Introducción
La seguridad alimentaria es un reto al que se enfrentan los gobiernos a nivel mundial, sobre todo países en desarrollo como México, relacionada con suficiencia, acceso, disponibilidad y tiempo (Román y Hernández, 2010; Rosado, 2012). Para Van der Wal et al. (2011) consiste en la satisfacción física, económica y social de alimentos a la que la humanidad tiene derecho de gozar plenamente, tanto en calidad como en cantidad.
De acuerdo con la FAO (2015), cerca de 842 millones de personas padecen hambre crónica, dado que no pueden costear una alimentación adecuada. A pesar de que en el mundo ya no se padece de escasez de alimentos, 70 % de las personas que sufren inseguridad alimentaria viven en zonas rurales de países en desarrollo. Los obstáculos a superar incluyen bajo ingreso familiar y políticas públicas ineficientes que han permitido avances para abatir la pobreza, vulnerabilidad social, precariedad, inseguridad y exclusión, pero que no han dado solución a esta situación (Ramos et al., 2009).
Se trata de un proceso manejado por las familias a lo largo de una secuencia de eventos naturales, físicos, financieros y sociales, en el que los hogares afectados recurren a estrategias que les permiten enfrentar esa situación (Román y Hernández, 2010). El desafío consiste en propiciar sistemas de producción que respalden un mayor acceso a las familias de escasos recursos, orientados a satisfacer futuras necesidades de alimentos y a resistir eventos climáticos.
La agricultura familiar campesina se acerca más al paradigma de la producción sustentable de alimentos (Nicholls y Altieri, 2012; FAO 2015). Tiene como uso prioritario la fuerza de trabajo familiar, acceso limitado a recursos de tierra, escasa inversión de capital, y uso de múltiples estrategias de supervivencia y de generación de ingresos (Toledo et al., 2008; AFAC, 2011). La mayoría de los campesinos del mundo mantienen pequeños sistemas agrícolas diversificados, modelos prometedores para incrementar biodiversidad, conservar recursos naturales, logrando estabilizar los rendimientos sin necesidad de agroquímicos, y así prestar servicios ecológicos y aprender lecciones de resiliencia frente al continuo cambio ambiental y económico (Altieri y Nicholls, 2013).
La contribución de la agricultura campesina a la seguridad alimentaria, frente a escenarios de cambio climático, crisis económica y energética, consiste en que los pequeños agricultores pueden duplicar la producción de alimentos en regiones críticas, mediante el uso de métodos agroecológicos (Rosado, 2012; Altieri y Nicholls, 2013). La producción de alimentos en el futuro se debe lograr con el uso de tecnologías respetuosas con el ambiente y con fines socialmente equitativos (Nicholls y Altieri, 2012).
En este estudio la hipótesis establece que “los huertos familiares son percibidos por sus dueños como agroecosistemas que proveen productos, contribuyen a la seguridad alimentaria y conservan la diversidad vegetal. Además, son sistemas que brindan bienes y servicios ambientales“. El objetivo es estimar la importancia de los huertos familiares como estrategia de vida en Malinalco, Tenancingo y Villa Guerrero, Estado de México.
Fundamentos teóricos
Estrategias de vida de las familias rurales
Cuando los campesinos toman decisiones en aspectos de producción, comercialización, ahorro, inversión y consumo, es decir, en el ámbito de la economía lo hacen a partir de parámetros, reglas o supuestos propios, que no siempre se identifican con la lógica capitalista de mercado. La racionalidad campesina está dirigida a la supervivencia y al autoconsumo, no hacia la acumulación (Landini, 2011; Juan, 2013).
La expresión estrategias de vida se ha mantenido por casi cinco décadas en el plano de la investigación empírica, impulsada a partir del estudio de Duque y Pastrana (1973), quienes mostraron que a partir de este concepto es posible analizar las relaciones entre los aspectos sociopolíticos, económicos y sociodemográficos implicados en estudios en un contexto determinado. Desde entonces se han utilizado diversos términos como estrategias de supervivencia, existencia, reproducción o estrategias familiares de vida que aluden a las actividades que desarrollan las familias con el fin de asegurar su reproducción biológica y material.
Ramos et al. (2009) afirman que las estrategias de vida se desarrollan para vivir día a día en un entorno sociocultural y ambiental. Involucran la combinación de actividades y decisiones que los pueblos emprenden para lograr sus objetivos en materia de medios de vida, definidos como disponibilidad, acceso a recursos naturales, físicos, humanos, financieros y sociales. Las estrategias se basan fundamentalmente en procesos ecológicos, biodiversidad, así como ciclos productivos adaptados a las condiciones locales. Combinan ciencia, tradición e innovación para favorecer al ambiente, promover relaciones justas y una buena calidad de vida. Empoderan a las comunidades para tomar control de sus necesidades para la producción de alimentos.
