En tan solo dos décadas, la obesidad se ha constituido en un asunto de interés, de preocupación y de polémica en prácticamente todas las dimensiones de la vida social. Los principales organismos multilaterales de salud, la identifican como una enfermedad grave y, por su carácter global, como la epidemia del siglo XXI. La relevancia de esta condición se puso de manifiesto de modo más evidente cuando la pandemia de la Covid-19 generó una contingencia sanitaria global inédita, que se ha tenido que gestionar desde las condiciones específicas de los sistemas de salud de cada país, en un mundo cada vez más interdependiente. La información científica y epidemiológica fue mostrando el estrecho vínculo entre las lamentables muertes de personas enfermas de Covid-19 y su condición de obesidad. Inevitablemente, se fue confirmando que esta condición, en tanto comorbilidad asociada, construye un perfil de sujetos cuyas posibilidades de enfermar gravemente y morir son mayores que quienes no lo tienen (Kass et al. 2020; Sattar et al. 2020).
Sin embargo, la condición de obesidad en México tiene una historia previa a la Covid-19, con una narrativa social en torno al inmenso número de personas consideradas obesas -más mujeres que hombres-, y con una tercera parte de la infancia diagnosticada con dicho estado (INSP 2018). Esta narrativa, asentada en información epidemiológica reciente, ha introducido en el lenguaje cotidiano una serie de términos que provienen de las ciencias médico nutricionales, pero que hoy forman parte de las conversaciones entre personas y grupos no expertos, que los resignifican hasta lograr hacerlos parte del día a día. Términos como dieta, hábitos alimentarios, nutrición saludable, estilo de vida, actividad física, factores de riesgo, educación nutricional, obesofobia, ambiente obesogénico, gordofobia, lipofobia, constituyen un conjunto de palabras que no solo amplían nuestro léxico, sino que se nos representan de formas diversas, ampliando y cuestionando sus significados.
Pero no solo las palabras constituyen nuevos significados, también las imágenes. Ejemplo de ello es la inmensa cantidad de “memes” que plagaron las redes al inicio de la pandemia por Covid-19, referidas a engordar durante el confinamiento. No está por demás decir que la mayor parte de estas imágenes presentaron cuerpos femeninos engordados -eso merecerá otro análisis-, sino que, además de misóginas, buena parte de ellas contienen sutiles y a veces evidentes mensajes discriminatorios por cuestiones de edad. Atravesadas por el humor, la ironía y el sarcasmo, las imágenes circularon a velocidades inimaginadas (se volvieron virales) dando cuenta de la percepción socializada de la obesidad. Al paso de los meses, la circulación de tales imágenes ha ido en decremento, sin que por ello, eventualmente, lleguen de nuevo a nuestras redes sociales en una repetitiva circularidad, aunque tal vez se nos aparezca una nueva.
No es el propósito aquí catalogar tales mecanismos de difusión de ideas, de satirización y de construcción de un imaginario colectivo en relación con la gordura, que atravesó fronteras durante la emergencia sanitaria; se trata tan solo de mencionar cómo el humor, el sarcasmo y, finalmente, la ironía, contribuyeron a conformar vehículos socializados, unidades de trasmisión cultural (Collado 2020) que espejean la propia sociedad y se constituyen en manifestaciones tangibles y globales de la narrativa gordofóbica anónima y colectiva.
El conjunto de artículos que constituye el presente número se encamina a presentar pinceladas de este paisaje múltiple. Algunos provienen de los planteamientos expuestos en la mesa Una mirada interdisciplinaria a la obesidad: ¿epidemia global o responsabilidad individual?,1 otros se elaboraron a invitación expresa, precisamente para sumar puntos de vista, para dialogar con una visión crítica y actualizada sobre una temática ineludible.
