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Culturales
versión On-line ISSN 2448-539Xversión impresa ISSN 1870-1191
Culturales vol.2 no.2 Mexicali jul./dic. 2014
Artículos
Subjetividades disidentes y el (des)dominio del biopoder paralegal: la producción sociocultural de los cuerpos en Ciudad Juárez, México
Dissident subjetivities and the unknowledgement of the paralegal biopower: the sociocultural production in Ciudad Juarez, Mexico
Salvador Salazar Gutiérrez
Universidad Autónoma de Ciudad Juárez.
Fecha de recepción: 2 de diciembre de 2013.
Fecha de aceptación: 11 de marzo de 2014.
Resumen
En el escenario de violencia en el contexto de Ciudad Juárez, se viene articulando la tensión entre el proyecto dominante de un biopoder paralegal caracterizado por tres factores: la presencia del narcotráfico, la nulidad biográfica de todo aquel cargado con el estigma de amenazante, así como la precarización estructural y vital de la mayoría de los habitantes de esta ciudad fronteriza. Frente a ello, se encuentra el surgimiento incipiente de una biorresistencia caracterizada por la práctica disidente de colectivos juveniles, que a partir de diversas estrategias buscan construir un proyecto alterno de reconocimiento.
Palabras clave: Violencia sistémica, biopoder paralegal, biorresistencia, subjetividades disidentes, colectivos juveniles.
Abstract
In the scene of violence, that dominate the present context of Ciudad Juarez, México, there has been joinning the tension between the project of paralegal biopower characterized by three factors: the presence of drug traffic and narcoculture, the nullity of the biography of anyone considered a threat, and the precarious structure of the most inhabitants at this border city. Opposed to this, emerges a bioresistence characterized by dissident practice of youth collectives, which from diverse strategies seek to contibute to an alternative and recognized project.
Keywords: systemic violence, paralegal biopower, bioresistence, dissident subjectivity, youth collectives.
Este artículo centra su atención en el cruce de dos trayectorias en contante tensión: por un lado, el creciente dominio de un biopoder paralegal, referido a la presencia del narcotráfico y sus vínculos con otras lógicas de empoderamiento que no entran en los cauces de oposición legal versus ilegal; y por otro lado, el surgimiento de una biorresistencia que se expresa en prácticas de disidencia1 por parte de diversos colectivos de jóvenes en el contexto actual de Ciudad Juárez, México.
Si bien en general el escenario actual en México se caracteriza por la fuerte presencia del narcotráfico y el crimen organizado, así como el predominio de una violencia sistémica que se muestra en los fenómenos del feminicidio y el juvenicidio, colectivos juveniles actúan, expresan, afirman o reelaboran modos de encuentro que enfrentan la avasallante presencia del proyecto paralegal.2 Ya diversos autores han llamado la atención hacia ellos -los y las jóvenes- en sus diversas adscripciones e identificaciones, y han puesto en crisis el proyecto nacional a través de sus retóricas oficiales y a partir de estrategias de la micropolítica (Reguillo, 2012).
Sin caer en una apología de las culturas juveniles, el texto trata sobre las prácticas disidentes de colectivos juveniles frente a las estrategias de control y disciplina que caracteriza el dominio de lo que aquí defino como biopoder paralegal.
El principio general del biopoder, concepto planteado por Foucault3 y desarrollado desde una perspectiva jurídico-normativa por Agamben, se refiere a la producción de mecanismos de control y disciplina del cuerpo humano, orientada y regulada hacia objetivos establecidos por una posición dominante.
Junto a esta definición de biopoder me valdré del concepto de paralegalidad que propone Rossana Reguillo (2007), que hace referencia a una tercera zona más allá de la oposición legal versus ilegalidad, donde adquiere fuerza la presencia del narcotráfico y el crimen organizado, construyendo sus propios códigos e instaurándose como escenario de posibilidad para una gran cantidad de individuos que han sido expulsados de los canales tradicionales de la institucionalidad moderna. En este sentido, biopoder paralegal son las estrategias y prácticas de control de los grupos que ha favorecido la presencia del narcotráfico y su fuente de construcción simbólico-identitaria que es la narcocultura, penetrando las cartografías juveniles y sus miembros, al entronizar el riesgo y la violencia como los otorgadores de visibilidad frente a un escenario en el que la institucionalidad del proyecto moderno se desarticula y erosiona.
El escenario actual de la ciudad fronteriza del norte de México, con sus múltiples violencias, precarización del empleo y miedos, ha dado como resultado la pérdida de densidad política, lo que Martín-Barbero (2004) refiere como la desdensificación del espacio público. Este nuevo orden del biopoder paralegal penetra en las hendiduras de una ciudad que se ha enfrentado a vivir en los años recientes miles de homicidios, desapariciones y secuestros. En respuesta, surgen las prácticas disidentes de quienes buscan desenmascarar la perversa estrategia de un proyecto que se vale de la exclusión y la negación de todo aquel que enfrente sus marcos reguladores. Por medio del uso del hip hop, del grafiti urbano y del performance, colectivos juveniles cuestionan los marcos de regulación que el orden paralegal busca reproducir.
A partir de estos planteamientos, el artículo se divide en tres apartados. El primero describe y caracteriza empíricamente, a partir del escenario de violencia que enfrenta Ciudad Juárez, la puesta en escena del biopoder paralegal, vinculado a la creciente precarización estructural y del sentido de la vida para la mayoría de los habitantes de la ciudad fronteriza, la penetración de nuevos marcos de definición y adscripción identitaria que produce el narcotráfico y su narcocultura, así como las estrategias de marcar los grupos excluidos, desechables o simplemente criminalizados, y que identifica a lo que denomino nulidad biográfica.4 El segundo apartado describe la puesta en escena de estrategias llevadas a cabo por colectivos juveniles, que encuentran en diversas prácticas expresiones de disidencia frente al dominio paralegal. Por último, el tercer apartado plantea redefinir el sentido de la política, así como colocar las sensibilidades y lo afectivo como dispositivos clave para la restitución de visibilidad y reconocimiento, de sujetos invisibilizados dentro de los marcos del biopoder paralegal dominante en el contexto actual de la ciudad fronteriza del norte de México.
