Introducción
La obra de Alejandro Rodríguez Mayoral, La vida cotidiana entre los zapatistas, 1910-1920, es resultado de una tesis doctoral presentada en la Universidad de Texas (El Paso) e incide en una temática que, a pesar de haber crecido en interés por parte de la historiografía mexicana, no cuenta con la tradición observable en continentes como el europeo. Se trata de la cotidianidad, del vivir cotidiano de grupos humanos o segmentos de la población abordados, siempre que las fuentes documentales lo permitan, con una mirada que se auxilia de teorías e interpretaciones procedentes de otras disciplinas sociales como la psicología, la sociología y la antropología.
Como lo señaló Aurelio de los Reyes (2006:11) en la presentación de la obra Historia de la vida cotidiana en México. Siglo XX, no es precisamente una novedad abordar la vida cotidiana de los seres humanos en sociedad, tal como la literatura ha realizado con profundidad histórica. Sin embargo, la coincidencia durante el siglo XIX de la literatura con el positivismo y la exaltación de la ciencia seguramente facilitó narraciones más detalladas de la realidad como las extendidas en las corrientes conocidas como realismo y naturalismo.
Esa posibilidad descriptiva no ha sido ajena a las disciplinas sociales que, desde distintas vertientes, se han aproximado a trascender la historia evenemencial o de los acontecimientos, muy centrada en biografías, fechas o guerras y batallas, para abrir caminos de investigación más complejos, en especial cuando en 1929 Lucien Febvre y Marc Bloch fundaron la revista Annales, publicación que impulsó estudios más preocupados por las estructuras sociales y la larga duración histórica, aquella que quedó asentada con la publicación en 1949 de El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II de Fernand Braudel (1981). La revista y las investigaciones dieron nombre, incluso, a la denominada Escuela de los Annales, cuya extensión e influencia han sobrepasado el continente europeo.
Sin embargo, el estudio de los acontecimientos no ha dejado de tratarse o de explorar enfoques para conocer más allá de la vida política y de las elites, en especial con el surgimiento de corrientes que han sido denominadas como historia de las mentalidades y, con posterioridad, historia cultural. Estas visiones también han facilitado la apertura de la historia hacia temáticas y estudios interdisciplinarios, así como a fuentes documentales de distinta naturaleza, como lo pueden ser la pintura, la fotografía, los medios de comunicación o la misma relectura de documentos surgidos de las instituciones públicas y privadas. En ese camino no hay que olvidar a historiadoras e historiadores como Georges Duby (1976, 1997), Natalie Z. Davis (1993, 2013), Philippe Ariès (1987, 2000), Michel Vovelle (1985, 1989) Norman J.G. Pounds (1992) o Edward P. Thompson (2012), por solo citar a algunos referentes historiográficos de transcendencia mundial.
Alejandro Rodríguez es consciente de esos orígenes historiográficos a la hora de recopilar la información que constituye su libro y la perspectiva narrativa que utiliza. Aunque en los capítulos no se haga referencia a tales orígenes, para centrarse en la cotidianidad de los hombres y mujeres que componen o circundan al Ejército Libertador del Sur, su trascendencia se observa en el breve apéndice que los revisa a través de sus diversos enfoques teóricos, sobre los cuales en México ya se cuenta con trabajos destacados, y que aquí se resumen en la labor docente y de investigación de Pilar Gonzalbo (1987, 2009). En este panorama no se puede olvidar que la investigación sobre la vida cotidiana va más allá de la disciplina histórica, la cual puede seguirse en los pioneros ensayos de Georg Simmel (2009a, 2009b, 2014, 2015) o en las posteriores reflexiones de Agnes Heller (1982, 1985) o de Michel de Certeau (1999), por nombrar referentes académicos para adentrarse en la temática.
En esta tradición que aborda la cotidianidad de los seres humanos en épocas y momentos históricos, y que cada vez cuenta con más ejemplos en forma de investigaciones en México, se inserta el libro de Rodríguez Mayoral, obra que, gracias a su ingente información, reafirma la idea de que cuanto más se profundiza sobre la vida cotidiana mayores son los interrogantes abiertos y, por lo tanto, aumenta el incentivo para explorar documentación que amplíe el conocimiento histórico.