Agricultura familiar campesina: un aporte a la seguridad alimentaria
De acuerdo con la FAO (2015), la agricultura familiar campesina involucra factores relacionados con la propiedad, gestión de los recursos, el empleo de mano de obra familiar, generalmente en unidades de producción reducidas. Las pequeñas fincas son más productivas que las grandes, si se considera su productividad más que rendimientos por producto. Se obtienen granos, frutas, vegetales, forraje y productos de origen animal; aportan rendimientos adicionales al compararlos con aquellos producidos en sistemas de monocultivo a gran escala (Nicholls y Altieri, 2012; FAO, 2015). Esta estrategia de diversificar, sembrar múltiples especies y variedades de cultivos estabiliza los rendimientos en el largo plazo y promueve una dieta diversa (Nicholls y Altieri, 2012).
La riqueza de cultivos y la integración de animales en los sistemas agrícolas, principios clave de la agroecología, aumentan la productividad debido a la complementariedad entre las especies, regulación natural de plagas; aprovechan mejor la luz solar, el agua y los recursos del suelo (Nicholls y Altieri, 2012; Altieri y Nicholls, 2013). Las prácticas campesinas desarrolladas por pequeños propietarios, agricultores familiares e indígenas son intensivas en conocimiento y no intensivas en insumos (Altieri y Nicholls, 2013). Ellos mantienen la agrobiodiversidad como un seguro para enfrentar el cambio ambiental y satisfacer las necesidades sociales o económicas futuras (Nicholls y Altieri, 2012).
La amplia diversidad de productos obtenidos brinda estabilidad a la familia en el acceso físico a los alimentos; constituye una fuente importante de proteínas, carbohidratos y vitaminas, junto con grasas esenciales en la dieta. Los excedentes que son comercializados e intercambiados favorecen accesibilidad económica a los alimentos que ellos no producen (Juan, 2013). Estas unidades productivas son importantes para la seguridad alimentaria (AFAC, 2011; Rosado, 2012).
El huerto familiar como sistema diversificado para la producción de alimentos y resiliente ante eventos climáticos extremos
Altieri y Nicholls (2013) mencionan que después de eventos climáticos extremos la agricultura campesina posee mayor resiliencia, íntimamente relacionada con el nivel de biodiversidad. Los agroecosistemas complejos, en cultivos tales como los agroforestales, silvopastoriles o policultivos son ejemplos de cómo los sistemas diversificados proporcionan servicios ambientales y tienen la capacidad para resistir los efectos adversos del clima (Nicholls y Altieri, 2012; Cámara, 2012). El manejo realizado por muchos agricultores de escasos recursos se adapta a las condiciones locales y puede conducir a la conservación o regeneración de los recursos naturales (Altieri y Nicholls, 2013).
Para Gliessman et al. (2007) los agroecosistemas se basan en prácticas tradicionales, apoyados de los conocimientos que poseen los campesinos sobre su entorno. En ellos interactúan en conjunto aspectos ambientales, sociales, económicos, culturales, tecnológicos y políticos, con flujos constantes de energía y materiales, como ocurre en el ciclo de nutrientes que dan balance al sistema (Gliessman et al., 2007; Mariaca, 2012). Entre estos sistemas agrícolas está el Agroecosistema con Huerto Familiar (AEHF).
El AEHF está integrado por componentes que incluyen: huerto, vivienda, patio, hortaliza, corral de cría de animales, zona de compostaje, cerco y pileta (Van der Wal et al., 2011; Colín et al., 2012; Mariaca, 2012; Chablé et al., 2015). El huerto está situado cerca del lugar de residencia (Rivas y Rodríguez, 2013); constituye una práctica desarrollada por comunidades campesinas, donde cultivan una amplia diversidad de especies. La cercanía a la casa asegura su protección contra la fauna predadora silvestre, y al mismo tiempo aligera el trabajo de la colecta de los alimentos (FAO, 2005). Forma parte de la agricultura familiar campesina para la producción de alimentos (AFAC, 2011; Rosado, 2012). Se considera un agroecosistema sustentable desarrollado por las familias durante generaciones, donde ocurren procesos ecológicos, agronómicos, culturales y sociales (Rivas, 2014). El AEHF contribuye a nivel local a la seguridad alimentaria, ya que incrementa los ingresos familiares (GTZ, 2008; Rosado, 2012); es una estrategia para la subsistencia de los hogares (FAO, 2005).
