Durante 2021, 22.1 millones de personas mayores de 18 años fueron víctimas de algún delito (INEGI, 2022).1 La cifra proporcionada por la Encuesta Nacional de Victimización y Percepción de Seguridad Pública (Envipe) es conservadora, pues no toma en cuenta a niños/as y adolescentes (NNA), segmento de la población más susceptible de ser víctima del crimen al estar en una situación de mayor vulnerabilidad y riesgo debido a la etapa del desarrollo en que se encuentran (Finkelhor, & Asdigian, 1996). Como la mayor parte de la violencia que padecen los NNA no tiene cabida en el rubro de “alto impacto”, queda en segundo plano.
Las etapas de la infancia y la niñez son clave en el desarrollo del niño/a y en su vida como adulto/a. En México hay amplia evidencia de que los niños/as que crecen en contextos disfuncionales, violentos y desfavorecidos, los que experimentan agresiones sistemáticas en la escuela, los que viven en hogares nocivos donde atestiguan y soportan violencia, tienen mayor riesgo durante la adolescencia y la vida adulta de padecer condiciones negativas. Estas, por mencionar algunas, incluyen el involucramiento en actividades criminales, desempeño escolar disminuido,2 comportamientos suicidas, abuso de sustancias, problemas de salud físicos o mentales, intención de migración y revictimización durante la vida adulta (Aguilera García et al., 2007; Chávez Ayala et al., 2017; Frías, & Erviti, 2014; Frías, & Finkelhor, 2017; González Medina, & Treviño Villarreal, 2019; Pérez Amezcua et al., 2010; Ramos-Lira et al., 2007; Rivera-Rivera et al., 2006; 2020).
El conocimiento sobre la victimización de NNA en México es irrisorio comparado con el que se tiene de la que padecen las personas adultas y algunos grupos socialmente considerados subalternos, como las mujeres (Frías, 2017). La falta de interés gubernamental y académico en este conjunto es concomitante con la falta de instrumentos comprehensivos para medir su victimización (Frías, 2022). Las encuestas que permiten aproximarse a las experiencias de violencia y victimización de NNA tienen, al menos, cuatro limitaciones: 1) la victimización de las/los más pequeños no se mide; 2) las formas de victimización están restringidas a pocas expresiones y en determinadas circunstancias (p. ej. violencia física en el caso de que se porten mal los hijos/as); 3) en algunas fuentes, la victimización es medida solo si la violencia generó algún tipo de problema de salud; y 4) algunas encuestas tienden a centrarse en determinados tipos de victimización (p. ej. sexual o indirecta) o en ciertos contextos de relación (familiar, de noviazgo y escolar) (Frías, 2022).
Derivado de un proyecto financiado por Conacyt- INEGI, se desarrollaron el marco teórico-conceptual y los cuestionarios de un instrumento que pudiera medir de manera comprehensiva la victimización e hiciera recomendaciones sobre la mejor forma de aproximarse al fenómeno. La descripción de este proceso excede el espacio disponible, pero varios aspectos merecen ser examinados sociológicamente por su relevancia ética y metodológica, entre ellos, cómo se recabará la información sobre los niños/as muy pequeños (0-11 años); ¿los cuidadores son buenos informantes o sus respuestas se verán influidas por la deseabilidad social?; ¿es mejor la autoadministración o la entrevista en las secciones críticas?; al preguntar sobre las experiencias de victimización, ¿se revictimiza a los/as participantes? Este trabajo busca contribuir a la sociología de las violencias al proporcionar herramientas metodológicas para la realización de investigaciones que busquen adentrarse, desde una perspectiva cuantitativa, en el análisis de las violencias interpersonales en general y en la violencia en contra de los NNA en particular.
Antecedentes
Durante 2020 y 2021 se elaboró el marco teórico y conceptual del instrumento y la identificación de las dimensiones de la violencia y victimización de NNA -contextos de relación donde se produce y sus expresiones-, consecuencias y búsqueda de ayuda (primera fase en el diseño y validación de un instrumento). Posteriormente, se revisaron con exhaustividad instrumentos nacionales e internacionales sobre violencia y victimización de NNA.3
Tras una serie de entrevistas y grupos focales con expertos/as, adolescentes y cuidadores/as, que permitieron adecuar los reactivos, el lenguaje y el orden, se redactó un borrador de los instrumentos. Se elaboraron dos cuestionarios (0-11 años y 12-18 años) porque, dependiendo de la etapa de desarrollo, los/as NNA pueden estar expuestos a formas particulares de violencia (p. ej. un niño/a de 8 años no ha iniciado una relación de noviazgo, a diferencia de uno de 16). El primer cuestionario contiene variaciones para los/as menores de tres años (p. ej. ausencia de las secciones sobre cibervictimización o empleo). Se utilizó un cuestionario en dos fases (“alguna vez en la vida” y “en los últimos 12 meses”). En caso de respuestas afirmativas, se indagó acerca de la experiencia en el último año y las personas responsables. Este tipo de cuestionario tiende a reducir errores de medición (Daigle et al., 2016). Adicionalmente, para cada contexto de relación donde se produjo la victimización se preguntó sobre los patrones de búsqueda de ayuda y las consecuencias en la salud física y mental, así como el impacto escolar y social. Además, se elaboró un cuestionario sociodemográfico que deberá responder una persona adulta del hogar.
La herramienta que se elaboró es novedosa porque se adapta a la realidad de México, así como por ser la primera en este contexto que incluye victimización directa e indirecta en distintos contextos de relación, incluido el institucional, así como la búsqueda de ayuda formal e informal. Otras encuestas internacionales previas, como la Violence against Children Surveys (vacs) de los Centers for Disease Control (CDC) de EE.UU., y la Violence against Children and Youth Survey -INSPirada en el Juvenile Victimization QuestioNNAire desarrollado por Finkelhor et al. (2005)-, han indagado en varias dimensiones de violencia y victimización que este cuestionario también incluye, así como sobre las personas responsables de la victimización y los patrones de búsqueda de ayuda. Este cuestionario incorpora, además, las consecuencias sociales en la salud física y mental, el nivel de protección que ofrecen los/as cuidadores principales cuando saben que el/la menor ha sido objeto de cada dimensión de violencia, y secciones nuevas, como la salvaguarda de derechos, violencia obstétrica y trabajo infantil. Asimismo, se incluyeron preguntas para identificar violencia vicaria y la victimización particular de los/as menores de tres años, por ejemplo.