Análisis de contenido
Encarar la investigación de la vida cotidiana del ejército zapatista, y las transformaciones de la cotidianidad que afectó a dispares ámbitos de la vida social desde 1909 hasta 1920, fechas que comprenden el trabajo, es un reto histórico que otros autores y autoras ya habían efectuado con anterioridad a través del análisis de los cambios en la propiedad de la tierra, el ejercicio del poder, la economía de guerra, la vida de hombres y mujeres dentro del ejército zapatista, la realidad familiar, el hambre o la violencia (Rueda, 1985; Espejel, 2000; Ávila, 2006). Se trata de revisiones previas sobre la temática que pueden ampliarse con respecto al zapatismo (Ávila, 2018), por supuesto, pero que Alejandro Rodríguez incrementa gracias a que se sumerge en un extenso mundo de documentos conservados en archivos históricos ubicados en los estados y ciudades donde el ejército estudiado tuvo influencia (Morelos, Estado de México, Puebla, Hidalgo y Ciudad de México). Múltiples fuentes primarias y secundarias escritas, orales o visuales. Fuentes donde destacan las procedentes de la prensa de la época o las disponibles en el Archivo de la Palabra, este último un repositorio fundamental de entrevistas para la historia contemporánea de México y que, para el libro de Alejandro Rodríguez, resultan imprescindibles gracias a las conversaciones con actores de la época llevadas a cabo, por ejemplo, por Alicia Olivera y Laura Espejel.
La investigación del zapatismo, por supuesto, no se ha ceñido únicamente a la mencionada vida cotidiana. La figura de su líder, Emilio Zapata, ha sido una de las más tratadas dentro de los estudios de la Revolución mexicana (Womack, 2000), como también lo han sido otros aspectos de carácter político y agrario. Igualmente, los motivos para la rebelión zapatista han sido ampliamente tratados y son apuntados en la obra de Alejandro Rodríguez a través de una extensa bibliografía, aunque para iniciar la descripción se recurra al enaltecimiento de sus líderes y originales miembros como grupo de «pacíficos, amantes de la tierra y la naturaleza» (Rodríguez, 2021:39), aquellos que tomaron las armas ante el injusto sistema político y frente a los privilegios de los hacendados de la época. Ello no implica dudar de las causas y motivos para el surgimiento del ejército zapatista, sino que demuestra que en un periodo de guerra, como se indica en las páginas del libro, la condición humana se despliega en toda su complejidad y dudoso accionar bienintencionado.
Este conflicto bélico, y sus consecuencias, transformaron la cotidianidad de poblaciones principalmente sitas en el campo donde, además de empobrecidos agricultores, se encontraban los habitantes de las haciendas, estas últimas propiedad de familias involucradas en las estructuras de poder de los distintos estados que abarca el estudio. Ese mundo rural fue el ámbito del que se nutrió para sus filas y tuvo su espacio de acción el Ejército Libertador del Sur, una ruralidad mexicana que contrasta con la idílica situación de sectores privilegiados de la población que vivían en las ciudades durante el porfiriato. En tal sentido, quedó grabada en la memoria visual del país una imagen de la capital cuando tropas y líderes revolucionarios, con Emiliano Zapata al frente, entraron en sus calles y edificios. Esta imagen del líder revolucionario morelense fue ensalzada con posterioridad, pero también tuvo su contraparte contemporánea cuando desde las páginas del periódico capitalino, El Imparcial, fue denominado «el Atila moderno». Esta icónica representación del líder zapatista en la Ciudad de México se reproduce en el libro junto a otras muchas fotos que ilustran el contenido descriptivo del trabajo efectuado por Alejandro Rodríguez.