Frente a la inquietante información epidemiológica disponible para nuestro país,2 es inevitable considerar que, además de los aspectos médico-nutricionales, hay algo social y algo cultural en la trayectoria de vida de las personas cuyo peso se considera por encima de la denominada normalidad, que les lleva a tener dicha condición y ser diagnosticadas como obesas (Navas et al. 2014). Sin embargo, considerar ambigua o erróneamente las dimensiones socioculturales de los grupos sociales con sobrepeso y obesidad,3 trae consigo el peligro de interpretarlas en un marco simplista de responsabilidades individuales respecto a la alimentación y la salud, prácticas de vida que pueden ser modificadas a voluntad con una considerable dosis de esfuerzo y sacrificio personal (denominado con el neologismo échaleganismo) que recompensará los errores del pasado.
Entonces, ¿cómo abordar las dimensiones socioculturales de tales prácticas? Es probable que no dispongamos de una sola respuesta, pero al menos estamos en condiciones de establecer ciertos puntos de partida que contribuyan a una mejor comprensión de lo que gira en torno a la obesidad, pero, sobre todo, cuestionar lo -aparentemente- obvio. Podemos proponer, inicialmente, que cada práctica, noción, costumbre y significado tienen sentido solo en el propio contexto cultural compartido y articulado con el entorno global, evitando propuestas teóricas y metodológicas singulares y no situadas. Por ello, la comprensión profunda de la condición de obesidad no es posible solo como suma de elementos que rodean al individuo o a los grupos sociales, sino de la forma en cómo se articulan para elaborar las representaciones y guiar las prácticas colectivas respecto a sus/ los cuerpos, la comida y la vida social.
Se requiere deconstruir la noción unívoca de la obesidad como eje de análisis, como entidad que existiera en sí misma, con lo cual omite la presencia/experiencia de la diversidad de sujetos y grupos que comparten esta condición. De esta forma, es posible cuestionar la estandarización de los sujetos, basada en la tríada: pesar, medir y contar, mediante la cual se construye el índice de masa corporal (IMC), que, aunque es de uso casi generalizado, tambien es discutido por la ciencia médica y nutricional, ya sea por la diferente distribución de grasa corporal entre los individuos4 o, como cuando se trata de poblaciones transgeneracionalmente desnutridas, a costa de su propia estatura (Torre 2000).
Así, proponemos un abordaje desde la complementariedad, pues ninguna aproximación por sí sola podría aprehender la diversidad y las particularidades de los complejos procesos socioculturales y médicos que subyacen en la condición de obesidad. No obstante, el reto de complementar para construir conocimiento colectivo, pone sobre la mesa la disputa epistémica de miradas que se encuentran en pistas de diferente jerarquía disciplinaria: ¿quiénes y cómo podemos conocer en profundidad esa entidad construida desde las ciencias médicas y nutricionales que conocemos como obesidad?, ¿contamos con una mínima certeza de acercarnos aunque sea un poco a conocer las diversas manifestaciones en los sujetos y en sus cuerpos? Las fronteras disciplinarias resultan difíciles de atravesar y, en este tema, no han resultado tan porosas como se requiere, incluso dentro de una misma disciplina.
Reconociendo que frente al asunto de la obesidad, no existen consensos absolutos, seguimos preguntándonos de qué forma abordarlo sin dejar nada de lado, sin privilegiar solo un punto de vista, sin cerrar la mirada a tantos otros. De momento, decidimos ofrecer este número temático para que el conjunto de los textos permitan a quien los lea, ampliar su punto de vista, ojalá cuestionar los suyos propios y, sobre todo, contribuir a que la discusión continúe. En un intento por ordenar la conversación, enfatizaremos tres ejes (expuestos a continuación), que en nuestra opinión atraviesan la problemática de la denominada obesidad, contribuyendo con preguntas y cuestionamientos, aunque sin ofrecer aún todas las respuestas.