El paisaje dominante de paralegalidad en el escenario del norte de México
Para lograr entender este nuevo orden paralegal en el contexto actual de México, parto de los siguientes tres ejes para comprender el grado de penetración en la mayoría de los jóvenes de este país: la precarización de sus espacios de proximidad, es decir, no sólo la condición desfavorable y en creciente exclusión que produce el incremento de la pobreza en los escenarios cotidianos,5 sino también la cada vez mayor precarización vital (Reguillo, 2010) referida a las enormes dificultades para construir un proyecto de vida en condiciones desfavorables y de corrosión de las dinámicas e instituciones que durante la modernidad han operado como garantes de acceso y éxito; la filtración de los mundos del narcotráfico y del crimen organizado, que más allá del empoderamiento económico y social que ha caracterizado a los grupos de los diversos carteles en complicidad con actores e instancias del Estado mexicano, se inserta en los escenarios cotidianos de la mayoría de jóvenes en el país, no sólo como mecanismo de acceso a bienes de consumo, sino contribuyendo a la construcción de una narcocultura, entendida como la penetración del narcotráfico en la producción de los modos de vida y su valoración por parte del actor joven (Valenzuela Arce, 2012); y por último, el fenómeno del juvenicidio (Valenzuela Arce, 2012) y criminalización del joven que se observa en el número de homicidios en los últimos cinco años de miles de jóvenes entre 15 y 29 años de edad, así como la estrategia por parte del Estado mexicano y la complicidad de actores e instituciones que marcan con las figuras de "criminal", "vándalo", "desviado" o "violento", y a quienes muestra como los generadores de la crisis de sus marcos axiológicos y normativos.
El análisis de la precarización de los diversos espacios-mundos de proximidad (laboral, escolar, familiar y político), resultado de la creciente exclusión, marginalidad y, sobre todo, condiciones de pobreza de casi la mitad de la población en el país, constituye un eje clave en la comprensión del prevaleciente biopoder paralegal, con presencia cada vez mayor en el escenario del joven habitante de la ciudad fronteriza del norte de México. Fenómenos como la industria maquiladora sostenida en la flexibilización laboral6 y el outsourcing,7 y la cada vez mayor apuesta por la privatización de los servicios de seguridad social, muestran el predominio de un particularismo excluyente: la autopercepción del sujeto como responsable, de manera individual, de sus decisiones y, por lo tanto, de las consecuencias que definen condiciones de pobreza, marginalidad y exclusión social. Así, el drama estructural de precarización, su impacto en los escenarios cotidianos y en las biografías de los sujetos, pasa por lo que Reguillo (2010) define como una descapitalización8 que afecta a la mayoría de los jóvenes, dando como resultado la imposibilidad de acceder o lograr mantener activos aquellos insumos que permitan mejorar sus condiciones de vida.
A partir de diversas expresiones y prácticas que el espacio-mundo del narcotráfico ha promovido desde su trinchera clandestina, se viene produciendo una reconfiguración simbólica de las lógicas de vivir y definir el sentido de la vida. Así, figuras emblemáticas del narcotráfico en México -Joaquín Guzmán "Chapo Guzmán", Arturo Beltrán Leyva "El Barbas", Heriberto Lazcano "El Lazca", Vicente Carrillo Fuentes "El Viceroy"- y sus estilos de vida constituyen un mundo altamente atrayente para quienes no entran en los cauces tradicionales del progreso.
El riesgo, siguiendo a Beck (1998), se ha atrincherado como el sentido dominante. La presencia del narcotráfico y del crimen organizado ha permitido, en la exaltación de estas figuras de arraigo y de la promoción de estilos de vida, la construcción de biografías del riesgo de aquellos atraídos por el mundo de la narcocultura. El joven "sicario", "halcón" o "ponchis",9 asume como posibilidad y condición real el perder la vida para alcanzar aspiraciones de éxito en un escenario que de entrada lo excluye. Como veremos más adelante, este joven constituye la figura emblemática de la construcción identitaria y corporal de un biopoder paralegal.
Pero más allá de las cifras del número de jóvenes que han perdido la vida en los últimos años a causa de la violencia (ver cuadro 1), lo que quisiera destacar es la producción de la que se vale tanto el narcotráfico como el Estado punitivo de promover una retórica del cuerpo inerte y precarizado como la justificación o estandarte de logros resultado de enfrentamientos.
Así, colocar cuerpos sin vida en la vía pública, colgados en puentes en horas pico de tránsito, desmembrados con notas alusivas al grupo rival o a alguna autoridad pública vinculada, permite observar una escritura simbólica y material del cuerpo violentado, que favorece la presencia dominante del mensaje producido por el dominio paralegal. Asimismo, la práctica de hacer visible el cuerpo humillado, ejecutado, precarizado, en estado de descomposición, muestra el empoderamiento masculino propio de la biopolítica paralegal que enaltece la figura del hombre violento, fuerte, amenazador, que no teme enfrentar al riesgo o al peligro. De igual forma, los homicidios de cientos de mujeres jóvenes hacen visible la presencia entronizada de la figura del hombre envalentonado, que encuentra en la marca o huella de indefensión -joven, mujer, pobre- un recurso que promueve el empoderamiento del narcotráfico y del crimen organizado, así como el Estado punitivo y sus enclaves institucionales. Adicionalmente, la escenificación mediática caracterizada por la imagen de jóvenes detenidos en algún operativo policial o militar, escoltados por agentes fuertemente armados, una pancarta improvisada en la parte trasera con el logotipo de la institución que se presume como la encargada de realizar la detención, un tablón con los "elementos delatores" según el "delito" atribuido (armas de fuego de distintos calibres, radios de comunicación o teléfonos celulares, envoltorios de droga), y frente a ello, todo un batallón de periodistas y fotógrafos de diversas cadenas de televisión y prensa, contribuye a la presencia del proyecto paralegal.
