Introducción
En este artículo sostenemos que son los modelos de industrialización, o modelos de desarrollo propios de cada región, los que conforman los mercados de trabajo a los cuales tiene acceso la población rural y, por lo tanto, son ellos los que moldean las migraciones laborales.1 Asimismo, recordamos que a partir de la Revolución industrial, el dominio de la ciudad sobre el campo se fortalece porque es el espacio en donde se establece la gran industria que atrae la fuerza de trabajo sobrante del campo. En la medida en que la vieja ciudad palacial -lugar en el que se concentró a lo largo de los siglos el poder político, administrativo, financiero, militar y religioso- se transformó en ciudad industrial -lugar donde se producía la mayoría de los bienes materiales necesarios para la reproducción social-, el viejo dominio de la ciudad sobre el campo, por la necesidad de asegurar su abasto en alimentos, se combinó con la necesidad de controlar el abasto en mano de obra de acuerdo con el dinamismo de su sector industrial.
De esta manera, en contra de la añeja idea de que el campo representa el atraso y la ciudad, la modernidad, o que la vida de la población rural evoluciona más lentamente que el resto de la sociedad por su arraigo al pasado, nos parece más preciso sostener que el campo se transforma en la medida en que la ciudad lo necesita.
Por su lado, los países latinoamericanos, insertos al capitalismo desde la periferia, no tuvieron la capacidad de lograr más que capitalismo subdesarrollado, limitado a la producción de mercancías con poco valor agregado, tecnologías simples y una clase obrera poco calificada. Aun con la introducción del modelo de sustitución de importaciones, tuvieron un desarrollo industrial poco dinámico, incapaz de absorber la mano de obra rural expulsada por la pobreza que migró masivamente hacia la ciudad en busca de un trabajo. Por eso se conformó esta profusa población de trabajadores informales que José Nun (1969), en su momento, conceptualizó como “masa marginal”. En suma, fueron incapaces de alcanzar el nivel de acumulación de los países centrales y por eso sus mercados de trabajo, tanto en el campo como en la ciudad, fueron menos dinámicos y con características claramente diferenciadas de las que encontramos en los mercados de trabajo de los países industrializados (menos calificados y con menor estabilidad y cobertura social).
Con la llegada de la tercera Revolución industrial, el modelo de acumulación se transformó profundamente. La generalización de las tecnologías de la información y comunicación, tanto en los procesos productivos como en todos los ámbitos de la vida, tuvo varias consecuencias que permitieron construir un nuevo modelo de acumulación a nivel mundial mucho más dinámico que el anterior. Destacamos dos por su especial importancia en la reconfiguración de los mercados de trabajo rurales y en los procesos migratorios que se derivan de ello.
Por un lado, se desarrollaron sistemas productivos en red que permitieron la descentralización o desterritorialización de importantes partes de los procesos productivos, desde las grandes ciudades hacia ciudades más pequeñas, incluso hacia zonas rurales con abundante mano de obra barata, tanto al interior de los países industrializados como hacia los países pobres.2 El caso más conocido de descentralización hacia zonas rurales es el de la industria de la confección (Carton de Grammont 2015).
Por el otro, el desarrollo de los transportes y de los medios electrónicos de comunicación ha incrementado exponencialmente la movilidad de la población, permitiendo su adaptación a las nuevas condiciones de los mercados de trabajo precario y flexible, propios de la actual economía posfordista. Es debido al tránsito de un mercado laboral que ofrecía, hasta cierto punto, empleos seguros a otro insuficiente, precario y flexible, que la migración definitiva del campo a la ciudad se ha desgastado. Actualmente, se combina con un nuevo esquema migratorio basado, esencialmente, en desplazamientos temporales de corta o larga duración, conceptualizado por los estudiosos como procesos de movilidad.
A diferencia del periodo anterior -durante el cual numerosas regiones campesinas e indígenas quedaban aisladas y esencialmente encerradas en su vida comunitaria-, esta nueva movilidad ha penetrado en el conjunto del territorio rural, incluso hasta lugares lejanos de las vías de comunicación. La idea de un mundo campesino no tocado por la modernidad se ha vuelto obsoleta.
También en la agricultura asistimos a esta expansión de las transnacionales que controlan las cadenas de valor y que hoy han penetrado en lo más profundo de los territorios rurales. Cuando hablamos de trabajo asalariado agrícola, nos referimos esencialmente a las empresas del sector hortofrutícola, las cuales pueden contratar miles de trabajadores en tiempos de cosecha y están ubicadas, esencialmente, en regiones con ventajas productivas favorables (fertilidad, clima, agua, etc.), permitiéndoles una fuerte especialización territorial. Estos territorios altamente especializados se conocen como enclaves agrícolas.3
Todas estas dependen de las empresas transnacionales productoras de tecnología (desde la maquinaria hasta la producción de semillas o agroquímicos, pasando por los plásticos y los invernaderos), transformadoras (agroindustrias) y comercializadoras (supermercados) de los productos agrícolas. Son ellas quienes imponen las tecnologías utilizadas que dependen ahora de las ciencias más complejas de la sociedad del conocimiento, como la informática, la biotecnología, la nanotecnología y los nuevos materiales, para contender en mercados altamente competitivos.4 Son ellas las que también determinan la evolución de los mercados de trabajo, las nuevas formas de segmentación entre los trabajadores, los flujos migratorios, las formas de remuneración y las condiciones de trabajo de los asalariados.