Representa una estrategia de vida para comunidades de países en desarrollo. Constituye una riqueza para investigadores que buscan agroecosistemas adaptados a condiciones ambientales y socioeconómicas de pequeños agricultores (Altieri y Nicholls, 2013). El desarrollo de una agricultura resiliente requiere de tecnologías, así como prácticas que se basen en conocimientos agroecológicos. Esto permite habilitar a los pequeños agricultores para contrarrestar la degradación del ambiente y el cambio climático, de manera que puedan mantener sus medios de vida agrícola de forma sustentable (Nicholls y Altieri, 2012; Cámara, 2012; Altieri y Nicholls, 2013).
Materiales y métodos
Etapas metodológicas y procedimientos
El soporte metodológico se retomó de la Planeación Geográfica Integral (Gutiérrez, 2013) para delimitar las etapas metodológicas. La investigación aborda las fases de caracterización y análisis de los beneficios de los AEHF; integró los métodos cuantitativo para el estudio socioeconómico de las localidades, la organización y distribución de los componentes del agroecosistema; y cualitativo, al describir las características del área de estudio y analizar la percepción que tienen los poseedores sobre los huertos.
La población de estudio fueron familias que cuentan con huerto familiar, el período de recolección de datos fue de enero a marzo de 2015. El método de muestreo fue “bola de nieve”. Al principio fue al azar, posteriormente a lss primeros entrevistados se les solicitó identificar a otros dueños de huertos familiares; esta técnica permite formar una red de informantes para la aplicación de los instrumentos de investigación previamente diseñados. Por medio de observación directa en campo y recorridos sistemáticos se eligieron 12 localidades, cuatro por cada municipio. Los criterios aplicados para la selección del área de estudio fueron: 1. Para las localidades, fue la presencia de mayor número de huertos familiares; 2. Para los huertos, fue que posean alta diversidad florística y que tuvieron buen estado de conservación; y 3. Para las familias, su disponibilidad para proporcionar información y aportar sus puntos de vista. En cada comunidad también se consultó con autoridades locales la pertinencia realizar el estudio.
En cada localidad se analizaron 15 huertos mediante entrevistas semiestructuradas con preguntas cerradas y un cuestionario para la información acerca del aprovechamiento de las especies. El tamaño de la muestra fue de 180 jefes de familia de 20 a 85 años de edad; las entrevistas se llevaron a cabo en su domicilio. Se hizo el pilotaje de los instrumentos para hacer correcciones en el contenido y así hacerlo más comprensible a las personas. La aplicación de las herramientas llevó aproximadamente 30 minutos; en el análisis de los datos se utilizaron los programas Microsoft Excel 2010 e IBM SPSS STATISTIC 22.0.
Las etapas de este trabajo fueron cuatro: a) Delimitación y caracterización del área de estudio, que hace referencia a las condiciones ambientales, sociales y económicas de los municipios; b) Análisis de las características de los agroecosistemas; que aborda los componentes del sistema, superficie, organización y distribución de los huertos; c) Análisis de las características de las familias que considera edad, ocupación y educación; d) Análisis de los beneficios, donde se estudia la percepción de los poseedores sobre los aspectos ambientales, sociales y económicos; y d) Análisis del aprovechamiento, que identifica los productos que aportan los AEHF a las familias.
La delimitación permitió iniciar la caracterización del área al elegir los municipios ubicados en la zona de transición ecológica (zona de ecotono) del Sur del Estado de México, perteneciente al Altiplano Central Mexicano; resguarda la mayor riqueza natural y cultural del estado. A partir de la localización se analizaron sus características físicas y bióticas de la zona. Para determinar las condiciones socioeconómicas de las localidades se procesaron datos del XII Censo de Población y Vivienda (INEGI, 2010a), con el fin de calcular la población total, estructura de la población por género, nivel de escolaridad, Población Económicamente Activa (PEA), Población Económicamente Inactiva (PEI), población con acceso a atención médica y características de las viviendas.
Las características relacionadas con la organización y distribución de los agroecosistemas se determinaron a partir de la observación directa en campo, complementada con los comentarios adicionales de las personas entrevistadas. Respecto de las prácticas de manejo para el mantenimiento del huerto se realizó con base en el análisis estadístico de los datos de la entrevista.