Estas tres trayectorias -la precarización estructural y vital, la penetración del narcotráfico y su narcocultura, así como la nulidad biográfica que enfrentan la mayoría de los jóvenes- son claves para comprender cómo se viene gestando el dominio y control de un biopoder paralegal en el contexto de la ciudad fronteriza del norte de México.
Articulaciones en disputa: biopoder paralegal versus biorresistencias disidentes
Las grandes revoluciones históricas, en sus diferentes particularidades, se han caracterizado no sólo por las transformaciones estructurales que lograron generar, sino por la centralidad que adquirió el proyecto de inventar sus cuerpos ciudadanos. Del cuerpo desnudo y masculino de la Atenas clásica al cuerpo virtual contemporáneo, cada periodo ha definido los atributos que los cuerpos deben adquirir para moldear lo que el proyecto dominante buscó establecer. En este sentido, y teniendo presente el escenario descrito en el apartado anterior, no debemos perder de vista que es en el joven donde se observa con mayor claridad cómo el cuerpo es el vehículo primario de la socialización, y que es en su conquista y domesticación donde se pone en juego el éxito o fracaso del proyecto social vigente.
La fuerte presencia del narcotráfico y el crimen organizado, las condiciones cada vez más de desigualdad que produce la precarización tanto a nivel estructural como de la propia vida, así como la criminalización del y la joven pobre, que no ha logrado insertarse a los dispositivos definidos de aceptación y reconocimiento que define el proyecto tardocapitalista, plantean una matriz interpretativa que permite conectar, por un lado, tres ejes articuladores que favorecen este biopoder paralegal, así como su lógica opuesta y siempre presente de biorresistencia a partir de una subjetividad disidente.
Como se mencionó líneas arriba, colectivos de jóvenes han promovido formas organizativas en las que hacen visible sus manera de entender el mundo y posicionarse frente a lo que acontece. De igual forma, colectivos que se han valido de una diversidad de prácticas disidentes, muestran el debilitamiento de los marcos instituidos que ha caracterizado la crisis del proyecto moderno, así como la presencia avasallante de los dispositivos de control propios del biopoder paralegal. En general, estas prácticas disidentes puestas en marcha por colectivos juveniles apuestan por la construcción de una ciudadanía que logre aminorar la carga de presencia de lo paralegal, pero, sobre todo, apostar por el reconocimiento a la diferencia, la participación de las distintas miradas que aporten a un nuevo proyecto de Estado incluyente, y a la eliminación del miedo y el riesgo como enclaves de sentido dominantes.
Del disciplinamiento corporal a la mutilación amenazante: la fabricación del cuerpo anulado-negado
En una lectura interpretativa de segundo orden que vaya más allá de la descripción de eventos o acontecimientos, a continuación y apoyado en dos de los autores claves, Michel Foucault y Giorgio Agamben, desarrollaré tres ejes articuladores que permiten ubicar cómo se ha venido estructurando el proyecto del biopoder paralegal en el escenario de violencia sistémica que caracteriza a la ciudad fronteriza del norte de México.
En su texto Microfísica del poder, Foucault (1979) plantea cómo se articuló, a partir del surgimiento del sistema de producción capitalista, la configuración de un nuevo modelo de definición subjetiva y del cuerpo con la intención de establecer los mecanismos de disciplinamiento para lograr cumplir con las exigencias que planteaba este modo de producción.
Durante los siglos XVII y XVIII se inventó una nueva tecnología de poder que, a diferencia del principio de control establecido en el medievo, se caracterizó por plantear a la disciplina capitalista con su estrategia de definición en relación con los cuerpos. Esta moderna mecánica priorizó el sometimiento de los cuerpos y las almas de los individuos, en tanto medio de explotación del tiempo de trabajo y utilizado en la producción de mercancías, sobre la producción de la tierra y sus productos, como se acostumbraba en el feudalismo (Foucault, 1979).
En este sentido, la disciplina surge como la necesidad para instaurar la figura del contrato social y lograr la incorporación de todo aquel que cumpliera con la definición de cuerpos accesibles a las exigencias de un mercado que comenzaba a definir las dinámicas cotidianas de la vida del habitante de la ciudad industrializada del siglo XIX.
El tiempo de trabajo se constituyó en el dispositivo dominante de delimitación subjetiva, disciplinando los cuerpos y circunscribiéndolos a la única posibilidad de participación durante el tiempo de producción que exigía la fábrica. De esta forma, se universalizó, hegemonizó y totalizó el tiempo social bajo el principio de la producción de mercancías que favorecieran la dinámica del mercado capitalista. A su vez, el cuerpo se concibió como una máquina que debe educarse, higienizarse y volverse dócil, con la intención de que su incorporación al tiempo del trabajo permita integrarse adecuadamente al sistema capitalista de producción.
Ahora bien, estos cuerpos moldeables, disciplinados, callados, útiles, para que su inserción sea eficiente, necesitan ser vigilados constantemente. En este sentido, la vigilancia funciona como una forma de poder múltiple que circula de arriba hacia abajo y viceversa, cruzando transversalmente el conjunto del cuerpo social. En su presencia continua, la penetración lleva al grado de convertirse en una autovigilancia de los propios individuos disciplinados. Junto a esta vigilancia, cobra relevancia la presencia discursiva de enmascaramiento que termine por diluir la presencia del poder en los marcos interpretativos de los individuos.