Hoy, la agricultura comercial es esencialmente una agricultura tercerizada y por eso estamos muy lejos de la tradicional figura del agricultor autónomo que dirige su finca según su buen parecer. En esta nueva agricultura a contrato, la función del empresario agrícola (pequeño o grande) consiste en ejecutar los programas productivos dictados desde arriba por las empresas transnacionales. Su margen de decisión empresarial se reduce a la adaptación de esos programas a las condiciones técnicas, ecológicas y sociales propias de su región (Carton de Grammont 2019).
En este contexto analizamos, para el caso de México, cómo se modificaron los mercados de trabajo y, por ende, los flujos migratorios, tanto del campo hacia la ciudad, como campo-campo, en el tránsito del modelo de desarrollo industrial de sustitución de importaciones en vigor durante la segunda mitad del siglo pasado (1940-1982), hacia el modelo “maquilador”, adoptado bajo el empuje de la mundialización.
Los mercados de trabajo rurales en México durante el periodo de sustitución de importaciones…5
El cardenismo (1934-1940), que medió entre la revolución agrarista y el periodo de industrialización por sustitución de importaciones, creó las condiciones necesarias para iniciar un nuevo proceso de industrialización, aunque limitado por un mercado interno poco dinámico y su incapacidad para competir en los mercados externos. El histórico reparto agrario que se logró durante el gobierno del general Cárdenas permitió mejorar las condiciones de vida de la población rural, mientras que la expropiación petrolera de 1938 creó las bases para que el Estado tuviese la capacidad de intervenir en la conducción de la economía.6
Sin embargo, para lograr la industrialización fueron necesarias dos acciones complementarias que se llevaron a cabo después del cardenismo. La primera fue la constitución de una agricultura moderna, capaz de abastecer las grandes ciudades en pleno crecimiento demográfico. Para ello se implementó la revolución verde, a partir de los años cuarenta (Hewitt de Alcántara 1978). La segunda fue la construcción de una red de carreteras que permitiera no solo una comunicación eficiente a nivel nacional, sino también con Estados Unidos. Este objetivo se inició en los años veinte, pero concluyó hasta la década de los setenta (González Gómez 1990).
Hasta el inicio de los años sesenta, la mayor parte de las familias rurales eran campesinas.7 Vivían en pueblos dispersos, aislados y marginados, que se pueden caracterizar como comunidades agrarias.8 Para gran parte de esta población, en particular para la población indígena, la posibilidad de migrar se veía limitada por su desconocimiento del mundo externo a su comunidad. Para lograrlo, necesitaba intermediarios laborales (Carton de Grammont y Lara Flores 2000). Esta situación explica por qué, a pesar del elevado desempleo rural hasta los años sesenta, solo una pequeña proporción de la población campesina lograba desempeñar actividades fuera de la agricultura.9 Dos factores fueron necesarios para que la migración de la población rural se incrementará con mucha rapidez: la expansión de las vías de comunicación y el incremento demográfico. Ambos se alcanzaron en la década de los años sesenta.
Es en este periodo cuando México dejó de ser esencialmente agrícola para transformarse en un país industrial y urbano, con una importante clase obrera y una amplia clase media. Sin embargo, su proceso de industrialización fue insuficiente para dar trabajo a todos los migrantes oriundos del campo, lo que propició el surgimiento de una numerosa población urbana subempleada o desocupada.
La migración definitiva del campo hacia la ciudad
La industrialización del país, inducida por la política gubernamental de sustitución de importaciones, se concentró en tres ciudades (Ciudad de México, Monterrey y Guadalajara), provocando un fuerte crecimiento de su población, en gran medida a partir de la migración definitiva y masiva de pobladores del campo hacia ellas.10 Es este proceso de migración el que predominó en dicho periodo, no solo porque fue la más numerosa, sino porque permitió el crecimiento de la clase obrera y, como tal, fue parte fundamental del proceso de industrialización del país.
Entre 1930 y 1970, la población nacional se triplicó, sin embargo, a pesar de tener una tasa de natalidad más elevada en el campo que en la ciudad, solo se duplicó en el campo, mientras que creció 10 veces más en las ciudades,11 esto se debe a los enormes flujos migratorios del campo a la ciudad. Efectivamente, entre 1940 y 1970, la población urbana creció en 16.3 millones de habitantes, de los cuales 38% (6.2 millones) correspondieron a la migración que provenía esencialmente del campo. Para la década de los años sesenta, si se suman las migraciones con los nacimientos que corresponden a los migrantes ya establecidos en la ciudad, 69% de crecimiento de la población urbana se debió a esta migración (Alba 1977). Todavía en la década de los ochenta la migración campo-ciudad afectó a 6.8 millones de personas (Garza 2003).