Un breve prólogo del docente de la Universidad de Texas y especialista en la temática, Samuel Brunk (2001 y 2008), abre el libro compuesto por siete capítulos, cada uno centrado en distintas temáticas de esa cotidianidad desapercibida en la mayoría de trabajos históricos. Así, el autor aporta una información que señala está pensada para un «público en general» (Rodríguez, 2021:345). Como resulta lógico, esa cotidianidad es imposible de generalizar puesto que, como afirma el mismo Rodríguez Mayoral, no existe una «‘típica’ para todas las regiones, pueblos y lugares» (2021:36) . Es decir, la coherencia no resulta el rasgo más común de los seres humanos, y menos en coyunturas dominadas por la conflictividad bélica. Por tal motivo, se presta atención a fuentes que trascienden a las clásicas oficiales y que refieren las actitudes de los protagonistas de la época, principalmente del bando zapatista; aquellos que formaban parte de las fuerzas militares asentadas en cuarteles, huidos a los montes en busca de refugio, o quienes fueron forzados a reconcentrarse en poblados ajenos a su realidad. Se trataba de milicianos y campesinos prozapatistas que también estuvieron rodeados de quienes quisieron o fueron obligados a mantenerse al margen de las actividades bélicas, estos últimos denominados «pacíficos» por el autor. En definitiva, esa cotidianidad estaba compuesta por muchos pobladores que, desde un bando u otro, vivieron el despliegue y las acciones del Ejército Libertador del Sur y de sus rivales militares defensores de la considerada legalidad.
La cotidianidad, dentro y fuera de los cuarteles estables y móviles, como las tropas, es descrita en las diversas actividades propias de la milicia, entre las que sobresale, por supuesto, la obtención de alimentos, ya sea a través de la siembra, cuando era posible, o a partir de las incursiones en localidades. Una organización que transcendía lo militar para incluir aspectos tan singulares como las cecas para acuñar monedas, la forma de conseguir armas o el posible diseño de uniformes para el ejército zapatista que, según la información documental consultada por Alejandro Rodríguez, nunca se estrenaron.
Este mundo social estaba marcado por una economía de guerra en la que sobresalía la carencia de alimentos, por no hablar del hambre constante, la falta de vestimenta y la extensión de enfermedades, realidad descrita por el autor con precisiones tan interesantes como las ofrecidas sobre los alimentos sustitutos, la especulación comercial o la forma de conseguir ropa. En esa lógica es normal la aparición de distintas formas de bandidaje dentro o fuera de las filas del ejército zapatista:
Los zapatistas, como rebeldes que peleaban por una causa justa, tomaron dinero y bienes de la gente adinerada para sostener su movimiento armado y resistir la guerra hasta lograr su propósito de lucha. A este despojo, los revolucionarios lo conocieron como avances, lo cual era muy diferente a llamar estos actos como robos. Los zapatistas «avanzaban», no robaban, pues lo hacían por necesidad (Rodríguez, 2021:128).
En esa dinámica al autor también le parece pertinente resaltar a los varones miembros del zapatismo como «hombres inconformes y valientes que se defendieron con lo que pudieron o encontraron» (Rodríguez, 2021:49), una exaltación de la masculinidad que el mismo autor destaca, como cuestionable, cuando remite al patriarcado de la época dictado por la moral cristiana muy vigente, también, entre las filas zapatistas. En tal sentido, las mujeres fueron las que más sufrieron la indefensión ante los ataques, los abusos y la violencia física y sexual en tiempos de guerra; mujeres robadas y ultrajadas, como se titula un apartado de capítulo (2021:190), que usaron distintas formas de ocultación para evitar tales circunstancias. De la misma manera, las mujeres no tuvieron una actuación pasiva puesto que participaron en el ejército por iniciativa propia o como forma de encontrar amparo dentro de las tropas del zapatismo, y han pasado a la historia bajo el nombre de adelitas y soldaderas. Estas últimas, desde la visión crítica con el zapatismo del momento -Heriberto Frías-, eran quienes ejercían de «enfermera, cocinera y prostituta» (2021:168), mientras la sexualidad y los amores estaban poco controlados a pesar de las restricciones de la época, lo que ejemplificó perfectamente Emiliano Zapata con sus diversos matrimonios sin romper con los anteriores.
