Introducción1
Brasil posee la mayor población de origen africano después de Nigeria, en África. Sin embargo, el peso de poco más de 50% de su población negra y parda se encuentra subrepresentada en el poder público del país. Para el 2014, a nivel federal, de los 225 cargos de jefatura, sólo 10 eran ministros y secretarios negros (Teixeira, 2014). Como señaló la profesora Luiza Barros, “La discriminación es mayor entre más importante es la ocupación, lo que nos obliga a tomar medidas dentro del mercado para corregir este tipo de distorsiones” (Rodrigues, 2014). De ahí la importancia de conocer qué acciones ha tomado el gobierno brasileño para hacerle frente al racismo institucional que han padecido los afrodescendientes en el país suramericano. Caso especial representa el Ministerio de Relaciones Exteriores, no sólo porque es la instancia que ha sostenido y ha dado continuidad a sus acciones afirmativas en favor de los negros y deficientes, sino por ser una institución altamente jerarquizada, racista y clasista, éstas últimas características inherentes a las relaciones sociales que modelaron a Brasil desde la abolición de la esclavitud (1888). Basta mencionar que los servidores que ingresaron al Itamaraty2 entre 2007 y 2012, se encuentran representados con los siguientes porcentajes: 94.1% eran blancos, amarillos e indígenas, y 5.9% eran pardos o negros (Dias y Marques, 2014, p. 9). Bajo esta consideración, el principal interés de este texto es conocer la lenta y gradual incorporación del negro en este sector de élite, las motivaciones e influencias -tanto internas como externas- que han permitido comenzar a cambiar su perfil segregacionista, así como las gestiones emprendidas, su eficacia y retos para tener un ministerio que represente, en el exterior, la verdadera multiplicidad de grupos que componen el Brasil contemporáneo.
A partir de bibliografía, pero también de notas periodísticas, convocatorias para ocupar plazas en el Itamaraty y decretos relativos a las cuotas sobre el caso y ministerio que nos ocupa en el presente documento, se proporcionará una imagen de la ruta que aún debe recorrer la sociedad brasileña en su conjunto para alterar un contrato social que ha excluido a una amplia gama de su población y en la búsqueda por revertir la desigualdad, el prejuicio y la exclusión.
El negro en la historia del Itamaraty
El actual Ministerio de Relaciones Exteriores de Brasil o Itamaraty, nació a principios del siglo XIX. Desde sus orígenes albergó a un selecto grupo de la intelectualidad brasileña. Personajes connotados como José Bonifácio, el vizconde y el barón de Rio Branco; en una época contemporánea, Afonso Arinos de Mello Franco, Antonio Azeredo da Silveira o Celso Amorim3 son símbolos del intenso y ágil trabajo que Brasil ha ejercido en la política exterior desde su nacimiento como nación independiente.
Esa connotada institución surgió cuando la esclavitud aún formaba parte intrínseca de la vida brasileña. En una sociedad fuertemente jerarquizada, a los negros esclavizados y a los libertos les fue negada cualquier posibilidad de ser partícipes en la toma de decisiones que comenzaban a modelar aquel nuevo Estado. Los negros, por su condición de esclavos, desde el punto de vista de Thomas Hobbes, se encontraban en un estado de naturaleza que les impedía ingresar al selecto grupo de los nuevos ciudadanos brasileños, por lo que eran alejados de la posibilidad de actuar en el contrato social que estaba creándose.
Sin embargo, la abolición de la esclavitud en 1888 no modificó dicha situación. Los nuevos libres se enfrentaron a las teorías raciales. Éstas los condenaron de nuevo a un estado de naturaleza, siendo la idea de la inferioridad y la marca de la esclavitud las que predominarían en la mente de la intelectualidad de finales del siglo XIX y, en consecuencia, de la élite político-económica. De esta manera, las posiciones de poder estaban a cargo de hombres blancos influidos por las ideas provenientes de Europa, en aquel momento, de corte racista. Dichos supuestos defendían, entre otros, que los pobres, en su mayoría negros, se encontraban en la miseria por su inferioridad, por lo que diversas medidas fueron puestas en práctica (alentar la migración europea, inclinación de algunos teóricos a las prácticas eugenésicas,4 escasez de servicios sanitarios, falta de crédito, por mencionar algunos) con el propósito de “borrar” el elemento nocivo; es decir, a los africanos y sus descendientes. Bajo esta consideración, el ingreso al Ministerio de Relaciones Exteriores, desde su constitución, estuvo ligado a una élite blanca educada con fuertes parámetros jerárquicos que asimiló e interiorizó las teorías raciales. Las posibilidades para que los negros o pardos ingresaran a esos grupos de poder, en aquel momento, resultaron muy bajas. El influjo de las teorías raciales fueron determinantes para que los candidatos con rasgos que tuvieran una apariencia más cercana a la herencia africana fueran rechazados a pesar de poseer habilidades y conocimientos necesarios para ser portavoces de Brasil en el exterior. Y es que la imagen que Brasil deseaba proyectar era la de una sociedad que cumpliera con los estándares que los europeos consideraban propios de una nación civilizada, entre ellos el de la blanquitud, situación que fue muy evidente a principios del siglo XX en la era de la república y bajo el liderazgo en el Ministerio de Relaciones Exteriores de José Maria da Silva Paranhos Júnior, o mejor conocido como el Barón de Rio Branco. Gilberto Freyre sintetizó espléndidamente la posición del Barón de la siguiente forma:
También entendía el barón de Rio Branco que no debían representar a Brasil en el extranjero sino brasileños blancos o con apariencia de blancos, habiendo sido la República, sobre ese tema y sobre la influencia del poderoso ministro del Exterior, más papista que el Papa, esto es, más rigorista en consideraciones étnicas de selección de su personal diplomático, que el propio Imperio, o lo que el propio emperador Pedro II (Freyre, 2004, p. 70). 5
La posición del Barón se enmarca en una época en la que el color de la población estaba mezclada con la idea de la civilización/barbarie, vanguardia/atraso, en donde el blanco representaba la máxima expresión de las virtudes y su contraparte, el negro, los peores defectos.
Brasil deseaba legitimarse frente al mundo como un país en pleno camino hacia el progreso. Sin embargo, desde la posición de la élite, esas aspiraciones podrían ser quebrantadas por su importante cantidad de población afrodescendiente. Aun así, dichas visiones no se alteraron en las subsecuentes épocas históricas. De ahí que ni en la república o el Estado nuevo existieran acciones para buscar la incorporación del negro, ya no se piense en los grupos de poder sino, de modo general, en la sociedad.
En la década de 1930, la figura de un joven, Gilberto Freyre, y la publicación de su libro Casa Grande & Senzala, abrió un nuevo escenario en la interpretación del ser brasileño y recuperó la trascendencia del negro como un elemento fundamental, no sólo en las actividades económicas de Brasil, sino también por ser un actor indispensable en la conformación del brasileño en sus múltiples facetas.
Fue a través de esa nueva idea que las teorías raciales que condenaban a Brasil al atraso y la barbarie fueron desdobladas en otro sentido, pensando al mestizo como la encarnación de lo mejor de las tres raíces que le habían dado sustento al brasileño: el portugués, el africano y el indígena. El mestizo, entonces, fue la respuesta a la condena que habían decretado las teorías raciales para Brasil. En esta lógica, las buenas y armoniosas relaciones entre los diferentes grupos poblaciones que, según Freyre, existían desde la época de la esclavitud, dio por resultado un mestizo que representó dicha cordialidad. Como producto de tal reflexión surgió tiempo después la idea de que en Brasil se vivía una democracia racial.6
Pero esta interpretación no favoreció al negro, quien no sólo siguió siendo relegado del contrato social, sino que su situación empeoró en la medida en que la idea de una sociedad brasileña sin prejuicio racial cobró gran fuerza. Esto devino en que el debate en relación con la discriminación de la que era objeto el negro fuera negada y, en consecuencia, si alguien se atrevía a decir que el racismo existía en Brasil, era acusado de importar problemas ajenos -refiriéndose a los Estados Unidos o Sudáfrica-, o si ésta era denunciada por un negro o pardo, era acusado de falta de aptitudes para aprovechar las oportunidades que le brindaba la sociedad brasileña escudándose en un supuesto racismo.
