Introducción
Me gusta mucho y defiendo mucho la expresión “la revolución de las hijas” porque hubo y hay un pico en la participación juvenil, -sobre todo en 2018 con la demanda por el aborto legal, seguro y gratuito-, de la juventud, de las pibas, de las adolescentes, que cambia absolutamente la historia argentina, en un movimiento feminista que tiene mucha historia. […] Las hijas son las heroínas modernas que han cambiado a sus propias familias y al poder en una revolución que, a veces, parece invisible, pero a mí me parece la revolución más tangible que vi en estos años de democracia (Peker, 2019).
Estas palabras fueron pronunciadas por la periodista y escritora argentina Luciana Peker el 6 de septiembre de 2019 en el marco de la gira de presentaciones de su libro La revolución de las hijas (2019). El título de la obra hace referencia a la politización que han tenido las mujeres jóvenes en los últimos años en América Latina y, en particular, en Argentina. La lucha feminista no es nueva, pero tomó impulso y asumió una enorme visibilidad en las agendas públicas, sobre todo, a partir de 2015 con el Movimiento Ni Una Menos1 y en 2018 con el tratamiento del proyecto de Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE) en el Congreso de la Nación Argentina2. En este proceso, las chicas fueron protagonistas porque “juvenilizaron” el movimiento feminista (Elizalde, 2018b; Larrondo y Ponce, 2019), renovaron su agenda al privilegiar temas como la autonomía del cuerpo, el deseo femenino y el consentimiento sexual (Elizalde, 2022), y desplegaron una performatividad “carnavalizada” en movilizaciones y manifestaciones tanto artísticas como políticas (Tomasini, 2020). La ampliación de derechos a partir de la sanción de un corpus normativo más representativo y democrático en términos de sexualidad, reproducción y unión de parejas3, la conciencia respecto de las implicancias políticas de la autoadscripción de género y el encuentro sororo con otras de su misma generación son piedra angular de este “activismo de género” (González del Cerro, 2018).
Hablar de hijas tiene múltiples resonancias. Por un lado, da cuenta de la condición juvenil de esas mujeres que “cambiaron a sus familias y al poder”, tomando las palabras de Peker. Por otro lado, reconoce que esas chicas se inscriben en una genealogía más amplia y se vinculan intergeneracionalmente con otras mujeres: con sus madres -y otras integrantes de sus familias- para dialogar y revisar mandatos de género; con las feministas que construyeron desde hace décadas los cimientos para que esta participación fuese hoy posible4; y con las Madres de Plaza de Mayo, figuras históricas en Argentina porque, buscando a sus hijas e hijos torturados, desaparecidos y asesinados, disputaron el poder represivo de la dictadura cívico-militar que tuvo lugar entre 1976-1983, y construyeron nuevas formas de lucha colectiva. El pañuelo verde que las jóvenes de hoy atan a sus cuellos, símbolo de la lucha por el reconocimiento del derecho a la interrupción legal del embarazo5, se anuda con el pañuelo blanco que aquellas Madres se ataban en sus cabezas (Elizalde, 2018a). En tercer lugar, piensa la disputa por la sanción de la IVE como punto de condensación del movimiento feminista y lucha histórica de esta generación. A la vez que se retoma el legado de las feministas de generaciones anteriores, se revisan los mandatos en torno a la maternidad como destino femenino y se proyectan nuevos horizontes posibles para las mujeres.
En esta agenda feminista contemporánea, el amor y lo sexoafectivo emergieron como temas recurrentes. Se recuperaron demandas históricas respecto de las desigualdades entre varones y mujeres que se manifiestan en los vínculos sexoafectivos y familiares, entre otras, la naturalización de las tareas de reproducción y cuidado como actos de amor (Badinter, 1981; Esteban, 2011; Faur, 2014; Jelin, 2016); se problematizaron las definiciones modernas del amor romántico (Giddens, 1998; Illouz, 2009, 2016) y los sentidos asociados a él como los celos o el dolor, que fueron nombrados como “tóxicos”6 y “violentos” (Palumbo, 2017); y se buscó construir consensos y protocolos en las relaciones erótico-amorosas a través de la demanda de “responsabilidad afectiva” y de realizar “escraches”7, denuncias o “cancelar” prácticas y personas (Faur, 2019; Pates y Logroño, 2023; Romero, 2021; Vázquez y Palumbo, 2021).
En este contexto, se revisaron también las narrativas que habían interpelado las sensibilidades de las mujeres. El mercado de la cultura es protagonista en la construcción y la circulación de imágenes y relatos en torno al amor, en volver inteligible lo romántico y en marcar horizontes de expectativas en los vínculos sexoafectivos (Illouz, 2009, 2016). Esta “industria del amor romántico” (Golubov, 2017, p. 154) construye narrativas en comedias románticas, telenovelas y series, que se vuelven un “entrenamiento gestual y verbal” en el universo amoroso de sus espectadores y se constituyeron en parte de su “educación sentimental” (Monsiváis, 2006, p. 27), en especial, de las mujeres. El mundo editorial, en particular, tiene centralidad en la jerarquización y la circulación de discursos públicos. En este caso, ha contribuido a la construcción de la matriz del amor romántico a través de novelas cuyos personajes se enamoran con la fuerza de un flechazo y se juran amor eterno. Las novelas sentimentales y románticas tienen gran éxito comercial desde el siglo XIX y, aun cuando recuperan elementos estables del género, que las vuelven reconocibles, se renuevan constantemente para seguir interpelando a su público (Pearce y Stacey, 1995; Illouz, 2014; Golubov, 2017; Kamblé, Selinger y Teo, 2021).
