Introducción
Los espacios que en nuestros trazados urbanos concentran grandes cantidades de poder, seducción, flujos económicos, sanguíneos, espermáticos, monetarios y violentos (las capitales de las ciudades con sus imponentes edificios administrativos y bursátiles, los templos religiosos y los bares o antros de prácticas contrasexuales, o bien, las fronteras con sus aparatos segregativos y de aniquilación) tienen su historia particular, sus narrativas situadas y sus genealogías en vías de exploración. Paralelamente, el uso que hacen los cuerpos de los placeres a nivel somatopolítico (Foucault, 2011 [1984]) puede devenir en experiencias singulares encarnadas para los sujetos con potencial subversivo y contrasexual (Preciado, 2000). De igual manera, los cuerpos son lugares utópicos (Foucault, 2010 [1966]) productores de placeres contrahegemónicos impulsados por micropolíticas deseantes. Al mismo tiempo, los vínculos, flujos y conexiones entre los cuerpos forman comunidades, y éstas modifican los diseños, los usos y la organización de los espacios que habitan, en ocasiones deviniendo en comunidades electivas con subculturas precisas, situadas y organizadas políticamente. ¿Cómo pensarlo?, ¿cómo teorizarlo?, ¿cómo aproximarse?
En décadas recientes han aparecido diversos trabajos desde perspectivas antropológicas, etnográficas y filosóficas para el estudio y análisis de los procesos urbanos, los diseños arquitectónicos y el uso de los espacios, por su ineludible influencia en la producción de variadas formas de subjetividad y su relación con la sexualidad (Colomina, 1992; Rubin 1994; Preciado 2010). Asimismo, Michel Foucault subrayó a lo largo de sus investigaciones la función política del diseño de los espacios y los efectos de poder, saber y verdad que producen en contextos situados, fechados y localizados.
Foucault acuñó, a propósito de Borges, el concepto heterotopía en 1966, en Las palabras y las cosas, para introducir su estudio de los sistemas de reglas que ponen nombres a las cosas y producen discursos por medio de enclaves en los lenguajes. Un año después, el 14 de marzo de 1967, en una conferencia dictada para el Círculo de Estudios Arquitectónicos de París propondría una nueva analítica de los espacios en su relación con el lenguaje, los cuerpos, los saberes y el ejercicio del poder a la que llamaría heterotopología, y que tiene por objeto de estudio los contraespacios (Foucault, 2010 [1967], p. 21).
Las heterotopías son burbujas somatopolíticas, contraespacios precisos y situados donde el transcurrir habitual del tiempo es suspendido momentáneamente y la transmutación de las normas simbólicas permite el acontecer de excepciones, y el derivado de las operaciones espaciales de éstas puede producir formas inéditas de experiencias y subjetivación. Ejemplos de estos lugares son: la cama de los padres para los juegos de las y los niños, el cine, el teatro, los jardines, los viajes, los espacios-tiempo-acumulativos como las bibliotecas, museos o cementerios, lugares de encierro como las prisiones y el psiquiátrico, aquellos de despliegues de contrasexualidad como los bares de temática leather, las calles en el momento de protestas y manifestaciones colectivas, o bien, los medios de transporte público como el metro, etcétera.
Los diseños de los espacios públicos y privados, de los trazados urbanos, residenciales e institucionales no son inocuos porque responden a lógicas utilitarias de reproducción de los códigos vigentes en contextos determinados, hay una función política en su diseño y uso. Sexualidad, política y espacios forman una plataforma común para los procesos sociales en los territorios urbanos. El presente artículo se apuntala en varias investigaciones sobre lo que denominaremos cartografías sexuales urbanas, con la intención de presentar algunas reflexiones para su recuperación teórica, su investigación situada y la relevancia de sus aportaciones. En el primer apartado, teniendo de base a Michel Foucault, Gayle Rubin y Paul B. Preciado, propondremos una definición del conjunto de cartografías sexuales urbanas. A continuación, daremos ejemplos de los estudios que agrupamos en dicho conjunto, comentando sus principales contribuciones teóricas para el estudio, la investigación y el análisis teórico de las relaciones entre sexualidad, poder y espacio. Finalmente, concluimos con un breve comentario sobre cómo se implica el investigador en la experimentación con el propio cuerpo para los estudios sobre sexualidad, deseo y placer.
Cartografías sexuales urbanas
¿Son los deseos singulares capaces de producir edificaciones materiales, modificar la urbanidad y el diseño físico de los espacios? ¿Cómo los congregados de varios deseos adquieren visibilidad social, forjan discursos identitarios y se organizan para influir en políticas ciudadanas? ¿Cuál es el potencial político del placer? ¿Cómo se forman comunidades electivas a partir del ejercicio de prácticas sexuales?
En la década de los años setenta, sobre todo en las universidades estadounidenses, el poder psiquiátrico que teorizó tan detalladamente Michel Foucault (2005), comenzó a perder su imperio y dominio (al menos parcialmente) en lo que se refiere a la producción de conocimientos sobre la sexualidad. La aparición de los Women´s studies, gender studies, gay and lesbian studies, y luego del conjunto heterogéneo de trabajos de la queer theory, permitió el surgimiento de nuevos discursos que, sin el cariz patológico, médico y normativo sobre el erotismo, el placer y el sexo mostraron a la vez la caducidad inminente de los campos conceptuales de la función psi. De pronto, las categorías de “psicopatología sexual”, “desviación”, “degeneración”, “perversión”, incluso la de “parafilias”, tan en boga entre ciertos psicoanalistas y los campos de la psicología y la psiquiatría, se tornaron inadecuados, arcaicos y poco útiles para el estudio de las variabilidades del deseo. Al mismo tiempo, la antropología, la historiografía y la filosofía comenzaron a forjar nuevos conceptos, a construir nuevos relatos, a trabajar con nuevos marcos teóricos y a reflexionar críticamente sobre el género y la sexualidad.
Prácticamente todo el conjunto de investigaciones recientes sobre sexualidad en las Ciencias Sociales y en las Humanidades tiene como antecedente de base el cambio de paradigma procedente de la década de los setenta, cuando la influencia de los trabajos de Michel Foucault fue decisiva para dicha mutación epistemológica. Hasta ese momento los investigadores trabajaban con la premisa de considerar a la sexualidad como una fuerza, una potencia; unas prácticas que eran objeto de coacciones por diferentes poderes y fuerzas represoras, un impulso natural constreñido por limitaciones sociales, al mismo tiempo que se pensaba que la heterosexualidad, la homosexualidad y el lesbianismo moderno eran invariables universales históricamente y no habían sufrido cambios sustanciales en el devenir del tiempo, y que lo prohibido daría cuenta de los cambios históricos sobre la sexualidad.
Foucault, en el primer volumen de su Historia de la sexualidad, hace al menos tres movimientos importantes para los posteriores estudios e investigaciones: 1) interroga críticamente lo que denomina la hipótesis represiva y presenta sus argumentos para considerar que la sexualidad no fue sometida a restricciones, prohibiciones e imposiciones de las que sería factible que fuera liberada, sino a una incitación discursiva; 2) dicha proliferación de los discursos, mediada por la scientia sexualis heredera de la técnica cristiana de la confesión, va a construir el dispositivo histórico de la sexualidad en el que los dominios del poder-saber disciplinario edificaron conocimientos e instituyeron tratados normativos para la clasificación del uso de los placeres; 3) entonces, la sexualidad es propuesta por Foucault como una producción histórica, cultural, contextual y subjetiva precisa, una experiencia moderna en la que los cuerpos son llevados a reconocerse como sujetos de una sexualidad determinada por las prácticas que llevan a cabo (se es heterosexual, se es homosexual, se es sadomasoquista). Así, su proyecto
Se trataba, en suma, de ver cómo, en las sociedades occidentales modernas, se había ido conformando una "experiencia", por la que los individuos iban reconociéndose como sujetos de una "sexualidad", abierta a dominios de conocimiento muy diversos y articulada con un sistema de reglas y de restricciones. El proyecto era por lo tanto el de una historia de la sexualidad como experiencia, si entendemos por experiencia la correlación, dentro de una cultura, entre campos del saber, tipos de normatividad y formas de subjetividad (Foucault, 2011 [1984], p. 10).
De esta manera, es posible pensar la construcción cultural e histórica de la sexualidad, y además teorizarla como un problema político, pues este dispositivo cumple una función articuladora entre el antiguo poder soberano del derecho de dar la muerte, los modernos mecanismos del régimen disciplinario y las técnicas de administración de los procesos vitales en la biopolítica (Foucault, 1976). Para Foucault la experiencia histórica de la sexualidad también es política porque “es algo que creamos nosotros mismos: es nuestra propia creación, mucho más que el descubrimiento de un aspecto secreto de nuestro deseo. Debemos comprender que, con nuestros deseos, por su intermedio, se instauran nuevas formas de relación, nuevas formas de amor y nuevas formas de creación” (Foucault, 2016 [1984] pp. 199-200).
En 1984, el mismo año de la muerte de Foucault, se publicó el artículo Reflexionando sobre el sexo: notas para una teoría radical de la sexualidad de Gayle Rubin. Dicho artículo es escrito en el contexto de los debates, las disputas, las disquisiciones y los enfrentamientos sobre sexualidad, trabajo sexual, pornografía y prácticas BDSM y leather durante la segunda ola del feminismo, denominadas las sex wars o “guerras del sexo” (Ferguson, 2019). Para Rubin:
Una teoría radical del sexo debe identificar, describir, explicar y denunciar la injusticia erótica y la opresión sexual. Necesita, por tanto, instrumentos conceptuales que puedan mostrarnos el objeto a estudiar. Debe construir descripciones ricas sobre la sexualidad, tal y como ésta existe en la sociedad y en la historia, y requiere un lenguaje crítico convincente que transmita la crueldad de la persecución sexual (Rubin, 1989, p. 13).