A pesar de que la élite brasileña alegaba constantemente la ausencia de racismo institucional, éste existía. Dos instancias gubernamentales eran claramente segregacionistas: 1) el Instituto de Rio Branco, fundado en 19457 y que tiene como propósito seleccionar y preparar a los diplomáticos brasileños que trabajarán en el Ministerio de Relaciones Exteriores (o Itamaraty), y 2) las escuelas militares superiores. De ambas fue contundente Haroldo Costa (1948) en el primer número del periódico Quilombo, medio de comunicación del Teatro Experimental del Negro (ten).8 En su artículo “Queremos estudar” denunció la falta de oportunidades para que el negro se incorporara en las instituciones educativas -tanto públicas como privadas- en razón de su color de piel:
Nadie desconoce los tremendos obstáculos que encuentra el joven negro cuando se inscribe para presentar el examen de admisión al Instituto Rio Branco […]; o en el examen de admisión a las escuelas militares superiores. Actualmente ya existen cadetes de color, sin embargo, puedo asegurar que consiguieron ser admitidos después de inconcebibles sacrificios. (1948, p. 4)
Hasta la década de 1960, la incorporación del negro en lugares estratégicos al interior del poder estuvo descartada. Fue con el ascenso del presidente Jânio Quadros cuando se evidenció la ausencia de negros al interior de las instituciones gubernamentales de alto nivel. Durante el breve pero audaz periodo de Quadros, la política exterior brasileña se movió con gran rapidez. Fue una época en la que surgían a la vida independiente los nuevos Estados africanos, y con ellos emanó el interés de Brasil por acercarse a estos nuevos miembros de la comunidad internacional con fines no sólo de ampliar su zona de influencia política, sino también económica.
Si bien un importante sector de la intelectualidad brasileña seguía frenando la incorporación de los negros en la sociedad al tiempo de camuflar dicho racismo bajo la idea de la democracia racial, esto no impidió que esa misma élite que los relegaba observara que Brasil era uno de los pocos países en América Latina que podía ufanarse de su notable herencia africana. En consecuencia, el país podía aprovechar dicho pasado para acercarse a aquellos jóvenes países africanos.
Para ello, el presidente Quadros instruyó la apertura de una serie de embajadas y consulados brasileños en África. Para darle mayor énfasis a la cercanía entre ambos lados del Atlántico y apoyándose en el mito de la democracia racial, solicitó al Itamaraty enviar a un representante negro como embajador a Ghana. El problema es que no existía ningún candidato en los cuadros del Itamaraty. Si en la época del Barón de Rio Branco esa ausencia podría considerarse lógica dada la cercanía con el proceso de abolición de la esclavitud, en la década de 1960 esta situación sólo podría explicarse por el rechazo que la élite había manifestado hacia ese sector de la población. Como apunta con claridad Antonio Guimarães: “el orden jerárquico, sea estamental, sea racial, sobre el que se fundó la sociedad esclavista en Brasil, no fue enteramente quebrada, ni con la abolición, ni con la república, ni con la restauración democrática de posguerra, tampoco con la república nueva” (Guimarães, 2009, p.14).
El Ministerio de Relaciones Exteriores no tuvo alternativa más que aceptar la indicación del presidente y admitir que el periodista negro Raymundo Souza Dantas (1923-2002) fuera el representante de Brasil en Ghana entre 1961 y 1964. Souza Dantas nació en Estância, Sergipe. Fue hijo de padres analfabetos. Su madre era lavandera y su padre pintor de casas. Como recuerda su propio hijo, Roberto Souza Dantas, la vida de su padre estuvo “marcada por episodios de superación, autodidactismo, dedicación a los estudios, empoderamiento intelectual del negro brasileño y al rescate de las raíces ancestrales africanas que marcaron el periodo esclavista [en Brasil]” (Nabor, 2014, p. 55).
En un país que se ufanaba a nivel internacional de practicar una democracia racial y se declaraba orgulloso de la inexistencia de mecanismos institucionales que provocaran diferencias entre sus ciudadanos, se pensaría que el origen del primer embajador negro no tendría consecuencias negativas. Sin embargo, como señalan las investigaciones sobre la conformación y estructuración de las élites en el poder, la cuna del individuo puede afectar sus oportunidades en diversos campos, pudiendo tener consecuencias decisivas en su trayectoria (Ai Camp, 2006, p. 45). Esto último era relevante en una sociedad como la brasileña, en donde el sistema de jerarquización social derivada, entre otros, del origen familiar, color y educación formal, que se funden con la cuestión de la clase social (ingreso y ocupación), ha permitido reforzar las dicotomías que por siglos sustentaron la institución esclavista: élite/pueblo, blanco/negro (Guimarães, 2009, p. 49), y que en el Brasil de la época contemporánea continúan vigentes al sostener las lógicas que explican las grandes desigualdades dentro de la sociedad.
Para la década de 1960, el caso de Raymundo Souza sólo reafirmó estos planteamientos. Su perfil no concordaba con el ideal que había establecido el Itamaraty, generando en su campo de trabajo múltiples desavenencias. La situación empeoró dado que cuando llegó a África, el presidente Quadros ya había renunciado al cargo y, en su lugar, asumía el poder -aunque con grandes dificultades- João Goulart, de tal forma que el racismo que padeció al interior del citado ministerio, fue evidente. Así lo expresó el propio Souza en su libro África difícil (Missão condenada: Diário):
Felizmente, ni todo es motivo de amargura. Recibí carta de Brasil […] de mi hijo Roberto. Fue un consuelo, en esta mañana depresiva. Que Dios lo ayude y, por otro lado, le quite de la cabeza la idea de ingresar en la carrera diplomática. Sé lo que sufrirá por ser negro […]. (1965, p. 40)
Es interesante mencionar que el diario realizado por Raymundo Souza no tuvo como objetivo denunciar los obstáculos que la jerarquía del Itamaraty le impuso en su trabajo por el exterior. Su idea era ofrecer un acercamiento a la sociedad africana y su relación con la comunidad de origen brasileño radicada en África o también conocidos como agudás [denominación yoruba que significaba extranjero, brasileño o católico] o brasileños en África. Sin embargo, la discriminación que tuvo que sortear logró filtrarse en su obra. Es por ello que desde la introducción de su libro se trasluce dicha circunstancia cuando afirma: “En cuanto a mi experiencia personal, ésta se encuentra en las notas [del] diario que sigue, a través del cual se podrá evaluar lo penoso que fueron, y a veces dramáticos, esos […] mis dos años en África, en una misión de antemano condenada” (1965, p. 21).
Entretanto, la política externa brasileña en su conjunto se esforzó por proyectar una imagen de gran cordialidad racial. Parte de la estrategia era sostener al único representante negro brasileño, Souza Dantas, en aquel puesto en Ghana. Sin embargo, esa apariencia fraternal era constantemente interrogada por los propios africanos, quienes cada vez que tenían oportunidad inquirían sobre esa idílica imagen de democracia racial. Así por ejemplo, el propio embajador Souza Dantas fue cuestionado por un estudiante de la Universidad de Ghana, Kwesi Enu Ansah, sobre la existencia de discriminación racial en Brasil. El representante brasileño relata en su diario:
Kwesi Enu Ansah […] me formuló una pregunta que Vivaldo Costa Lima […] vaciló en traducir: ¿No hay discriminación racial en Brasil?
La presencia del embajador negro no le pareciera tal vez prueba de la inexistencia de la discriminación racial - y si así pensó tenía razón. […] Esperó mi respuesta como si la suerte de alguna cosa que le fuera muy apreciada dependiera de ella. En condiciones distintas […], sería fácil ofrecer una respuesta. Dijera lo que dijera, […] representaría la opinión de un hombre común entre setenta y siete millones de brasileños.
No necesita responder - replicó frente al levantamiento de mi entrecejo. (Souza, 1965, p. 39)
Como ya se mencionó, Quadros renunció a la presidencia de Brasil el 25 de agosto de 1961, mientras que Souza Dantas llegó a Ghana en septiembre, por lo que el dinamismo que deseaba impulsar Quadros en las relaciones entre Brasil y África dieron un giro. Si bien el presidente Goulart no despreció los lazos con el continente africano, los problemas internos acapararon la mayor parte de sus preocupaciones, por lo que el embajador Souza Dantas quedó en una situación incómoda y sin respaldo: “[…] en el Itamaraty no tengo apoyo, […] el presidente de la república ni se acuerda de sus misiones en África, […] nadie nos atribuye importancia. Frente a este lamentable panorama, ¿por qué insistir en permanecer?” (1965, p. 40).