El mercado de la cultura, a su vez, es un espacio fundamental para la construcción del estatuto de lo juvenil. Dicho de otro modo, las juventudes se constituyen en relación con múltiples dispositivos socioculturales y políticos, entre ellos, el Estado, la escuela y los medios de comunicación. Las culturas masivas tienen un protagonismo particular en este proceso, dando lugar a una oferta cada vez mayor y más específica de producciones culturales dirigidas a jóvenes. Esto hizo, por un lado, que el mercado se “juvenilizara” (Saintout, 2006) y, por otro, que las y los jóvenes se relacionaran, en sus vidas cotidianas, con una constelación de producciones y objetos culturales que interpelan su adscripción identitaria (Hall y Jefferson, 2010; Hebdige, 2004).
Me interesará, en este artículo, conocer cuáles son las matrices culturales del amor y la sexoafectividad que se recuperan en las novelas contemporáneas destinadas a jóvenes, mayormente de origen estadounidense, que se traducen y circulan en Argentina. A su vez, cómo son apropiadas por las mujeres jóvenes en un contexto de politización de género; cuáles son las emociones, las imaginaciones y las fantasías que emergen en su lectura; y cómo se vincula el activismo con sus consumos culturales y sus prácticas cotidianas. Parto de algunas hipótesis iniciales para responder estos interrogantes. En primer lugar, que las novelas para jóvenes forman parte del proceso de “mundialización” del mercado editorial (Sapiro, 2019), que las publicaciones de origen estadounidense hegemonizan el sector editorial comercial en Argentina y que su publicación se concentra en grupos transnacionales. En segundo lugar, que estas novelas son producciones heterogéneas y complejas, que recuperan sentidos de una matriz cultural romántica y, a la vez, introducen matices en los argumentos y las características de los personajes que actualizan el modo en que se narra el romance. En tercer lugar, que el contexto de “activismo de género” (Elizalde, 2022) que, entre otras dimensiones, problematizó los ideales del amor romántico, se vuelve un marco de pertenencia e interpretación de las producciones culturales que las jóvenes consumen. Estos sentidos conviven, en tensión, con sus fantasías, sus deseos y su educación sentimental en lo romántico.
A continuación, desarrollaré algunos apuntes respecto de la perspectiva metodológica que asumió la investigación en la que se basa este artículo. Presentaré, luego, las novelas que lee un grupo de mujeres jóvenes argentinas, daré cuenta de su inscripción en el mercado editorial y analizaré los modos en que se narra el amor en ellas. Finalmente, me detendré a estudiar los sentidos, las sensaciones y las sensibilidades que construyen las lectoras en su relación con el libro y el feminismo.
Apuntes en torno a la perspectiva metodológica
Este trabajo es producto de una investigación llevada a cabo entre 2017 y 2020 en el Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA)8, que derivó en una tesis de maestría en Sociología de la Cultura y Análisis Cultural9. La perspectiva metodológica fue cualitativa y tuvo la intención de construir un estudio de tipo descriptivo y analítico en torno a los vínculos que se tejen entre las narrativas del amor, lo romántico y la sexoafectividad, en un corpus de novelas dirigidas a jóvenes, y las múltiples formas de apropiación que despliega un grupo de lectores y lectoras entre quince y veinticinco años.
Para ello, revisé los catálogos de cuatro grupos editoriales que editan novelas para el público lector juvenil -Planeta, Penguin Random House, Urano y V&R Editoras-, analicé sus redes sociales y realicé observaciones en eventos literarios -presentaciones de libros, charlas y encuentros entre autores, editores e influencers de la lectura en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires (2017, 2018, 2019) y la Feria del Libro Infantil y Juvenil de Buenos Aires (2018, 2019)-, así como en eventos culturales donde circulaban estos libros -el Ciclo Clave 13/17 (2018, 2019). Asimismo, hice entrevistas a personas editoras del sector, y reconstruí las estrategias editoriales de producción y puesta en circulación de las novelas que publicaban. Analicé, también, las matrices culturales del amor que se retoman en algunas de las novelas más vendidas y leídas por las juventudes en los últimos años en el mercado editorial argentino, como Eleanor & Park de Rainbow Rowell (2013, Penguin Random House), Dos chicos besándose de David Levithan (2016, V&R Editoras) y Si yo fuera tu chica de Meredith Russo (2017, #Numeral). Por último, realicé entrevistas en profundidad, biográficamente orientadas, a un grupo de jóvenes que leía dichas producciones literarias. El estudio no tuvo afán de representatividad y generalización, es decir, no buscó hablar en nombre de las y los jóvenes o las y los lectores ni ontologizar estas condiciones. En cambio, se concentró en relevar lo que hacía, sentía y pensaba una muestra arbitraria de jóvenes en relación con los libros que leía.
