¿De qué maneras las personas que ofrecen ayuda humanitaria en comedores, albergues o casas para migrantes en México perciben sus labores o actividades diarias? ¿Cómo es que bajo el contexto actual de pandemia por covid-19 se podría diseñar o hacer una propuesta colaborativa de investigación-acción participativa centrada en el trabajo de las personas que dirigen y operan estos espacios de apoyo a migrantes en las diferentes rutas migratorias de Centroamérica y Norteamérica? ¿Cuál es el papel de la caridad, la solidaridad o los derechos humanos en la conformación y transformación de su quehacer cotidiano o del ethos en favor de las personas más vulnerables que recurren a la movilidad transnacional forzada y el cruce clandestino de fronteras? Éstas son algunas de las preguntas que guían la presente nota, que es también una propuesta de diseño de investigación-acción participativa y colaborativa enfocada en el caso de la migración internacional en México. En primer lugar, describimos brevemente el panorama de las organizaciones que brindan apoyo a migrantes en nuestro país y exponemos nuestro proyecto de investigación digital. Luego ofrecemos más detalles acerca del diseño de investigación-acción participativa y en colaboración, para posteriormente justificar esta modalidad de proyecto. En una cuarta y última sección ofrecemos algunas reflexiones que surgen a partir de la naturaleza de la investigación propuesta.
I. Espacios humanitarios para migrantes en México y presentación del proyecto de investigación
Una gran diversidad de comedores, albergues y casas para migrantes en parroquias, templos, iglesias y otras organizaciones de la sociedad civil organizada, religiosa y laica, son parte esencial de rutas humanitarias y redes de apoyo o ayuda que facilitan el movimiento de las personas en tránsito y retorno en Centroamérica y Norteamérica (G. Candiz, & Bélanger, 2018; París Pombo, 2017). Cada espacio es único en su misión, su visión y sus actividades de ayuda. Hay espacios de este tipo donde las personas migrantes sólo pueden recibir alimentos o atención médica de emergencia; otros en donde pueden pasar un par de días, asearse y descansar antes de moverse, o bien en donde las personas migrantes pueden acceder a internet, a servicios de orientación jurídica, a ayuda psicológica o incluso entrenamiento para conseguir trabajo en México. Hay espacios especializados donde sólo se recibe a mujeres, familias, menores, jóvenes, o bien a refugiados y personas trans y de la diversidad sexual. Aunque son muchas las personas vinculadas a la iglesia católica -probablemente administran la mayoría de estos lugares-, no todas las casas, albergues y comedores para personas migrantes en las principales rutas están coordinados o son apoyados por la estructura jerárquica de la iglesia católica mexicana. Aunque pocos, también hay espacios seculares o de otras iglesias y religiones que brinda ayuda a las personas migrantes.
Pero ¿de cuántos espacios de apoyo o ayuda a personas en movilidad estamos hablando en México? En otras palabras, ¿cuántos comedores, albergues y casas para migrantes existen actualmente en este país? A partir de datos de Médicos Sin Fronteras (MSF), la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), la Red de Documentación de las Organizaciones Defensoras de Migrantes (REDODEM), el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) y otras fuentes periodísticas o en línea, el área de investigación de BBVA en marzo de 2020 (Li Ng, & BBVA Research, 2020) cuantificó 96 espacios de esta naturaleza en seis regiones distintas del país (véase cuadro 1).
Región Sur Sureste | 18 | |
Chiapas | 9 | |
Tabasco | 2 | |
Oaxaca | 3 | |
Veracruz | 4 | |
Región Centro | 12 | |
Tlaxcala | 1 | |
Puebla | 3 | |
Ciudad de México | 4 | |
Estado de México | 2 | |
Hidalgo | 2 | |
Región Bajío | 8 | |
Querétaro | 2 | |
Guanajuato | 5 | |
San Luis Potosí | 1 | |
Región Frontera Noreste | 13 | |
Coahuila | 6 | |
Nuevo León | 3 | |
Tamaulipas | 4 | |
Región Occidente Norte | 9 | |
Aguascalientes | 1 | |
Zacatecas | 1 | |
Jalisco | 2 | |
Nayarit | 2 | |
Sinaloa | 3 | |
Región Frontera Noroeste | 36 | |
Chihuahua | 3 | |
Sonora | 10 | |
Baja California | 23 | |
Total: 96 comedores, albergues y casas para migrantes |
Fuente: Elaboración propia a partir de Li Ng, & BBVA Research (2020).