Era cotidiano que el embajador no recibiera atención ni apoyo a sus peticiones. La discriminación era un hecho palpable. Desde antes de la llegada a su misión diplomática, Souza percibía que su trabajo no sería fácil. Antes que otro obstáculo tuvo que sortear la aprobación del Senado como embajador en Ghana. Como él recordó en su Diario:
Tengo […] presente el espíritu, las críticas y las censuras hechas a la propuesta de mi nombre. Algunas de ellas me amargaron, porque eran inspiradas en el prejuicio racial. Recuerdo, cómo, en la soledad de un departamento en Brasilia procuré prepararme lo mejor posible […] Entretanto, las críticas y los elogios se sucedieron, a cuyo eco intenté encontrarme indiferente. (Souza, 1965, pp. 51-52).
Una vez que llegó a Ghana, tuvo que permanecer en un hotel debido a que el secretario Sérgio Corrêa Lago no desocupó la casa del embajador y ni siquiera lo apoyó en su acercamiento con los diferentes actores en esa nación. Fue con el auxilio del antropólogo Vivaldo Costa Lima, quien llegó a la Universidad de Ghana como profesor invitado, que pudo relacionarse con la academia en aquel país africano. Este alejamiento del Itamaraty con el embajador lo llevó a escribir en su diario:
Hay momentos en que el entusiasmo me abandona por completo, cediendo lugar al más profundo de los desánimos. ¿Para qué continuar aquí?, ¿con qué finalidad? ¿Sólo para comparecer a los cocteles, cocteles y más cocteles? Los planos envejecieron en el fondo de los cajones, en las carpetas que se están amarilleando debido a la humedad constante e implacable. Tengo el refugio de las lecturas, que cada vez más se debilita. (Souza, 1965, p. 53).
La presión que resistió el embajador tuvo su desenlace, finalmente, con su renuncia al cargo. Como él mismo lo recordó:
Tengo los términos de la carta al presidente Goulart, solicitando la destitución del honroso puesto. Pretendo enfatizar que no se hizo mucho […] a pesar de las numerosas solicitudes [que realicé] en el sentido de tomar providencias que, sin duda reconozco, no podrían tomarse sin análisis, relacionados con problemas de intercambios, aranceles y envíos. Es mi deber registrar que nuestra embajada jamás estuvo debidamente equipada para funcionar eficazmente […] Sé que no haré una carta en estos términos. Va a ser un pedido de destitución [únicamente], alegando motivos de salud. La verdad es que todo no pasó de un drama, el que infelizmente no sé si podré dar aquí por concluido para siempre. (1965, pp. 95-96).
La figura del embajador Raymundo Souza, personalidad que, sin duda, fue importante en la imagen que Brasil deseaba proyectar al mundo y a África en particular, no ha tenido hasta el día de hoy un reconocimiento por su trabajo. Basta decir que ninguna fundación o institución pública ha aceptado, hasta el momento, resguardar el archivo personal del embajador, documentos que son la memoria de un hombre que en su misión por África logró reunir información, imágenes y entrevistas que abonarían en la construcción de una memoria histórica brasileña que aún continúa escribiéndose. Esto muestra el proceso de lucha que el propio Brasil ha emprendido para reconocerse plenamente en una historia sin retoque, aceptando la participación de actores que durante siglos trató no sólo de olvidar, sino incluso de borrar.
El racismo que experimentó el embajador Souza fue la expresión del racismo institucional. Sin embargo, no se debe inferir que los negros brasileños se mantuvieron estáticos frente al rechazo cotidiano. Desde múltiples espacios y perspectivas fueron creando mecanismos y organizaciones de resistencia. Sólo por citar las más grandes de la primera parte del siglo XX están: Frente Negra Brasileña (1931-1937) y Teatro Experimental del Negro (1944-1968). Si bien ambas tuvieron visiones distintas para hacerle frente a la segregación del negro en Brasil, fueron importantes contribuciones en la lucha por la incorporación de forma digna y equitativa del negro brasileño.9
La dictadura militar y su relación con el negro en Brasil
Durante el periodo en que la cúpula castrense se encontró al frente del país, la idea del paraíso racial se intensificó. A nivel internacional, Brasil recalcaba su superioridad debido a la supuesta armonía que prevalecía al interior de la sociedad. Sin embargo, el racismo continuaba siendo cotidiano y extendido. El Itamaraty no sólo no estuvo exento de este doble juego que se trazó, sino que participó muy activamente de él.
Por un lado, en los foros internacionales, los representantes de Brasil enfatizaban que el país suramericano era un ejemplo de una “verdadera democracia racial”. Así lo expresó Juracy Magalhães en su participación en la XXI sesión ordinaria de la Asamblea General de las Naciones Unidas, el 22 de septiembre de 1966, a propósito de que Brasil fue el primero en firmar la Convención Internacional sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación Racial. En aquel momento, el ministro aseguró que aunque el documento no tendría efectos en Brasil dado que ellos ya habían superado los miedos, odios y la discriminación entre las diversos grupos humanos que conformaban el país, Brasil firmaba aquella convención para servir de modelo a otros que no se encontraban en condiciones tan favorables como la de ellos (Da Costa, 2007, p. 221). Al mismo tiempo, durante y posterior a la dictadura militar sufrida en el país suramericano, las relaciones con África, aunque desde diversas ópticas (por lógicas de ampliación de la zona de influencia brasileña en el mundo, razones económicas o de seguridad del Atlántico Sur), continuaron vigentes en mayor o menor medida.
A pesar de la importancia que se le prestó a África en ese periodo y los constantes discursos sobre su cercanía con aquel continente, los afrodescendientes que se encontraban al interior no fueron apoyados. Ningún negro volvió a ocupar un alto cargo en el Ministerio de Relaciones Exteriores durante todo el siglo XX. Las acciones emprendidas por Quadros, a pesar de vigorosas y novedosas, no tuvieron el alcance ni el propósito de modificar el establishment. Uno que está sustentado en dos pilares fuertemente enraizados: una jerarquía de grupos y una profunda jerarquía racial (Guimarães, 2009, p. 14). Ambos puntales se reforzaban con mayor vigor en el Itamaraty, dado que la democracia racial difundida por el ministerio como aquella en donde todos los grupos convivían con armonía, sólo tenía fuerza a nivel del discurso en el exterior. En la dinámica interna de la institución, la democracia racial era proyectada a través de una discriminación disimulada. Es decir, la segregación se aceptaba a través de mecanismos que a veces no resultaban tan sutiles, pero que marcaban fuertes diferencias sociorraciales, haciendo que su incorporación fuera mínima y aceptada sólo para cargos menores. De hecho, la incorporación era para actividades manuales (porteros, seguridad, cocineros, entre otros), reforzando la segregación.
Las jerarquías raciales provocan que los prejuicios y actitudes discriminatorias se normalicen en la vida cotidiana, de ahí que el sujeto que racializa y se percibe en la punta de la pirámide, con frecuencia, al referirse al sujeto que desde su perspectiva se encuentra en la base de dicho escalafón, le atribuya adjetivos que en apariencia son afectuosos pero que en realidad busca suavizar y ocultar su animadversión hacia él. En este sentido, sería útil rememorar una declaración del ministro de Relaciones Exteriores, Azeredo da Silveira, ministro del presidente Ernesto Geisel (1974-1979). El ministro se refirió a la cooperación entablada con Togo y, en particular, a la compra de aviones Xavantes. El ministro de Negocios Extranjeros de Togo solicitó que con la venta de aquellos artefactos, Brasil incluyera la capacitación de los pilotos togoleses. El ex ministro se refirió a los cursantes como “los pilotos negritos”. Esta declaración sólo confirma que, aunque el Itamaraty constantemente haya negado la existencia del racismo, no sólo dentro del ministerio, sino en el país, la realidad distaba mucho del discurso.
Aun a principios de la década de 1980, en los informes entregados a la Organización de las Naciones Unidas a propósito de la Convención Internacional sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación Racial, arriba señalada, el país suramericano, a través del Itamaraty, continuó reafirmando la excepcionalidad de la sociedad gracias a sus características no racistas y a su exitosa experiencia de integración (Albuquerque, 2008, p. 73). Aunque dicha presunción aumentó cuando parte de los objetivos de la política exterior, ejecutados por el Itamaraty, tuvo como uno de sus principales ejes el acercamiento con los países recién independizados del continente africano.
