La narración de la vida de Esteban Montejo, publicada por Miguel Barnet en Cuba en 1966, abrió posibilidades para que el testimonio retomara su camino en América Latina. En la primavera de ese mismo año, Roque Dalton bebía una cerveza junto a Miguel Mármol en una taberna de Praga, su plática derivó en una serie de reuniones que se extendieron durante tres semanas en las que el viejo comunista habló de sus experiencias con el joven poeta. En 1972, la Editorial Educa imprimió el resultado de esos encuentros bajo el título: Miguel Mármol. Los sucesos de 1932 en El Salvador,1 justo cuando el Género testimonial se posicionaba en el certamen literario de Casa de las Américas junto a la creciente movilización insurgente a lo largo del continente. Desde ese momento, obras de este carácter proliferaron como parte de los proyectos políticos de las organizaciones revolucionarias. En Centroamérica, se posicionó y surgieron diversas obras que se convirtieron en paradigma como los trabajos de Mario Payeras y Rigoberta Menchú/ Elizabeth Burgos.
Al terminar el conflicto armado en este país, continuó la escritura de testimonios que relatan el pasado inmediato, tanto por sus propios actores como con la intervención de compiladores, desde entonces, se ha teorizado, analizado y cuestionado su función, impacto y vigencia. En 2007, en el Ixcánguatemalteco, a 11 años de la firma de los Acuerdos de Paz, el joven antropólogo Rodrigo Véliz Estrada tuvo su primer encuentro con Emeterio Toj Medrano —de origen campesino y viejo militante revolucionario—, desde ese momento iniciaron juntos una senda que concluiría en la obra que se presenta: “Cuando el indio tomó las armas”. La vida de Emeterio Toj Medrano. Velíz Estrada se dio a la tarea de pulir lo que su interlocutor escribió anteriormente, recopilar nuevos episodios de su vida, ordenarlos, contextualizar los relatos y ubicar el texto en la tradición testimonial, lo que favorece su inclusión al debate en futuras investigaciones sobre el tema. El título del libro, como un desafío de las propias organizaciones político-militares guatemaltecas de los años setenta y una provocación a los lectores en el siglo XXI, devela el continuum del racismo imperante en este país y las aportaciones de los grupos étnicos a la lucha revolucionaria.
El prólogo, realizado por el antropólogo y sacerdote de la Compañía de Jesús, Ricardo Falla Sánchez, quien también es amigo y excompañero de militancia de Toj Medrano, expresa la situación del detenido-desaparecido y el proceso de “conversión” a través de la tortura que vive. Hace hincapié en la diferencia entre la experiencia de su compañero de hábito Luis Eduardo Pellecer Faena y la relatada en el libro. Uno de sus objetivos es plantear el problema de la veracidad del testimonio como se ha abordado en el estudio del género.2 Con ello, destaca la importancia que tiene el diálogo con otros textos. Además, considera la finalidad política en su escritura y toma como punto de partida una primera versión de 1984, la cual delimita una postura y, quizá, un replanteamiento del Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP) frente a las situaciones de aprehensión y fuga de sus miembros. La postura actual —señala— está encaminada a dignificar la lucha revolucionaria, recordar y dirigir una nueva lucha contra la impunidad. El título del libro también llama la atención a Falla Sánchez, quien puntualiza que el concepto de indio, despojado de cualquier connotación arrogante, enaltece la presencia y el orgullo del pueblo kiché, en tanto que, el autor, lo extiende al pueblo guatemalteco que buscaba la transformación de la realidad.
Los tres capítulos que componen el libro son parte de su vida y de las organizaciones políticas en las que participó Emeterio Toj Medrano. El primero de ellos, denominado “El levantamiento”, inicia con su origen. Oriundo de Santa Cruz del Quiché, refiere sus lazos familiares y su inserción a la cotidianidad urbana de una ciudad que trata de modernizarse. Su juventud se enlaza con el movimiento católico donde el anticomunismo fue la regla en una sociedad que configuró las ideas comunistas como el mal y el enemigo a combatir, en una Guatemala que se insertó en la contienda ideológica marcada por la Guerra Fría. En lo doméstico, la emergencia y desarrollo del partido Democracia Cristiana acompañan la experiencia de Toj Medrano, las disputas con otros agentes, como el Movimiento de Liberación Nacional y el partido oficial, el Partido Revolucionario. Los años sesenta marcan el inicio del conflicto armado interno, así como la consolidación del poder político de la institución castrense. La inusitada memoria del entrevistado permite hacer una revisión de colectividades y sujetos que experimentan un incremento en la participación política.