La mayoría se encuentra en la Región Frontera Noroeste, específicamente en Tijuana (13 casos), en donde hace más de 30 años se abrió uno de los espacios pioneros en México, y al día de hoy entre los más desarrollados que brinda múltiples tipos de atención a personas retornadas de Estados Unidos y procedentes de Centroamérica (véase Casa del Migrante de Tijuana, A.C., 2017). Además, es importante señalar que Li Ng, & BBVA Research (2020) reconocen que ese listado no es exhaustivo, pero que sí incluye los principales espacios de apoyo “en las rutas migratorias de mayor afluencia por el territorio mexicano”. Por ejemplo, en noviembre de 2019 un directorio de la Red de Albergues de la Pastoral Migrantes de Puebla incluía cuatro albergues y tres comedores (todos en la ciudad de Puebla, excepto un comedor en San Pedro Cholula), mientras que en el cuadro 1 solamente se contabilizan tres espacios en Puebla. Además, también en el caso poblano resulta interesante que durante febrero de 2021 se habilitó un “refugio migrante” temporal para 66 personas de Centroamérica en el Polideportivo Xocana, un espacio regularmente administrado por las autoridades municipales.
1 Casi cuatro décadas después de la apertura de la primera Casa del Migrante en Tijuana, en la actualidad se cuentan varias decenas de lugares que brindan muy diversos tipos de atención y acompañamiento a las personas migrantes, no sólo en las fronteras internacionales sino en varias partes de las rutas migratorias de México.
En algunas regiones o entidades hay cierta coordinación o articulación entre esos espacios para compartir información o emprender acciones de manera más articulada. Ejemplos de lo anterior son los espacios de apoyo a migrantes a nivel nacional que participan (como obras sociales de la Compañía de Jesús) en la Red Jesuita con Migrantes (RJM) en México, o en la Red de Atención Integral a Migrantes (RAIM) de albergues y comedores del sur-sureste del país. Esta última la integran espacios de ayuda a migrantes situados en estados como Puebla, Veracruz, Oaxaca, Chiapas y Tabasco, en donde sus respectivos liderazgos organizacionales y equipos mantienen una comunicación cercana y frecuente entre sí, e incluso se establece colaboración con otros actores específicos de manera bilateral o también en red (por ejemplo, con otros albergues para migrantes en la Red del Altiplano que incluye a entidades hacia al centro-norte de Puebla, Tlaxcala, Estado de México o Hidalgo), 2 además de las relaciones o encuentros que es posible sostener con la Dimensión Episcopal de la Pastoral de la Movilidad Humana en México (como sucedió a finales de 2020 al conformarse un Observatorio de Derechos Humanos). 3 La RJM México sesiona al menos una vez al año y algunas obras que la integran también se articulan con otros espacios y centros de atención a personas en movilidad (o que trabajan con otros temas y poblaciones) en Estados Unidos, Canadá y países de Centroamérica.4
Estos espacios de ayuda a personas en movilidad muestran enormes variaciones en el tipo de ayuda que proporcionan y en los valores y el ethos detrás de cada espacio. Entrar en cada uno es conocer una visión de las personas migrantes ligeramente diferente y formas específicas en las que el personal hace lo posible por ayudarlas.
En nuestro proyecto de investigación digital proponemos observar cómo el ethos, definido como la forma en que el personal de las casas del migrante percibe su propia actividad o labores hacia las personas que reciben, podría afectar el tipo de actividades que realizan y la forma en la que describen y tratan a las personas migrantes. Esta pregunta surge a partir de una presentación que hizo el autor principal en el otoño de 2019 en una sesión en línea del seminario titulado Defensa de derechos humanos y cuidado de la salud para personas en movilidad bajo la pandemia de covid-19 en el Centro-Sur de México, organizado por la Universidad Iberoamericana Puebla y la RAIM, en la que participaba personal y directores de comedores, albergues y casas del migrante. En esa presentación el autor se refirió de forma crítica a la imagen del “buen migrante” como una persona siempre agradecida, educada y que se mueve por razones “legítimas”. Esto produjo una buena discusión en la que los participantes reflexionaron sobre la forma en la que ellos trataban a las personas migrantes; sobre la universalidad de los derechos humanos, sobre el activismo y el asistencialismo. Notamos que diferentes actores parecían tener diferentes perspectivas. Algunos hablaban de la caridad, otros de los derechos humanos, por ejemplo.