Es necesario recordar que a pesar de la fuerte campaña al exterior sobre el no racismo, la represión ejercida durante la dictadura militar no se detuvo. Incluso, la democracia racial era percibida como parte de la seguridad nacional y, en consecuencia, ésta no debía ser cuestionada. De ahí que el debate sobre el racismo no fuera permitido y aquellos que se atrevieron a pensar distinto fueron perseguidos y señalados de comunistas. Un ejemplo de ello fueron los líderes del grupo de carnaval Ilê Aiyê, a quienes culpaban de incitar una desestabilización en la armonía del país, además de ser acusados de importar problemas inexistentes en la sociedad. A pesar de la represión, la movilización de los negros brasileños no se intimidó. Ésta se hizo más clara durante la década de 1970, cuando se constituyó la importante organización conocida, primero, como Movimiento Negro Unificado contra la Discriminación Racial, y que poco después adoptó su actual denominación: Movimiento Negro Unificado (MNU), y que logró reunir a una cantidad importante de organizaciones formadas por negros brasileños a lo largo de todo el país y que expresó el repudio al racismo y a la segregación en la que vivían. Su nacimiento fue producto de una impactante protesta convocada en São Paulo contra los abusos sufridos y, al mismo tiempo, denunció públicamente su rechazo a la democracia racial.10
Lo sobresaliente de esta época para el movimiento negro es que una importante cantidad de los integrantes de aquella organización tenían un nuevo perfil. Eran jóvenes con una preparación mayor en comparación con las generaciones previas. Su conocimiento sobre diversos tópicos no sólo desde un ámbito de experiencia personal, sino incluso teórico, les permitió entablar debates sobre temas tan importantes como los relacionados con la raza y la clase en cualquier tipo de foro. Estos diálogos-cuestionamientos sobre su lugar en la sociedad y cómo eran tratados, también abarcaron sus propios hogares, en especial donde las familias que aspiraban a alcanzar la clase media pretendían alejarse de una autoadscripción negra.
Estos nuevos militantes surgieron durante la década de 1970, época en la que el Estado brasileño alentó la creación de universidades privadas con el propósito de responder a la falta de lugares en la educación superior (aunque también fueron fundadas universidades públicas, como la Universidad Estatal Paulista o la Universidad Estatal de Campinas). En este contexto, los candidatos blancos tuvieron la opción de emigrar a las instituciones de mayor prestigio, por lo que las vacantes disponibles en las universidades públicas fueron espléndidamente aprovechadas por los negros. Esta situación generó que el movimiento, además de contar con nuevos bríos, conociera y fuera influido por los movimientos de liberación en África y Asia, artísticos, de combatividad contra el racismo -en particular en los Estados Unidos-, y de la reapropiación de su identidad como el black is beautiful, todos éstos surgidos en el exterior. A ello hay que agregar el retorno, en la época de la distención en Brasil, de antiguos líderes de los movimientos negros que debido a la dictadura militar tuvieron que salir del país, como el caso de Abdias do Nascimento.
Además, a diferencia de lo ocurrido previamente, existía un sector de los negros brasileños que pudieron adquirir y leer publicaciones realizadas en otras latitudes, como en los Estados Unidos. Un ejemplo de ello fue la revista Ebony, que cautivó a esa generación de mayor nivel de estudios que comprendía el inglés, que comenzaba a conocer los movimientos surgidos en la diáspora negra, pero que también deseaba reafirmar su identidad, su autoadscripción. Y es que el solo hecho de adquirir publicaciones dirigidas hacia los negros establecía una diferencia con generaciones anteriores que no deseaban ser vistos como tales debido al racismo que se practicó en Brasil y que privilegiaba al mestizo y al blanco al tiempo de continuar estigmatizando al negro, aunque siempre proclamando una supuesta democracia racial. De esta forma, asumirse plenamente como negro a pesar de los prejuicios, fue una ruptura generacional (Velasco, 2016, 354-355).
Reflexiones como Los condenados de la Tierra, de Franz Fanon, también repercutieron en la nueva y fresca reflexión de los negros brasileños, así como en las organizaciones que ellos estaban impulsando. La identificación no sólo era por la gran admiración a su contenido contestatario, sino porque esa juventud observaba que sus esfuerzos por alcanzar mejores condiciones de vida eran obstaculizados no por su falta de preparación, sino por su color de piel. Al respecto, Fanon señaló que “Cuando se percibe en su aspecto inmediato el contexto colonial, es evidente que lo que divide al mundo es primero el hecho de pertenecer o no a tal especie, a tal raza […] La causa es consecuencia: se es rico porque se es blanco, se es blanco porque se es rico” (2009, p. 34). Con ello plasmó reflexiones que los negros brasileños vivían en su cotidianidad. De ahí que Luiz Silva, mejor conocido como Cuti, afirmara que “fue un libro que casi todo militante involucrado [con el movimiento negro] leyó” (Alberti y Pereira, 2007, p. 77).
El testimonio de Cuti clarifica la importancia que tuvieron los factores externos, en especial si se considera que fue un líder negro brasileño muy activo en contra del racismo a través de la poesía.
Como él, surgió un grupo de literatos que tuvieron como fuente de inspiración al negro, su africanidad, la lucha contra el racismo y su correspondiente elevación de la autoestima, así como el rescate de la identidad de su grupo. Dentro de este movimiento surgieron Quilombhoje Literatura y Cadernos Negros (1978); este último es una publicación que alterna de año en año la publicación de poemas y prosas.
La conjunción de todos estos elementos permitió que esta nueva combatividad lograra organizar un frente amplio, con pretensiones nacionales, en contra del racismo y, además por primera vez, aliarse a las organizaciones de la sociedad brasileña que luchaba contra la dictadura. Su presencia en la transición a la democracia se reflejó en su incidencia dentro de la Constitución de 1988. Los afrodescendientes brasileños comenzaron de manera gradual a ingresar al sector público desde los niveles municipales hasta el federal. Sin embargo, en el Itamaraty, la fuerte concepción de la jerarquía del trabajo racial hizo que los cambios que estaban gestándose lo impactaran de manera muy lenta. Fue sólo hasta finales del siglo XX y principios del siglo XXI cuando se realizaron cambios visibles dentro del ministerio. Los elementos transformadores llegaron cuando Brasil atravesaba por un momento de coyuntura.
La transición a la democracia y la aceptación del Estado sobre el racismo institucional
La década de 1980 no sólo fue de crisis económica, sino que todo el ambiente fue canalizado por la sociedad brasileña para expresar su rechazo a la dictadura militar que durante veinte años gobernó el país. Lo anterior desencadenó un proceso de democratización que conjugó la demanda por elecciones directas, así como una nueva constitución que modelara un destino diferente para los brasileños.
Como también quedó ya estipulado líneas arriba, los movimientos negros lograron influir en el cuerpo constitucional: en el artículo 3° fracción iv, que promueve “el bien de todos, sin perjuicio de origen, raza, sexo, color, edad o cualesquiera otras formas de discriminación”; en el artículo 5° fracción XLII, que elevó a delito no susceptible de fianza e imprescriptible las prácticas de racismo; y en el artículo transitorio referente a las comunidades quilombolas (comunidades integradas por esclavizados negros evadidos que se establecieron ocupando tierras), con el reconocimiento oficial y definitivo de sus tierras.
El país vivió momentos de democratización notables. En 1995 ocupó la presidencia Fernando Henrique Cardoso, quien como alumno de Florestan Fernandes en la Facultad de Filosofía de la Universidad de São Paulo, se acercó a los temas sobre discriminación y racismo que padecía la sociedad brasileña. Cuando llegó al poder, tres impulsos lo alentaron a delinear una nueva fase entre el racismo institucional y la deuda histórica por la inclusión del negro brasileño:
La fuerte embestida de los múltiples y dinámicos movimientos negros a lo largo del país. Sobresale la conmemoración por el tricentenario de la muerte de Zumbi, la cual fue homenajeada con la multitudinaria Marcha Zumbi dos Palmares.
Su propia experiencia como investigador, quien en 1960, en colaboración con Octavio Ianni, elaboró la obra Color y movilidad social en Florianópolis, y luego, en 1962, su tesis de doctorado Capitalismo y esclavitud en el Brasil meridional, en la cual renovó la discusión sobre el trabajo esclavista en el sur de Brasil.
