Introducción
En este artículo se realiza una reflexión teórica en torno a la relación entre los conceptos de imaginario y representaciones sociales. Lo imaginario puede considerarse como la actividad mental de producir imágenes icónicas o lingüísticas. El imaginario social, por otro lado, se refiere a una red de significados, colectivamente compartidos, que cada sociedad utiliza para pensar sobre sí misma (Castoriadis 1975). En la literatura científica social, el imaginario se ha definido de forma variable (Barbier 1994; Augras 2000; Le Goff 2005), y a diferencia de la teoría de las representaciones sociales, no existe una teoría específica única. Algunos autores lo consideran como un conjunto de mitos (Durand 1992), otros enfatizan el efecto -y los afectos- que puede despertar (Baczko 1991; Maffesoli 1993), y otros aún se centran en las representaciones que lo expresan (Le Goff 2003) o en la presencia de recuerdos en su composición (de Alba 2007; de Rosa 2002; Banchs, Agudo y Astorga 2007).
Lo imaginario aparece en la investigación de representaciones sociales en múltiples formas y en múltiples niveles. Se puede detectar en diferentes tipos de imágenes y transita bajo diferentes metodologías. Puede expresarse mediante las imágenes que crea una representación social a través de los procesos de anclaje y objetivación, que asocian la imagen y la imaginación. La dimensión de imagen en una representación social comprende, por lo tanto, el conjunto de elementos e imágenes figurativos (icónicos, lingüísticos, etcétera) que existen dentro de ella, incluidos aquellos que intervienen en los procesos de elaboración de la representación social. Además, el imaginario también es parte de la dinámica de la representación social, siempre que sea parte del movimiento de redefinir (significación: anclaje) y de rediseñar (figuración: objetivar) el objeto. Esto cambia el bagaje de significados anteriores del grupo / sujeto al mismo tiempo.
Este trabajo discute la teoría y los estudios que han relacionado imágenes con el imaginario social y las representaciones sociales. En primer lugar, presenta una breve tentativa de contextualización del desarrollo de las nociones de imaginario y representaciones sociales. En segundo lugar, revisa las relaciones teóricas entre figurar (la puesta en imagen), el imaginario y la teoría de las representaciones sociales. Finalmente revisa la investigación de representaciones sociales que ha incluido una preocupación explícita con lo imaginario.
Imaginario y representaciones: de nociones a teorías
El proceso que conduce las nociones de imaginarios y de representaciones sociales a las respectivas teorías contemporáneas contiene puntos en común e intersecciones entre los dos recorridos. Ambas nociones surgieron a finales del siglo xix en la Europa continental, pero tendrían que esperar casi medio siglo para empezar a constituir cada una un cuerpo teórico substantivo. Entretanto, ambas han sobrevivido en estudios de áreas diversas.
Las representaciones colectivas de Durkheim, por su amplitud y dificultad de manejo empírico, iban a sobrevivir gracias a la antropología y sobretodo a la historia de las mentalidades -que llegó a recibir de parte de Vovelle la denominación de historia de las representaciones2 (2001)- hasta volverse la teoría psicosocial creada por Moscovici (1961). Algo semejante sucede con el imaginario: Le Goff (1985), en su estudio sobre la Edad Media, declaraba que la historia del imaginario era un nuevo campo de la disciplina. Freud, Jung y Lacan han sido importantes fuentes inspiradoras. Sin embargo, son las reflexiones filosóficas las que más contribuyen a la construcción teórica del imaginario (Sartre 1940; Bachelard 1949, [1960] 1988; Ricoeur 1976, entre otros), que se despliega antes de las representaciones sociales.
Imaginario y representaciones sociales, por lo tanto, presentes en numerosas investigaciones, han circulado entre varias áreas del conocimiento, empleándose en numerosas investigaciones, lo que ayuda a la constitución de algunas de ellas, como por ejemplo la historia cultural, la historia de las mentalidades, y asimismo para la comprensión de los fenómenos estudiados y la fundamentación de teorías. De hecho, tal afinidad se confirma hasta el día de hoy.
