Revistas académicas en ciencias sociales y humanidades en México: realidades, experiencias y expectativas es un libro coordinado por César Jiménez-Yañez, en el que participa una treintena de autores, todos ellos con experiencia en dirección y edición de revistas académicas, analistas documentales y de información, bibliotecólogos y encargados de difusión de diversas instituciones de educación superior en el país.
El volumen consta de 18 capítulos distribuidos en dos grandes secciones. En la primera se trata de textos de investigación que abordan temas comunes y problemas estructurales en la producción de revistas, como los procesos de internacionalización de las publicaciones, su visibilización en bases de datos, las paradójicas expectativas que se imputan y exigen a las revistas y sus autores las diferencias entre modelos de comunicación científica, los géneros discursivos del contenido de las publicaciones o las malas prácticas de autores y equipos editoriales.
La segunda parte del libro está conformada por un dossier de 12 ensayos que abordan diferentes experiencias, desafíos, problemas y cambios en la dirección y edición de las revistas de filosofía, historia, sociología, psicología social, antropología, género, cultura y educación1. Para dar una idea de la rica variedad de su contenido y, por su puesto, de la diversidad de problemas, retos y respuestas en la edición académica, en estos capítulos se vierte la experiencia de revistas decanas con más de ochenta años de existencia y de otras con poco más de un lustro de circulación, así como revistas que se publican impresa y digitalmente hasta aquellas editadas sólo en formato electrónico.
Al avanzar en la lectura de Revistas académicas, para el lector resulta muy afortunada la decisión del coordinador de iniciar la primera parte del libro con las colaboraciones sobre las condiciones estructurales de la producción y edición de las revistas académicas, porque así entendemos y contextualizamos mejor las historias y experiencias particulares de las revistas presentadas en la segunda parte y resaltar aspectos comunes y diferencias específicas.
Bajo la forma de un foro de conversación e intercambio de experiencias entre directores y editores, Revistas académicas es un rico e inteligente ejercicio de autorreflexión sobre las funciones, prácticas, problemas y desafíos de estas empresas culturales. En este sentido, en sus páginas se encuentran propuestas razonadas para mejorar su gestión interna -por ejemplo, cómo lidiar con el plagio y otras malas prácticas-. Pero el libro es también, en un sentido importante, un manifiesto de política intelectual que va desde una envidada a reconocer la especificidad de la producción y comunicación del conocimiento de las ciencias sociales y humanidades -diferente al de otro tipo de ciencias-, pasando por alegatos informados en favor del acceso abierto de las publicaciones, hasta la demanda de reconocimiento profesional de la labor editorial en forma de prestigio académico y remuneración económica adecuada por parte de las instituciones y los organismos externos de evaluación.
Teniendo en cuenta esto, me gustaría sintetizar mi lectura de la obra y destacar un conjunto de tres temas en las siguientes páginas, a saber: 1) las revistas como artefactos comunicativos; 2) las transformaciones y adaptaciones de las revistas; y 3) las tensiones entre lo global y lo local y la lógica del capitalismo académico.
Las revistas académicas como artefactos comunicativos
El papel de las revistas académicas consiste en la difusión del conocimiento científico y humanístico. Gracias a ellas, el público especialista tiene acceso a los resultados más novedosos en las diferentes disciplinas científicas. Las revistas fungen como “intermediarios” entre productores de conocimiento supuestamente “original” y lectores expertos2. Son uno de los diferentes dispositivos con los que cuenta la ciencia para dotar de forma y contenido a la “comunicación científica”3. Frente a otros dispositivos, este tipo de publicaciones periódicas cuenta con la ventaja de facilitar una difusión masiva y relativamente rápida de su contenido -y ahora aún más gracias a las tecnologías de la información y comunicación (TIC).
Como se puede apreciar concretamente en las colaboraciones del dossier, las revistas académicas son artefactos comunicativos que ensamblan una compleja red de actores, prácticas, instituciones y recursos. En sus representaciones, los autores y editores se conciben como el centro de ese ensamblaje y sus figuras principales, pero lo cierto es que son sólo elementos -sin duda importantes- de procesos sociales muchos más amplios y sin los cuales no sería posible ni inteligible su aportación a la producción y difusión del conocimiento.