El ambiente internacional que prevaleció después de la caída del muro de Berlín y la Unión Soviética con el consecuente fin de la bipolaridad ideológica que marcó la tensión este-oeste, permitió una apertura a nuevas e importantes discusiones, entre ellas, el combate al racismo. Además, a finales de la década de 1990, surgió la discusión sobre ciudadanía que abarcó aspectos tales como la territorialización, movimientos de origen rural e indígena, o la demanda de derechos colectivos. Un ejemplo de estas luchas es el Ejército Zapatista de Liberación Nacional en México. Este nuevo ciclo de protestas tiene la particularidad de que es encarnado por “sujetos colectivos con características particulares y diferentes de aquellos que habían ocupado la escena pública en el pasado” (Seoane, Tadei y Algranati, 2006, p. 230).
Estos factores influyeron e impulsaron a que el entonces presidente Fernando Henrique, como representante del poder y la institucionalidad del país suramericano, admitiera la existencia de racismo y la desigualdad en Brasil, declaración que tuvo un gran impacto, porque fue la primera vez que desde las más altas esferas de poder se aceptó la presencia del racismo institucional y sus nefastas consecuencias. Entre las medidas que se adoptaron se encuentra la constitución del Grupo de Trabajo Interministerial para la Valorización de la Población Negra a través de un decreto presidencial,11 así como incluir un apartado dedicado a la población negra en los programas nacionales de derechos humanos.
En estas iniciativas emprendidas por dicha administración, el Itamaraty actuó activamente en tres grandes tareas: 1) como miembro del Grupo Interministerial; 2) en el informe presentado al Comité para la Eliminación de la Discriminación Racial de la Organización de las Naciones Unidas de 1995, en donde, contrario a lo que el país había declarado en anteriores documentos, por primera vez se admitía la extendida desigualdad en todos los órdenes de la vida en Brasil. Como el propio informe de manera contundente apuntó:
Los datos revelan que existe una correlación entre color y estratificación social en Brasil, que hay una desigualdad que opera en detrimento de los no blancos […] A pesar de la inexistencia de impedimentos legales, son pocos los negros que consiguen llegar a la cima de las carreras gubernamentales o en las fuerzas armadas […]. (Albuquerque, 2008, p. 74)
Y 3) sin olvidar su participación en los preparativos de la importante Conferencia de Durban realizada en 2001, en donde buscó ser protagonista12 y un líder dentro de las discusiones.
Brasil deseaba erigirse como un gran actor en dicha conferencia, dado que su política exterior con África durante años estuvo sustentada en que los africanos podían confiar en el país suramericano no sólo por su potente herencia africana y una afinidad compartida, sino que parte de los ejes que se impulsaron en África fueron con el eslogan de la democracia racial, esta última sumamente cuestionada en los años recientes, con lo que se minaba la relación que Brasil deseaba mantener y fortalecer con los africanos. De esta forma, ser un país protagónico le permitía recobrar cierta credibilidad frente a África y sus pares latinoamericanos.
El jefe de la delegación brasileña fue el embajador Gilberto Vergne Saboia. A dicha representación fueron integrados, entre otros, miembros del movimiento negro. Durante los trabajos nacionales previos a la conferencia, diversas y múltiples actividades fueron realizadas, todas ellas influidas, impulsadas y alentadas por los movimientos negros brasileños. Los trabajos de la Conferencia de Durban permitieron un diálogo abierto entre los movimientos negros y el gobierno Brasileño en sus diversos niveles de representación.
Fue durante aquellas discusiones cuando se comenzó el debate sobre las políticas de acción afirmativa, mismas que se convirtieron en una de las banderas políticas de los movimientos negros y, en consecuencia, las llamadas cuotas.
La Conferencia de Durban también fue trascendental porque la representación del poder brasileño, a través del Ministerio de Relaciones Exteriores, en el apartado “Establecimiento para lograr una igualdad plena y efectiva que abarquen la cooperación internacional y el fortalecimiento de las Naciones Unidas y otros mecanismos internacionales en la lucha contra el racismo, la discriminación racial, la xenofobia y las formas conexas de intolerancia”, se comprometió y reconoció en su artículo 108:
[…] la necesidad de adoptar medidas afirmativas o medidas especiales a favor de las víctimas del racismo, la discriminación racial, la xenofobia y las formas conexas de intolerancia para promover su plena integración en la sociedad. Esas medidas de acción efectiva, que han de incluir medidas sociales, deben estar destinadas a corregir las condiciones que menoscaban el disfrute de los derechos y a introducir medidas especiales para alentar la participación igual de todos los grupos raciales y culturales, lingüísticos y religiosos en todos los sectores de la sociedad y para situarlos en pie de igualdad. [Deberán] figurar medidas especiales para lograr una representación apropiada en las instituciones de enseñanza, la vivienda, los partidos políticos, los parlamentos y el empleo, en particular en los órganos judiciales, la policía, el ejército y otros servicios civiles, lo que en algunos casos puede exigir reformas electorales, reformas agrarias y campañas en pro de la participación equitativa. (Durban, 2001)
Durante aquella época se formularon los acalorados debates en pro y en contra de las cuotas en las universidades públicas brasileñas, además de una denuncia presentada ante la Organización Internacional del Trabajo (OIT), que tuvo como consecuencia que el Ministerio de Trabajo, con el apoyo de la OIT, ejecutara una serie de acciones para implementar el Convenio 111 sobre la discriminación (empleo y ocupación) que entró en vigor el 15 de junio de 1960.
Todos estos elementos ofrecieron la coyuntura para que Brasil, a través del Itamaraty, buscara, una vez más, la legitimidad perdida en el exterior y, en particular, frente a los africanos, quienes observaban con recelo que en realidad el país suramericano, sólo en el discurso, practicaba la cordialidad entre los grupos que conformaban el país.
Una manera de reivindicarse tanto al exterior como responder a las fuertes demandas de las múltiples organizaciones de los negros brasileños para una verdadera apertura del Estado, fue a través del Instituto Rio Branco, con la implementación de un programa de acción afirmativa en 2002 conocido como “Beca-Premio de vocación para la diplomacia”. Dicho programa, durante la aún administración del presidente Fernando Henrique Cardoso y bajo el ministro de Relaciones Exteriores, Celso Lafer, ha tenido como objetivo principal “conceder recursos financieros a los ‘afrodescendientes’ que desearan prepararse para el Concurso de Admisión a la Carrera Diplomática y cubrir la necesidad [del Ministerio] para ‘diversificar’ el cuerpo diplomático brasileño” (Alves, 2005, p. 13). Esta iniciativa se enmarcó en una más amplia, como lo fue “La valorización de la población negra”, derivada del Plan Nacional de Derechos Humanos.
El financiamiento de la beca-premio cuenta con la participación de los ministerios de Ciencia y Tecnología, a través del Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico (CNPq, siglas en portugués); del de Justicia, por medio de la Secretaría de Estado de los Derechos Humanos; de Cultura, a través de la Fundación Cultural Palmares y, por supuesto, el Ministerio de Relaciones Exteriores, con el Instituto de Rio Branco. Las becas deben ser empleadas para la compra de libros, material y cursos de preparación, profesores particulares, gastos que deben ser comprobados con las facturas correspondientes. Cabe mencionar que el apoyo también incluye tutores para orientar a los candidatos en sus estudios. Los gastos derivados de periódicos, revistas o Internet son responsabilidad del candidato (Alves, 2005, p. 44).
En 2003 asume la presidencia Luiz Inácio Lula da Silva. En su mandato, varias acciones institucionales fueron emprendidas, como la creación de la Secretaría de la Promoción de la Igualdad Racial (Sepir), la que fue un precedente, porque elevó el problema del racismo a un asunto de Estado. También, durante su periodo continuaron discutiéndose las acciones afirmativas.
Dentro del Itamaraty, lo anterior significó que el programa beca-premio fuera ampliado en función del número de becas disponibles. De 20 que tenía en 2003, pasó a 30, al tiempo que incrementó la ayuda de 15 000 a 25 000 reales. El discurso del ministro de Relaciones Exteriores, Celso Amorim, con motivo de la inauguración del Panel Internacional “Acciones afirmativas y objetivos del milenio”, celebrado en Brasilia el 29 de junio de 2005, declaró abiertamente no sólo la existencia de racismo en la sociedad brasileña, sino, más importante, señaló lo que ocurría al interior del ministerio que él dirigía:
Basta observar para el servicio diplomático brasileño donde hasta hoy la presencia de negros es muy pequeña y eso no devino, por lo menos en el periodo de mi vida profesional, en ninguna discriminación activa, aunque de formas sutiles de discriminación, de formas que se basan, incluso, en diferencias sociales y en diferencias de formación cultural y educativa. Eso, desde mi perspectiva, justifica las acciones afirmativas […]. (Amorim, 2005)
El discurso del ministro, aunque importante, pasó por alto el que habían transcurrido muchos años desde que se conoció la designación de un embajador negro, quien llegó a ese puesto por una designación del presidente de la república, y no por ascenso en la carrera dentro del servicio exterior, lo que le provocó duros obstáculos al interior de la institución para desempeñar sus funciones.