La validación del cuestionario siguió un proceso de jueceo en el que participaron 14 personas pertenecientes a la academia, a organizaciones no gubernamentales y a instituciones gubernamentales con gran experiencia en el estudio, atención y prevención de las violencias, así como en el activismo. El cuestionario fue pilotado y, posteriormente, se realizaron las adecuaciones necesarias.
El marco teórico para la construcción del cuestionario se encuentra en la intersección de la victimología del desarrollo (Finkelhor, 1995, 2007; Finkelhor et al., 2008) y la perspectiva de género, dentro del contexto de inseguridad y violencia en México. La victimología del desarrollo es una variante de la teoría de las actividades rutinarias (Cohen, & Felson, 1979), integradora de factores individuales, psicosociales y estructurales que contempla las interacciones entre distintos sistemas. Por un lado, postula que el riesgo de ser objeto de victimización cambia en función del desarrollo de los NNA, y por otro, que el impacto y las consecuencias de la victimización cambian a lo largo de sus vidas (Finkelhor, & Kendall-Tackett, 1997). Es decir, la vulnerabilidad y las personas perpetradoras varían de manera predictiva en función de la edad o la etapa en que se encuentran los NNA.
A lo largo de la vida, la edad interactúa con otras características de los NNA (p. ej. sexo y condición de discapacidad). En el caso del sexo, los niños experimentan mayor riesgo de ser asesinados antes de los cinco años que las niñas (González Cervera, & Cárdenas, 2004). Posteriormente, al avanzar hacia la adolescencia, las niñas tienen mayor riesgo de padecer violencia sexual que los varones de su misma edad. Sin embargo, en esta fase, los hombres tienen mayor riesgo de ser víctimas de homicidio que las mujeres, así como de experimentar un robo violento (Frías, & Finkelhor, 2017).
La victimología del desarrollo argumenta que la victimización es situacional y que ocurre cuando confluyen tres elementos: delincuentes/victimarios con algún tipo de motivación, una persona que sea un objetivo vulnerable y la ausencia de protectores o guardianes competentes. Los estilos de vida y las actividades que realizan los ponen en ambientes o situaciones en las que están en mayor o menor contacto con potenciales victimarios y, por lo tanto, en peligro de ser victimizados (Finkelhor, & Asdigian, 1996). La victimología del desarrollo identifica los factores de riesgo en el entorno (tutela y cuidados parentales, exposición y proximidad), y en las características de los NNA que pudieran coincidir con las necesidades, motivaciones o reacciones de las personas agresoras. Estos factores varían en los distintos contextos de relación; por ejemplo, la supervisión parental se asocia a la protección en contra del abuso sexual, pero puede poner a los NNA en mayor riesgo de padecer acoso al ser considerados “no independientes” (Georgiou, 2008).
Respecto al entorno, estudios previos identifican, por ejemplo, que la violencia en contra de NNA en las escuelas está asociada a la percepción que tienen los/as estudiantes de que la disciplina que se ejerce es estricta, exigente o muy exigente (Aguilera García et al., 2007); a que residen en contextos peligrosos y violentos e incurren en actividades desviadas, lo que incrementa la posibilidad de victimización (Frías, & Finkelhor, 2017). Vinculado a la exposición, Arteaga et al. (2016)) encontraron que la principal actividad recreativa fuera o dentro del hogar no se asocia a que los/as jóvenes de 15 a 19 años sean víctimas de un delito (principalmente robo y agresiones).
La tutela y los cuidados también están relacionados con las experiencias de violencia y victimización. En el caso de la violencia sexual, los NNA que residen en hogares extensos y reconstituidos, donde habitan un mayor número de personas, están sobrerrepresentados como víctimas (González-López et al., 2019). Una mala comunicación parental se asocia al ciberacoso entre las/os adolescentes (Domínguez Mora et al., 2016). Otros estudios muestran que el grado de interacción de los NNA con los integrantes de su familia no está asociado a la violencia; y la victimización y que la supervisión parental parece relacionarse con algunas formas de victimización, pero no con otras (Frías, & Finkelhor, 2017).
Las características individuales están ligadas a ser una víctima adecuada y con capacidad para protegerse y resistir la victimización. Estos rasgos pueden hacer que un niño sea un objetivo vulnerable a partir de tres tipos de lógicas de congruencia entre víctima y persona agresora: a) objetivo por vulnerabilidad de la víctima (target vulnerability); b) objetivo por satisfacción o complacencia (target gratifiability); c) objetivo por antagonismo (Finkelhor, 1995; 2007).
En el caso de objetivo por vulnerabilidad, algunas víctimas son percibidas como menos capaces de repeler la agresión, resistirla o defenderse (por deprivación emocional, sexo, baja estatura o fuerza, problemas de salud mental o física, adicciones, etc.). Aguilera García et al. (2007) muestran que los/as estudiantes con alguna desventaja o discapacidad suelen padecer mayores niveles de violencia en la escuela. En el objetivo por satisfacción o complacencia, algunas víctimas lo son porque tienen algo que la persona agresora quiere poseer, obtener o manipular (p. ej. un bien valioso, o ser mujer en el caso de abuso sexual). Finalmente, el objetivo por antagonismo se refiere a características susceptibles de generar rivalidad, frustración, celos, enojo o impulsos destructivos en la persona agresora (p. ej. ser afeminado, pertenecer a un grupo considerado minoritario, o ser un niño de mamá). Las características vinculadas a cada tipo de objetivo (vulnerabilidad, satisfacción o complacencia y antagonismo) varían de delito a delito y de persona agresora a persona agresora (Finkelhor, 2007). Asimismo, una misma característica puede catalogarse en más de un objetivo.
