Introducción
La estructura de clases es un tema clásico en sociología. Desde mediados del siglo pasado, la investigación en estratificación y movilidad social fue adoptando características definidas, como el uso de la ocupación como principal proxy de clase, el abordaje cuantitativo mediante tablas de movilidad y modelos explicativos multivariados. Paralelamente, desde el último cuarto del siglo XX, se desarrolló el análisis de redes sociales (Social Network Analysis) y se tornó relevante el concepto de capital social. El análisis de redes y las investigaciones sobre capital social son campos distintos, pero confluyen y se articulan satisfactoriamente. El análisis de redes interpretado desde el punto de vista del capital social suele ser reconocido como un enfoque que enriquecería el análisis de clase y movilidad social. Sin embargo, la integración de estas tradiciones incorporando redes/capital social al análisis de clase tiende a permanecer más como promesa que como realidad consumada.
Un punto de partida para entender qué aportarían las redes al análisis de clase puede advertirse en la necesidad de precisar los mecanismos que intervienen entre un origen y un destino de clase. La sociología de la movilidad social ha estudiado ampliamente los patrones de movilidad y las variables que mejor explican la ocurrencia o no de movilidad. Pero a menudo se detiene en relaciones entre variables que dejan fuera una parte importante de los procesos. Para explicar por qué se produce o no se produce un ascenso o descenso social, es necesario ―pero no suficiente― examinar las asociaciones con variables tales como el nivel educativo, el ingreso, el sexo-género, la edad o la condición migratoria. Para la identificación de mecanismos concretos operantes en trayectorias de enclasamiento y desclasamiento no alcanza con la identificación de variables independientes actuando en conjunto. Las relaciones interpersonales pueden ser una clave para comprender de qué maneras las probabilidades estadísticas se tornan realidades concretas en las vidas de los agentes.
Los vínculos sociales tienden a darse por sentados en las teorías de estratificación y movilidad. Permanecen tácitos, aunque sean centrales como mecanismos articuladores de los procesos de movilidad. Observar este “cemento” de relaciones sociales que une distintos factores permite entender cómo interactúan los niveles micro y mesosocial con los procesos macrosociales de estratificación. Asimismo, el capital social puede pensarse como una dimensión de la clase social que, al articularse con la propiedad y las credenciales educativas, pone en marcha trayectorias de clase diversas.
En lo que sigue, se revisan algunas definiciones de capital social, se reconstruyen algunos planteos respecto del tema desde el análisis de clase y se reflexiona sobre las posibilidades y desafíos para una articulación.
Las definiciones de capital social
Si se asume que las redes de relaciones sociales contienen valor, dicho valor puede interpretarse como una forma de capital. Pierre Bourdieu, James Coleman y Robert Putnam son referencias clásicas en la conceptualización del capital social. El punto de partida en común es que las relaciones sociales pueden proveer de recursos y oportunidades a los actores para el logro de sus fines. Sin embargo, las distintas perspectivas teóricas se traducen en diferencias en las definiciones y en las potencialidades que se le atribuyen al capital social. Mientras que Coleman y Putnam conciben la construcción de capital social como algo que puede mejorar la vida colectiva, la concepción de Bourdieu pone el acento en el conflicto, puesto que la desigual distribución de este tipo de capital tiende a reforzar asimetrías de poder y de la estructura de clases sociales. A continuación, se partirá de las definiciones de Bourdieu, que se desarrollarán en mayor medida, para incorporar o confrontar luego con otros autores como Coleman, Putnam, Lin, Granovetter y Burt.
Bourdieu argumenta que las clases sociales son construcciones analíticas, pero bien fundamentadas en la realidad.1 Lo que existe no son “clases sociales” tal como se las concibe en el modo de pensar sustancialista, sino un espacio social multidimensional, con diversos factores de diferenciación, poderes sociales o formas de capital: el económico, el cultural:
[…] y en tercer lugar dos formas de capital que están fuertemente relacionadas, el capital social, que consiste en recursos basados en conexiones y pertenencia grupal, y el capital simbólico, que es la forma que adoptan los diferentes tipos de capital una vez que son percibidos y reconocidos como legítimos.2
El capital social, regido por el conocimiento y reconocimiento mutuos, alude a relaciones sociales en las que se genera también capital simbólico.
Estas formas de capital no tienen el mismo peso en la estructuración del espacio social ni cumplen el mismo papel. El orden de relevancia puede variar históricamente y según los contextos que se analicen. En los países centrales la primacía la tiene el capital económico, le sigue en importancia el capital cultural y, por último, el capital social.
El espacio social se constituye de tal forma que los agentes o los grupos se distribuyen en él en función de su posición en las distribuciones estadísticas según los dos principios de diferenciación que, en las sociedades más avanzadas, como Estados Unidos, Japón o Francia, son sin duda los más eficientes, el capital económico y el capital cultural.3
En países como los del Bloque del Este durante la Guerra Fría, posiblemente el capital político ocupó el lugar principal que el capital económico detenta en los países capitalistas. En cualquier caso, los principios de diferenciación imperantes deben ser investigados empíricamente en cada contexto, para evitar extrapolaciones inadecuadas.
