Presentación
Este artículo expone algunos de los planteamientos teóricos y metodológicos centrales de un ejercicio colectivo, interdisciplinario y transnacional de investigación y divulgación iniciado en 2018 para crear lo que hemos definido como “Mosaico Etnográfico Multimedia (MEM) sobre las experiencias de niñas, niños y adolescentes migrantes en el continente americano”1. El MEM surgió a raíz de la formación de Colectiva Infancias en 2015, una red de investigación conformada por antropólogas, psicólogas, geógrafas, educadoras y fotógrafas enfocadas en la investigación sobre infancias y familias migrantes en diversos contextos migratorios en Brasil, Colombia, Ecuador, México, Centro América y Estados Unidos (EE.UU.).
Uno de nuestros intereses ha sido encontrar maneras de crear y transformar nuestras investigaciones, junto con niñxs y adolescentes migrantes o que crecen en contextos migratorios, en herramientas, materiales documentales y productos que lleguen a un público más amplio y heterogéneo del que normalmente accede a investigaciones académicas. El MEM nos muestra que la migración infantil es una dimensión fundamental de los procesos de movilidad en el continente Americano y una dimensión de la vida cotidiana de millones de niñas, niños y adolescentes. Por lo tanto, entendemos ese tipo de migración como constitutiva y constituyente de los procesos migratorios contemporáneos nacionales, regionales y globales y abogamos para que sea estudiada y comprendida por sí misma, y no como un mero complemento o consecuencia de la movilidad adulta.
El MEM se originó de nuestro alineamiento con un debate teórico y un giro metodológico-epistemológico que abiertamente cuestiona el adultocentrismo presente en buena parte de los enfoques metodológicos y teóricos de las ciencias sociales (Scheper-Hughes y Sargent 1997) y de los estudios migratorios. Históricamente el adultocentrismo ha minorizado, fragilizado, y victimizado a la niñez y a la adolescencia (Holloway y Valentine 2004; Kallio y Häkli 2010), por lo que superarlo ha implicado, como punto de partida, poner en cuestión la terminología comúnmente usada para nombrar y pensar a niñxs y adolescentes. Términos como “menor” o “infante”2, de hecho, han sido debatidos y descartados en tanto que surgen de una relación desigual de poder que subordina y deslegitima su presencia y sus saberes.
Puesto que el lenguaje conceptualiza, construye realidades, y politiza, el uso de conceptos como “menor” o “infante”, elimina de facto la capacidad subjetiva, reflexiva, y política de los niñxs y adolescentes. De ahí que este giro epistemológico apele por el uso crítico de un lenguaje que refleje la agencia y no la pasividad de la niñez y la adolescencia, y que transforme las concepciones que los retratan como sujetos que requieren de una mediación adulta para hablar, reflexionar o, en última instancia, para existir (James y Prout 1990; Malatesta y Sánchez, 2017).
En este sentido, el MEM ha buscado responder al desarrollo crítico de la teoría de los estudios sociales sobre infancia (Ryan 2008; Nikitina-Den Besten 2008) para ir más allá del supuesto de “dar voz” a niñxs y adolescentes y preguntarse por las formas epistemológicas y metodológicas para reconocer el protagonismo infantil en los procesos de investigación, abriendo así nuevas comprensiones en torno a sus formas de auto-representación y participación social. Esto supone construir una “cultura política de la infancia” (Scheper-Hughes y Sargent 1997), capaz de reconocer e interpretar procesos tan complejos como los que conforman la migración infantil. Para ello, también nos hemos alineado con las contribuciones más recientes de la antropología social y de la geografía humana (Dobson 2009, Holloway y Valentine 2004), que insisten en dejar a un lado concepciones de la niñez y adolescencia como apéndices del mundo adulto, donde su subjetividad y agencia ha quedado opacada a la vez por el binomio madre-hijo e hija (Holloway y Valentine 2004; Katz 2004; Kjørholt 2007; Kallio 2008).
El MEM parte así del reconocimiento de niñxs y adolescentes como actores sociales protagónicos, conscientes de sus propios procesos socio-políticos y creadores de saberes únicos que deben ser comprendidos e interpretados por el valor que tienen en sí mismos, y como partícipes en la construcción del saber científico y del pensamiento crítico en torno a las migraciones. Nuestro trabajo de investigación surge asimismo como respuesta al complejo contexto contemporáneo, constituido por múltiples dimensiones de violencias y vulneraciones a los derechos de las personas migrantes. Los tiempos presentes están marcados por la producción de formas de opresión vivida (Rylko-Bauer y Farmer 2017) derivadas de la violencia estructural, la desigualdad y el despojo que afectan desproporcionadamente a niñxs y adolescentes. No obstante, a pesar de esa opresión vivida, ellas y ellos no cesan de denunciar a su modo lo que (les) acontece, de exigir justicia, de interpelarnos en el presente, y, sobre todo, de construir otras alternativas de vida.
En ese tenor, el MEM ha buscado visibilizar críticamente las experiencias de niñxs y adolescentes en algunas de las dinámicas migratorias contemporáneas que consideramos paradigmáticas en el continente americano.3 En este artículo nos enfocaremos únicamente en dos de estas dimensiones migratorias: la de niñxs ecuatorianos de las provincias de Azuay, Cañar y Loja que se quedan al cuidado de abuelas y otros familiares a raíz de la migración de sus padres a EE.UU.; y el caso de adolescentes mexicanos y hondureños que buscaban llegar a la frontera con EE.UU. y que fueron detenidos en el norte de México. El objetivo es dar cuenta de algunos de los hallazgos empíricos del MEM que ilustran los postulados teórico-metodológicos que inspiran este proyecto colectivo, interdisciplinario y transnacional.
El artículo se estructura de la siguiente manera: primero, repasaremos ciertas contribuciones teórico-metodológicas claves de la antropología de la infancia y de la geografía crítica con las cuales nos hemos alineado para re-pensar a la subjetividad de la niñez y adolescencia migrante como productora de espacios determinados por dinámicas de movilidad e inmovilidad. Después, reinterpretaremos los hallazgos empíricos de dos dimensiones que conforman el MEM. Por una parte, analizaremos cómo en la experiencia de la niñez y adolescencia migrante ecuatoriana, hijos e hijas de migrantes que se han marchado hacia EE.UU., la imaginación geográfica (Gregory 2009; Harvey 1990) forma parte de las “políticas imperceptibles” (Papadopoulos y Tsianos 2013) y de lucha cotidiana que ellas y ellos ponen en marcha para hacer frente a las preguntas que sucita el crecer en la ausencia de sus padres y madres. Pero también para re-configurar temporalidades y espacialidades propias que permitan explicar la experiencia migratoria y el hecho de que ahora su familia existe en el espacio transnacional. En segundo lugar, para el caso de los adolescentes mexicanos y hondureños analizaremos las formas en que la detención migratoria forma parte del continuum movilidad/inmovilidad y posibilita la construcción de nuevos escenarios migratorios. Al cierre del artículo, planteamos algunas inferencias finales con respecto al planteamiento teórico-metodológico del MEM como estrategia investigativa y postura política ante un contexto contemporáneo que demanda nuevas miradas ante la migración de niñxs y adolescentes.