También tienen semejanza, o competencia, con otros términos: mentalidad, mitología, ideología, ficción, en el caso del imaginario (Wunenburger 2003); actitud, mito, imagen (Moscovici 1961), e ideología (Jodelet [1984] 2017, 1991), en el caso de las representaciones sociales. Jodelet confirma esta impresión al afirmar que las representaciones sociales y la historia de las mentalidades se sobreponen en la manera de designar los objetos, o de remitir a funcionamientos semejantes, sobretodo relativos al dominio ideal: “En ambos casos, se habla de actitudes, formas de pensar, estructuras mentales, mecanismos intelectuales, representaciones, percepciones, imágenes, nociones, visiones, concepciones de mundo, modelos, valores etcétera” ([1989] 2017, 5758). Al mismo tiempo, los esfuerzos por aclarar las convergencias y diferencias con relación a los otros términos, y asimismo de responder a las críticas, han contribuido para sedimentar las respectivas teorías.
Por supuesto, estas semejanzas y el proceso de elaboración teórica prolongado no son privilegio de un área específica de conocimiento, sino que tienen que ver con el período de cuestionamiento de las ciencias, cuyas respuestas configuran lo que se denominó como paradigmas emergentes (Santos 1987, 1988, 1989; Prigogine y Stengers 1979). Algunos de los puntos coincidentes entre la profundización teórica sobre el imaginario y sobre las representaciones sociales pasan por vectores que se combinan y que resultan de la crisis de paradigmas: la legitimación de temas, sujetos y formas de pensar desprestigiados por la ciencia hasta entonces, el deshielo de las barreras que consolidaban dicotomías tales como razón y emoción, sujeto y objeto etc., el interés por los métodos cualitativos. Como consecuencia, tendremos la revalorización de lo simbólico, la apertura para el estudio de múltiples racionalidades, albergadas más allá del pensamiento científico, la rehabilitación de saberes despreciados, el interés por lo cotidiano, lo profano, lo popular -los objetos humildes de que habla Vergara (2015, 44). Las dos conceptualizaciones, del imaginario y de las representaciones sociales, florecen como parte de una perspectiva crítica, dinámica y transformadora de la ciencia. Varios trabajos de investigación se han dedicado a estudiarlos como fenómenos, aunque sin ir mucho más allá de la descripción de las problemáticas de estudiadas.
Al analizar las similitudes entre la historia de las mentalidades y la teoría de las representaciones sociales, Jodelet ([1989] 2017) confirma que poseen características que explican la coincidente demora del interés teórico por el imaginario, en afinidad con la visión de Vergara (2015) sobre los horizontes teóricos de lo imaginario.
Se trata de propuestas que aportan una mirada sobre el pensamiento social a partir de varias intersecciones: cognitivas, afectivas, sociales/colectivas, para alcanzar el trabajo de apropiación o reconstrucción de saberes, modos de pensar y de actuar, a partir de objetos, espacios y medios sociales poco estudiados hasta entonces, con la preocupación de encontrar la lógica de tal pensamiento -su racionalidad- aún cuando puedan partir de premisas que van más allá del racionalismo. Y tratan de entender la relación, sea de las representaciones, sea del imaginario, con la acción. El imaginario, como las representaciones sociales, se desarrollan como teorías en colisión con las perspectivas científicas dominantes, volviéndose a su vez objeto de críticas, lo que contribuyó para su consolidación.
Por supuesto, hay diferencias de escala y temporalidad entre las dos propuestas, que siguen los marcos de las respectivas áreas. Sin embargo, cruzando las fronteras disciplinares, ambas teorías suponen que el pensamiento social se modifica, que sus movimientos internos, los cuales también tienen que ver con las coyunturas y con las prácticas, pueden transformarlo. Que no es necesariamente homogéneo, pero sí tiene su propia lógica, y sobretodo, se produce a partir de hechos, situaciones y sujetos.