Algunas de las preguntas centrales que intentaremos contestar en la investigación aquí planteada son:
¿Cómo se entiende o se define a las personas migrantes?
¿Cuál es y cómo se construye el ethos de cada espacio de apoyo al migrante?
¿Qué es o cómo se entiende la caridad? ¿Cuáles son las implicaciones de ver ese trabajo cotidiano o voluntario como una forma de caridad?
¿Qué es o cómo se entiende la solidaridad? ¿Cuáles son las implicaciones de ver ese cotidiano o voluntario trabajo como solidaridad?
¿Qué es o cómo se entiende el humanitarismo? ¿Cuáles son las implicaciones de ver ese cotidiano o voluntario trabajo como humanitario?
¿Qué es o cómo se entiende el trabajo desde los derechos humanos? ¿Cuáles son las implicaciones de este tipo de trabajo?
¿Cómo han cambiado (o no) las formas de percibirse a sí mismos haciendo ese trabajo y de percibir a los migrantes como sujetos de derechos?
¿Qué tensiones se perciben o vislumbran entre la seguridad personal y colectiva, particularmente antes y después del covid, así como entre lo anterior y las obligaciones morales o aquellas asociadas a los derechos humanos? ¿Cómo se manejan, navegan, gestionan o resuelven estas tensiones?
¿Qué tipo de participación tienen los migrantes en esos diferentes espacios a partir de su ethos?
II. Diseño de investigación-acción participativa
Para responder estas preguntas decidimos realizar un diseño de investigación acción-participativa que contara con un protocolo avalado por nuestras respectivas instituciones de educación superior y los correspondientes comités de ética (en donde se valoren riegos y beneficios de todos y cada uno de los participantes en la recolección, sistematización, análisis de los datos y difusión de los resultados). Proponemos hacer el proyecto en dos etapas. En la primera haremos al menos diez entrevistas con personal (directores, staff y voluntarios) de comedores, albergues y casas del migrante religiosas y seculares a lo largo de la ruta migratoria del sur-sureste-centro de México. Para adaptar el método a la pandemia haremos entrevistas semi-estructuradas por videollamada encriptada (Zoom o WhatsApp) a cada individuo, y de ser necesario, en grupos. Preguntaremos el origen de su involucramiento con el espacio de ayuda a personas en movilidad; qué actividades diarias realizan; cómo perciben y definen a las personas migrantes, y cómo definen su misión. Para concluir les pediremos una reflexión sobre su posicionalidad (más de esto en la sección IV). Analizaremos las respuestas y haremos un borrador corto y en lenguaje claro con nuestras interpretaciones. Circularemos este borrador entre los participantes para que lo lean y nos comenten si tienen notas o comentarios.
En una segunda etapa proponemos organizar -en línea o semipresencial- una reunión con todas las personas entrevistadas para presentarles los resultados preliminares de la investigación. Partiendo de la posición epistemológica de “conocimiento situado” (Haraway, 1988), reconocemos que nuestra posición social (clase media o alta), nuestro trabajo (académico-universitario), nuestro sexo e identidades de género, o bien nuestras nacionalidades limitan lo que podemos observar e interpretar de la realidad. Discutir los resultados preliminares con el personal de los espacios para las personas migrantes entrevistadas nos permitirá identificar algunos de nuestros puntos ciegos y aprender qué piensan las personas entrevistadas acerca de nuestros hallazgos. En esta sesión también hablaremos sobre nuestra posicionalidad. Finalmente, tendremos una discusión sobre autoría y reconocimiento de la participación (véase apartados III y IV adelante).
En la mayoría de los estudios cualitativos diversos participantes contribuyen a generar el conocimiento sin ser siempre reconocidos. Por ejemplo, hay gatekeepers que tienen largas conversaciones con los investigadores y ayudan a contextualizar lo que están aprendiendo. Hay traductores que no sólo interpretan el lenguaje sino la cultura. Hay asistentes de investigación que juntan datos importantes y que, al discutir con los investigadores ayudan a formular o avanzar en el desarrollo de la investigación. Finalmente, están los mismos “sujetos de estudio”, que al abrirnos sus espacios y contarnos sus historias enriquecen nuestras perspectivas y empujan el proyecto a lugares que, desde nuestros escritorios-espacios de trabajo, no se nos hubieran ocurrido.