En efecto, las revistas embonan las prácticas de autores, directores, consejo editorial o científico, dictaminadores, editores, asistentes editoriales, secretarias, traductores, diseñadores, formadores y diagramadores, impresores, distribuidores, lectores, financiadores, bibliotecarios, libreros, almacenistas. Muchos de los participantes en la elaboración del proceso editorial no son personas, sino entidades como universidades, fundaciones, organismos de promoción y financiación de la ciencia, repositorios electrónicos, índices bibliográficos o el mismo mercado editorial. Inclusive, la edición y publicación de revistas no están dirigidas exclusivamente a seres humanos -y, quizás, en la era del capitalismo digital ni siquiera principalmente-, sino también a máquinas que alimentan enormes bases de datos, repositorios y plataformas de información. Tomando en cuenta lo anterior, se puede hablar de las revistas como un “mundo social”, en el sentido Howard Becker.
La participación en el proceso de ensamblaje supone formas de colaboración y conflicto más o menos anónimos. Vista la revista como un artefacto comunicativo, resulta difícil decir dónde empieza y dónde acaba dicho ensamblaje: ¿inicia con el sometimiento de un artículo a dictamen anónimo de pares? ¿O acaso se inaugura en el momento en que se elabora una propuesta de investigación que, eventualmente, arrojará algunos resultados que pueden ser publicados? ¿Concluye con la publicación del fascículo? ¿Terminará el ensamblaje con la recepción del artículo, su lectura, discusión en clase, citas o indexación? ¿O quizá con el otorgamiento de estímulos económicos que recibe su autor y su reconocimiento por parte de la comunidad científica? ¿Se clausura dicho entramado acaso con la vida vampírica de algunos textos plagiados sujetos a litigios judiciales?
Como toda actividad humana, la dirección y edición de revistas académicas son también prácticas sociales. Al leer las diferentes colaboraciones de la segunda parte del libro, uno no puede más que registrar las azarosas circunstancias que condujeron a que diferentes personas asumieran tareas de dirección y edición de revistas. Por lo general, los directores son designados por los jefes de facultad, departamento o centro de su respectiva universidad. Bien vista la cosa, salvo su propia calidad de autores, carecen de la competencia adecuada para ejercer sus nuevas tareas. La situación de los editores es sólo un poco mejor, acaso por el hecho de que su trabajo ha sido producto de una decisión profesional más o menos personal. Pero los vertiginosos cambios en las TIC, el desarrollo de nuevos programas de edición y administración de revistas, las exigencias de plataformas y bases de datos y de las mismas agencias tipo Conacyt, los obliga a una constante capacitación y hasta establecer espacios de aprendizaje e intercambio de experiencias e información, como el Seminario Permanente de Editores.
El lego podría suponer que labores tan importantes para la difusión de la comunicación científica deberían estar, desde un principio, a cargo de profesionales formados ad hoc. Francamente desconozco si en las metrópolis académicas la situación de las revistas académicas sea similar, pero, al menos en relación con nuestro medio, uno se siente tentado a asegurar que el director/editor no nace, sino que se hace. Así, entonces, algunos directores o “editores en jefe” resultan meros gestores, cuya principal preocupación es la de fungir expeditamente como una oficialía de partes. Otros, en cambio, tienen una auténtica pasión por la labor editorial, desean imprimir una orientación particular a la revista a su cargo y promover una conversación intelectual proponiendo buenos artículos a un público variado y exigente. Algunos directores se comportan, además, como déspotas ilustrados, y otros tienen un estilo de dirección colegiado.