Protagonismo de la niñez y adolescencia migrante, producción espacial y el continuum de movilidad/inmovilidad: una propuesta teórico-metodológica
El MEM parte de la intersección de una metodología antropológica preeminentemente etnográfica que retoma algunos postulados teórico-metodológicos claves de la geografía crítica, y una serie de herramientas especializadas para el trabajo con niñxs y adolescentes y para la divulgación de la investigación en plataformas multimedia. Esta apuesta interdisciplinaria combina herramientas clave de la etnografía para producir historias de vida y formas de auto-representación etnográfica que permiten cristalizar algunas de las preocupaciones centrales de la geografía crítica en torno a la (re)producción espacio/temporal de la migración. Ciertas herramientas lúdicas, audiovisuales y artísticas utilizadas de forma individual y colectiva, han sido idóneas para el trabajo con niñxs y adolescentes por su capacidad de propiciar espacios y ejercicios para la expresión colectiva y el trabajo en contextos de vulnerabilidad y de cuidado emocional, así como para la auto-representación etnográfica: narraciones orales, dibujos, murales y collages han sido algunas de ellas (Glockner 2008 y 2012; Quinteros 2005; Guillot 2013). A éstas hemos sumado otras herramientas como la construcción de líneas de tiempo e historias de vida, la reconstrucción de la memoria de infancia y la cartografía vivida que consiste en la representación por medio de testimonios, dibujos, mapas, fotografías, cortometrajes y otros medios narrativos audiovisuales, de las experiencias migratorias (Glockner 2014). El uso de la etnografía ha buscado privilegiar, como propone Falzon (2016), la construcción de narrativas basadas en investigación cualitativa en la cual las interacciones cotidianas, los testimonios (narrativos, gráficos, orales y visuales) y la creación de espacios para la co-construcción de conocimiento son la base de los datos producidos.
Hemos retomado algunas de las premisas de la etnografía multi-situada propuesta por George Marcus (Marcus 2012; Falzon 2016), que han sido claves para la colaboración interdisciplinaria entre la geografía crítica y la antropología. En ese sentido, el MEM parte de la noción de que la infancia es una construcción social “móvil”, que es producida por, y a la vez contribuye a producir y reproducir los procesos socio-culturales de construcción del tiempo y el espacio. Así como la migración puede ser estudiada siguiendo a las personas, las conexiones, las relaciones y los fenómenos (Falzon 2016), la infancia migrante o en situaciones y contextos de movilidad, puede también ser entendida a partir de sus relaciones con el espacio y la movilidad a través del espacio geográfico físico y/o imaginado (Gregory 2009; Harvey 1990). Se trata de una estrategia de descentramiento espacial (Falzon 2016) que busca documentar las continuidades y conexiones entre las experiencias de la niñez y adolescencia en distintos espacios del continente americano; pero que también se plantea formas de encontrar sus singularidades en distintos territorios, espacios y contextos materiales y/o imaginados.
En el centro de nuestra propuesta teórico y metodológica está el reconocimiento de niñxs y adolescentes como protagonistas de diversas dinámicas migratorias que tienen lugar en el continente, una perspectiva que ha ganado impulso notable en América Latina, pero que requiere todavía de una sólida base analítica y metodológica. En sintonía con el trabajo de Patricia Castillo (2019a; 2019b) y Castillo y González (2019), comprendemos al protagonismo infantil como un “ejercicio colectivo”, muchas veces cotidiano, en el sentido de que no (necesariamente) representa una agentividad extraordinaria o que rompe con la cotidianidad, sino que se construye en base a una trama de colaboraciones, interdependencias y el reconocimiento mutuo entre niñxs y adolescentes y aquellos actores que conforman su vida cotidiana. En ese sentido, parafraseando a Castillo (2019b), el protagonismo infantil en la migración contemporánea supone entender el quehacer simbólico interdependiente, dialéctico, contextual, intergeneracional y relacional de niñxs y adolescentes que conecta los nuevos espacios y dinámicas de vida cotidiana que se generan con la migración, sino también los distintos espacios sociales y geográficos transnacionales que niñxs y adolescentes habitan migrando ellos mismos, o bien a través de los familiares que se han marchado o que se quedaron “atrás” en el lugar de origen. A esto hay que sumar las múltiples dimensiones temporales que corresponden a esos distintos espacios atravesados y producidos por la movilidad. Por lo tanto, no hay un protagonismo infantil abstracto, éste está siempre situado y definido por el contexto. En ese sentido, no es una construcción autónoma, pues requiere del reconocimiento de dicho contexto, y de los “otros” con los que se comparte para terminar de construirse como experiencia.
En ese sentido, proponemos que el protagonismo infantil en las migraciones contemporáneas puede ser reinterpretado teóricamente desde una triada analítica compuesta por las siguientes dimensiones: 1) la producción y reproducción de la vida cotidiana, 2) la construcción social del espacio, y 3) el continuum movilidad/inmovilidad. A continuación desarrollaremos cada una de estas dimensiones.
La producción y reproducción de la vida cotidiana
Patricia Castillo (2019b) plantea que para entender la relevancia política de las vidas y experiencias infantiles, es fundamental desarrollar una aproximación teórica y metodológica a lo micro-social. Esta autora propone que parte de los gestos políticos de niñxs y adolescentes no se encuadran en el marco de los grandes movimientos sociales, en el espacio de la vida pública, o de la democracia participativa; sino más bien en el espacio de la vida cotidiana y de la vida “íntima”. Así, es de nodal importancia visibilizar las formas en que niñxs y adolescentes participan en la vida cotidiana y politizan el espacio privado como una arena de producción y negociación de lo social y colectivo, incluidos los procesos y dinámicas migratorias.
Retomando los planteamientos de Lefebvre, Debord y Vaneigem y su crítica a cómo el modo de producción capitalista signa la vida cotidiana, Santiago López Petit, propone, por su parte, que ésta es una mezcla de naturaleza y cultura, de historia y de vivencia, de individualidad y de socialidad que nos rodea y que estructura nuestras experiencias sociales y subjetivas. Así, este autor sugiere que la vida cotidiana debe entenderse en función de los ideales de potencia y emancipación que proponen romper o interrumpir el orden espacio/temporal de la vida social organizada por el capitalismo y las múltiples dinámicas de violencia y sujeción que genera (2014). Es ahí, en la posibilidad de esas rupturas y lo que éstas producen, que podemos entender no sólo la agencia y la participación de niñxs y adolescentes en las migraciones, sino también su protagonismo como actores sociales que imprimen nuevos significados, dinámicas y posibilidades a este fenómeno. El MEM nos permite entender el rol del protagonismo infantil en la construcción social y colectiva del fenómeno migratorio mostrando, por ejemplo, las decisiones y estrategias de cuidado y acompañamiento construidas por los adolescentes que migraron en las caravanas de 2018 y 2019 (Sardao Colares, Minera Castillo y Glockner en el MEM)4; o la lucha de niñxs que participan en el nuevo movimiento santuario en la ciudad de Nueva York para defender el derecho de sus madres migrantes a permanecer en Estados Unidos a pesar de las órdenes de deportación emitidas en su contra (Santos Briones en el MEM).
Por otra parte, Alicia Lindón plantea una noción de vida cotidiana que nos habla sobre “el conjunto de relaciones sociales que se dispersan en distintos espacios de vida y se fragmentan en diferentes tiempos”. Al seguir sus ideas, podemos decir que incorporar el concepto de vida cotidiana a nuestro bagaje analítico nos permite entender e incorporar lo “no racional” que ha quedado borrado en la lógica que rige el pensamiento de la modernidad. “Para no perder de vista la importancia de la subjetividad, del individuo y de la persona, es decir de lo vivencial, lo lúdico, lo onírico, lo presente, la afectividad y la emotividad, como esferas esenciales para comprender al ser humano actual y a la vida social en su conjunto” (1997: 178-79).