El recorrido de Foucault centra su atención en la penetración de una micropolítica que produce subjetividades siempre a partir de relaciones de poder. Sin embargo, para nuestro texto cobra relevancia Giorgio Agamben (1998), quien plantea una crítica a la sociedad contemporánea en relación con el individuo desposeído de cualquier reconocimiento ciudadano, disminuido a una condición política vegetativa, donde las expresiones de su participación política han sido anuladas.
Al retomar la distinción aristotélica entre zoe -el simple hecho de vivir- y bios -la forma o manera de vivir de un individuo o grupo-, Agamben advierte cómo en nuestras sociedades actuales abundan individuos o grupos humanos que cargan con el estigma de los desvalorizados o simplemente negada su condición de persona.
Apoyado en Agamben, nuestras democracias contemporáneas son un falso proyecto que encubre una lógica de exclusión incluyente en la que la nulidad de la persona, y el marco normativo que lo propicia, constituye una estrategia clave que resguarda la eliminación de la amenaza por parte del biopoder paralegal. Es decir, la perversidad presente en nuestras democracias contemporáneas, es la necesaria figura del otro amenazante como recurso de acción y nulidad.
En síntesis:
El orden paralegal ha colocado sus recursos discursivos de dominio del cuerpo, en el miedo y el riesgo. Los sujetos -jóvenes, varones y mujeres- que han de adscribirse e incorporarse a los modelos definidos desde la presencia del narcotráfico, del crimen organizado, pero también del proyecto tardocapitalista, deben asimilar, a partir de la puesta en marcha de diversos dispositivos, los cuerpos adiestrados que permitan la presencia dominante de sus operadores. El contexto tardo-capitalista se ha caracterizado por la perversa estrategia discursiva que se traduce en una retórica de la "propia culpa". En una encuesta aplicada en Ciudad Juárez con jóvenes varones y mujeres, estudiantes de nivel medio superior, 64% refirió a la propia persona como responsable del éxito o fracaso, mientras que 27% a la "familia" o "escuela". Por su parte, 74% de los varones mencionó que el fracaso era un problema de "mentalidad propia".
Junto a esta retórica de la individualidad culpabilizada, la presencia de la narco-cultura constituye otro recurso de anclaje para la reproducción de cuerpos accesibles al modo de asimilación que apuesta el orden paralegal. Tanto el narcotráfico, el crimen organizado, la rearticulación del Estado mexicano como operador punitivo al servicio de la economía tardocapitalista, y la red de actores que forman parte de la vasta red al servicio de este biopoder paralegal, se ven favorecidos por una economía del consumo que se encarga de producir consumidores para dar salida a productos como "el miedo" y "el riesgo".
El segundo punto refiere a los fenómenos de criminalización y homicidio con los que decenas de miles de jóvenes han estado involucrados en los últimos años. Más allá de las cifras, lo que interesa destacar aquí es la presencia de la figura del individuo negado, de aquel que pierde la vida o es eliminado, y que se convierte en recurso de legitimación. El feminicidio, juvenicidio y las identidades negadas, se ha convertido en la constante de una audiencia que está ávida de plasmar la marca culpabilizadora sobre aquel que nutra la figura amenazante. Dos ejemplos: la declaración realizada por el ex presidente de México, Felipe Calderón, al llamar "pandilleros" a los jóvenes asesinados en Villas de Salvarcar, y la expresión de un general integrante del ejército mexicano respondiendo al cuestionamiento de una periodista en relación con los allanamientos a casa habitación sin orden judicial, al expresar: "¿qué prefiere la sociedad?: un muerto o un delincuente en la calle".
La figura del cuerpo aniquilado, aquella individualidad negada, constituye el recurso de legitimidad y resguardo propio del proyecto dominante. Aquí, más que la voluntad del poder soberano ejemplificada en el monarca, el dominio paralegal y sus operadores -narcotráfico, crimen organizado, el propio Estado mexicano, entre otros- dejan ver no sólo la crisis de un contrato social como proyecto universal, sino la cada vez mayor penetración de un tercer orden que no puede ser sujetado por los marcos normativos y axiológicos que caracterizó al proyecto moderno. Frente al principio de universalidad y adscripción a un único modelo hegemónico que buscó implementar el proyecto moderno, en la actualidad, para una gran mayoría de jóvenes, la incorporación al narcotráfico o simplemente la muerte, son las constantes o posibilidades reales.
Para lograr reproducir su control crea dispositivos de disciplina que se encargan de establecer el régimen social productor de subjetividad. La presencia de instituciones tradicionales operadoras de la estructura discursiva del proyecto moderno y que siguen ocupando lugares en los diversos mundos vida de los jóvenes -varones y mujeres- en Ciudad Juárez,10 permite observar la transición en la que se rearticulan, en una red de poder-saber, el dominio paralegal y sus agentes operativos. Pero no sólo el narcotráfico y el crimen organizado, sino el propio Estado mexicano y sus instancias de aplicación de disciplina y control -escuela, familia, iglesia, agrupaciones de organismos político-empresariales- se han confabulado para promover la marca criminalizadora de gran parte de la población joven, atribuyéndole ser causante de la violencia.
Por otro lado, destaca el consumo como recurso dominante que establece los mecanismos autorregulados de selectividad y aceptación, las condiciones de precariedad y pobreza, la dimensión del género en la que sigue prevaleciendo una masculinización de la violencia, y la puesta en escena de la crisis de una moral pública que cada vez se ve más cuestionada evidenciando su nula respuesta como marco regulador y definidor de la socialización actual.
Colectivos juveniles y prácticas disidentes: biorresistencias emergentes
Quisiera iniciar con una hipótesis que en los últimos años ha constituido uno de los ejes rectores de mis reflexiones. Frente al escenario de violencia estructural y cotidiana en la ciudad fronteriza en el norte de México, presente desde sus orígenes en la figura de "los bárbaros del norte" y asociada con la idea del habitante migrante del norte del país (Valenzuela Arce, 2003), se viene produciendo, por parte de diversos actores tradicionalmente excluidos del proyecto dominante -mujeres, jóvenes, artistas, defensores de derechos humanos, estudiantes-, la presencia de un activismo político-cultural que se separa de los canales instituidos y en crisis del proyecto moderno.