Cuerpo/s
La existencia humana es corporal. Partir de esta afirmación no es banal, por el contrario, supone poner el acento en el locus de la obesidad. Si bien es cierto que en torno a ella se han elaborado múltiples consideraciones ideológicas, culturales y simbólicas, lo es más la constatación de su materialidad en los cuerpos de sujetos y grupos concretos. Sujetos cuyas vidas están significadas por cuerpos sexuados que, a la vez, expresan el conjunto de condiciones sociales que les definen como entes políticos. Así, la persona es en su cuerpo, el cual cambia a lo largo de la vida, y va mostrando las marcas de las experiencias acumuladas por el tránsito de quien lo porta a través de múltiples entrecruces de sexo, género, tiempo, espacio, posición social y relaciones de poder.
Los cuerpos y las corporalidades han sido objeto de interés permanente en todas las sociedades y culturas, sea porque el cuerpo encierra el alma, ofrece fortaleza, da muestra de la existencia del ser, en fin, porque se trata de una entidad multidimensional y polifacética, aunque siempre incierta. Como señala Mari Luz
Esteban, el cuerpo representa
[...] una manera diferente y alternativa de acceder al análisis de la existencia humana y de la cultura, de las relaciones entre sujeto, cuerpo y sociedad, entre naturaleza y cultura, entre lo orgánico y lo cultural de la constitución, pero también de la fragmentación del sujeto. Es un cuerpo, como señala el mismo Foucault, prisionero de un dispositivo de dominación, pero libre, al mismo tiempo, del mismo; un cuerpo identificado pero libre de identidades limitantes, un cuerpo que probablemente son muchos cuerpos (…), muchos cuerpos que discuten entre ellos [...]. (2004, 24).
Esos muchos cuerpos pueden representar la corporalidad de distintos individuos, pero también pueden ser las diferentes formas que adopta el cuerpo propio, por distintas circunstancias. Cuando enunciamos la multiplicidad de los cuerpos, estamos aludiendo a la manera en cómo estos expresan y sintetizan procesos e historias, entre los cuales la magnitud corporal (que en términos llanos se refiere a peso, talla, IMC, etc.) se asocia con valores, capacidades, cualidades, expectativas y posibilidades de vida. Por eso, en este número de INTER DISCIPLINA, asumimos que los cuerpos, las corporalidades, los procesos de encarnación, corporización y corporeidad son los referentes inmediatos a partir de los cuales se caracteriza la obesidad. De ahí que la denominación de este número: Obesidad/es, pretenda dar cuenta de los estrechos vínculos entre existencia/vivencia, ser y estar, de muchos cuerpos y corporalidades.
¿Cuáles son las preguntas que nos hacemos respecto al cuerpo, a los cuerpos, cuando los estamos observando bajo y con la condición de obesidad? Es en los cuerpos en donde la ciencia biomédica y nutricional coloca su mirada, así como lo hace de manera específica la mirada estética, ergonómica, deportiva; sin embargo, insistimos: el cuerpo no es ajeno a la persona que es el cuerpo y, a la vez, es a través del cuerpo, mediante el cual la obesidad puede entenderse como fenómeno histórico complejo y con connotaciones específicas para cada cultura, clase, género o grupo social definido por la condición étnica, racial, etaria o corporal.
Por ello, la perspectiva interdisciplinaria es imprescindible para estudiar y analizar las articulaciones bio-psico-sociales que tienen lugar en los cuerpos particulares. Los actos corporales, las intervenciones corporales, los cuidados corporales contribuyen a hacer el cuerpo -entidad aparentemente indómita, que toma su propio curso, en particular en lo que respecta a sus expresiones físicas, a sus límites y a los lugares que ocupa en los espacios.
Una de las vertientes de análisis, decisiva para la comprensión de la complejidad del cuerpo en su pluralidad, es el feminismo. A partir de constatar que el cuerpo de las mujeres está en la base de su condición social, diversos desarrollos teórico-políticos feministas han abordado distintas connotaciones de los cuerpos femeninos. En años recientes, en México y en América Latina, se ha puesto énfasis en el hecho de que las mujeres y sus cuerpos son motivo de múltiples significaciones, algunas de las cuales reproducen su subordinación mientras que otras emergen como elaboraciones libertarias o emancipadoras. En esos análisis, se hacen explícitas las distinciones entre las mujeres gordas u obesas y los hombres gordos u obesos, pues sus valoraciones reflejan las desigualdades de género que marcan sus vidas, con la salvedad de que en esos casos el volumen corporal se convierte en expresión de asimetrías. En mujeres y hombres influyen modelos de belleza compartidos y, a la vez, escindidos por la cultura de género que les interpela. Al mismo tiempo, esos modelos reproducen distintas vetas de discriminación y de exclusión (Muñiz 2014), como veremos más adelante.
