. En una primera instancia se propone el acto como consecuencia de la soberanía en un sentido schmittiano, es decir, un acto basado en el poder del soberano para decidir cuando hay situaciones de emergencia.13 Calderón manda con este acto al ejército a Guerrero y Michoacán,14 dándole preminencia sobre las fuerzas del orden civil en el combate al crimen organizado.
Por otro lado, no solamente es un acto basado en la soberanía del Estado, sino que también es un acto simbólico que inaugura un mandato con el toque personal del presidente.15 Este acto “colorea” el mandato de Calderón, establece una relación dialéctica entre sus decisiones y su personalidad en tanto que cada decisión se asume como héroe a partir de la totalidad de su personalidad “valiente y arrojada”. Pero esto depende de cómo transforma su marco de significado de manera voluntaria mediante el establecimiento de un espacio de “juego” donde pueda mostrarse como un político cruzado ante la mirada pública (un espacio ad hoc donde pueda lucir su coraje y temple).16
El grado de acción (la seriedad o carácter real del juego) depende de cuán a fondo se acentúen esas propiedades. De allí la importancia de jugar un juego “en serio” en el caso de la guerra, de qué tan en serio se asuma ésta en función de la consecuencialidad, y lo problemático.17 El problema de la acción es cuando no rinde algún éxito llevarla a cabo, lo que Goffman denomina “reventarla” (utilizando el ejemplo de Goffman, el conductor la reventaría si choca y ya no puede llegar a su destino, por ejemplo). En el caso de Calderón, se sostiene que lo que perdió con el juego fue la autoridad que pretendió tener ante los demás, que su apuesta fue enorme, pero los resultados estratégicos fueran pobres y, lo que es más importante, el descrédito personal y profesional fue amplio.18
Definido el político que inicia la guerra, cabe recuperar cómo la llevó a cabo. Se mencionó que dos son las perspectivas de la guerra que se manejan dentro de este artículo, la guerra como ritual y como performance cultural. La primera está relacionada con los procesos sociales y culturales que se realizan cuando una sociedad entra en crisis, cuando se requiere tomar medidas para reordenarla. El punto de partida es la motivación que anima al reordenamiento de las sociedades, lo cual es enfocado por la propuesta de Mary Douglas y la cuestión de la suciedad: simbólicamente se toman medidas dentro de las sociedades para evitar aquello que desordena, pues eso es lo que exige una actitud ordenadora:
Al expulsar la suciedad, al empapelar, decorar, asear, no nos domina la angustia de escapar a la enfermedad sino que estamos reordenando positivamente nuestro entorno, haciéndolo conformarse a una idea. No hay nada terrible ni irracional en nuestra acción de evitar la suciedad: es un movimiento creador, un intento de relacionar la forma con la función, de crear una unidad de experiencia (1973: 15).
Así, el proyecto político es planteado con una orientación ordenadora (alejar el peligro de contagio de las drogas), y se ve necesitado de la elaboración de un trasfondo cultural que le permita plantearse como un proyecto que trascienda el mundo cotidiano ante las miradas de los espectadores (como un ejercicio de política sagrada). En otras palabras, una cuestión es la aplicación visible de los medios institucionales por los cuales se intentará devolver el orden a la sociedad, y la otra cuestión es cómo se plantea el proyecto ante sus críticos potenciales. A la primera corresponde el proceso ritual de la guerra, a la segunda el performance de la guerra.
Sobre el proceso ritual, Victor Turner plantea cuatro fases que se observan en todo fenómeno que intente restablecer el orden social, después del surgimiento de una crisis cultural importante. La perspectiva del fenómeno que se plantea es la siguiente (utilizando las etapas descritas por Turner):19 el gobierno federal ubica una violación a las normas sociales con el crecimiento del crimen organizado y los claros atentados en contra de la ciudadanía y de la soberanía del propio Estado. Los criminales no solamente actúan con impunidad, sino que se adueñan de plazas públicas, por lo que las autoridades locales no pueden intervenir y hacer valer el estado de derecho. En un plano general, es una lucha en contra del crimen organizado, pero viéndolo desde una posición más cercana, es una guerra en contra de la comercialización y distribución de drogas desde un plano moral (“por el bien de las familias mexicanas”),20 aunque en un nivel político es una lucha en contra de los grupos criminales que han provocado la pérdida de presencia y eficacia de la aplicación de violencia legítima por parte del Estado.