Se trata de una perspectiva teórica y metodológica de nodal importancia para entender la agencia de niñxs y adolescentes como actores sociales subalternos, que a menudo quedan invisibilizados o excluidos de las investigaciones sociales. Desde la antropología y geografía crítica de la infancia, incorporar la noción de vida cotidiana como una dimensión fundamental del fenómeno migratorio permite entender, por ejemplo, las formas en que las familias migrantes estructuran las dimensiones afectivas, emocionales, políticas o económicas a través del espacio social transnacional y el papel protagónico que niñxs y adolescentes tienen este proceso, determinando, dirigiendo y moldeando las decisiones y experiencias individuales y colectivas (Oliveira y Álvarez Velasco en el MEM).
Colocar los saberes, subjetividades, procesos, estrategias y vínculos vitales construidos por niñxs y adolescentes como elementos constitutivos de la vida cotidiana y a ésta como dimensión central del fenómeno migratorio contemporáneo significa no sólo reconocer que existe un punto de vista y una experiencia adulta, y que el fenómeno migratorio debe ser estudiado también para mostrar y cuestionar este adultocentrismo. Sino también, que sus decisiones, estrategias y puntos de vista pueden ser entendidos como una dimensión de producción de lo espacial/temporal que va más allá de la migración y que al mismo tiempo interviene en su producción.
Implica politizar la articulación entre procesos macrosociales, socio-políticos y económicos, y los acontecimientos íntimos, subjetivos y vitales de quienes, relegados a un estatus inferior en la sociedad, son con frecuencia “minorizados”, es decir pensados como “sin voz” y sin capacidad de agencia. Como postula Dobson (2009), el estudio de lo micro social en clave infantil permite poner en cuestión y reconfigurar los espacios de lo macro social, lo global, lo nacional y lo transnacional al reconocer que las experiencias y saberes infantiles/adolescentes impactan esferas espacio-temporales que están mas allá de sus ámbitos directos de percepción e interacción física y material, tal como analizamos a continuación.
Niñxs y adolescentes migrantes en la producción social del espacio
En otro trabajo hemos planteado ya la relevancia de reconocer a niñxs y adolescentes como actores que construyen diversas espacialidades y temporalidades multi-escalares desde el espacio íntimo-individual y cotidiano, al espacio global (Álvarez y Glockner 2018). Dicha producción, tal como lo hemos sostenido, está íntimamente ligada a las formas en que la sociedad los posiciona en términos de edad, estatus, dependencia, vulnerabilidad, clase y género, por mencionar algunas. Para la construcción del MEM tomamos en cuenta cinco escalas de producción espacial que, estando entrelazadas y siendo interdependientes, solo con propósitos analíticos las exponemos de manera separada.
Primero, el espacio de la vida cotidiana y de lo emocional. Derivado de los postulados previos sobre la vida cotidiana, comprendemos a éste como el espacio sociopolítico más significativo para la niñez y adolescencia, la construcción de sus subjetividades, las relaciones con su entorno y las estructuras afectivas y emocionales. Abordamos en una misma dimensión lo corporal, lo emocional, y lo territorial-comunitario, por considerar que los espacios y procesos de construcción de la subjetividad desde las experiencias corporales y anímicas son espacios donde también son visibles y se hacen inteligibles las violencias de la desigualdad geopolítica que está en la base de las migraciones (Hyndman 2004).
Segundo, el espacio local/regional. A esta segunda escala espacial, la concebimos como producto de la interrelación entre niñxs y adolescentes y el contexto social, económico, político de las comunidades de origen, tránsito y de recepción. Este espacio da cuenta de cómo las formas en que niñxs y adolescentes son posicionados en términos de edad, clase, género, etnicidad o raza -por mencionar algunas- incide en sus cuerpos, sus subjetividades y en las formas en que producen tácticas y estrategias para lidiar con formas de subordinación y ‘minorización’ que están dadas por la movilidad en el tiempo y el espacio (Gallo en el MEM).
El espacio del Estado-Nación, es la tercera escala observada, definida como espacio enmarcado por fronteras geopolíticas, pero también como un territorio producido y significado por una serie de procesos históricos, actores, instituciones, leyes, temporalidades, lugares (como espacios arquitectónicos, rutas de tránsito, etc.), y relaciones de poder (Hevia 2009; Fassin et al. 2015); cuyas interacciones, causas y efectos son cruciales para construir la cartografía vivida de la migración infantil. Así como comprender las experiencias, estrategias y saberes que niñxs y adolescentes construyen y comparten durante los procesos de movilidad.
En la cuarta escala, el espacio transnacional, nos enfocamos principalmente en explorar la construcción y constante transformación de lo que denominamos el Corredor Migratorio Extendido (Álvarez y Glockner 2018) que va de la región andina en Ecuador, atraviesa Centroamérica y México para llegar a los EE. UU. Entendemos este corredor migratorio como la concatenación de distintos territorios demarcados por fronteras nacionales que comparten características y dinámicas de violencia, securitización y criminalización de la migración, así como estructuras para la hospitalidad, la defensa y el acompañamiento (Santos Briones, Niño Vega y Glockner en el MEM). Postulamos que este corredor migratorio es el resultado de la interrelación e imbricación de las propias trayectorias y estrategias de movilidad de las personas migrantes a través del tiempo y el espacio; y que éste puede ser leído e interpretado también en clave infantil, en tanto que niñxs y adolescentes se enfrentan a esas condiciones, utilizan estratégicamente bajo sus propios intereses, lógicas y necesidades los recursos que allí se encuentran disponibles, generando también los suyos propios.
Finalmente, identificamos al espacio imaginado como un quinto espacio que trasciende y articula a la vez las cuatro escalas previas desde la construcción subjetiva de niñxs y adolescentes. Comprendemos a la producción de este espacio como una acción consciente donde los seres humanos son capaces de trascender las condiciones materiales para crear alternativas y nuevas posibilidades de acción (Singer y Singer 2013; Taylor 2013). La exploración de esta dimensión estuvo centrada no solo en el imaginario del “lugar de llegada”, sino también cómo se aprehende y resignifica el lugar de origen o el posible lugar de retorno, y sobre todo cómo se imagina su posible movilidad y su vida de encuentro con sus progenitores en los destinos migratorios, tal como lo veremos más adelante (Gallo y Álvarez en el MEM).
El continuum movilidad/inmovilidad
La tercera dimensión de la triada analítica que hemos propuesto para analizar la participación y protagonismo de niñxs y adolescentes en el fenómeno migratorio se fundamenta en el así llamado ‘giro a la movilidad’ (Urry 2003) en las ciencias sociales, el cual plantea una re-conceptualización de las relaciones entre espacio, lugar, tiempo, movilidad e inmovilidad. Tal como sugieren Cresswell y Merriman (2011), uno de los aportes nodales de ese giro epistemológico ha sido que el movimiento de personas dejó de comprenderse como una experiencia que sucede a través de “lugares, fronteras y territorios enraizados en el tiempo y en un espacio delimitado”, para ser visto como un proceso que produce y reproduce el espacio (2011: 4-5).5 El movimiento pasó así a ser concebido como una práctica relacional y encarnada en la experiencia humana que, a medida que tiene lugar, va (re) produciendo el espacio en su multi-escalaridad, desde el espacio íntimo-individual, al local, nacional, regional y global (Cresswell 2006; Cresswell & Merriman 2011; Shaw & Hesse 2010).