Como una primera contribución a tal proyecto, Rubin teoriza una jerarquía de valor entre las prácticas sexuales:
Las sociedades occidentales modernas evalúan los actos sexuales según un sistema jerárquico de valor sexual. En la cima de la pirámide erótica están solamente los heterosexuales reproductores casados. Justo debajo están los heterosexuales monógamos no casados y agrupados en parejas, seguidos de la mayor parte de los demás heterosexuales. El sexo solitario flota ambiguamente. El poderoso estigma que pesaba sobre la masturbación en el siglo XIX aún permanece en formas modificadas más débiles, tales como la idea de que la masturbación es una especie de sustituto inferior de los encuentros en pareja. Las parejas estables de lesbianas y gays están en el borde de la respetabilidad, pero los homosexuales y lesbianas promiscuos revolotean justo por encima de los grupos situados en el fondo mismo de la pirámide. Las castas sexuales más despreciadas incluyen normalmente a los transexuales, travestís, fetichistas, sadomasoquistas, trabajadores del sexo, tales como los prostitutos, las prostitutas y quienes trabajan como modelos en la pornografía y la más baja de todas, aquellos cuyo erotismo transgrede las fronteras generacionales (Rubin, 1989, p. 18).
Rubin también hace una crítica a la psiquiatría y a la psicología porque dichas disciplinas consideran a las variabilidades eróticas como insanas, peligrosas e inferiores en el desarrollo de un individuo, subrayando cómo funcionan de manera similar a los discursos del racismo y el etnocentrismo. Desarrollar un comentario riguroso y detallado sobre los argumentos de Rubin escapa al propósito y los alcances del presente escrito. Sin embargo, recuperamos su propuesta sobre la estratificación de valor entre las prácticas sexuales y cómo éstas también son políticas en contextos, tiempos y lugares específicos:
El reino de la sexualidad posee también su propia política interna, sus propias desigualdades y sus formas de opresión específica. Al igual que ocurre con otros aspectos de la conducta humana, las formas institucionales concretas de la sexualidad en cualquier momento y lugar dados son productos de la actividad humana. Están, por tanto, imbuidas de los conflictos de interés y la maniobra política, tanto los deliberados como los inconscientes. En este sentido, el sexo es siempre político, pero hay períodos históricos en los que la sexualidad es más intensamente contestada y más abiertamente politizada. En tales períodos, el dominio de la vida erótica es, de hecho, renegociado (1989, p. 2).
Ahora bien, los procesos, las producciones subjetivas y prácticas de la sexualidad acontecen en lugares que forman parte de las arquitecturas políticas del placer y el deseo. Para que los procesos subjetivos de la sexualidad sucedan se requieren topos particulares, hábitats de desarrollo, lugares de gestión de lo que se considera público y privado, de las ficciones de lo doméstico y la intimidad, de la distribución de la sexualidad en espacios localizables, la generación de economías del placer y los enclaves de producción del deseo en los trazados urbanos. “La sexualidad moderna no existe, por tanto, sin una topología política: la aparición de un muro regulador que divide los espacios en públicos (es decir, vigilados por el ojo moral del Estado) y privados (vigilados únicamente por la conciencia individual o por el silencioso ojo de Dios)” (Preciado, 2010, p. 77).
Con las ideas hasta aquí citadas como base, proponemos, pues, la expresión cartografías sexuales urbanas para referirnos a un conjunto de investigaciones y trabajos recientes que han identificado, descrito y teorizado diversas topologías políticas sexuales en contextos geográficos urbanos. Dichos estudios tienen en común haber registrado, documentado y analizado algunas dinámicas concretas de lugares en ciudades específicas y en momentos históricos definidos, teniendo en cuenta las tecnologías del género, la función política del uso de los espacios, su relación con la arquitectura, el diseño y la distribución de los cuerpos, así como su convergencia con el uso de los placeres, y las prácticas sexuales específicas de cada terreno, la producción de subjetividad, y, el agenciamiento ciudadano de los sujetos ante los poderes del Estado, la violencia y el necropoder. De hecho, una de las contribuciones más importantes de estas investigaciones es su enfoque en la creación de comunidades electivas formadas por las castas sexuales más denigradas, con énfasis en que también son sujetos políticamente agenciados. Los trabajos que pertenecen al conjunto que proponemos funcionan como mapas sexuales orientativos para el estudio, la recuperación de saberes situados y la navegación investigadora por los bravíos mares del sexo, el goce, el placer y el deseo en diversos territorios de la actual geopolítica planetaria.
El principal criterio para la selección de los textos analizados en el presente artículo es que son fruto de investigaciones que, sin recurrir a nominaciones psicológicas o psiquiátricas, permiten trazar un amplio panorama sobre la reflexión de las cartografías sexuales en los territorios urbanos. Consideramos que el análisis presentado servirá para repensar las metodologías y teorías empleadas para el estudio de las subjetividades y los cuerpos en relación con el deseo y el placer. Cada autora y autor de los textos citados, comentados y reseñados describen de manera situada, particular y documental, lugares y sitios donde la sexualidad es productora de subjetividad, generadora de comunidades y lazos sociales, así como factor de incidencia política y transformación. Los trabajos que recuperamos tienen la cualidad de acentuar las intersecciones, dinámicas y convergencias entre cuerpos, género, tecnologías, arquitectura y deseo, con lo que damos cuenta de la proliferación de nuevas gramáticas políticas y escenarios sexuales de resistencia en enclaves urbanos. La riqueza de reunir un conjunto heterogéneo de investigaciones sobre algunas manifestaciones de la sexualidad y la política en el uso de los espacios urbanos radica en mostrar el vasto horizonte y la diversidad de sus formas y expresiones. Asimismo, cada una de las aportaciones teóricas del conjunto nos permite apreciar la necesidad de reconceptualización constante y de invención de nuevas metodologías para emprender investigaciones vanguardistas. Finalmente, pretendemos efectuar una exploración teórica que dé cuenta de los cambios para hacer investigación sobre sexualidad, política, espacio, placer y deseo.
Diversas topologías políticas sexuales
Comenzamos nuestra exploración al norte de California, en Estados Unidos de América (EUA), en una ciudad famosa por sus montañas, su bahía, su neblina densa que perdura todo el año, el puente Golden Gate, los tranvías y las elegantes casas de diseños victorianos que pueblan sus calles. San Francisco también es un lugar geopolíticamente famoso por congregar, concentrar y posibilitar las condiciones necesarias para la emergencia de comunidades contrasexuales y no hegemónicas del erotismo actual. Su cartografía opera en el planeta como una especie de agujero negro del placer, cuyo poderoso magnetismo erótico ha permitido durante décadas la afluencia de multitudes de cuerpos que acuden atraídos a ese lugar en místicas peregrinaciones ritualizadas del sexo para la búsqueda de nuevas experiencias de intensificación del placer. Gayle Rubin, en su tesis doctoral The valley of the kings: leathermen in San Francisco, 1960-1990, investigó el surgimiento y apogeo de la comunidad gay leather del área de South of Market en San Francisco, así como el amargo impacto de la pandemia del sida. Su investigación aplica las teorías, metodologías y herramientas de la etnografía y la antropología en una población hasta ese momento marginada, patologizada e injuriada, para escribir una memoria histórica solemne y una genealogía política de las primeras subculturas modernas abocadas a la reinvención del placer.
De acuerdo con Rubin, el cuero o leather es un término utilizado para distinguir un subgrupo de hombres homosexuales que comenzaron a organizarse alrededor de actividades sexuales y semióticas eróticas específicas en la década de los años cuarenta en las ciudades más industrializadas de EUA. En un periodo relativamente corto, se formaron comunidades visibles que devinieron en una subcultura con códigos, prácticas y símbolos propios. Leather “sirve como un distintivo para un tipo de comunidad, una colección de prácticas sexuales y un conjunto de valores y actitudes” (Rubin, 1998, pp. 253-254). Los sujetos que integran esta comunidad son llamados leathermen (hombres de cuero) por su atuendo distintivo: chamarras de piel, jeans ajustados, botas, motocicletas Harley y una imaginería asociada a la masculinidad viril, musculada y sexualmente activa. Sin embargo, al ser una comunidad viva, si bien comparte una semiótica erótica que le permite cierta cohesión, también es diversa en lo que refiere a sus prácticas sexuales, códigos identitarios de la masculinidad y maneras de relacionarse.
Un aspecto crítico de mi investigación fue examinar lo que, en lenguaje arqueológico, podría denominarse el "patrón de asentamiento" del sexo gay, especialmente el sexo leather, en San Francisco. El rastreo de las ubicaciones cambiantes del sexo gay a lo largo del tiempo reveló las complejas interconexiones entre la implementación de políticas de desarrollo, el redesarrollo urbano y la geografía de las subculturas gay, incluida la subcultura leather (Rubin, 2000, p. 69).