La población migrante provenía, esencialmente, de regiones mestizas del centro, occidente y oriente del país (Stern 1977).12 Los que iniciaron esta migración rural-urbana fueron hombres y mujeres jóvenes que lograron, paulatinamente, traer a su familia o conformar nuevas familias en la ciudad.
La migración temporal campo-campo
Los flujos de campesinos pobres del centro-sur del país que migraban temporalmente hacia las regiones agrícolas modernas, en gran medida hacia el norte del país, incluso hacia los campos agrícolas allende el Río Bravo, fueron un elemento constitutivo esencial de la agricultura capitalista nacional. Con la revolución verde, a partir de los años cuarenta, se desarrolló una importante agricultura familiar empresarial en las regiones con irrigación o de buen temporal (Hewitt 1978). Es en el noroeste, mejor dotado en tierras, agua y clima, en donde predominó una agricultura basada en las tecnologías más sofisticadas de la época (Carton de Grammont 1990). Las agroindustrias empezaron a extender su control sobre las tecnologías utilizadas por los productores que les surtían de materia prima en las regiones con mayor posibilidad de desarrollo agrícola, proceso conocido como “integración vertical” (Arroyo 1979). Aun así, la enorme mayoría de los agricultores comerciales conservaba su estatus de productor familiar independiente y vendía sus productos en el mercado a los intermedios regionales que surtían a tres grandes centrales de abasto (la de Ciudad de México, la de Monterrey y la de Guadalajara).
En 1950, había alrededor de un millón y medio de asalariados agrícolas, pero en 1970 su número se había duplicado (poco más de tres millones). De esos, cerca de la mitad eran migrantes temporales que salían de sus pueblos dispersos y aislados, esencialmente del centro y sur del país, para converger hacia las regiones de agricultura intensiva, de tal manera que 53% de ellos se ubicaban en el noroeste del país, 7% en el norte, 11% en el oeste, 17% en el este y 12% en el sur.13 Cerca de la mitad de las migraciones temporales de los jornaleros eran de corta distancia, internas a un estado o entre estados colindantes, las demás eran de larga distancia (hasta dos mil kilómetros) y provenían de los estados del centro del país (Estado de México, Michoacán, Jalisco, Nayarit y Zacatecas) para dirigirse esencialmente hacia el noroeste (Península de Baja California, Sonora y Sinaloa), que se estaba conformando como la región agrícola más dinámica del país. Los cultivos que concentraban gran parte de estos migrantes eran de algodón, café, caña de azúcar, jitomate y tabaco (Paré 1977).
En el caso de los flujos regionales, la organización de la migración era sencilla. Existían redes sociales controladas por intermediarios locales (contratistas) que aseguraban la relación con el empleador (Sánchez Saldaña 2006). En cuanto a las migraciones de larga distancia, la estructura organizativa de la intermediación laboral se volvía más compleja por la mayor distancia que separaba los lugares de origen de los migrantes con los lugares de trabajo, la cantidad de jornaleros migrantes movilizados, las exigencias de las empresas en cuanto a las fechas de llegada y salida de los trabajadores, y la estricta organización del trabajo en los campos agrícolas. En este caso, las empresas tenían sus propios intermediarios que se valían de sus redes locales en las regiones de expulsión para captar y reunir a los trabajadores en los puntos de salida (cabeceras municipales), en donde los esperaban autobuses fletados por la empresa (Lara Flores 1998; Carton de Grammont y Lara Flores 2000).
La mayoría de esos migrantes temporales eran campesinos pobres, o sus hijos, que combinaban el autoconsumo con el trabajo asalariado. Vivían en pequeñas localidades aisladas y marginadas. Eran hombres jóvenes organizados en cuadrillas de una docena de trabajadores, cada una con un migrante experimentado (jefe de cuadrilla) y, a menudo, los acompañaba una mujer que les hacía la comida. Sus flujos migratorios eran pendulares; de su pueblo de origen a la región de trabajo. Había poca participación de la población indígena que, en su caso, lo hacía a nivel regional.
…Y su transformación durante la mundialización
Como señalamos al inicio de este trabajo, la movilidad del capital y de la población son condiciones necesarias para que las cadenas globales de valor puedan expandirse en todos los territorios con ventajas comparativas. Hoy en día, su espacio de acción se establece a nivel mundial. En México, a partir de la década de los ochenta, y de manera más dinámica a partir del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá en 1994, las políticas públicas proteccionistas se eliminaron para fomentar la inversión extranjera con la creación de industrias insertas en las cadenas productivas transnacionales. En la producción, destaca la presencia de la industria automotriz (con numerosas armadoras diseminadas en ciudades del centro y norte del país), de la aeronáutica y, por supuesto, la industria de la confección, que tiene un enorme impacto en el empleo rural (Carton de Grammont 2015). Todas ellas tienen efectos directos en la creación de empresas tercerizadas y, por lo tanto, de nuevos mercados de trabajo no agrícolas en el territorio rural (véase cuadro 1).14 Con esta nueva geografía laboral, la mayor fuente de ingreso de los hogares rurales proviene ahora de trabajos en el sector secundario o terciario (Florez y Luna 2018; Coneval 2014; Carton de Grammont 2009).