La cultura actúa como un conjunto de dispositivos de generización de los sujetos, proceso en el que se conforman subjetividades e identidades que tienen como primer referente el cuerpo, en particular en lo que respecta a su sexuación.
Este proceso complejo, contradictorio, histórico, conduce a los sujetos a ocupar posiciones en el mundo en las que se ponen en juego la heteroasignación, la identificación, el rechazo y la colocación en las posiciones elegidas. Pero la generización remite al cuerpo sexuado y, en consecuencia, a la sexualidad que, como apunta Luisa Elvira Belaunde, contribuye a que los sujetos tengan historia y:
[...] es intrínseca a la intersubjetividad. La apertura a la alteridad, por medio del erotismo, la atracción y el deseo, es un modo de estar en conexión con el espacio y el tiempo. El deseo sexual es deseo de historia, por tanto, deseo del otro y de lo otro, de cambio, de vivencias y de significados, a partir de los cuales los sujetos se constituyen intersubjetivamente, para poder contarse sus historias, las propias y las colectivas [...]. (2018: 12-13).
Siendo así, habida cuenta de que las sociedades contemporáneas exhiben modelos de belleza occidentalizados, inalcanzables para las mayorías, centrados en el deseo por cuerpos hipersexualizados a partir de la esbeltez, los prejuicios hacia las personas con obesidad cruzan también los campos de la intimidad, interrogan su deseabilidad, cuestionan su papel activo en la sexualidad. Y diagnostican, desde el más ramplón punto de vista del sentido común, que sustituyen sus carencias sexuales con comida, lo que las hace aparecer como “disfuncionales”.
Alguna responsabilidad tienen la psicología, el psicoanálisis y las disciplinas médicas en acepciones como las mencionadas en el párrafo anterior, lo cual ha dado pie a un énfasis notorio en la patologización-medicalización de la obesidad. Sin embargo, la ciencia contemporánea no observa de forma simplista el funcionamiento del cuerpo humano, al menos discursivamente, pues no todos los cuerpos tienen una misma funcionalidad, y pueden reconocerse causas subyacentes que van más allá de los cuerpos individuales. En su aplicación social, en tanto la obesidad ha sido considerada como un problema de salud, apela a la articulación entre ciencia y gubernamentalidad, estableciendo los puentes para aproximarse a la población y a los individuos. Siendo una dimensión más en la que es indispensable reconocer que los cuerpos y las corporalidades no existen en el vacío, sino en entramados complejos de condiciones sociales, estructurales y subjetivas en interacción.
Comida/s
La estrategia mundial de atención para erradicar la obesidad, se centra fundamentalmente en dos asuntos: incrementar la actividad física (evitar el sedentarismo) y mejorar la alimentación. La narrativa social, sin embargo, atraviesa de manera más poderosa el segundo aspecto, generando un vínculo de significación entre las maneras de comer y sus huellas corporales. Por ello, considerando que las prácticas alimentarias se realizan en marcos de desigualdades sociales y especificidades culturales, nos preguntamos: ¿por qué los sujetos y los grupos se alimentan de la forma en que lo hacen?
