Los estudios sobre la dimensionalidad de la competencia política en América Latina (Llamazares, & Sandell, 2003; Alcántara, & Llamazares, 2006; Alcántara, & Rivas, 2007; Gramacho, & Llamazares, 2007; Kitschelt et al., 2010; Rosas, 2010; Freidenberg, & Došek, 2012) se han enfocado tradicionalmente en la oferta partidaria, es decir, en los partidos y las élites políticas sin proporcionar una explicación exhaustiva que incorpore la articulación partidista de las divisiones sociales del electorado. Con las excepciones del trabajo de Moreno (1999a, 2003, 2015) para el caso mexicano, y de Bonilla et al. (2011), Luna (2008) y Torcal, & Mainwaring (2003) para Chile, no se han desarrollado estudios empíricos sistemáticos que aborden la variación de las posiciones relativas de los partidos con base en sus electores promedio, en cada una de las dimensiones de conflicto. Para el caso argentino, autores que han estudiado la dimensionalidad ideológica de las élites en el periodo pre y postautoritario (Ostiguy, 1997, 2009; Llamazares, & Sandell, 2003; Alessandro, 2009) coinciden en que la mirada a la política en este país con una sola dimensión resulta insuficiente, puesto que el espacio constituido por el eje peronismo-antiperonismo tiene un contenido temático multidimensional, donde no sólo conviven diferentes concepciones políticas en torno al conflicto económico-distributivo, sino también socioculturales.Argentina pertenece a un subconjunto de casos latinomericanos donde, después de haber atravesado la etapa de derrumbamiento del modelo de Industrialización por Sustitución de Importaciones (ISI), y el apogeo del modelo neoliberal de la mano de un partido de base laboral (labor-based party), los vínculos programáticos que acaso existían en torno al conflicto más clásico como el socioeconómico, se vieron profundamente erosionados (Roberts, 2002, 2013).
Posteriormente, durante el periodo posneoliberal, el país experimentó también un lapso de irrupción de gobiernos de izquierda o centro-izquierda (Levitsky, & Roberts, 2011) con las administraciones kirchneristas. Durante este último periodo, una versión readaptada del conflicto peronismo-antiperonismo volvió a ponerse en el centro de la política argentina, en términos de un campo nacional-popular contra una élite económica concentrada, a raíz del impulso por parte del gobierno de una serie de políticas económicas de corte estatista. Pero además, durante esta etapa el peronismo intentó acercarse también a demandas sociales relacionadas con los derechos humanos, la participación política, la diversidad sexual y/o el matrimonio igualitario. En este marco cabe preguntarse: ¿continúa vigente en el mapa actitudinal de la sociedad argentina el conflicto socioeconómico? ¿Es relevante un conflicto de corte sociocultural o, en otras palabras, hasta qué punto los valores y actitudes en torno a temas como la protesta social, los derechos humanos o el aborto son importantes para dividir la opinión pública? Y, finalmente, en el caso de estar presentes, ¿influyen estas divisiones en el comportamiento electoral de los votantes argentinos? Arrojar evidencia sobre estas cuestiones permitirá no sólo una comprensión más profunda, no desarrollada todavía, sobre los cambios experimentados en las actitudes de la sociedad argentina desde 1990 en adelante, sino también, en el futuro sobre cambios en otras sociedades latinoamericanas que han compartido procesos análogos. En ese sentido, aunque se trata de un estudio de caso, el presente trabajo se enmarca dentro de intereses analíticos más generales, con el propósito de que los hallazgos tengan valor teórico comparativo. El artículo tiene dos objetivos principales. El primero es identificar las divisiones latentes de conflicto que estructuran el mapa actitudinal argentino. En segundo lugar, analizar si esas divisiones tienen alguna relación con el voto, tomando como referencia las elecciones presidenciales de 2015, cuyos resultados determinaron un giro ideológico con el triunfo de Macri, y la derrota del kirchnerismo luego de 12 años en el gobierno.
El análisis empírico se basa en los datos del Barómetro de las Américas de LAPOP 2016-2017. Los resultados arrojan que una dimensión sociopolítica, expresada en términos de actitudes contestatarias frente a conformistas, fue determinante en las elecciones de 2015 para entender el voto de los dos grandes bloques de votantes, peronistas y antiperonistas. El artículo se estructura de la siguiente manera. Después de presentar un breve marco teórico sobre la naturaleza dimensional de la competencia política, se describe la evolución de las divisiones del conflicto político en el caso de estudio. La tercera sección presenta los datos y el análisis empírico. Este último se desarrolla en dos apartados: el primero está dedicado a detectar las dimensiones latentes del conflicto político, determinar su asociación con el eje izquierda-derecha y mapearlas en una representación bidimensional. Posteriormente, se abordan las implicaciones electorales de esas dimensiones. Por último, se presentan la discusión de los resultados y las conclusiones.
Consideraciones teóricas: la multidimensionalidad de la competencia política
Las preferencias individuales de los ciudadanos abren un espacio importante de dimensiones de conflicto sobre las cuales, en mayor o menor medida, los votantes toman posiciones que moldean y delimitan el campo de la competencia política (Benoit, & Laver, 2006). La interpretación significativa de la matriz de distancias entre agentes, o del espacio conceptual que puede derivarse de ella, requiere que hablemos en términos de “dimensiones” sustantivas que abarcan el espacio político. Estas dimensiones nos permiten examinar las posiciones relativas de los puntos en un espacio geográfico para interpretar las pautas sistemáticas en las preferencias de los individuos (Benoit, & Laver, 2012).
En general, los temas más destacados de la sociedad son los que determinan las dimensiones de la competencia política posicional (Kitschelt, 2007). El contenido de las dimensiones está dado por los diferentes temas de conflicto, a saber, los clásicos temas socioeconómicos, o los nuevos temas que evolucionan en la sociedad (Schofield, 2007). En otras palabras, el espacio de movilización del conflicto está condicionado por las identidades políticas ligadas a las divisiones sociales establecidas, y a la consecuente alineación de los sistemas de partidos (Häusermann, & Kriesi, 2015).