Bourdieu sostiene que el capital social:
[…] está constituido por la totalidad de los recursos potenciales o actuales asociados a la posesión de una red duradera de relaciones más o menos institucionalizadas de conocimiento y reconocimiento mutuos […], recursos basados en la pertenencia a un grupo.4
[…] es un capital de obligaciones y «relaciones» sociales, [que] resulta […] convertible, bajo ciertas condiciones, en capital económico, y puede ser institucionalizado en forma de títulos nobiliarios.5
Estas relaciones que constituyen al capital social:
[…] tan sólo pueden movilizarse en un plazo breve, en el momento preciso, pero siempre y cuando hayan sido establecidas hace mucho, y se hayan conservado vivas como si fueran un fin en sí mismas. Por eso, la posibilidad de servirse de ese capital exige un coste previo al tiempo de su utilización, a saber, una inversión de sociabilidad planteada necesariamente a largo plazo.6
Los efectos del capital social no son reductibles al agregado de propiedades individuales de los agentes. Por ejemplo, dos personas con similar capital económico y nivel educativo podrían lograr rendimientos diferentes a partir del capital social que posean o que logren construir.
[…] Esos efectos, en los que la sociología espontánea reconoce de buena gana las «relaciones», resultan especialmente visibles en todos los casos en que diferentes individuos obtienen un rendimiento muy desigual de un capital (económico o cultural) casi equivalente, según el grado en el cual pueden movilizar por procuración el capital de un grupo […].7
El capital social adviene mediante relaciones de intercambio material y simbólico. Estas relaciones pueden estar institucionalizadas y garantizadas socialmente, por ejemplo, mediante la adopción de un nombre común del grupo o mediante actos de institucionalización, ritos necesarios para producir y reproducir relaciones útiles y duraderas. La suma de capital de distintas especies poseída por un grupo sirve a sus miembros haciéndolos merecedores de crédito. Así, el capital social expande las posibilidades de réditos individuales mediante la cooperación.
Los beneficios materiales y simbólicos que proporciona la pertenencia constituyen el fundamento de la solidaridad grupal. La red de relaciones es producto de estrategias de inversión, conscientes o inconscientes, dirigidas a entablar los vínculos percibidos como potencialmente más provechosos. El trabajo de relacionarse implica un gasto de tiempo, de energía y de capital económico. Cuanto mayor sea el capital social poseído, el trabajo para acumular y conservar capital social tiene un rendimiento mayor.8
En ocasiones, la inversión en capital social se realiza a partir de recursos económicos. La transformación del capital económico en capital social, por ejemplo, mediante regalos e invitaciones, supone un trabajo específico que consiste en un desembolso aparentemente desinteresado de tiempo, preocupación y esfuerzo, excluyendo cálculos y garantías de reciprocidad ―lo que entraña el riesgo de la ingratitud―. En estas situaciones, el efecto específico del capital social es óptimo si permanece oculto que es el capital económico el que le sirve de base.
El grupo privilegiado, con alto capital social, se reproduce en el intercambio constante de conocimiento y reconocimiento mutuos. El intercambio ocurre entre quienes se consideren recíprocamente dignos, lo que a su vez reafirma los límites del grupo. La regulación de los intercambios resulta necesaria porque la introducción de nuevos miembros pone en juego la identidad de todo el grupo, exponiéndola a redefiniciones. Aunque las familias en las sociedades occidentales contemporáneas han perdido el monopolio del establecimiento de contactos, se siguen sirviendo de instituciones que provean de ocasiones, lugares o prácticas que reúnan individuos lo más homogéneos posibles, favoreciendo los intercambios legítimos. Asimismo, cada grupo posee formas más o menos institucionalizadas de delegación, que permiten concentrar la totalidad del capital social en manos de un solo miembro o de unos pocos, a quienes se encomienda la tarea de representar al grupo y actuar en su nombre ―y ello abre la posibilidad de “malversación” del capital social―.
La posibilidad de malversar el capital social reposa en el hecho de que un grupo pueda ser representado en su totalidad, en las diversas acepciones del verbo, por un subgrupo claramente delimitado, perfectamente visible, y conocido y reconocido por todos. Este no es otro que el subgrupo de los nobiles, de la ‘gente conocida’, de los famosos, los cuales pueden hablar por la totalidad, la representan y ejercen poder en su nombre.9
El volumen de capital social de un individuo dependerá de la extensión de la red de relaciones que pueda efectivamente movilizar y del volumen global de capital ―de toda especie― de aquellos con los que se relaciona. El capital social no es reductible a los otros tipos de capital, pero tampoco puede existir independientemente. El reconocimiento institucionalizado en las relaciones de intercambio supone el reconocimiento de cierta homogeneidad objetiva de los miembros de un grupo. El capital social ejerce un efecto multiplicador sobre el capital simbólico, económico y cultural.
Bourdieu también advierte la contracara de los beneficios del capital social. A propósito de la pequeña burguesía, en La Distinción, este autor sostiene que las relaciones de familia y amistad no son una seguridad contra el infortunio, una red de apoyos y protección que brindará una ayuda en caso de necesidad. Por el contrario, muchos lazos, incluso familiares, constituyen un obstáculo para el ascenso individual. En ocasiones, perder contactos puede ser la estrategia más adecuada desde una racionalidad instrumental, puesto que:
[…] no son todavía lo que en otras partes se denomina «relaciones», es decir, un capital social indispensable para obtener el mejor rendimiento posible del capital económico y cultural. No son más que grilletes que hay que romper cueste lo que cueste, porque la gratitud, la ayuda mutua, la solidaridad y las satisfacciones materiales y simbólicas que proporcionan, a corto o a largo plazo, forman parte de los lujos prohibidos.10
En suma, podemos afirmar que la definición del capital social en Bourdieu es inescindible de su teoría de las clases sociales y de las diferentes formas de capital que están en juego en los campos. El capital social está, como el resto de las formas de capital, desigualmente distribuido. No cualquier vínculo social deviene en fuente de capital social. Solo algunos lazos y redes contienen recursos de los que se puedan esperar beneficios.