El resultado de la investigación doctoral de Gayle Rubin es un monumental relato de poco menos de seis décadas, en el que demuestra los procesos históricos, sociales y políticos de la subcultura leather en el área urbana de South of Market. Aunque su estudio no es estrictamente hablando el primero, sí constituye hasta la fecha una de las investigaciones más documentadas, con una de las teorizaciones más rigurosas en su campo y uno de los más importantes tratados históricos de la cultura leather contemporánea. Rubin se dedicó a examinar la diversidad sexual contemporánea en el contexto de las dinámicas sociales en las geografías urbanas, considerando las economías políticas de la sexualidad y el espacio. Sus trazados teóricos incluyen las relaciones entre las facetas urbanas y la especialización sexual, así como el impacto de la reurbanización y la gentrificación. El trabajo de Rubin tomó en cuenta la organización urbana con un análisis archivístico sobre la historia de San Francisco al hacer descripciones precisas de la población que estudió, recopiló material gráfico (fotografías, carteles, ilustraciones, esculturas y adornos) característico del contexto; elaboró un trazado de los signos más representativos, los bares, sitios y antros de reunión, e incluyó narraciones sobre las prácticas sexuales de mayor predominio entre los leathermen: el BDSM y fisfucking. Debemos también a su trabajo una primera aproximación seria al impacto que tuvo la aparición del VIH-sida entre la comunidad gay, con un especial análisis hacia sus amargas consecuencias para la escena leather de San Francisco.
Su tesis doctoral es de difícil acceso, aunque sus principales reflexiones han sido publicadas como artículos en diferentes revistas y libros, lamentablemente no hay prácticamente ninguno disponible en español. Un artículo que resalta entre sus trabajos sobre el tema es The Catacombs: A Temple of the Butthole, que fue publicado primero en el libro colectivo Leather Folk (2004) de Mark Thompson y luego reeditado en el compilado Deviations. A GayleRubin Reader (Rubin, 2011). En este artículo, Rubin efectuó un excepcional trabajo antropológico sobre la dinámica política que tuvo lugar en the Catacombs (que fue un club privado consagrado a las prácticas del fisting y el BDSM de gays y lesbianas, y que funcionó en el área de South of Market en San Francisco de 1975 a 1981 y luego de 1982 a 1984) fechó, situó, y precisó en sus descripciones las tecnologías, los artefactos y las prácticas comunitarias, así como, la artificialidad de la construcción del espacio localizado como un archipiélago privado para el sexo radical.
Las fiestas en the Catacombs fueron momentos privilegiados en los que confluyeron varios elementos: reuniones sociales, prácticas sexuales, trazados y diseños físicos de los espacios, indumentarias, músicas, artefactos, drogas y cuerpos diversos. The Catacombs constituyó una heterotopía por su capacidad de alojar el establecimiento de relaciones singulares, vínculos comunitarios, así como inéditas y experimentales mezclas entre espacio, sexualidad, poder, placer y tecnologías. En las genealogías cartográficas de las erotologías modernas, the Catacombs fue y sigue siendo importante no sólo por ser un ejemplo de resistencia contra el régimen heteronormativo del placer en los entramados urbanos, sino también por ser el hogar de una comunidad que puso en acto la pregunta de Foucault sobre cómo crear “nuevas formas de vida, de relaciones, de amistades, en la sociedad, el arte, la cultura: nuevas formas que se establecerían a través de nuestras elecciones sexuales, éticas y políticas” (Foucault, 2016, p. 201). No hay que olvidar que para Foucault la sexualidad, el erotismo, el ejercicio y la experimentación con los placeres son empresas creadoras de subjetividad.
Sin embargo, también es importante reconocer que las lecciones de the Catacombs, y más ampliamente del Valley of the kings, no proporcionan recetas universales que las hicieran válidas en todo tiempo y lugar. Sus enseñanzas, como las de un verdadero saber-placer preciso y fugaz, son fechadas, situadas e irrecuperables y, sin embargo, sostenemos que se puede aprender de ellas, al inscribir sus archivos dentro de la amplia gama de movimientos heréticos contrasexuales modernos. Gayle Rubin en su artículo nos invita a no olvidar que, aunque the Catacombs desapareció amargamente, su legado es importante y crucial para la historia de las comunidades leather y BDSM. Podemos decir que en una sociedad y contexto histórico cuyas prácticas sexuales son restringidas, aburridas y normativas, the Catacombs fue un sitio experimental que fomentó, celebró y valoró la diversidad de capacidades sensoriales de los cuerpos para la intensificación del placer.
Pasemos ahora a México. Al mismo tiempo que Rubin documentaba las prácticas de los leathermen en los enclaves urbanos del Valley of the kings, Guillermo Núñez Noriega investigaba las prácticas sexuales entre hombres en Hermosillo, Sonora. Al igual que en el caso de Rubin, esta investigación es pionera y con el tiempo se ha vuelto un referente ineludible para los estudios en México y Latinoamérica tanto sobre la antropología contemporánea en general, como sobre las prácticas homoeróticas en particular. Desde la publicación en 1994, el libro Sexo entre varones. Poder y resistencia en el campo sexual de Núñez ha tenido dos reediciones (1999 y 2015) manteniendo su riqueza y vigencia por su consistencia teórica, etnográfica y documental.
Núñez hace una cartografía del campo sexual y la existencia sexual sonorenses, estudia dimensiones de la variabilidad erótica entre hombres, con los lenguajes que la retratan y las prácticas que las efectúan, y con ello revela una tensión consustancial entre las identidades y los marcos normativos derivados de las representaciones hegemónicas resultantes de los discursos médicos y morales sobre los placeres considerados inadecuados, vergonzosos y ocultos, acentuando además las disputas y tensiones teóricas inherentes al investigar las convergencias entre subjetividad, sexualidad, género y poder. La reflexión de Núñez es articulada por varias preguntas: ¿cómo la sexualidad, el placer y los discursos hegemónicos producen identidades políticas? ¿Cuáles son las representaciones sobre las prácticas sexuales entre varones en Hermosillo? ¿Cuál es el impacto de esas representaciones y cómo influyen en los modos de resistencia en contextos culturales adversos? Uno de los aportes más interesantes para responder a esas interrogantes es la construcción teórica del término campo sexual.
De acuerdo con la propuesta conceptual del autor, los cuerpos que habitan en los campos sexuales de una región determinada poseen una existencia sexual, “una dimensión bio-psico-social del individuo, involucrada en la existencia del placer y el deseo erótico” (Núñez, 2015, p. 38). Las representaciones, las prácticas y las resistencias en los vaivenes de las potencias del deseo, los códigos del género y los decires sobre el sexo constituyen los elementos de las influencias entre lo individual y lo colectivo, lo singular y lo social, la identidad y sus campos de existencia. Así, las representaciones médicas, morales, disidentes o contrahegemónicas sobre las existencias sexuales, sus prácticas, deseos, placeres y comunidades, conforman los campos sexuales en los que tienen lugar las experiencias vitales, afectivas, violentas y corporales en momentos, tiempos y lugares determinados para los sujetos que los habitan.
Sexo entre varones no es únicamente un modelo teórico útil para el análisis de las políticas sexuales, el género y las relaciones de fuerzas entre las representaciones disidentes y ortodoxas sobre el placer, los afectos y el deseo, sino también el reflejo de un cambio de época. Su escritura, publicación, reediciones, difusión, discusiones e impacto son parte del proyecto político de Núñez y de su compromiso ético con la investigación, la producción intelectual, la reflexión crítica y el activismo social.
El trabajo de Núñez es importante no sólo por sus contribuciones en los espacios académicos universitarios, sino también por su incidencia en las esferas gubernamentales y las organizaciones sociales y activistas, que muestran el filo político de sus reflexiones. Las condiciones contextuales, económicas e intelectuales en las que se realizó la investigación, se produjo el texto, se publicó y reeditó el libro, así como el recuento de todo lo que ha girado en torno a las preocupaciones, intereses y construcciones conceptuales de Guillermo Núñez, constituyen una valiosa memoria histórica no sólo para Sonora, sino también para México y Latinoamérica en lo que se refiere a las luchas de los colectivos de la diversidad sexual, así como, para la producción de teorías y estudios queer desde el Sur. Los desarrollos ulteriores confirman la pertinencia de estas aportaciones pioneras.
Varios años después de este trabajo académico de Núñez, en otro contexto geográfico, académico y metodológico, Paul B. Preciado llevó a cabo su investigación doctoral en Teoría de la Arquitectura en la Universidad de Princeton sobre cómo la arquitectura y la sexualidad, durante la Guerra Fría, se mezclaron en el proyecto de Hugh Hefner con la invención de los diseños espaciales y mediáticos actuales para los espacios reservados a la producción de placer y capital. Su investigación registra un enclave particular, móvil, tecno-visual-espacial, sin localización fija, pero con delimitaciones precisas, de pequeñas utopías sexuales, burbujas del placer, archipiélagos de experimentación que devendrán en el régimen farmacopornográfico con sus tres plataformas de cultivo: soportes médicos, farmacéuticos y mediáticos. Preciado retoma la noción foucaultiana de heterotopología para dar continuidad a tal proyecto de análisis, y propone que el complejo del burdel multimedia que fue la Mansión Playboy es un ejemplo prínceps de una pornotopía:
Lo que caracteriza a la pornotopía es su capacidad de establecer relaciones singulares entre espacio, sexualidad, placer y tecnología (audiovisual, bioquímica, etc.), alterando las convenciones sexuales o de género y produciendo la subjetividad sexual como un derivado de sus operaciones espaciales. Por supuesto, es pornotópico el burdel, contraespacio característico de las sociedades disciplinarias capaz de crear una ficción teatralizada de la sexualidad que se opone, al intercalar un contrato económico como base del intercambio, al mismo tiempo a la celda célibe y a la habitación conyugal. […] Todas ellas constituyen brechas en la topografía sexual de la ciudad, alteraciones en los modos normativos de codificar el género y la sexualidad, las prácticas del cuerpo y los rituales de producción de placer (Preciado, 2010, pp. 120-121).