Hay dos enfoques fundamentales desde los cuales abordar la dimensionalidad de las preferencias de políticas públicas (policy preferences). Por un lado, los enfoques sociológicos, o de abajo hacia arriba, explican la dimensionalidad en términos de los conflictos fundamentales de una sociedad. Por otro, los enfoques estratégicos, o de arriba hacia abajo, explican la dimensionalidad en términos de la competencia entre partidos, las reglas del juego político y los beneficios de la reducción. El enfoque sociológico se ocupa principalmente del carácter sustantivo de las divisiones de la sociedad y de las probabilidades de que personas con características sociales particulares apoyen a uno u otro partido político. Parte de la premisa de Lipset-Rokkan de que los grandes conflictos tienen sus raíces en la experiencia histórica de una sociedad y que éstos tienen un efecto intergeneracional en los valores y preferencias de los ciudadanos (De Vries, & Marks, 2012). El enfoque estratégico parte del supuesto de que la política es una lucha competitiva entre partidos políticos sobre los que las cuestiones políticas llegan a dominar la agenda política. En este enfoque, los partidos no son vasos comunicantes de las divisiones sociales, sino que estructuran y determinan activamente el contenido del conflicto social (De Vries, & Hobolt, 2012; Rovny, 2012).
Tanto desde el enfoque sociológico como del estratégico, la existencia de dimensiones del conflicto sobre la cual puede distinguirse una distribución de preferencias ciudadanas, tiene enormes implicaciones en el comportamiento electoral, y está íntimamente relacionado con el llamado issue voting. Los issues constituyen la “moneda” de la competencia para el apoyo de los votantes, es decir, aquellos asuntos de política y paquetes de cuestiones, temas o políticas públicas, que los políticos prometen promulgar para obtener el apoyo electoral. Un cambio en el posicionamiento de los votantes respecto de cada issue tiene como contrapartida un cambio en las probabilidades de que apoyen a un partido diferente (Kitschelt, & Wilkinson, 2007).
Según Kitschelt (1994, 1995, 2007, 2010, 2018), una división política partidista aparece cuando los partidos representan diferentes lados de una división social. Estadísticamente, ese mapa de divisiones puede detectarse con técnicas de análisis factorial y discriminante, así como de análisis de regresión, con la elección del partido como variable dependiente, especialmente en modelos logísticos multinomiales o logísticos condicionales.
El número de divisiones sociales que se mapean en el sistema de partidos puede ser mayor que el número de divisiones partidistas, si hay varias divisiones de refuerzo capturadas por las mismas alternativas partidistas. Por ejemplo, si todos los votantes de la clase trabajadora son también laicos, y todos los votantes no pertenecientes a la clase trabajadora son religiosos, no habrá divisiones políticas partidistas religiosas y de clase separadas. Por el contrario, cuando los miembros de un grupo en las divisiones sociales se cruzan entre sí y se asignan a los partidos tienden a generar múltiples divisiones partidistas (Kitschelt, 2007).
Asimismo, a pesar de que las trayectorias históricas económicosociales de desarrollo de cada país constituyen causas explicativas sustanciales en la conformación de esas divisiones (Kitschelt, 2007; Henjak, 2010), los factores de corto plazo y las llamadas coyunturas críticas tienen también un correlato importante en la evolución y transformación de las divisiones principales del conflicto político (Collier, & Collier, 1991).
En suma, la cuestión fundamental de la interpretación del posicionamiento espacial de la competencia política es que su contenido temático puede ser multidimensional (Schofield, 2007; Stokes, 1963); es decir, el contenido de las dimensiones está dado por los diferentes temas de conflicto, a saber, los clásicos temas socioeconómicos, o los nuevos temas que evolucionan en la sociedad. Inglehart (1990, 1997, 2005, 2017) y Kitschelt (1995, 2018) atribuyen el surgimiento de nuevos temas y dinámicas de conflicto político al paso de las sociedades preindustriales a sociedades postindustriales. En el modelo clásico de sociedad industrial, la polarizacion política era una consecuencia directa del conflicto social de clase, pues la clase trabajadora era considerada la natural base de apoyo de la izquierda. Según Inglehart (2005), en las sociedades postindustriales, cada vez más, el apoyo al cambio social proviene de una base posmaterialista, en gran parte de clase media en origen.
Dicha transformación se produjo por un cambio de valores materialistas (relacionados con la seguridad y la supervivencia económica) a posmaterialistas que se caracterizan por ser valores de autoexpresión que enfatizan la calidad de vida y el bienestar subjetivo (Inglehart, & Welzer, 2005). Además, el aumento de la polarización sobre temas culturales en el electorado ha provocado con el tiempo una reacción autoritaria entre los conservadores sociales que se habían retirado de la esfera pública, suprimiendo la expresión abierta de opiniones políticamente incorrectas (Norris, & Inglehart, 2019). Por su parte, Kitschelt (2018) afirma que la dimensión que cruza el eje económico es político-cultural, y polariza las actitudes entre “libertarias” y “autoritarias”. Este conflicto gira en torno a temas correspondientes a la ciudadanía, el papel y la representación de la mujer, la multiculturalidad, la ecología y las formas de participación política. La combinación de ambas dimensiones, una económica y otra político-cultural, genera un eje de conflicto en torno al cual, de acuerdo con Kitschelt, se distribuye la mayoría de los votantes.
Ahora bien, estas dinámicas reflejan el contexto de las democracias avanzadas, en las cuales la competencia fue establecida hace tiempo (Moreno, 1999b), pero el contexto de las democracias emergentes como las latinoamericanas se presenta como una variación de lo que esos autores muestran, sobre todo por la relevancia de temas distintos.
Las divisiones del conflicto político en Argentina
Roberts (2002) señala que los temas de clase no estuvieron del todo ausentes del conflicto político en aquellos países donde los sistemas de partidos se reconfiguraron por el surgimiento de un partido populista o izquierdista basado en la movilización de masas y trabajadores durante la era ISI (Industrialización por Sustitución de Importaciones) a mediados del siglo XX. En Argentina, a pesar de que la izquierda permaneció prácticamente desplazada del movimiento obrero, y el marxismo estuvo notablemente ausente como referente ideológico, el peronismo cultivó poderosas identidades colectivas que fueron infundidas con contenido de clase, diferenciando claramente entre las élites y las clases populares en la sociedad argentina (Ostiguy, 1997).
Sin embargo, el colapso de ISI y la expansión de la liberalización del mercado a finales del siglo XX socavó la competencia programática en algunos sistemas de partidos, mientras que la potenció en otros. En países como Venezuela, Bolivia y Ecuador, esta coyuntura desencadenó extensos patrones de protesta social que culminaron con la elección de presidentes de izquierda, lo que sumió a los sistemas de partidos en crisis agudas, y eclipsó no sólo a los principales partidos centristas y conservadores, sino también a los principales partidos populistas o de centro-izquierda (Roberts, 2013). Sin embargo, en Argentina la coyuntura crítica neoliberal no dinamitó el sistema de partidos, y a pesar de las intensas movilizaciones sociales de 2001, el Partido Justicialista quedó en pie y fue capaz de renovarse con la elección de Néstor Kirchner, quien se unió al grupo de presidentes de izquierda que rechazaron abiertamente el modelo de libre mercado y dirigieron las políticas públicas en direcciones más estatistas y nacionalistas (Levitsky, & Roberts, 2011).