El hecho alimentario constituye un fenómeno sociohistórico, económico y cultural complejo, dinámico, variado, que merece ser explicado en profundidad. Los seres humanos somos omnívoros, condición que nos dio “el don y la condena” de la variedad, como lo explica Aguirre (2010), don, porque una especie omnívora tiene mayor capacidad de adaptarse a distintos hábitats, y, condena, porque necesitamos una amplia gama de nutrientes, y, para hacérnoslos accesibles, es requisito la colaboración, en formas de socialización específica, que van construyendo la comensalidad. Así es como vamos contando con una gran diversidad de productos que reconocemos, aceptamos y asumimos como comestibles, a los cuales consideramos comida. Si bien el omnivorismo ha ofrecido autonomía y la libertad de consumir gran variedad de alimentos (Fishler 1995), permitiendo incrementar nuestras aptitudes para enfrentar los constantes cambios en nuestras vidas, en las condiciones actuales de dependencia creciente de la industria alimentaria, podemos preguntarnos: ¿cómo caracterizar este proceso en la actualidad, cuando nuestros cuerpos reciben gran cantidad de productos ultraprocesados y con excesos calóricos?
Las circunstancias que hoy en día condicionan nuestras vidas, atrapadas en el correr de los horarios y las pocas horas de descanso, con poco tiempo para adquirir, preparar y consumir alimentos frescos, constituyen la argumentación más frecuente para señalar que la alimentación contemporánea es la que ha provocado la epidemia de obesidad. Como mencionamos, podemos adaptarnos a casi cualquier alimento, pero estos se consumen de acuerdo con la capacidad económica para adquirirlos, o se prefieren de acuerdo con pautas culturales, disponibilidades y gustos compartidos. Sin embargo, la descomunal y omnipresente oferta de productos industrializados, acompañada de su correspondiente publicidad, definen las opciones en su favor, limitando otros productos considerados más saludables.
No obstante, no podemos quedarnos con la idea de que el consumo alimentario está conformado por la suma simple de decisiones individuales definidas por el mercado, sino, como señalan Lang y Heasman (2004), es necesario reconocer los desafíos para la implementación de políticas públicas que permitan una alimentación humana suficiente, saludable, sustentable, justa y democrática.
Tampoco podemos descartar los aspectos hedonistas: el gozo comunitario, la comensalidad y la función socializadora de la comida, envolviendo a los alimentos con un velo de riesgo y peligrosidad intrínseca, cuyo consumo fatalmente violentará el principio de comidas “correctas, adecuadas e inocuas”, pues debemos recordar que existen distintos tipos y no todos dependen de la cantidad y calidad de los alimentos que se ingieren. La comida es una fuente de disfrute, apreciación que conduce a tener reserva respecto a los criterios que desplazan sus aspectos placenteros, la simbología ritual, y el carácter genealógico de la comida cotidiana para privilegiar su carácter “anómalo”. Comprender la obesidad en su complejidad hace necesario atender todas estas miradas, y otras más, como las relacionadas con la estética, la política y la ética.
Por lo anterior, estudiar la comida y la alimentación, no solo es tarea de la ciencia médica y de la nutrición, sino también tarea de quienes buscan comprender la lógica sociocultural de las prácticas alimentarias, la organización social y de género en las cocinas, la socialización de las maneras de mesa, la crítica en torno a las actividades de reproducción y cuidado a partir de los alimentos, entre otros asuntos. La obesidad también tiene fuertes nexos con estas pautas, los cuales requieren ser analizados con profundidad.
Desigualdad/es
Aludimos antes a la discriminación que se ejerce sobre las personas obesas. Son muchas y muy distintas las maneras en que se viven esas prácticas discriminatorias, pero ninguna se da por el solo hecho de ser “gorda” o “gordo”, pues responden a la confluencia de las múltiples dimensiones de las desigualdades sociales en las que esas personas se colocan o son colocadas. De esta forma, la condición corporal se articula con otras condiciones que llevan consigo desventajas o privilegios. En consecuencia, se pueden plantear interrogantes en torno a las relaciones que podemos establecer entre el tema de la obesidad y las múltiples desigualdades, en particular nos preguntamos si ¿se observa desigualdad en la distribución social de la obesidad? Si es así, ¿a qué se debe?