De acuerdo con Preciado, es posible encontrar pornotopías de: 1) proliferación extensa (territorios con sus códigos, leyes y hábitos para la experimentación con el placer y las prácticas sexuales); 2) restricción (que son los modelos disciplinarios descritos por Foucault); 3) transición (como las habitaciones de hoteles para las noches de boda); 4) subalternidad, producidas por las sexualidades disidentes; 5) resistencia que aparece en momentos específicos en los espacios públicos urbanos (por ejemplo en las manifestaciones y marchas). En este caso nos parece que, con la excepción de las pornotopías de restricción -para las cuales consideramos más útil la teorización sobre los diseños de los espacios disciplinarios que hace Foucault-, la aportación de Preciado puede ser entendida como las cualidades de las pornotopías en general.
Pensamos a las pornotopías como espacios particulares en los que convergen sexualidad, arquitectura y tecnología, cuyo potencial permite la aparición de territorios eróticos de pasaje, lo que posibilita experiencias particulares para los sujetos que las habitan, las usan y las gestionan, consagradas a la intensificación del placer, la producción del deseo y la generación de capital. En este sentido, Hefner fue un precursor de las pornotopías contemporáneas porque sus tecnologías, mecanismos y semióticas han alcanzado a diseminarse en los confines de las sociedades mediadas digitalmente en el planeta. El proyecto multimedia de Playboy incluyó producciones cinematográficas, televisión, prensa y arquitectura, que “podrían entenderse como la mutación del burdel tradicional en la era farmacopornográfica” (Preciado, 2010, p. 142). La habilidad de Hefner para verter las antiguas formas de consumo sexual en productos de representación y consumo visual fue la clave de su éxito económico y su auge cultural.
Al igual que Hefner fue precursor de los híbridos consumidores multimedia y su proyecto arquitectónico perfiló el diseño de los espacios sexuales farmacopornográficos, el ensayo de Preciado adelantó en 2010 varias de las mutaciones sobre el uso de los placeres, los flujos digitales de la sexualidad y las ficciones eróticas del deseo creadas por y para los actuales prosumidores en los confines del tecnocapitalismo actual. El trabajo crítico de Preciado es una vivisección de sistemas semióticos vivos, un análisis del tráfico, trasplante y supervivencia de los modelos que inventó el ahora cadáver del imperio Playboy, en los procesos del régimen farmacopornográfico con sus flujos digitales, virales, oncológicos y psicotrópicos subsecuentes. Preciado no teoriza sobre Playboy como objeto histórico, sino como un archivo documental al que es necesario interrogar para hacer genealogías del presente.
Por eso hemos realizado esta operación en un momento liminar: el corazón de la pornotopía Playboy todavía late aunque sus signos vitales se van debilitando poco a poco. Cortamos y diagnosticamos en vivo. Es posible reconocer aún el organismo pornotópico Playboy funcionando, observar sus operaciones, pero también detectar los órganos que serán trasplantados desde Playboy, mientras hay tiempo, hasta otros centros de producción de significado. Es ese tráfico, esa supervivencia de modelos, y no Playboy como objeto histórico, lo que nos interesa. Como conclusión de esta autopsia les diría, si esto no fuera malcitar a Bolaño, tengo una mala y una buena noticia. La mala es que la pornotopía Playboy se muere. La buena es que somos necrófilos (Preciado, 2010, pp. 199-200).
¿Cuáles son algunos de esos órganos que han sido trasplantados y que perviven ahora que Playboy es un cadáver inerte en el mausoleo de la historia moderna? Mencionaremos únicamente tres que tienen en común la expansión del internet, el uso masivo de los smartphones, las redes sociales y la modificación espacial y política. El primero es la relación entre trabajo, productividad y tiempo. Preciado en 2010 describía cómo Hefner trabajaba, controlaba su imperio y vivía prácticamente enclaustrado en su cama redonda y giratoria equipada con todos los artefactos necesarios para sus labores cotidianas. Actualmente, el recrudecimiento de las condiciones económicas y el asedio constante por la producción intensificada de capital ha impactado en buena parte de la población no sólo con precariedad, estrés y pésimos entornos, sino que también ha propiciado que los cuerpos trabajen prácticamente todo el tiempo, incluso desde su cama mediante el uso de tabletas y smartphones que los mantienen encadenados de manera permanente a sus obligaciones laborales. Lo que para Hefner fueron sueños placenteros y actividades reconfortantes en el siglo pasado, hoy para nosotros son pesadillas persecutorias y diligencias agotadoras.
El segundo punto es la relación entre el internet, los smartphones y los prosumidores de pornografía. El internet facilitó la circulación de imágenes y videos pornográficos, haciendo de dicha industria una de las más rentables. La pornografía, pensada como un dispositivo virtual masturbatorio, fue expandida por las eléctricas telarañas de la web. Sin embargo, un cambio más significativo tuvo lugar a partir de la incorporación de cámaras en los smartphones que permiten producir imágenes y videos de gran calidad: antes, hacer pornografía implicaba tener al menos una cámara casera, hoy sólo requieres tu celular, por lo que asistimos a una producción todavía más masiva de fotografías y videos pornográficos que se mueven fluidamente entre redes sociales como Facebook, Instagram, Twitter o Snapchat, en aplicaciones de mensajería instantánea como WhatsApp, de ligue como Grindr, Scruff y Tinder, o bien, en portales dedicados a su comercialización como Onlyfans. Hace apenas diez años los debates en los colegios e instituciones educativas sobre pornografía giraban en torno a las maneras de evitar que los adolescentes entraran en contacto demasiado pronto con dicho material; hoy nuestros adolescentes pueden fácilmente ser prosumidores de porno. Hace veinte años la pornografía se fabricaba en estudios profesionales, con actores y actrices, por productoras industriales; hoy nosotros somos potenciales prosumidores de pornografía en tiempo real.
El tercer punto se anuda a los dos anteriores. El internet, los smartphones y los prosumidores de pornografía han producido una nueva ecología global, nuevos topos sexuales y nuevos espacios digitales en los que habita el deseo, se mueven las pulsiones y se incentiva el placer. Asistimos, somos parte, agentes de un proceso de transición planetaria en el que los enclaves de las pornotopías se han expandido. Ya no sólo habitamos las pornotopías, ellas nos habitan a nosotros. Las arquitecturas digitales han creado nuevos espacios viscosos, adictivos y expansivos en los que la sexualidad habita en la actualidad; sus políticas son todavía inéditas, poco exploradas y volátiles. El tele-tecno-trabajador-masturbador contemporáneo se encuentra sumergido en formas digitalmente mediadas y virtualmente construidas de la realidad. Coincidimos con Preciado cuando afirma que “las aplicaciones descargables en Google Play o en Apple Store son los nuevos operadores de la subjetividad. Recuerda entonces que cuando descargas una aplicación no la instalas en tu ordenador o en tu teléfono móvil, sino en tu aparato cognitivo” (2019, p. 79). Planteamos entonces que las pornotopías digitales actuales, las superficies de cristal frío y luz cálida de los subrogados masturbatorios virtuales de las pantallas y las diseminaciones de los artefactos de producción de subjetividad, han creado nuevos espacios inmateriales para habitar. Entonces, es necesario un nuevo tipo de trazado cartográfico sexual, ya no urbano, sino virtual, para los enclaves digitales pornotópicos.
De la pegajosa web y los viscosos smartphones pornotópicos vayamos ahora a los húmedos placeres en un vapor gay del estado de Aguascalientes, en México. El artículo “Cuerpos, deseos y placeres compartidos: El vapor gay de Aguascalientes” de Juan de la Cruz Bobadilla Domínguez parte desde la perspectiva foucaultiana de considerar a la sexualidad como un dispositivo histórico, como una producción cultural y moderna, e investiga un lugar de resistencia al régimen heterosexual y sus códigos morales, para cartografiar los placeres homoeróticos en un spa gay.
Luego de una documentada introducción en la que menciona la metodología, premisas conceptuales, antecedentes teóricos y objetivos generales de su investigación, Bobadilla describe de manera general algunos rasgos y características de Aguascalientes y puntualiza una breve trayectoria sobre los espacios de encuentro, socialización e intercambio sexual gay, en particular del municipio de su capital. Su descripción incluye el cambio en la percepción moral de los lugares utilizados para intercambios sexuales entre hombres, en parte, debido a la transición de las posturas gubernamentales de la región, así como su impacto en los diseños y trazados de la urbanidad. Un dato interesante es el diagnóstico sociodemográfico denominado “Mapa de la Comunidad de 2006”, que registró un total de 46 sitios de encuentro en la capital de Aguascalientes, “clasificados como: diversión, ligue, candentes, peligrosos, de discriminación y de estigma, abarcando tanto espacios públicos como privados” (Bobadilla, 2015, p. 266).
Sobre el spa hay una detallada descripción de los servicios que se ofrecen, la disposición de las instalaciones, la organización de los espacios, el perfil de los clientes y el ambiente del lugar. La narración minuciosa de las semióticas, las prácticas, los códigos y las dinámicas en las que “el cuerpo se vuelve el protagonista de este ritual y por ende el eje y receptáculo de miradas, valoraciones y deseos” (Bobadilla, 2018, p. 52), es exquisita. Su narrativa reflexiona sobre los cuerpos imperfectos para la hegemonía y el imaginario mercadotécnico dominante, que se congregan en los vapores y se pasean casi en desnudez por los pasillos del lugar, proponiéndolo como un espacio de socialización.
Bobadilla subraya cómo el cuerpo de los sujetos jóvenes es el eje rector de los procesos de socialización, los códigos de seducción y el detonador de la excitación en las prácticas de intercambio sexual. De esta manera, la edad es una variable importante no sólo para la segmentación de los usuarios, sino también en lo que refiere a sus posibilidades de encuentros sexuales. Los cuerpos de hombres maduros son observadores atentos de los otros cuerpos jóvenes que tienen sexo al interior de las salas de vapor. Las delimitaciones son precisas, los actos curiosamente calculados y los lenguajes compartidos trazan las maneras de rechazo o vinculación con dinámicas corporales y mensajes performativos en los escenarios propicios para el sexo entre hombres en el lugar.