Según Rossi (2015), el periodo conocido como “giro a la izquierda latinoamericano” significó en Argentina una segunda ola de incorporación económico-social, dentro de una redefinición del escenario sociopolítico del país, producida por la inclusión selectiva de sectores populares en la forma de gobierno después de haber sido excluidos o desincorporados por los regímenes militares autoritarios primero y por las reformas democráticas neoliberales después.
Al mismo tiempo, durante este periodo emergieron nuevos temas de índole moral y social, a raíz de que el gobierno kirchnerista intentó poner en agenda el debate respecto de la ampliación de derechos de minorías y demandas sociales. En el año 2010 se legalizó el matrimonio entre personas del mismo sexo; en 2012 se aprobó una ley de Identidad de Género y también durante este año se debatió arduamente la posibilidad de despenalizar el consumo de marihuana. Asimismo, durante esa década emergieron con fuerza reivindicaciones feministas, que enarbolaron la persistente presentación en el Congreso de proyectos de despenalización del aborto y multitudinarias manifestaciones en contra de la violencia de género. Además, durante esa etapa, la movilización política y social estuvo a la orden del día. Después de haberse reducido considerablemente a partir de los años setenta, se observó también una expansión significativa de la participación política, especialmente entre los sectores más jóvenes, el sindicalismo y diferentes organizaciones de la sociedad civil (Vázquez et al., 2018).
Aunque la relevancia del conflicto económico-distributivo y, en cierta medida, de clase, fue importante para explicar la división entre peronistas y antiperonistas (Alessandro, 2009), actualmente es necesario analizar las dimensiones de la competencia política en Argentina, tener en cuenta las transformaciones acontecidas desde los noventa en adelante, y pasar por un desgaste de los vínculos programáticos del peronismo durante el gobierno de Menem, hasta la revalorización de los sectores trabajadores, desocupados y ciertas minorías durante el kirchnerismo y la emergencia de nuevos temas de carácter posmaterialistas durante la última década. En tal sentido, la pregunta que este trabajo se hace es hasta qué punto los cambios socioeconómicos y socioculturales que se han descripto anteriormente pasaron a definir y/o redefinir el mapa actitudinal argentino, y cómo éste ha establecido vínculos importantes entre los electores y los partidos políticos, tomando como punto de referencia las elecciones presidenciales de 2015.
Datos y metodología
El mapa actitudinal del electorado argentino
Entre los estudios que abordan la dimensionalidad ideológica en la era democrática y utilizan el eje izquierda-derecha y peronismo-antiperonismo (Ostiguy, 2009, 1997; Llamazares, & Sandell, 2003; Alessandro, 2009), hay consenso en cuanto a concluir que la mirada a la política argentina con una sola dimensión resulta insuficiente, ya que es preciso introducir al menos un eje político-sociocultural que históricamente ha dividido, al menos, a peronistas de no peronistas (Ostiguy, 2009, 1997).
Sin embargo, esos trabajos han abordado las dimensiones de la competencia política y se han enfocado mayormente en los partidos y/o élites políticas, al identificar las principales divisiones que los separan. En cambio, en este trabajo se parte de las líneas de conflicto que hay, en primer término, en el seno de la opinión púbica, para analizar ulteriormente cómo dichas divisiones se articulan con las preferencias políticas del electorado.
Para medir la dimensionalidad del espacio político en el plano de la demanda, utilizamos un conjunto de declaraciones que se refieren a preferencias de temas, es decir, declaraciones que apoyan o se oponen a determinadas propuestas de políticas (véase batería de preguntas en el apéndice). Con estos ítems, llevamos a cabo un análisis factorial exploratorio (EFA) que permite agrupar un conjunto de variables en un número menor de dimensiones según la varianza compartida (Yong, & Pearce, 2013). El EFA permite explicaciones parsimoniosas, que examinan la existencia de una estructura actitudinal latente en el nivel de las preferencias políticas. Los datos utilizados provienen del Barómetro de las Américas de LAPOP 2016/2017.2
Los resultados del análisis factorial para el conjunto de datos (véase Tabla 1) confirman la presencia de tres factores con suficiente robustez para reflejar tres dimensiones latentes en la opinión pública argentina: una sociopolítica, una sociocultural y una socioeconómica. La primera, la dimensión sociopolítica, explica 35% de la varianza y está compuesta por tres componentes relacionados entre sí: “manifestaciones pacíficas” y “bloqueo de calles” capturan el grado de acuerdo con que las personas participen en manifestaciones permitidas por la ley y utilicen el cierre o bloqueo de calles o carreteras como forma de protesta. Estas dos pregunas reflejan las tendencias de rechazo o aceptación de distintas modalidades de movilización social. El último componente, “libertades individuales”, es la percepción respecto a la cobertura de derechos de libertad de prensa, la libertad de expresión, libertad de opinar políticamente y derechos humanos. En su conjunto, esta primera dimensión agrupa orientaciones en materia de participación y movilización sociopolítica. De alguna forma, refiere a lo que Coppedge (2012) denomina la dimensión de contestation de la democracia, es decir, la posibilidad de la objeción y/o contestación política por parte de la ciudadanía. En términos actitudinales, esta dimensión separa a conformistas, es decir, aquellos que consideran que los tipos de actividades que desafían a las élites, como las protestas callejeras, son formas inapropiadas de comportamiento ruidoso y perturbador (Norris, & Inglehart, 2019), de aquéllos más contestatarios, es decir, más proclives a aceptar formas de acción colectiva contenciosa. En resumen, esta dimensión sociopolítica se expresa en una distribución de preferencias que va desde los más contestatarios y movilizados, hasta los más conformistas o menos movilizados.