Según la victimología del desarrollo, el cuestionario centró a los/as cuidadores, así como a los/as adolescentes en determinados contextos de relación para abordar: 1) salvaguarda de derechos; 2) negligencia y abandono; 3) maltrato por parte de personas adultas; 4) maltrato por pares, victimización derivada de crímenes convencionales; 5) violencia sexual; 6) victimización indirecta en el hogar y en la comunidad; 7) cibervictimización; 8) revictimización; 9) victimización por pares; 10) violencia en el noviazgo, y 11) violencia durante el embarazo y parto (obstétrica). Además, se recabaron datos sobre los contextos en los que interactúa el NNA, sus hábitos, la supervisión parental, su involucramiento y el de sus pares en actividades consideradas socialmente desviadas, etcétera.
El proyecto de investigación, los cuestionarios, los consentimientos y asentimientos fueron revisados por el Comité de Ética en Investigación (CEI) del Centro de Investigación Transdisciplinar en Psicología (CITPSI) de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos, institución en la que la coordinadora del estudio imparte clases en pregrado y posgrado. Se obtuvo la aprobación de la investigación con vigencia del 31 de enero de 2022 al 31 de enero de 2023.
El estudio piloto
El pilotaje del cuestionario se llevó a cabo en el estado de Morelos que, por razones presupuestales y de accesibilidad, se seleccionó como escenario. Morelos ocupa el lugar 18 de 32 en términos de la tasa de prevalencia delictiva por cada 100 000 habitantes para la población de 18 años y más según la Envipe 2023 (INEGI, 2023), el 22 en el porcentaje de mujeres objeto de abuso sexual antes de los 15 años (el 8 entre las de 15 a 19 años, 8.6%). Según el último Módulo de Ciberacoso (Mociba), es el lugar 7 entre los estados con menor porcentaje de jóvenes de 12 a 19 años afectados por ciberacoso (22.4%) (INEGI, 2022), y el 15 en el porcentaje de embarazos adolescentes. Morelos es una entidad promedio al tener características semejantes a la población con la que se llevará a cabo la investigación, lo que resulta adecuado para el levantamiento de una prueba piloto.
Se conjuntó una muestra no probabilística en hogares, la cual buscó diversificar las distintas regiones y municipios del estado. La selección fue por conveniencia y primaron los criterios de disponibilidad de los sujetos, áreas con servicio de transporte (urbanas y semiurbanas) y conexión a internet. La tasa de respuesta osciló entre 71 y 80%, dependiendo de si se trataba de zonas urbanas o semiurbanas. En estas últimas hubo mayor disposición a contestar el cuestionario. Los argumentos más recurrentes para no participar eran la desconfianza en contextos de inseguridad, la falta de tiempo, aunado a la negativa simple (“no, gracias”). Entre 5 y 6% de las entrevistas a niños y adolescentes, respectivamente, no concluyeron; el motivo principal fue el cansancio debido a que se trata de una encuesta larga.
La muestra estuvo conformada por 207 entrevistas a cuidadores/as de niños/as y 368 a adolescentes. El cuestionario se aplicó en los hogares porque tanto los niños/as más pequeños (menores de tres años), como los/as adolescentes de mayor edad (correspondientes a la escuela secundaria) no suelen acudir a instituciones educativas. En México, 11% de los/as jóvenes de 14 años no acude a la escuela, tampoco 20% de los de 15 años, ni 25% de los de 16 años, ni 31% de los de 17 años (INEGI, 2020). Esto contrasta con la mayor parte de los estudios sobre violencia y victimización en NNA, ya que, con algunas excepciones -como la Encuesta Nacional de Niños, Niñas y Mujeres (INSP & UNICEF, 2016), la Encuesta Nacional de Cohesión Social para la Prevención de la Violencia y la Delincuencia (Ecopred) (INEGI, 2014), la Ensanut (Rivera- Rivera et al., 2020) o las Endireh, que incluyen a jóvenes de 15 años y más-, la investigación sobre violencia y victimización tiende a emplear muestras escolares (Chávez Ayala et al., 2009; Frías, & Castro, 2011; Santoyo, & Frías, 2014).
En el caso de los menores de 12 años, el cuestionario permitió identificar al informante clave para proporcionar datos acerca del niño/a en la figura de cuidador principal a partir de la siguiente pregunta: “¿Es usted la persona que se encarga principalmente de cuidar y atender a [nombre del niño/a]? Es decir, ¿es responsable de preparar sus alimentos, alimentarlo/a, vestirlo/a, es quien pasa mayor tiempo con él o ella y es quien mejor lo/la conoce?”. Si la persona que contestó el cuestionario sociodemográfico, que incluía información sobre la estructura familiar - semejante al del INEGI en las encuestas especiales- no era el cuidador/a principal, se indagó quién lo era para solicitar su participación en el estudio. Era preciso identificarla/o porque, por la etapa del desarrollo en que se encuentran los niños/as, cognitivamente no tienen la capacidad para contestar el cuestionario.
La persona que coordinó el proyecto, junto con un equipo de encuestadores/as, con estudios universitarios, llevaron a cabo el trabajo de campo. Todos/ as contaban con, al menos, la licenciatura o eran pasantes de licenciatura en áreas como psicología (lo más deseable), antropología, educación, sociología, ciencias políticas, trabajo social y desarrollo comunitario. La mayoría tenía formación en temas de género y violencia de género, así como experiencia en la aplicación de cuestionarios mediante entrevista.
Hubo varios desafíos metodológicos, como seleccionar y capacitar minuciosamente a los encuestadores en temas de género y violencia, y considerar los malestares emocionales que podrían desarrollar durante la aplicación del cuestionario. Para prever esto, se llevaron a cabo sesiones individuales y colectivas en las que expresaban sus sentimientos y se les conminaba a no quedarse enganchados con los casos; a todas las personas que participaron en el estudio se les proporcionó información, líneas de ayuda y servicios a los que podían acudir -en un papel que combinaba datos sobre el covid-19, servicios de nutrición, lúdicos, escolares y de salud-. Otros retos implicaron que terceras personas escucharan la entrevista, que los/as adolescentes quisieran seguir platicando con el/la entrevistador sobre sus experiencias, que les pidieran el número de celular para “seguir en contacto”, y en ocasiones regresar varias veces hasta concluir la entrevista.