Desde esta perspectiva, la producción del espacio es comprendida como efecto directo de prácticas de movilidad e inmovilidad simultáneas. Más allá de una aproximación binaria, la movilidad y la inmovilidad son interpretadas como relaciones dialécticas que configuran un continuum que es el movimiento a través del espacio (Adey 2006; Cresswell 2012). John Urry (2003) explica esta racionalidad a través de la “dialéctica movilidad/anclaje (o inmovilidad)”, argumentando que la vida social, se constituye por “mundos materiales que implican nuevos y diferentes anclajes (o inmovilidades) que permiten, producen y presuponen a la vez nuevas movilidades (Urry 2003: 138). En este sentido, es solo el anclaje, la fijación o inmovilidad temporal lo que dispara, permite y produce la movilidad, y viceversa, puesto que ambas prácticas están relacionadas de manera dialéctica y se determinan mutuamente.
La movilidad no puede comprenderse sin la inmovilidad, pues son prácticas relacionales, aunque diferenciadas. Ponerse en movimiento o detenerse, es un proceso que tiene lugar dentro de una “geometría de poder”, para usar el concepto acuñado por Doreen Massey (1993). Según esta autora, “no solo es una cuestión de distribución desigual, que alguna gente se mueva más que otra, o que unos tengan más control que otros. Se trata de que la movilidad y el control de algunos grupos puede activamente debilitar a otra gente. La movilidad diferenciada puede aplacar a grupos de por sí débiles” (1993: 240). Así, la relación dialéctica movilidad/inmovilidad, constituye un continuum y una experiencia relacional y diferenciada, pero también situada en términos geográficos e históricos. De ahí que las experiencias situadas de movilidad/inmovilidad reflejan a su vez cómo el desarrollo geográfico desigual (Harvey 2007) determina las posibilidades diferenciadas de ciertos grupos sociales para ponerse en movimiento o detenerse.
Ahora bien, el continuum movilidad/inmovilidad, si bien es una consecuencia del ejercicio desigual de poder, debe ser comprendido como una experiencia en permanente transformación y resistencia (Cresswell 2012). A pesar del régimen de control fronterizo contemporáneo y su consecuente “geometría desigual del poder” (Massey 1993) que posibilita ciertas formas de movilidad e imposibilita otras, las personas migrantes no cesan sin embargo de reinventar sus vidas cotidianas para sostener sus proyectos migratorios. Esto supone que activen distintas formas de ponerse en movimiento, pero también que se detengan, o que sean detenidos y, por lo tanto, tomen decisiones y modifiquen sus estrategias para poder sostener sus proyectos de vida. Tal como lo señalan Papadopoulos y Tsianos (2013), los migrantes continuamente crean y recrean diversas estrategias y tácticas en la vida cotidiana, que no es sino ese espacio de vida, lucha y disputa individual y colectiva del que habla López-Petit (2014). Este proceso de construcción de estrategias y tácticas de movilidad es parte central de la construcción de las “políticas imperceptibles” (Papadopoulos y Tsianos 2013), que les posibilitan sostener sus proyectos de vida, así como sobreponerse y resistir a las formas de opresión vivida. En nuestro caso, el MEM ha documentado estrategias cotidianas que van desde desplazamientos virtuales -gracias al acceso y uso de tecnologías de la comunicación y dispositivos móviles-, hasta movimientos imaginativos, clandestinos, o pausas temporales en medio de tránsitos prolongados.
Comprender la relación dialéctica movilidad/inmovilidad como proceso productor del espacio multi-escalar ha sido una avenida investigativa centrada en experiencias de adultos, pero no ha sido común para pensar las experiencias situadas cotidianas de niños, niñas y adolescentes migrantes (cf. Cresswell 2006; Cresswell y Merriman 2011). Por lo tanto, es a partir de esa triada analítica: vida cotidiana, producción espacial y continuum de movilidad/inmovilidad, que nos adentramos a reinterpretar en lo que sigue dos de las dimensiones que conforman el MEM.
El continuum movilidad/inmovilidad y la producción del espacio a partir de dos casos etnográficos
Desde el Austro ecuatoriano: la imaginación de los que se quedan como forma de resistencia, movilidad y producción espacial
La migración ecuatoriana hacia EE. UU. tiene ya una antigüedad mayor a las cinco décadas. Se calcula que aproximadamente 3 millones de ecuatorianos, o 17% del total de su población, vive fuera del país (OIM 2018), de los cuales, alrededor de 738 000 están en EE. UU., siendo el décimo grupo de origen latino más numeroso en dicho país (Noe-Bustamante et al. 2019). Esta incesante salida de personas ha tenido efectos importantes en la niñez y la adolescencia ecuatoriana, pues según el último censo de 2010, 37% de personas que emigraron dejaron a sus hijos e hijas en Ecuador a cargo de familiares cercanos. Datos del Observatorio de los Derechos de la Niñez y Adolescencia confirman que más de 200 mil niñxs y adolescentes tienen a alguno o a ambos padres viviendo en el extranjero (ODNA 2010).
El régimen de control selectivo a la movilidad, implementado por EE.UU. desde hace más de tres décadas, junto con la externalización de sus políticas de control hacia México, Centroamérica e incluso la Región Andina (Varela 2015; Hines 2019; Álvarez 2020), ha imposibilitado la movilidad por vías regularizadas de los hijos e hijas de migrantes, es decir los ha “fijado”, aunque sea temporalmente, a Ecuador. Impedir procesos de reunificación familiar de niñxs y adolescentes con sus padres, es parte del modo en que dicho régimen se implementa en el continente (Boehm 2008). La inmovilidad forzada por la geopolítica del control y su desigual geometría de poder, ha sido resistida por la migración de niñxs y adolescentes a través de vías irregularizadas: desde la década de 1990, cientos de niños, niñas y adolescentes ecuatorianos emigran con la ayuda de coyotes para reunirse con sus progenitores en EE.UU. (Álvarez y Guillot 2012).
En contraste con la realidad de la niñez y adolescencia migrante centroamericana que, debido a la violencia en sus países de origen, emigran de manera autónoma y no acompañada (CNDH 2018), en el caso ecuatoriano, la mayoría de niñxs y adolescentes “son mandados a buscar”, como coloquialmente se conoce a la reunificación familiar clandestina o vía coyoterismo (Álvarez y Guillot 2012). Esa práctica es de hecho constitutiva de la memoria histórica de los principales lugares emisores en Ecuador, como las localidades de las provincias de Azuay y Cañar en el Austro ecuatoriano, donde hicimos la inmersión etnográfica. Los que se quedan en sus localidades crecen a la espera de que “los manden a buscar”, o a cumplir 18 años para entonces transitar la difícil ruta de siete fronteras nacionales en un espacio de 5 000 km que separa Ecuador de EE.UU.
Las vidas de esos niñxs y adolescentes transcurren entre la inmovilidad que de facto produce el actual régimen de control migratorio y la promesa de una futura movilidad al destino donde residen sus progenitores migrantes. En esa dialéctica de movilidad/inmovilidad ellos y ellas despliegan formas de resistir el dolor y la incertidumbre de vivir con la ausencia de sus progenitores. Una de esas formas es activar su imaginación para recrear temporalidades y espacialidades que le dan otro sentido al proceso migratorio. No serán las cifras estadísticas sin embargo las que más ayuden en esa comprensión. Serán sus voces y sus historias particulares, en cambio, las que nos permiten advertir su diversa experiencia subjetiva.