En este nuevo contexto, los mercados de trabajo cambiaron profundamente y los flujos migratorios se adaptaron a esa nueva situación. Para el inicio del siglo XXI, estos cambios ya eran tangibles. Las dos principales transformaciones son: a) la disminución de la intensidad de las migraciones definitivas hacia las grandes ciudades, junto con el incremento de las migraciones hacia ciudades medianas y pequeñas, y, b) las transformaciones de las migraciones temporales de los jornaleros agrícolas.
La disminución de la intensidad de las migraciones definitivas hacia las grandes ciudades15
El número de grandes ciudades se incrementó notablemente de 1970 a la fecha (de 12 a 56). Hoy, concentran 56% de la población nacional. Aun si en términos absolutos la migración rural hacia las metrópolis sigue siendo el principal flujo migratorio, su importancia decrece constantemente en términos relativos desde hace tres décadas. En el quinquenio de 1995-2000 captaban 77.3% de las migraciones, y en el quinquenio 2005-2010 recibían 73.7% (Romo Viramontes, Téllez Vázquez y López Ramírez 2013).
A diferencia del periodo anterior, a partir de 1980, el crecimiento de la Ciudad de México se debe más a su crecimiento natural que a la migración rural. La ciudad empieza a tener una tasa neta migratoria negativa debido a la población urbana que migra hacia ciudades más pequeñas. Con ello, el índice de la supremacía urbana, tanto de la Ciudad de México como de la Zona Metropolitana del Valle de México (ZMVM), disminuye paulatina y constantemente (Sobrino 2014; Pérez-Campuzano y Santos-Cerquera 2013).
En la literatura se argumentan diferentes razones para explicar esta sorpresiva transformación, como la creciente falta de empleo en la ZMVM, el incremento de la edad de la población (los jóvenes son los que migran), o el incremento de la migración internacional. Estos argumentos explican, en parte, la disminución de la intensidad de las migraciones definitivas en el país, sin embargo, todos tienen que ver con un fenómeno más general: la descentralización de los mercados de trabajo hacia ciudades más pequeñas y su precarización. Con ello, las añejas migraciones definitivas se ven sustituidas por formas migratorias adaptadas a las nuevas condiciones de vida y trabajo, mucho más versátiles, multilocalizadas y, a menudo, de más corta duración. En este nuevo contexto surge el concepto de movilidad para salir del esquema bipolar propio de la migración definitiva y captar la complejidad de los procesos de circulación de los migrantes que permiten su tránsito entre las megalópolis y sus periferias, entre ciudades, así como entre ciudades (en particular pequeñas ciudades) y su entorno rural, tanto a escala local como regional, nacional o internacional.
En el caso de México, surgen dos procesos migratorios. El más importante es el de la migración descendente desde las metrópolis (con varios millones de habitantes) y ciudades grandes (con más de un millón de habitantes) hacia ciudades de menor tamaño. La mayor parte de los migrantes se ubican en ciudades intermedias (de 100 mil habitantes a un millón), aunque también se colocan en pequeñas ciudades (de 15 mil a 99 mil habitantes), e incluso hacia las llamadas “locali dades en transición” (de 2,500 a 15,000 habitantes). El segundo está conformado por las migraciones ascendentes, desde las localidades rurales y las localidades en transición hacia las ciudades intermedias (Sobrino 2014; Pérez-Campuzano y Santos-Cerquera 2013).16 Es en el segundo flujo donde participa ampliamente la población rural.
Los flujos migratorios inesperados corresponden a la creación de nuevos mercados de trabajo, propiciados por la creación de empresas en red (nacionales o internacionales) que se instalan en las ciudades intermedias en busca de ventajas comparativas, tales como menores costos de inversión y operación, impuestos más bajos y, esencialmente, mano de obra más barata. Estas empresas tercerizan gran parte de su producción a empresas medianas o pequeñas de tal manera que se crean redes productivas multisituadas en diferentes espacios sociales y culturales. Se conforma así una nueva división territorial desigual del trabajo que transita desde las ciudades medianas hacia las localidades rurales (Esquema 1).
Es la descentralización de empresas hacia el territorio rural la que ha propi ciado el enorme crecimiento del empleo rural no agrícola y la intensificación de los procesos de desagrarización (Carton de Grammont 2009; Martínez Domínguez et al. 2017). De esta manera, constatamos que, actualmente, existen en el territorio rural nacional más de 47 mil unidades de producción de las ramas industriales de la confección, de equipo de transporte, de cómputo y de aparatos eléctricos, incluyendo desde micro hasta grandes empresas (Cuadro 1).
