La posesión de la tierra fue uno de los aspectos que más disputas suscitaron a lo largo de todo el periodo colonial, al ver los pueblos cómo los españoles se introducían en sus tierras, amenazando su territorio y, por ende, su identidad. La política de congregaciones tampoco fue un mal menor, por ese interés de la Corona de agrupar pequeñas estancias para constituir nuevos pueblos - con su iglesia y casas alrededor-, desde donde podían contabilizar mejor a sus tributarios, a la vez que facilitaban la labor de los frailes. Lo anterior provocó que en la Colonia fuera necesario redefinir el territorio, confirmar la presencia de una cabecera y los pueblos sujetos a ésta.
Estas iniciativas alteraron, consecuentemente, las antiguas relaciones personales y de tributo que existían entre familias, casas o linajes, cuyas tierras se hallaban diseminadas por todo el territorio. En el nuevo orden colonial, sería la Corona la que recibiría esos tributos, que se concentrarían y recogerían en la cabecera, y sólo aquellos linajes gobernantes que pudieron demostrar la posesión inmemorial de sus tierras patrimoniales pudieron gozar de ese privilegio, quedando exentos del pago de cualquier tributo, al menos hasta la llegada de Valderrama, en la década 1560.
En este contexto histórico se elaboraron los mapas novohispanos que se analizan en los siguientes trabajos, de ahí que su estudio nos permita adentrarnos en múltiples aspectos de la historia de los antiguos señoríos prehispánicos, en la transformación de su territorio, pero también en las continuidades que siempre subyacen, a pesar del paso del tiempo. Para lograrlo, todos los participantes de esta sección temática nos hemos adentrado en el mundo de las crónicas, los legajos de archivo y en el trabajo de campo. Es decir, hemos dado un paso adelante al ir más allá del análisis meramente descriptivo o del aspecto plástico y formal del mapa, para inmiscuirnos en la vida de los pueblos y conocer su organización interna, la demarcación de su territorio, la distribución y el uso de la tierra, los acuerdos o las estrategias a las que recurrieron para defenderse en sus pleitos, las buenas o malas relaciones que mantuvieron con sus vecinos, pero también con personas ajenas a su entorno, entre otros asuntos. Lo anterior, sin dejar de lado el trabajo de campo, que desempeña un papel fundamental, en tanto que nos permite relacionar los lugares señalados en los mapas con los del paisaje actual, mostrando con ello la existencia de una continuidad histórica, social y geográfica de la Colonia hasta el presente, convirtiendo el mapa de esta manera, en registro de importantes transformaciones. Un acercamiento que ha permitido, asimismo, la aplicación de los Sistemas de Información Geográfica para la creación de mapas históricos que abren la puerta a nuevos estudios.
Varios de los trabajos que aquí se presentan son estudios de caso y, por tanto, muy particulares, pero como Kirchhoff (en Reyes García 1988: 2) hubiera señalado, se trata de investigaciones a partir de documentos que no buscan establecer generalizaciones, sino que sirven de base a las generalizaciones. Y es cierto. Así como algunos mapas son inéditos y se publican aquí por primera vez, lo mismo sucede con ciertos pueblos, de los que no existen estudios históricos previos. Y en todo ello también consideramos que radica el valor de estos trabajos. Son importantes para las personas que viven allí, pero también para ir completando el gran mosaico que es la historia de México.
Empero, el interés por el análisis cartográfico no es nuevo. A los trabajos pioneros de Alfonso Caso (1949), siguieron los de Donald Robertson (1975), Mary Elizabeth Smith (1973), Luis Reyes García (1988) y Keiko Yoneda (1991). Sin embargo, ha sido en los últimos años cuando los mapas han despertado bastante interés entre numerosos investigadores como demuestran las aportaciones de Barbara Mundy (1995, 1998, 2001), Elizabeth Hill Boone (1998), Mercedes Montes de Oca et al. (2003), Alessandra Russo (2005), María Castañeda de la Paz (2006), Michel Oudijk (2007), Miguel León-Portilla (2005 y 2011), Castañeda de la Paz y Oudijk (2011), y la mayoría de los autores del dossier coordinado por Hidalgo y López (2014). Sin embargo, fueron trabajos como los de Sebastián van Doebsburg (2001a y 2001b), Hans Roskamp (2005) y Castañeda de la Paz (2013, 2014, 2017), los que dieron un paso al frente, al contemplar, además del estudio formal y estilístico del mapa, el trabajo de archivo y el trabajo de campo como parte integral de su investigación. Una línea de trabajo en la que se enmarca el reciente libro de Ruz Barrio (2016) y la sección temática que aquí les presentamos.
Los autores somos investigadores de instituciones mexicanas. Los que lo coordinamos hemos invitado, asimismo, a tres de nuestros estudiantes -uno de maestría y dos de doctorado-, con el fin de que vayan publicando los avances de sus trabajos. Entre unos y otros cubrimos un amplio panorama regional y diversos aspectos de la vida colonial en los pueblos.
La sección se abre con el artículo de Manuel A. Hermann, quien nos lleva a Oaxaca, donde a mediados del siglo XVI se elaboró uno de los documentos pictóricos más notables de la región mixteca: el Mapa de Teozacoalco. Un documento que no sólo se distingue por la representación circular del territorio, sino porque registra dos extensas genealogías de origen prehispánico que coinciden con los datos históricos de los códices Nuttall, Bodley y Vindobonensis. El objetivo de su artículo es presentarnos los avances de una de sus investigaciones más recientes, que tiene como objetivo identificar una serie de glifos que se encuentran representados en una sección del perímetro circular del mapa. Con base en el estudio de documentos de archivo y recorridos en campo, ha sido posible reconocer los lugares representados por los glifos, lo cual plantea nuevas preguntas sobre los significados que tienen los nombres de los linderos dentro de la configuración territorial del Mapa de Teozacoalco.