Factor 1 Dimensión sociopolítica | Factor 2 Dimensión sociocultural | Factor 3 Dimensión socioeconómica | |
---|---|---|---|
Resultados de los componentes principales | |||
Valor propio | 1.13 | 1.06 | 1.01 |
Varianza explicada | 0.35 | 0.33 | 0.32 |
Varianza acumulada explicada | 0.35 | 0.68 | 1.00 |
Cargas de elementos y factores rotados | |||
Propiedad estatal ppales. industrias | 0.14 | 0.00 | 0.37 |
Rol estatal en reducción desigualdad | 0.10 | 0.14 | 0.62 |
Rol estatal en provisión de pensiones | 0.04 | 0.07 | 0.56 |
Democracia mejor forma de gobierno | -0.12 | 0.53 | 0.32 |
Manifestaciones pacíficas | 0.49 | 0.38 | 0.13 |
Bloqueo de calles como protesta | 0.74 | 0.00 | 0.07 |
Libertades individuales | -0.38 | 0.03 | -0.01 |
Derechos homosexuales | 0.19 | 0.44 | 0.14 |
Medio ambiente | 0.02 | 0.22 | 0.02 |
Aborto | 0.00 | 0.24 | 0.08 |
Justificación golpe de Estado | 0.04 | -0.39 | 0.01 |
Gobierno sin Congreso | -0.04 | 0.37 | -0.09 |
N 1528 | |||
Kaiser-Meyer-Olkin M. | 0.67 (significant level: cut-off of above .50). | ||
Prueba Bartlett | < 2.2e-16 | ||
Tucker Lewis Index | 0.857 | ||
Probabilidad chi cuadrada | 177.89 | ||
Df. | 78 | ||
Sig. | < 1.2e-18 (significant level: p < .05) |
Método de extracción: Análisis de componentes principales.
Método de rotación: Varimax con normalización Kaiser.
Fuente: Elaboración propia basada en LAPOP (2016-2017).
La segunda dimensión es la sociocultural, y en ella convergen componentes relativos al clivaje de valores (Inglehart, 2017, 1997) como la homosexualidad, el aborto, la defensa del medio ambiente, pero también elementos que refieren a actitudes autoritarias. Este factor muestra una escala uniforme con un valor propio de 1.06 y representa 33% de la varianza. A diferencia de México y Chile, donde el eje democrático-autoritario constituye una dimensión en sí misma (Moreno, 2015; Bonilla et al., 2011), en Argentina estos valores aparecen interrelacionadas con temas de carácter social y moral que expresan puntos de vista liberales frente a conservadores. Es decir, aquellos que piensan que la democracia es la mejor forma de gobierno, no justificarían un golpe de Estado en caso de mucha delincuencia ni apoyarían que el presidente gobierne sin el Congreso en tiempos difíciles. Pero además, estos individuos también están a favor de los derechos de los homosexuales y, en menor medida, del aborto y de la protección del medio ambiente en detrimento del crecimiento económico. En efecto, la orientación autoritaria de esta dimensión refleja un conjunto de valores que, según Norris, & Inglehart (2019) dan prioridad a tres componentes básicos: (1) la importancia de la seguridad frente a los riesgos de inestabilidad y desorden (por ejemplo, delincuencia, inseguridad); (2) el valor de la conformidad del grupo para preservar las tradiciones convencionales (por ejemplo, familia, matrimonio entre hombre y mujer, etcétera), y (3) la necesidad de una obediencia leal hacia los líderes fuertes que protegen al grupo (por ejemplo, presidente fuerte).
La asuencia de un eje autónomo en términos democracia-autoritarismo encuentra explicación en el hecho de que, según Hawkins et al. (2010), al menos hasta fines del siglo XX, las divisiones partidistas sobre una división de régimen han sido efímeras en aquellos sistemas de partidos más institucionalizados como el argentino, que habían experimentado, previamente a los gobiernos dictatoriales, un periodo de normalidad en cuanto a la competencia electoral entre fuerzas políticas, que se articulaban en torno a un conflicto económico-distributivo como consecuencia de las políticas de incorporación durante la era ISI. Sin embargo, a pesar de que los ítems “justificación golpe de Estado” y “gobierno sin Congreso” no reflejen un conflicto continuo sobre los méritos de la democracia, su presencia constituye un síntoma de valores autoritarios frente a problemáticas que los gobiernos constitucionales no han podido solucionar, principalmente derivadas de la violencia y la inseguridad ciudadana (Kurtenbach, & Scharpf, 2018), anclados en un mensaje de “ley y orden” por parte de fuerzas conservadoras de derecha.
En este caso, la conjunción de los componentes que conforman ese factor se asemeja mucho a la dimensión GALTAN, etiqueta acuñada por Hooghe et al. (2002) para Europa occidental, expresada en un continuum en el que el polo GAL representa las actitudes “green, alternative and libertarian” (verdes, alternativas y libertarias), mientras que el polo TAN, combina el apoyo a los valores “traditional, authoritarian and nationalist” (tradicionales, autoritarios y nacionalistas). No obstante, el término no sería el más adecuado en el caso argentino al estar ausente el componente nacionalista que refleja sentimientos de rechazo a la inmigración y defensa de la comunidad nacional (Hoogue et al., 2002).3 Por tanto, para esta dimensión adoptamos la etiqueta “libertario/autoritario” de Kitschelt (1994, 1995), la cual define una distribución de preferencias que va desde los más libertarios, con posiciones prodemocráticas pero también a favor de los derechos homosexuales, el aborto y la defensa del medio ambiente, hasta los más autoritarios que expresan las actitudes opuestas, es decir, presentan actitudes menos democráticas y más conservadoras en temas de índole moral y social.
Por último, la tercera dimensión es la socioeconómica y explica 32% de la varianza. Está conformada, por una parte, por el énfasis en la propiedad estatal contra la privada de las principales empresas e industrias del país, y por otra, por la preferencia de que el Estado debe hacerse responsable de la igualdad de ingresos y seguridad social contra la idea de que los individuos deben hacerse responsables por sí mismos (Roosma et al., 2013). Estos tres ítems definen una distribución de preferencias que va desde los más partidarios de un rol activo del Estado en la economía, incluso aquellos que prefieren un Estado menos intervencionista y son más proclives a un modelo de libre mercado.
En suma, tres dimensiones dan forma al mapa de la opinión pública argentina: una sociopolítica que despliega un eje de actitudes contestatarias frente a conformistas, una sociocultural que define una polaridad entre libertarios frente a autoritarios, y finalmente, una división socioeconómica entre posiciones estatistas frente a las de libre mercado. Para los ítems seleccionados, esos tres factores explican un porcentaje de variación muy semejante.