En particular, son jóvenes que, al momento de nuestro encuentro, estaban transitando la escuela secundaria o la universidad, especialmente, en carreras vinculadas con las humanidades, la comunicación y las artes como Abogacía, Relaciones Internacionales, Edición, Traductorado de Inglés, Comunicación Social, Publicidad, Diseño en Comunicación Visual, y Diseño de Imagen y Sonido. Vivían en distintas ciudades del AMBA con sus familias y, en menor medida, solos y solas. Se reconocían personas lectoras de novelas para jóvenes, formadas sobre todo con Harry Potter de J. K. Rowling, y también de animé, manga y novelas clásicas como Orgullo y prejuicio de Jane Austen (1813), Alicia en el país de las maravillas de Lewis Carroll (1865), Mujercitas de Louisa May Alcott (1869), El señor de los anillos de J. R. R. Tolkien (1954) y Las crónicas de Narnia de C. S. Lewis (1950-1956). Además de la literatura, se relacionaban con otros productos del mercado de la cultura como películas, series y reality shows de la plataforma Netflix. Seguían las recomendaciones de influencers en redes sociales y llevaban un registro de sus consumos culturales en aplicaciones como Goodreads y TVShow Time.
En este artículo, trabajaré con las lectoras jóvenes entrevistadas. Ellas desplegaban, con mayor o menor intensidad, prácticas de politización en el centro de estudiantes de sus escuelas o universidades y, en particular, vinculadas con su condición de género en manifestaciones en las calles y en formas de activismo online. Muchos de nuestros encuentros sucedieron en 2018, año paradigmático en la lucha feminista de Argentina10, por lo cual el análisis retomará parte de la agenda de ese año. Se sentían interpeladas por la “marea verde”, como se nombró a la movilización popular en torno al reclamo por la sanción de la IVE, y participaron de una multiplicidad de actividades como “pañuelazos” y “vigilias”11. En ese contexto, leían novelas que tematizaban el amor y las relaciones sexoafectivas. A continuación, analizaré los vínculos, los desencuentros, las tensiones y las negociaciones entre lo que leían y lo que militaban en sus vidas cotidianas.
Las novelas para jóvenes en el mercado editorial argentino
Las novelas dirigidas a personas jóvenes forman parte de uno de los sectores editoriales que más ha crecido en los últimos años en Argentina. Esto se puede ver en la cantidad de títulos editados: representan entre el 13% y el 16% del total de libros nuevos publicados en los últimos diez años, según los Informes anuales de Producción del Libro Argentino. A su vez, dentro del Sector Editorial Comercial (SEC), durante 2020, ocupó el primer lugar con 20% del total de títulos editados, alcanzando un pico de 24% en 2013, y es el segundo sector en cantidad de tiradas, con 42% (Pates, 2022). Este crecimiento estuvo acompañado por una presencia cada vez mayor en librerías y bibliotecas, así como también en una amplia participación en eventos literarios como la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, con presentaciones y firmas de libros, charlas entre escritores y encuentros de Bookbloggers, Booktubers y Bookstagrammers (Cuestas, 2022).
La transnacionalización de las ideas, del mercado de la cultura y, en particular, del mercado editorial (Sapiro, 2019) son condiciones de posibilidad para que la mayoría de estos libros, que publican los grandes grupos editoriales, sean de origen internacional, especialmente, estadounidense. Esto no quiere decir que sean los únicos ni tiene la intención de negar una vasta tradición literaria para las niñeces y las juventudes en este país, como la colección Robin Hood de la editorial Acme Agency y la Biblioteca Billiken de la editorial Atlántida en la segunda mitad del siglo XX (Tosi, 2015); también los libros de Ema Wolf, Gustavo Roldán, Silvia Schujer, Ricardo Mariño, Adela Basch, Perla Suez, Ana María Shua y Luis M. Pescetti que renovaron la Literatura Infantil y Juvenil (LIJ) en la apertura democrática, y las exitosas sagas de Alma Maritano en los años ochenta y de María Inés Falconi en los años noventa.
El protagonismo de las producciones de origen estadounidense en el mercado editorial local ganó fuerza durante el nuevo siglo, sobre todo, a partir de 2010. Por ejemplo, el sello Puck, del grupo Editorial Urano, publicó 107 títulos en Argentina en el período 2010-2020. De ese total, 85 títulos fueron escritos por autores estadounidenses; dieciséis por autores latinoamericanos (más de la mitad de ellos son argentinos) y seis por autores españoles. En la misma línea, VRYA, el sello especializado en literatura para jóvenes del grupo V&R Editoras, publicó 157 títulos en ese mismo período, dentro de los cuales 153 fueron escritos por autores de origen estadounidense y los cuatro restantes, por autores de Latinoamérica (tres de ellos son de la argentina Anna K. Franco) (Méndez, 2022).