Durante la administración de Celso Amorim, la discusión de las acciones afirmativas tuvo otra repercusión en el Itamaraty. Por decisión del ministro fue excluida la prueba de inglés con carácter eliminatorio. Para el secretario esto equivalía a una acción afirmativa, dado que podía democratizar el ingreso no sólo desde una perspectiva étnica, sino también de clase social. En palabras del ministro: “La acción afirmativa no es para ayudar a algunos ‘desafortunaditos’, es para volver nuestra carrera más representativa de la realidad brasileña. El Itamaraty no debe ser sólo para la élite económica, que muchas veces es diferente de la élite intelectual, debe ser para todos” (Dianni, 2005).
También durante esa época (2004) se estipuló que para ser acreedor a una beca-premio era requisito ser brasileño por nacimiento; ser afrodescendiente (negro), expresándolo por medio de una declaración; estar al corriente con las obligaciones electorales; estar al día con el servicio militar, y haber concluido una licenciatura reconocida por el Ministerio de Educación y Cultura (MEC). A lo anterior era necesario acreditar dos etapas: la primera, pruebas objetivas de carácter clasificatorio y eliminatorio sobre la lengua portuguesa e inglesa; la segunda, que se realiza sólo en Brasilia, es el análisis de la documentación entregada ante la Comisión Interministerial.
En la misma convocatoria, en su apartado 5.14.1, se estipula que son considerados los siguientes criterios: a) clasificación en las pruebas objetivas; b) historia escolar; c) redacción sobre la experiencia personal del candidato como afrodescendiente y sobre los motivos por los cuales desea ser diplomático; d) plan de estudios y la manera en la que utilizará los recursos de la Beca-Premio de Vocación para la Diplomacia durante los diez meses de vigencia; e) equidad de género, y f) renta familiar (Edital 1/2004, pp. 1-4).
Desde el año 2002 que comenzó el programa de las becas-premio, éstas se han fortalecido en número. Según las cifras ofrecidas por el propio ministerio a través de las convocatorias emitidas, pueden desprenderse los datos mostrados en el Cuadro 1.
Año | Becas otorgadas |
2002 | 20 |
2003 | 30 |
2004 | 42 |
2005 | 32 |
2006 | 43 |
2007 | 37 |
2008 | 39 |
2009 | 66 |
2010 | 73 |
2011 | 69 |
2012 | 79 |
2013 | 64 (52 por el Instituto Rio Branco y 12 por el CNPq) |
2015 | 36 (24 por el Instituto Rio Branco y 12 por el CNPq) |
Del total de la beca concedida, 30% puede ser utilizada para costos de manutención, siempre y cuando conste, de modo detallado y justificado, en el Plan de Estudios y Desembolso. En caso de que el becario no logre superar las pruebas para ser admitido en el Ministerio de Relaciones Exteriores, podrá volver a concursar por la renovación de la beca-premio hasta por cuatro ocasiones más.
En cuanto a los criterios para obtener la renovación de la beca, son los siguientes:
a) la primera renovación […] está facultada a todos los candidatos sin restricciones; b) la segunda […] está condicionada al desempeño satisfactorio anterior (aprobación y clasificación) en la primera fase […] del Concurso de Admisión a la Carrera de Diplomacia (CACD); c) la tercera renovación […] es condicionada al desempeño satisfactorio anterior […] en la primera [...] y en la segunda fase […] del CACD; d) la cuarta renovación […] es condicionada al desempeño satisfactorio anterior en la primera, segunda y tercera fase; e) no habrá quinta renovación en ninguna hipótesis. (Edital 14/02/14).
Entre 2002 y 2012, el instituto ofreció 451 becas para 268 becarios (hay que recordar que existe la posibilidad que el mismo beneficiario pueda obtener dicha ayuda más de tres veces, de ahí que no corresponda el número de las becas ofrecidas y los becados), de los cuales 19 han logrado el objetivo de ingresar en la secretaría.
A simple vista parecería que la iniciativa fue un gran avance. De hecho, el propio ministerio anuncia dichas cifras como un gran logro, pues argumenta que la proporción de ingreso fue de 7.08%, siendo un índice muy elevado para los estándares de la institución, comparado con el número de aprobados en el concurso general, que se encuentra entre 0.5% y 1.6% del total de candidatos. Por este motivo, para el ministerio “la aprobación de más de 7% de los becarios llega a ser, por lo tanto, más de 14 veces superior al índice de aprobación del conjunto de los candidatos” (Cavallini, 2013). A las cifras anteriores, el ministerio agrega que debido a que el beneficio puede ser renovado hasta cuatro veces, un mismo candidato puede llegar a recibir hasta 125 000 reales. Asimismo, cabe mencionar que la formación académica que alcanza gracias a la beca hace que tenga la oportunidad de ganar otros concursos en el servicio público en caso de no conseguir el ingreso en el Itamaraty (Rodrigues, 2013).
Sin embargo, a pesar que el instituto muestre estas cifras, surgen varios cuestionamientos al respecto. En primer lugar, para revertir el cuadro de desigualdad, los mencionados guarismos se vuelven pírricos si se comparan con la proporción de afrodescendientes y su representación en el ministerio. Segundo, si bien es cierto que los becarios logran una preparación elevada debido al material adquirido y los cursos que logran solventar a través de la beca, conduciéndolos a que alcancen éxito en otros concursos públicos, el asunto es que el objetivo no era aprobar “otro concurso”, sino específicamente el del Itamaraty. Ese espacio que marca la diferencia entre ingresar en el grupo en donde se toman las decisiones de Estado y el de continuar en un nivel más o menos parecido al que actualmente guardan. Uno y otro espacio cambia la posición del afrodescendiente en el contrato social. El mínimo ingreso al ministerio demuestra que existe una gran reticencia para que los afrodescendientes lleguen a los más altos lugares de poder.
La iniciativa también ha tenido que hacer frente a las opiniones contrarias. A pesar de ser una institución altamente jerarquizada en donde no es común que se expresen públicamente los desacuerdos, éstas se presentaron. Vera Lúcia Alves rescató el caso del diplomático M. Pio Corrêa, recordado en la década de 1970 por ser un lusófilo incondicional, quien el 6 de mayo de 2004 declaró al medio O Globo:
Es función del Estado abrir concursos para el aprovisionamiento de cargos públicos; no es función del Estado facilitar a los candidatos los medios para prepararse para esos concursos. Esa ayuda, en sí misma fuera de lugar, se vuelve aberrante e injustificable al beneficiar exclusivamente a candidatos de una determinada etnia, en detrimento de otros en idéntico nivel de insuficiencia educativa. Al final, el Itamaraty no es un instrumento de distribución de justicia social. Es una institución de Estado, con tareas altamente complejas y delicadas. […] El Instituto Rio Branco se volvió, desde su creación, la célula madre de nuestro cuerpo diplomático. No es campo adecuado para experiencias sociales. (Alves, 2005, p. 32).
Estas declaraciones demuestran la animadversión que aún conserva un grupo importante de los propios diplomáticos brasileños por ceder espacios a los afrodescendientes en áreas donde la élite blanca siempre predominó. El embajador Corrêa no ignora que sin el apoyo de la beca-premio la incorporación de afrodescendientes al ministerio sería escasísima. Dado que la mayor parte del sector de la población negra no cuenta con recursos financieros para solventar una preparación como la exigida para presentar el concurso, muchos participantes dejan de trabajar por varios meses para concentrarse en los seminarios y lecturas exigidas, puesto que es una prueba que además de durar tres meses, es considerada la más difícil para ingresar al servicio público,13 así como tener las vacantes más disputadas. Esto último es evidente por el hecho de que, por ejemplo, para la prueba que ocurrió en 2014, de las 18 plazas ofrecidas, compitieron por ellas cerca de cuatro mil participantes (Fellet, 2014).
Lo que tampoco sale del conocimiento del embajador, siendo esto más importante, es que la jerarquía racial que se presenta de manera intrínseca en la conformación de la sociedad brasileña, posee una élite blanca que a pesar de más de ciento veinte años de abolición de la esclavitud, aún continúa con una mentalidad de señor-propietario, encontrándose desconfiada de un proceso en el que, efectivamente, pueden abrirse las puertas a los afrodescendientes para escalar de manera sostenida en la jerarquía social.