Ahora bien, las orientaciones en las dimensiones sustantivas en áreas de políticas específicas contribuyen al mismo tiempo al significado de la izquierda y la derecha, es decir, tienden a asociarse a posiciones en una superdimensión ideológica más abarcadora (Benoit, & Laver, 2006, 2007). Con el objetivo de saber cómo influyen las dimensiones ideológicas identificadas anteriormente en las posturas de izquierda y derecha del electorado argentino, desarrollamos un modelo de regresión lineal múltiple (véase Tabla 5 en apéndice). Al controlarse por las variables sexo, edad y educación, el modelo muestra que, en efecto, las orientaciones tanto en la dimensión sociopolítica como sociocultural explican de manera significativa las posturas de izquierda y derecha de los argentinos; sin embargo, las preferencias de carácter socioeconómico no están claramente cristalizadas en la autodefinición ideológica de los votantes. Las posiciones de izquierda son más contestatarias y más libertarias, como indica el signo negativo de los coeficientes para cada variable. Por su parte, las posiciones de derecha son más conformistas y autoritarias.
Mapa de votantes en las dimensiones de conflicto
Las siguientes figuras permiten ubicar las posiciones promedio de los votantes de los diferentes partidos en una representación bidimensional. La Figura 1 traza las posiciones de los votantes en las dimensiones sociocultural y socioeconómica. En un extremo, los votantes de Stolbizer (Progresistas) y Del Caño (FIT) se ubican en el cuadrante de las posiciones favorables al Estado y libertarias, mientras que, en el extremo opuesto, se colocan los votantes de Macri, Massa y Scioli con actitudes más favorables al mercado y autoritarias.
Los siguientes gráficos muestran la posición promedio de los votantes en la dimensión sociopolítica en combinación con las dimensiones sociocultural y económica. Tanto en la Figura 2 como en la 3, los votantes del FPV muestran un carácter “anómalo” al ubicarse en el cuadrante de orientaciones contestatarias y, al mismo tiempo, antilibertarias (Figura 2) e, inesperadamente, promercado (Figura 3). Mientras tanto, para los restantes grupos de votantes se mantiene la asociación entre las actitudes contestatarias y estatistas (FIT y Progresistas), y, en el cuadrante opuesto, conformistas y promercado (votantes de Macri y Massa).
La disposición de las Figuras 2 y 3 sugiere que las actitudes en la dimensión sociopolítica para el caso de los votantes de Scioli (FPV) se desvían de la lógica esperada en el sentido de que estas preferencias no se articulan espacialmente con las otras dimensiones en la misma dirección, es decir, que el hecho de que el votante del FPV tienda a exhibir orientaciones contestatarias, no significa que también se oriente hacia actitudes estatistas y libertarias.
Vote | N | Porcentaje | Porcentaje válido |
Mauricio Macri (Cambiemos) | 400 | 26.2 | 40.9 |
Daniel Scioli (FPV) | 354 | 23.2 | 36.2 |
Sergio Massa (UNA) | 111 | 7.3 | 11.3 |
Nicolás del Caño (FIT) | 18 | 1.2 | 1.8 |
Margarita Stolbizer (Progresistas) | 15 | 1.0 | 1.5 |
Otros | 80 | 5.2 | 4.3 |
Total | 978 | 64.1 | 4 |
No sabe/ no responde/ninungo | 550 | 35.9 | |
Total | 1528 | 100 |
Fuente: LAPOP (2016-2017).
El impacto de las dimensiones sobre el voto
A continuación se analizan las implicaciones electorales de las tres dimensiones identificadas anteriormente. El objetivo es examinar no sólo si las dimensiones actitudinales son importantes en la elección partidista, sino también cuál es la distribución de preferencias que impulsa el voto por un partido o candidato en comparación a otro.
Los estudios sobre el conflicto económico-distributivo en América Latina han demostrado que, a finales del siglo XX, en países como Argentina -que fueron relativamente “tempranos” en su desarrollo económico y habían adoptado políticas de bienestar social relativamente abarcadoras durante el periodo ISI-, el electorado fue capaz de cristalizar sus preferencias en torno a logros político-económicos específicos, por tanto, existía competencia programática: estructurada en gran medida, pero no exclusivamente, por preferencias rivales hacia las políticas económicas y redistributivas (Kitschelt et al., 2010).
No obstante, durante el periodo que se extendió en Argentina desde 1976 hasta aproximadamente 2003, esas estructuras de clivajes semiestratificadas se vieron socavadas por la lógica individualizadora de la era neoliberal, la cual erosionó las divisiones de clase a lo largo de sus distintas dimensiones (Roberts, 2002). Las políticas de ajuste adoptadas en los años ochenta y noventa por los partidos populistas o de centro-izquierda, como el Partido Justicialista (peronismo) en la Argentina, provocaron secuencias reactivas desestabilizadoras a medida que la oposición social a la liberalización del mercado se intensificaba en el periodo posterior (Roberts, 2013). En algunos casos, la resistencia social se expresó en movimientos de protesta masiva que desafiaron a toda la clase política y que finalmente dieron lugar a alternativas populistas e izquierdistas más radicales y extrasistémicas (Madrid, 2010), tales como el caso del chavismo en Venezuela o Evo Morales en Bolivia. No obstante, en Argentina, aunque el peronismo fue el partido gobernante cuando se llevaron a cabo las políticas neoliberales más agresivas, la alternativa que surgió más tarde derivó de una facción inclinada a la izquierda (Frente para la Victoria) dentro del propio peronismo. Al menos durante los primeros años de kirchnerismo -al igual que en otros países latinoamericanos en los que se produjo un giro a la izquierda-, se atendieron las demandas de las protestas sociales, principalmente las provenientes de los desempleados y los movimientos obreros. En general, el peronismo ha sido clasificado como un partido de base obrera (labor-based party) que, a pesar de tornarse bastante heterogéneo en el plano ideológico, ha mantenido en el tiempo un núcleo de apoyo del sector gremial, trabajadores y otros sectores desfavorecidos con una enorme capacidad de movilización político-social (Levitsky, 2003). En este sentido, se espera que:
H1: La dimensión sociopolítica tenga un efecto mayor que la dimension socioeconómica en el voto.
Además, comparativamente entre partidos, esperamos que:
H2: En comparación con Macri (Cambiemos), el apoyo electoral de los otros partidos/candidatos esté más fuertemente asociado a las posiciones contestatarias de la dimensión sociopolítica.
H3: En comparación con Macri (Cambiemos), el apoyo electoral de los otros partidos/candidatos esté más fuertemente asociado a las posiciones pro-Estado de la dimensión socioeconómica.
