El 28 de febrero de 2020 llegó el primer caso de covid-19 a México, pero no fue sino hasta el día 30 de marzo cuando se declaró a nivel nacional la «emergencia sanitaria por causa mayor». La incertidumbre era colectiva, no sabíamos lo que sucedía ni cuanto duraría y, por supuesto, teníamos miedo del contagio o, en el peor de los casos, de la muerte. Las imágenes que nos llegaban del exterior eran alarmantes, había miles de muertos en Europa y Asia y los expertos auguraban escasez de comida y medicamentos, además de una crisis económica mundial.
En ese contexto, Enriqueta Lerma Rodríguez (2021) tejió la investigación plasmada en Los reptilianos y otras creencias en tiempos de covid: una etnografía escrita en Chiapas, desarrollada mediante la autoetnografía que emergió del encierro, de la incertidumbre y de la esperanza de salir algún día de la cuarentena, de volver a ver a los seres queridos y de retomar las actividades presenciales. La autoetnografía se situó en Chiapas, un estado al sureste de la República mexicana donde afrontó el encierro junto con su familia y vecinos; además, potenció la investigación con el uso de la etnografía multisitio, añadiendo circunstancias experimentadas en redes sociales, mensajes instantáneos, consumo de medios de comunicación y algunas otras dinámicas culturales.
Enriqueta Lerma es profesora investigadora en el Centro de Investigaciones Multidisciplinarias sobre Chiapas y la Frontera Sur (cimsur) de la Universidad Nacional Autónoma de México (unam). Es doctora y maestra en Antropología y actualmente pertenece al Sistema Nacional de Investigadores nivel I. Sus temas de interés son las conceptualizaciones culturales sobre el territorio, el desarrollo comunitario y la autonomía, y la religión y ritualidad en espacios fronterizos.
El libro forma parte de una colección titulada «Cartas desde una pandemia» y está dividido en 14 capítulos que narran de manera cronológica el desarrollo de la pandemia en la ciudad de San Cristóbal de Las Casas desde marzo de 2020 hasta septiembre del mismo año. El trabajo autoetnográfico se detiene el día que recuperamos la esperanza de volver «a la normalidad», cuando Rusia anunció la creación de la vacuna.
A manera de introducción, la autora detalla los diferentes virus que la humanidad ha enfrentado, ya que han sido varias las epidemias que han marcado la historia de la humanidad, como el vih, el ébola y, por supuesto, el ah1n1. Estas epidemias nos han aleccionado y contribuyeron a que sanitizáramos la manera en la que vivimos, en la que construimos nuestras casas y hasta la forma en la que nos relacionamos con las demás personas. Es importante destacar que en la actualidad (ya que es un tema que sigue latente y hasta el momento en que esto se escribe continúan los contagios y las muertes por el virus) la etnografía es una actividad no considerada «esencial», por lo cual se imposibilitaba (en algunos caso aún se imposibilita) el trabajo de campo tal como la antropología lo acostumbra.
En primer lugar, la autora contextualiza la ciudad de San Cristóbal de Las Casas, donde vivió la pandemia. Dicha ciudad destaca por su multiculturalidad, puesto que está compuesta por migrantes por estilo de vida, académicos, turistas, ladinos e indígenas. Posteriormente, la autora expone el espacio de convivencia en el que se desarrolla la etnografía: un gran terreno en el barrio de Mexicanos, donde hay ocho espacios domésticos que son habitados por un total de 19 personas; una suerte de vecindad, según la autora. Los inquilinos encajan perfectamente en lo que Gustavo Sánchez (2018) denomina «migrantes por estilo de vida», que llegan a la ciudad en busca del imaginario de una vida bohemia, intelectual, cultural, apegada a la naturaleza y espiritual en sus múltiples facetas.
