A lo largo del último siglo los procesos de crecimiento y desarrollo urbano han configurado las ciudades occidentales como espacios atravesados por el contraste y la desigualdad, aspectos que se han agudizado en las últimas décadas y han permeado la experiencia cotidiana de sus habitantes. Con las particularidades de cada urbe, las presencias juveniles en las calles han suscitado la reflexión -cuando no la preocupación- tanto de las ciencias sociales como de la prensa, instituciones policiales y de distintos sectores de habitantes urbanos que perciben a estos jóvenes como alteridades amenazantes por su condición etaria, social o étnica entre otras.
Diversos procesos han propiciado y acentuado la presencia y visibilidad de jóvenes en el espacio urbano. Entre estos pueden mencionarse el crecimiento demográfico, los flujos migratorios, los cambios en la composición de las fuerzas de trabajo, la oferta escolar, los proyectos de vivienda (o su ausencia), y los dispositivos de control y vigilancia por parte del Estado u otras instancias. Ese entretejido detonó que desde las primeras décadas del siglo XX tuvieran lugar debates en torno a la moralidad, la criminalidad y la violencia de la juventud en los que las narrativas sobre la mala influencia ejercida por entornos urbanos precarios, el ocio y la agitación política jugaron un papel central. Desde finales del siglo XIX el surgimiento de cortes juveniles e instituciones tutelares daba cuenta de la creciente atención prestada a las juventudes urbanas (Colomy y Kretzmann, 1995).
Asimismo, la díada ciudad y juventudes marcó los trabajos de ecología urbana desarrollados desde la década de 1920 por la Escuela de Chicago, colocando el acento en una suerte de determinismo espacial en el que el lugar habitado tenía una relación directa con la adhesión de los jóvenes a bandas o pandillas y la conducta delincuencial (Trasher, 1963, original de 1927). Este enfoque, entretejido con el desplazamiento de lo biológico a lo social experimentado en disciplinas como la psiquiatría, la psicología y la criminología (Ríos, 2016; Azaola, 1990), marcó el quehacer de las instituciones tutelares dirigidas a la juventud y sus problemáticas, especialmente entre los sectores considerados vulnerables por su precariedad material.
En las décadas intermedias del siglo XX tuvo lugar lo que algunos autores llaman la “irrupción juvenil” en los imaginarios urbanos (Feixa, 1998), resultante de los bonos demográficos de la posguerra, sumados a la relativa bonanza económica experimentada por los sectores medios en ciudades de Occidente, y el fortalecimiento de industrias culturales que favorecieron la circulación de cine, música, teatro, entre otras (Marwick, 1998). En ese contexto cobraron notoria visibilidad tanto la movilización política de jóvenes estudiantes como al aparente incremento del pandillerismo y diversos comportamientos delincuenciales. Desde la sociología y la criminología, el pandillerismo y la delincuencia fueron materia de textos, clásicos hoy, sobre las juventudes urbanas que conservaron la impronta de cierto determinismo espacial de la primera escuela de Chicago (Whyte, 1993[1943]; Kravaceus, 1964; Matza, 1964). A partir de la década de 1970 a esas aproximaciones se sumarían los trabajos que exploraban el peso de las representaciones mediáticas en la demonización y estigmatización de algunos grupos de jóvenes, que incidieron en la configuración de pánicos morales que contribuían a legitimar medidas policiales y represivas contra éstos (Cohen, 1972).
Con la reconfiguración de las ciudades en el posfordismo (Harvey, 1998) la agudización de las desigualdades urbanas y la multiplicación de villas miseria, favelas y periferias precarias en las ciudades latinoamericanas (Gilbert y Ward, 1985; Davis, 2006) los abordajes sobre la díada jóvenes y ciudad complejizaron las explicaciones sobre los diferentes modos de apropiación -y exclusión- de los jóvenes en el espacio urbano, poniendo especial atención en el peso que estigmas territoriales (Wacquant,2007; Kessler, 2012) o la acumulación de desventajas tenían en sus experiencias cotidianas, así como en sus expectativas y posibilidades de movilidad social, en procesos de violencia o vigilancia policial (Saraví, 2009; Bayón, 2012).
De esta manera, alteridad, temor, delincuencia, vigilancia policial, violencia y estigmas territoriales son parte de los tópicos recurrentes en la investigación actual sobre juventudes urbanas, que prestan especial atención a las maneras en que la presencia de los jóvenes en las calles ha sido criminalizada. No obstante, quedan aristas por explorar. ¿Puede la díada jóvenes y ciudad resultar fructífera para explorar la configuración de regímenes emocionales y su articulación a prácticas de segregación espacial? ¿En qué medida la incorporación de la apropiación juvenil del espacio urbano en contextos y coyunturas específicas al análisis de los procesos históricos amplía la comprensión en torno a las violencias ejercidas contra sectores juveniles específicos y de las estrategias de resistencia y tomas de decisión desarrolladas por estos frente a los estigmas y la misma violencia? ¿En qué medida la exploración de la díada jóvenes y ciudad demanda un diálogo interdisciplinar?