Por otro lado, en lo que respecta a valores autoritarios, Hawkins; Kitschelt, & Llamazares (2010) demostraron que en países como Argentina, con largas trayectorias de competencia electoral y desarrollo de sistemas de partidos previos a la etapa de gobiernos dictatoriales, las divisiones en torno al autoritarismo son en su mayoría retrospectivas y no reflejan un conflicto continuo sobre los méritos de la democracia. Asimismo, en lo que concierne a la idea de que el gobierno debe ser una autoridad moral fuerte en oposición a los valores libertarios que amenazan las tradiciones y el orden público, Rosas (2010) afirma que, al menos entre la élite, las cuestiones morales no han tenido históricamente un papel predictivo en la estructuración de la competencia partidaria. En resumen, al extrapolar algunas pistas que proporcionan los hallazgos a nivel de élite, la expectativa es que:
H4: La dimensión sociocultural tenga un efecto menor que la dimensión sociopolítica y socioeconómica en el voto.
Comparativamente entre partidos, se espera que:
H5: En comparación con Macri (Cambiemos), el apoyo electoral de los otros partidos/candidatos esté más fuertemente asociado a las posiciones libertarias de la dimensión sociocultural.
Variables y modelos
El triunfo de Macri en las elecciones presidenciales de 2015 marcó el fin de 12 años de kirchnerismo para inaugurar un gobierno de centro-derecha. Mauricio Macri, candidato del sector empresarial privado, se convirtió en presidente tras una votación en la que ganó por tres puntos porcentuales frente a la fórmula oficial peronista del Frente para la Victoria (FPV), encabezada por Daniel Scioli. Sin embargo, en la primera vuelta el FPV ganó la elección con 37% de los votos. Macri, que se postuló por la coalición electoral de centro-derecha Cambiemos, integrada por el PRO4 (Propuesta Republicana), la UCR (Unión Cívica Radical) y la CC (Coalición Cívica), obtuvo 34% de los votos. El tercer candidato más votado fue Sergio Massa -candidato también peronista que formó parte del gobierno kirchnerista hasta 2013-, por la coalición UNA (Unidos por una Nueva Alternativa) que logró alcanzar 21% de los votos en las elecciones generales. Por último, Nicolás del Caño del FIT (Frente de Izquierda y de los Trabajadores) obtuvo 3.23% de los votos, y Margarita Stolbizer (Progresistas), 2.51%.Para examinar los correlatos actitudinales de la elección partidista, se realiza una regresión logística multinomial, designando a “Macri (Cambiemos)” como la categoría de base. Ello permitirá observar qué tipos de actitudes tienen más probabilidades de votar por el FPV, UNA, FIT y Progresistas, que por la principal alianza de oposición al kirchnerismo. Se utiliza la siguiente pregunta como la variable dependiente: “¿A quién votó usted como presidente en la primera vuelta de las últimas elecciones presidenciales de octubre de 2015?”5 Las respuestas han sido recodificadas en los siguientes grupos de votantes: 1 “Macri (Cambiemos)”, 2 “Scioli (FPV)”, 3 “Massa (UNA)” y 4 “Del Caño (FIT)/Stolbizer (Progresistas)”.6 Los otros partidos, votos en blanco y nulos, son etiquetados como “otros”. Las respuestas de las personas que no respondieron, dijeron que no sabían, o dijeron que no votarían por ningún partido o candidato, se consideran perdidas.
Las principales variables independientes son las tres dimensiones actitudinales (sociopolítica, sociocultural y socioeconómica). A estos factores, que son de interés primordial para el trabajo, se añade un conjunto de variables de control: edad, género, educación, ingresos,7 evaluación sociotrópica y egotrópica de la economía8 e ideología en la escala izquierda-derecha.9
Resultados
Las hipótesis se prueban en cuatro modelos diferentes, a medida que se van incorporando variables de control. El modelo inicial pone a prueba las bases de apoyo socioeconómico y sociodemográfico. Como puede verse en el modelo 1 de la Tabla 3, la edad y la educación son significativas en la probabilidad de votar por Scioli, con un margen de error inferior a 0.05. Los votantes de Scioli se diferencian de los de Macri en que son menos educados y más jóvenes que estos últimos. La edad también es relevante en la probabilidad de votar por Massa y FIT/Progresistas, al ser los votantes de ambos, más jóvenes que los de Macri. Por otro lado, la educación tiene un importante efecto en la probabilidad de votar por FIT/Progresistas.
Variables predictoras | Modelo 1 | Modelo 2 | Modelo 3 | Modelo 4 |
SCIOLI | ||||
Intercepto | 1.258** (0.409) | 1.224** (0.467) | -5.383*** (0.812) | -4.983*** (0.943) |
Sexo | 0.014 (0.149) | -0.045 (0.164) | -0.144 (0.186) | -0.158 (0.198) |
Edad | -0.01* (0.005) | -0.00 (0.005) | 0.006 (0.006) | 0.008 (0.006) |
Educación | -0.463* (0.165) | -0.693** (0.191) | -0.413* (0.219) | -0.269 (0.232) |
Ingresos | -0.17 (0.094) | -0.137 (0.104) | -0.114 (0.119) | -0.085 (0.126) |
Sociopolítica | 1.263*** (0.118) | 0.902 *** (0.131) | 0.788*** (0.139) | |
Sociocultural | 0.135 (0.118) | 0.249 (0.134) | 0.271 (0.144) | |
Socioeconómica | 0.218* (0.113) | 0.154 (0.124) | 0.189 (0.132) | |
Sociotrópico | 1.749 *** (0.201) | 1.707*** (0.210) | ||
Egotrópico | 0.619*** (0.151) | 0.703*** (0.160) | ||
Ideología | -0.267**(0.1) | |||
MASSA | ||||
Intercepto | -0.03 (0.596) | -0.147 (0.628) | -2.074*** (0.855) | -2.112*** (1.059) |
Sexo | 0.023 (0.218) | 0.031 (0.221) | -0.064 (0.228) | 0.027 (0.25) |
Edad | -0.019** (0.007) | -0.014 (0.007) | - 0.0107 (0.007) | -0.011 (0.008) |
Educación | -0.225 (0.237) | -0.235 (0.249) | -0.192 (0.260) | -0.078 (0.280) |
Ingresos | -0.098 (0.139) | -0.057 (0.142) | -0.037 (0.146) | -0.000 (0.159) |
Socio-política | 0.562*** (0.156) | 0.410*** (0.165) | 0.371*** (0.179) | |
Socio-cultural | -0.117 (0.156) | -0.019 (0.163) | 0.054 (0.180) | |
Socio-económica | 0.055 (0.148) | 0.067 (0.153) | -0.009 (0.165) | |
Sociotrópico | 0.663*** (0.185) | 0.765*** (0.209) | ||
Egotrópico | 0.104*** (0.179) | 0.115*** (0.194) | ||
Ideología | -0.225 (0.128) | |||
FIT / PROG. | ||||
Intercepto | -2.815* (1.111) | -2.169* (1.139) | -4.130*** (1.496) | -2.881*** (1.711) |
Sexo | 0.188 (0.377) | 0.134 (0.382) | 0.046 (0.402) | 0.102 (0.413) |
Edad | -0.04** (0.014) | -0.037** (0.015) | -0.044** (0.016) | -0.043* (0.017) |
Educación | 1.436*** (0.418) | 0.923* (0.438) | 1.041 (0.453) | 1.046* (0.462) |
Ingresos | -0.325 (0.244) | -0.465 (0.257) | -0.497 (0.268) | -0.414 (0.271) |
Socio-política | 1.114*** (0.248) | 1.005*** (0.267) | 0.723*** (0.284) | |
Socio-cultural | 1.134** (0.380) | 1.239** (0.393) | 1.313** (0.408) | |
Socio-económica | 0.167 (0.286) | 0.119 (0.296) | 0.231 (0.317) | |
Sociotrópico | 0.142 (0.341) | 0.160*** (0.355) | ||
Egotrópico | 0.800*** (0.347) | 0.812*** (0.356) | ||
Ideología | -0.559* (0.231) | |||
Número de casos | 961 | 873 | 761 | 667 |
Pseudo R2 (Nagelkerke) | .078 | .265 | .459 | 0.611 |
Desviación residual | 1923.56 | 1747.12 | 1522.02 | 1335.82 |
* p < .05, ** p < .01, *** p < .001
Fuente: Elaboración propia.