Nuestra propuesta intenta reconocer las contribuciones de personas que colaboran con el proyecto. Al hacer la investigación participativa reconocemos que el conocimiento no sólo debe provenir de la academia y no sólo debe beneficiar a los académicos. El resultado de la investigación serán uno o dos artículos arbitrados y uno o dos “productos” que beneficien a los espacios para las personas migrantes. En la cuarta sección hablaremos más sobre el reconocimiento de la participación y los productos que produciremos. También proponemos invitar a algunos de nuestros interlocutores a un seminario público donde discutamos el artículo y los resultados.
III. ¿Por qué un diseño participativo?
En la investigación-acción participativa y colaborativa todas las personas que intervienen en el estudio (“investigadores” e “investigados”) participan en el diseño de la metodología, colaboran al generar datos y analizarlos y deciden cómo usarlos. Intentar utilizar esta metodología nos obliga, como investigadores, a reflexionar acerca de nuestras intenciones, nuestra posicionalidad frente a las personas que vamos a entrevistar y sobre lo que queremos obtener y aportar con la investigación. Nos hace plantear a cada paso del diseño cuestiones como: ¿por qué estoy haciendo esto? ¿A quién estoy beneficiando o afectando? En concreto, nos encontramos pensando y discutiendo sobre extractivismo académico y las formas de mitigarlo (porque evitarlo parece ser prácticamente imposible).
Un parte importante de la investigación cualitativa ha sido y es muy extractivista. Investigadores que no suelen ser de las comunidades que estudian se presentan a observar, analizar, tomar fotos y testimonios para luego publicarlos -casi siempre- en revistas académicas de difícil acceso o incluso en otros idiomas. Nuestra intención y deseo es que al realizar un diseño de investigación participativo co-creado con los sujetos de estudio, evitemos extraer información de esa forma.
Para evitar el extractivismo nos inspiramos en el ensayo de Rosalva Aída Hernández (2016), Feminist Activist Research, quien sugiere desarrollar una antropología feminista del diálogo. Propone que los investigadores, junto con los sujetos de estudio (en nuestro caso el personal de los espacios de ayuda a personas en movilidad internacional forzada), reflexionemos y re-construyamos los conocimientos en una realidad compartida por todos. Esto, evidentemente, incluye constantes conversaciones y una línea de comunicación abierta. Con base en los diálogos, podemos desarrollar una agenda de investigación relevante para todos (Hernández, 2016, pp. 30-31). En su ensayo, Rosalva Aída Hernández reconoce que es necesario poner en claro las relaciones de poder entre todas las personas participantes y que en el proceso habrá errores y traspiés. Partiendo de una posición “situada” (Haraway, 1988) se harán evidentes los puntos ciegos, los errores y la necesidad de apertura para cambiar y reajustar.
En el proyecto intentaremos mantener un diálogo abierto a pesar de tener que llevar a cabo la investigación en línea a causa de la pandemia. La investigación nace de una plática franca con el personal de los espacios de ayuda a migrantes y sabemos que las preguntas y el tema de la investigación van a entusiasmar a las personas entrevistadas. El conversatorio lo realizaremos cuando hayamos acabado el primer análisis de las entrevistas, y lo seguirá otra conversación para escuchar lo que los sujetos de estudio quieran cambiar y aportar. En el curso de este conversatorio o diálogo decidiremos entre todos asuntos como: ¿qué tipo de resultado sería útil para cada quien o para las diferentes organizaciones?
Finalmente, un diseño participativo de investigación nos servirá para pensar y co-pensar con los sujetos de estudio el impacto político que las investigaciones tienen para estos grupos. ¿Cómo afecta nuestra presencia sus dinámicas? ¿Qué tipo de resultados y datos no debemos hacer públicos? ¿Qué queremos lograr con esta investigación?