El hecho que refuerza lo dicho al inicio de este apartado, en torno al arquetipo del cuerpo masculino atractivo y deseable, se verifica al observar cuando un joven o un joven maduro, cuyo cuerpo cubre las expectativas de este ideal, recorre el área común, pasa por la barra del bar e ingresa a alguna de las dos salas de vapor. La reacción del resto de los sujetos ahí presentes, muchos de ellos retozando en el chapoteadero mientras beben una cerveza suele ser, de entrada, reparar de inmediato en dicho individuo, recorrer con la mirada atenta su cuerpo y posteriormente, para demostrar su interés en él, ingresar a la sala que éste haya entrado. Dentro de la sala pueden establecer un encuentro sexual con él, acercándose a tocarlo, lo cual empieza regularmente con uno y puede seguir con otros que se sumen al sentarse al lado del individuo a modo de cerca si es que este lo acepta y asiente mediante sus inflexiones corporales. Estas dinámicas de sexo gradualmente tumultuario suelen ser comunes cuando un sujeto lo suficientemente atractivo, bajo los cánones mencionados arriba, muestra permisión para con los otros, y asume el rol de “proveedor” de placer en base al atractivo que suscita su cuerpo. Un cuerpo instrumentado y moldeado para el placer y el disfrute del sexo. Un cuerpo sujeto y detonador de goce, que materializa y torna reales las fantasías y hace posibles los deseos de un vasto número de sujetos (Bobadilla, 2018, p 55).
La reflexión de Bobadilla nos brinda un valioso análisis de los imaginarios y las representaciones sociales sobre el sexo anónimo entre hombres en lugares como vapores, sitios de encuentro y lugares públicos en regiones contextualmente situadas. Su exposición incluye el estigma y la prohibición velada que aún permanece en la percepción y valoración sobre las prácticas homoeróticas en nuestras sociedades, así como la normatividad heterosexual sobre el sexo, el placer y el deseo. Otro eje importante del escrito es no pasar por alto los umbrales entre la intimidad y lo público en estos espacios, sin omitir que los vapores pueden ser pensados también como lugares propicios para procesos de subjetivación singulares, vía experiencias encarnadas para los sujetos. De igual modo, ritualidad, estrategias, deseo y transgresión se vuelven elementos articuladores de las prácticas sexuales anónimas, las experiencias eróticas, la sociabilidad del placer y el tejido de lazos afectivos y de amistad entre hombres en un spa gay de Aguascalientes.
La investigación de Bobadilla, al analizar un receptáculo concreto que aglutina y congrega a hombres interesados en realizar prácticas sexuales con otros, teoriza también procesos de subjetivación a partir de la sexualidad, el placer y el deseo, sosteniendo como punto de convergencia los cuerpos, las experiencias, las disposiciones conurbadas y el retrato narrativo de un lugar específico en Aguascalientes. Su investigación no sólo es pertinente y actual, sino que proporciona interesantes datos, marcos de estudio y conceptos clave para reflexionar sobre las dinámicas sexuales en lugares específicos de México y Latinoamérica.
Bobadilla confluye con la idea de Didier Eribon (2001) de que las prácticas sexuales entre hombres encuentran espacios fecundos para su expresión en las urbanidades. Igualmente, menciona una sencilla, pero útil, clasificación para los sitios de encuentro sexual agrupándolos en el término LUPIS (Lugares Públicos de Intercambio Sexual). Estos sitios son: los baños públicos, vapores o saunas; los cuartos oscuros en antros y bares; las salas cinematográficas que proyectan exclusivamente pornografía; ciertos baños de centros comerciales o cadenas de restaurantes; algunos jardines universitarios o parques públicos; medios de transporte como el metro; o bien, pequeños lugares abandonados o semiclandestinos propicios para actividades sexuales. Los LUPIS tienen en común ser sitios para encuentros sexuales anónimos entre hombres, actividad también designada con el anglicismo cruising.
La expresión “hacer cruising” incluye tanto las prácticas sexuales como las estrategias y el tiempo que cada practicante dedica a la búsqueda del encuentro; por tanto, la práctica del cruising no se puede reducir al lugar donde se lleva a cabo, ni al acto sexual en sí mismo, sino también al conjunto de interacciones que la envuelven. Se pueden identificar tres características básicas: la primera es que se trata de intercambios sexuales anónimos en los que los practicantes no suelen conocerse ni intercambian información personal; favorecer el anonimato es uno de los valores más preciados por muchas de las personas que hacen cruising, ya que por un lado permite satisfacer algunas fantasías a través del morbo que supone mantener relaciones sexuales con desconocidos, pero por otro porque el anonimato también posibilita preservar la identidad de los sujetos y prevenir algunas de las posibles formas de homofobia. La segunda característica es que se trata de una práctica que se lleva a cabo en espacios públicos tales como lavabos de centros comerciales y estaciones, bosques, áreas de servicio, parques o transportes públicos. El hecho de que se realice en escenarios propios de la vida cotidiana permite la afluencia de un público muy variado y la agilidad del encuentro. Finalmente, la tercera característica es que se trata de una práctica en la que existen un conjunto de normas y estrategias que organizan, conducen y simplifican el encuentro entre hombres. Entre ellas se puede destacar el silencio entre los practicantes, los juegos de miradas y la manera de caminar y aproximarse a los otros hombres. A pesar de las características básicas compartidas, no todos los encuentros son iguales. Las percepciones, expectativas, trayectorias, contextos y deseos convierten la experiencia del cruising en singular para cada practicante (Langarita, 2017, pp.125-126).
Dos investigaciones sobre cruising son el libro En tu árbol o en el mío. Una aproximación a la práctica del sexo anónimo entre hombres de José António Langarita y la tesis de maestría de José Octavio Hernández Sancén titulada El último vagón. El metro de la Ciudad de México: Heterotopías y prácticas homoeróticas. Ambos trabajos indagan sobre las formas de producción de espacios para el sexo anónimo entre hombres, para ello analizan sus implicaciones sociales, las normas y códigos que regulan sus dinámicas y la complejidad subjetiva de sus contextos específicos.
La investigación de Langarita es un análisis antropológico de la práctica del cruising en el territorio urbano de Barcelona, en España, en tres escenarios principales: Montjüic, Gavá y Sitges. Su análisis teoriza el espacio público como un escenario de producciones sexuales, proponiendo sus enclaves en constante redefinición en las dinámicas de relación entre los espacios físicos, los usos que se les dan y los cuerpos que los transitan. En este sentido “la práctica del cruising es una apropiación furtiva de los espacios públicos en la medida en que los participantes dan un uso no previsto a determinados espacios que se presentan para otras finalidades” (Langarita, 2015, p. 111).
Luego de una amplia reflexión sobre la cuestión del sexo en la actividad etnográfica y la investigación antropológica (sus sesgos, tensiones y conflictos), encontramos un muy detallado compilado de antecedentes históricos que dan cuenta de las circunstancias particulares de España, en concreto de Barcelona, para la emergencia de nuevos escenarios sexuales de resistencia, poder e identidad en las sociedades industrializadas. De igual manera, debido a que la promiscuidad y el anonimato del sexo entre hombres han sido connotado con estigmas morales y desinformados que los asocian constantemente con el VIH, el autor dedica todo un capítulo para reflexionar sobre las relaciones entre sexo anónimo, clase social, afectividad, amistad y enfermedad.
El capítulo dedicado al análisis de los rituales de interacción sexual en los sitios de cruising es rico en sus descripciones, sutil en sus interpretaciones y político en sus teorizaciones. Las narrativas de Langarita nos informan sobre las reglas implícitas que regulan la interacción entre los sujetos en los lugares de cruising, y que se rigen por códigos de comunicación no verbales, pero efectivos, en los que las gramáticas corporales de la mirada, el silencio y los movimientos van configurando los acercamientos, las negociaciones, los rechazos, las muestras de excitación y atracción, los roces de seducción y los gemidos de éxtasis. Así, Langarita defiende “la idea de que la práctica del cruising es una actividad ritual productora de significados, interacciones y experiencias, en la medida en que se trata de un ejercicio formalizado, expresivo y que arrastra una dimensión simbólica entre los participantes” (2015, p. 130).
Ahora bien, dichas prácticas, sus significados y los lenguajes para apalabrar las experiencias, aun cuando sean en un mismo idioma (en este caso español), pertenecen siempre a contextos situados, particulares y específicos. Un ejemplo de ello es que el lenguaje que utiliza Langarita para documentar las teorizaciones sobre su trabajo de campo y que respeta las palabras de uso común en su entorno, difiere sustancialmente en elementos clave, como veremos con la investigación de Hernández Sancén que se enmarca en el contexto mexicano.
Poco a poco, uno de ellos se me fue acercando. Este guardó la distancia durante mucho tiempo, me rodeaba y se puso a mi lado, primero a cuatro o cinco metros, me miraba, luego me fui acercando yo y me quedé a tres metros, nos fuimos arrimando el uno al otro hasta que nos quedamos a dos metros más o menos y nos pusimos uno frente al otro con esa distancia. Él me miraba, se tocaba el pecho y los pezones. Me estaba haciendo constantes señales de deseo sexual, yo permanecía quieto observándolo. Finalmente, se acercó y me tocó el pecho metiendo los dedos entre los huecos de mi camisa, me continuó tocando y enseguida puso su mano sobre mi polla, me la sacó y comenzó a pajearme (Extraído de mi diario de campo) (Langarita, 2015, p. 140).