En términos de la muestra, se levantaron 207 cuestionarios para niños/as de 11 años y menos (39 de ellos/as de tres años y menos), y 368 de jóvenes entre 12 y 17 años (véase tabla 1). Respecto al ámbito, 25.1% de los cuestionarios sobre niños/as y 32.4% de los de adolescentes fueron aplicados en contextos semiurbanos. La muestra está ligeramente sobrerrepresentada por las mujeres. El 11.2% de los niños/as y 27% de los/as adolescentes recibía beca o apoyo gubernamental, 36.9% de los cuidadores/as reportaron que el niño/a no tenía acceso a servicios de salud, ni 29% de los/as adolescentes; 5.6% de los niños/as de cinco años y menos no contaba con todas sus vacunas, ni 7.8% de los de entre 6 y 11 años, ni 7.1% de los/as adolescentes.
Niños/as | Adolescentes | |
N | 207 | 368 |
Contexto rural | 25.1 | 34.2 |
Mujer | 54.6 | 53.3 |
Beca o apoyo gubernamental | 11.2 | 27.0 |
No cuenta con todas las vacunas | 5.6 (0 a 5 años) 7.8 (6 a 11 años) | 7.1 |
Sin acceso a servicios de salud | 36.9 | 29.0 |
Fuente: Elaboración propia.
El tiempo promedio de aplicación de la encuesta fue de 45 minutos para los niños/as de 11 y menos, y de 1:20 horas para los/as jóvenes de 12 a 17 años, dependiendo de la edad, las experiencias de victimización y de búsqueda de ayuda, ya que una respuesta afirmativa generaba que se desplegaran preguntas subsecuentes. La encuesta se programó en la plataforma LimeSurvey, y se aplicó mediante dispositivos electrónicos (tabletas). Se incluyeron imágenes libres de derechos de autor y culturalmente adecuadas al contexto mexicano para favorecer la comprensión y reducir el cansancio tanto de la persona entrevistadora como de la persona entrevistada (véase Imagen 1).
Notas éticas vinculadas a la selección de los informantes, el consentimiento y el asentimiento
Es crucial contar con datos adecuados y confiables sobre la victimización y violencia contra NNA a fin de diseñar e implementar de modo adecuado estrategias de prevención y atención. La investigación con niños/as se define como aquella en la
que participen menores de edad, ya sea directa, o indirectamente a través de un representante, independientemente del papel que desempeñe y la metodología o métodos utilizados para recopilar, analizar y transmitir datos o información (Graham et al., 2013, p. 2).
La Convención sobre los Derechos del Niño (ONU, 1989) contempla la capacidad de los niños/as para ejercer autonomía y su derecho a la participación; e, indirectamente, incluso en la investigación, siempre que se garantice su dignidad, respeto y derechos humanos incluidos en dicho documento:
aun cuando no se refiere específicamente a la investigación, cuando se leen a la par de las Observaciones Generales del Comité de los Derechos del Niño de la ONU, los artículos son suficientemente flexibles para abordar la mayoría de los aspectos de la vida de los niños, incluida la participación en investigación (Graham et al., 2013, p. 12).
Este enfoque se contrapone a otro que señala las diferencias entre NNA y personas adultas al conceptualizar los fenómenos, así como al experimentar y afrontar las dificultades y consecuencias derivadas de la violencia y la victimización. Por ese motivo hay ciertas tensiones entre el derecho a la protección y a la participación. No hay una forma prescriptiva a partir de la cual se realice la investigación sobre violencia y victimización de NNA, ya que muchas soluciones a los dilemas éticos asociados a esta contraposición de enfoques se basan en valores y en la importancia otorgada a uno sobre otro (Finkelhor et al., 2016). Sin embargo, estos valores son flexibles y deben comprenderse en el contexto cultural en que se enmarcan. La investigación con NNA debe considerar principios éticos fundamentales, como el respeto, el beneficio y la justicia (Graham et al., 2013), el consentimiento informado, la privacidad, el anonimato, la confidencialidad, la evaluación de daños y beneficios derivados de su participación, y la potencial retribución; además, debe ser metodológicamente pertinente para darles la oportunidad de ser informantes de sus vidas (Martins y Sani, 2020).
La pregunta sobre quién puede proporcionar el consentimiento no es banal (Martins, & Sani, 2020). Los NNA no tienen capacidad para consentir; la minoría de edad conlleva que el consentimiento eventualmente prestado no se considere suficientemente informado, pleno ni libre. Hay cierto consenso en que este debe proporcionarlo los cuidadores/as principales al ser responsables de los/las menores y por estimar que actúan en su beneficio. Esto también es cuestionable, ya que, debido a las relaciones de poder y control, para preservar sus propios intereses o los de la familia (privacidad, ocultar sus acciones o incapacidad de proteger a los NNA), y por su interpretación de los intereses de los menores, pueden obstaculizar el derecho de los NNA a participar.
En México se identifican cuatro tipos de prácticas de investigación con adolescentes: a) ellos/as proporcionan el consentimiento (Zamora Damián et al., 2018; 2019), enmarcado en el derecho a la participación establecido en la Ley General de NNA (Méndez López, & Pereda, 2019). b) Los padres, madres o cuidadores/as principales otorgan el consentimiento informado sin preguntar a los/as menores. Estos estudios se realizan sobre todo en escuelas (Albores Gallo et al., 2011; Hidalgo Rasmussen, & Hidalgo San Martín, 2015; Oliva Zárate et al., 2018; Rivera-Rivera et al., 2015; Sánchez-Domínguez et al., 2020) y establecimientos sanitarios (Frías Armenta, & Gaxiola Romero, 2008). c) Se solicita el consentimiento tanto a los padres/madres como a los/as adolescentes -la menos extendida- (Rey Yedra et al., 2017). Finalmente, d) el consentimiento informado de los profesores/as y directivos/as de las escuelas o de centros donde se encuentran los NNA -consentimiento institucional- (Frías, & Gómez-Zaldívar, 2017; Murrieta et al., 2014). En otros casos, se recaba tanto el consentimiento informado de las autoridades escolares como de los/as adolescentes (Villaseñor-Farías, & Castañeda-Torres, 2003).