Antes de exponer el caso, ofrecemos una breve nota metodológica: las familias y los niños, niñas y adolescentes que forman parte del estudio fueron contactados a través del método “bola de nieve” a partir del trabajo de campo que Álvarez Velasco ha realizado en las provincias de Azuay, Cañar y Loja, la principal zona de expulsión de migrantes en el Ecuador, desde finales de 2011 (cf. Álvarez y Guillot 2012). En esta investigación, dos investigadores comunitarios colaboraron en el proceso al facilitar el contacto directo con las personas entrevistadas.6 El resgitro etnográfico se realizó a partir de observaciones y partición in situ en la vida cotidiana de niñxs y adolescentes.
En esta sección reinterpretaremos cuatro casos ilustrativos de las formas en que el continuum movilidad/inmovilidad, la vida cotidiana y el espacio imaginado convergen a partir de la historia de Dayana, de 7 años, quien vive con su abuela desde que su madre soltera emigró a Nueva York (NY); Mateo, de 9 años, quien vive solo con su madre desde que su padre emigró también a NY; Janine, una adolescente de 14 años cuyos padres murieron en Chiapas, México, en su intento por llegar a EE.UU. y por eso ella fue criada por su abuela; y Jonathan de 16 años, cuyo padre y madre viven en EE.UU. y quien vive con sus tíos después de ser deportado desde Nicaragua cuando iba en ruta para reunificarse con sus padres.
Dayana, Mateo, Jonathan y Janine comparten dos situaciones vitales: los cuatro nacieron y viven en comunidades rurales de la provincia de Azuay, sus familias resintieron los efectos de la desigualdad sistémica y de la pobreza que ha afectado a la ruralidad ecuatoriana, y por eso emigraron a EE.UU. y, por tanto, su ‘orfandad de facto’ también es compartida. La vida cotidiana de Dayana, Mateo y Jonathan está signada por la ausencia física y la presencia virtual de sus progenitores, por teléfono o vía redes sociales, particularmente WhatsApp. La muerte de su padre y madre en ruta a EE.UU. dejó a Janine, en cambio, huérfana a los 7 meses de edad. La figura de su abuela reemplazó enteramente la figura desconocida de sus progenitores. De hecho, aunque sus orfandades son distintas, los cuatro suplen la ausencia parental con la figura de sus cuidadoras: abuelas que reemplazan a la madre o a ambos padres, madres que se quedaron “solas” a su cuidado, o tíos que ahora fungen como figura materna y paterna.
A pesar de la presencia de las cuidadoras, la ausencia de sus progenitores afecta su cotidianeidad irreversiblemente. Esa afectación se evidencia cuando se les pregunta por sus padres y madres migrantes. Ante esa interpelación, cada una/o a su modo relatan por qué sus padres están ausentes, y cómo ahora conviven con ellos a través de una cotidianeidad que trasciende el espacio inmediato para extenderse hasta EE.UU.
Con la voz cargada de reclamo, por ejemplo, Jonathan de 16 años responde:
No están, se fueron para tener una mejor vida, pero no sé qué mismo están pensando hacer. Es duro crecer sin padres, porque tengo que contarle a mis tíos lo que me pasa […] El corazón de un niño no va a ser siempre el de un niño, el corazón madura también y crece. Al final se pierde a la madre. Ella sabrá si perderá un hijo o cómo se sentirá.
No todos tienen la claridad de Jonathan para enunciar el dolor que cargan. La edad es crucial: mientras más pequeños son los que se quedan, más rápido parecería que abrazan esa ausencia o que juegan con ella. Con 9 años, Mateo, por ejemplo, comprende así la ausencia paterna: “Yo vivo con mi mami. Mi papi está trabajando, vive en EE.UU., está lejos. Pero, un día yo voy a salir del colegio, y ese día él va a venir”. Ese tiempo propio, marcado por la jornada escolar, hace que Mateo reinvente su propio modo de crecer con la presencia-ausente de su padre migrante. Para Dayana, de 7 años, la comprensión temporal de la ausencia de su madre es muy similar a la de Mateo, en sus palabras: “se fue mi mami, y un día, ya mismo, ya llega mi mami”. Para ella, la expresión “ya mismo” implica un tiempo inmediato, que, aunque no es real, para Dayana se vuelve una suerte de consuelo con el que ella apacigua la nostalgia de su madre.
Entre esos cuatro hijos e hijas de migrantes existe una coincidencia adicional: su capacidad imaginativa se torna una “política imperceptible” (Papadopoulos y Tsianos 2013) que les posibilitara hacer frente a ese dolor, para resistir y sostenerse y seguir.
Cuando estoy solo, me gusta dibujar y mientras dibujo pienso cómo será su vida allá (en EE.UU.) y también pienso cómo hubiese sido si no se hubieran ido […] Es muy duro estar sin ellos […] Imagino que estamos juntos, que yo voy, que me llevaron cuando se fueron […] y así, a veces, estoy mejor. No es fácil crecer así” (Jonathan, 16 años, Cuenca, 2019).
Yo sí pienso en cómo habrá sido su ida y cómo habrá sido lo que les pasó. Mi abuelita me ha contado que murieron en Chiapas. A veces también me veo yo en mi cabeza con ellos. Aunque no les conocí, he visto fotos y sé cómo eran. Entonces pienso que estoy con ellos y que les conozco. Hasta pienso que estamos en EE.UU. (entre risas). Eso me gusta hacer” (Janine, 14 años, Girón, 2019).
En sus relatos, Jonathan y Janine evidencian cómo ambos imaginan una situación vital distinta a la que experimentan en el presente. A partir de imágenes mentales, inventan encuentros con sus progenitores que llenan su ausencia. Aun cuando son situaciones momentáneas e irreales, ambos coinciden en que imaginar “les gusta” y les “ayuda a estar mejor”. A la vez, a través de estos imaginarios, ellos mismos se ponen en movimiento. Jonathan “imagina que están juntos”, que emigró junto con sus padres, y que por tanto vive en EE.UU. con ellos. Lo mismo sucede con Janine: ella activa una movilidad imaginada para conocer a sus padres muertos.
En el caso de Mateo y Dayana, su imaginación surge con el juego o el dibujo. Mientras juega en el terreno sembrado de su casa, Mateo relata: “mi papi dice que es bonito donde él está, que hay edificios altos, y ya voy a ir, yo también voy a estar ahí en esos edificios altos”. En su recuento hay nuevamente una temporalidad imaginada donde la inmediatez del encuentro está presente. También hay una narración sobre un lugar imaginado “con edificios altos” donde él y su padre se encontrarán. Así, reiteradamente, la promesa de movilidad futura resurge. Dayana, de 7 años, en cambio, mientras dibuja imagina encontrar a su madre: “Ella está allá en un lugar que no sé como es […] Vive en otra casa que no sé como es, pero ahí también voy a vivir con mi abuelita”. En su representación imaginada, Dayana como Mateo, creó una situación de reunión con su abuela y su madre en la misma casa. Es decir, ella también representa la idea de partida, de movimiento y encuentro familiar en un tiempo cercano y en un espacio imaginado.