Paso entonces a la mirada psicosocial, la del imaginario social, que desea ir más allá de la facultad humana individual de imaginar.
Imaginario e imaginario social
Wunenburger afirma que “el éxito creciente del término ‘imaginario’ en el siglo XX se puede atribuir a la desafección relativa al término ‘imaginación’, entendida como facultad psicológica” (2003, 6), capacidad de engendrar y de utilizar imágenes. El imaginario en cuanto actividad mental de producir imágenes icónicas o lingüísticas fue una acepción clásica del término. El imaginario social, a su vez, expande su base de origen y su alcance, y recibe teorizaciones con orientaciones diversas, inspiradas en matrices epistémicas diversas. La ruptura de la barrera individual sería una característica común de todas ellas. Pensemos en la hipótesis de matrices inspiradoras, como por ejemplo una matriz moderna racionalista, a partir de pensadores como Marx, Durkheim3, y otras, de un espectro variado: con influencia psicoanalítica, a partir de Freud o Jung; otra con características que algunos clasificarán como de la complexidad, a partir de Bachelard, de Eliade y tantos otros. Sin embargo, las obras que se han constituido como teorías del imaginario, en particular la de Castoriadis (1975) y la de Durand ([1960] 2002), no se encierran en una única matriz, sino que cruzan influencias de orígenes diversos. No es posible desarrollar tal hipótesis aquí por medio de la discusión de tales teorías. De todos modos, al tratar del imaginario social, se refieren a redes de significados compartidos, presentes en uno o más grupos, instituciones o sociedades, influyendo en su pensar, actuar, y sobre sí mismos (Castoriadis 1975), sobre la vida, el pasado y el futuro. Tanto Castoriadis como Durand plantean un dinamismo y una potencia del imaginario.
El imaginario impregna la realidad; como argumentaba Geertz (1980, 136): “lo real es tan imaginado como el imaginario”. También incluye lo que no se puede ver, tocar o decir con palabras, y lo que todavía no está allí. Puede agregar representaciones a su forma (puede tomar la forma de representaciones) y asimismo proporcionar elementos a la constitución de ellas. Mientras la imaginación es entendida como una capacidad figurativa individual, el imaginario que nos interesa, el imaginario social, puede referirse tanto al proceso de creación como al conjunto de imágenes, modelos y creencias, heredados por los individuos a partir de su participación en la sociedad, conjunto que puede ser relativo a una época, por ejemplo “el imaginario medieval” (Duby 1978; Le Goff 1985), a una ubicación: “los imaginarios urbanos” (Silva 2007; García Canclini 1997), o a la misma sociedad: “la institución imaginaria de la sociedad” y “el orden moral moderno” (Castoriadis 1975; Taylor [2004] 2006). Puede tratar también de proyecciones, utopías, formas de resistencia a lo que está dado en el presente.
El concepto de imaginario social es el eje de las teorías de Castoriadis (1975) y Taylor ([2004] 2006), que tratan de la forma de imaginarse de toda la sociedad, la cual dibuja su identidad, regula su funcionamiento en la medida que define lugares, modelos, expectativas, como el orden moral moderno en las sociedades occidentales, según Taylor. Para Castoriadis, el imaginario social denomina la creación continua de significados imaginarios sociales, los cuales son sociales porque los crea y los comparte un colectivo impersonal, anónimo: ningún individuo podría inventarlos. Es el caso del lenguaje, por ejemplo. Ellos forman una red de significaciones instituidas y encarnadas por una sociedad determinada (Castoriadis 1997). Los dos autores buscan comprender hitos imaginarios presentes en la organización social, la vida en sociedad.