Por su parte, James Coleman ha utilizado el concepto de capital social como un dispositivo teórico para analizar el vínculo entre el actor y la estructura social, entre lo micro y lo macrosocial. Coleman se encuadra en la teoría de la acción racional (rational choice), pero critica el sesgo economicista de esta teoría.11 El capital social no es una entidad única, sino una variedad de aspectos de la estructura social que facilitan acciones individuales. Para Coleman no se trata de un stock de capital que funciona principalmente en las elites, sino que está presente en todos los grupos, incluso aquellos más marginales. El capital social puede estar implicado en todas las relaciones y estructuras sociales. Bourdieu y Coleman sí coinciden en que el capital social puede crearse, pero también destruirse, y en que requiere un constante trabajo de mantenimiento para evitar su depreciación con el paso del tiempo.
El capital social tiene una amplia capacidad explicativa y puede estar involucrado en distintas circunstancias, asumiendo diversas formas:
Con los intercambios de favores se generan expectativas de reciprocidad, obligaciones de retribución o “pagarés”, cuya existencia depende de la confianza y garantías de pago que existan en un determinado entorno social.
El potencial de información de las relaciones sociales puede implicar beneficios a partir de lo que saben los contactos y facilitar el acceso a oportunidades, sin tener que entablar necesariamente relaciones de reciprocidad ―con el costo que ello significaría―.
Las normas y sanciones efectivas inhiben ciertas acciones y facilitan otras.
Las relaciones de autoridad y la posibilidad de transferir derechos de control sobre acciones también constituyen capital social a disposición del actor que detenta autoridad o que recibe derechos de control.
Las organizaciones también pueden constituirse en capital social, tanto aquellas que son intencionales, es decir, en las que se invierte con expectativas de ganancia, u organizaciones apropiables para otros fines distintos a los que le dieron origen.
Desde una perspectiva teórica diferente, Putnam pone al capital social en el plano comunitario, no individual.12 Algunas comunidades poseen un mayor nivel de capital social, que asume la forma de confianza, normas de reciprocidad y compromiso cívico, lo cual haría posible la cooperación necesaria para el fortalecimiento de la vida republicana y las instituciones democráticas. Putnam resalta el valor positivo de las normas de reciprocidad, especialmente cuando son generalizadas, es decir, cuando la retribución no es inmediata y no se reduce a un “toma y daca” específico de equivalentes en un corto plazo. El stock de capital social tiende a generar círculos virtuosos de acumulación; la carencia de capital social tiene el efecto inverso. Como resultado de las dotaciones y dinámicas diferenciales de capital social, se originan desigualdades en las trayectorias históricas de las comunidades cívicas.
Aunque este tipo de visión sobre el capital social se sitúe en un plano de análisis distinto al de las oportunidades individuales y familiares de movilidad social, pueden ser útiles las clasificaciones dicotómicas que hace Putnam del capital social: formal o informal, denso o débil, orientado a intereses particulares o al interés público. La distinción más significativa es bonding/bridging. El capital social vinculante ―bonding― une a individuos que son similares con respecto a algún atributo en común como clase o etnia, reforzando identidades y tornando a los grupos más homogéneos, aglutinados y excluyentes. El capital social que tiende puentes ―bridging― se caracteriza por vincular personas desiguales, orientándose hacia afuera de los grupos primarios, generando reciprocidades más amplias, mayor difusión de información y contactos con activos externos que permiten “aceitar” intercambios y acceder a oportunidades.
En un punto intermedio entre la versión individual y la colectiva del capital social se sitúa Nan Lin , quien lo define como el conjunto de recursos inmersos en una red.13 La red personal está inserta en una red más amplia. Las personas y grupos tienen distinto acceso a los recursos (no acceso, acceso parcial, acceso completo) y también distinta posibilidad de uso efectivo de los recursos accesibles.
La tendencia principal es a la relación entre personas parecidas (homofilia), que tienen acceso a similares recursos y suelen sociabilizar entre sí. Las relaciones entre desiguales son más costosas y suelen tener fines instrumentales, pero en eso descansa su potencial para el acceso a nuevas oportunidades y recursos. En este aspecto, la hipótesis de Mark Granovetter sobre la fuerza de los vínculos débiles ha sido el centro de gravedad de muchas de las discusiones posteriores.14 Se ha corroborado que conseguir buen trabajo está asociado a la diversidad de la red personal y al prestigio de las posiciones alcanzadas. Sin embargo, permanecen abiertos interrogantes sobre el orden de los factores, los mecanismos intervinientes y las variaciones en distintos contextos.