Dayana, Mateo, Janine y Jonathan también imaginan el tránsito migratorio donde las distancias físicas y temporales parecerían difuminarse. En su construcción mental, la distancia entre Ecuador y EE.UU. parecería reducirse a una sola frontera: la que separa a México de EE.UU. En sus relatos, particularmente en los de los adolescentes, esa frontera aparece como la única frontera, como la ‘frontera mayor’, al punto que en su construcción imaginaria, ellos configuran una cartografía propia, donde Ecuador parecería limitar con la frontera entre México y EE.UU. También recrean el tiempo que dura el trayecto, pues para ellos éste se mide en términos de llamadas, y no de días o meses: “Mi papi se fue allá (EE.UU.) y solo se demoró hasta que ya me llamó […] Si no viene después de la escuela, yo voy a ir donde él mañana” (Mateo, 9 años, Jima, 2019).
Con su imaginación, ellos y ellas recorren y atraviesan múltiples fronteras, las físicas, las sociales, las legales, contraponiendo sus propias formas de moverse a través de la imaginación y el deseo a la inmovilidad forzada de un sistema migratorio que imposibilita su reunificación familiar. En sus voces:
¿Que qué es una frontera me pregunta? La que separa a México de EE.UU. Es la frontera, la más difícil que los migrantes tienen que pasar […] De aquí (desde Girón, Ecuador) hasta esa frontera se tienen que ir […] Es un lugar peligroso, pero les toca cruzar […] Mi abuelita y mis amigos me han dicho que sí es peligroso todo el camino, pero que si van con buen coyote, sí se llega […] Mis papás no llegaron porque no tuvieron suerte. Pero, otros sí llegan. Salen con cuidado hasta arriba y llegan”, (Janine, 14 años, Girón, 2019).
A mi me deportaron de Nicaragua, no pude ni llegar a la frontera (la de México con EE.UU.). Lo que yo sé es que de aquí (Ecuador) no es tan difícil llegar hasta allá, lo duro, dicen, es cruzar. Hay que pagar para cruzar. Así se hace, y así van subiendo hasta llegar a la frontera […] Yo sí pienso mucho en irme y también veo cómo es el camino, busco en Google, y va saliendo y voy ya viendo cómo es” (Jonathan, 16 años, Cuenca, 2019).
Como vemos, el imaginario del tránsito se construye del conocimiento migratorio colectivo acumulado y va constituyéndose como una dimensión imaginada. La imaginación, de acuerdo con el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, es la facultad humana para crear y representar mentalmente sucesos, historias o imágenes de cosas que no existen necesariamente en la realidad o que son o fueron reales pero que no están presentes (RAE 2020). La capacidad imaginativa nos define como especie, y ésta empieza a desarrollarse desde los primeros años de vida (Singer y Singer 2013). Como ya dijimos antes, la producción de la imaginación es una acción consciente donde los seres humanos, en este caso cuatro niñxs y adolescentes, son capaces de trascender el tiempo, el espacio, y las circunstancias presentes, pasadas o futuras y crear alternativas para las experiencias actuales de sus vidas (Taylor 2013; Singer y Singer 2013).
Esta capacidad mental creativa en torno al espacio y el tiempo que habitamos, o imaginación geográfica (Gregory 2009; Harvey 1990), es fundamental para comprender las formas en que ellos moldean el mundo, las relaciones con los otros, y las concepciones sobre los otros. Por eso se trata siempre de una comprensión de la imaginación localizada geográfica e históricamente. La imaginación geográfica, siguiendo a David Harvey, permite que un individuo se reconozca en su rol en el espacio y que localice su propia biografía relacionada con otros espacios sociales e históricos alrededor de ellos, reconociendo además cómo las relaciones entre individuos los afectan (Harvey 1990).
Claramente Dayana, Mateo, Janine y Jonathan activan su imaginación geográfica para re-construir situaciones vitales diferentes, suplir la ausencia de sus progenitores migrantes, para encontrarse con ellos en el espacio imaginado y así ponerse ellos y ellas también en movimiento a través de la imaginación geográfica. Como hemos visto, en su relato se evidencia su biografía como hijos e hijas de migrantes conscientes de su situación vital, que responde a una condición estructural determinada por la historia migrante de Ecuador. La imaginación geográfica de estos cuatro niñxs y adolescentes nos muestra también su capacidad para inventar otras temporalidades y espacialidades y así darle otro sentido a su cotidianidad y construir herramientas, a veces imperceptibles para crecer con las ausencias que el continuum de movilidad/inmovilidad que ha marcado sus vidas.
Siguiendo a López-Petit (2014) y Papadopoulos y Tsianos (2013), es en su vida cotidiana donde ellos y ellas recrean su espacio íntimo-individual y familiar, es ahí donde ellos y ellas emprenden sus propias batallas micro-políticas, a veces imperceptibles, e imaginarias para sostenerse, resistir y recrear sus propias vidas, conscientes de su condición como hijos e hijas de emigrantes. Los que se quedan, imaginando su posible partida, desafían la fijación e inmovilidad de facto que produce el régimen de control fronterizo neoliberal global y su geometría del poder. Desde esas localidades en el Austro ecuatoriano, estos niñxs y adolescentes encarnan la dialéctica de la movilidad/inmovilidad y recorren imaginariamente el camino largo que separa a Ecuador de EE.UU. No solo van acumulando y produciendo conocimiento y saberes sobre la movilidad, sino también construyendo conciencia propia sobre los efectos de la migración, las implicaciones de la ida y venida, de la detención y la deportación. En suma, de lo que significa tener vidas cotidianas ritmadas por el continuum de la movilidad/inmovilidad.
Detenidos en la frontera noroeste de México: la movilidad/inmovilidad como dinámica para la producción de nuevas posibilidades y escenarios migratorios
En esta segunda inmersión etnográfica, analizamos el caso de niñxs y adolescentes mexicanos y hondureños migrantes en la frontera de Sonora/Arizona, los primeros retornados desde EE.UU. por las autoridades migratorias de aquel país, y los segundos, detenidos en su tránsito por México por autoridades del Instituto Nacional de Migración (INM). Dado que los casos individuales y colectivos de ambos grupos son mucho más amplios de lo que podemos dar cuenta aquí, nos apoyaremos en ejercicios previos de documentación (Glockner 2019), para ilustrar casos esquemáticos y dar cuenta de la triada analítica que hemos postulado ya.
En primer lugar, planteamos la dinámica de movilidad/inmovilidad como una dinámica de migración y detención que constituye otra manifestación más del violento régimen de control migratorio impuesto y producido en un inicio por las políticas de los EE.UU. hacia las personas migrantes; pero también ejercido, ampliado y reforzado por México y otros países de origen y tránsito migrante. Afirmamos que, como en el caso ecuatoriano expuesto anteriormente, se trata de un régimen de control selectivo de la movilidad que produce geometrías de poder que generan una movilidad diferenciada y desigual; y que si bien es fundamental reconocer que un evento como la detención y el aseguramiento por parte de autoridades migratorias puede tener un efecto traumatizante y potencialmente devastador para cualquier niñx o adolescente, como ya se ha mostrado ampliamente (Barry et al. 2018; Marr y Laughland 2014), en este caso queremos además visibilizar las posibilidades de protagonismo y agencia que la detención también puede detonar en los adolescentes.