Durand, a su vez, toma el imaginario como conjunto de mitos, símbolos, themata, presentes desde tiempos inmemoriales, anclados en la herencia biogenética, que resultan del esfuerzo humano para llevar el paso del tiempo, la vida y la muerte. Su gran potencia se confirma por su presencia muy diseminada y por su dinámica. Durand crea, además, una metodología para el estudio del imaginario a partir del análisis de los mitos.
En la investigación sobre representaciones sociales, el imaginario se manifiesta en más de un plano. Por un lado, se expresa en las imágenes que se crean por intermedio de los procesos de anclaje y objetivación. Se trata de un doble proceso, que contiene la producción de una imagen, la cual no es una copia de la realidad, y que, al crear imágenes, es un ejercicio de imaginación destinado a darle sentido a lo no-familiar (Jodelet 1984a). Quiere decir que, por otro lado, tiene la potencia de generar algo nuevo que va a modificar lo existente y pasar a funcionar en el universo semántico del grupo, agregando nuevas claves a la lectura del mundo.
La producción de sentido es un proceso creativo, aportando soluciones imaginativas a las dificultades de comprensión de lo desconocido. El imaginario social se vuelve uno de los recursos para tal producción cuando proporciona el terreno para el anclaje de lo desconocido, o para el tratamiento de lo intraducible. El ejemplo de Colón al describir las nuevas tierras al rey de España como el paraíso en la tierra, ilustra la influencia de un imaginario medieval aún presente en aquel momento (Souza 1986; O’Gorman 1992). A su vez, la representación social que resulta de este proceso puede volverse parte de un imaginario social ya existente y modificarlo, como sucedió en Europa después de la llegada a América. El mito de las Amazonas, la Controversia de Valladolid para definir si los indios eran humanos, en el siglo xv, y el surgimiento de la figura del buen salvaje en el siglo xvi, en las palabras de Montaigne son algunas repercusiones de un gran cambio en la representación del Otro que los europeos desconocían (Lestringant 2006).
La dimensión de la imagen en la representación social contiene el conjunto de elementos figurativos e imágenes (icónicas, lingüísticas, etc.) existentes en la representación. Además, el imaginario participa en la dinámica de la representación al integrar el movimiento de redefinir (por medio de la atribución de significación, con el anclaje) y redibujar (por medio de la figuración, con la objetivación) el objeto, lo cual modifica el bagaje anterior de significados del grupo/sujeto al mismo tiempo.
Imaginar, imaginario, representaciones sociales
Cincuenta años después del surgimiento de la teoría de las representaciones sociales, las dimensiones por ella definidas, la información, la actitud y el campo de representación, ameritan una actualización. La dimensión inicialmente denominada como de la actitud ya es considerada por algunas/os como una dimensión afectiva (Arruda 2009; Campos y Rouquette 2003, entre otros), que va mas allá del puro movimiento evaluativo. El campo de la representación, al incluir las figuras y los modelos articulados presentes en una representación, constituiría la dimensión imaginativa o figurativa de la representación. La red compleja que es la representación social entrelaza y acopla significaciones e imágenes, algunas de las cuales se van a objetivar.
Esa dimensión implica el imaginario tal como se estudia en otras ciencias sociales, interesadas en las relaciones entre las estructuras sociales y los imaginarios, en la influencia de los imaginarios sobre las conductas y viceversa. Le Goff (1985) afirma que la vida de los individuos y grupos en sociedad no se limita a las realidades materiales, tangibles, sino que incluye y se explica por medio de las representaciones que los sujetos hacen de la historia, de su lugar y papel en la sociedad, representaciones de las cuales hace parte el imaginario.
Figuración y producción de significado en la representación social
La figura es una parte importante del proceso de representar socialmente, Moscovici lo afirmó desde un principio (Moscovici 1961, 1976). Las imágenes son un modo del pensamiento humano y un apoyo fundamental para la familiarización de lo desconocido, al ofrecerle una síntesis, icónica o verbal. Voy a mencionar dos contribuciones relativas a ello: la de Wagner con colaboradores y la de Moliner.