En su conclusión, Langarita puntúa que las zonas de cruising son escenarios para el ejercicio de prácticas sexuales ejecutadas por cuerpos anónimos, y no para amor o romanticismo. Sin embargo, debido a su potencial subjetivante y de vinculación, tampoco es descartable tajantemente el tejido de ciertos lazos afectivos todavía no bien definibles, pero sí notables, que, aunque efímeros, pueden representar intensas experiencias y recuerdos gratos para los sujetos que las vivencian. Finalmente, el autor enfatiza los dos grandes motivos que considera fundamentales para la existencia del cruising:
El primero de ellos es a causa de la homofobia generalizada de nuestra estructura social, que obliga a determinadas personas a recurrir a la búsqueda del anonimato como estrategia de supervivencia a un entorno sexual hostil. El segundo motivo está relacionado con la fuerte regulación sobre el sexo, que va más allá del objeto de deseo, y con ello me refiero al modelo de monogamia obligatoria dominante en nuestra sociedad. En otras palabras, no porque se apruebe el matrimonio homosexual, se organicen macro-fiestas dirigidas al público gay en colaboración con las administraciones locales, o porque todo ciudadano de bien tenga un amigo «gay», se podrá acabar con una práctica que es producto de la severa regulación que ordena el sexo. La monogamia como principio rector limita notablemente las experiencias corporales y hace que quienes decidan quebrantar esta norma se vean obligados a recurrir a estrategias de anonimato. […] Pero el conflicto no solo se halla en la cuestión de la fidelidad, sino también en la de la promiscuidad. De alguna manera, la experiencia sexual de los sujetos parece que pesa en su contra, como si experimentar y aprender sobre el sexo fuese un hecho negativo en sí mismo, cuando en realidad, la experiencia favorece el conocimiento sobre el sexo y el descubrimiento de nuevas posibilidades y destrezas que llevan al sujeto a una mayor satisfacción y empoderamiento (Langarita, 2015, pp. 227-228).
La cartografía sexual de la investigación de Antonio Langarita sobre el cruising en el contexto de Barcelona es una crítica a los diseños de las ciudades pensadas como hábitats del régimen heterosexual y al mismo tiempo una contribución teórica novedosa sobre los procesos de reapropiación en ciertas zonas públicas para usos no calculados por la hegemonía, que permiten una incidencia subjetiva para la experimentación con el placer.
Por su parte, la investigación de José Octavio Hernández Sancén indaga las prácticas sexuales entre hombres que tienen lugar en el último vagón de algunas líneas del metro de la Ciudad de México. Aplicando lúcidamente una lectura conceptual de las heterotopías foucaultianas, elaborando un diálogo con varias premisas de Gilles Deleuze y Félix Guattari, y utilizando principalmente como herramienta “los sistemas conversacionales” con un abordaje etnográfico, su trabajo brinda una valiosa teorización sobre los procesos “de construcción del metro como un espacio colectivo de significaciones sociales y procesos de subjetivación” (Hernández, 2016, p. 21). Algunas de las principales preguntas que orientan su pesquisa son: ¿cómo se articulan los procesos de reapropiación y resignificación del uso del espacio público del metro de la Ciudad de México por parte de hombres que sostienen ahí prácticas homoeróticas? ¿Cuáles son sus códigos, dinámicas, reglas? ¿Cuáles emociones están presentes y cuáles afectos son experimentados?
Un elemento importante para mencionar sobre el trabajo de Hernández es la transcripción y documentación de las expresiones coloquiales de los participantes, para nombrar las actividades de cruising en el contexto del metro de la Ciudad de México. “metrear”, “gusano naranja”, “vagón feliz”, “la habitación naranja de la ciudad”, “putivagón”, son algunos sobrenombres para los últimos vagones de las redes multicolores del metro que, en momentos clave y horarios específicos, son usados para la interacción anónima por usuarios furtivos, en un rizoma tan potente como posible, tan discreto como manifiesto. Dichas expresiones nominativas, así como las palabras utilizadas por los informantes de Hernández, difieren de las que registró Langarita, con lo que nos permitimos ejemplificar a qué nos referimos cuando decimos que las cartografías sexuales urbanas son producidas in situ, contextualmente, y donde lo relevante de sus aportaciones son los detalles particulares de las dinámicas sociales, subjetivas y políticas dentro de marcos teóricos generales que permiten lecturas minuciosas, taxativas y heterodoxas.
En este sentido, sin duda la propuesta más sugerente e importante que hace Hernández es la construcción conceptual de “metrohomotopía”, que desarrolla ampliamente en el capítulo principal de su tesis trenzando los elementos de las heterotopías de Foucault con la noción del cyborg de Donna Haraway, para referirse a la mixtura híbrida resultante de la carne de los cuerpos, el aparato de transporte, la subjetividad, el deseo, la excitación, el anonimato, la exhibición y los placeres de tocarse, tocar, mirar y ser mirado. Una metrohomotopía es el “espacio hecho de máquina, carne, hueso y subjetividad, espacio de frontera y transgresión, con múltiples usos y diversos significados enlazados y yuxtapuestos” (Hernández, 2016, p. 94).
Las rutas del placer que cartografía Hernández y los itinerarios específicos de las principales estaciones de las metrohomotopías son las líneas 3 -Indios Verdes a Universidad-, B -Ciudad Azteca a Buenavista y 8 -Garibaldi a Constitución de 1917-. Cada una de estas rutas del placer contienen potenciales, efímeras y frecuentes metrohomotopías determinadas por variables como los horarios, los tipos de usuarios, las estaciones de conexión y las dinámicas internas de los vagones con los pasillos, andenes y flujos de las estaciones. De igual manera, las normas, los códigos y las formas de comunicación para mostrar interés y efectuar acercamientos, las prácticas concretas que tienen lugar en estaciones específicas y las experiencias y testimonios de varios informantes son descritas y citadas con detalle. Los elementos rectores de la excitación en las metrohomotopías son el silencio, las miradas, los acercamientos modulados por el veloz movimiento de los trenes y los murmullos, la posibilidad del ligue, el uso deliberado para prácticas sexuales anónimas a la vista de otros usuarios del transporte, así como los horarios propicios para la interacción. Por ejemplo, de la estación Guerrero de la línea “verde” nos dice:
Cuando se libera el vagón, los cuerpos restantes suelen quedar al descubierto con la excitación del roce que provoca la saturación del espacio, frente a la mirada de los demás viajeros. El anonimato es velado. La armonía de los cuerpos con el movimiento del vagón del convoy durante su transitar en los túneles de la red del metro, adquiere la forma de una especie de coreografía que rescata la complicidad de los intervinientes; cuerpos alargados, estirados desde el cuello para sobresalir. Todos se miran mutuamente, a veces a discreción a través de los reflejos, pero sin juzgar o perseguir punitivamente, más bien para identificar y seleccionar al más atractivo (Hernández, 2016, p. 93).
La investigación sobre las metrohomotopías de Hernández Sancén es una cartografía sexual que permite reflexionar sobre los dispositivos diseminados en la cotidianidad de la Ciudad de México en los que todos los días circulan flujos de excitabilidad, economía, sexualidad y resistencia. En síntesis, es una indagación sobre los flujos vitales del deseo en los confines de una materialidad conurbada. La narrativa de su texto describe, bosqueja y retrata una serie de prácticas sexuales, procesos subjetivos y usos subversivos de un sistema de transporte público, teorizándolo como un espacio heterotópico híbrido y con ello acentuando la complejidad de uno de los múltiples acontecimientos cotidianos de la vida urbana en la capital de México.
Ahora bien, hay otra actividad frecuente que es parte de los procesos urbanos, políticos y sociales de la Ciudad de México y que ha sido cartografiada antropológicamente desde una posición política y feminista. La reconocida antropóloga Marta Lamas en su libro El fulgor de la noche nos presenta una investigación sobre las actividades del comercio sexual en la Ciudad de México; cartografía, reflexiona y teoriza a partir de su acompañamiento político y su trabajo etnográfico con un grupo de trabajadoras sexuales. Es un hecho conocido que dos grandes temas que han orientado no sólo la labor académica, sino también el compromiso y la militancia en el feminismo de Marta Lamas son el aborto y el agenciamiento político de las trabajadoras sexuales. Dichas temáticas se reflejan en su producción intelectual y en sus iniciativas como activista. Del mismo modo que la despenalización del aborto y las reformas necesarias para garantizar la interrupción legal del embarazo son un tema central, que genera consensos y acuerdos de las agendas feministas actuales, el trabajo sexual ha producido encarnizados debates al interior de los movimientos, provocando confrontaciones, discrepancias y división. El libro de Lamas es una reflexión razonada en la que plantea y argumenta su postura al respecto.
¿Por qué el trabajo sexual es el trabajo mejor pagado para las mujeres?, ¿qué implica la invisibilidad de los clientes?, ¿qué significa hablar de las mujeres que venden sus cuerpos y qué significa callar sobre los hombres que los compran?, ¿por qué se etiqueta a todas las trabajadoras sexuales como víctimas y se despliegan operativos para rescatarlas? (Lamas, 2017, p. 11).
Estas preguntas son abordadas a lo largo del libro complementando experiencias empíricas de acompañamiento, convivencia y amistad con trabajadoras sexuales junto con una aguda mirada teórica, lo que resulta en una argumentación vanguardista y reflexiva. Hay dos momentos del libro, uno es contextualmente situado en la década de los ochenta y el otro retrata el momento actual de los procesos que suceden en la Ciudad de México, de este modo hace un balance pertinente y útil entre pasado, presente y porvenir. El primer capítulo es una síntesis de antecedentes históricos que nos brinda un panorama sobre la situación contextual del tema en la Ciudad de México. Los capítulos dos y tres son fruto del contacto personal de Lamas con el ambiente de la prostitución, en el que va dando cuenta de sus hallazgos y describe un abanico de circunstancias diversas que llevan a las mujeres a entrar en el trabajo sexual, así como de la localización de los espacios de resistencia y los momentos de sublevación y agenciamiento.