Con base en un profundo trabajo de campo que he venido desarrollando con diversos colectivos de jóvenes, enfocaré mi análisis en tres casos que a partir de estrategias como el hip hop, grafiti, stencil, asambleas, la inventiva lúdica en el uso del espacio público urbano, y otros recursos de visibilidad,11 han colocado una lectura de crítica y cuestionamiento no a la presencia en sí del narcotráfico o el crimen organizado, sino a la penetración de los dispositivos de reproducción de que se ha valido el biopoder paralegal.
Frente a la erosión y desarticulación de la institucionalidad política tradicional -partidos políticos, organismos no gubernamentales, funcionarios de gobierno-, el ámbito de las expresiones culturales es, no sólo en Ciudad Juárez, sino en general en el contexto nacional e internacional, aquel desde el cual los jóvenes se vuelven visibles como actores sociales.
En sus múltiples prácticas, diversos colectivos de jóvenes cuestionan y penetran en la crisis del orden vigente, y muestran varios desanclajes que frente al desencanto de la política tradicional restituyen el sentido del reconocimiento. De igual forma, de cara a los dispositivos y sus mecanismos que buscan reproducir el control y empoderamiento de los actores operadores del orden paralegal, la puesta en marcha de una clandestinidad disidente por parte de estos colectivos que subvierten el orden programado, constituye un eje clave para restituir sentido de lo político que parta de la revalorización de la diferencia.
Batallones Femeninos
Fundado en 2009 en Ciudad Juárez, el grupo Kolectiva Fronteriza o Batallones Femeninos surgió con la intención de mostrar y acceder a espacios que tradicionalmente eran dominados por colectivos de artistas varones. En un escenario dominado por la presencia de una cultura misógina, en que la mujer es vista como sujeto de placer y deseo por parte del varón adulto, surge un activismo que ha encontrado en la restitución estética de lo político, el recurso de disidencia capaz no sólo de visibilizar la condición de exclusión y amenaza que enfrentan gran parte de las mujeres que viven en esta ciudad fronteriza. Grupos relacionados a la comunidad lésbico gay, se sumaron al proyecto de dignificar y otorgar reconocimiento a todo aquel que era invisibilizado o destinado simplemente a la nulidad biográfica propia de la biopolítica paralegal. Valiéndose de diversas estrategias, entre ellas el uso del hip-hop en el que el uso de la voz -sonido y letra-, "Guarda silencio man, nosotras tenemos la palabra", expresan temas como el derecho a la decisión propia de su preferencia sexual, a una individualidad diferente, a la no violencia contra la mujer, joven, indígena. Su propuesta busca penetrar en el imaginario dominante de la presencia masculinizada del poder, a través de una apuesta por encontrar en la música, el teatro, la fotografía, el grafitti, el lugar propicio para un activismo callejero que juega con el arte urbano y la presencia en los espacios de la redes sociales. En un templete improvisado en una de las calles ubicadas en el centro de la ciudad, las "batallosas" -nombre con el que se apropian las integrantes del colectivo-, llevan a cabo una escenografía en la que el cuestionamiento y la denuncia se entretejen en un ritual que converge juego de palabras con el movimiento rítmico del cuerpo. En un llamado constante a transgredir los esquemas definitorios del convencionalismo institucional, el vocabulario obsceno constituye un estandarte que se hace visible a lo largo de la escenificación, permitiendo exaltar el llamado a cuestionar toda aquella figura referida al gobierno, a la iglesia, a la escuela, o al propio narco.
"Yo soy 132-Juárez"12
Si bien existe una tradición importante de activismo político-cultural en Ciudad Juárez, en los últimos dos años destaca el movimiento juvenil denominado "Yo soy 132 Juárez" estrechamente ligado al movimiento nacional que caracterizó la puesta en escena de agrupaciones juveniles, en su mayoría estudiantes de nivel universitario, como parte de las protestas y llamado a respetar el proceso electoral de julio del 2012.13 En gran medida, no podemos comprender el desarrollo del activismo disidente en los últimos años en México sin la referencia central de lo que significó el llamado de este movimiento por parte de miles de jóvenes que en diversos lugares del país, centraban sus demandas en la democratización de los medios de comunicación. Favoreciéndose principalmente por el espacio de penetración que permite las nuevas tecnologías de la información y sus redes sociales, "Yo soy 132" se posicionó como una expresión central de las nuevas dinámicas de hacer política completamente fuera de los canales tradicionales e instituidos de los partidos políticos y de las lógicas corporativistas. Para el caso específico de Ciudad Juárez, el movimiento adquirió presencia importante no sólo por compartir el llamado nacional a exigir la democratización de los medios, en su momento el debate abierto y en condiciones similares de los candidatos a la presidencia del país, o la abierta expresión de repudio al candidato Peña Nieto y su relación estrecha con las dos empresas que concentran la distribución de la televisión abierta en el país, sino por las particularidades que enfrentaba esta ciudad en los últimos años con la puesta en marcha de los operativos policiaco-militares y su estrecha relación con los homicidios, desapariciones, secuestros y violaciones a los derechos humanos. Además de participar en reuniones convocadas por el movimiento, en su mayoría en la ciudad de México y durante el periodo del proceso electoral del 2012, la agrupación en Ciudad Juárez se caracterizó por una participación activa, de cuestionamiento y presencia permanente frente a la implementación de operativos policiales y militares que se llevan a cabo desde el 2008. Destacó la difusión de llamados a encuentros o marchas por medio de las redes sociales, así como la práctica de la asamblea pública como mecanismo clave para debatir, deliberar y acordar la posición frente a las estrategias de un Estado que se ha valido del uso de la violencia. Si bien a nivel nacional, el movimiento ha perdido presencia a partir del triunfo del candidato Peña Nieto, la contraofensiva mediática para deslegitimar al movimiento acusándolo de ser una manifestación de "revoltosos", en Ciudad Juárez ha prevalecido gracias a su articulación con otros actores clave como colectivos contra el feminicidio y la defensa de los derechos de la mujer, colectivos de artistas urbanos, organismos de derechos humanos y de la defensa de los derechos laborales de los obreros-operarios de la industria maquiladora.