La obra de Enriqueta es el resultado de un esfuerzo por documentar una de tantas realidades experimentadas desde el espacio doméstico durante el encierro, el cual permeó en la convivencia vecinal; además, es capaz de informar sobre las dinámicas de la ciudad durante aquellos momentos. Considero que resultará un título fundamental años más adelante, cuando los estragos de la pandemia hayan disminuido.
Las temáticas resaltadas a lo largo de la descripción autoetnográfica son amplias y, a mi parecer, son el reflejo de problemas en la sociedad chiapaneca y mexicana en general. Entre ellas destaco: la marcada desigualdad económica, los problemas de salud pública en el país, la violencia de género, la tergiversación de la información por parte de los medios de comunicación y la existencia de otras ontologías, lo que representa un reto para la antropología.
En primer lugar, la noticia de un virus no fue recibida de igual manera por los habitantes de San Cristóbal de Las Casas (como en todo el mundo). Algunas personas negaban la existencia de un agente patógeno peligroso y decidieron continuar con sus actividades cotidianas; otras no tuvieron el privilegio de quedarse en casa por considerarse que desempeñaban empleos esenciales o por no tener el ingreso económico diario asegurado, razón por la cual se veían en la necesidad de salir a las calles sin extranjeros a «buscar el pan del día». Además, algunos indígenas pensaban que el covid era una enfermedad de caxlanes1 y, por lo tanto, ellos no se contagiarían ni morirían, por lo que seguían con sus actividades cotidianas y se rehusaban a utilizar cubrebocas en los espacios públicos.
La posición privilegiada en la que la autora admite vivir le permitió pasar la cuarentena desde la comodidad de su hogar, atravesado por un jardín rodeado por árboles que facilitó la convivencia ventilada para niños y adultos. En ese espacio-tiempo en casa fue capaz de reconectar con su cuerpo a través de la práctica del yoga, de lograr la añorada ubicuidad y de pasar del placer al hastío en un tiempo muy corto.
Hoy en día, dos años después del inicio de la pandemia, es posible reflexionar sobre las inquietudes en torno a la salud pública que relata Enriqueta en el libro. Por ejemplo, el miedo generalizado no era en vano, ya que en esos momentos no se contaba con un tratamiento comprobado, y mucho menos con una vacuna que permitiera prevenir el contagio. En ese sentido, la gente temía acudir a un hospital aún al presentar desaturación de oxígeno o dificultades al respirar, pues tal como lo comenta la autora, se comenzó a especular sobre la rapidez con la que morían las personas y los motivos detrás de la propagación voraz de la enfermedad, razón por la cual, en algunas ocasiones, se atacaron hospitales, clínicas e incluso al personal médico.
En ese sentido, es necesario recordar uno de los problemas de salud que, a pesar de los esfuerzos por disminuirlo, ha prevalecido en la sociedad mexicana. Me refiero a la obesidad y sus dos grandes agravantes: la diabetes y la hipertensión. Estas tres comorbilidades (aunadas al consumo de tabaco) facilitaban que la persona contagiada presentara síndrome respiratorio agudo grave, se complicara en cuestión de días, y muriera.
Según la información que Julio Santaella, presidente del Instituto Nacional de Geografía, Estadística e Informática (inegi), daría a conocer mediante su cuenta de Twitter un año después, tan solo en 2020 se presentaron 201 163 defunciones por covid-19, un 35.3 % más de la cifra reportada por la Secretaría de Salud para ese mismo año. Lo anterior coincide con las cifras que indican exceso de mortalidad en un 43 % en comparación con los años anteriores presentadas por inegi (2021). Además, se presentaron otra clase de problemas que, si bien no tenían como causa principal el covid-19, eran consecuencias secundarias, tales como los suicidios, los feminicidios, el desentendimiento de otras enfermedades crónicas como el cáncer y enfermedades vinculadas al estrés del encierro.
Llegados a este punto, podemos hablar de lo complicado que fue la muerte de hombres y mujeres sin la posibilidad de realizar los ritos de muerte y despedida que se acostumbran a lo largo del país y de los cuales, como bien comenta la autora, depende el descanso del difunto o su posible retorno. Además, se evidenció la emergente transformación de los dogmas religiosos.