Siguiendo a Lakoff y Johnson (1980), para quienes hay un dominio-fuente que ofrece el terreno para objetivar un dominio-destinatario (target domain), Wagner y Hayes (2005) asocian al proceso que le da concreción a lo abstracto, la objetivación, la construcción de metáforas, esquemas o íconos para ilustrar un dominio-destinatario incomprensible. En una investigación sobre la fertilización, Wagner, Elejabarrieta and Lahnsteiner (1995) identifican la metáfora de los papeles sexuales: el esperma se representa como activo y el óvulo como pasivo. Las características de los comportamientos estereotipados del hombre y de la mujer son el dominio fuente en cuyos términos se entiende el dominio-destinatario (Wagner y Kronberger 2001). Esta metáfora aclara un proceso complejo con base en nuestra experiencia cotidiana; es un ejercicio de imaginación (no necesariamente consciente). La mecánica de construcción de la metáfora es el proceso de elaboración de la representación social.
Para Moliner (1996), objetivar significa fomentar la producción de imágenes. El pensamiento laico se apoya en la analogía. Las imágenes favorecen la analogía inmediata, en base a las semejanzas perceptivas. La elaboración de una imagen mental requiere de rasgos figurativos coincidentes con el objeto. Las representaciones sociales son el origen de las imágenes visuales y van a determinar cómo estas se incluyen en lo que Moliner denomina imagen social: una especie de opinión colectiva. La imagen social es el producto final del proceso de representación social.
Para estos autores el objeto se sintetiza y se figura. Los procesos de puesta en imagen funcionan como una especie de edición ilustrada del objeto (Wagner y Hayes 2005). Para Wagner, esto se da por medio de la metáfora, una analogía que también es una imagen. Para Moliner, pasa por las semejanzas entre aspectos del objeto y rasgos perceptibles de otros objetos. Entonces, la percepción es el principal recurso para la elaboración de las representaciones sociales. Para ambos autores la dimensión figurativa -icónica o verbal- está en el centro de la dinámica de construcción de la representación, pero sus enfoques son distintos. Ambos trabajan con la analogía, aún cuando la dimensión simbólica es más presente en Wagner, mientras la perspectiva cognitiva predomina en Moliner. Ambos le acreditan a la experiencia algo del terreno donde se inspira el procesar de la novedad. Sin embargo, mientras Moliner señala la adecuación de los atributos para categorizarlo, subrayando el lugar de la memoria y de la percepción para encontrar esta adecuación, para Wagner y Hayes el resultado procede de un análisis de los conceptos disponibles y de sus características. La gestalt del objeto y del terreno tienen más peso que los rasgos comunes entre los dos.
El movimiento de aproximación entre la novedad y lo familiar, consciente o espontáneo, no se limita a lo icónico o lo lingüístico de las imágenes, a mi juicio, sino que incluye además la configuración social y afectiva. Una mujer de origen rural en Brasil, al responder una pregunta sobre salud mental explica que, “cuando tenemos un ‘problema de los nervios’, empezamos a llorar, nos desmoronamos, al igual que lo que pasa con nuestra casa si las vigas se rompen: la casa se cae”. La metáfora no se da solo por la semejanza entre los nervios y las vigas, el equilibrio mental y la casa. Lo social y lo afectivo se destacan en la figura de la casa/hogar, lugar de protección. Quizá sea ésta una “metáfora viva”, como propuso Ricoeur (1975). En el imaginario de nuestra sociedad individualista la casa es el espacio sagrado de la privacidad en contraste con el espacio público. Quizá la orientación afectiva de la analogía sea el motor de la expresión metafórica, y se trate de una asociación inconsciente, movilizada por la carga afectiva que despierta la asociación con la enfermedad mental. Las analogías vuelven lo desconocido familiar y se apoyan también en el imaginario.