El concepto de desigualdad involucra distintas acepciones, de todas ellas, retomamos las que apuntan a que: i) es el resultado de la inequidad en el acceso a los recursos; ii) es el resultado también de desventajas acumuladas, y, iii) es aquella que la caracteriza como condición y resultado de la reproducción de la dominación y la hegemonía. Las tres desembocan en la constatación de que la desigualdad social sintetiza y articula los efectos de la distribución inequitativa de la riqueza y de los recursos que garantizan una vida digna (Castañeda 2020). Esos recursos son materiales, sociales, culturales, económicos, políticos y simbólicos; el acceso a ellos se expresa en el estado que guardan los derechos humanos en una sociedad dada, en general, así como en la situación vital de individuos, colectividades, grupos y clases sociales en particular.
En ese marco, la obesidad puede ser analizada desde la perspectiva del acceso al derecho a la salud y a la educación, pero también como parte de los llamados “derechos de tercera generación”, los cuales incluyen, entre otros, los derechos al medio ambiente, del consumidor, de protección frente a la manipulación genética, y a una muerte digna, así como de los de “cuarta generación”, entre los cuales centramos nuestra atención en el derecho de acceso a la sociedad de la información en condiciones de igualdad y no discriminación. Este enfoque es indispensable, puesto que los derechos humanos son interdependientes, aproximación pertinente respecto a la afirmación de que la obesidad es un problema multifactorial.
Hacer uso de este enfoque permite tener una aproximación a los nudos que atan cuerpo, sexo-género, obesidad, determinantes/condicionantes estructurales (clase, etnia, raza, edad y otros más), discriminación y desigualdad. Estos nudos se manifiestan de forma evidente (aunque hay quienes no desean verlos) en los procesos de salud-enfermedad y atención, pero también en las formas de estigmatización y exclusión que se vierten sobre las personas obesas por parte de quienes se relacionan con ellas desde alguna posición de poder, autoridad, dominación o hegemonía (Lee y Pausé 2016).
Las actuales condiciones sociales en las que se conjugan situaciones asociadas con distintas formas de modernidad y sobremodernidad, las actividades cotidianas, el trabajo, el descanso, la recreación y el ocio, están determinadas también por el acceso desigual a los derechos humanos y a su ejercicio. La excesiva exposición a computadoras, videojuegos y todo tipo de pantallas que implican sedentarismo se acompaña de comidas con desatención a lo que se come, cuándo y cuánto se come; la ampliación de horarios laborales disloca los horarios de alimentación y descanso; la conjugación de uso excesivo de la tecnología y modificaciones en los patrones de trabajo redunda en estrés, trastornos de salud mental, trastornos del sueño, dificultades para disfrutar de las cosas simples de la vida, para socializar con las personas queridas y cercanas, para practicar el autocuidado y ejercer el derecho al tiempo libre. Al final del día, todo ello confluye en condiciones habilitantes de obesidad y sobrepeso, resultado paradójico del exceso y de la escasez, dependiendo de la posición socioeconómica, sexo-genérica, étnica, racial y etaria.
La desigualdad va de la mano de la valoración de la diferencia. En sociedades profundamente desiguales como la mexicana, el reconocimiento que se hace de la gordura a través de las representaciones sociales dificulta su atención como indicador epidemiológico. Las representaciones de capitalistas voraces que echan mano de imágenes de hombres gordos, blancos y ricos, cuya corporalidad hace eco del consumo a manos (y bocas) llenas, va de la mano de las representaciones de mujeres rurales e indígenas cuya corpulencia es bienvenida pues expresa fertilidad, lo que coincide con la percepción de que migrantes con cuerpos voluminosos dan cuenta, a los ojos locales, de que ahora sí comen bien. Estos extremos de la desigualdad se conectan por diferentes representaciones que apelan a mujeres y hombres de todas las edades y condiciones socioeconómicas, dando lugar a un caleidoscopio de situaciones sociales compartidas y experiencias vitales individuales en las que suelen pesar más las últimas, por la enorme significación que tienen en términos de autorrepresentación de la persona.