Las herramientas permitieron conocer la utilización de los AEHF como estrategia de vida para las familias; también obtener la percepción acerca de los beneficios que ofrecen los huertos. Para su análisis, se dividieron en tres grupos: 1) Ético-estéticos referentes a la recreación familiar, convivencia, organización para el manejo del huerto, relaciones sociales y relación hombre-naturaleza; 2) Científico-educativos, entre los que se considera el conocimiento tradicional, la educación ambiental en los agroecosistemas y la transmisión de los saberes, entre otros; 3) Factores de sustentabilidad y seguridad alimentaria, que incluye el aporte de esta práctica tradicional a la alimentación.
El aprovechamiento y destino que las familias dan a los productos de cada especie del agroecosistema fueron determinados a través del cuestionario. El análisis de estos aspectos permitió conceptualizar al AEHF como una estrategia de vida; para ello fueron consideradas las estructuras vegetales de los estratos arbóreo, arbustivo y herbáceo utilizadas, así como los productos de origen animal.
Características geográficas y socioeconómicas del área de estudio
El área de estudio se ubica en la zona de ecotono, propiciada por la confluencia entre los imperios biogeográficos Neártico y Neotropical; ésta comprende 24 municipios del Estado de México (Figura 1).
Derivada de gradientes latitudinal y altitudinal, representa una región de importancia geográfica, ecológica y socioeconómica porque permite la coexistencia de especies vegetales y animales representativas de ambos imperios. Juan (2013) considera que estas características contribuyen a la presencia de los huertos familiares con sus impactos ambientales, sociales y agroecológicos. La asociación de especies que las familias propician, aunado al conocimiento tradicional que ponen en práctica en los AEHF, favorece la diversidad de plantas y animales (White et al., 2013).
Los municipios de Malinalco, Tenancingo y Villa Guerrero se localizan entre los paralelos 18° 48’ 58” y 19° 57’ 07” de latitud norte y entre los meridianos 99° 38’ 37” y 98° 35’ 45” de longitud oeste. Su superficie territorial aproximada conjunta es de 614.19 km2 (INEGI, 2010b). La ubicación latitudinal y altitudinal es importante ya que contribuyen a la presencia de diferentes climas, suelos y vegetación, condiciones que favorecen al AEHF.
El clima predominante en la zona en que se ubican las localidades estudiadas es (A) Ca (w1) (w) (i’) semicálido, subhúmedo con lluvias en verano, con temperatura media anual de 18.5 °C, una máxima de 35.5 °C y mínima de 16.5 °C, con precipitación pluvial promedio al año de 1305 mm (García, 2004). Los tipos de rocas predominantes son ígneas y sedimentarias. Los suelos más frecuentes son Andosol, Vertisol, Luvisol y Feozem háplico. La vegetación representativa del área son bosque mixto de pino-encino, bosque de pino y selva baja caducifolia (López et al., 2012). El clima y el suelo coadyuvan a que los pobladores desarrollan diversas actividades agrícolas; como resultado, en los AEHF han logrado adaptación y experimentación sociocultural de una vasta agrobiodiversidad de herbáceas, arbustos, árboles y animales.
La población total es de 45 812 habitantes; 52% mujeres y 48 % hombres. La población se divide en 11 269 menores de edad, 30 387 adultos y 4156 personas que tienen más de 60 años. En lo que respecta a escolaridad, 31 % asiste a la escuela, 26 % no asiste, 20 % cuenta con educación básica, 18 % posee educación pos-básica, y 5 % es analfabeta (INEGI, 2010a). Las características de la población son representativas de zonas rurales; el nivel escolar se relaciona con comunidades campesinas que cuentan principalmente con educación básica.
La PEA es de 18 792 personas y la PEI de 14 868 personas. Aproximadamente 38 % de la población no tiene acceso a atención médica y 62 % cuenta con este derecho. Existen un total de 12 990 viviendas; de estas, 84 % están ocupadas y hay 4 personas en promedio por vivienda. En cuanto a dotación de servicios públicos básicos, 70 % cuenta con electricidad, agua potable y drenaje. Respecto al tipo de material de construcción de las viviendas, 78 % son de materiales duraderos, pero sin acabados (INEGI, 2010a). Estas condicionantes socioeconómicas limitan a los habitantes para acceder a mejores oportunidades de trabajo y educación, y los ponen en riesgo de vulnerabilidad social.
Resultados y discusIón
Características de los agroecosistemas con huertos familiares
En el Cuadro 1 se observan los componentes del AEHF; los más frecuentes son la vivienda, el patio o corredor y la pileta. Colín et al. (2012) y Chablé et al. (2015) reportan estos componentes, pero mencionan que las características del predio determinan su configuración espacial, así como su distribución y organización.