Transformaciones y adaptaciones de las revistas
Las revistas académicas son artefactos inacabados, constantemente en construcción y sometidos a cambios, como puede leerse en las colaboraciones de la segunda parte del libro. Debido a las presiones de su entorno, se encuentran en un proceso de adaptación y aprendizaje continuo, de ensayo y error, con el fin de cumplir con las expectativas de los estándares de calidad de la publicación académica internacional que se les exige satisfacer -como, por ejemplo, contar con procedimientos de evaluación de doble ciego, que la mayoría de sus autores sean externos a la institución de pertenencia de la revista, que los artículos sean originales e inéditos, que se publiquen periódicamente de manera estricta, que cumplan con determinados formatos de publicación (como resúmenes español e inglés, convenciones de citación) o que aparezcan periódicamente con puntualidad. Visto desde una perspectiva temporal, lo anterior las conduce a reestructurar su organización interna, sus procedimientos de trabajo y hasta mejorar su infraestructura y equipo de trabajo.
Los cambios en las revistas también se originan por las trans formaciones tecnológicas: así, se pasa del uso del correo postal, el teléfono, las máquinas de fotocomposición y el fax, al de computadoras, software de edición, internet, correos electrónicos y sistemas de edición en línea. Se transita del formato de presentación de textos del manuscrito mecanografiado y fotocopiado a otros medios y soportes técnicos como el disco flexible, el CD-Rom, el archivo anexo a un correo electrónico o, actualmente, a cargar el archivo directamente en la plataforma del Open Journal Systems (OJS).
Como se puede ver en las experiencias de varias revistas en los diferentes momentos de su historia, nada puede darse por sentado ni resulta definitivo. A veces hay que crear, prácticamente de la nada, un equipo de colaboradores. En sus inicios, algunas publicaciones no contaron con un espacio exclusivo para su labor, recursos para su trabajo ni el reconocimiento de sus propios departamentos o instituciones. Para ilustrar este punto, baste decir que, en algún caso presentado en el dossier, los primeros números de una revista fueron sencillamente fotocopiados y engrapados.
La creación de una nueva revista académica se enfrenta con el enorme reto de contar con colaboraciones de textos y evaluadores. Pero, ¿de dónde obtener dichos materiales y la disposición de dictaminarlos, si la revista es totalmente desconocida? La primera etapa de varias revistas revela lo frágil del proyecto editorial que sólo el entusiasmo y el trabajo voluntario de un puñado de personas logra estabilizar el tiempo suficiente como para empezar hacerse de autores, árbitros y ciertos recursos económicos.
En este sentido y a juzgar por los testimonios vertidos en el libro, un factor central para la institucionalización de varias revistas académicas ha sido el esfuerzo colectivo de formar parte del padrón de revistas de excelencia del Conacyt. Los requisitos de inclusión en ese padrón han tenido un efecto positivo, sin duda, en la conformación de las revistas por varias razones: internamente, el proceso editorial se profesionaliza de acuerdo con estándares internacionales. Externamente, su publicación se visibiliza. En efecto, el reconocimiento otorgado por el consejo se vuelve un signo de distinción que atrae la atención de autores nacionales e internacionales para proponer artículos. Los dictaminadores saben, a su vez, que están colaborando con una publicación seria. Y los lectores confían que pueden leer en sus páginas textos con una calidad académica más o menos aceptable4.
Todo lo anterior puede entenderse como dispositivos de diferente orden, que confluyen en la construcción de la creencia social -illusio, diría Pierre Bourdieu- de la “cientificidad” y “calidad internacional” de la comunicación científica en forma de artículos especializados de revistas académicas. Como se aprecia en diferentes capítulos del libro, las revistas son una suerte de celosas guardianas de la reputación de la ciencia y su calidad. Con sus diferentes filtros, regulan las prácticas editoriales y publicación y sancionan -o al menos ésa es la expectativa- las malas prácticas como el plagio o el refrito, entre otras.
Finalmente, como artefacto comunicativo, las revistas son, también, archivos y parte de la memoria científica y académica de una comunidad. Aquí se revelan, precisamente, como empresas intelectuales intergeneracionales abocadas a la transmisión y conservación del conocimiento.