Este viejo imaginario social que inspira anclajes y objetivaciones posibilita, como diría Castoriadis, la creación de nuevos significados operativos: “funciona en la práctica y en la actividad de la sociedad considerada como un significado que organiza el comportamiento humano y las relaciones sociales” (1975, 141). Pasa entonces a operar desde el interior de la representación, orientando comportamientos. La literatura brasileña registra el miedo colectivo que los afrodescendientes despertaban después del fin de la esclavitud, que los abandonó a su propio destino. Rápidamente fueron vistos como peligrosos. En el contexto actual, los jóvenes de apariencia modesta que viven en las “favelas” son la nueva traducción de las clases peligrosas. El tratamiento que reciben del resto de la población y de la policía confirma el éxito del anclaje y de la objetivación, demostrando la eficacia del imaginario (Arruda et al. 2010). Este poder se basa en la dimensión afectiva y subyace a la reacción que produce rechazo, discriminación y violencia. Baczko (1991) señala el poder del imaginario para levantar multitudes, que expresa la dimensión afectiva asociada a creencias, valores y expectativas profundas. Este es uno de los fundamentos de la propaganda y tiene utilidad para impulsar proyectos políticos, culturales, y asimismo para la publicidad (Barthes 1957), que reafirman el poder de las imágenes. Las representaciones sociales anticipatorias que propone Philogene (1999), aún sin detenerse en la dimensión imaginaria, lo insinúan al estudiar la denominación de Afroamericano/a, que la autora considera una representación en progreso: “La anticipación colectiva de un futuro positivo caracterizado por la coexistencia pacífica entre americanos negros y blancos también impacta las percepciones, imágenes y actitudes inmediatas - quiere decir, sus representaciones sociales mutuas” (1999, 179). Esta posibilidad abre una amplia ventana de oportunidad para pensar un imaginario del cambio, creativo, que escapa a la perspectiva del repositorio de imágenes fijas, preexistentes, mirando incluso hacia las utopías.
Dar sentido no es un ejercicio apenas racional. Para Castoriadis, el ser humano no es un animal racional; la racionalidad es tan sólo una parte del inmenso dominio de su locura. Durand (1992) habla de un mundus del imaginario que comprende todas las posibilidades del pensamiento, incluso la objetividad y los movimientos de la razón.
Aún el pensamiento científico, para expresar entidades abstractas como las fuerzas de la física, se apoya en metáforas, mitos, imágenes arcaicas del inconsciente colectivo como reconoce Bachelard ([1949] 2002). Es una forma de objetivación. Para Wunenburger (2003, 70), el imaginario puede sugerir una vía para pensar allí donde falla el conocimiento. En la Antigüedad, las manifestaciones de la naturaleza adquirían nombres de personajes -se objetivaban. El arcoíris recibía el nombre de la diosa Iris, quien reponía las nubes de lluvia con agua del mar, según algunos poetas. Frente a las fuerzas de la vida se puede producir un pensamiento que justifique la posibilidad de actuar donde las leyes físicas no alcanzan (Moscovici 1992, 307), un pensamiento que escapa a la norma, que traspasa el límite de lo imposible, que ya no separa la percepción y lo imaginario. La objetivación es un poderoso dispositivo del conocimiento: en la ciencia como en el pensamiento corriente, viene a darle forma a la fluidez para ayudar a hacer frente al objeto.
La investigación de representaciones sociales sobre/con imágenes
Dar sentido, dar significado es una actividad humana permanente, en la búsqueda de entender la novedad, renovar lo antiguo, proyectar el futuro. Las representaciones sociales juegan un rol importante aquí y son parte de la institución imaginaria de la sociedad tal como la define Castoriadis (1975, 1997). Al mismo tiempo el imaginario hace parte de ellas por influencia de un contexto de los sujetos, como proveedor de imágenes, contribuyendo así a los procesos de anclaje y objetivación. También puede ser motor de cambios, proyectando utopías o aspectos del futuro (Baczko 1985).