Más allá de la particularidad que definen a estos dos colectivos, Yo soy 132 y Batallones Femeninos, lo que nos interesa destacar aquí es que en ambos se expresa con claridad cómo se viene gestando en el escenario de Ciudad Juárez una biorresistencia que muestra formas de vivir y significar el cuerpo por parte de colectivos en claro desafío frente a los marcos dominantes atribuidos al biopoder paralegal.
En general, estos colectivos no conforman agrupaciones cerradas, con esquemas duros y dominantes de incorporación, como definía la tradición institucional de la política en sus modelos de adscripción corporativa, sino que se valen del reconocimiento a la otredad, donde lo subjetivo cobra presencia en tanto construcción y empoderamiento, es decir, apropiación y resignificación de las condiciones objetivas del mundo.
En este sentido, Batallones Femeninos y Yo soy 132 Juárez representan la configuración de una lógica distinta de definir lo político, la puesta en escena de una biorresistencia que se caracteriza, en general, por las siguientes cualidades:
• Frente a la nulidad corporal y la precarización vital, junto a la satanización de a quiénes se debe aniquilar o eliminar, la apuesta por el cuerpo que se expresa y se hace visible, la biorresistencia cobra relevancia en tanto dispositivo de reconocimiento. Ante este tercer orden dominante, que se vale de la presencia del joven como la figura que carga con el estigma de "violento", "bárbaro", "manipulable", etcétera, la práctica de estos colectivos busca instaurar como estrategia de posicionamiento frente al proyecto dominante, la valoración de todo aquel que carga con el estigma de amenaza: joven, estudiante, pobre, mujer, prostituta, artista urbano, grafitero, hiphopero, activista, etcétera.
• Frente al dominio y la instrumentalización del monopolio visual, en tanto dispositivo del biopoder paralegal de penetración en los mundos vida de los habitantes de la ciudad fronteriza -ejemplo de ello es la imagen del cuerpo torturado, ejecutado y puesto en la vía pública con la intención de divulgar algún mensaje de venganza, amenaza o justicia por la propia mano-, la biorresistencia apuesta por la revalorización de la presencia colectiva y la toma de la palabra, de manera que se convierte en una nueva forma de hacer política en la que frente al monopolio de la imagen y sus estrategias de divulgación, "tomar la palabra" (De Certau, 1995) constituye el dispositivo clave que permite entrar en el concierto de voces donde se cruzan y discurren la vitalidad de la fuerza inventiva: la expresividad disidente de lo sensible.
• Frente a la nulidad e impotencia colectiva y la sobrevalorización de la individualidad, propia del proyecto tardocapitalista y su retórica de "propia culpa", la biorresistencia apuesta por la colectivización de la vida pública. Contra el corporativismo de adscripción propio del proyecto moderno y sus principios de universalidad que circunscribían las dinámicas de la política, así como la presencia de la incertidumbre y el miedo como los grandes discursos del contexto actual, la colectivización de la vida pública favorece que aminore la presencia de lo que Bauman (2006) denomina miedo deliberativo, reciclado social y culturalmente, que orienta la conducta del individuo, limitando su percepción del mundo y las expectativas que guían la elección de sus acciones.
• Frente a la presencia cada vez más dominante y abarcante del biopoder paralegal, de sus operadores como el narcotráfico y el Estado punitivo, de la crisis y erosión de los marcos institucionales que caracterizaban al proyecto moderno, la biorresistencia surge desde la clandestinidad, entendida como espacios de frontera donde se disipa el poder, conformada por dispositivos que subvierten este orden dominante, y que, en el caso particular de la ciudad fronteriza del norte de México, encuentra cauces diversos que favorecen prácticas disidentes que delimitan los mecanismos de control, exclusión y precarización de la vida.
Cabe mencionar que la presencia de la violencia y las estrategias de disciplina y vigilancia que generó el Estado punitivo, y que con la puesta en marcha de los operativos policiaco-militares tuvo en Ciudad Juárez su expresión más clara y contundente, no ha limitado o anulado la respuesta de oposición disidente, sino todo lo contrario: la biorresistencia, vista sobre todo en la presencia de estos grupos, surge como proyecto de resignificación de la vida propia y colectiva, colocando la defensa del reconocimiento de la otredad, de la propia definición del cuerpo, y de la expresión y defensa de lo sensible como dispositivo de empoderamiento.
Más allá de la disputa: el proyecto de la biocultura y la dimensión subjetiva de la política
Para finalizar, a lo largo del artículo se ha planteado la tensión entre el biopoder existente en el nuevo orden de lo paralegal -que se ha valido del control disciplina y dominio de los cuerpos y subjetividades por parte de sus actores centrales (narcotráfico, crimen organizado, Estado punitivo)- y las tácticas de respuesta siempre presentes de una biorresistencia que a partir de diversas prácticas permea como proyecto de disidencia frente a los marcos instituidos del proyecto dominante.
Sin caer en una lectura reduccionista a partir de observar exclusivamente la precarización estructural y vital, y su relación con la presencia del narcotráfico y la producción de subjetividades a partir de la narcocultura, coloco la importancia de tácticas disidentes por parte de otros actores apostados en una subjetividad reflexiva, lo que constituye un punto central en la apuesta por abarcar una biocultura que se encargue, como propone Valenzuela Arce (2009), de mediar las tensiones entre las disputas del poder sobre y desde el cuerpo. En este sentido, habría que entender que las personas no son esponjas de asimilación que de manera acrítica y simplemente funcional acaten los dispositivos de control y poder. Visto así, la apuesta por una subjetividad disidente -que en el caso de la producción de la biorresistencia, y en específico, a partir de los casos aquí expuestos de ambos colectivos juveniles- se sostiene en la posición de una actitud reflexiva que reposiciona el carácter constructivista de la política.