Tamaño de las localidades | ||||||
Rurales | Urbanas | |||||
Tamaño de las unidades económicas |
0 a 15,000 | 15,000 a 50,000 |
50,001 a 100,000 |
100,001 a 1'000,000 |
> 1'000,001 | Total |
Micro (1-10 trabajadores) |
45,637 | 15,904 | 3,034 | 6,864 | 1,149 | 72,588 |
Pequeña (11-50 trabajadores) |
789 | 1,126 | 378 | 1,017 | 332 | 3,642 |
Mediana (51-250 trabajadores) |
389 | 417 | 137 | 603 | 226 | 1,772 |
Grande (251 y más trabajadores) |
374 | 202 | 98 | 641 | 252 | 1,567 |
TOTAL | 47,189 | 17,649 | 3,647 | 9,125 | 1,959 | 79,569 |
Fuente: Elaboración propia con base en el Directorio Estadístico Nacional de Unidades Económicas (DENUE), 2018.
Estas son las empresas formalmente registradas por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), pero el número debe ser muy superior si consideramos la importancia del trabajo informal en México.
Al crecimiento de la pequeña industria rural se agrega el boom de las zonas turísticas que necesitan una gran cantidad de mano de obra, esencialmente no calificada, y que se han expandido en muchas partes de las costas del país, con la costera de Quintana Roo como arquetipo del crecimiento del turismo masivo internacional.
En términos demográficos, el principal efecto de esta convergencia de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba es que ahora son las ciudades intermedias las que crecen más por crecimiento social (migración) que por crecimiento na tural (tasa de natalidad) (Sobrino 2014). Hay que insistir sobre la existencia de una constante en las migraciones que vinculan el campo con la ciudad desde el periodo de sustitución de importaciones hasta la fecha: el incremento de la población urbana se debe en gran medida a la migración del campo hacia la ciudad, antes a las metrópolis y ahora más hacia las ciudades pequeñas y medianas (Sobrino 2011).17
Por su lado, el perfil sociodemográfico de los migrantes rurales se ha modificado. Si antes dominaba la migración de jóvenes mestizos solos, ahora incluye una población aún más joven (hasta niños), familias completas y una importante población indígena. El censo de población del 2000 nos ofrece tres datos que ilustran la incorporación tan repentina como masiva de la población indígena a la migración nacional, incluso internacional, a pesar de su fragilidad social: 1) para esa fecha, en promedio nacional, 11.2% de esta población residía en una entidad federativa diferente de la de su nacimiento; 2) había población indígena en todos los municipios del país, y, 3) migraban por igual hombres y mujeres (Chávez Galindo 2007).
El sur y sureste son las regiones de mayor expulsión de esta población cuya edad es notablemente más joven que la mestiza. En 2015, la población migrante indígena de entre 20 y 30 años representaba 54% del total, mientras que era solo de 36% en el caso de los no indígenas. Los indígenas migran hacia la ciudad, sin embargo, predominan en las migraciones hacia la agricultura, en particular hacia los territorios hortícolas del noroeste, especialmente hacia Sinaloa (Granados Alcantar y Quezada Ramírez 2018).
Las transformaciones de las migraciones temporales de los jornaleros agrícolas
Para entender adecuadamente la actual problemática de los jornaleros agrícolas, es necesario recordar que el dominio de las cadenas de valor sobre el conjunto de la agricultura comercial propició un fuerte desarrollo tecnológico, así como nuevas formas de organización del trabajo, en particular, en las regiones de enclaves agrícolas. Con ello, la productividad de la agricultura se ha incrementado notablemente en las tres últimas décadas (Carton de Grammont y Lara Flores 2010; Puyana y Romero 2008).
Este mejoramiento de la competitividad se refleja en la concentración de la producción en dos sectores empresariales diferentes. El primero corresponde a la consolidación de empresas medianas y grandes, administradas por los dueños de las fincas con el empleo de algunos trabajadores permanentes y, ocasionalmente, trabajadores temporales. Este grupo se ha consolidado en las pasadas tres décadas. El segundo, aún más importante, afecta las empresas agropecuarias de mayor tamaño, que pueden contar con una red de empresas ubicadas en diferentes regiones, incluso fuera del país, para aprovechar las ventajas comparativas de cada una de ellas. Es en este nivel que la concentración es más clara: disminuye el número de empresas, pero crece su tamaño (Carton de Grammont 2010). Todas son empresas especializadas en la producción de pocos productos (vid, hortalizas o frutales).18 Son estas empresas las que ocupan la mayoría de los asalariados agrícolas, locales o migrantes.