En cuanto a su superficie promedio, casi 40 % de los huertos es menor a 560 m2, en la que están incluidos los diversos componentes. En contraste, Guerrero (2007) reporta 800 m2; Santana et al. (2015) y Juan (2013), 400 m2. Por su parte, Mariaca (2012) y Cahuich et al. (2014) consideran que poseen 0.5 ha en promedio; por lo tanto, su área es muy variada. Santana et al. (2015) atribuyen su extensión a la tenencia de la tierra; White et al. (2013) la relacionan con la disponibilidad de agua. Asociados a estos, en este estudio se identifican como factores que también determinan su área: la edad del responsable del huerto y la estabilidad de la salud de la familia.
Respecto a la ubicación del huerto en relación con la casa, 52 % de ellos se localizan al frente de la vivienda; en contraste, Juan (2013) reporta que 32.5% de los huertos se ubican detrás de la vivienda. En 81 % de los casos, la distancia que existe entre estos componentes es de dos a siete metros. La ubicación y la distancia se pueden explicar debido a que de esta manera es más fácil vigilar y llevar a cabo las actividades de mantenimiento; también se facilita el trabajo de colectar los alimentos. Estos aspectos contribuyen a la auto-organización del agroecosistema (FAO, 2005; Juan, 2013).
Sobre el estado en que se encuentran los huertos se observó que 70 % de ellos están cuidados. Se considera que aproximadamente 15 % del total de los AEHF se está perdiendo; las causas detectadas incluyen: desinterés de los jóvenes, subdivisión del terreno, escasa transmisión del conocimiento y crecimiento de la familia, factores que Mariaca (2012) y Chablé et al. (2015) consideran para huertos del sur de México. Por su parte, White et al. (2013) los han reportado para huertos del centro del país.
Características de las familias
A partir de los resultados de las entrevistas se determinó el género de las personas consultadas; 77 % son mujeres, lo que puede deberse a la hora de su aplicación, ya que los hombres salen al trabajo y las mujeres permanecen en la vivienda. De las personas entrevistadas, 62 % tiene de 31 a 60 años y 18 % es mayor de 60. En 85 % de los casos el número de ocupantes por vivienda es de dos a siete personas.
En lo que respecta a la escolaridad, 32 % cuenta con primaria incompleta; 23 %, con primaria, y 23 % con secundaria. La ocupación principal es ama de casa, seguida por la actividad campesina (Cuadro 2). En cuanto al ingreso familiar, 6 % accedió a responder y mencionó que ganan de 1800 a 2900 pesos mensuales en promedio, lo cual es similar a lo reportado por Guerrero (2007) y Juan (2013).
Al relacionar los datos de la población entrevistada con los datos a nivel municipal y de localidad se confirma que se trata de un contexto rural; la información revela que son familias extendidas y que las viviendas están habitadas por abuelos, padres, hijos y ocasionalmente tíos; 78 % de los integrantes de la familia cuentan con nivel escolar básico y trabajan en actividades económicas poco remuneradas.
Las mujeres son los integrantes de la familia principales responsables del huerto; una razón que lo explica es que permanecen más tiempo en la vivienda, por lo que destinan parte de su tiempo al mantenimiento del AEHF. Esta situación ya ha sido reportada por Colín et al. (2012), quienes afirman que son las mujeres quienes cuidan del huerto familiar. Para Cahuich et al. (2014), ellas son las encargadas del agroecosistema porque conocen el uso potencial que se puede dar a la agrobiodiversidad; por su parte, Guerrero (2007) lo relaciona con las actividades domésticas que tienen asignadas como amas de casa. Respecto al tiempo destinado al cuidado del huerto, 79 % dedica entre dos y ocho horas a la semana, período en el que realizan labores de mantenimiento.
Beneficios ambientales y sociales derivados de los huertos familiares
Respecto a los beneficios ambientales percibidos, la mayoría opina que el huerto les proporciona un clima agradable debido a que al permanecer bajo la sombra de los árboles pueden refugiarse del calor y logran mantener una temperatura más homogénea durante el día y una humedad que favorece el confort de su vivienda. Además, reciben el beneficio ético-estético que les ofrece a la vista la presencia de aves u otros animales silvestres que llegan a comer los frutos o a dormir durante las tardes; esto es apreciado como parte del esparcimiento y enseñanza a sus hijos para el cuidado de la naturaleza.
Los beneficios sociales identificados, ligados al aspecto ético-estético, incluyen la interacción familiar y la relación con otras personas. Más de dos terceras partes de los entrevistados respondieron que estos agroecosistemas propician la convivencia con vecinos y entre la familia; esto corrobora la importancia de los huertos familiares para la cohesión social y el reforzamiento de los lazos familiares. Las formas que el AEHF permite relacionar se vinculan al intercambio de conocimientos y productos que emplean para complementar la dieta con alimentos que no producen en su huerto; Juan y Madrigal (2005) y Juan (2013) también consideran estos beneficios.