Un concepto clave en la tradición que estudia el capital social desde el análisis de redes es el de agujeros estructurales, de Ronald Burt.15 Las redes amplias tienen zonas más densas y otras más desconectadas. Los agujeros estructurales son las partes de la red desconectadas entre sí. Con los agujeros estructurales afloran situaciones competitivas, oportunidades de negociación y actitudes emprendedoras. Quienes pueden sacar provecho de los agujeros estructurales son los actores que ocupan posiciones conectando segmentos que de no ser por ellos permanecerían desconectados. El rol de puentes e intermediarios torna a estos actores más poderosos ya que otros dependen del intermediario para conectarse. En la práctica, se trata de aquellos actores que conectan mundos sociales muy diferentes entre sí. La situación se presta a la manipulación mediante estrategias de tipo “divide y reinarás” pero también a la apertura a nuevas ideas. En la medida que el actor intermediario esté además bien integrado en una red densa propia, un grupo compacto de pertenencia, queda en óptimas condiciones para que su papel de intermediario le reporte beneficios: los otros están desconectados entre sí mientras que él dispone de lazos tanto fuertes como débiles. Estos conectores clave están menos constreñidos, tienen autonomía estructural.
Las aproximaciones a la cuestión en los estudios sobre clases sociales
Desde el campo de la estratificación y movilidad social en ocasiones se ha señalado la pertinencia de las redes de relaciones sociales o del capital social para renovar las problemáticas tradicionales. En esta sección se presentan algunos de los caminos, tanto discusiones conceptuales como indagaciones empíricas, a través de los cuales los estudios sobre clase arribaron a la cuestión de las redes.
Red de relaciones de clase directas y mediatas
Desde un abordaje neomarxista, Erik Olin Wright sostuvo que para elaborar un concepto de estructura de clases de nivel micro, capaz de aprehender cómo se organizan en relaciones de clase las vidas individuales, “el vínculo simple entre individuos-en-empleos y clases tiene que ser modificado de varias maneras”.16 Una de ellas consiste en incluir en la descripción de la estructura de clase no solo las relaciones de clase directas ―que se corresponden con los empleos, como observables de las posiciones en las relaciones de producción―, sino también “posiciones mediatas de clase”, derivadas de los diversos tipos de redes sociales.
Más que preguntarse en qué clase se encuentra la persona X, cuál es el posicionamiento de clase de la misma, deberíamos preguntarnos cuál es la ubicación de una persona dentro de una red de relaciones de clase directas y mediadas, lo que reflejaría la complejidad de la estructura de clase en el capitalismo contemporáneo.17
Los intereses de clase de las personas pueden estar condicionados no solo por la posición en las relaciones de producción, sino también por otras relaciones sociales. Las redes de parentesco y el vínculo con el Estado pueden constituir bases de relaciones mediatas de clase. Los niños, las amas de casa que no trabajan remuneradamente, los desempleados, los jubilados y los estudiantes pertenecen a una clase social a partir de sus relaciones mediatas con el sistema productivo. Su clase social es la de sus familias. Tal como señala Wright y recupera Gómez Rojas, el concepto de relaciones mediatas de clase proporciona una forma de abordar el problema de la interrelación entre clase y familia, siendo particularmente útil para un análisis de clase que incorpore la cuestión de género.18
Un mismo individuo puede tener una posición de clase directa y otra mediata, contradictorias entre sí, por ejemplo, un obrero casado con una comerciante. Puede ocurrir que una trayectoria de ascenso social esté vinculada a la puesta en marcha de mecanismos que estaban presentes en potencia en una relación mediata de clase, por ejemplo, en el caso de una herencia por fallecimiento. Para contemplar la temporalidad de las posiciones de clase, Wright propone el concepto de “clase sombra”, es decir, la clase que tendría alguien en caso de que se divorcie, enviude o fallezca un pariente al que se heredaría. De esta manera, la idea de relaciones directas y mediatas de clase permitiría articular clase, género y relaciones sociales.
El nivel mesosocial entre lo micro y lo macro
Desde una perspectiva weberiana, los mecanismos de cierre social, según Parkin, son procesos mediante los cuales los grupos procuran mantener un control exclusivo sobre los recursos, limitando el acceso a ellos.19 Los mecanismos de cierre social excluyente reproducen las posiciones de privilegio, al mantener determinadas oportunidades y recursos fuera del alcance de los desfavorecidos. La movilidad social ascendente, por el contrario, implica que algunos individuos sortean los obstáculos de los mecanismos de cierre y aprovechan oportunidades.
La exclusión, en la percepción de quienes la sufren, se establece bajo la forma de barreras a la movilidad que se imponen contra la voluntad individual. La exclusión puede comprenderse también en la acepción weberiana de clausura, esto es, como el cierre voluntario y deliberado que hace un grupo para explotar ventajas de monopolio.20
Los mecanismos de cierre social se oponen a otros mecanismos que abren oportunidades, como los contactos y redes de relaciones sociales, tanto entre agentes que pertenecen a un grupo favorecido, como entre estos y otros individuos que están del otro lado de un cierre social y que podrían beneficiarse de sus relaciones interpersonales con los más privilegiados.