En cuanto a la violencia de género, por ejemplo, en el texto se muestra el aumento de trabajo que de manera estructural le fue relegado a las mujeres, ya que además de atender sus empleos de manera remota (si es que tenían aquella posibilidad), se ocupaban en actividades de cuidado a familiares, atendían labores domésticas y, por si fuera poco, supervisaban y coordinaban la educación a distancia de los hijos. Sin mencionar el aumento de casos de violencia familiar y feminicidios durante el periodo de confinamiento, asunto que incluso fue mencionado en la conferencia del presidente Andrés Manuel López Obrador del día 28 de junio de 2021.2
Respecto a la tergiversación de la información en los medios de comunicación, el texto recuerda la ligereza con la que se tomó el asunto por algunos medios masivos, donde además de minimizar la realidad, motivaban a las personas a no dejarse dominar por el miedo, a salir de sus casas y a no detener sus actividades no esenciales, además de que en muchos casos las empresas se negaron a establecer el home office en las jornadas laborales incluso en actividades consideradas no esenciales.
En ese contexto, tal como resalta la autora a lo largo del libro, la comunicación mediante redes sociales facilitó el contacto con familiares y amigos, pero también permitió la dispersión de fake news y la romantización de la crisis que vivimos, donde un sinfín de personas se sentían obligadas a producir y compartían imágenes cocinando, estudiando un nuevo idioma, haciendo ejercicio y demás. Pese a que se intentaba evadir o disimular la realidad, siempre se regresaba a hablar del covid-19, de lo que se haría cuando «pasara todo esto» y de lo favorecedor que sería haber «aprovechado» ese tiempo.
Finalmente, el último punto que quiero destacar del libro es lo que la autora denomina la existencia de otras ontologías pues salieron a la luz diferentes formas de interpretar la realidad, en las que la ciencia estaba completamente descalificada y Enriqueta se sentía completamente ignorante al respecto. Para definir ontologías me remito a «Cuando los chichi’ales llegan: la conceptualización de muerte entre los yaquis», también de Enriqueta Lerma, donde a través de la interpretación que hace de un texto de Mónica Gómez (2009) define explícitamente el concepto de ontología como «una única realidad interpretada de diversos modos por diferentes sociedades» (Lerma, 2013:31).
Continuando con lo antes expuesto, durante uno de los momentos de convivencia con los vecinos la conversación se dirigió al tema de los causantes de la pandemia -algo que sucedía continuamente durante la cuarentena-, en la que Enriqueta se percató de que existían diferentes opiniones y posturas al respecto de las cuales ella no estaba enterada y tampoco comprendía; posturas que sobrepasaban la disputa geopolítica entre China y Estados Unidos y demás, y que desafiaban los conocimientos que había adquirido a lo largo de su vida.
Algunos de los vecinos presentes creían en la debilitación del sistema inmunológico por la radiación emitida de las antenas 5G, mientras que otros veían en la pandemia un plan reptiliano para derrocar a Donald Trump, el único presidente de Estados Unidos que no era parte de ellos y que establecía políticas que los afectaban directamente. Por lo tanto, todo era parte de un plan para retomar el poder sobre la humanidad; cuestión de la cual emerge el título del libro.
Aquellos diálogos llevaron a Enriqueta a pensar que «esa gente hablaba desde otra realidad, en otro código y desde otras ontologías» (Lerma, 2021:154) y que, además de eso, eran capaces de complementar y crear teorías secundarias para la realidad que compartían. Por supuesto, coincidían en que la vacuna los expondría a que se les colocara un chip que sería capaz de controlarlos. Otra de las ontologías a las que hace referencia la autora es al manejo de energías, que es un recurso capaz de mantener, sanar y recuperar el estado de salud. Por lo tanto, atender las indicaciones de la Secretaría de Salud o de la Organización Mundial de la Salud no era una opción.