En este estudio, tras obtener el consentimiento informado de las personas adultas, con énfasis en el anonimato y la confidencialidad, se obtuvo el asentimiento de los adolescentes. Para los menores de 12 años, por no estar en condiciones de comprender completamente la naturaleza y propósito de la investigación, los cuidadores/as fueron los informantes. El consentimiento y asentimiento se obtuvieron verbalmente, tal como se hace en la mayoría de las encuestas nacionales de población.
Los cuidadores/as principales como informantes
El comité de ética y los/as expertos/as cuestionaron a los/as cuidadores/as como informantes porque, sobre todo en el caso de los/as más pequeños/as, los cuidadores/as y otros integrantes del hogar figuran como las principales personas agresoras. Dependiendo de la etapa del desarrollo, los NNA difieren en su capacidad para comprender y procesar cognitivamente preguntas complejas (Hamby, & Finkelhor, 2000). Los infantes y preescolares no tienen la capacidad de comprender muchas de las preguntas, al igual que los adolescentes que, por tener algún tipo de condición médica o discapacidad, no pueden contestar un cuestionario. En este caso, los cuidadores/as principales son los/ as mejores informantes de las experiencias de violencia y victimización, las cuales tienden a producirse principalmente en el contexto de una relación familiar y escolar.
En experiencias previas en encuestas nacionales se indaga si las mujeres o sus parejas ejercen violencia contra los hijos/as. En la Endireh 2003, 47.3% de las mujeres casadas o unidas que conviven con hijos/as menores de 18 años respondieron afirmativamente y 20.4% reportó que sus parejas también los violentan (Castro, & Frías, 2010). Estos porcentajes, aunque conservadores -se refieren a cuando se portan mal-, evidencian que, a pesar de la deseabilidad social, las personas reportan la violencia que ejercen. La Encuesta Nacional de Niños, Niñas y Mujeres 2015 (INSP & UNICEF, 2016) sustenta esta afirmación al indagar las estrategias empleadas por adultas/os para enseñar a comportarse a los niños/as o enfrentar un problema de conducta. Entre estas, las opciones son: zarandear o sacudir al niño/a, gritarle, darle nalgadas o pegarle en el trasero o en otra parte del cuerpo, darle una paliza, etc.; 45.3% de los niños y 42.2% de las niñas padecieron estos castigos físicos (INSP & UNICEF, 2016). Lo anterior puede estar vinculado a la persistencia de actitudes que justifican la violencia contra los NNA. La séptima edición de la Encuesta Mundial de Valores 2018 (World Values Survey, 2020) muestra que 13.2% de los mexicanos/as cree que siempre se justifica o que se justifica bastante que los padres golpeen a sus hijos/as (puntuaciones de 7 y más en una escala en que 1 es nunca está justificado y 10 siempre está justificado; cálculos propios). En este estudio ningún cuidador/a principal respondió que estuviera muy de acuerdo en que, para criar o educar correctamente a un niño/a, él o ella deban ser castigados físicamente. Sin embargo, 7.5% de los cuidadores/as de niños de cinco años y menores indicó estar de acuerdo, lo que aumentó a 17% en el grupo de seis a once años (tabla 2).
Grado de aceptación | Edad de las niñas/os (en años) De 0 a 5 De 6 a 11 | Total | |
Muy de acuerdo | 0.0 | 0.0 | 0.0 |
De acuerdo | 7.5 | 17.0 | 13.9 |
Ni de acuerdo ni en desacuerdo | 26.4.. | 18.8 | 21.2 |
En desacuerdo | 34.0 | 42.0 | 39.4 |
Muy en desacuerdo | 32.1 | 22.3 | 25.5 |
Fuente: Estudio piloto. N = 207.
Los/as cuidadores reportaron haber ejercido violencia física (más estigmatizada que la emocional) en contra de los/as niños/as. Incluso en contra de menores de tres años (véase la tabla 3). El 10% reconoció que el niño/a había sido pellizcado o cacheteado para hacerlo callar o para que dejara de llorar, a 15% lo golpearon con la mano o lo lastimaron físicamente (5% respectivamente), lo/a tiraron al suelo, contra la pared o una superficie dura y lo sacudieron o zarandearon. Los porcentajes de esta última situación alcanzaron a casi 7 de cada 10 niños de tres a cinco años, y a 12.5% de los de seis a once años. Destaca lo frecuente de las nalgadas, 69.2% de los cuidadores/as indicó que se las habían propinado al menor, y a 72.3% de los niños/as de seis a once años.
Menores de tres años | De tres a cinco años | De seis a once años | |
Pellizcar o cachetear para hacerlo/a callar o para que dejara de llorar | 10.0 | ||
Golpear con la mano o lastimar físicamente | 15.0 | ||
Tirar al suelo, contra la pared o una superficie dura | 5.0 | ||
Sacudir o zarandear | 5.0 | 69.6 | 12.5 |
Pellizcar o jalar de las orejas | 23.1 | 42.9 | |
Dar nalgadas | 69.2 | 72.3 | |
Patear intencionalmente, golpear con la mano o lastimar físicamente | 1.9 | 6.2 | |
Aventar intencionalmente un objeto para hacerle/la daño | 1.9 | 10.7 | |
Pegar en el cuerpo, cara o cabeza con la mano o un objeto, como chancla, cinturón, palo, etc. | 9.6 | 26.8 | |
Dar una paliza (pegar una y otra vez lo más fuerte que pudieron) | 0.0 | 0.9 | |
Bañar con agua fría como forma de castigo | 1.9 | 5.4 |
Fuente: Estudio piloto. N = 207.