La movilidad social intergeneracional, es decir, el desplazamiento entre posiciones sociales de padres a hijos, puede ser explicada a partir de múltiples factores. Sautu señala, en primer lugar, factores estructurales: la estructura de oportunidades/barreras educativas y laborales disponibles.21 Las posiciones a ser ocupadas pueden ampliarse o reducirse. Pueden estar abiertas a que cualquiera con mérito suficiente pueda ocuparlas, o pueden estar cerradas por un férreo acaparamiento de oportunidades por parte de grupos privilegiados. En segundo lugar, menciona los factores subjetivos de la movilidad social, como las expectativas, aspiraciones y motivaciones personales, el esfuerzo y la voluntad de prosperar, la capacidad de agencia de los sujetos. Entre ambos tipos de factores puede ubicarse un nivel mesosocial, de relaciones sociales. Estas operan como intermediarias, como mecanismos que hacen posible que los factores macroestructurales operen sobre los individuos, al construir horizontes de expectativas, creencias y, sobre todo, al brindar información sobre oportunidades, contactos y servicios que permiten el aprovechamiento de oportunidades. En el mismo sentido, Dalle sostiene que el análisis estadístico “no permite captar los múltiples procesos intermedios de transmisión de recursos materiales, sociales y simbólicos entre la posición de clase de origen y la de destino de las personas” ni tampoco indagar en algunos aspectos como puede ser “el conjunto de relaciones sociales que intervienen en los procesos de movilidad social”.22
El parentesco ampliado, el vecindario, las organizaciones voluntarias en las que se participa, las amistades y, en la actualidad, algunas “comunidades virtuales”, son ámbitos cotidianos que conforman círculos de sociabilidades. La clase social condiciona estos círculos de sociabilidades, pero en algún punto también los generan y “eligen” los propios individuos. Mudarse, cambiar de empleo, anotarse en un club o hacerse un nuevo grupo de amigos son cambios en círculos de sociabilidades que pueden tener efectos en las trayectorias de clase.
El capital social entre los nuevos factores de la movilidad
Kessler y Espinoza hipotetizaron que desde fines del siglo pasado en América Latina se podría haber modificado el peso relativo y la combinación de los factores que explican la movilidad social: además de educación, ocupación e ingresos, el capital social, el capital familiar y la pertenencia a redes habrían cobrado mayor relevancia.23 Los estudios tradicionales de estratificación de la década del sesenta caracterizaban una época de fuerte movilidad social estructural mediante variables de tipo cultural-funcional y factores vinculados al capital humano. Aunque también las redes tuviesen gravitación, eran menos visibles.
El interés contemporáneo por el papel del capital social en los procesos de movilidad puede entenderse como producto de la “privatización” de los soportes estructurales de la movilidad. Según Alvater y Mahnkopf, con los procesos de informalización que tienen lugar a partir de la retracción de la “relación laboral normal” y la disolución de normas cristalizadas retrocedieron algunos derechos universales institucionalizados.24 Puede hipotetizarse que ocuparon parcialmente ese lugar algunos beneficios particulares, a los que se accede a partir del capital social.
A partir de investigaciones en Chile, Espinoza reportó que los trabajadores más calificados que accedieron a ocupaciones de mayor estatus efectivamente utilizaron sus vinculaciones sociales.25 Los trabajadores menos calificados también consiguieron mediante contactos sus puestos de trabajo, pero el tipo de contactos no era el adecuado para encontrar mejores empleos. El predominio de contactos que no tienen efecto en las posibilidades de ascenso ocupacional relativiza la versión asociativa del capital social, impulsada desde organismos internacionales como el Banco Mundial, que supone que lo que las familias pobres necesitan para mejorar su situación es involucrarse en redes sociales locales.
Las relaciones sociales que sí parecen tener efectos relevantes en el aumento de chances de acceder a posiciones de alto prestigio son aquellas que se dan fuera de los amigos de confianza, en el marco de redes de mayor tamaño y más variadas, que ofrecen oportunidades de acceso a recursos escasos. La evidencia del caso chileno, sostiene Espinoza, indica que las vinculaciones informales en el lugar de trabajo, así como los contactos institucionales y las relaciones de amistad de alta confianza con individuos insertos en ámbitos laborales diferentes al de un individuo, son los que favorecen el acceso a los puestos de mayor calificación. Constituyen lo que en Chile se conoce popularmente como “pituto”: un familiar, amigo o conocido ubicado al interior de una estructura burocrática.
Este señalamiento coincide con la hipótesis de Mark Granovetter sobre el potencial de la diversidad de vínculos, que operan como puente hacia nuevos contactos e información que brindarían oportunidades de movilidad ascendente.26 Sin embargo, los hallazgos de Espinoza se distanciarían de esta hipótesis en su aspecto central referido a la fuerza de los lazos, ya que los vínculos que mejor han funcionado para el acceso a posiciones ocupacionales de alto estatus no han sido los débiles sino los que implicaban contacto frecuente, confianza y disponibilidad.27 La intensidad de las relaciones agrega valor a los contactos laborales e institucionales existentes, siempre y cuando no lleguen a ser amigos de confianza muy cercanos. Los vínculos muy cercanos no tienen información o contactos distintos de los que posee un individuo, son redundantes en términos de oportunidades.