En lo que concierne a las dimensiones, la primera predicción (H1) se confirma, ya que se encuentra que la dimensión sociopolítica tiene un efecto sustancialmente mayor en el voto que la dimensión socioeconómica en los tres modelos que ponen a prueba el voto actitudinal, al controlar por la evaluación de la economía y la ideología. Comparativamente, el coeficiente positivo de la dimensión sociopolítica y socioeconómica confirma que los individuos más contestatarios y más favorables al Estado tienen mayor probabilidad de votar por Scioli, Massa, FIT y Progresistas (H2 y H3).
Los resultados para la dimensión sociopolítica, tomando como referencia a los dos candidatos más votados de la elección (Scioli y Macri), muestran que cuanto más tiende un votante hacia actitudes contestatarias, mayor es la probabilidad de haber votado por Scioli, mientras que cuanto más tiende un votante a rechazar ese tipo de valores e inclinarse hacia valores “conformistas”, mayor es la probabilidad de haber votado por Macri. Esto revela que más que las orientaciones concretas de política económica, lo que distinguió a los dos grandes bloques de votantes (peronismo y antiperonismo) fue un eje de corte sociopolítico relacionado a valoraciones en torno al ejercicio de la movilización social, que dividió al electorado entre “contestatarios y conformismas”, al ser estos últimos aquellos que identificarían al FPV con el ejercicio excesivo de ese tipo de participación política y, por tanto, están más dipuestos a apoyar una opción política que represente mayores limitaciones en ese sentido.
Por último, la expectativa sobre un efecto menor de la dimensión sociocultural en el voto (H4) se confirma en el caso de Scioli y Massa en comparación a Macri, pero se rechaza para FIT y Progresistas, ya que se encuentra un efecto positivo para estas dos fuerzas políticas en comparación a Cambiemos en todos los modelos (con un margen de error menor a 0.01). Se confirma así la última hipótesis (H5), es decir, que cuanto más se orienta un votante hacia actitudes libertarias, mayor es la probabilidad de votar por FIT y Progresistas, y menos por Macri, cuyos votantes están más inclinados hacia actitudes autoritarias. Esto parece lógico en el sentido de que ambas fuerzas políticas, FIT y Progresistas, aunque minoritarias, representan el espacio más progresista de toda la oferta partidaria.
Cabe resaltar que los efectos de las dimensiones actitudinales en el voto se mantienen al controlar por las variables sociodemográficas, por la evaluación de la economía y por la ideología. En el modelo 3 podemos observar que aunque la evaluación positiva (egotrópica y sociotrópica) de la economía es significativa en el voto por Macri, la dimensión sociopolítica sigue siendo un claro predictor del voto, con un margen de error inferior a 0.001. El modelo 4 muestra que la ideología influye en el voto de Scioli y FIT/Progresistas en oposición a Macri, pues se trata de los que más se posicionan hacia la izquierda, los más propensos a votar por los primeros. Sin embargo, la dimensión sociopolítica sigue siendo un fuerte predictor del voto para todos los candidatos, y también la dimensión sociocultural para FIT/Progresistas en comparación con Macri.
Conclusión e implicaciones
Este trabajo adopta un enfoque sociológico para abordar la multidimensionalidad política identificada en las líneas de conflicto latentes que impregnan la sociedad, y analizar sus consecuencias en la competencia electoral. Para responder a la pregunta sobre cuáles son las divisiones latentes que estructuran la opinión pública argentina, se realizó un análisis factorial exploratorio que identificó tres dimensiones latentes, sociopolítica, sociocultural y socioeconómica, las cuales definen una distribución de preferencias a torno a las polaridades “Contestatario-Conformista”, “Libertario-Autoritario” y “Estado-Mercado”, respectivamente. Además, las orientaciones en las dimensiones sociopolítica y sociocultual tienden a asociarse a posiciones ideológicas en el eje izquierda-derecha. Se encuentra que esas temáticas dividen a la opinión pública argentina, pero esto no necesariamente significa que contribuyan a explicar el comportamiento electoral. Por tanto, el siguiente paso fue examinar si las dimensiones tenían o no un efecto en las preferencias partidarias de los encuestados.
Al controlar por variables sociodemográficas, percepción de la economía e ideología, las preferencias en la dimensión sociopolítica son las más determinantes en el voto. El perfil del votante de Macri es claramente un conformista en términos de movilización político-social, mientras que el votante peronista (Scioli-Massa) y la izquierda (FIT/Progresistas) tiende hacia un perfil más contestatario. Esta dimensión constituye el predictor más potente para explicar el voto en las elecciones de 2015. Aquellos que votaron por el candidato de centro-derecha con mayores posibilidades de ganarle al kirchnerismo gobernante, se caracterizan por estar en contra de las movilizaciones sociales de todo tipo y de mayores libertades para la expresión de ideas. Adicionalmente, en la dimensión sociocultural los votantes de Macri o Cambiemos también muestran rasgos autoritarios en comparación con los votantes del FIT y Progresistas, que se encuentran más orientados a posiciones libertarias.