De la misma manera, como miembro de las agrupaciones católicas, sus actividades, desenvolvimiento y personalidad lo convirtieron en locutor de radio desde donde transmitió en su lengua natal, el k´ichee´. Este fue un espacio ganado por las comunidades campesinas e indígenas, frente a los hábitos discriminatorios de la población ladina. Además, esta práctica lo impulsó a acercarse a las campañas de catequización y alfabetización en las que inició el aprendizaje de métodos didácticos de enseñanza. Su militancia en uno de los partidos de oposición, como Democracia Cristiana, fue un proceso de maduración política e ideológica que, frente a la presencia de organizaciones revolucionarias y los fraudes electorales de las Fuerzas Armadas para conservar el poder, mantuvo su trabajo y activismo dentro de la lógica de movilización desde los espacios legales y democráticos.
Los daños materiales y humanos que ocasionó el terremoto del 4 de febrero de 1976 significaron otro proceso de movilización de la población guatemalteca. Por un lado, la corrupción y robo de la ayuda humanitaria enviada al país aumentó el descontento social, por otro lado, se pusieron en evidencia las condiciones del campo y la extrema pobreza en la que vivía gran parte de los ciudadanos. La ayuda a los damnificados y los intentos de reconstrucción ante el desastre articularon los esfuerzos de distintos actores involucrados. Este acercamiento y la crítica al Estado permitieron la construcción de nuevos espacios y formas de lucha. Para Emeterio, derivó en la conformación de una de las organizaciones campesinas más importantes a finales de 1970 y principios de 1980: el Comité de Unidad Campesina (CUC). El relato de la vida de Toj Medrano, está articulado con el trabajo de Acción Católica y la formación del CUC, con el cual abarcaron la totalidad del país; su experiencia es un relato histórico de la agrupación.
La organización y las novedosas formas de lucha incrementaron a la par de la represión. Las organizaciones político-militares aumentaron su militancia, así como su presencia en los espacios de enfrentamiento político. Entre estas, la que estructuró una eficiente línea de lucha de masas fue el EGP que se relacionó con el CUC. El originario de Santa Cruz del Quiché, se adhirió a la propuesta revolucionaria y adquirió diversas responsabilidades, con un trabajo semiclandestino, en el que su vida y libertad se pusieron en riesgo ante la persecución por parte de las estructuras contrainsurgentes.
La segunda parte del libro rompe con el binomio Véliz-Toj Medrano, es decir, no continúa con el cuidadoso proceso de transcripción e interpretación de las entrevistas realizadas. En este sentido, la segunda parte se conforma de un texto escrito en 1983 por Emeterio que inicia en el momento en que fue privado de su libertad en la ciudad de Quetzaltenango por parte del aparato de inteligencia del Ejército guatemalteco, el 4 de julio de 1981. En él da cuenta de los 146 días que estuvo privado de su libertad en calidad de detenido-desaparecido y, posteriormente, su uso como instrumento de las estrategias contrainsurgentes. Señala las constantes torturas a las que fue sometido con el propósito de extraer información vital para establecer conexiones con las estructuras del CUC y del EGP, así como su paso por diferentes cuarteles militares donde identifica a sus verdugos. La narración —en ocasiones exageradamente dramática y detallada—, va más allá de plantear el sufrimiento de los apresados, ya que es una reconstrucción de las prácticas de contrainteligencia con las que se trató de mermar a las organizaciones subversivas, el nivel de involucramiento del Ejército y su línea de mando. La narración termina con su fuga de la cárcel clandestina y su internación en la montaña como combatiente para proteger su vida.