En la misma dirección, se ha propuesto el concepto de activos sociales para ampliar la mirada sobre estratificación y movilidad social más allá de los ingresos, el patrimonio familiar y el capital humano.28 El concepto de activos sociales ―assets― refiere al conjunto de recursos con los que cuenta una familia para su bienestar, incluyendo las redes de apoyo y el acceso a bienes y servicios del mercado o provistos por el Estado. Como el capital social radica en las interacciones, en los vínculos entre las personas y no en ellas, parece ser el tipo de mecanismo más intangible y normalmente más postergado en los estudios de estratificación y movilidad social. Aunque se sabe que la inserción en redes con fuerte capital social y mayor disponibilidad de activos tales como confianza, apoyo mutuo, información e influencia mejoran las posibilidades de ascenso social para individuos y familias, las propias características informales que tienden a prevalecer en este tipo de relaciones entrañan desafíos para su estudio.
Los lazos débiles, las redes diversas de conocidos más o menos lejanos, sirven de puente hacia nuevas oportunidades, información y contactos. Una condición de posibilidad de su eficacia es que los individuos estén insertos en redes densas de apoyo, lazos fuertes asociados a normas, obligaciones y expectativas de reciprocidad. Las redes de vínculos fuertes son relaciones estables y continuas, en las cuales los individuos amplían sus recursos movilizables, mediados por un contrato social informal basado en la confianza mutua. Este tipo de vínculos se fortalecen cuando figuras legítimas de autoridad aseguran el cumplimiento de normas, cuando las redes son más cerradas ―de modo que involucran a todos los actores facilitando normas consistentes y efectivas―, cuando el capital social no se consume rápidamente ―por ejemplo, como ocurre con la salida de miembros de una red― y cuando se ven reducidas las posibilidades de tipo free-rider ―que beneficiarían a un individuo mientras que el grupo asume los costos―. No pocas veces, los sectores populares solo disponen de relaciones fuertes y homogéneas, relaciones de solidaridad fundamentales para mitigar la vulnerabilidad y el riesgo de exclusión, pero que no contribuyen al ascenso social.
Elites y marginales: el capital social en los extremos de la estructura social
Para finalizar esta sección, haremos referencia a cuatro estudios relevantes con problemáticas teóricas disímiles, con el propósito de observar algunos usos de los conceptos de capital social y redes en relación con los polos de la estructura de clases.
En lo que respecta a las elites, cabe mencionar el clásico La élite del poder, en el que Charles Wright Mills analiza las posiciones de poder más importantes en la sociedad norteamericana de posguerra.29 Las empresas, el gobierno y los militares son los principales ámbitos a los que pertenecen las elites que toman las decisiones fundamentales que tienen efectos en el proceso social. Dado que ocupan posiciones estratégicas, las elites de estos ámbitos no permanecen separadas: la proximidad genera unión entre empresarios, políticos y militares de alto nivel. Así, se produce una confluencia de intereses en torno a la situación permanente de guerra y el vacío de la política, en beneficio de la economía corporativa privada. El intenso tráfico de influencias entre quienes ocupan posiciones clave en esos círculos termina por conformar una elite del poder.
A comienzos del siglo XXI las elites presentan algunas características novedosas, significativas como indicadores de algunas transformaciones en las dinámicas de la desigualdad. En este sentido, puede mencionarse la investigación de Shamus Khan en su libro Privilege: the making of an adolescent elite at St. Paul’s School.30 A través de un estudio etnográfico en un colegio de elite norteamericano, Khan muestra cómo la nueva formación de las elites no se basa tanto en la pertenencia a colectividades cerradas como en la incorporación de experiencias individuales ricas y variadas. Uno de los rasgos clave en la educación de los jóvenes miembros de la elite es la creación de habilidades subjetivas para poder desenvolverse con comodidad en los más diversos ámbitos y relacionarse con facilidad con distinto tipo de personas. Así, la elite dejó de cerrarse en prácticas exclusivas y excluyentes, para abrirse a diversas experiencias, admitiendo al menos formalmente a personas con diversas características (etnias, géneros, etcétera). Como nadie está explícitamente excluido a priori, la pertenencia a la elite aparenta ser una cuestión de elección, quedando ocultos los mecanismos de clase que producen los privilegios. A la vez, esta “democratización de la desigualdad” ha socavado el poder de los más débiles, que aparecen como conservadores al quedar circunscriptos a un mundo sociocultural y una red de relaciones estrechas.
En el otro extremo de la estructura social, pueden mencionarse los estudios sobre marginalidad urbana en el Sur Global. Un estudio ya clásico en América Latina es el de Larissa Adler de Lomnitz, Cómo sobreviven los marginados, a partir de una investigación etnográfica en una barriada de Ciudad de México en 1970.31 La autora describió las redes de intercambio recíproco de bienes y servicios ―información, asistencia laboral, préstamos y apoyo moral― como mecanismos informales de adaptación de los marginados. Las redes se generan entre parientes y vecinos que suplen mediante ayuda mutua los efectos de la inseguridad laboral y de ingresos. Se crean así lazos de parentesco ficticio (compadrazgo) entre vecinos de un mismo nivel económico, así como lazos de camaradería masculina (cuatismo). Este conjunto de redes de reciprocidad se diferencia del intercambio en el mercado por su informalidad y por no ser explícita ni específica. Frente a la exclusión de la vida en la ciudad, estas tramas conforman una comunidad efectiva para los marginados.