En cuanto al número de jornaleros, se estima que se mantienen alrededor de tres millones (Gómez Oliver 2016), cifra similar a la que se tenía en 1970. Las dos terceras partes viven en localidades de menos de 2,500 habitantes, mientras que 75% está en la pobreza y 22% en la pobreza extrema (SEDESOL 2017). Según los datos de la Encuesta Nacional de Jornaleros Agrícolas de 2009, los migrantes representan alrededor de 30% de la población total de los jornaleros, lo que significa una fuerte disminución de los asalariados migrantes en comparación con 1970 (de un millón y medio a un millón).19 Dos procesos explican este descenso en la cantidad de migrantes: el constante incremento de la productividad del trabajo, que permite disminuir las necesidades en mano de obra de las empresas (Carton de Grammont 1999), y el establecimiento definitivo de migrantes en los enclaves agrícolas que ahora ofrecen trabajo durante largos periodos del año, gracias a las nuevas tecnologías que permiten alargar los periodos de producción (véase infra). Estas dos variables pueden combinarse, pero tienen mayor importancia en las regiones de alto desarrollo tecnológico (en particular, enclaves hortícolas), mientras que en los cultivos tradicionales (caña de azúcar, frutales, tabaco o café), en donde hay menos cambios tecnológicos, los flujos se mantienen más estables.
En términos generales, las rutas migratorias se mantienen desde el periodo de sustitución de importaciones. Sin embargo, si bien persiste el doble sistema migratorio (uno de corta y otro de larga distancia), sus características se han modificado. Destacan la ampliación de las zonas de expulsión de migrantes hacia los enclaves hortofrutícolas del noroeste, el incremento de la migración circular (cerca de la mitad de los migrantes trabajan en dos zonas productoras o más, antes de regresar a su lugar de residencia), y el surgimiento de una población de jornaleros agrícolas que migran constantemente de un lugar a otro sin tener ningún lugar de residencia fijo.20 A menudo, la fragilidad de este último grupo social es tal que no tienen ningún registro civil ni acta de nacimiento para identificarse, lo cual pone en duda su estatus de ciudadano mexicano (Lara, Sánchez y Saldaña en prensa; Carton de Grammont y Lara 2010; ENJO 2009; Carton de Grammont y Lara 2004; Carton de Grammont 2001).
Con el tiempo, surgieron diferentes formas de intermediación que hoy en día coexisten y se combinan, conformando un entramado social cada vez más complejo. Distinguimos tres principales formas migratorias:
La migración organizada por los empresarios, que surge en los años setenta, con la mediación de enganchadores oriundos de las zonas de expulsión, normalmente trabajadores migrantes con experiencia que se ganaron la confianza de sus patrones. La contratación y la migración es informal en la medida en que no se establece ninguna relación laboral escrita entre las partes (Sánchez 2006).
Posteriormente, surgió la migración espontánea, cuando la gente dispuso de redes sociales que les permitían tener la información suficiente para tomar sus propias decisiones. Algunos de esos migrantes se apoyan en los trabajadores que ya se han instalado alrededor de las zonas de atracción y han desarrollado toda una “industria de la migración”, que consiste en dar alojamiento (cuarterías), crear comedores, guarderías, comercios y transporte a los campos de trabajo. Muchos de esos migrantes asentados son, a su vez, mayordomos de las empresas, contratistas, jefes de cuadrillas o supervisores de las empresas (Carton de Grammont y Lara 2004). Esta migración se ha consolidado con el uso de los medios electrónicos de comunicación.
Recientemente, la migración organizada por el gobierno, a través del Programa de Movilidad Laboral de la Secretaría del Trabajo, representa la actual tendencia para controlar esos flujos; no solo para apoyar el buen abasto de las empresas con mano de obra, sino para asegurar el regreso de los migrantes a sus lugares de origen una vez que los empresarios dejen de necesitarlos (Lara, Sánchez y Saldaña en prensa).21
No obstante, el proceso más importante, que marca una gran diferencia con el periodo anterior en la relación laboral entre el trabajador temporal y el patrón, es el surgimiento de “asentamientos” de migrantes agrícolas en las regiones de gran demanda de jornaleros.22 Los migrantes que se instalaron en terrenos baldíos -normalmente sin ningún tipo de servicio público- para permanecer cerca de su fuente de trabajo, son los que no tienen motivos para regresar a sus pueblos. Inicialmente, los agricultores vieron con simpatía estos asentamientos que les permitían disponer de una mano de obra local barata sin tener que organizar la migración desde regiones lejanas ni pagar sus gastos de traslado. Sin embargo, con el tiempo, esta población adquirió experiencia, empezó a exigir mejores salarios, emprendió nuevas migraciones temporales hacia otros enclaves agrícolas -ncluso hacia Estados Unidos-, y diversificó sus actividades fuera de la agricultura (Sánchez y Lara 2015). Esos asentamientos forman parte de la reconfiguración de los mercados de trabajo agrícola que tienden a ser menos estacionales, gracias a las actuales tecnologías agrícolas que permiten tener procesos productivos más controlados.23
Los mayores asentamientos se encuentran en las regiones dominadas por las grandes empresas hortofrutícolas. Un buen ejemplo de ello es el valle de San Quintín, en Baja California, en donde los migrantes se asentaron en la periferia del poblado. Actualmente, la localidad cuenta con una población de 92 mil habitantes, de los cuales la mitad son migrantes asentados, originarios -en su mayoría- de regiones indígenas de Oaxaca, Guerrero y Michoacán.24 Otro ejemplo es el pueblo de Pesqueira, en Sonora, que surgió hace unos 50 años con algunas barracas construidas por familias de jornaleros migrantes al borde de la carretera, en una zona desértica sin ningún servicio. Hoy en día es un pueblo de cerca de 6 mil habitantes, de los cuales 38% son indígenas de diferentes partes del país, y cuenta con todos los servicios (incluso escuela). Un tercer ejemplo es el poblado de Villa Juárez, en el valle de Culiacán (Sinaloa). Con una historia similar a la de Pesqueria, el pueblo tiene actualmente una población de más de 28 mil habitantes, aunque su proporción de población indígena es menor (7%). Estos asentamientos se encuentran también en regiones de agricultura familiar, como en el caso de los asentamientos en Tenextepango, Morelos (Saldaña Ramírez 2014).