Las mujeres, también, junto a muchos niños ejercieron de mensajeras, espías o contrabandistas y distribuidoras de armas, como años más tarde sucedió durante la Guerra Cristera (1926-1929). Mujeres y hombres nada ajenos, por otra parte, a las enfermedades de transmisión sexual, que ejemplificaron el crecimiento de afecciones de distinto tipo en la época y que, a falta de hospitales y profesionistas de medicina, se «curaron con lo que pudieron» (Rodríguez, 2021:329). En ese panorama resulta extraña, aunque no lo sea tanto si se observa el escaso interés de la historiografía de la época, la ausencia en el libro de referencias a la influenza española (1918-1919) que afectó a todo el planeta. Estas y otras muchas situaciones vividas y narradas en el libro remiten a un momento en el que la vulnerabilidad de buena parte de la población fue la realidad predominante.
La represión gubernamental y las brutales acciones de ambos bandos resultan un denominador común en las páginas del libro; una violencia acrecentada gracias al binomio alcohol-violencia. De hecho, tal binomio se desplegó en situaciones que no dejaron de producirse a pesar de vivirse un ambiente de guerra, como lo demuestran las diversiones públicas y privadas, entretenimientos que no se dejaron de realizar en forma de misas, ferias y fiestas patronales, peleas de gallos, corridas de toros y carreras de caballos, por mencionar algunas. Incluso, el juego de azar fue reglamentado en el territorio controlado por el Ejército Libertador del Sur.
La compleja realidad narrada por Alejandro Rodríguez no se circunscribe, ni mucho menos, a los aspectos aquí simplemente apuntados para indicar la riqueza de la información contenida en la obra, puesto que en sus páginas aparecen datos y detalles que, sin duda, enriquecen la historia de un momento saturado de investigaciones e interpretaciones, así como de adhesiones vinculadas con la exaltación del líder del Ejército Libertador del Sur, Emiliano Zapata, héroe de época con trascendencia temporal que, junto a sus tropas, se enfrentó a Francisco Madero primero, a Victoriano Huerta después y, finalmente, a Venustiano Carranza. Durante el mandato de este último presidente sus tropas le tendieron a Emiliano Zapata la trampa definitiva que acabaría con su vida, golpe doblemente mortal, también, para la radical reivindicación campesina, aunque el grupo militar zapatista comandado por el general Genovevo de la O se unió a Álvaro Obregón para desconocer a Venustiano Carranza y apoyar el Plan de Agua Prieta.
Consideraciones finales
El repaso de temas aquí enunciado no agota los muchos tratados por Alejandro Rodríguez en su libro, y solo hay que mencionar las referencias a las claves secretas para la comunicación entre los miembros del Ejército Libertador del Sur, al susto, al miedo o al papel de los rumores, chismes y envidias. Es decir, los capítulos que componen la obra aportan datos novedosos y de indudable valor histórico, al mismo tiempo que abren posibilidades para futuras investigaciones, oportunidad que surge a través de la exploración de nuevas fuentes primarias, a la vez que se realizan relecturas de las ya utilizadas.
En la obra, igualmente, se encontrará una interpretación histórica accesible para todos los públicos, como el mismo autor afirma como pretensión desde el principio de su trabajo, es decir, está dirigida a lectores interesados en ampliar su conocimiento sin ser, necesariamente, especialistas o académicos, hecho que no debe ser un menoscabo para el libro, sino todo lo contrario, puesto que demuestra una capacidad comunicativa tantas veces reclamada y no siempre cumplida para la divulgación científica. Este posicionamiento narrativo resulta extraño para las investigaciones ceñidas, casi siempre, a los reclamos de los profesionales de la disciplina histórica.
Las fortalezas de la obra son suficientes para recomendar su lectura, por supuesto, pero se incluyen recursos que parece deben mencionarse como una obligación hoy en día, ese es el caso del concepto «negociación», un recurso reiterado en los estudios poscoloniales que, sin lugar a dudas, se convierte en una tautología desde el análisis de la vida cotidiana, aquella que no es comprensible, o no se construye, sin el recurso constante a la negociación entre seres humanos.