Cristina Bosque Cantón nos transporta a otro de los grandes centros del pasado prehispánico: Teotihuacan. En su artículo, presenta una reflexión sobre el topónimo que se le otorgó a este lugar en el Posclásico y la importancia que tuvo su representación en los documentos coloniales. De esta manera nos muestra que había una clara identificación del sitio con la imagen de uno o dos basamentos piramidales, aunque estos elementos, en ocasiones, únicamente se referían al topónimo, mientras que en otras tan sólo a un elemento geográfico, de ahí que aparezcan en códices y mapas hasta mediados del siglo XVII. En los mapas más tardíos, pertenecientes a los caciques de Teotihuacan, en los cuales éstos representaron sus tierras, se omitió sin embargo su representación. Se trata, pues, de un trabajo que, finalmente, acaba abriendo nuevas preguntas.
El artículo de Marta Martín Gabaldón se centra en el análisis de uno de los procesos de cambio más ambiciosos de los llevados a cabo durante el Virreinato: el de las congregaciones. Para ello retoma los mapas que se elaboraron para llevar a cabo varias de estas iniciativas. No obstante, su trabajo no se queda en esos documentos, sino que hace una reflexión sobre la aplicación de los Sistemas de Información Geográfica para este tipo de estudios históricos. Por ello se puede decir que se trata de un acercamiento muy interesante, a nivel metodológico, para investigaciones similares.
María José Hernández Alonso y Miguel Ángel Ruz Barrio nos trasladan a Puebla con un artículo en el que se presentan el análisis de dos mapas de solicitud de mercedes en uno de los pueblos de indios coloniales del valle de Puebla-Tlaxcala: Calpan. Su trabajo se inscribe dentro del análisis de la estructura político-territorial de esta entidad, de ahí que estos mapas forman parte de otro tipo de información, tanto de archivo como del trabajo de campo.
Ricardo Valadez Vázquez y María Castañeda de la Paz se centran en el antiguo señorío de Cuauhtitlan, donde a través del mapa de San Miguel Tultepec y el legajo que lo acompaña, se puede percibir la fuerte presencia española que había en la región, dada la fertilidad de sus tierras, regadas por las aguas del río Cuauhtitlan. Sus autores, a través de un estudio de caso, nos hacen partícipes del enconado pleito al que las autoridades indígenas de Tultepec se vieron avocadas ante la persistencia de cierto español por asentarse en sus tierras con fines agrícolas y ganaderos, pero también mineros. El trabajo de campo pone su contraparte al mostrarnos un área donde, hasta hace poco, las acequias seguían regando los mismos campos de cultivo que se aprecian en el mapa. Sin embargo, al ser Cuauhtitlan parte del área metropolitana de la Ciudad de México, veremos que esas aguas -hoy negras- han tenido que ser entubadas, transformando notablemente el paisaje y la vida de sus habitantes.
De la mano de Miguel Ángel Ruz Barrio nos vamos al valle de Toluca, región que a finales del Posclásico y durante la Colonia se conoció como el Matlatzinco o valle de Toluca. Al igual que en otras zonas del altiplano central mexicano, los españoles comenzaron a buscar tierras para establecer sus negocios agrícolas y ganaderos; además, algunos también comenzaron a asentarse en la región. Junto a la llegada de nuevos cultivos y animales a los pueblos de indios, se comenzó a producir una transformación en el paisaje de esta región. La propuesta del autor de este trabajo es mostrar qué información proporcionan los mapas producidos dentro del denominado estilo hispanoindígena de cara al estudio de la historia ambiental de este valle. Así, concluye con una propuesta de mapa histórico en la que combina la información de los documentos que selecciona.
El último artículo es de María Castañeda de la Paz, quien analiza las tensiones que se vivieron en Cuitlahuac (hoy San Pedro Tláhuac, al sur de la Ciudad de México), por la posesión de ciertas tierras y las canteras de tezontle que estaban a los pies de la sierra de Santa Catarina. La autora lo hace a partir de una vista de ojos de 1656 (para la cual se pintó un mapa con el área que se recorrió) y la valiosa información que los testigos ofrecieron durante el recorrido. A partir de ahí podemos conocer cómo las estancias que salpicaban el territorio en el siglo XVI se agruparon y dieron origen a tres pueblos que, con el tiempo, comenzaron a tener problemas con la cabecera, pues mientras ésta se hallaba constreñida en un pequeño islote, en medio del lago de Chalco, sus pueblos sujetos gozaban de las grandes extensiones de tierra que había en tierra firme. La situación llegó a su punto más álgido a principios del siglo XVIII cuando, en este lado de la sierra de Santa Catarina se comenzaron a explotar las minas de tezontle, lo que llevó a las autoridades españolas a intervenir y poner orden en el territorio.
Se trata, pues, de una sección temática en el que a través de los trabajos que hemos recopilado dejamos de manifiesto el uso que pueden tener los mapas coloniales para la reconstrucción histórica. Lo anterior, teniendo presente la relación del mapa antiguo con el territorio representado, con el fin de otorgarle, como antes señalábamos, una profundidad histórica al paisaje y una relevancia social y geográfica al mapa. Si bien algunos de los trabajos que recopilamos son sólo parte de investigaciones de mayor recorrido, en conjunto nos muestran diferentes momentos y el alcance que puede tener el estudio de estas fuentes.