La exposición anterior no debe conducir a pensar que las personas obesas son carentes de agencia. Por el contrario, en los tiempos recientes hemos presenciado los posicionamientos críticos de quienes exigen respecto a su condición corporal, indagaciones propias acerca de los fundamentos biomédicos de la obesidad, cuestionando las representaciones hegemónicas de la belleza que exaltan la delgadez, y dan a conocer a la sociedad su capacidad de goce, de felicidad, de disfrute de la sexualidad, de bienestar y salud, así como de autoidentificación como personas “gordas”. Hablamos de agrupaciones, colectivos, organizaciones en las cuales distintos sujetos sexo-genéricos encuentran espacios para fortalecer la autoestima individual y el orgullo compartido. Desde esos lugares están propiciando medidas de re-educación para romper con los estigmas, la exclusión y las discriminaciones que han vivido como parte de la experiencia histórica de la obesidad y la gordura.
Los ejes anteriores están presentes en los artículos y contribuciones que conforman este número de INTER DISCIPLINA, mismos que fueron elaborados con diferentes intenciones y proyecciones. Iniciamos con el artículo de Esperanza Tuñón titulado “Migrantes en Estados Unidos: testimonios sobre hábitos alimenticios, salud y cuerpo”, cuyo objetivo es contrastar los hábitos alimenticios y la percepción sobre los problemas de salud asociados con el sobrepeso y la obesidad de mujeres y hombres migrantes de México que radican en el estado de Nueva York, y, mediante testimonios, busca identificar elementos de los estilos de vida, las estrategias de obtención, preparación y consumo de alimentos, así como el sistema de creencias culturales asociadas con los modelos de belleza y de salud de esta población. Seguimos con el de Ivonne Vizcarra: “La alimentación-salud de las mujeres en el campo mexicano del siglo XXI: desafíos para la soberanía alimentaria desde una mirada decolonial feminista”, cuya finalidad es recapacitar sobre algunas problemáticas sociales relativas a la alimentación, y los fenómenos de transición nutricional y epidemiológica (TAN-E) que enfrentan las mujeres del campo mexicano ante el avance del dominio capitalista en los sistemas agroalimentarios, preguntándose si la alimentación actual de las mujeres del campo mexicano compromete el resarcimiento de la soberanía alimentaria en términos del buen comer. Ambos trabajos presentan acercamientos de corte etnográfico y cualitativo, en los que se destacan las voces en primera persona y las expresiones subjetivas colectivas frente a las condiciones estructurales en las que se presentan los procesos de obesidad.
Sara Elena Pérez-Gil Romo, Ana Gabriela Romero Juárez, Itzel Candiani Rodríguez y Lizbeth Montserrat Martínez Pimentel nos presentan el texto: “Obesidad en México: un acercamiento a la mirada social en los últimos 16 años”, cuyo propósito fue ordenar diversos artículos publicados en México, en los que el sobrepeso y la obesidad han sido objetos de estudio desde una visión socioeconómica y cultural, e identificar las variables y conceptos predominantes en las investigaciones sobre esta temática, mediante una cuidadosa revisión bibliográfica de 93 textos publicados. Karine Tinat y Maribel Nuñez nos ofrecen el trabajo “Obesidad y género: una propuesta de investigación”, en el cual revisan la literatura científica producida recientemente en torno a la obesidad en México, y analizan cómo la perspectiva de género ha sido abordada (o no) en los diferentes estudios, para señalar la necesidad de incluirla como una herramienta interdisciplinaria en el estudio integral de los procesos alimentarios. Ambos artículos contribuyen a presentar la situación de este tema en la actualidad, desde una descripción que permite re-interpretar la información ofrecida con fines de contribuir críticamente al avance del conocimiento y a hacer nuevas preguntas analíticas, que consideren los puntos de vista generados no solo desde las ciencias médicas (nutrición, epidemiología) sino desde las miradas socioculturales producidas en las décadas recientes en torno a la obesidad.