Por último, puede mencionarse el estudio Pobre’… como siempre, de Alicia Gutiérrez.32 A partir de una investigación en un barrio pobre de la ciudad de Córdoba, Argentina, la autora analizó el papel del capital social como recurso para la subsistencia y la reproducción social de la pobreza. Por un lado, observó redes de reciprocidad indirecta, producidas entre la red local de vecinos pobres y actores externos como agrupaciones políticas y organizaciones no gubernamentales. En esa red se generó capital social colectivo, que facilitó la conquista de la tierra y la creación de una cooperativa, en una dinámica de intercambios y reconversiones entre recursos económicos y legitimidad política o institucional. Por otro lado, identificó redes de intercambio intergeneracional, en las que se produce un capital social doméstico. Así, las redes entrelazan las estrategias de las familias pobres entre sí y con otros agentes e instituciones.
Posibilidades y desafíos para la investigación en estratificación social
A partir del recorrido previo por algunas conceptualizaciones y por aportes de estudios empíricos, en esta sección se ensayan algunas reflexiones sobre potencialidades y dificultades de la incorporación del capital social y las redes en los estudios sobre clases sociales.
El concepto de capital social de Putnam puede ser adecuado para comparar entre sociedades o comunidades y para examinar los efectos del capital social comunitario en los individuos. Además, la distinción entre capital social bridging y bonding permite analizar la naturaleza del capital social que detentan agentes individuales o clases sociales.
Respecto de la aproximación de Coleman, debe tenerse presente que cualquier aspecto de la estructura social que sirva a los fines e intereses del actor puede ser entendido como capital social. La amplitud del concepto capta la ubicuidad del capital social. Sin embargo, entenderlo como un bien público capaz de beneficiar a todos por igual puede dificultar la identificación de la especificidad de los mecanismos que operan en unos casos y no en otros.
Bourdieu es quien más enfatiza las desigualdades. La mirada de Bourdieu contrasta con la visión ingenua o interesada en torno al carácter democrático del capital social, que afirma que lo que necesitan los pobres para salir de su situación y lograr su “empoderamiento” es la creación y acumulación de capital social, como si el mismo pudiera generarse espontáneamente entre quienes están desposeídos de otras formas de capital.
La coacción estructural hace que la eficacia económica del capital social dependa de la posición social. La concepción bourdieusiana rechaza la visión interaccionista de las redes sociales. En palabras de Bourdieu , esta noción de capital social:
[…] se distingue de las definiciones que se propusieron posteriormente en la sociología y la economía norteamericanas, en la medida en que toma en cuenta no sólo la red de relaciones, caracterizada por su extensión y su viabilidad, sino también el volumen del capital de diferentes tipos que permite movilizar por procuración.33
La mirada de Bourdieu pone de relieve el carácter elitista del capital social. A menudo el autor ejemplifica el funcionamiento del capital social mediante la alusión a grupos selectos (clubes exclusivos, colegios de elite, barrios chic, nobleza), sugiriendo que se trata de una forma de capital casi exclusiva de la burguesía. Así, en ocasiones puede considerarse problemático este concepto de capital social para los vínculos de quienes no se ubican en las posiciones más privilegiadas del espacio social. De manera análoga al concepto weberiano de estamento, Bourdieu enfatiza que el capital social implica la pertenencia a un grupo con límites definidos, límites que se reafirman permanentemente y que se resguardan con estrictos criterios de admisión para garantizar la identidad del grupo, su homogeneidad y prestigio. No obstante, cabe destacar que la perspectiva teórica de Bourdieu respecto del capital social ha sido fructífera en investigaciones sobre poblaciones pobres, como el mencionado estudio de Gutiérrez acerca de las estrategias de reproducción social en la pobreza.
Además de las controversias conceptuales, existen desafíos metodológicos y técnicos ―que son también teóricos― para articular el análisis de redes, en particular de tradición cuantitativa, con el análisis de desigualdades de clase.
El análisis de redes sociales ofrece un conjunto de técnicas y procedimientos (cuestionarios “validados”, medidas estadísticas, formas de graficar) para medir el capital social. Los supuestos de estas técnicas son más compatibles con el individualismo metodológico y con la teoría de la acción racional que con el estructuralismo genético bourdieusiano.34 Desde esta última mirada teórica, no es adecuado considerar a la interacción entre individuos como fundamento de la vida social, porque la primacía la tienen las relaciones entre posiciones en los campos. La estructura de los campos no es lo mismo que la estructura de las redes, sino que la primera se manifiesta en la última. La estructura determina la probabilidad de que se instauren los intercambios que expresan y mantienen las redes. El análisis de redes requeriría dos recaudos: no confundir el análisis de las propiedades formales de los sistemas de relaciones entre agentes con el análisis de la estructura social y recordar que la interacción no se explica por sus características intrínsecas, sino que está mediada por el habitus.
Las dificultades metodológicas también son relevantes en lo que atañe a la operacionalización del capital social. Se trata de un concepto complejo, que en el caso de Bourdieu implica una definición conceptual que contiene las relaciones sociales concretas, las percepciones de los actores sobre estas y su papel en la estructuración del espacio social. Constituye un desafío la elaboración de indicadores válidos que logren medir lo que el concepto plantea en su definición teórica sin caer en simplificaciones que desnaturalizarían su sentido. Se requiere aprehender el tipo de vínculos sociales pertinentes y no cualquier relación social. Un aspecto de las dificultades reside en aislar el factor capital social de otras variables con las que opera en conjunto, precisamente porque el capital social funciona movilizando y poniendo en marcha las otras formas de capital.