El capítulo cuatro analiza por qué culturalmente la criminalización, el estigma y la persecución judicial se centran en las mujeres que ejercen la prostitución; indaga a profundidad en las razones económicas, culturales, sociales, políticas y legales que posibilitan las condiciones para que los clientes busquen tal servicio. Su estudio recupera a varios autores que han teorizado sobre el comercio sexual en circuitos urbanos para luego mencionar algunos de los hitos más importantes en términos legales en otros países y en México sobre prohibición, regulación y protección para las trabajadoras del sexo. En el capítulo cinco hace una mordaz y lúcida crítica sobre el impacto que han representado la corriente del feminismo radical, el feminismo de gobernanza y el neoabolicionismo para los movimientos activistas actuales que siguen abogando por los derechos laborales de las trabajadoras sexuales, así como las encarnizadas disputas y sus consecuencias entre los feminismos.
En el capítulo seis Lamas continúa con sus disquisiciones sobre las influencias teóricas y políticas que han implicado las sex wars estadounidenses durante la denominada segunda ola para los movimientos feministas del mundo. Concordamos con Lamas cuando menciona que las ásperas discusiones y las amargas querellas sobre sexualidad, violencia, poder y trabajo han devenido en dos posturas bien diferenciadas, subrayando que “esas primeras guerras en torno al sexo siguen vigentes en la actualidad y han convertido el debate feminista sobre el comercio sexual en una disputa feroz” (Lamas, 2017, pp. 163-164). La indagación sobre las particularidades del trabajo sexual es central en la reflexión de Lamas y es importante porque nos permite también interrogar las otras modalidades del trabajo en la actualidad. Sin pretenderlo explícitamente, los argumentos de Lamas remiten a interrogar la sujeción salarial misma, las formas de explotación modernas en contextos laborales precarios, así como las siempre desiguales distribuciones de la riqueza, las oportunidades, los alimentos, los recursos, los lugares de enunciación, las tecnologías de subjetivación, etcétera.
La conclusión del libro sintetiza de manera espléndida cómo para ir dilucidando ciertos aspectos del comercio sexual es importante no descuidar las dimensiones morales, las representaciones culturales y las condiciones comerciales que posibilitan, coaccionan, incentivan u orillan a las mujeres a proporcionar tal servicio. En este sentido, “también hay que interpretar el llamado mundo de la prostitución como un conjunto estructurado de posiciones, un campo en el sentido que Bourdieu (1990) le otorga al concepto: una arena social donde las luchas y las maniobras se llevan a cabo sobre y en torno al acceso a recursos” (Lamas, 2017, p. 207). Esa arena de combate es política y tiene particularidades de acuerdo con el campo regional, los agentes implicados y los intereses monetarios asentados sólidamente sobre las tecnologías del género, en los escenarios de la oscuridad de la noche con sus brillos y luminiscencias.
La simbolización sobre la noche y la calle convierte el trabajo en vía pública en un lugar no sólo de estigma sino también de transgresión sexual. Se protege a las mujeres de los riesgos de la noche para, supuestamente, evitarles el peligro de la violencia sexual, pero en cierto sentido también para protegerlas de las tentaciones, o sea, de un ejercicio más libre de su propia sexualidad. Y precisamente el fulgor de la noche radica en una atracción en la que coincide la transgresión sexual con la posibilidad de ganar más dinero que en cualquier otra parte. Dinero y placer, fantasías y riesgos: el trabajo sexual conjunta demasiadas cuestiones como para conceptualizarlo únicamente como el horror que pintan las neoabolicionistas. […] Por eso no es posible sacar conclusiones más que para decir que tal vez en el fulgor de la noche circulan y se filtran multiplicidad de deseos, muchos de ellos indecibles o incognoscibles para las propias personas involucradas (Lamas, 2017, pp.191-192).
Es importante mencionar que el libro de Lamas se publica cuando en las calles de la Ciudad de México, desde hace varios años, están sucediendo procesos de gentrificación, al mismo tiempo que hay operativos judiciales cuyas lógicas sólo distinguen entre víctimas de trata o cómplices criminales, por lo que también hay que leerlo en su dimensión ciudadana y contextual. Frente a estos procesos, una respuesta política de las trabajadoras sexuales y de diferentes asociaciones civiles fue la solicitud ante las instancias pertinentes para tener la posibilidad de tramitar credenciales que les brindaran alguna certeza jurídica, logro que se consiguió con licencias otorgadas por el gobierno luego de un largo proceso de litigio. De esta manera, la cartografía urbana que elabora Lamas no sólo es una investigación sobre el comercio sexual en la Ciudad de México, también es un alegato político que argumenta por qué es importante impulsar reformas para la defensa, la seguridad y el reconocimiento de derechos para las personas que se dedican al comercio sexual. Su registro es un mapa de los puntos de resistencia política de las trabajadoras sexuales. Marta Lamas nos muestra cómo en las amplias cartografías políticas del sexo hay también un terreno comercial en sus economías.
Hasta aquí, una noción, una constante, una reiteración insistente, pero abordada sólo de un modo indirecto, mencionada al pasar, pero no indagada a detalle (posiblemente por su difícil conceptualización y escurridizas lógicas), en cada una de las investigaciones referidas es el deseo. Rodrigo Parrini en su monumental investigación Deseografías. Una antropología del deseo efectuó un vanguardista, riguroso, erudito y brillante estudio sobre las producciones del deseo en el que lo abordó como un objeto etnográfico. La conceptualización epistemológica, metodológica, etnográfica y antropológica sobre el deseo es meticulosa, sólida y novedosa. Si bien Parrini es continuador de un largo proceso de reinvención de la antropología y consideramos que su investigación puede ser incluida en el conjunto que denominamos cartografías sexuales urbanas, su libro ha formalizado un campo conceptualmente nuevo e inédito para la producción de conocimientos, saberes y enseñanzas sobre y a partir del deseo.
En este sentido, aunque Parrini se nutre de varias nociones, premisas y términos del campo psicoanalítico, particularmente de elaboraciones de Freud, Lacan, Deleuze y Guattari, hay un inteligente movimiento de reconceptualización, redefinición, aplicación interpretativa, metodológica e inventiva de los conceptos que usa e introduce en el campo antropológico. De esta manera, Parrini prescinde de la utilización de nociones psicológicas para su investigación sobre el deseo, la teorización sobre el erotismo y el estudio de la sexualidad, con lo que se constata la muerte venidera, y al menos la caducidad parcial por ahora, del poder disciplinario psi. Estamos de acuerdo con Parrini en que el deseo puede ser escrito y que se materializa en diferentes procesos sociales, se refleja en artefactos culturales y se manifiesta en las corporalidades políticas. El deseo se compone de varias hebras, telas y tejidos que son potencialmente factibles de hilar, rasgar o zurcir, la escritura es una tecnología del deseo para la producción de subjetividad y la incidencia política de los sujetos que son impulsados por su potencia, por lo que el libro de Parrini es una trenza deseante, un artefacto de documentación política y una propuesta epistemológica.
En algún sentido, la escritura siempre es tardía y constituye un gesto frente a un abismo, tanto social como personal. Deleuze y Guattari dirán que escribir “no tiene nada que ver con significar, sino con deslindar, cartografiar, incluso futuros paisajes” (2010, 11). En cierta forma, la escritura que las deseografías producen es una cartografía y un deslinde. No se trata de escribir en el azoro del deseo, sino de registrar sus vibraciones y luego transcribirlas. Por eso esta escritura es tardía, porque no puede cerrarse sobre el deseo con premura y debe encontrar su tempo. El deseo puede ser escrito sólo si reconocemos que hay alguno imposible de serlo, tal vez esa apertura desatada que no logra atarse al texto; incluso si la escritura no tuviera nada que ver con significar o cartografiar y fuera una exploración por esos terrenos desatados del deseo. Las deseografías serán deslindes, entonces, grafías para esa apertura desatada. Casi al final de este libro, las ataduras y cuerdas tomarán un sentido más dramático y enfático; pero siempre estaremos en ese juego entre lo que atamos y lo que desatamos, entre lo que puede ser anudado y lo que no (Parrini, 2018, p. 17).
Al confeccionar las directrices teóricas, metodológicas y epistémicas para el estudio del deseo, Parrini lo aborda como un fenómeno social de gran intensidad, lo piensa como una fuerza creadora afectuosa de producción de algo, y lo define como “la trama que se teje entre gestos y palabras, entre discursos y prácticas, entre instituciones y sujetos” (2018, p. 26), teorizándolo como un umbral itinerante, móvil, fluido y polifónico compuesto por pliegues en los procesos heterogéneos de producción de subjetividad. El deseo entonces, en su singularidad, heterogeneidad y polivalencia, es introducido al campo de la antropología como un objeto de estudio etnográfico factible de ser escrito.