Para revisar qué tan buenos informantes son los cuidadores/as principales, la tabla 4 presenta la prevalencia de distintas dimensiones de la violencia y victimización entre los niños de 11 años (reporte del cuidador/a principal) y los de 12 (contestaron ellos/as). Con excepción de la violencia sexual y la exposición al crimen convencional, no se encontraron diferencias estadísticamente significativas entre el reporte del cuidador/a y del niño/a, incluso si se tiene en cuenta la influencia de distintos entrevistadores. En el caso del crimen convencional, las diferencias pueden asociarse a los variados contextos en que se mueven los niños/as más grandes, quienes, en teoría, ya han accedido a la escuela secundaria, lo que los expone a mayor riesgo (Finkelhor, 2008). También se analizaron las respuestas de los niños de 10 años, y el porcentaje de los que, en algún momento de la vida, habían sido objeto de crimen convencional (según el reporte del cuidador/a) es muy parecido al reportado por los chicos/as de 12 años (57.9 y 59.3%, respectivamente). Lo anterior respaldaría la hipótesis de que los cuidadores/as principales son buenos informantes en esta dimensión de victimización.
Dimensiones | 11 años | 12 años | |
Cibervictimización | 43.7 | 35.8 | |
Violencia por pares | 72.2 | 81.4 | |
Violencia sexual | 12.5 | 40.0 | *** |
Maltrato físico por parte de adulto/a | 77.7 | 72.2 | |
Crimen convencional | 38.9 | 59.3 | *** |
Victimización indirecta en el hogar | 38.9 | 48.1 | |
Sin acceso a servicios de salud | 36.9 | 29.0 |
Fuente: Elaboración propia. *** p < 0.0001.
En el caso de la violencia sexual, varios motivos explicarían las diferencias. Por un lado, ni los niños/ as ni los/as adolescentes suelen comentar las situaciones de abuso por temor a las consecuencias, por miedo a castigos y regaños, por sentir que no les creerán, por sentirse culpables de su propia victimización y porque un porcentaje importante de los perpetradores son del núcleo familiar (Frías, & Erviti, 2014; Pineda-Lucatero et al., 2009; Rueda et al., 2021). Los datos de encuestas con representación poblacional muestran que solo entre 30 y 40% de los/as jóvenes reveló a alguien la experiencia de abuso sexual (Frías, & Erviti, 2014; Rueda et al., 2021). Los/as jóvenes víctimas de abuso sexual suelen ser más reacios a comentar con alguien su victimización que los que han padecido otras formas de victimización no sexual (Lev-Wiesel, & First, 2018). Además, cuanto más extremo es el abuso (implica contacto físico) y las víctimas son del sexo masculino, es menos probable que revelen la violencia. Por otra parte, con el tiempo, los/as jóvenes adquieren más herramientas para conceptualizar y catalogar la situación como violencia sexual, sobre todo en entornos como el mexicano, donde la educación sexual es nula o muy limitada. Asimismo, la mayoría de las víctimas de abuso sexual infantil lo comentan más con sus pares -no hermanos/as- que con sus progenitores, y si lo comentan con una persona adulta, es principalmente con la madre (Manay, & Collin-Vézina, 2021).
En este estudio, 59.9% de los/as jóvenes no le contó a nadie que padeció violencia sexual incluso en los casos más extremos: la mitad de los/as que sufrieron un intento de violación, y 62.5% de los/as que fueron violados. A pesar de no ser datos representativos, muestran una tendencia parecida a lo encontrado en investigaciones que utilizan muestras poblacionales. Por estos motivos, los cuidadores/as principales no son buenos informantes en los casos de abuso sexual.
Los NNA como informantes y la posibilidad de revictimización
Genera preocupación que los NNA sean los/as informantes. Primero, porque en las encuestas en hogares, otras personas podrían percatarse de los datos compartidos por el niño/a y generarle algún daño en términos de castigos o represalias directas o indirectas por comunicar información crítica o delicada, sobre todo porque, para muchos/as, el hogar es un espacio no seguro. Segundo, porque la investigación puede generar malestar, ansiedad, sufrimiento, traumas y fomentar la revictimización al recordar y hablar sobre un hecho traumático. Se considera que los NNA no pueden lidiar con los recuerdos y sentimientos al evocar el evento. En última instancia, se piensa que los NNA todavía no son capaces -por su etapa de desarrollo- de contestar preguntas sobre temas críticos o socialmente considerados tabú, como sexo y violencia sexual (Finkelhor et al., 2016).
Diversos estudios coinciden en que los/as jóvenes no tienden a desarrollar malestar psicológico o a molestarse al contestar preguntas sobre victimización (Finkelhor et al., 2016; Laurin et al., 2018; McClinton Appollis et al., 2015), que valoran positivamente participar en los estudios y que se sintieron cómodos (Laurin et al., 2018). Además, las víctimas y las que no lo son tienen la misma probabilidad de sentirse molestas, y esta molestia, aunque puede vincularse a su propia experiencia, en ocasiones emerge al no comprender por qué esas cosas pasan (Ybarra et al., 2009). La Encuesta de Niños Expuestos a la Violencia (Survey of Children Exposed to Violence) mostró que solo 4.5% de los chicos entre 10 y 17 años que participaron se sintieron molestos -0.8% de estos, muy molestos-. La incomodidad estaba más relacionada con la longitud del cuestionario que con el tipo de preguntas (Finkelhor et al., 2014). El metanálisis de McClinton et al. (2015) sugiere que la molestia puede estar asociada al tema y las condiciones de aplicación de la encuesta, pues quienes completaron el cuestionario con sus padres alrededor sintieron mayor incomodidad, probablemente por ver su privacidad comprometida. También la edad y el sexo influyen en los sentimientos negativos por la participación. En general, varias investigaciones concluyeron que los beneficios de participar son mayores que el posible malestar generado.