Si bien el capital social y las redes forman parte de la “agenda” de investigación sobre clases y movilidad social, normalmente el análisis de clase se detiene justo a las puertas de la cuestión. Ello puede deberse a razones de la historia de estos campos, que tuvieron desarrollos por separado; a razones teóricas, por cierta incompatibilidad entre la mirada macrosocial que implican las clases y la mirada en el plano micro que inducen las redes; y a razones metodológicas, porque aún con todo el desarrollo técnico, no es posible algo así como graficar la red de un país o una ciudad entera. Incluso si esto último fuera posible, sería necesario recortar fragmentos muy pequeños de red para ver las relaciones y recursos de un agrupamiento o comunidad en particular. Una red demasiado grande es ininterpretable. En el mejor de los casos se podrían describir generalidades, como la densidad de la red, los nodos centrales y periféricos, promedios y desviaciones de cantidad de vínculos.
La descripción de una red, incluso de la red más asible de todas como es la red personal, encierra importantes complejidades. Se necesitaría conocer los vínculos de la persona analizada con la mayor exhaustividad posible, recordando que los lazos débiles no solo también importan, sino que pueden ser los más importantes en lo que respecta a oportunidades de clase. La medición de los recursos de la red, para la cual existen alternativas metodológicas, también es compleja y demanda una investigación específica. En el análisis de clase lo que se necesita es contar con esa información de manera sintética, a modo de insumo para integrarlo en explicaciones más amplias. El desarrollo de investigaciones en las que confluyan clases, redes y capital social podría clarificar qué tipo de insumos son los más prácticos para sintetizar la información de redes pertinente y útil para el análisis de clase. Algunos candidatos podrían ser una estimación del tamaño de la red personal, alguna medida resumen sobre la variedad de la red, otra medida sobre la proporción de vínculos con posiciones más poderosas y algunas más sobre distribución entre vínculos débiles y fuertes, así como sobre posibilidades de usufructuar agujeros estructurales. Reducir la multiplicidad de posibilidades a un puñado de medidas resumen, sabiendo que es una solución de compromiso provisoria, podría ser más provechoso que posponer indefinidamente la incorporación de las redes al análisis de clase.
Respecto a los recursos que implica el capital social, hay al menos un problema adicional. La descripción de una red personal solo brinda una noción acerca de los recursos potencialmente accesibles para una persona, pero no necesariamente esos recursos serán activados. Este problema es no solo una dificultad metodológica, es también un problema de investigación en sí mismo. La desigualdad en el acceso real, para hacer uso efectivo de los recursos, es un aspecto fundamental de las desigualdades de clase. Ahí reside la diferencia entre conocer mucha gente variada y tener capital social. En este punto el análisis de clase tiene aportes que ofrecer al análisis de redes: hay condicionamientos estructurales sin los cuales la red no se entiende. Para poner un ejemplo extremo, se corre el riesgo de confundir gente extrovertida y sociable con poderosos y privilegiados.
La red de recursos que constituye el capital social no se explica por sí misma. Aunque el concepto de capital social sugiere que las relaciones sociales pueden funcionar como un capital en el que se invierte y del que se pueden obtener beneficios, las interacciones individuales en el marco de la red no pueden reducirse a acciones racionales de tipo instrumental. Por más que desde el punto de vista del analista sea observable una instrumentalización de las relaciones sociales, los actores pueden tener otras motivaciones. La inversión en capital social a menudo no es consciente y cuando es consciente no hay garantías de que funcione. Lo que sí ocurre sin duda es que los individuos insertos en redes ricas en recursos están en condiciones de usufructuarlos y de hecho lo hacen. Pero desde el punto de vista estructural, esa posición “les tocó”, no pudieron elegirla, salvo para vínculos puntuales. La mercantilización de las relaciones sociales es estructural y generalizada, pero la instrumentalización individual no es consciente y calculada en la mayoría de las ocasiones.
Conclusión
Análisis de clase y análisis de redes tienen al capital social como punto en común. Las relaciones sociales son el mecanismo concreto que posibilita los procesos de clase, el canal a través del cual ocurren los flujos de recursos, pero también son un recurso en sí mismo, que no escapa a la tendencia general a la mercantilización. La articulación entre investigación sobre clases y sobre redes tal vez solo sea posible de maneras parciales, probablemente insatisfactorias, pero la confluencia presenta una serie de ventajas:
La dimensión de las redes de vínculos resurge en distintas teorías sobre las clases sociales: relaciones mediatas de clase en la perspectiva neomarxista, cierre social desde la mirada neoweberiana, capital social en la teoría de Bourdieu.
Las maneras y mecanismos mediante los cuales se producen, reproducen y perpetúan las desigualdades son mejor abordados empíricamente cuando se incluyen los vínculos interpersonales en el análisis.
La articulación de análisis de estructura social y redes favorece la innovación metodológica y el diálogo interdisciplinar, evitando que algunos recursos metodológicos y técnicos se usen acríticamente en determinadas tradiciones, como ocurre con los modelos estadísticos en el área temática de movilidad social.
En todas las posiciones de clase existen redes: en los marginados, en los obreros, en las clases medias y en las elites. Estas redes intra e interclases manifiestan la estructura social, pero también son datos indiciarios acerca de las relaciones sociales que permanentemente recrean la estructura.
El análisis de redes también se enriquece cuando se toma en consideración la estructura social subyacente de la cual emergen los vínculos observados.