IV. Reflexiones que surgen de un proyecto de investigación participativo y colaborativo
Uno de los puntos más delicados que surgen al intentar hacer un diseño de investigación participativo es reconocer la contribución de cada participante del estudio al proyecto. Se plantean preguntas como: ¿qué tipo de crédito darles a nuestros colaboradores? Por una parte, se nos ocurre que es probable que todas las personas que vayamos a entrevistar no esperen ser co-autoras del artículo académico. Por otra parte, en la academia, nombrar a co-autores es la forma en la que reconocemos contribuciones sustanciales al artículo final. Ponerlos en una nota al pie tal vez no sea suficiente. En el espíritu de tomar decisiones conjuntas, proponemos plantear el tema en la discusión que haremos sobre los resultados preliminares. ¿Qué tipo de reconocimiento les sería grato o útil? Entre los productos que nos imaginamos que tal vez podrían presentarse se encuentra un reporte conjunto para diseminar más ampliamente la información, así como diplomas y constancias de participación en talleres o seminarios solicitados y diseñados especialmente. En el texto del artículo académico final agradeceremos a cada una de las personas que participaron en el proyecto, reconociendo sus contribuciones específicas, y mencionaremos en las conclusiones las discusiones más relevantes que colectivamente se acuerden.
De este punto surge otro muy importante: ¿qué producto sería útil para las personas entrevistadas o que participaron de otra manera en el proyecto? Con base en nuestra experiencia al trabajar con actores de la sociedad civil, suponemos que hacer un reporte en lenguaje más sencillo podría ser algo mínimamente adecuado. Sin embargo, hay obviamente otras formas de diseminar información que nuestros colaboradores tal vez prefieran, como un seminario, un conversatorio, una infografía o incluso un posicionamiento. Tal vez decidan que en realidad la información que co-producimos no les resulta útil en ese momento o que necesitan más información para usarla realmente. En ese caso podemos co-diseñar un nuevo proyecto de investigación para contestar nuevas preguntas.
Otra reflexión importante que mencionamos anteriormente es nuestra propia posicionalidad y la posicionalidad de los actores que vamos a entrevistar. “Las colaboraciones [co-participativas] están caracterizadas por un entendimiento -aunque sea incompleto- que los actores tienen sobre sus propias posicionalidades en un sistema global compartido” (Buechler, 2016, p. 9). Para este artículo, no tenemos la seguridad o certeza de qué partes de nuestra historia de vida, prejuicios o experiencias van a afectar la forma en la que analizamos las entrevistas y nuestras observaciones. Sospechamos que como no estamos presentes en el día a día de los espacios de cuidado de migrantes, podríamos juzgar las decisiones que el staff o los voluntarios tomen. También es posible que nuestra perspectiva académica de clases medias o altas afecte la forma en la entendamos lo que se nos presente. Tendremos en cuenta estos posibles puntos ciegos en nuestro análisis y esperamos que, abriendo una comunicación con los colaboradores, se nos señale cuándo hacemos suposiciones infundadas.
Por otra parte, hay que considerar la posicionalidad del staff y los voluntarios con los que colaboraremos. Proponemos facilitar esta reflexión al final de las entrevistas. Explicaremos qué es la posicionalidad, daremos ejemplos sobre nuestros puntos ciegos y características que expliquen nuestros prejuicios y les preguntaremos sobre su posicionalidad respecto de la investigación y las personas migrantes. Cuando hagamos el conversatorio para presentar nuestros resultados preliminares, tendremos una sección donde todos trataremos ese tema. Esperamos que al plantear la pregunta en la entrevista, los voluntarios y el staff reflexionen al respecto y surjan nuevas perspectivas interesantes.
El último punto de reflexión consiste en nuestra relación con el personal de los espacios para personas en movilidad. En esta investigación, los que trabajan y son voluntarios en esos lugares no son sólo colaboradores: se pueden transformar en gatekeepers para nuestras futuras investigaciones. El acceso a tales espacios es invaluable para aquellas personas que investigamos las movilidades humanas forzadas. Una colaboración con estas personas en la investigación y la co-creación de resultados ayudará a que todas las personas participantes tengamos más certeza de que representamos una realidad compartida en colectivo.
Ésta es la primera vez que ambos autores colaboramos en una investigación participativa en línea y en el contexto pandémico. Esperamos que el proyecto vaya cambiando y fortaleciéndose conforme empecemos a trabajar con nuestros colaboradores. La idea es que obtengamos productos (ya sea artículos académicos, infografías, reportes, conversatorios o espacios para dialogar) que beneficien no sólo nuestros proyectos académicos, sino también a todas las personas participantes.