Los trabajos contenidos en este Tema Central pretenden avanzar en las respuestas a estas interrogantes. Partiendo desde diferentes disciplinas abordan la díada jóvenes y ciudad teniendo como sustrato común el acento en las especificidades históricas y espaciales de los jóvenes urbanos, así como en los estigmas y las estrategias esgrimidas por ellos para hacerles frente en su cotidianidad.
Ivonne Meza nos muestra la construcción del estereotipo del zoot suiter y su utilización en la cobertura periodística en Nueva York y Pensilvania de los episodios de violencia que tuvieron lugar en California en 1943. La autora muestra cómo el imaginario estigmatizante reproducido en la prensa perfiló a los jóvenes mexicano-estadounidenses como parte de una comunidad emocional caracterizada como descontrolada, lo cual a su vez contribuyó a legitimar la segregación espacial y la discriminación prevaleciente en la ciudad de Los Ángeles ejercido contra los señalados zoot suiters por parte de jóvenes marinos angloamericanos e instancias policiales. Utilizando la noción de “comunidad emocional” propuesta por Peter Stearns (2006), Meza pregunta en qué medida la estigmatización de los zoot suiters constituyó un hilo narrativo que en función de la etnicidad y el uso diferenciado del espacio urbano ratificó la pertenencia de algunos jóvenes al proyecto de nación estadounidense y a la par excluyó a otros.
Por su parte, Christian Ascensio, nos conduce a la colonia Pedregal de Santo Domingo, en el sur de la Ciudad de México, caracterizada por ser “un enclave de pobreza estructural en una zona de alta plusvalía”, rodeado de zonas residenciales y colindante con la Ciudad Universitaria. Trazando la trayectoria de la colonia desde su fundación en la década de 1970 y hasta los años recientes, Ascensio plantea cómo en medio de este proceso de segregación residencial, forjador de imaginarios estigmatizantes sobre el lugar y sus habitantes por al menos tres generaciones, la violencia, más que un resultado ineludible puede entenderse como una elección deliberada. En ese sentido, para Ascensio abordar la violencia como acción racional (Wikström, 2010) permite mirar la heterogeneidad de comportamientos entre los jóvenes habitantes del lugar y ponderar el papel que la acción violenta tiene en los relatos de pertenencia e identidad a través de la “construcción de la anécdota”. A su vez brinda elementos para mirar críticamente el determinismo espacial contenido en las representaciones estereotipadas sobre la colonia, para subrayar que dentro de ese mismo marco sociocultural hay jóvenes que optan por no involucrarse en las pandillas u otros actos violentos.
Finalmente, el texto de Henry Moncrieff ofrece un análisis etnográfico sobre un barrio criminalizado del oriente de la Ciudad de México. El análisis perfila una geografía moral en la que es posible identificar fronteras en el interior del barrio que colocan a los jóvenes del lugar en una posición subordinada y estigmatizada frente a los adultos. Dichas fronteras se constituyen a través del miedo y la mala reputación asociados con sujetos, prácticas y lugares concretos. Asimismo, Moncrieff refiere la frontera de la decencia marcada por los diferentes usos del espacio público, la cual valora positivamente la actividad comercial en el tianguis frente a otras maneras de estar en la calle. Cabe destacar la dimensión de género subrayada por Moncrieff, en la que tanto los discursos en torno a los jóvenes como los performances corporales y espaciales configuran la ambivalente figura del chaka, expresión masculina que es demonizada y temida, pero a la vez deseable en términos estratégicos.
En conjunto, estos trabajos permiten apuntalar tres elementos relevantes para pensar la díada jóvenes y ciudad. El primero tiene que ver con la mirada crítica a cualquier posibilidad de determinismo o romantización espacial del barrio. En cambio, contribuyen a pensar analíticamente la díada jóvenes y ciudad, acentuando por un lado los procesos de construcción de estigmas criminalizantes y por otro la toma de decisiones y el desarrollo de estrategias de resistencia para hacerles frente.
En segundo término, los textos dejan ver la relevancia de considerar el entretejido histórico de los procesos de segregación espacial para pensar cómo se configuraron los discursos estigmatizantes en torno a ciertos barrios y sus habitantes, los cuales pueden estar asociados con caracterizaciones étnicas, nacionales, clasistas, o con relatos de resistencia y uso de la violencia.
Un tercer elemento es la visibilización de la relevancia que juega el componente emocional tanto en la construcción y difusión de representaciones estigmatizantes, como en las prácticas y performances de los jóvenes frente a una cotidianidad experimentada o percibida como violenta.
Finalmente, los trabajos aquí reunidos constituyen un incipiente esfuerzo de diálogo interdisciplinario, al subrayar la relevancia de la historicidad en los análisis desde la sociología y los estudios sociales en general, como las posibilidades analíticas de incorporar conceptos perfilados por la antropología y la sociología en la investigación histórica.