Los entrevistados perciben los beneficios socioculturales y servicios ambientales de los AEHF; los más frecuentes son el aporte de sombra, como el refugio de animales y el mantenimiento de la humedad (Cuadro 3).
Se identificaron diversos usos, y los más relacionados con la sustentabilidad y la seguridad alimentaria son la obtención de alimentos del cerco vivo, junto con otras funciones relacionadas con técnicas agroecológicas tradicionales que han preservado, como la asociación de especies, el abonado orgánico y la instalación de árboles como barreras, así como variados servicios ambientales que favorecen su productividad y calidad de vida, tales como: regulación microclimática, enriquecimiento del suelo y conservación de la biodiversidad. Estos beneficios contribuyen a la estabilidad y adaptabilidad del AEHF como sistemas resilientes y sustentables en estas localidades.
Van der Wal et al. (2011), Mariaca (2012) y White et al. (2013) destacan la importancia del huerto familiar como sistema multifuncional que realiza procesos como ecosistema, convirtiéndose en refugio para muchas especies vegetales silvestres que han desaparecido de su hábitat natural, así como en espacios importantes para conservar biodiversidad; por lo tanto, podemos decir que se convierten en microhábitat y reservorios de material genético. Se encuentran en permanente proceso de desarrollo y son un componente importante de las estrategias que contribuyen a nivel local a la seguridad alimentaria. Juan y Madrigal (2005), Guerrero (2007), Colín et al. (2012), y Juan (2013).
Beneficios económicos relacionados con el AEHF
La importancia económica que representa el AEHF para las familias (Cuadro 4) radica principalmente en el aprovechamiento de los productos para cubrir sus necesidades de alimento; Van der Wal et al. (2011) y Chablé et al. (2015) reportan esta cualidad. La riqueza de especies que posee el agroecosistema les proporciona cantidad y variedad de alimentos para su dieta. Los huertos también son utilizados con otros fines, categorizados como científico-educativos; estos incluyen actividades lúdicas y recreación familiar, ya que en ellos al mismo tiempo se comparte el conocimiento tradicional. Guzmán et al. (2012), Juan (2013) y Rivas (2014) también asocian estos fines al huerto.
En relación con los productos que las familias consumen del AEHF, ellos perciben que les aporta alimentos (177 ocasiones), plantas medicinales (69), así como condimentos (69), lo que coincide con lo reportado por Rosado (2012) y Magaña (2012). Esto evidencia que obtienen variedad de productos alimenticios, medicinales y condimentos, lo que contribuye a su seguridad alimentaria y reduce la vulnerabilidad social de las familias.
La proporción de dueños a los que el huerto contribuye con su ingreso familiar es de 70 %. El agroecosistema les retribuye económicamente al obtener excedentes de productos que son vendidos o intercambiados; de esta forma, el AEHF provee rentabilidad para las familias. El dinero que resulta de la venta de productos del huerto y animales es utilizado para comprar alimentos, lo que sugiere que constituyen una estrategia para aumentar la dieta; otros usos para el ingreso son la educación y vestimenta (Cuadro 5).
En el Cuadro 6 se observan los gastos que el huerto genera a los poseedores; en su mayoría, el mantenimiento no les genera costos adicionales. Toledo et al. (2008) afirman que los sistemas campesinos requieren mínima inversión económica. Se constató que al ser agricultura familiar campesina se desarrolla en pequeña escala, el principal insumo es la mano de obra y no se requiere que las familias inviertan capital para su manejo.
Al no comprar alimentos que obtiene del AEHF, la familia ahorra y genera ingresos por medio de la venta e intercambio de productos del huerto y de animales; de esta manera el aporte del agroecosistema se refleja en el ingreso familiar. Guerrero (2007) reporta que el mantenimiento del huerto no genera grandes gastos a los poseedores; Juan y Madrigal (2005) afirman que la cría de animales es un ingreso cuando el empleo es escaso.