En Chile, un estudio sobre el impacto emocional de participar en una encuesta de jóvenes víctimas de abuso sexual encontró que las víctimas experimentaron un efecto emocional menor por participar que las que no lo padecieron (Guerra, & Pereda, 2015). En Sudáfrica se obtuvieron resultados semejantes, y los/as jóvenes a los que afectó negativamente no se arrepintieron de participar (McClinton et al., 2020). No obstante, en países como Holanda hallaron mayores niveles de malestar entre las personas que sufrieron abuso sexual, aunque esto se puede vincular a la manera de administrar el cuestionario (Fagerlund, & Ellonen, 2016).
Para despejar el interrogante sobre la potencial incomodidad, molestia y valoración asociadas a la participación, al final del cuestionario se incluyeron varias preguntas. El gráfico 1 muestra que la mayoría de los/as participantes en el estudio cree que el tiempo invertido valió la pena (95.7% de los adolescentes y 98.5% de los cuidadores/as). De modo similar, 94.3% de los adolescentes y 96.3% de los cuidadores/as volverían a colaborar si los invitaran a contestar cuestionarios semejantes. Este dato es importante porque se trata de una encuesta relativamente larga (hasta 2:30 horas para los/as adolescentes que experimentaron alguna victimización y 1:15 horas para los/as niños).
Es posible que las preguntas generen incomodidad, molestia y estrés, pero solo para una minoría: 14.5% de los/as adolescentes y 13.9% de los cuidadores/as, y 5.4 y 6.2%, respectivamente, se molestó o estresó al responderlas. A pesar de esto, la mayoría de los que sintieron molestia volvería a participar en un estudio semejante (79% de los/as jóvenes y 83% de los/as cuidadores).
Algunos de los motivos que crearon incomodidad aluden a la longitud de la encuesta, a las experiencias de victimización y a las preguntas sobre violencia sexual. Para ilustrar lo anterior se presentan algunas de las respuestas: “las preguntas de drogas me hicieron sentir incómodo; son cosas muy personales; por las preguntas de sexualidad; me estresé por el tiempo; porque viví mucha violencia; es muy larga; porque revivieron cosas que no me gusta recordar; el tema sexual, habría que preguntarlo de otra forma; debido a una mala experiencia, cuando mis tíos me tocaron y perdí la inocencia”.
En el caso de los cuidadores/as, la sección sobre violencia sexual resultó muy fuerte para algunos/as. Además, se identificó un efecto pedagógico derivado de la participación que advirtió acerca de la violencia ejercida. Algunos de los comentarios sobre la molestia, incomodidad y estrés fueron: “el componente de la violencia sexual es muy fuerte; por la parte de los golpes; porque creo que violento a mi hijo, me di cuenta; porque le he pegado, eso me estresó; me hizo pensar cosas que le digo a la niña; porque hablan acerca de la violencia sexual del niño, es algo molesto; porque las preguntas son muy repetitivas; son cuestiones muy personales; reconozco los errores que cometo con mis hijos”.
Estrategias para la aplicación de la encuesta. Autoadministración vs. entrevista en las secciones críticas
La deseabilidad social es la tendencia a proporcionar respuestas que coincidan con los valores preponderantes en determinada sociedad o grupo social. Debido al temor a ser juzgados y a las reacciones de los/as entrevistadores, en ocasiones se proporcionan respuestas falsas. Johnson y Van de Vijver (2002, p. 194) la definen como “tendencia de los individuos a gestionar las interacciones sociales a partir de proyectar una imagen favorable de sí mismos y, por lo tanto, maximizan la conformidad de otras personas y minimizan el riesgo de recibir evaluaciones negativas de ellos”, ya sea por sus experiencias o sus comportamientos. La presencia de un entrevistador/a puede inhibir la información considerada socialmente indeseable y, a la par, fomentar el reporte de conductas deseables. Muchos diseños experimentales muestran que, comparada con la administración de un cuestionario mediante entrevista, la autoadministración incrementa el reporte en temas críticos (Couper et al., 2003).
El diseño del cuestionario en LimeSurvey y la presencia de dispositivos electrónicos para su aplicación permitió realizar pruebas sobre la mejor forma de llevarlo a cabo. A priori se identificaron dos secciones críticas en el cuestionario para niños/as (maltrato perpetrado por personas adultas y violencia sexual). En el de adolescentes fueron cuatro: las dos mencionadas, violencia en el noviazgo, y hábitos personales y relación con pares, que indagan sobre su participación y la de sus pares en actividades socialmente desviadas, como consumo de drogas, alcohol, y comportamientos vandálicos, entre otros.
En estas secciones se optó por preguntar tanto a cuidadores/as como a adolescentes si deseaban contestar las preguntas solos/as o mediante entrevista. Por ejemplo, sobre hábitos personales se consultaba: “En esta sección te voy a preguntar sobre tus amistades y las personas con las que te juntas, tus amigos/as y los compañeros con los que convives. ¿Quieres contestar esta sección tú o prefieres que yo te haga las preguntas?”. De igual forma, en la parte sobre violencia sexual: “A continuación te haré unas preguntas vinculadas con el cuerpo y algunas experiencias que hayas podido tener. Si te sientes incómodo/a, puedes dejar de contestar esta sección o tomarte un tiempo antes de continuar. ¿Quieres contestar tú o prefieres que yo te haga las preguntas?”. Esto generó que los/as jóvenes y los cuidadores/ as se sintieran tomados en cuenta. El porcentaje de personas que contestó que deseaba responder por sí mismo (autoadministrado) se presenta en la tabla 5. Entre 30 y 40% de los/as jóvenes y 28 y 36% de los/as cuidadores/as completaron alguna sección de manera autoadministrada. Por ejemplo, para los adolescentes, la confiabilidad interna de la parte sobre violencia sexual fue ligeramente mayor cuando el cuestionario fue autoadministrado que cuando se aplicó mediante entrevista (Cronbach Alpha 0.79 vs. 0.72).