El escrito es en sí un proceso catártico y fue mejorado con adendas e inclusión de información y datos que, conforme se conoció esta experiencia, se exploró en los pormenores. No es la primera vez que narra su vivencia. En 1982 dio su testimonio a Amnistía Internacional como un medio de denuncia. Su secuestro está incluido en el Informe de la Comisión para el Esclarecimiento Histórico como el caso ilustrativo número 98: “Privación arbitraria de libertad y tortura de Emeterio Toj Medrano”.3 Asimismo, su experiencia forma parte de trabajos que se orientan a la recuperación de la memoria histórica, búsqueda de justicia y resarcimiento a las víctimas de crímenes cometidos por el Estado guatemalteco durante el periodo del conflicto armado4 y, recientemente, en estudios con enfoque académico como el realizado por Betsy Konefal.5
Como mencioné anteriormente, los militares y escuadrones de la muerte instrumentalizaron su encierro —en el que su cuerpo se convirtió en su posesión—, es así como utilizaron la seguridad y protección de su familia para obtener información a través de la contribución de Emeterio. Igualmente, el aislamiento percibido como rehabilitación de los detenidos jugó un papel fundamental como arma contra el enemigo, es decir, contra las agrupaciones revolucionarias. El caso del jesuita Luis Eduardo Pellecer Faena —antiguo militante del EGP y convertido en colaborador—, se presenta como el ejemplo del proceso que Toj Medrano debió seguir y el cual fue obligado a realizar. Su cooperación generó la confianza necesaria en sus captores para planificar su fuga, la cual se llevó a cabo el 26 de noviembre de 1981, casi cinco meses después de ser arrebatada su libertad.
El tercer y último capítulo se circunscribe a la militancia revolucionaria como combatiente en el Frente Augusto César Sandino del EGP. Es el reencuentro con su familia y viejos amigos. Esta resurrección expone su experiencia y la cotidianidad de la vida en la montaña, los desencuentros y coincidencias de las redes sociales que estableció con anterioridad y la crítica a la propia organización alejada de la construcción de una memoria apologeta. Asimismo, plantea la problemática que se vivió con el desplazamiento forzado de las comunidades simpatizantes a la agrupación insurgente a través de las Comunidades de Población en Resistencia, frente a la pérdida de su familia, particularmente la muerte de su hijo Selvín, también combatiente.
La firma de los Acuerdos de Paz, en diciembre de 1996, terminó con la experiencia revolucionaria de Emeterio Toj Medrano e inició la reinserción a un sistema político sin las armas, en el que la pugna por obtener puestos públicos mientras se pretende consolidar el partido de la izquierda excombatiente es un lugar en el que el testigo no está dispuesto a pelear. En este contexto, se retiró a una de las comunidades que ayudó a formar y a la que colaboró para que sobreviviera. Es así como desde el Ixcán guatemalteco, donde logró rehacer su hogar, prosiguió con los estudios, organización y resistencia por otros medios.
Véliz Estrada señala el debate sobre qué personajes merecen una biografía o un testimonio, lejos de definirlo como parte del repertorio de obras escritas durante el siglo XX. El caso presentado merece ser leído, analizado y cuestionado, ya que la narración de acontecimientos trasciende el yo-subjetivo de quien ofrece su experiencia y presenta, como memoria, los paralelismos con los procesos históricos que se vivieron; muestra la participación de los grupos étnicos en la transformación de la realidad guatemalteca, con sus deseos, luchas, anhelos e intereses; mientras que la articulación disciplinada y metodológica de las entrevistas y del texto de Emeterio lo colocan en un lugar privilegiado en la escritura de nuevos testimonios a 25 años del final del conflicto. El indio, como se puntualiza en el libro, despoja al personaje principal de la marginalidad y la subordinación con el que se percibe a este sector y logra configurarse como una voz colectiva y representativa de las agrupaciones políticas a las que perteneció.
Roque Dalton señaló cuatro objetivos concretos a la hora de publicar el testimonio de Miguel Mármol. Si bien, su reflexión se inclina a la historia salvadoreña, se ajusta cabalmente al testimonio de Toj Medrano, ya que contribuye a dilucidar una serie de hechos políticos desconocidos dentro del proceso de lucha revolucionaria en Guatemala; enfrenta las versiones reaccionarias, técnicas, etcétera; ayuda a la búsqueda de antecedentes políticos en la historia nacional; y ratifica el carácter nacional de la lucha en su país.6 A 50 años de que saliera a la luz por primera vez, aún es pertinente que los sobrevivientes y los actores principales ofrezcan su experiencia en los conflictos armados, movimientos sociales y militancias insurgentes. Sin duda, el binomio Véliz Estrada-Toj Medrano lo hace de una manera elocuente y cuidada, por lo que merece ser leído, estudiado y considerado en el quehacer histórico de aquellos interesados en la Guerra Fría en Latinoamérica.