En los primeros años de esa década, la tendencia principal fue la edición de fantasías y distopías como Los juegos del hambre de Suzanne Collins (2009-2020)12; Correr o morir de James Dashner (2010); Divergente de Veronica Roth (2013-2014); y Partials de Dan Wells (2014-2015). Las tres primeras tuvieron exitosas adaptaciones cinematográficas que fueron contemporáneas a sus homólogas Harry Potter (1997-2007) y Crepúsculo (2005-2008); en 2011, se estrenó la última película basada en la saga de J.K. Rowling y, en 2012, la última adaptación de la saga de Stephenie Meyer. Luego, las tendencias dentro del mercado editorial se fueron diversificando. Por un lado, se impulsó la publicación de libros de ciencia ficción, como Percy Jackson y los dioses del Olimpo de Rick Riordan (2011-2015), y Las crónicas lunares de Marissa Meyer (2015-2016). Por otro, de realismo contemporáneo, con exponentes como Bajo la misma estrella, de John Green (2013), que abordan una multiplicidad de temáticas de interés para las juventudes: experiencias escolares, relaciones sexoafectivas, amistad, conflictos familiares, violencias, salud mental, neurodiversidad, discapacidades, enfermedades terminales, entre varias más.
Dentro de este último grupo, creció la tendencia de publicar libros cuyos protagonistas pertenecían al colectivo LGBTTIQ+, que han sido clasificados como “literatura queer young adult” (Mason, 2021). De acuerdo con la Base de Datos de Representación en la Literatura Juvenil disponible en Argentina (Méndez, 2022), entre 2010 y 2020, hay registro de 105 libros con personajes LGBTTIQ+ o que representen diversidades étnicas, religiosas, de discapacidad y neurodiversidad. De ellos, 68 cuentan con algún tipo de representación en relación con la orientación sexual y 14, con algún tipo de representación en relación con el género. Si bien, en los primeros años, formaban parte del realismo contemporáneo, ahora están presentes también en otros géneros. Entre muchas otras, en esta década, se destacaron Yo soy Simón de Becky Albertalli (2015); Aristóteles y Dante descubren los secretos del universo de Benjamin Alire Saenz (2015); George de Alex Gino (2016); El chico de las estrellas de Chris Pueyo (2015); El arte de ser normal de Lisa Williamson (2016); Dos chicos besándose de David Levithan (2016); Si yo fuera tu chica de Meredith Russo (2017); Qué nos hace humanos de Jeff Garvin (2016). En los últimos años, estas historias se multiplicaron y se convirtieron en best sellers mundiales, con adaptaciones audiovisuales, cuyo más reciente éxito es la saga Heartstopper de Alice Oseman (2019-continúa).
La traducción y la publicación de estas historias en Argentina fueron contemporáneas al movimiento de politización de género, que fue mencionado en el apartado anterior. También, a la creciente participación de jóvenes en el proceso de edición, primero en la circulación y la recomendación de libros como influencers de la lectura (Cuestas y Saez, 2020; Cuestas, Pates y Saez, 2022) y, luego, como evaluadores, traductores y editores (Cuestas, 2020; Pates, 2021). Los casos más representativos son los de Leonel Teti como editor en VRYA (V&R Editoras) y Puck (Urano), y de Melisa Corbetto como editora en VRYA (V&R EDITORAS). Ocupando estos lugares, reconocieron la relevancia que este sector editorial estaba teniendo a nivel mundial y renovaron las formas de edición en el mercado local. Prestaron atención a las tendencias y los intereses -no sólo editoriales- de las y los jóvenes, incorporaron la agenda juvenil en las editoriales, tuvieron en cuenta la demandas del público lector en torno a la edición de libros que incluyera temas y personajes que representaran las luchas de su generación e impulsaron la edición de “libros militantes”, es decir, “libros disruptivos, que hacen mucha crítica social”, problematizan y amplían los modos de contar la experiencia juvenil (Pates, 2022, p. 65).
Este proceso no niega las tensiones que implicó ejercer este trabajo en grandes grupos editoriales cuya estructura empresarial condiciona los modos de edición (Saferstein, 2021). En un contexto de concentración del mundo editorial, con empresas que buscan la rentabilidad, se guían por criterios comerciales y construyen el marketing como un “nuevo ethos epocal” (Szpilbarg, 2019, p. 73), estos nuevos editores negociaron los libros a publicar con las áreas comerciales de las editoriales. “En una reunión comercial -recuerda Teti en una entrevista que se realizó en el marco de esta investigación- una mujer conservadora me dice ‘a este libro le tenemos que poner El beso más largo porque si le ponemos Dos chicos besándose, ¿cuántos gays puede haber? Mil, dos mil, no vamos a vender nada”. Hace referencia a la publicación de Dos chicos besándose, de David Levithan, que V&R editó en 2016. Luego de la discusión en torno al título y a las posibilidades de éxito de un libro que narra los modos de estar siendo de dos generaciones de jóvenes homosexuales, la que vivió la pandemia del SIDA y la actual (Pates, 2018, 2022), Teti logró mantener su política de visibilización de algunos temas y personajes que le resultan insoslayables en el presente. Qué se edita y qué es editable es, por lo dicho hasta aquí, el resultado de una tensión entre las estructuras empresariales, las políticas editoriales y las figuras de las y los editores, que buscan sintetizar la polaridad entre el criterio comercial y el cultural que atraviesa a este sector.