Para cerrar, lo primero es apostar por el giro afectivo que restituyó no sólo el nivel subjetivo, sino lo afectivo, como un eje clave y central para replantear nuestros marcos interpretativos, y con ello dar claridad a la tensión de la biocultura. Asimismo, y para concluir nuestro argumento centrando la atención en la dimensión subjetiva de la política, cobra relevancia el planteamiento que Lechner (2002:474) propone de la política como "la conflictiva y nunca acabada construcción del orden deseado".
Para este autor, uno de los graves problemas que enfrenta nuestra sociedad actual es la des-subjetivación de la reflexión. En su texto La dimensión subjetiva de la política plantea que uno de los problemas que ha enfrentado el análisis de lo social es un reduccionismo racionalista que ha perdido de vista otros modos de entender los fenómenos sociales. Sin embargo, lo afectivo exige una lectura reflexiva. Este giro epistemológico -de la racionalidad cientificista a la subjetividad reflexiva-, para nuestro caso, constituye un andamiaje clave para aminorar el destierro de los valores y emociones propios del nivel subjetivo.
Las consecuencias son de gran alcance, y por ello, cabe destacar que la subjetividad de las personas, sus valores y emociones, son desterrados de la producción científica. La investigación social quedó sujeta al imperativo de la neutralidad valorativa y el "objetivismo" social, dando "lugar [a] una objetivación de lo social a la vez de una des-subjetivación de la reflexión" (Lechner, 2002:484). El resultado de este dominio cientificista fue la subordinación de lo sensible a los cánones de la racionalidad científica. Frente a esta subordinación, la restitución del sujeto y de lo sensible cobra relevancia, ya que permite plantear como eje articulador y central del análisis la dimensión subjetiva de lo social.
El segundo punto es que frente al desencanto actual y a la naturalización del "orden social" para reproducir cuerpos dóciles y serviles, en nuestro análisis debemos penetrar al lado oscuro de la vida cotidiana. En particular, debemos analizar la carga simbólica del narcotráfico y el Estado punitivo que acoge, con una enorme cobertura en su estrategia de desencanto, miedo y riesgo, a una subjetividad ciudadana vulnerada que busca atrincherarse en sus mecanismos de certidumbre.
Los "códigos de certezas" -la naturalización de un lenguaje producido por el proyecto paralegal- de los que se han valido las diferentes estructuras y actores insertos en el biopoder paralegal, reproducen un sentido de "naturalización" del orden social. Como observamos en el segundo apartado, en gran medida una de las estrategias claves del Estado punitivo y sus instituciones es la de publicitar con la marca de amenaza a cientos de miles de jóvenes por sus condiciones de precarización y exclusión de los parámetros de éxito.
El tercer punto es apostar por una perspectiva sociocultural para el análisis de las prácticas juveniles, tomando en cuenta la mediación entre el nivel de lo subjetivo y las condicionantes socioestructurales presentes en el contexto actual de reconfiguración del modelo tardocapitalista. Los colectivos juveniles, así como los movimientos a gran escala en los que participan diversas adscripciones identitarias juveniles, ante la des-subjetivación y la anulación del sujeto, centran su atención en la construcción de nuevas cartografías de reconocimiento. Las prácticas de disidencia que promueven constantemente en sus asambleas, conciertos, reuniones culturales y artísticas en plazas, constituye una cartografía que nos muestra que lo social, como diría Lechner, es indisociable de la representación. Es decir, la disidencia que caracteriza a estos colectivos construye esquemas de interpretación que dan sentido y coherencia a la complejidad de sus posicionamientos.
A diferencia de los códigos que buscan naturalizar los principios de control y vigilancia de los cuerpos y que son filtrados verticalmente desde los actores propios del orden paralegal, esta nueva cartografía produce otros códigos que en contraposición a aquellos sometidos al principio de la racionalidad e instrumentación, colocan el eje de lo sensible como dispositivo clave de una gramática que rediseña dichas cartografías.
Para finalizar, al analizar las tensiones entre biorresistencia y biopoder no puede escapar la articulación de escalas geopolíticas que conecten lo local y regional con lo global. De igual forma, no podemos perder de vista que los tres escenarios de precarización estructural y de la vida que manifiesta la mayoría de los jóvenes en México y América Latina, así como la cada vez mayor presencia del narcotráfico y la narcocultura como actor central en los nuevos sentidos y definiciones de la vida, se encuentran estrechamente relacionados con la crisis, pero todavía presencia dominante, del proyecto tardocapitalista y su apuesta por la erosión de las colectividades y la sobrevaloración de la individualidad.
Referencias
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1 El documento es resultado del proyecto en curso "La construcción simbólica de la relación vida-muerte en colectivos juveniles urbanos, en el escenario actual de la ciudad fronteriza del norte de México", financiado por el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT), y cuyo objetivo es analizar el sentido de la relación vida-muerte en colectivos de jóvenes habitantes de Ciudad Juárez, frente a la violencia sistémica (Salazar y Curiel, 2012) que ha caracterizado a esta ciudad.
2 Por proyecto paralegal refiero, a lo largo del texto, a la presencia del narcotráfico y crimen organizado en la vida cotidiana del habitante de la ciudad fronteriza.