La fase a la que se presta mayor atención es la etapa donde se aplican las acciones ordenadoras y aquello que Turner rescata como liminalidad (la guerra).21 Aquí es donde, en términos de la eficacia del proyecto, se observa el principal problema, pues se presenta aquello que Girard (2010) observa como una tendencia de toda guerra: la escalada de la violencia.22 Quienes entran en esta relación indiferenciada son los grupos criminales en su disputa por las regiones donde tienen presencia, situación que se presume como una de las tantas consecuencias de la directa intervención del gobierno federal. El problema que se observa de esta liminalidad de la guerra es el claro aumento de violencia, y sus amplias repercusiones para la población civil, a la que no se puede proteger de manera efectiva debido a que el espacio liminal inevitable-mente está presente en todas partes.23
Ahora bien, mencionada esta faceta de la guerra como un proceso ritual, cabe vincularla con la otra, la guerra como performance. Un performance cultural24 tiene una fuerte dimensión pragmática dentro de las sociedades complejas, debido a la propia evolución cultural de la modernidad. La importancia del performance de guerra radica en que se genere una realidad “creíble” para el espectador, que no luzca artificial y que, así, cree experiencias concretas y verosímiles dentro de ese marco de significado. Se sostiene que el gobierno federal se alineó a un performance de guerra para generar legitimidad o por lo menos para no generar oposición al proyecto de guerra.
Los principales elementos del performance son (todos pueden revisarse en Alexander, 2003: 529 ss) los sistemas de representación colectiva (que incluye a los background symbols y a los foreground scripts),25 los actores,26 la audiencia,27 los medios de producción simbólica,28 el Mise-en-Scéne29 y el poder social.30 La importancia de la interrelación de estos elementos radica en que dentro de sociedades complejas es vital la puesta en escena de las representaciones sociales mediante los background symbols y los foreground scripts, pues estos elementos no son compartidos de manera homogénea por los miembros de una sociedad concreta. La principal diferencia entre sociedades complejas y simples radica en que dentro de estas últimas los elementos culturales están fusionados de tal manera que los performances difícilmente no crean una realidad convincente ante los espectadores (casi siempre lo que parece real es real, y no hay oposiciones críticas a si lo es o no).
En las sociedades complejas, por otra parte, ha ocurrido lo que Alexander menciona como de-fusion, donde los elementos se separan y su interrelación se hace problemática (debido a la propia evolución social). Dicho de otra manera, las representaciones colectivas y los medios simbólicos de producción cultural se hacen menos universalistas, y por ello no fungen como base para la producción de la puesta en escena del performance ante la audiencia (véase figura 1).
En las sociedades simples o de un orden no tan complejo los elementos están íntimamente interrelacionados, por lo que no se requiere una re-fusion de éstos para realizar un performance logrado ante la audiencia (figura 2).
Como puede observarse aquí, tanto las representaciones colectivas como los medios de producción simbólica cubren la totalidad de la reproducción cultural, por lo que los actores y la audiencia comparten plenamente significados y la puesta en escena es totalmente efectiva ante los espectadores. Casi siempre los performances serán eficaces en estas condiciones (de hecho, son naturales en el sentido de que se vuelven aproblemáticos). Precisamente la importancia de la elaboración del performance radica en que, cuando se separan estos elementos culturales dentro de las sociedades complejas, se depende de una lograda re-fusion, la cual mediante la utilización de recursos simbólicos compartidos con la audiencia pueda provocar su aceptación. En términos de esta investigación, la alusión a ciertos tópicos (mediante un uso específico del sentido cultural de ellos) intenta provocar la aceptación de los espectadores, el apoyo y la fe en la guerra como proyecto político y, además, cuenta mucho la postura teatral del presidente, pues no es suficiente la alusión a temas y a valores que generen identificación, sino también la presentación de la persona (en un sentido goffmaniano) como líder, como héroe de las circunstancias (en otras palabras, que demuestre que tiene “carácter”).31
La manera en cómo se analiza el performance de la guerra es por medio del planteamiento de una observación de segundo orden llamada narración de la guerra, que articula los elementos gramaticales propuestos por Kenneth Burke.32 Los elementos gramaticales son: agente (el ejecutor de las acciones), agencia (los principales medios con los cuales se lleva a cabo el objetivo), propósito (el objetivo dentro de la narración), los actos y el escenario (Burke, 1969). La narración de la guerra implica al agente Calderón como el político-cruzado, que para llevar a cabo el objetivo (mantener alejado el peligro del contagio de las drogas) utiliza una agencia belicosa (las fuerzas armadas); con esto queda establecido, asimismo, un contra-agente (el enemigo, los portadores del contagio). Los elementos más importantes dentro de la narración son el agente, la agencia y el propósito (los actos y el escenario no son importantes).33
Es necesario detenerse un poco en el contra-agente, el enemigo, pues es el leitmotiv del proyecto político. Se parte de una definición básica de Schmitt (1984), pues lo que más interesa en términos del proyecto político, y de su fuerza dramática, es el planteamiento de la guerra como estatus. La guerra puede observarse como acción y como estado (estatus). En la primera el enemigo está presente de modo actual y visible, por lo que no es presupuesto. En la segunda el enemigo se basa en la presencia de hostilidad (la presencia del enemigo), y esto es el presupuesto del estado de guerra (aunque no hayan hostilidades concretas, sí está la presencia del enemigo que en cualquier momento puede atacar). Debido a la presencia simbólica del enemigo independientemente del cese de las hostilidades, la guerra de Calderón se entiende así: guerra como estado, con lo que se marca una intensidad fuerte en el conflicto, porque es la presencia de ese enemigo el presupuesto de la guerra.