Tensiones entre lo global y lo local y el capitalismo académico
La ciencia es un sistema funcional de la sociedad moderna. Opera globalmente, pero se organiza y desarrolla en universidades y centros de investigación de sociedades nacionales -por supuesto, esto sucede con intercambios internacionales de distinto tipo. En este sentido, no hay ciencia mexicana -como tampoco norteamericana-, sino ciencia hecha en México. En otras palabras, a pesar de sus particularidades vernáculas, las prácticas científicas locales están estructuradas y mediadas mundialmente por el código, los programas y el medio de comunicación simbólicamente generalizado del sistema científico, para decirlo con Niklas Luhmann. Lo anterior es un resultado histórico-evolutivo de la sociedad moderna. Qué es la ciencia y qué se puede considerar como contribución y excelencia científicas, se decide al interior del sistema.
Sin embargo, las organizaciones del sistema científico -laboratorios, centros de investigación, universidades, por ejemplo- están cruzados por relaciones de poder configuradas global, internacional, nacional y localmente. En un grado a determinar en cada caso, el poder influye en la producción, organización, difusión, sentido y usos del conocimiento.
Al ser parte de este sistema de la ciencia, las revistas académicas están sometidas también a su lógica de funcionamiento, como se analiza de manera atinada en los capítulos de la primera parte del libro. Veamos. Entre las diferentes disciplinas científicas, existe una evidente asimetría de prestigio y poder entre las denominadas ciencias duras y las ciencias sociales. Esta asimetría se percibe no sólo en el volumen de recursos públicos y privados destinado al financiamiento de proyectos de investigación y la formación de especialistas, sino también -y con esto entro al tema del libro- en la hegemonía de las primeras sobre la determinación de la forma “correcta” de la comunicación científica. El paper o artículo científico, con su forma estandarizada y neutra de presentar resultados de investigación experimental, ha sido asumido como el modo adecuado de la comunicación científica in toto. Sin importar su impronta cuantitativa o cualitativa, las ciencias sociales se han plegado a esta manera de comunicación esperando ser reconocidas, por ello, como “ciencias auténticas”.
Este tributo irreflexivo al cientificismo positivista común en nuestras ciencias, atormentadas por su culposa minoría de edad intelectual, tiene consecuencias directas en la producción y edición de nuestras revistas. Así, las agencias nacionales de fomento y financiación a la ciencia como el Conacyt -estructuradas y organizadas por la asimetría de poder entre las disciplinas y una creencia robusta en el cientificismo-, imponen a las revistas académicas la presentación de este género discursivo como el más importante y válido mediante sus criterios de elegibilidad para ser parte de sus índices de revistas de calidad internacional y, en consecuencia, como un paso para ser reconocidas por otros índices internacionales. Con ello, se homogeniza la comunicación científica y se marginan o, de plano, descartan otras maneras de representar y narrar: como el ensayo, las reseñas, el comentario de coyuntura, la publicación de documentos históricos, las entrevistas o las discusiones. Ni qué decir que el paper resulta un género discursivo poco propicio para la historia, la filosofía y demás disciplinas humanísticas. Los escritos de Bronisław Malinowski, Marc Bloch o Ludwig Wittgenstein probablemente no encontrarían acogida en la mayoría de nuestras revistas indexadas. Si acaso fueran publicados, las revistas correrían el riesgo de ser excluidas del paraíso artificial de los índices nacionales e internacionales.
En su forma actual en tiempos del capitalismo académico, la fetichización de la “excelencia académica” asume aspectos grotescos y paradójicos que desvirtúan la expectativa de producción de conocimiento de calidad. En efecto, la perniciosa conjugación de la precarización de las condiciones laborales de los investigadores, la crisis de las universidades públicas, la monopolización de facto del mercado editorial académico por empresas privadas como Elsevier (base de datos Scopus) y Clarivate Analytics (plataforma Web of Science), especializadas en la explotación digital de información, y la introducción de lógicas de mercado en la organización de la burocracia pública en forma de sistemas de compensación salarial a través del otorgamiento de estímulos monetarios, como el Sistema Nacional de Investigadores (SNI) del Conacyt, han generado, en general, las condiciones de reducción notable de la autonomía de la ciencia y, en particular, la devaluación del trabajo científico y académico.