Desde el inicio de este siglo, el perfil sociodemográfico de los jornaleros mi grantes se ha modificado profundamente. En primer lugar, la población indígena se ha incorporado ampliamente a los mercados de trabajo agrícola, al punto que representa ahora 17% de esta fuerza de trabajo, cuando su presencia en la población nacional es de 9.3% (Sedesol 2017).25 En los enclaves agrícolas, como en el caso de Sinaloa, su presencia es predominante.26
Posteriormente, estos jornaleros dejan de ser esencialmente campesinos pobres, como en el periodo anterior. Ahora, las dos terceras partes no tienen tierra, por lo que se dedican exclusivamente al trabajo agrícola asalariado (Carton de Grammont y Lara Flores 2004). Por último, la migración familiar adquiere importancia, lo cual propicia el trabajo infantil. También crece la migración de jóvenes fuera de toda estructura familiar.
Reflexiones finales
Nuestro planteamiento metodológico es que, para entender la evolución de los flujos migratorios laborales, el punto nodal es la reconfiguración de los mercados de trabajo que forman sistemas complejos y coherentes para el capitalismo global. Vimos cómo, en el transcurso del fordismo hacia la mundialización, los mercados de trabajo se modificaron, los flujos migratorios se reacomodaron y los propios perfiles sociodemográficos de los migrantes rurales cambiaron. Constatamos que, con el dominio de las cadenas de valor a nivel mundial tanto en el campo como en la ciudad, las migraciones de la población rural se transformaron profundamente.
Por el lado de las migraciones campo-ciudad, observamos el desgaste de la primacía de las metrópolis frente al nuevo dinamismo económico de las ciudades intermedias y pequeñas con mercados de trabajo cada vez más dinámicos. Tradicionalmente, la pequeña ciudad “rural” se ha caracterizado por su relación con su entorno agrícola, tanto para abastecerlo en maquinaria e insumos, como para vender sus productos a las grandes ciudades, también para abastecer a la población rural de bienes de consumo y servicios (administración pública, salud y educación). La pequeña ciudad era la bisagra entre el campo y la “gran” ciudad. Hoy, con la creación de las cadenas de valor, la tercerización de la producción y la descentralización industrial, el papel de la pequeña ciudad ha cambiado profundamente. Se desdibuja su función de servicios para su entorno agrícola inmediato, mientras se fortalece su función productiva, inserta en las cadenas industriales en red. Asi mismo, atrae mano de obra regional que, a menudo, mantiene su lugar de residencia en su pueblo natal, pero trabaja en las manufacturas de la ciudad aledaña.
El incremento de la movilidad de la población rural hacia estas ciudades ha creado nuevos circuitos migratorios regionales muy activos en donde el campo, además de ser el territorio de la agricultura, es el lugar de residencia de la población, y la ciudad, el lugar de su trabajo. Puede ser que la población migrante esté vinculada con hogares de pequeños productores agrícolas, en cuyo caso el trabajo en la ciudad es parte de la pluriactividad del hogar campesino, pero puede ser una población rural no agrícola que ya no necesita migrar definitivamente a la ciudad para conseguir trabajo.
Con ello, no solo la migración rural se redistribuyó espacialmente, sino que cambió de naturaleza. Dejó de concentrarse en las metrópolis, lo que suponía, a menudo, flujos de larga distancia para localizarse también en sus propios espacios regionales. Estrictamente hablando, la población migra menos, pero participa más en procesos de movilidad que le permiten combinar una residencia rural con un trabajo urbano. Se conforman novedosos circuitos de movilidad que responden a la transformación de los mercados de trabajo. Este fenómeno no es reciente; apareció hace tiempo en los países industrializados, como un proceso de descentralización demográfica de las clases medias hacia la periferia de la ciudad, y con el surgimiento de las redes de comunicación de alta velocidad, hasta localidades lejanas. Pronto, este proceso de la clase media urbana se desarrolló también en países menos industrializados. Ahora, como lo vemos para el caso de México, la población rural de escasos recursos se inscribe en estos procesos de movilidad. Surgen procesos circulatorios diferenciados que responden a las condiciones desiguales de la población.