En ese sentido, considero que el libro Los reptilianos y otras creencias en tiempos de covid: una etnografía escrita en Chiapas es una puerta a la experiencia del confinamiento por covid de una población muy específica: los migrantes por estilo de vida de la ciudad de San Cristóbal de Las Casas. De allí se evidencia que existieron muchas formas de vivir la pandemia, y la autora documentó lo que tenía a la mano: su hogar.
Es en ese punto donde se convoca a la comunidad antropológica a aportar desde sus saberes y, si es posible, documentar también la experiencia con migrantes, personas habitantes de calle o indígenas, por ejemplo. Es importante escuchar otras cosmovisiones y exponer otras realidades, lo cual puede arrojar información que ni siquiera sospechábamos.
La autoetnografía de Lerma terminó el 18 de septiembre de 2020, en la semana 15 de la cuarentena, justo cuando se anunció el lanzamiento de la vacuna rusa. Por su parte, las conferencias vespertinas dedicadas al informe diario sobre coronavirus presentadas por el Dr. Hugo López Gatel terminaron hasta el 11 de junio de 2021, cuando en sus palabras «La pandemia, la identificamos ya prácticamente la mitad de todo este año 2021, con una señal muy clara de reducción, estabilidad en todos los indicadores» (López-Gatell en Secretaría de Salud México, 2021). Sin embargo, nueve meses después y a la fecha en la que se escribe este texto, el covid (junto con sus múltiples cepas) es un virus que continúa propagándose y enfermando a la población a nivel mundial.
Ponderación de la obra respecto a la temática abordada
El libro demuestran que la pandemia ha sido un reto para las Ciencias Sociales, especialmente para la Antropología, puesto que su efecto pausó la posibilidad de interactuar cara a cara con otros seres humanos por el posible contagio. Por lo tanto, el covid-19 reconfiguró las relaciones, la vida cotidiana, las formas de crear identidad, las ritualidades y, ante todo, nos mostró la fragilidad de aquello que aparentaba ser esencial. Es decir, la pandemia atacó la reificación antropológica, y allí, desde mi punto de vista, se encuentran el aporte y las sugerencias de la autora.
En ese sentido, la autoetnografía resultó una herramienta fundamental para documentar, comprender e incluso sobrellevar la crisis antes expuesta, cuando no estaba permitido realizar investigación más allá del espacio doméstico, cuando supuestamente no había cabida para lo exótico, lo lejano o lo diferente. Pese a ello, la etnografía multisitio y los recursos tecnológicos con los que contaba la autora enriquecieron la cantidad y calidad de información obtenida aún durante una crisis de tal magnitud.
Sin duda alguna, Los reptilianos y otras creencias en tiempos de covid-19 es una herramienta que funcionará para -tal como lo sugiere Mercedes Blanco (2012) en el caso de la introducción de la televisión comercial en México- dar cuenta de un hecho histórico que no solo representó un fenómeno social, sino que incidió en la vida de los habitantes de la Tierra. Además, da cuenta de las dinámicas cotidianas de un grupo de personas que habitaban en un lote ubicado en el barrio de Mexicanos, y en la misma ciudad de San Cristóbal de Las Casas, que es internacionalmente conocida por su actividad turística y, tal como lo menciona Enriqueta, un lugar para cumplir fantasías.
Para concluir, la única crítica - si es que se le puede llamar de esa forma- que podría hacerle a la autora es la duración de la autoetnografía, ya que, desde mi perspectiva, un trabajo más extenso y colaborativo con otras investigadoras e investigadores podría ampliar el entendimiento de las formas en las que se vivió la pandemia en otros sectores de la población y en otros estados de la república donde no se gozó del famoso semáforo verde. Dichas preguntas, sin duda, requieren de varias autoetnografías para ser resueltas y no es posible que recaigan en Enriqueta Lerma.