Aprovechamiento y destino de los productos del estrato arbóreo y arbustivo
Las especies registradas por estratos del agroecosistema son: 134 árboles y arbustos, 54 herbáceas u hortalizas y 13 animales. La amplia agrobiodiversidad en el área de estudio es propiciada por pertenecer a la zona de ecotono, con especiales condiciones de clima y suelo, y es utilizada con diversos fines: alimenticio, condimento, medicinal o ritual. Las estructuras vegetales y productos de las especies arbóreas, arbustivas, herbáceas, hortalizas y animales complementan la dieta familiar, lo que coincide con los trabajos de Van der Wal et al. (2011), Colín et al. (2012), Juan (2013), White et al. (2013), Cahuich et al. (2014); Rivas (2014); Santana et al. (2015) y Chablé et al. (2015).
La composición florística fue superior, comparada con huertos en el centro de México, reportada por Juan y Madrigal (2005), Colín et al. (2012), White et al. (2013) y Santana et al. (2015), con 91, 48, 165 y 93 especies, respectivamente, pero inferior a la registrada por Chablé et al. (2015) con 330 especies vegetales y 17 especies de fauna, en el sur del país, donde tradicionalmente cuentan con mayor riqueza (Toledo et al., 2008).
En el aprovechamiento de las diferentes estructuras vegetales de las especies arbóreas y arbustivas destaca la función multipropósito que tienen para las familias campesinas. Los frutos más aprovechados son: limón (Citrus limon L.) (121 ocasiones), durazno (Prunus persica (L.) Batsch.) (115), aguacate (Persea americana var. drymifolia) (107), níspero (Eriobotrya japonica (Thunb.) Lindl) (86) y guayaba (Psidium guajava L.) (85). Entre las hojas: de nopal (Opuntia streptacantha Lem) (76), limón (57), muitle (Justicia spicigera Schldl) (30) y guayaba (25). Los tallos aprovechados son: de bambú (Bambusa vulgaris) (12), carrizo (Arundo donax L.) (9) y caña (Saccharum officinarum) (3). Las flores más utilizadas son: floripondio (Brugmansia suaveolens (Willd.) Bercht. & J. Presl) (40), bugambilia (Bougainvillea glabra Choisy) (32) y colorín (Erythrina americana Mill.) (25). También aprovechan la savia de agave (Agave tequilana Weber) (10) y maguey (agave americana L.) (6).
Entre las estructuras vegetales que aprovechan de este estrato (Cuadro 7), los más utilizados son los frutos, lo que coincide con lo encontrado con Colín et al. (2012) y Mariaca (2012). Las hojas desempeñan una función digestiva y medicinal al emplearse para preparar infusiones; la fruta y el té comúnmente son ofrecidos a las visitas de la familia. El agroecosistema es de importancia para la seguridad alimentaria, debido a que el consumo también incluye tallos, flores y savia. White et al. (2013) reportan usos para diez diferentes estructuras vegetales, entre los que incluyen raíz, corteza y semillas.
La frecuencia de ocasiones en que son utilizadas las estructuras vegetales evidencia que el huerto cumple el propósito de satisfacer necesidades de alimento, al mismo tiempo que la familia ahorra dinero al disminuir el gasto por compra de alimentos; este es otro beneficio que el AEHF les genera. Del total de estas especies, no todas son aprovechadas de forma directa, es decir fruta, hoja, tallo, flor o savia; algunas cumplen funciones como aporte de alimento para animales, cerco del terreno u ornamental.
Del destino que las personas dan a estos productos (Cuadro 8) sobresale el autoconsumo, lo que indica que la alimentación de las familias es reforzada con productos que cultivan en el AEHF; el intercambio y la venta son importantes para el ingreso familiar.
Al hacer el análisis de las especies se encontró que el autoabasto es la principal forma de aprovechamiento para: aguacate (192 ocasiones), limón (121), níspero (88) y durazno (80). El intercambio o trueque lo es para: níspero (29 ocasiones), aguacate (28), guayaba (22), limón, mango (Mangifera indica L.) y plátano (Musa acuminata Colla) (21). Las especies que se venden son: aguacate (20 ocasiones), mamey (Mammea americana) (11) y anona (Annona reticulata L.) (10). Los frutos usados para intercambio y venta tienen un valor alto en el mercado, lo que explica que les asignen este destino. Los resultados corroboran que el AEHF contribuye a la sustentabilidad y la resiliencia familiar.
Aprovechamiento y destino de los productos del estrato herbáceo y la hortaliza
La diversidad de herbáceas y hortalizas es utilizada para uso como condimento, medicinal, alimenticio o con algún fin ritual. Los frutos aprovechados con más frecuencia son: chile manzano (Capsicum pubescens Ruiz & Pav.) (50 ocasiones), chile (Capsicum annum L.) (20) y maíz (Zea mays L.) (11); les son muy útiles las hojas de hierbabuena (Mentha piperita L.) (63 ocasiones), epazote (Chenopodium ambrosioides L.) (60), ruda (Ruta graveolens L.) (45) y santa maría (Tanacetum parthenium L.) (43).