Las matrices culturales del amor y la sexoafectividad en las novelas para jóvenes
En este universo de publicaciones, me interesó analizar aquellas novelas que tematizaban el amor, lo romántico y la sexoafectividad. En ese proceso, encontré materiales literarios diversos, que relataban vínculos entre personajes cisheterosexuales, homosexuales o transgénero; con personajes bellos y felices o marginales y solitarios; historias con finales felices o cuyos protagonistas no terminan juntos. En su forma y su estilo, tienen distintas voces narradoras, en primera y en tercera persona, y distintas estructuras para narrar los hechos -en capítulos o de manera fragmentaria, en orden cronológico o superponiendo las temporalidades.
Reconociendo que son materiales heterogéneos, se puede igualmente identificar algunos puntos comunes. Son libros que combinan un proceso de formación -en algunos casos, pueden llegar a ser de coming of age13- con escenas de aventura y romance (Golubov, 2017, pp. 24-25). Están protagonizados por adolescentes que asisten a la escuela secundaria o están empezando la universidad, tienen relaciones tensas con sus familias, sufren o sufrieron bullying, se enamoran, pero no se animan a declarar sus sentimientos, viven engaños amorosos (o de amistad) y se involucran en relaciones afectivas que, en algunos casos, implica su inicio sexual, la definición de su autopercepción de género y de orientación sexual, que se vuelve un impulso para cuestionar la cisheteronormatividad como mandato obligatorio. Estas relaciones erótico-afectivas son las que motorizan las acciones en la trama y las que permiten que sus protagonistas transiten un proceso de búsqueda y de afirmación de sus subjetividades. Más allá de las dificultades, los miedos y las ansiedades que puedan despertar estas situaciones en los personajes, los finales construyen una promesa de que “todo estará bien” y podrán sentirse más seguros, acompañados y felices (Mason, 2021).
Estas narraciones comparten algunos imaginarios presentes en otras producciones contemporáneas dirigidas a jóvenes, también de origen estadounidense, como películas y series televisivas/online, que son consumidas por las chicas sujeto de esta investigación. Asimismo, recuperan algunos elementos que pueden rastrearse en libros que marcaron sus biografías lectoras como Mujercitas, de Louisa May Alcott, en particular, la construcción de protagonistas lectoras, rebeldes, que disputan los mandatos de género respecto de la apariencia física, los gustos y los anhelos como Jo March.
Para narrar las primeras experiencias amorosas de los personajes, recurren a matrices culturales, es decir, regularidades generadoras de discursividad, que funcionan como “grilla interpretativa de lo social” (Arnoux, 2008, p.11). En particular, retoman la matriz cultural del amor romántico, que ha sido ordenadora de las relaciones sexogenéricas y sexoafectivas desde la modernidad. De base heterosexual y binaria, construye permisos y obligaciones diferenciados para varones y mujeres, produce una estrecha vinculación con el sujeto moderno individual y libre (en la medida en que la elección de la pareja queda a cargo de cada quien y ya no de sus familias) y se asocia con un ethos hedonista (Badinter, 1981; Esteban, 2011; Giddens, 1998; Illouz, 2009, 2016).
Algunos elementos de esta matriz fueron incluidos y transformados en convenciones del género romántico destinado al mundo adulto, en particular, en las novelas rosas del siglo XX. Por ejemplo, los personajes son bellos, sienten amor a primera vista, tienen que superar obstáculos para estar juntos, se asignan distintos roles para cada personaje según su condición sexogenérica -mujer bella/varón poderoso- y se transforman a través de la relación romántica -la mujer restituye su identidad fragilizada y el varón se vuelve un ser emocional (Pearce y Stacey, 1995; Golubov, 2017).
También, la literatura para jóvenes incluye una matriz cultural confluente y contingente (Giddens, 1998) que se combina con “representaciones democráticas” que ponen en tensión el guion cultural de la cisheterosexualidad (Pates, 2022, p.153). Esta matriz está presente en las novelas románticas del siglo XXI, en las que se percibe un mayor equilibrio de poder entre los protagonistas, se representan más diversidades de género, sexuales y de clase, los personajes femeninos están constituidos como individuos que se piensan reflexivamente, tienen expectativas más amplias que la búsqueda del amor y ejercen la libertad de elección en lugar de ser elegidas y salvadas por el héroe (Golubov, 2017). En los romances para jóvenes, en particular, no todas las parejas son cisheterosexuales, hay personajes homosexuales y trangénero, no se presenta un amor para toda la vida, el final feliz no siempre implica que los personajes terminen juntos “comiendo perdices” -muchas de estas historias proponen finales cuyos protagonistas no están en pareja-, y ese fin del amor no se construye como una tragedia shakespereana. Es decir, la ausencia de un final feliz en los términos en que el género romántico lo tipificó no tiene intenciones aleccionadoras, busca, en cambio, actualizar la representación de los vínculos erótico-afectivos. Así, rompen con el principio romántico de un amor único del que es imposible separarse si no es porque la muerte se interpuso. A su vez, los personajes masculinos ya no son siempre representados bajo la figura del héroe que salva y protege a la mujer en peligro. Se produce un desplazamiento en estas narraciones en ese sentido: del héroe al amor heroico. Se trasladan al amor, como entidad poderosa, los atributos que antes eran depositados en el varón: salva, todo lo puede, nos hace mejores (Pates, 2022).