3 Michel Foucault planteó por primera vez su concepto de biopolítica en una conferencia pronunciada en octubre de 1974 en la Universidad del Estado de Río de Janeiro. En ella sostuvo que la medicina moderna no es una medicina individual o individualista, sino que es una medicina social cuyo fundamento es una cierta tecnología del cuerpo social. Con el desarrollo del capitalismo no se pasó de una medicina colectiva a una privada, sino lo contrario; el capitalismo que se desarrolló a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX socializó un primer objeto, que fue el cuerpo, en función de la fuerza productiva, de la fuerza de trabajo. El cuerpo es una realidad biopolítica; la medicina, una estrategia biopolítica (Foucault, 1998:655)
4 Nulidad biográfica es aquella estrategia que busca eliminar cualquier referencia a la condición de reconocimiento de la vida, ejemplificada en el creciente número de homicidio de jóvenes, así como la estrategia de criminalización promovida por un Estado punitivo (Salazar y Curiel, 2012).
5 El Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL), organismo público descentralizado del gobierno federal, estima que el número de habitantes en pobreza en el país aumentó de 48.8 a 52.0 millones de personas de 2008 a 2010, lo que representa un incremento de 44.5% a 46.2% de la población total de México. Ver Coneval (2011).
6 Sergio Sánchez y Patricia Ravelo (2010), en su artículo "Cultura obrera en Ciudad Juárez en tiempos catastróficos", muestran cómo en el contexto actual de globalización y libre mercado, la industria maquiladora se ha instituido como la estrategia de producción trasnacional dominante, al margen de la regulación del Estado mexicano referida a la Ley Federal del Trabajo, y se vuelve una industria en la que impera la flexibilidad laboral, y en la que el despido de obreros y obreras es algo común. Asimismo, estos autores mencionan la pérdida de más de 120 000 empleos en la ciudad de 2008 al 2010, en gran medida vinculada a la crisis económica global y al escenario de inseguridad y violencia que ha prevalecido en los últimos años.
7 Consiste en la estrategia de subcontratación que diversas industrias, y en específico la industria maquiladora, viene promoviendo para aligerar sus compromisos contractuales y laborales, concesionando a una tercera empresa el proceso de contratación de los operarios. En el caso particular de Ciudad Juárez, según datos de la Asociación de Maquiladoras (AMAO), más de 90% de las empresas maquiladoras que están presentes en el año 2012 en la ciudad, se valen de este procedimiento de contratación bajo el argumento de flexibilizar procesos y favorecer competitividad. Consultado el 7 de junio de 2013 en http://www.indexjuarez.org/INICIO/Esto%20es%20AMAC.html.
8 Reguillo menciona que en los últimos veinte años en México, los jóvenes se enfrentan a la erosión de tres tipos de capital que reproduce esta precarización vital y estructural: el capital cognitivo-escolar y sus destrezas para la inserción al mercado y redes; el capital social para solventar carencias y necesidades tanto materiales como simbólicas, y el capital político que permita intercambiar posición por reconocimiento (Reguillo, 2010:397).
9 En diciembre de 2010, la sociedad mexicana se convulsionó por la noticia de la detención, consignación y condena de un niño de 14 años conocido como "El Ponchis", por haber participado en decenas de homicidios.
10 Una de las hipótesis centrales del trabajo es que los mundos de la familia, la escuela y la iglesia, que conformaban el anclaje articulador del proyecto moderno, no han perdido presencia ni se han diluido en el contexto actual, sino todo lo contrario: se han reposicionado, transformando sus estructuras discursivas y operativas, estableciendo nuevos marcos de dominio frente al incremento de la violencia en los últimos años. Como ejemplo de ello, el fenómeno de los feminicidios trajo consigo un llamado importante de organismos de activistas y académicos para la conformación de un frente para exigir justicia y que no continúen las desapariciones. Sin embargo, fue en el escenario más íntimo que caracteriza al mundo de lo familiar, donde las estrategias de visibilidad y de llamado a solidarizarse cobraron más presencia. Ejemplo ha sido la agrupación Nuestras Hijas de Regreso a Casa (http://nuestrashijasderegresoacasa.blogspot.mx/)
11 "La anarquía, los grafitis urbanos, sus músicas, los consumos culturales, la toma de la palabra a través de nuevos y cada vez más sofisticados dispositivos digitales, la protesta, la huida, el silencio, la alternativa, sus compromisos itinerantes, deben ser leídos como formas de actuación política no institucionalizada, y no como prácticas de inadaptados" (Reguillo, 2012:13)
12 Si bien centramos nuestra atención a este movimiento en México, no podemos perder de vista su estrecha relación con lo que viene aconteciendo en España con el Movimiento 15 M, y en Estados Unidos con Occupy Wall Street. Detrás podemos encontrar la referencia común del llamado "¡Indignaos¡", del francés Stephane Hessel, quien en un texto breve pero con un contenido provocador, hace un llamado a los jóvenes a la capacidad de indignarse y el compromiso que nace de ello.
13 El 11 de mayo de 2012, Enrique Peña Nieto, candidato del Partido Revolucionario Institucional (PRI) a la presidencia del país, visitó las instalaciones de la Universidad Iberoamericana campus Ciudad de México. Ante abucheos y reclamos por parte de estudiantes y profesores, se llevó a cabo un video en el que aparecían 131 alumnos de esta universidad con sus credenciales, afirmando que pertenecían a la institución y que por voluntad propia expresaban su rechazo a la candidatura de Peña Nieto. A los pocos días, comenzó un movimiento importante en diversas ciudades de jóvenes estudiantes universitarios, que asumieron como identificación el nombre de "Yo soy 132", aludiendo a los alumnos de la Universidad Iberoamericana. La exigencia principal era la democratización de los medios de comunicación.
Información sobre el autor
Salvador Salazar Gutiérrez. Mexicano. Doctor en estudios científico-sociales por el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente. Actualmente se desempeña como profesor investigador de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez. Entre sus temas de interés se citan trabajos en el área de antropología urbana y culturas juveniles. Correo electrónico: chavachuy5@gmail.com.