Esto nos remite a la idea de ciudad-región, que ha sido estudiada en el caso de regiones con cierta densidad poblacional (por ejemplo, la ZMVM), pero que puede funcionar igualmente en el caso de regiones poco pobladas y con localidades aisladas y marginadas, siempre y cuando la ciudad tenga un mercado de trabajo lo suficientemente dinámico para atraer a la población a su entorno regional.
Por el lado de las migraciones campo-campo de los asalariados agrícolas, el establecimiento de los jornaleros en las regiones hortícolas tiene efectos similares: baja la intensidad de las migraciones de larga distancia, mientras se intensifican las migraciones regionales al interior de los mismos enclaves que, en términos del mercado de trabajo, funcionan de manera similar a la ciudad-región que acabamos de mencionar. Ambos espacios se conformaron como territorios laborales en donde la mano de obra circula con fluidez.
Así, no solamente la movilidad del capital es una condición necesaria para la creación de las cadenas globales de valor, sino que lo es igualmente la movilidad de la población. Esta doble movilidad ha permitido que el ingreso rural no agrícola se volviera el ingreso más importante en el territorio rural.
En cuanto a la evolución del perfil sociodemográfico de los migrantes que buscan trabajo en la ciudad y los que van a trabajar en los enclaves agrícolas, constatamos un proceso de homogeneización. Durante el modelo de sustitución de importaciones, para los flujos migratorios del campo hacia la ciudad, vimos que predominaba la migración de hombres y mujeres jóvenes y mestizos que migraban individualmente, mientras los flujos campo-campo se componían solo de hombres jóvenes mestizos que migraban en “cuadrillas”. En ambos casos, los migrantes pertenecían a hogares campesinos que no tenían la capacidad de emplear toda su mano de obra familiar en su finca, y que tampoco encontraban trabajo en su región. Es notorio que, con la mundialización, el perfil sociodemográfico de los migrantes que van hacia la ciudad y de los que migran hacia los enclaves agrícolas se homogeneiza. Por un lado, la población indígena participa ahora ampliamente en ambos flujos migratorios y, por otro, crece tanto la migración de familias completas, como de jóvenes solos que abandonan su pueblo de origen porque ya no tienen ningún vínculo con la tierra, o si acaso aún tienen alguna parcela, no encuentran la forma de sacarle provecho.
Durante el periodo de sustitución de importaciones se suponía que el trabajo informal era un rezago propio de la producción precapitalista que debía desaparecer con la industrialización del país, sin embargo, con la mundialización, tanto en el espacio rural, como urbano, se constata lo contrario. Existe una tendencia general en ambos espacios hacia la homogeneización de los mercados de trabajo, del empleo precario, de las nuevas formas de movilidad, y de los perfiles sociodemográficos de la población migrante. Las diferencias en los mercados de trabajo entre el campo y la ciudad, tan obvias hasta hace poco, se desvanecen con el dominio de las cadenas de valor a nivel mundial.
Asimismo, constatamos la existencia de una constante en el incremento de la población urbana, debido más a la migración del campo hacia la ciudad, que al crecimiento natural de las ciudades mismas, antes esencialmente hacia las metrópolis y, ahora, más orientadas hacia las ciudades pequeñas y medianas. En los países desarrollados, esta transferencia demográfica masiva del campo hacia la ciudad se agotó hacia finales del fordismo y provocó la disminución de la población rural, tanto en términos relativos como absolutos. Hasta la fecha, en México, a pesar de la constante sangría poblacional por la migración del campo hacia la ciudad, la población rural sigue creciendo en términos absolutos. Es probable que este proceso no sea una característica nacional particular, sino que se encuentre en todos los países subindustrializados. Esto se debe a la desigualdad estructural entre países centrales y periféricos, que impide la cabal absorción de la población en la producción capitalista.
Finalmente, si consideramos el futuro inmediato, observaremos que ya ini ció la cuarta Revolución industrial, marcada por la convergencia de las tecnologías digitales, con la biotecnología, la ingeniería genética y las neurotecnologías, que permiten, entre otras innovaciones tecnológicas, crear la inteligencia artificial y la robotización.
En las dos próximas décadas, cuando mucho tres, conoceremos de nuevo una enorme transformación de los mercados de trabajo. Según el último informe del Foro Económico Mundial (2018), en la industria y los servicios disminuirán los trabajos no calificados por la automatización, se mantendrán parte de los trabajos calificados actuales y emergerán nuevos trabajos altamente calificados. Para el caso de América Latina, el McKinsey Global Institute (2017) calcula que más de la mitad de las tareas agrícolas podrían ser robotizadas. Si esto se hace realidad, los pobres del campo no tendrán más la posibilidad de migrar para conseguir siquiera un empleo “no decente”, pero tampoco podrán vivir en sus pueblos. Creemos que el fin del trabajo puede ser una contradicción y que, junto con el cambio climático, no tenga solución en el capitalismo.