Estos modos de narrar el amor son tenidos en cuenta por los y las editoras del sector en Argentina. A la luz de los posicionamientos feministas que problematizan las concepciones del amor y la sexoafectividad, reconocen que empezaron a observar con mayor atención si se narran situaciones violentas, “relaciones tóxicas” o se reproducen micromachismos. “Hay una tendencia a desromantizar todo”, dijo Cristina Alemany en una entrevista realizada en el marco de esta investigación. Para la actual coordinadora de las actividades juveniles de la Fundación El Libro -la encargada de organizar la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires- y directora editorial de V&R durante quince años, los héroes ya no son perfectos, las heroínas no esperan al príncipe azul que las rescate y las relaciones amorosas no eclipsan otros aspectos de las vidas de los personajes. No son argumentos “edulcorados” e “idealistas”, sostuvo en esta misma línea la actual editora de VRYA Melisa Corbetto en una entrevista durante el trabajo de campo, aunque mantienen una impronta “inocente” por el público al que está dirigido y una sensación “reconfortante” en la lectura.
Asimismo, hay una tendencia a publicar literatura LGBT o literatura queer para jóvenes. En el afán de captar los intereses de sus públicos lectores, estos editores y editoras identificaron que, en las series y las películas que las juventudes miran como en la participación en discusiones y manifestaciones públicas -la Marcha del Orgullo, la salida del clóset en redes sociales, la reivindicación de los derechos de las diversidades sexogenéricas-se construye “lo LGBT” como un tema “que está de moda” y que forma parte de la “estructura de sentimientos” (Williams, 1997, p. 150) de esta generación. En este marco, se amplían las representaciones de lo amoroso y, a la vez, se construyen libros rentables, que responden a las exigencias del mercado editorial.
Lecturas y lectoras: entre lo íntimo y lo público
Estas novelas son leídas y apropiadas por jóvenes. En particular, las lectoras con quienes trabajé en esta investigación, como adelanté en apartados anteriores, tienen entre quince y veinticinco años, pertenecen a sectores medios, viven en distintas ciudades del AMBA y asisten a la escuela secundaria o la universidad. Se formaron como lectoras en sus familias, gracias a la guía de sus madres/padres, y en instituciones formales vinculadas con la promoción de la lectura, como las escuelas y las bibliotecas populares. Los referentes y actantes que intervienen en su vínculo con la lectura cambiaron: ya no pertenecen al mundo adulto, sino que son jóvenes que, como ellas, sienten pasión por estas ficciones. Se encuentran con los y las influencers de la lectura, así como con otros y otras jóvenes en las redes sociales y, a su vez, habitan cada vez más los eventos literarios como la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires.
Esperan que las problemáticas de su generación estén tematizadas en las historias que leen y que se construyan personajes con quienes identificarse. Desean, además, que esta literatura “deje un mensaje” y tenga la intención de “concientizar” y “abrirle los ojos” a quienes tienen “pensamientos errados”, por ejemplo, en cuestiones sexuales y de género. Le atribuyen y reivindican, en este sentido, una “dimensión pedagógica” (Pates, 2022, p. 137). Asimismo, reclaman la inclusión de trigger warnings, es decir, advertencias respecto del contenido sensible que se puede hallar en los libros y la certidumbre de que las escenas, por ejemplo, violentas, que se narran están a merced de esa “pedagogía” y no se están reproduciendo, en cambio, formas de machismo y violencia.
Marina tiene veinte años, vive en el barrio de La Boca de CABA con su familia y estudia Traductorado de Inglés en la Universidad Nacional de Buenos Aires. La conocí en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires en 2019, en donde recorrimos varios stands y me mostró sus libros favoritos. En un encuentro posterior, me contó que esas historias tienen que “dejar un mensaje, una enseñanza y una percepción distinta de la realidad”. Desde su perspectiva, es importante que las novelas que leen las juventudes tengan esta impronta porque “lo que se lee, se toma como cierto”. Otra lectora, Camila, de veinticinco años, estudiante de Ciencias de la Comunicación en la Universidad Nacional de Buenos Aires y redactora freelance de sitios webs, destacó que la literatura contemporánea para jóvenes tiene el atributo de abordar de manera sensible ciertas problemáticas sociales y culturales y, de ese modo, “genera reflexión, nos informa, nos abre los ojos y nos deja una enseñanza”.
Para otras lectoras, en cambio, algunas de estas novelas reproducen sentidos patriarcales como la idealización de las relaciones sexoafectivas sustentadas en el amor romántico. Para la mirada de Sofía, una estudiante de Comunicación Social de veinticinco años, que vive en La Plata con su familia, hay libros que narran relaciones “dependientes” y “tóxicas” porque se construyen personajes femeninos vulnerables y frágiles, que sólo encuentran refugio en el vínculo amoroso. No es un “buen mensaje”, según sus palabras, que se refuerce el sentido de que las mujeres necesitamos un varón que “nos complete”. Respecto de esto, también hizo referencia en una charla denominada “Romance y relaciones tóxicas en la literatura”, organizada en el marco de la Feria del Libro Infantil y Juvenil de 2019 a la que fue invitada como exponente:
Algo de lo que siempre hablamos es de la “necesidad” de las relaciones románticas en la literatura juvenil, que haya romance porque sí. En realidad, los protagonistas no tienen por qué ser novios o estar enamorados, pero el autor necesita que haya amor. Me parece que esto no está bien tratado o, al menos, aún me parece que no ha habido un “momento bisagra”, un momento en el que digamos “acá hay algo que está mal, acá hay algo que tenemos que tratar” y que no se haga sólo para vender libros.