Otro elemento que ha despertado una serie de inquietudes es lo que se refiere a la cuestión de la meritocracia, es decir, al hecho de que el ingreso, permanencia y ascenso se encuentre en concordancia con los méritos mostrados por los concurrentes. Este es uno de los argumentos que también han sido aludidos en los intensos debates que sobre las acciones afirmativas han ocurrido en los Estados Unidos y los lugares destinados para afroamericanos en las universidades de aquel país.14
A partir de 2011, bajo la administración de la presidenta de la república Dilma Rousseff, además de la beca-premio, el ministerio reservó 10% para los candidatos-becarios negros para la segunda fase del Concurso para la Carrera Diplomática. Para ser parte de ese 10%, es necesario obtener la puntuación mínima señalada en la convocatoria y clasificarse dentro de la lista de afrodescendientes en la primera fase del concurso que es la prueba objetiva. Para estar dentro de la cuota no es necesario haber sido beneficiario de la beca-premio, por lo cual son aprobados para la segunda etapa 10% más de candidatos en grupo integrado por afrodescendientes y becarios. La condición para ser beneficiario de la cuota es hacer una autodeclaración de afrodescendencia que se entrega al momento de la inscripción. Para la segunda etapa, todos los concursantes son clasificados de acuerdo con su puntuación sin distingo de ninguna especie (Cavallini, 2013). Sin embargo, esta acción se ha mostrado tímida, pues no elevó el número de candidatos negros aprobados. Como afirma el profesor José Jorge de Carvalho: “los resultados del Itamaraty revelan un fracaso absoluto. El número de aprobados [del 2002 a 2012 el 2.6% de los nuevos diplomáticos son brasileños negros] tal vez pudiera ser alcanzado incluso sin la medida. A ese ritmo, en 100 años no cambiaremos la composición racial del Itamaraty” (Fellet, 2012).
Además de ser insuficientes las acciones del Itamaraty, mostraron otra situación que se hizo presente desde la primera convocatoria que incluyó las cuotas: la autodeclaración. La autoidentificación, que es la “atribución de una categoría étnico-racial escogida por la propia persona. También llamada proceso de identificación o de clasificación” (Petruccelli y Saboia, 2013, p. 44), forma parte de la convocatoria del Itamaraty con el propósito de cubrir las plazas ofrecidas para los que se autodefinen como negros o pardos. Esta autoadscripción se encuentra dentro de las muchas demandas de los movimientos negros de la época contemporánea, pues la adherencia a un determinado grupo étnico-racial ha permitido realizar demandas político-sociales e insertarse en la esfera pública de forma más decidida. De hecho, la inclusión de dicho ítem en el censo poblacional brasileño y en otros estudios estadísticos es lo que ha permitido conocer cuántas personas se reconocen como negros, pardos, blancos o indígenas, generando una idea más clara de las jerarquías de clase-raza que se vive en Brasil.15 Sin embargo, el caso de Mathias Abramovic desató una gran polémica en torno a esta cuestión.
Desde el mismo 2011 en que se instituyeron las cuotas para afrodescendientes como beneficio para la primera fase, Abramovic optó por esa autodeclaración. Sin embargo, no formó parte de la lista de los beneficiados, dado que su calificación fue suficiente para ser parte de los 300 candidatos de la lista general y, en consecuencia, seguir adelante en el concurso. Fue aprobado en tres de las cuatro fases. En 2012 volvió a intentar ingresar al ministerio, pero fue reprobado en la primera etapa. En 2013 finalmente figuró como uno de los diez afrodescendientes aprobados y candidato a recibir un salario. Sin embargo, en la segunda etapa no logró alcanzar el puntaje requerido y solicitó una revisión de su prueba. Hasta este momento de la historia parecería un candidato afrodescendiente más en la búsqueda por un lugar en el Ministerio de Relaciones Exteriores. Sin embargo, lo que desencadenó la controversia fue que el carioca Mathias Abramovic, además de ser médico por la Universidad Estatal de Rio de Janeiro y vivir en la zona sur de Río, es fenotípicamente blanco y de ojos verdes.
Abramovic afirma que él legítimamente puede ser candidato a las cuotas raciales dado que en su árbol genealógico existen abuelos y bisabuelos negros. En una entrevista periodística, afirmó que él se autodeclara negro porque:
Desde muy pequeño, en mi familia […] siempre remarcaron su origen multiétnico, mi madre, específicamente, siempre hablaba que yo tenía algo de negro, indio […] Una bisabuela por parte de mi padre es negra. De parte de mi madre, tengo abuelos pardos […] yo soy de repente una concentración de minorías. Negro con ascendencia negra, indígena, nordestina y judía. (Lobo, 2013)
Para Mathias Abramovic el libro de Gilberto Freyre, Casa Grande & Senzala, era la mejor prueba de que no era posible definir quién era quién desde un ámbito racial, incluso se declaró, en la entrevista referida, perplejo con el prejuicio del que fue objeto. Y apuntó: “Juzgar a la persona basado en aquello que ves, si ella es más o menos digna de declararse afrodescendiente, si es más o menos digna de entrar al Itamaraty” (Lobo, 2013).
Abramovic elude el hecho de que los negros han sido objeto de prejuicio y de discriminación justamente por su fenotipo, el que ha sido estigmatizado con la esclavitud, la pobreza, pero, particularmente, porque en el imaginario de la élite blanca, desde la época colonial, dicho color se ha asociado a la violencia e inestabilidad. El problema, en todo caso, no es si eres digno o no de ser afrodescendiente, sino la marca que llevan consigo las características físicas que han hecho que, a pesar de las aptitudes y del talento que puede demostrar un negro en las labores encomendadas, sea preferido y mejor remunerado un blanco.16
El 9 de junio de 2014 fue sancionada la ley 12.990, la cual reserva un cupo de 20%, siempre y cuando se ofrezcan tres o más plazas a los negros en todos los concursos públicos para la promoción de cargos efectivos y empleos públicos en el ámbito de la administración pública federal, de las autarquías, de las fundaciones públicas, de las empresas públicas y de las sociedades de economía mixta controladas por la unión (Lei 12.990/2014). Respecto a esta ley, la presidenta Rousseff subrayó que estas acciones tenían el propósito de “cerrar el abismo secular de derechos y oportunidades engendrados por la esclavitud y perpetuados por el racismo todavía entre los negros y blancos [en Brasil]” (Rodrigues, 2014).
Esta ley, aunque importante, y siendo una que está relacionada con las cuotas, ha sufrido el mismo embate que las otras que se refieren al mismo asunto. Entre ellas se encuentra la crítica al uso del concepto de raza -al ser un concepto social y no biológico-, los posibles fraudes (que han sido los casos que más han causado controversia), el racismo a la inversa, y la idea que sería mejor cuotas con una carga de clase y no racial, entre otros.17
Dos elementos sobresalen de dicha ley. Por un lado, ésta cuenta con una vigencia de diez años, por lo que al término de dicho periodo existirá un balance sobre los alcances de la citada ley, con el consecuente debate sobre la posibilidad de una extensión, como ocurrió en el caso de las cuotas de la Universidad de Brasilia. Esto se fundamenta en el hecho de que las cuotas son medidas provisionales y no de carácter permanente, pues la idea es que las desigualdades se reviertan conforme los procesos de inclusión sean cumplidos. Es decir, entre más negros logren incorporarse en una mejor posición social y de clase, las próximas generaciones contarán con oportunidades más sólidas y, en consecuencia, ya no será necesario continuar con las cuotas.
Sin embargo, considero que la temporalidad también dependerá de que las condiciones de educación pública a nivel básico sean mejoradas, pues ese es uno de los problemas torales a los que se enfrentan los negros pobres en Brasil: asistir a escuelas en donde la baja calidad educativa y una pobre infraestructura son una constante. En la medida que esa variable no se modifique de fondo, tanto las posiciones de prestigio continuarán siendo ocupadas en mayor medida por la élite blanca como las desigualdades permanecerán constantes.
Por otro lado, el artículo 2º indica que todos aquellos que se autodeclaren negros o pardos conforme al ítem utilizado por la Fundación Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE), podrán concursar por dichas vacantes en el momento de la inscripción en los concursos públicos. Es relevante el párrafo único del mismo artículo, que se refiere a la posible falsedad de declaración sobre la autoadscripción. En caso de encontrarse en dicho supuesto, el responsable sería separado del concurso o, si fuera el caso, del cargo obtenido, previa presentación de pruebas y defensa del acusado (Rodrigues, 2014).