Por lo tanto, reunimos las características y particularidades de varios casos individuales en dos escenarios prototípicos que nos ayudan a ilustrar mejor las avenidas teóricas planteadas aquí. Por una parte, tenemos a los adolescentes mexicanos, migrantes autónomos y no acompañados, en su mayoría originarios de las regiones del sur y sureste de México, así como de los municipios de la frontera noroeste del país quienes, después de ser deportados y retornados por las autoridades de EE.UU. a México, aguardan bajo custodia del Sistema para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF) a que sus familiares adultos se trasladen hasta la frontera norte a recogerlos.7 Algunos de ellos y ellas son retornados en cuestión de días a sus pueblos o estados de origen, mientras que para otros, los retrasos burocráticos o la falta de recursos económicos de sus familias para viajar a recogerlos, retrasa la salida durante varias semanas.
La estrategia metodológica para este apartado se desarrolló con base en la colaboración con los albergues gubernamentales que alojan a los adolescentes a partir de talleres lúdico-participativos, grupos focales y entrevistas semi-estructuradas con algunos de ellos, herramientas que fueron complementadas con observaciones y entrevistas informales con el personal. No se hizo una pre-selección de los individuos, el análisis partió de los datos recabados y la participación fue totalmente voluntaria y previo consenso. En el caso de los adolescentes hondureños, parte de la documentación se realizó durante un proceso de defensa legal de su derecho a migrar y solicitar refugio (Glockner 2019).
Lo que los datos nos permiten plantear es que las condiciones de inmovilidad impuestas de facto por el régimen migratorio, algunas veces abren la posibilidad de vislumbrar y construir otras estrategias que permiten no interrumpir ni truncar el tránsito hacia EE.UU. En el albergue, los adolescentes mexicanos provenientes del sur del país8 encuentran en los lazos de amistad que establecen con los adolescentes originarios de la región fronteriza o que viven en ella desde hace varios años, lazos de amistad y/o negociación que les permiten intentar cruzar nuevamente la frontera. El intercambio de consejos, estrategias y saberes, o el establecimiento de acuerdos económicos para que los “norteños” funjan como guías o coyotes de los “sureños”, hace que éstos, carentes de un conocimiento más experto, modifiquen sus estrategias de movilidad para planear el segundo o tercer intento de cruce con base en los lazos de amistad, apoyo y transmisión de saberes establecidos durante la estancia con los adolescentes “norteños”. En algunos casos ha sucedido incluso que los adolescentes son recogidos en el albergue por familiares que llegan a la frontera con el propósito de intentar junto con ellos un nuevo cruce, aprovechando el traslado hasta la frontera.
Por otra parte, tenemos a niñxs y adolescentes hondureños migrantes no-acompañados detenidos durante su tránsito por el estado de Sonora (cuyo caso puede ser extensivo a guatemaltecos y salvadoreños pero los casos individuales documentados han sido de dicha nacionalidad), algunos de los cuales son deportados de manera expedita o casi inmediata a sus países después de ser detenidos; otros son retenidos en las estaciones migratorias mexicanas por días o semanas, aunque esto esté prohibido por la ley; y otros más son referidos al albergue gubernamental del DIF en el estado, donde algunos logran solicitar refugio en México. En estos casos, el periodo de detención y aparente inmovilidad abre otras posibilidades de movilidad que no habían sido contempladas antes. Es el caso de cinco niñxs y adolescentes que han obtenido el refugio o están en proceso de obtenerlo y para quienes el objetivo o el destino de la movilidad ha cambiado y los procesos, tanto de desplazamiento geográfico, como de construcción de la subjetividad asociados al ser migrante se han transformado. En este caso, México se ha convertido en país de acogida y la movilidad sucede ahora dentro de este país, al quedar al cuidado de familias de acogida, o de miembros de su familia extensa ubicados en otras ciudades.
Para otros adolescentes hondureños, el periodo de detención y ‘resguardo’ ha abierto la posibilidad de aprender más sobre el periplo migratorio y sus peligros, a través de sus pares que se encuentran en el albergue y a las charlas que brinda el personal. También para aprender sobre la variedad de recursos materiales y humanitarios existentes, sobre las rutas de tránsito, las herramientas que pueden utilizar (digitales como chats de Facebook, apps de celular, etcétera) y las estrategias y contactos que han usado sus pares. Es en este momento de inmovilidad forzada cuando los adolescentes acumulan un ‘conocimiento migratorio’ que enriquece su comprensión espacio-temporal de la ruta, robustece o transforma el imaginario que sostiene sus proyectos migratorios, y abre la posibilidad de una vida cotidiana alternativa que se desarrolla en la espera.
Al mismo tiempo, dado que las estancias para los adolescentes extranjeros son más prolongadas, los periodos para establecer lazos de amistad y para compartir y trazar estrategias comunes son también más amplios. Algunos utilizan la deportación como una estrategia para ‘descansar’, tener la oportunidad de volver a sus lugares de origen, reflexionar y replantearse la posibilidad y/o las formas de viajar hacia EE.UU. Algunos ven en la deportación la ‘vía más rápida’ para terminar con la detención y poder iniciar nuevamente el viaje hacia el anhelado “norte”. Para otros más, la posibilidad de solicitar refugio en México, desconocida para la gran mayoría antes de la llegada al albergue, se convierte tanto en la oportunidad para resistir y retrasar el proceso de deportación, como la oportunidad de evitar regresar a sus lugares de origen, aún cuando quedarse en México no era la finalidad de su movilidad en un comienzo. Tal es el caso de Norman, un adolescente hondureño de 17 años quien viajaba con una de las caravanas centroamericanas que transitaron por México en 2018 (Glockner 2019) y que fue detenido en el estado de Sonora. Su testimonio nos permite ver la forma en que la detención suscita la construcción de nuevas estrategias para evitar la interrupción de la movilidad o el retraso de la movilidad hacia el norte.
La persona de migración llegaba a decirnos que el refugio era una cosa seria, que no nos podíamos arrepentir, pero pues nosotros [lo hicimos] para ganar tiempo, porque no querían que nos regresaran. Pero un día mi amiga me propuso que mejor sí nos regresaran a Honduras, y que al llegar nos regresáramos rápido de vuelta, entonces fue allí cuando dijimos que sí, que mejor cancelábamos el refugio para hacer eso. Pero cuando les dijimos eso los de migración nos dijeron que, aunque canceláramos el trámite, nos iban a regresar a Honduras hasta dentro de dos meses y medio porque los boletos estaban muy caros ahorita. Entonces nos llevaron al albergue y la mujer de migración llegó de nuevo con unos papeles para que los firmáramos y para mandarlos a la COMAR (Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados), y entonces nos regañó porque nos dijo de una manera bien brusca que ella nomás estaba perdiendo su tiempo con nosotros. Entonces yo le dije que si perder su tiempo era, pues, el trabajo, que para qué trabajaba entonces. Y ahí pues más se enojó conmigo porque yo le respondía. Pero a mí no me gustaba la manera en que nos decía las cosas. Y de ahí agarró los papeles bien enojada y se fue, pero al siguiente día ya teníamos planeado con mi amiga escaparnos. Pedimos el refugio para ganar tiempo y poder escaparnos y alcanzar a la caravana (testimonio de “Norman”. Hermosillo, enero de 2019).