Micaela, otra de las expositoras, se sumó a la crítica que Sofía hizo respecto de la narración de vínculos sexoafectivos en las novelas dirigidas a jóvenes y dijo:
Yo, que amo el romance, odio esos epílogos que dicen “dos meses después, tuvieron veinticinco hijos y la casa de cinco pisos; él sigue siendo millonario y ella sigue estando divina”. No es necesario. Generalmente, a los epílogos los paso por arriba porque son básicamente todos los mismos. A nadie se le cayó una idea diferente, nadie se fue de viaje y se compró dos perros; se compraron la mansión y tuvieron cinco hijos divinos, todos adorables, porque obviamente salieron adorables como él y ella.
Ante esta descripción de cierta fórmula en los finales de las historias que tematizan el amor, brotaron las risas de las presentes. “Yo no sé acá cuántas de nosotras quieren tener hijos, yo quiero tener perros”, remató Sofía en ese momento y prolongó aún más las risas de las jóvenes que se habían acercado a escucharlas.
Lucía también había sido invitada a participar de la charla. Tiene veinticinco años, es abogada y blogger, y vive en Lanús con su madre y su hermana. Mientras escuchaba a sus compañeras de mesa, asentía con la cabeza en señal de estar coincidiendo con lo que opinaban. Al momento de hablar, retomó el título de la charla y propuso pensar en los modos de narrar las relaciones sexoafectivas en las novelas para jóvenes: “Si hablamos de toxicidad, hay que partir de cómo las mostramos: como tóxicas o románticas e ideales”. Ella cree que construir protagonistas femeninas atractivas, perfectas y poderosas, es “vender” un modelo idílico que poco tiene que ver con lo que pasa en la vida real. Del mismo modo, narrar vínculos amorosos que tienen centralidad en la vida de los personajes, es decir, que se vuelven lo más importante de sus cotidianidades, sobre otras relaciones o intereses, forma parte de esta idealización, que “no es buena” porque genera frustración en sus lectoras cuando luego no es lo que sucede en sus propias experiencias.
Además de problematizar las representaciones de las novelas contemporáneas, tanto Lucía como otras jóvenes con quienes conversé empezaron a releer las obras que las habían formado. En ese proceso, algunas escenas que antes les parecían románticas son ahora inteligibles como machistas: “Hay un montón de historias que antes nos gustaban y que, ahora, cuando las releés, decís ‘¿Qué está pasando acá? ¿Cómo no me di cuenta de esto antes?’”, dijo en este sentido la editora Melisa Corbetto. También, puede suceder que se reivindiquen como feministas algunas producciones que, en el momento de la lectura, no habían sido vistas de ese modo. Lucía me contó que volvió a leer El pequeño vampiro, una novela de Angela Sommer-Bodenburg (1985), que había leído en su niñez. Uno de los personajes era una niña-vampiro que cuestiona los permisos y las prohibiciones que tienen las mujeres como usar vestidos, estar quietas o no ensuciarse. En la relectura, Lucía se sorprendió al encontrar estos sentidos en torno a la feminidad y reconoció que habían habitado en ella aun cuando no los denominara feministas.
El desplazamiento de sentidos que se produce en la relectura se enmarca en un proceso de ampliación de los umbrales de lo que se considera patriarcal, machista y violento. Desde la denuncia a la violencia de género en su forma más extrema, el femicidio, hasta otras modalidades emocionales, invisibles, simbólicas, sexuales y económicas (Palumbo, 2017; Elizalde, 2018b). En particular, en las relaciones sexoafectivas, algunas prácticas que antes eran decodificadas como románticas o pruebas de amor, como los celos, pasaron a significar violencia. En este entramado, los modos en que se representa una relación erótico-afectiva en las novelas destinadas a jóvenes es un criterio de selección, evaluación y valoración entre las lectoras. Ellas elaboran estas transformaciones volviendo a leer con otros ojos las novelas que las formaron cuando eran niñas/adolescentes o bien esperando que las historias contemporáneas estén deconstruidas.
A su vez, los ideales del amor romántico moderno, como su asociación con el matrimonio, la convivencia y la maternidad, pierden algo de eficacia en estas (re)lecturas. Es decir, son expectativas que no forman parte de los horizontes de las lectoras: no quieren ser madres, quieren cuidar perros. Siguiendo a Silvia Elizalde (2022), el amor está presente en la agenda de las juventudes, pero no desvela sus cotidianidades ni implica un anhelo homogéneo. Esto no quiere decir, sin embargo, que deje de operar en sus sensibilidades y sus fantasías. Conversando con ellas en torno a las novelas que no tenían un típico final feliz, muchas imaginaron la posibilidad de que los personajes pudieran reencontrarse o volver a enamorarse. También, algunos elementos que les parecían, según sus palabras, “melosos” y “cursis” en la narración de romances heterosexuales, como la demostración de cariño a través de besos, abrazos y declaraciones de amor, no eran interpretados del mismo modo cuando se trataba de romances homosexuales. Entonces, aun cuando se producen rupturas en los modos de contar las relaciones sexoafectivas, la matriz cultural romántica no se abandona del todo y sigue siendo la narrativa de fondo de las historias de amor; asimismo, algunos sentidos de la novela rosa siguen teniendo raigambre en el universo de lectura.