Las estructuras vegetales de este estrato son empleadas para complementar la dieta familiar (Cuadro 9). Destacan hojas y frutos, aprovechados para la elaboración de sopas, ensaladas, preparación de tés para alguna afección y como condimentos para la comida.
El destino de estos productos es autoconsumo para especies como: epazote (90 ocasiones), chile manzano (55), hierbabuena (52) y ruda (33). Su reproducción se practica en pequeña escala; el componente de la hortaliza no requiere una superficie considerable dentro del agroecosistema, puesto que solo producen lo necesario para su aprovechamiento. El consumo de herbáceas y hortalizas también complementa la dieta, contribuye a la seguridad alimentaria y minimiza la vulnerabilidad social de las familias.
Aprovechamiento y destino de los productos de origen animal
En un huerto coexisten varias especies animales con requerimientos limitados de espacio (Cuadro 10), principalmente pollos, gallinas y en menor proporción patos, cabras, codornices y becerros. Los animales son alimentados con restos de la cocina y del huerto.
aEn un mismo huerto suelen estar presentes varias especies de animales.
Fuente: elaboración propia, con base en trabajo de campo, 2015.
Los animales, al igual que las plantas, cumplen la función de proporcionar alimentos a las familias. La carne es el producto más consumido (Cuadro 11). Las gallinas son los animales que aportan mayor variedad de productos para el autoabasto familiar (74 ocasiones), cerdos (15) y borregos (8). Estas especies también son destinadas a la venta.
Lo productos se destinan para autoconsumo y venta, lo que también ha sido observado por Santana et al. (2015), por lo que son importantes para el ingreso familiar. La alimentación y el mantenimiento de pequeñas especies no generan gastos importantes para la familia. Los resultados corroboran su importancia para reducir la vulnerabilidad social.
Toledo et al. (2008) y Cahuich et al. (2014) resaltan la importancia del AEHF comparada con otros agroecosistemas de subsistencia, como la milpa. Guerrero (2007) menciona que el huerto y la milpa son fuente importante para la economía familiar en áreas rurales; para Colín et al. (2012) estos satisfacen necesidades básicas de alimentación.
Conclusiones
Los agroecosistemas en estos municipios contienen una alta diversidad de especies arbóreas, arbustivas, herbáceas, hortalizas y animales; ofrecen servicios ambientales, como regulación microclimática e infiltración de agua, protección del suelo de los efectos de la intemperie, previenen su erosión, reciclaje de nutrientes y son refugio de aves. A través de su manejo, los AEHF han creado sistemas adaptados a condiciones locales del suelo, clima y ambiente; esta complejidad favorece la resiliencia social y ambiental.
Los resultados obtenidos mostraron la importancia que representan los huertos familiares a las familias; de estos obtienen alimentos para autoconsumo, tanto de origen vegetal como animal. El intercambio de los productos que no cultivan en su huerto contribuye a complementar su dieta. La venta de productos les permite generar ingresos adicionales. La crianza de animales es percibida como ahorro, con el cual sufragan gastos en momentos de escaso empleo, eventos familiares o situaciones no previstas como reparaciones en la casa, así como enfermedades y accidentes. Algunos problemas que se detectaron fueron el limitado espacio destinado para los diferentes componentes del AEHF, escasez de agua para riego, desinterés de los jóvenes por esta tradición agroecológica y falta de transmisión del conocimiento de adultos a jóvenes.
Los AEHF en Malinalco, Tenancingo y Villa Guerrero, Estado de México cumplen funciones importantes; desde el punto de vista ambiental, son reservorio de agrobiodiversidad; el aprovechamiento de los recursos asegura su disponibilidad, son ecológicamente estables, los bienes y servicios que generan proveen confort a las familias. Socialmente propician la integración familiar ya que el hecho de que toda la familia participe en las labores de mantenimiento refuerza los nexos familiares; favorecen la cohesión social por medio del intercambio de productos con otros vecinos, al compartir conocimientos fortalecen la relación armoniosa entre los habitantes y las localidades. Económicamente, al cultivar sus alimentos, la familia economiza al no comprarlos. La venta es un apoyo al que pueden recurrir y el bajo costo de mantenimiento del AEHF lo hace viable.
Los huertos familiares constituyen una estrategia de vida para las familias campesinas de las 12 localidades. Es una práctica tradicional de conservación in situ, aporta a la alimentación familiar y fortalece la resiliencia socioambiental y la sustentabilidad.