Las consecuencias de la liminalidad de la guerra: la caída del héroe
La liminalidad de la guerra provocó, entre varias cosas, un enorme aumento de violencia en varias regiones del país. En términos de lo que se propone aquí, el peligro de contagio de las drogas no pudo contenerse, sino que se extendió de manera muy agresiva y constante entre la población civil, lo cual generó víctimas ciudadanas. Esto ocasionó dos cuestiones principalmente, una que afectó al proceso ritual de la guerra (el surgimiento de los ciudadanos dañados directamente por la violencia, arrastrados por el contagio), y el otro que afectó al performance de guerra, sobre todo en función de los posicionamientos del gobierno federal alrededor de las consecuencias más desagradables de la guerra, lo que evitó la re-fusion en cuanto a la presentación del performance. Ambas cuestiones provocaron la caída estrepitosa de Calderón dentro del drama, pues llegó a presentarse ante la mirada pública como un político insensible ante el dolor de las víctimas e irresponsable ante las consecuencias de sus decisiones.
En 2008 hubo un aumento de violencia en el país, observada a partir del incremento de homicidios. En algunas regiones se recrudeció de manera importante, sobre todo porque los grupos criminales, dentro de la mencionada escalada de la violencia, tuvieron prácticas que se asemejan a la orquestación de un performance cultural (llamado aquí performance de violencia),34 utilizando el espacio público para dar mensajes (los narcomensajes) a los grupos enemigos o a las autoridades, con cuerpos desmembrados, decapitados, narcobloqueos, todos realizados de manera muy dramática.
Este performance de violencia provoca una afectación muy simple para el proceso ritual del gobierno federal: demuestra que no se ha logrado mantener alejado de la sociedad el peligro de contagio de las drogas. Esto se vuelve un problema mayúsculo dentro del drama, pues los supuestos beneficiarios de la guerra, los ciudadanos, se convierten en víctimas directas de la política.
Ahora bien, desde el performance de guerra se hace más fuerte la presencia de este “mal”, en tanto que no solamente evita que se dé una re-fusion de los elementos que puedan crear una realidad creíble ante la audiencia (“la guerra se va ganando”, “el proyecto es por el bien de los ciudadanos”), sino que al contrario evidencia al proyecto político como una muestra de política profana y no sagrada.35 Es necesario detenerse en la aparición de las víctimas para comprender esto. Un hecho trascendental sucedió en Ciudad Juárez, en Villas Salvarcar, cuando un comando armado entró a una fiesta de adolescentes y mató a varios (31 de enero de 2010).36 El problema no fue la matanza en sí (un hecho entre muchos de la misma naturaleza en la ciudad), sino las declaraciones públicas que hizo Calderón tildando a los jóvenes asesinados de pandilleros.37
La madre de dos de esos jóvenes, la señora Luz María Dávila, encaró a Calderón en un evento público en Ciudad Juárez, el 16 de febrero, que se realizó con la finalidad de ofrecer disculpas a los ciudadanos de Juárez por las declaraciones que realizó unos días antes, así como de prometer prontas soluciones a la matanza. La señora, dando la espalda a Calderón, lo increpó a retractarse por las declaraciones en las que calificó a sus hijos asesinados de pandilleros, le aseguró que eran estudiantes dedicados y trabajadores, y realizó reclamos hacia el gobierno federal debido a los agravios que ha sufrido la ciudadanía por parte del gobierno, de una guerra “que no es nuestra”.38
Este evento fue el primero de muchos donde se evidenció la gran cantidad de grietas del performance de guerra, por lo que Calderón no pudo sostener su representación del héroe arrojado y con carácter, que llevaría a cabo una cruzada por el bien de las familias mexicanas. Tanto el proyecto como el político comenzaron a representar aspectos de la política profana. Lo más fuerte del asunto es que se denotó al político irresponsable no solamente en cuanto a lo que se decide, sino también en cómo se pronuncia públicamente ante las consecuencias negativas que no se preveían y que inevitablemente dañan a terceros, por no compartir el dolor de las víctimas. La guerra comienza a ser problematizada políticamente mediante su propia representación.39
El performance de guerra pierde dentro del drama la sacralidad con la que llegó a contar al inicio de la guerra, o por lo menos, dado que no hubo mayor oposición a ésta, los elementos gramaticales de la narración (principalmente el propósito y el agente) no sufrieron críticas sistemáticas. El agente-cruzado comienza a presentarse públicamente como alguien impuro que realmente no está preocupado por los supuestos beneficiarios (las familias, los ciudadanos, los jóvenes), con lo cual también pierde fuerza el propósito (alejar el contagio de la sociedad, planteado en clave de lucha por la seguridad del ciudadano).40 La guerra como proyecto político comienza a percibirse con autoría exclusiva de la clase política, ajena a los intereses ciudadanos.