Jodelet (Milgram et Jodelet 1976, 1977; Jodelet 1982) inauguró la investigación sistemática sobre y con imágenes icónicas en el campo de las representaciones sociales con dibujos de la ciudad de París producidos por los sujetos y otras imágenes que debían identificar. En contraposición a la simplificación de una mirada meramente cognitivista del espacio, ella pasó a describirlo como lugar de experiencia y prácticas humanas, apego e identidad. Por ende, representaciones de la ciudad, elaboradas y compartidas colectivamente, son representaciones sociales. Jodelet renovó el concepto de mapas cognitivos al tomarlos como expresión de representaciones sociales, y los denominó mapas mentales.
El primer elemento dibujado fueron los límites de París, representados a menudo como la barrera de los Agricultores-generales, muros de la vieja ciudad removidos en el siglo XIX (Figuras 1 y 2).
El río Sena fue el segundo elemento organizador del bosquejo de la ciudad, aunque fluyendo por un curso más recto. El tercer elemento fue la Isla de la Cité y Notre Dame, confirmando la relación entre la historia de la ciudad y su representación, ya que el corazón histórico de la ciudad coincide con el núcleo de su representación (De Alba 2011). Son elementos de una ciudad que vive en el imaginario de sus habitantes, rodeada por su historia (la antigua muralla) y orgullosa de su bello centro histórico.
Los mapas expresan un imaginario colectivo que modifica el espacio vivido con sentimientos de pertenencia y orgullo, indicando la inextricable relación entre la “realidad” y el imaginario. En los dibujos, la espontaneidad trae a primer plano aspectos que podrían no aparecer en la comunicación verbal.
De Rosa (1987, 1994) desarrolló un programa de investigación sobre representaciones sociales de la locura por niños y adolescentes. Les pedía que dibujaran un loco. Tres categorías resultaron de los dibujos: (1) representaciones mágico-fantásticas - la locura como posibilidad creativa (objetivada como un artista, o un excéntrico) y como algo monstruoso, diabólico (un diablo, un mutilado); (2) representaciones criminalizadas como desvío, desde el rompimiento con las normas hasta la violencia (terrorista con una bomba, una persona desvistiéndose en la calle); (3) representaciones medicalizadas (alguien en la silla de ruedas, o con alucinaciones). Al parecer, estas imágenes han permanecido en el imaginario colectivo durante los últimos cuatro o cinco siglos y contradijeron las respuestas verbales de los niños y adolescentes. Así, ellas “aportaron evidencia del núcleo figurativo y de dimensiones simbólicas arcaicas inherentes a la locura” (Duveen y De Rosa 1992, 102). Ver Figura 3.
Estos trabajos señalan el interés del uso de imágenes producidas por los participantes para alcanzar sus representaciones y mostrar los alcances de la representación gráfica. A partir de la contribución de Jodelet, el enfoque socio-representacional del espacio fue utilizado en la Ciudad de México por de Alba (2002, 2004, 2007) y en Vichy por Haas (2002, 2004). Las investigadoras han asociado la memoria, la identidad, los afectos y el espacio. La omisión de lugares o de un pasado político aparece como resultado de la asimilación de espacios a la práctica cotidiana de los habitantes (en México), o como la negación de un pasado vergonzoso (en Vichy). En los dos casos una selección y un reensamblaje de características crea significaciones imaginarias sociales en una red que instituye la ciudad.
Otras investigaciones siguieron otros caminos. Sobre la representación de novedades de carácter científico, Wagner y colaboradores proponen una teoría a la cual denominan de “afrontamiento simbólico” (symbolic coping, Wagner, Kronberger y Seifert 2002). Al estudiar el proceso de resignificación de los alimentos genéticamente modificados, adoptan una visión dinámica de imágenes y creencias gracias a la cual se observa el remplazo de la imaginación cotidiana sobre el objeto por una comprensión científica popularizada, para la cual también contribuyen los medios de comunicación (Figura 4).