Por otro lado, la constatación de la hipótesis sobre la debilidad de la dimensión socioeconómica como determinante del voto pone en cuestión hallazgos previos que habían coincidido en que, hasta fines del siglo XX, en Argentina existía una profunda división económica distributiva (Rosas, 2010; Gramacho, & Llamazares, 2007; Huber, & Inglehart, 1995). En efecto, una coyuntura crítica como el viraje del Partido Justicialista hacia políticas contrarias a sus principios programáticos iniciales puede haber debilitado la capacidad de la división socioeconómica para articular preferencias político-partidarias. En ocasiones, las divisiones sociales no siempre se traducen en divisiones políticas (Kitschelt, 2007) y, en este caso, aunque la dimensión socioeconómica capta 32% de la varianza explicada en el análisis factorial, no es importante para explicar el voto al menos en las elecciones de 2015. No obstante, esto no quiere decir que tal dimensión no pueda activarse en otra elección, puesto que los temas primordiales de conflicto y competencia que se desarrollan durante procesos puntuales son temporales, es decir, pueden variar en el tiempo y desplazar su centralidad hacia otros cuestionamientos.
Por tanto y para responder a la pregunta sobre el papel que tienen las actitudes hacia valores sociales y culturales en la elección partidista, la conclusión más significativa es que ni las preferencias económicas ni los temas de orden y moral fueron decisivos en las orientaciones de los votantes en la elección presidencial de 2015. Lo que determinó la elección entre las dos opciones políticas más votadas, Scioli y Macri -peronismo y anti-peronismo-, fue estar en contra o a favor de un conjunto de actitudes que este trabajo engloba bajo la etiqueta sociopolítica, que configuran una distribución de preferencias en torno a actitudes contestatarias frente a actitudes conformistas, y tienen que ver con preferencias basadas en la aceptación de formas de acción colectiva contenciosa como la movilización y la protesta social. A pesar de que durante los noventa el peronismo experimentó una profunda transformación en la que sustituyó sus vínculos de masas con sectores sindicales y de trabajadores por organizaciones territoriales basadas en el patronazgo, podemos constatar que esa fuerza política siguió articulando unas preferencias relacionadas con la importancia de la movilización social. Esto puede deberse, en parte, a que durante el periodo posneoliberal, como señalan Levitsky, & Roberts (2011), la administración de los Kirchner estableció sólidas alianzas con actores de base popular como los principales sindicatos y organizaciones de desocupados, así como con importantes movimientos sociales de base comunitaria.
Si el colapso de ISI y la transición al neoliberalismo constituyó una coyuntura crítica que produjo un delineamiento programático en países como Argentina, Bolivia, Ecuador, Perú y Venezuela, cabe preguntarse qué significó el periodo posneoliberal en estos términos. Mientras que el espacio político que quedó vacante hacia la centro-izquierda fue ocupado por nuevos contendientes populistas o de izquierda en el caso de Bolivia, Venezuela o Ecuador, en el caso argentino ese movimiento fue protagonizado por una facción de izquierda del propio peronismo, que ofreció una oposición más contundente al modelo neoliberal (Roberts, 2013) y orientó el modelo económico en una dirección más estatista y nacionalista. Sin embargo, el conflicto socioeconómico no parece haberse reforzado, cristalizando electorados en este sentido. Una explicación a ello es ofrecida por Levitsky y Roberts (2011), para quienes la administración de los Kirchner, dentro del marco temporal de la irrupción de la izquierda en América Latina, se ubica en un punto intermedio en términos del nivel de radicalización de políticas desafiantes al establishment económico.
Para saber qué quieren los votantes, y qué conjunto de actitudes se relacionan con su voto, es necesario comprender cómo se articulan programáticamente sus preferencias con sus elecciones partidistas. Allí donde los votantes elijan en función del paquete de políticas públicas más cercano a sus preferencias que les ofrezca un partido político, podemos decir que existe algún nivel de estructuración programática de la competencia política. Una parte importante de las conclusiones de este trabajo son congruentes con el patrón establecido por Roberts (2013) para el conjunto de países donde las reformas estructurales neoliberales fueron llevadas a cabo por un partido de base -laboral o populista, deteriorando, por consiguiente, la capacidad del confilicto económico-distributivo para articular vinculos programáticos-. En este sentido, queda abierta la pregunta sobre hasta qué punto otros sistemas de partidos de la región con fuerzas políticas de carácter populista y de base-laboral, pueden estar eclipsando las preferencias programáticas en las otras dimensiones de conflicto.
Asimismo, cabría preguntarse si la preeminencia de la dimensión sociopolítica para explicar el voto constituye un correlato de los rasgos idiosincrásicos argentinos, materializado, en este caso, en el progresivo cansancio social frente a la politización y movilización promovida durantes los doce años del ciclo kirchnerista, o si esta dimensión y sus efectos en el voto pueden viajar al análisis de otros momentos finales de los ciclos populistas de izquierda en la región. Al mismo tiempo, otra pregunta que surge de las conclusiones de este trabajo es si los gobiernos de derecha y centro-derecha que sucedieron a los gobiernos de izquierda a partir de 2015 interpretaron correctamente las preferencias programáticas de sus propios votantes. Es decir, en el caso argentino los votantes de Macri demandan menos movilización social, pero Cambiemos parece haber leído los resultados como una demanda o, al menos, una habilitación para reformas económicas de libre mercado y para desplegar su propia versión de politización de la vida social. Tal vez pueda encontrarse ahí una clave para el desencanto social con el gobierno de Cambiemos y su derrota electoral en 2019.
Responder a estos interrogantes exigirá el desarrollo de futuras investigaciones. Una vía posible es profundizar en el caso de estudio por medio de un análisis longitudinal hacia atrás para averiguar si las divisiones del mapa actitudinal encontrado en este punto, son nuevas o han existido siempre. También es una tarea pendiente identificar las características sociodemográficas determinantes que condicionan la ubicación de los individuos en cada dimensión de conflicto. Por otro lado, las categorías analíticas elaboradas aquí aspiran a servir de base para estudios comparados de este tipo, en tanto resulta necesario analizar en qué medida los hallazgos responden a características y procesos específicos del propio país o si, por el contrario, es posible detectar patrones de distribución de preferencias y estructuración programática en el ámbito regional latinoamericano en grupos de sociedades similares.