Por la forma de aplicación de los cuestionarios -entrevistador/a y persona entrevistada sentados lado a lado con la tableta y las imágenes visibles para ambos-, se produjeron situaciones en las que, tras plantear algunas preguntas de una sección delicada, la persona entrevistada decía que prefería contestar sola. Se le daba esa opción. Esto resultó menos intrusivo y, quizá, aumentó la probabilidad de llevar a término la entrevista y evitar sesgos por cuestiones de deseabilidad social, tal como lo sugiere el testimonio del diario de campo de una entrevistadora:
Una joven me permitió encuestarla […] a veces lográbamos anticipar cuándo sería una encuesta difícil y esta lo gritaba por todos lados. La joven nunca me pudo ver a los ojos y cada vez que hablaba parecía que quería evitar abrir la boca. En los primeros 10 minutos me contó que en su casa vivían entre cuatro y cinco tíos (varones adultos todos), su abuelo, su papá, su abuela y una tía; todos en un departamento de dos habitaciones […] Se acababa de mudar a esa casa porque, cuando era muy pequeña, sus papás se separaron acusando a su mamá de violencia doméstica, y ella, cuando creció, quiso desmentirlo. Se fue a vivir con su mamá y resultó que su mamá la envió en tres ocasiones al hospital por fracturas en huesos provocadas por golpizas. Después me pidió permiso para terminar la encuesta ella sola y no me contó nada más.
Sección | Cuidadores/as | Adolescentes |
Entornos conflictivos y peligrosos | — | 32.1 |
Hábitos personales | 28.6 | 34.5 |
Maltrato por parte de personas adultas | 30.3 | 34.3 |
Maltrato por parte de pares | 36.2 | 39.9 |
Violencia sexual | 35.2 | 33.0 |
Victimización indirecta comunidad y en hogar | — | 36.3 |
Violencia en el noviazgo | — | 38.1 |
Embarazo y violencia obstétrica | — | 37.7 |
Fuente: Elaboración propia.
No todas las personas entrevistadas experimentan molestia al responder las secciones críticas. En el municipio de Miacatlán se realizaron las primeras pruebas. Se entrevistó a una joven y, por un error, no se pudo concluir el apartado sobre violencia sexual. La entrevistadora le comentó el problema y, respetuosamente, le preguntó si deseaba autocompletar esa sección. La joven indicó que prefería que le volvieran a preguntar directamente. El problema persistió, y una tercera vez dijo que mejor le preguntaran. Era la primera vez que le contaba a alguien la violencia física y sexual severa en su última relación de noviazgo. Sus palabras (“es que te lo quiero volver a contar”) sugieren que, lejos de ser una experiencia negativa, probablemente resultó liberadora. La valoración de los/as cuidadores/as, en general, fue positiva, lo que coincide con otras investigaciones que evalúan de forma favorable su participación en estudios sobre maltrato a los hijos/ as (Ellonen, & Fagerlund, 2017).
Reflexiones finales
Este trabajo aborda algunos aspectos éticos y metodológicos vinculados a la realización de un estudio cuantitativo sobre violencia y victimización de NNA, del que se desprenden diversas implicaciones prácticas que deben ser consideradas cuando se lleven a cabo investigaciones de este tipo. Metodológicamente, los resultados concuerdan con otros en los que los cuidadores/as principales pueden ser buenos informantes de las experiencias de violencia y victimización, ya que, con excepción del reporte de violencia sexual y del crimen convencional, no hay diferencias estadísticamente significativas entre el reporte de los/as cuidadores principales de niños/as de 11 años y el que hacen los/as propios/as adolescentes. Es muy probable que la estigmatización, las dificultades para identificar el abuso asociadas a la edad y el que la mayoría de los/as agresores/as sexuales de infantes pertenezcan al propio núcleo familiar estén detrás de esto. Las diferencias en la victimización asociada a crímenes convencionales en espacios públicos, como robos, extorsiones, amenazas, etc., perpetradas por personas con las que los/as NNA no tienen una relación, posiblemente se expliquen por el tránsito a otros escenarios, como el paso a la escuela secundaria.
El segundo aspecto está ligado a la revictimización y el malestar. Los hallazgos corroboran investigaciones previas en las que los beneficios de participar en este tipo de estudios para los NNA y sus cuidadores/as son mayores que los inconvenientes, y que son pocos los casos en los que la participación genera molestia. Entre estos, además, hay quienes volverían a participar en la encuesta si se lo solicitaran. De manera muy particular, este análisis mostró que la participación de los cuidadores/as generaba un resultado pedagógico indirecto al permitir identificar sus propios actos y ayudar a conceptualizarlos como violentos. Esto, aunque generó cierta molestia o incomodidad, no impidió que las personas indicaran que estarían dispuestas a participar en un estudio semejante.
La tercera implicación de esta investigación es sobre la forma de administrar el cuestionario. Se recomienda usar imágenes culturalmente pertinentes y que tanto el entrevistador como el entrevistado puedan ver el dispositivo donde se muestra el cuestionario para evitar el tedio y reducir el cansancio. Se sugiere, asimismo, emplear diseños de administración flexibles en los que se pueda alternar la autoadministración y la entrevista en las secciones críticas. Así, la persona entrevistada puede indicar si desea acabar de contestar la sección solo/a, o decidirlo desde el inicio -tras la presentación del entrevistador/a-. Por ejemplo, la medición de violencia sexual para adolescentes mostró mayor congruencia interna cuando fue autoadministrado que con el empleo de la entrevista.
Futuras investigaciones habrán de examinar el orden de las preguntas, la disposición secuencial de las secciones, la influencia del sexo de la persona entrevistadora o si la concordancia o discordancia entre el sexo del entrevistador y el entrevistado incide en la respuesta, etc. Preliminarmente, los hallazgos de este estudio respecto a este último punto muestran que solo parece haber algún efecto en el reporte del crimen convencional y de la violencia sexual (análisis no mostrados). Por limitaciones de espacio, otros estudios serán los que aborden la validez de la información obtenida en función del sexo, edad y ámbito (rural/urbano), quizá en relación con el mayor o menor acceso a las tecnologías de la información y la comunicación. Este campo de investigación sobre metodología sociológica está muy extendido en otros países, pero, si se tienen en cuenta las diferencias socioculturales, no es posible asumir la importación de las recomendaciones metodológicas sin considerar el contexto.