Para algunos adolescentes, la inmovilidad impuesta de facto por el proceso de detención se convierte en un proceso de transformación y redefinición de la movilidad que pasa por el descubrimiento del derecho al refugio y el uso estratégico de éste y otros derechos, así como el de la propia deportación. La inmovilidad se vuelve una etapa o una coyuntura del proceso migratorio que posibilita visualizar y construir otras formas y posibilidades de movilidad haciendo uso de los recursos que se van adquiriendo como parte del proceso de detención y ‘resguardo’. En este caso, el protagonismo infantil se evidencia a partir de las micro-políticas de franca resistencia y negociación que los adolescentes despliegan para lograr obtener el mejor resultado posible a partir de la detención y/o la deportación.
En otro trabajo hemos documentado ampliamente cómo estas acciones dan cuenta de un protagonismo construido con base en una trama de colaboraciones, interdependencias y apoyo mutuo, donde la agencia individual ha sido posibilitada y potencializada por la agencia colectiva en las caravanas migrantes (Glockner 2019). En este caso, hemos querido mostrar las formas en que, a partir de la detención migratoria, adolescentes migrantes mexicanos y hondureños descubren nuevas posibilidades de acción y toma de decisiones para sostener su objetivo de llegar a la frontera a partir del contacto con sus pares y con las instituciones. Frente a un contexto que los sujeta, somete e inmoviliza, ellos hacen uso estratégico del contacto y los recursos disponibles, reforzando su capacidad de agencia para responder, resistir y transformar las medidas que el régimen migratorio impone sobre ellos. El derecho al asilo no tendría por qué ser utilizado como una estrategia de resistencia frente al sistema migratorio, tampoco deberían tener que construir nuevas opciones para cruzar la frontera a partir de las habilidades de otros adolescentes. Pero ahí es donde les han colocado la propias políticas de detención y criminalización de la migración, el asedio, el autoritarismo y la violación de derechos humanos cometidos por las propias autoridades migratorias; quienes les niegan prácticamente toda alternativa para cumplir su derecho a migrar, a reunificarse con sus familias y a construir un futuro distinto del que les espera en sus comunidades de origen.
Conclusiones
Este artículo ha buscado mostrar tres propuestas analíticas que han sido nodales para el desarrollo de un proyecto etnográfico multimedia que busca documentar, visibilizar y reflexionar en torno al protagonismo de niñxs y adolescentes migrantes en el continente americano. Este proyecto se propone ofrecer nuevas comprensiones sobre los procesos migratorios, fundadas en las experiencias y saberes de niñxs y adolescentes, así como sobre las diversas formas de violencia derivadas de las movilidades desiguales y diferenciadas en el actual régimen de control fronterizo neoliberal global y cómo les afectan. Los casos empíricos aquí expuestos evidencian cómo las vidas de niñxs y adolescentes migrantes -ecuatorianos, mexicanos y hondureños- transcurren en un continuum entre la inmovilidad que de facto produce el régimen de control migratorio, y las promesas de una futura movilidad al destino donde residen sus progenitores migrantes, o bien que les ofrece la construcción y descubrimiento de las nuevas posibilidades de movilidad que la detención e inmovilidad produce. La inmersión etnográfica hecha en los casos aquí expuestos nos ha permitido trazar un análisis de las dinámicas de movilidad de niñxs y adolescentes migrantes a partir de una triada analítica compuesta por los conceptos de vida cotidiana, producción espacial multi-escalar y continuum movilidad/inmovilidad. Aquí trazamos cuatro conclusiones:
Primero, la triada analítica propuesta nos permite visibilizar y poner en cuestión una perspectiva adultocéntrica común en los estudios migratorios que privilegia las experiencias y puntos de vista adultos, para centrarse en las formas en que niñxs y adolescentes comprenden su realidad inmediata, despliegan estrategias y construyen formas de movilidad, produciendo nuevas y diferentes temporalidades y espacialidades. Situados en contextos signados por la orfandad de facto, como es el caso ecuatoriano, y por múltiples formas de violencia encarnadas en la detención y la deportación, como es en el caso hondureño y mexicano, ellos y ellas, lejos de ser sujetos pasivos, frágiles, o meras “víctimas”, construyen estrategias de respuesta y de resistencia que nos muestran que la migración no es un acontecimiento extraordinario que rompe la vida cotidiana y que la movilidad se produce y reproduce tanto desde el espacio imaginado, como desde las acciones de franca resistencia frente a los regímenes migratorios contemporáneos. Nos muestran que la movilidad es la manifestación de una vida cotidiana que se configura en el continuum movilidad/inmovilidad como saberes y estrategias para resistir y responder a la violencia de tener que vivir lejos de sus padres y madres; o a la violencia de ser detenidos y deportados por los regímenes de control migratorio.
En segundo lugar, hemos querido mostrar que la dialéctica movilidad e inmovilidad no solo ocurre porque la geografía del poder impone frenos y anclajes a su movimiento, sino también porque niñxs y adolescentes migrantes deciden detener, continuar o modificar sus estrategias de movilidad como reacción y resistencia a las condiciones impuestas por regímenes de movilidad desigual, y para poder sostener e intentar alcanzar sus proyectos y objetivos de vida. Tal como expusimos, la capacidad de moverse o detenerse, de negociar, resistir y crear nuevas posibilidades para la movilidad es lo que hace de estos dos procesos un continuum dialéctico que produce nuevos espacios y reconfigura la movilidad.
En tercer lugar, buscamos mostrar que entender las formas de producción del espacio imaginario y la vida cotidiana son determinantes para la producción de formas de movilidad y de subsistencia de niñxs y adolescentes en contextos signados por la migración, como nos muestra el caso ecuatoriano. Analizar el espacio imaginario de ‘los que se que se quedan’ nos reveló cómo ellos y ellas rememoran, comprenden y reflexionan sobre su propia condición de crecer en ausencia de sus progenitores, cómo cuestionan el régimen de control fronterizo global, y cómo imaginan sus propias vidas futuras. En el caso ecuatoriano, es su imaginación geográfica la que les permite activar otras formas de movilidad, y superar el anclaje de facto que el régimen de control migratorio externalizado de EE.UU. les impone. Aún estando “fijos” en Ecuador, ellos y ellas se ponen continuamente en movimiento, activan su movilidad recreando espacios imaginarios y transformando así mismo su cotidianidad a la distancia en el medio de la experiencia migrante. En el caso de los adolescentes mexicanos y hondureños detenidos en la frontera noroeste de México, es a partir de la detención y amenaza de deportación que crean nuevos escenarios, espacios y relaciones que, lejos de detener su movilidad, le imprimen otros ritmos y posibilidades. Algunas veces esto significa ‘volverse pa’trás’ para ‘agarrar camino’ nuevamente hacia el norte; otras veces significa descubrir y configurar nuevas estrategias de movilidad y de cruce fronterizo haciendo uso de los recursos, alianzas y estrategias adquiridas durante los procesos de detención.
Finalmente y a modo de cierre, enfatizamos la importancia de reconocer y documentar el papel de lo micro social y la vida cotidiana como una dimensión clave para entender las migraciones y procesos de movilidad de niñxs y adolescentes, pues ello implica politizar la articulación entre procesos macro-sociales, socio-políticos y económicos, y los acontecimientos íntimos, subjetivos y vitales de quienes, relegados a un estatus inferior en la sociedad, son con frecuencia pensados como “sin voz” y sin capacidad de agencia. Como postula Dobson (2009), el estudio de lo micro social en clave infantil permite ver y reconocer que las experiencias y saberes de niñxs y adolescentes impactan esferas espaciotemporales que están mas allá de sus ámbitos directos de percepción e interacción física y material para ir más allá de lo íntimo o lo local, hasta lo nacional, lo transnacional y lo global.