Con estos acontecimientos se comenzó a fracturar seriamente el performance de guerra, y por ello el proyecto político se presentó como una decisión exclusiva del presidente, a la vez que la representación se mostraba artificial. Punto por punto, los elementos gramaticales de la narración fueron cuestionados.
Tanto el agente como el propósito perdieron fuerza con estos acontecimientos, y el elemento más débil desde hacía varios meses fue la agencia (las fuerzas armadas), sobre todo por su falta de entrenamiento para tratar con población civil y, en el peor de los casos, por sus violaciones a los derechos humanos. A pesar de que Calderón, al inicio de la guerra, intentó investirlos con un aura de sacralidad (como si fueran un medio purificador de la sociedad), pronto cayeron en descrédito, lo que evidenció la falta de estrategia política.41
Algunas reflexiones a manera de conclusión
El eje del artículo ha sido la guerra como un proyecto político personal de Calderón en el que puede observarse su sello distintivo en cuanto a la manera principal de atacar el problema de la inseguridad en México: con las fuerzas armadas. Esto sirve para reflexionar algunas cuestiones de cómo se hace política en el país, pero sobre todo cómo gobierna el presidente, tanto en relación con las demás instituciones políticas como en relación con la ciudadanía. Una de las cuestiones más sobresalientes del fenómeno es que la guerra se vuelve el tema de la política mexicana en el momento en el que surgen las víctimas (2008 en adelante), antes el foco de atención no estuvo en el proyecto de Calderón.
Es inevitable pensar en la responsabilidad del político desde la figura presidencial y preguntarse por qué no hay consecuencias a pesar de la gravedad de esta guerra, ni para el político que la inició ni para las instituciones políticas que deben establecer límites a las decisiones presidenciales (evitar que un presidente gobierne como si los recursos fueran personales). Es por esto que se enfatiza la mirada del “juego” para observar al político y sus varias transformaciones dentro del mandato, para poner el foco de atención en que modificó su comportamiento no precisamente por la relación con los límites que pudieran imponerle las demás instituciones políticas, sino, principalmente, por una de las consecuencias más visibles de su juego de guerra: el surgimiento de los ciudadanos organizados que le exigen responsabilidad, justicia y dignidad, tanto por la propia actuación de los miembros del gobierno federal como por las acciones del crimen organizado.42 Utilizando la metáfora del juego propuesta por Goffman, Calderón la ha “reventado”, y a pesar de ello no se visualizan cambios en las maneras de hacer política en México (independientemente de que se le castigue políticamente o no).
Algunas cuestiones quedan pendientes. Una es aquello que se observa con el vuelco que da Calderón dentro de la marea de acontecimientos por su manera de conducirse públicamente. Él mismo precipitó las críticas en su contra debido a sus declaraciones, pero independientemente de la progresiva complicación de las consecuencias de la guerra, su manera de conducirse ante la ciudadanía permite ver la gran distancia simbólica que existe entre la clase política y los ciudadanos. En otras palabras, aunque sea criticable una conducción pública autoritaria, y se enarbole constantemente a la democracia a partir de ello, Calderón fue víctima de su propio autoritarismo por su trato con los ciudadanos.43
Otra cuestión relacionada con la anterior es la falta de autocrítica de los políticos, que tomando decisiones expertas, informadas u oscuras (en términos de los intereses con los que intentan beneficiar), y trabajando por periodos específicos, impiden la continuidad de las decisiones y las políticas. Esto se observa como algo realmente grave en el caso de la guerra en contra del crimen organizado.44 A partir de las extraordinarias facultades que posee un político para tomar decisiones (en este caso, el presidente de la República), ¿quién recoge los dividendos, o las pérdidas, por aquéllas? ¿Qué sigue después de un desastre político como el observado con la guerra para el grupo político que llega al poder?, lo más importante: ¿cómo puede concebirse la responsabilidad política dentro de este panorama? Éstas son preguntas que quedan pendientes pero indican vetas de reflexión acerca del ejercicio político en México.