Hacer una antropología del deseo es hacer deseografías. Entonces, ¿cómo investigar el deseo desde una perspectiva antropológica? Parrini lo hizo investigando por doce años el Club Gay Amazonas de la ciudad de Tenosique, en la frontera de Guatemala con México. El resultado es un diario de viaje, un itinerario documental que registra los procesos sociales de una pequeña organización que al interior de una comunidad ha logrado incidir políticamente y producir transformaciones en su entorno y la realidad inmediata en lo relacionado a la prevención y el tratamiento del VIH. Algunas de las preguntas iniciales de Parrini fueron: ¿cómo el Club Gay Amazonas emergió y se constituyó como un sujeto agenciado políticamente en medio de una adversidad de circunstancias sociales, regionales, gubernamentales, etc., ante la pandemia del VIH? ¿Cómo la sexualidad, el erotismo, la identidad y la reapropiación de la injuria, la algarabía y el gozo se volvieron elementos pilares y articuladores para su acaecimiento, existencia e injerencia política? Su hallazgo fue sorprendente, encontró las potencias del deseo. Lo que impulsaba los cambios era que el Club se efectuaba como un sujeto político deseante. Tenosique es para Parrini un país de las maravillas de las oleadas de la memoria, las mareas múltiples de la vida y la muerte y los flujos de deseos diversos.
Una esfera deseante que existe dentro de los flujos fronterizos de Tenosique es el Club Gay Amazonas. Fundado en 1994, se ha dedicado a realizar diversas intervenciones de activismo social. Parrini lo investigó y se hizo parte de la vida rutinaria y cotidiana de la comunidad, vivió y experimentó en su cuerpo, afectos, deseos y las implicaciones y los procesos que rodean al Club. Así, Parrini se interroga y cuestiona sobre su función como investigador, cuando su cuerpo y sus deseos se entraman con el contexto y se vuelven un conducto de los flujos libidinales, políticos y afectivos, registrando sus experiencias. Por este motivo nos narra sueños, temores, sinsabores, tristezas, alegrías, placeres y demás acontecimientos ligados a las afectaciones que implicó para él hacer el pasaje y tránsito por Tenosique para cartografiar las vibraciones de algunos deseos. Con su reflexión Parrini creó un archivo narrativo sobre la acción política del Club Gay Amazonas que:
[…] se centra en la vida cotidiana, intenta transformar las redes de significación construidas en torno a la sexualidad, las distintas formas de deseo e identidad sexual, los modos de convivencia entre sujetos y colectivos diversos. Si bien no logra, o no pretende, transformar específicamente las definiciones institucionales y estatales, atiende a la construcción de sentidos colectivos en su nivel más microfísico, por así decirlo. Del mismo modo, en su acción sobre las instituciones no intenta modificar sus definiciones normativas o sus parámetros discursivos y apunta a las prácticas institucionales. La distancia entre los parámetros normativos y las prácticas cotidianas de las instituciones es fundamental para producir esa separación entre los cuerpos. Los cuerpos que legalmente tienen voz, no necesariamente la conservan cuando se inscriben en ciertas dinámicas institucionales (Parrini, 2018, pp. 395-396).
Queda por señalar que la grafía del Club Gay Amazonas está ligada irremediablemente a los deseos creadores del propio Parrini y a las características particulares e históricas del territorio de Tenosique, por lo que la cartografía resultante es una mezcla, un tráfico, un umbral, un punto de cruce y un puente de pasaje entre las experiencias registradas, las producciones subjetivas, los sueños, las esperanzas, los flujos deseantes, la redes libidinales y los circuitos pulsionales involucrados que dan como resultado una singular deseografía. Comentar en detalle cada uno de los elementos desarrollados en el trabajo de Parrini escapa a los objetivos, las posibilidades y los alcances del presente artículo. Sencillamente nos limitaremos a decir que la importancia de su trabajo radica en trazar una cartografía política del deseo.
De alguna manera llegar al deseo implica arribar a un destino, por lo que nos disponemos a concluir nuestro trayecto teórico. Nuestra intención con las reflexiones y reseñas de los diversos trabajos que hemos comentado ha sido mostrar que en la actualidad se cuenta con un vasto, nutrido y fértil campo de investigaciones en lo que refiere a la sexualidad, el placer, el erotismo, el poder, el deseo y los espacios. El conjunto de los trabajos citados permite apreciar un extenso y general panorama sobre las lúcidas investigaciones que se han realizado recientemente. Cada uno de los autores, con sus respectivas contribuciones, han permitido ampliar el futuro de lo posible y el porvenir de lo imaginable.
Conclusión: (S)experimentación, hacia nuevas cartografías urbanas del placer, la sexualidad y el deseo
Las investigaciones que hemos comentado aquí ‒incluyéndolas en el conjunto de cartografías sexuales urbanas‒, tienen en común haber sido influidas por Michel Foucault y son una pequeña muestra de poco más de cincuenta años de frutos y cosechas en el campo de la investigación sobre la sexualidad, el erotismo, el género, el placer, el espacio y la política de los cuerpos. Cada uno de los trabajos referidos comparten premisas elementales que se han adaptado, reinventado y cartografiado de acuerdo con los contextos para trazar topografías particulares de micropolíticas deseantes. La diversidad de sus aportaciones, la variabilidad de sus propuestas teóricas y metodológicas retratan procesos de transición planetaria, describen mutaciones en los horizontes de las formas de producir conocimiento y constituyen un archivo político vivo de pensamientos y prácticas en lugares heterotópicos. Así, en los confines de la época narcotisexual en el régimen farmacopornográfico, los contraespacios heterotópicos permean la porosidad de las fronteras del tiempo, las barreras físicas del orden y las restricciones normativas del sistema sexo-género, y constituyen esferas disidentes que flotan libremente por los enclaves urbanos.
El cambio de paradigma sobre las tecnologías de registro, inscripción y producción de la realidad y las ficciones políticas encarnadas dan cuenta de la capacidad y potencia de los deseos singulares para producir edificaciones materiales, modificar la urbanidad y rediseñar los usos físicos de los espacios. Las intensidades efímeras del placer experimentado por sujetos deseantes han dejado huellas lanzadas a los compendios del futuro sobre conocimiento y verdad, de las cuales los etnógrafos políticos del deseo actuales se han dedicado a hacer el registro de sus saberes, instrumentos de lectura de sus signos y a establecer su archivo.
Lo anterior lleva necesariamente a interrogar: ¿deberían las experiencias vitales de los etnógrafos de las micropolíticas del deseo, de los historiadores de los placeres contrasexuales y de los genealogistas de la tecnosexualidad quedar fuera de sus registros? Imposible. Paul B. Preciado, en el magistral Testo yonqui, aboga por un conjunto de políticas, técnicas de registro y métodos epistémicos que se sostengan en la experimentación corporal. Lo nombra, siguiendo a Peter Sloterdijk, principio de experimentación autocobaya y se puede sintetizar en el enunciado: “El que quiera ser sujeto de lo político que empiece por ser rata de su propio laboratorio” (Preciado, 2008, p. 248). En una línea similar, José Antonio Langarita, en su libro En tu árbol o en el mío, dedica un amplio apartado de su reflexión metodológica a hacer una crítica sobre la implicación de la propia sexualidad del antropólogo en los registros etnográficos. Su argumento sostiene que, si en efecto, el sexo es un hecho cultural, entonces también debería ser un recurso etnográfico para la investigación de una realidad específica y que el umbral entre investigador, experiencia y objeto de estudio en el campo de la sexualidad “no es un problema del acto sexual en sí mismo, sino de la incapacidad del investigador para situarse como observador y entender el carácter cultural de las relaciones sexuales” (Langarita, 2015, p. 47). Parece un buen momento para mencionar que Gayle Rubin hizo observación participante en the Catacombs (Rubin, 2011). Del mismo modo, Rodrigo Parrini en Deseografías al situar al deseo como un objeto de estudio antropológico, subraya que es el deseo del antropólogo el que se utiliza como herramienta etnográfica.
Si se estudia una forma de organizar el parentesco o la economía, o las creencias religiosas o los usos del derecho, tal vez la propia subjetividad no sea indispensable. Pero si investigo otras subjetividades y, aún más, si pretendo investigar el deseo, es imposible que lo haga sin mi propia subjetividad y mi deseo. Y no digo sólo el mío, hablo del deseo del antropólogo. ¿Cómo puedo utilizar mi subjetividad en un campo de estudio como una herramienta de investigación? No es necesario, por supuesto, cosificarla; más bien, creo que su participación, querida o no, requiere de cierta lectura de uno mismo: ¿cómo se vincula mi deseo con el de los otros?, ¿qué reverbera en mi deseo y en mi subjetividad a partir del trabajo de campo, durante y después de él? (Parrini, 2018, p. 25).
Así, las investigaciones reunidas en el conjunto de cartografías sexuales urbanas también son críticas respecto a los nudos entre el lugar e implicación del sujeto investigador con el objeto estudiado y el conocimiento producido. Proponer las experimentaciones con el cuerpo, el sexo y el deseo, en el centro de las reflexiones sobre las formas de producir conocimiento, construye un nuevo tipo de laboratorio que se encuentra a la altura de la complejidad de los procesos sociales sobre el poder, la sexualidad, el género y el erotismo actual. En estos nuevos laboratorios moleculares los saberes sobre el placer, el sexo y el deseo son fruto de un tipo de experimentación particular que nombraremos (S)experimentación, y que conciernen a los efectos subjetivos, afectivos y políticos del objeto de estudio sobre la carne del cuerpo autocobaya del sujeto deseante que investiga, cuyo resultado se cristaliza en las reflexiones, conocimientos y artefactos que produce. De esta manera damos cuenta de las tensiones, contradicciones, dificultades, pero también de las posibilidades, riqueza e importancia de investigar sobre las tecnologías políticas de la sexualidad en los enclaves urbanos, localizando, fechando y situando las micropolíticas del deseo de las multitudes queer/cuir. Hay entonces, en ciernes, la emergencia de nuevos mapas sin fronteras que trazan las topologías de las esferas socioarquitectónicas del deseo y el placer, en las que habitan cyborgs hechos de carne, tecnologías, poder y flujos.