El investigador es sometido a diferentes tipos de evaluaciones internas y externas, entre ellas las de su “productividad académica”, medida de acuerdo con el número de “productos académicos” elaborados en un determinado periodo. Entre los productos que aquí nos interesan, están los libros y artículos especializados. Para que de verdad cuenten y ello se vea reflejado en los ingresos mensuales de sus autores, los textos deben aparecer publicados en revistas indexadas, es decir, calificadas como de calidad internacional. Quizás su motivación original sea la pasión por el saber, sin embargo el académico se ve impelido, en su comportamiento concreto, por el principio de “publica o perece”. Esta lógica de competencia mercantil feroz, además de desestimular la solidaridad entre pares y la iniciativa de empresas intelectuales colectivas, conlleva el efecto funesto de la producción en masa de artículos de una calidad mediocre. Éstos cumplen, formalmente, con los criterios exigidos, pero aportan poco o nada al estado del arte y al avance científico. Como los espacios de publicación nacional e internacional son relativamente pocos y su demanda elevada, cada semana las revistas se ven enfrentadas por una marea de textos a dictaminar. En consecuencia, ejercen sus funciones de guardianas de la excelencia académica. Todo ello pone a prueba su profesionalismo, capacidad de gestión y monitoreo de malas prácticas. Cosas que son evaluadas, a su vez, por esos mismos sistemas.
Hay propuestas de artículos que se les puede denominar nonatos, es decir, rechazados internamente5 o rechazados por no aprobar las evaluaciones externas. Existen otros, en cambio, que, aunque hayan salido a la luz pública, no se leen o, mejor dicho, no se citan6, y, por tanto, se les puede calificar de zombis. Estos muertos vivientes cumplen un propósito extra-científico: si bien son ignorados por los lectores, valen como la moneda de cambio corriente en los sistemas de evaluación de productividad académica. Para fines de ingreso monetario de sus autores, se cotizan tanto como los trabajos más citados y discutidos por los especialistas.
Una vez entendida la lógica del “juego” de la excelencia académica mercantilizada, no es extraño que muchos académicos prioricen el avance de su carrera profesional a costa de la calidad del conocimiento. Al observar sólo métricas en forma de rankings e impacto, las evaluaciones externas -como las del SNI o el Google Académico- no dicen nada sustantivo sobre el contenido y relevancia de los trabajos cuantificados. En otras palabras, saben mucho de números (traducidos en estímulos monetarios), pero poco de valor científico. Si bien la investigación original no se inhibe del todo, la burocratización de la ciencia sí la dificulta y no la estimula ni la reconoce adecuada y oportunamente.
Un modelo para armar
Tras mi lectura de Revistas académicas, echo de menos que en la introducción no se haya explicitado el criterio con el que se seleccionó a las revistas cuyas experiencias conforman el dossier. Asimismo, hubiera sido interesante haber invitado a alguno de los responsables de definir y coordinar la política del Conacyt dirigida a las revistas de su padrón7. Esta visión institucional podría ayudar a entender una parte importante de los procesos de ensamblaje de las prácticas editoriales tratadas en el libro.
Hay muchas cosas que decir de diferentes temas abordados en el libro Revistas académicas -como, por ejemplo, el del acceso abierto de las publicaciones o su mercantilización excluyente, las tensiones entre los temas, intereses y problemas que importan a la ciencia metropolitana y a la nacional y de la región latinoamericana, entre otros más que no puedo abordar en esta reseña por falta de espacio-. Para cerrar estas líneas, quiero destacar uno de orden práctico. Los análisis, reflexiones, experiencias y propuestas compartidas generosamente por los autores a lo largo de la obra son lo suficientemente ricas, por lo que los intrépidos que se embarquen por primera vez en una aventura editorial pueden hallar en estas páginas instrucciones útiles para armar su propio modelo de revista ahorrándose mucho de los dolores de cabeza que pasaron, en su momento, los equipos editoriales presentes en el libro.
Revistas académicas es, finalmente, un libro muy recomendable para lectores interesados en el conocimiento de la edición de revistas científicas y humanísticas, en la sociología del conocimiento y la ciencia y en la historia de las ciencias sociales y humanidades en el país.