Para investigar temas sociales relevantes como el conflicto Musulmán-Hindú en India (Sen y Wagner 2005), han utilizado imágenes y fotos, y demostraron su preocupación por la interacción de fuerzas diversas que exploran imágenes para obtener el apoyo del público. Esto ha llegado a constituir una tendencia de la investigación en representaciones sociales relativa a hechos culturales y políticos, como en los ejemplos siguientes (Figura 5 y 6).
Moloney (2007) ha estudiado cómo refugiados y candidatos al asilo son representados en caricaturas editoriales, considerando que la construcción de la identidad se apoya en representaciones sociales.
Las caricaturas son un vehículo de discurso representacional, un trozo visual del patrón de significados socialmente derivados de un tema. Las características de este tipo de imagen revelan una tipificación y prejuicio oculto por el humor. Un imaginario del otro.
Aún entre los estudios de hechos políticos y culturales, un grupo de investigadores interesados en el pensamiento social en América Latina utilizó imágenes de varios tipos para trabajar empíricamente con el imaginario en cuanto dimensión de las representaciones sociales4 (Arruda y de Alba 2007). Los mapas mentales han sido utilizados para buscar representaciones sobre Brasil (Arruda y Ulup 2007), México (Guerrero Tapia 2007), la escuela brasileña (Souza 2007), la Ciudad de México (de Alba 2007). También se recurrió a graffiti, fotos y consignas de apoyadores de Chávez y de la oposición en Venezuela (Lozada 2007); películas estadounidenses sobre Brasil (Amancio 2007); narrativas de pobladores de una comunidad rural venezolana (Banchs, Agudo y Astorga 2007); textos de Bernanos sobre Brasil y de Artaud sobre México (Jodelet 2007). Algunos trabajos se acercaron a la filosofía de Castoriadis, que considera que cada nación tiene su propio universo simbólico, su propio magma de significaciones imaginarias sociales.
Como ejemplo, las primeras descripciones de Brasil y de sus habitantes establecieron la naturaleza omnipresente como imagen-idea que permitió anclar el nuevo territorio en el imaginario europeo. Con el tiempo y los nuevos proyectos nacionales esta representación ha perdido fuerza. En los mapas mentales del país por estudiantes de pregrado (Arruda y Ulup 2007) esta naturaleza aún se objetiva sobretodo en la selva amazónica, último rincón de aquella exuberancia, y asimismo en las playas turísticas. Sin embargo, también aparecen con alta frecuencia la sequía de la región Noreste, la miseria, la corrupción, entre otros problemas. Se insinuó un cambio en la institución imaginaria de la sociedad, ahora predominantemente urbana, que dejó de ser sólo una postal. Por otro lado, llamó la atención el contorno del mapa de Brasil (Arruda y Ulup 2007), que en la casi totalidad de 1130 mapas no presentaba vecindad con otros países, bosquejando un país-continente cuya única frontera era el mar. Parecía expresar una visión de grandeza basada en la extensión territorial, que compone el imaginario nacional, en contraste con los mapas de México (Guerrero Tapia 2007), cuyas fronteras eran bien demarcadas al norte y casi inexistentes al sur, donde de todo modo se indicaba la presencia de los países vecinos. Al norte, aunque geográficamente no se ubiquen allí, surgían algunas pirámides, a lo mejor para afirmar la identidad nacional al lado de Estados Unidos con símbolos la cultura de los pueblos originarios (Figura 7).
Para concluir, vale subrayar el interés del imaginario social para el estudio de las representaciones sociales, de su dimensión figurativa y para el desarrollo de estudios sobre la imagen en psicología social, puesto que las imágenes cobran una influencia creciente en la actualidad. Para Moscovici “sólo cuando se analizan los temas, las declaraciones, las imágenes y sus combinaciones podemos arraigar nuestros estudios en la cultura a la cual pertenecemos y comprenderla” (1986, 74-75).