Como producto de esta ley y de la movilización de 203 mujeres que laboran en el ministerio, quienes expresaron la necesidad que el Itamaraty practicara una perspectiva de género, fue instituido, el 12 de septiembre de 2014, el Comité Gestor de Género y Raza,18 con carácter permanente y consultivo. El 5 de febrero de 2015 comenzó el primer Ciclo de Capacitación del Comité Gestor, que durante cinco días participaron en clases y talleres sobre relaciones raciales y de género, acoso moral y sexual, la situación de las personas LGBT, así como las particularidades del Itamaraty y la metodología de investigación (Guimarães y Canário, 2015, pp. 8-9).
Este comité ha cobrado singular notoriedad en los últimos dos concursos celebrados, durante las convocatorias emitidas el 24 de junio de 2015 y el 3 de junio de 2016. Lo anterior ha sido consecuencia de una acción interpuesta en la justicia por el Ministerio Público Federal (MPF) del Distrito Federal, en diciembre de 2015. En aquel momento, el MPF declaró que, por medio de fotografías existentes en los bancos de datos oficiales, así como de otras obtenidas a través de las redes sociales, cinco candidatos que fueron aprobados en la tercera y última etapa del concurso para ingresar al Itamaraty a través de las cuotas, en realidad no tenían ni piel oscura, ni trazos físicos que pudieran identificarlos con personas negras. El mismo ministerio aludió a la jurisprudencia del Supremo Tribunal Federal, que durante el intenso debate sobre las cuotas en la Universidad de Brasilia avaló como constitucional el análisis de trazos físicos como forma de distinguir a negros y no negros (Souza, 2015). Por lo tanto, para definir quién es negro, se validó el aspecto físico y no el genético. De esta manera, aunque teniendo un progenitor negro, si el concursante heredó las características de un familiar blanco, queda fuera de las cuotas reservadas para ese sector.
El mismo día que el MPF interpuso dicha acción, el Itamaraty publicó una nueva convocatoria, en la que se solicitó a los concursantes que se autodeclararon negros, confirmarla a través de una entrevista, así como firmar una carta expresando su opción frente a siete diplomáticos miembros del Comité Gestor de Género y Raza. El 11 de diciembre se dio a conocer el nombre de los candidatos que habían acudido ante dicho comité. De los 14 postulantes, a nueve se les confirmó su autodeclaración, por lo que pudieron seguir participando en las subsiguientes etapas; en tanto que a cuatro les fue rechazada y uno no se presentó (Edital 13, 11/12/15), por lo que fueron separados del concurso. Uno de los cinco involucrados en la orden girada por el MPF, Lucas Nogueira Siqueira, interpuso dos acciones en la justicia sustentadas en la opinión de siete dermatólogos que lo consideraron, bajo la escala de Fitzpatrick,19 como pardo. Lo anterior le permitió, bajo una orden jurídica, le fuera concedida una autorización para ingresar en el curso de formación de Rio Branco, aunque esto no le garantiza ingresar al ministerio, dado que el proceso judicial aún continúa en curso (Carvalho, 2016).
La segunda intervención del comité se presentó en la convocatoria de 2016, cuando de cien postulantes autodeclarados negros, 47 no fueron reconocidos como tales. En medio de las controversias, las que estribaron desde que el comité excluyó a los pardos hasta que siete de los rechazados, habían sido beneficiados con la beca-premio otorgada por el mismo ministerio a quienes, como requisito previo, los había considerado negro o pardo. Algunos, incluso, ya habían concursado anteriormente en más de una ocasión y fueron acreedores a la beca, además de reconocidos como negro o pardo.
Si bien el objetivo del comité es identificar a personas que se autodeclaran negros por la conveniencia del momento, a quienes han comenzado a llamar defraudadores, falsos negros, afroconvenientes o “zanahoriones”; este último se refiere a blancos que se encuentran dispuestos a realizarse un bronceado artificial para el concurso. Existen algunos concursantes que fueron descalificados por no ser reconocidos por el comité como negro o pardo, quienes han declarado que se sienten desgastados y con la identidad robada (Reverbel, 2016).
Al interior del ministerio existe la certeza que habrá recursos interpuestos en la justicia con el propósito de revertir la decisión del comité; sin embargo, estas experiencias, lo que muestran, es que el fenotipo se encuentra intrínsecamente relacionado con la percepción y subjetividad de quien juzga, siendo la cuestión de la autodeclaración y la heterodeclaración (un tercero es quien juzga) uno de los asuntos más polémicos durante la implementación de las cuotas.
Finalmente, es menester mencionar que fue en 2011 cuando, por primera vez, un negro, Benedicto Fonseca Filho, fue promovido como embajador de carrera. Ingresó en 1985 cuando todavía ni siquiera se vislumbraban los debates sobre las acciones afirmativas. Sin embargo, Benedicto se benefició de ser el hijo de un empleado (conserje) del Itamaraty, que en la época eran empleados directos del ministerio y enviados al extranjero como parte del cuerpo diplomático. De esta manera, gozó de lo que muy pocos negros o pardos pueden tener: viajar y estudiar tanto en escuelas francesas como estadounidenses (Rocha, 2011). Estas experiencias internacionales le permitieron realizar el concurso e ingresar en su primer intento, de lo que poquísimos concursantes pueden presumir. Esto reafirma que los negros y pardos pobres, de poseer mejores niveles de educación básica, sus posibilidades de ingreso -no sólo en el Itamaraty, sino en todos los ministerios y niveles de gobierno- serían mayores aun sin las cuotas.
Lo que tampoco se puede soslayar es que la elevación en los niveles educativos tendría que estar íntimamente relacionada con la lucha contra las desigualdades, mismas que redundarían en una mejor alimentación, salud y recursos financieros que les permitieran continuar con sus estudios reduciendo las posibilidades de abandono escolar.
Conclusiones
El negro en Brasil ha emprendido una intensa lucha en su incorporación en la sociedad. Durante décadas, su movilización ha conseguido abrirse espacios en donde la élite blanca busca excluirlos. De forma lenta y gradual, su acción ha logrado permear hasta en las más prejuiciosas y discriminatorias instituciones, como es el caso del Ministerio de Relaciones Exteriores. En lo que respecta al embajador Raymundo Souza Dantas, demuestra su antiguo rechazo a ese sector de la sociedad. Sin embargo, los movimientos negros, apoyados en las coyunturas internas e internacionales, lograron hacer patente dicha exclusión e introducir el tema de las acciones afirmativas que les han permitido colocar en el centro del debate la cuestión de su inclusión real en un contrato social que desde el mismo momento de su concepción los había apartado de toda posibilidad de incidir en las tomas de decisiones que dan sustento y forma al proyecto de nación del país suramericano.
A pesar de ello, las acciones afirmativas emprendidas por el gobierno brasileño, como las cuotas o la beca-premio, aunque si bien son positivas, también muestran cierta parcialidad de acción, pues el fondo de la discriminación y el racismo es la enorme desigualdad que impera en la sociedad. Como lo demuestra el caso del primer embajador negro, Benedicto Fonseca Filho: si existieran las condiciones de un mejor nivel educativo junto con todos los servicios básicos que requiere un ciudadano para desarrollarse con una calidad de vida adecuada (salud, vivienda, alimentación), las acciones afirmativas no serían el puntal de la lucha contra la discriminación. Lo importante, en particular en una sociedad como la brasileña, es continuar movilizándose en ambos sentidos: por un lado, en el combate a la desigualdad para que las acciones afirmativas sean sólo medidas de mediano y corto plazo, sin que sean proyectadas como la solución, pues observadas de este modo se convertirán en paliativos en vez de resolver los problemas de discriminación que padecen los negros. Por otro, mejorar los mecanismos para que las acciones afirmativas sean en verdad aprovechadas por los tradicionalmente discriminados y no que sean objeto de fraudes y malintencionadas formas de continuar perpetuando a una élite masculina y blanca en el poder.
Aún la meta de conseguir una sociedad con iguales oportunidades en Brasil se encuentra lejos, pero la combatividad de los movimientos negros ha logrado que sus demandas sean atendidas, a pesar de los obstáculos y las múltiples opiniones en contra de cambiar el statu quo de la tradicional élite gobernante.