Los trabajos de Martha Kaufer con Fernando Pérez y el de Luis Sánchez cierran este número temático. El primero de ellos “La obesidad: aspectos fisiopatológicos y clínicos” presenta la obesidad como una enfermedad crónica, recurrente, de etiología compleja, caracterizada por un desequilibrio de energía debido a un estilo de vida sedentario, un consumo excesivo de energía, o ambos; y la define como la acumulación anormal o excesiva de tejido adiposo en relación con el peso que puede ser perjudicial para la salud. El de Luis Sánchez, “Obesidad: ¿epidemia global o responsabilidad individual?” plantea que, a partir de la historia de la patologización de la gordura, la noción de ‘epidemia de obesidad’ es un constructo artificioso formado como discurso de pánico moral, desde una constelación de intereses y motivos de diversos órdenes, junto con un generalizado prejuicio contra las personas gordas. Ambos artículos constituyen una invitación a mirar la amplísima gama de abordajes posibles frente a la obesidad, al poner de manifiesto el avance de los esfuerzos médico-científicos contrastados con la discusión en torno a si se trata de una enfermedad o de una condición patologizada.
Acompaña este número la entrevista realizada por Monserrat Salas Valenzuela a la Dra. Mabel Gracia Arnaiz, catedrática de la Universidad Rovira i Virgili (Tarragona, España), estudiosa de la alimentación, la salud y el género en España y México, así como las reseñas de dos libros clave para profundizar sobre el tema, elaboradas por Pilar Torre y Rebeca Cruz Santacruz.
De esta forma, se configura el dosier denominado Obesidad/es. El sentido plural del título apela, en su primera composición a que está conformado por voces y posturas diversas, mientras que la segunda parte juega con el plural y la conjugación del verbo “ser” para reconocer la importante carga subjetiva depositada socialmente en los sujetos individuales o grupos poblacionales que resultan diagnosticados con esta condición, cuyas vidas transitan con el “es”, en sus cuerpos gordos, obesos.
Como suele suceder al culminar un trabajo de colaboración como el presente, nos encontramos así con una mirada panorámica que pone en evidencia líneas analíticas que podrían haberse incluido y no están presentes, sea por razones de espacio, sea por intereses particulares del conjunto de autoras, sea por la coyuntura en la que fueron escritos. Así, estimamos que entre los temas y problemáticas que pueden ser abordados en futuros trabajos estaría una visión crítica respecto a los procesos de producción de alimentos, tanto en las dimensiones de pequeña escala, como en la dimensión macro de las grandes empresas agroalimentarias, basadas en la explotación de la mano de obra de origen campesina y cómo se ha encaminado dicha producción a conformar un mercado de productos cuyo consumo se ha relacionado con los patrones de cambio en las dimensiones corporales y sus efectos en la salud colectiva. Estrechamente vinculado con este punto, quedaría pendiente un análisis crítico de los discursos y mecanismos de comercialización de estos productos alimentarios, especialmente en la formulación de mensajes específicos por grupos de edad, así como el análisis de las estrategias comerciales de las empresas del sector, teniendo en cuenta el denominado marketing mix, que propone poner el acento en precio, producto, distribución y promoción (publicidad), incluso debido a la discusión en torno al etiquetado en México. Por último, considerar que el asunto de la obesidad tiene manifestaciones no solo fisiobiológicas de acuerdo con la edad de quienes son diagnosticados, sino que en el curso de la vida estas pueden estar modificándose y además resignificándose de acuerdo con esa variable y el sexo, lo cual obliga a formular un panorama de análisis específico, cruzando asuntos de género y de distribución social de actividades y responsabilidades, como, por ejemplo, que es en la población joven donde precisamente la condición de obesidad puede cobrar más vidas en el momento de mayor plenitud vital.
Las editoras invitadas de este dosier aspiramos a que estas y otras líneas de investigación sigan abonando las aportaciones que permitan desprejuiciar la obesidad a partir de conocimientos profundos sobre las implicaciones que trae consigo a nivel individual y social.