Estas valoraciones también se combinan con formas de activismo. Es decir, emerge un sentido en torno a esta literatura como recurso que invita a la lucha o bien la lectura y la circulación de estas novelas son formas de militancia. Sofía hizo hincapié en este aspecto. Sostuvo que las luchas por la ampliación de derechos “en las calles” encontraron un lugar en las novelas para jóvenes y empezaron a ser “espacios de militancia y comunidad para algunos lectores que buscaban encontrarse en productos culturales”. También, mencionó:
Me gusta leer libros que vayan más allá de una simple historia de amor. Y no quiero decir con esto que las historias de amor no sean importantes, pero estamos pasando por un momento, sobre todo los jóvenes, toda nuestra generación, de autodescubrimiento y de derribar un montón de tabúes, entonces buscamos leer eso. Es importante que se hable de nuestras luchas porque es lo que los jóvenes sienten, buscan y necesitan leer para después hacer algo con eso, para tomar las cosas en sus manos y cambiarlas.
Lo dicho hasta aquí sugiere dos procesos que se entrelazan en las lecturas de estas jóvenes. Por un lado, una búsqueda de coherencia entre sus convicciones y las producciones culturales que consumen. La mirada crítica que asumen respecto de los modos de representación conmueve, muchas veces, el propio verosímil que es demandado como principio ineludible en todo pacto de lectura. No hacen concesiones a las decisiones de escritura que pudieron haber tomado los y las autoras, al mismo tiempo que les exigen rigurosidad en el abordaje de algunas temáticas. Si se produce un hiato entre estos elementos, emerge entonces el señalamiento de falta de deconstrucción o bien la cancelación de obras y autores. Por otro lado, encuentran en la lectura una forma de activismo. La literatura se revela como un espacio privilegiado para objetar normativas, disputar sentidos y proyectar fantasías. Entonces, cuando se emocionan con la historia que están leyendo, cuando se imaginan situaciones posibles de ser vividas o cuando cuestionan los modos de representación están viviendo algo más que una experiencia personal, están creando los modos de estar siendo joven de su tiempo.
Consideraciones finales
A lo largo de estas páginas, intenté pensar en torno a los vínculos y las negociaciones que se despliegan entre los consumos culturales -en particular, la lectura-, la adhesión, la reivindicación y, en algunos casos, la participación en la lucha por la conquista de nuevos derechos, y las experiencias que tienen en sus vidas cotidianas las mujeres jóvenes de Argentina. Las posiciones asumidas por el grupo con quien trabajé dan cuenta de que las apropiaciones de las novelas que leen no se dan de manera aislada, sino que se pone en relación con otros discursos y otras prácticas que las interpelan, en especial, las redefiniciones en materia de género y sexualidad, y la revisión del protagonismo de la matriz cultural del amor romántico en sus horizontes de expectativas.
Son jóvenes que se inscriben en una generación marcada por el activismo de género y la defensa por el reconocimiento y la garantía de derechos sexuales, reproductivos y de género. Desde este lugar, buscan que las novelas hablen de ellas y les hablen a ellas, esto es, que narren parte de su experiencia juvenil y generacional, cuyas marcas epocales tienden a promover una renovación del pacto entre los géneros en una clave de autodeterminación y derechos. Esto implica que esperen y reclamen la inclusión de personajes representativos del modo de estar siendo joven y que los conflictos narrativos puedan ser sus propios conflictos.
A su vez, teniendo en cuenta los vínculos que tejen con la lectura como práctica, podemos pensar que ésta no es (sólo) privada y silenciosa. Es decir, si bien hay un momento de encuentro con el libro que es individual, se despliega un proceso que es también colectivo, que habilita formas de socialización, de encuentro afectivo con otras jóvenes y de activismo por las luchas que forman parte de sus agendas generacionales. La lectura se vuelve, así, una práctica colectiva y activa. Colectiva, por lo dicho antes, porque es “cimento y expresión del vínculo social” (Chartier, 1993, p. 34); activa porque se producen sentidos y sensaciones, se (re)elabora una posición de sujeto y permite, en la relectura de las novelas que las educaron sentimentalmente, resignificar el pasado y el presente.
Lo dicho hasta aquí, en suma, nos permite pensar en la relación entre lo público, lo privado y lo íntimo. El ya clásico par conceptual público-privado, trabajado tanto en el campo de los estudios feministas y de género como en la lucha política del movimiento feminista, se trama en la producción, la circulación y la apropiación de las novelas dirigidas a jóvenes. Es decir, en la narración de los discursos amorosos en producciones literarias, en las estrategias editoriales y los posicionamientos asumidos por los y las editoras del sector juvenil, en las lecturas de las jóvenes y en los modos en que entrelazan, en la narración de sí mismas, una referencia individual y una referencia colectiva -a la vez que hablan de sí mismas, nombran la generación a la que pertenecen. Los libros, las lectoras y las lecturas, entonces, pueden pensarse de manera articulada entre lo propio y lo público.