¿Qué ha sido el Bloque Renovador? Un grupo de demócratas enamorados de todas las libertades y de todas las redenciones: de la libertad política, de la libertad económica, de la libertad civil; de la redención de las conciencias, de la redención del pueblo, de la redención del trabajo; de todas las libertades y de todas las redenciones. ¿Qué es el Bloque Renovador? Un grupo político que en el Congreso de la Unión ha sostenido al Gobierno dentro del criterio patriótico de los principios de la Revolución y que aspira y pretende implantar en lo político, en lo económico, en lo agrario, en la cultura popular y en todos los servicios administrativos las promesas del Plan de San Luis, acometiendo resueltamente una labor de renovación.
José I. Novelo, Memorial presentado a Madero el 23 de enero de 1913.
Algunos datos para dar contexto
Francisco I. Madero llegó a la presidencia en noviembre de 1911 por medio de unas trascendentales elecciones para la historia de la democracia en México, pero tuvo que gobernar de la mano de la XXV Legislatura, electa en 1910 y meses antes repudiada. Fue hasta los comicios de julio de 1912 que se abrió la posibilidad de integrar el Poder Legislativo con nuevos elementos para realizar, de acuerdo con los revolucionarios, las reformas legales que el país requería. Los lineamientos legales de la época indicaban que la Cámara de Diputados debía remozarse totalmente y sólo la mitad de los senadores serían removidos. Con Madero en el poder, las expectativas estaban puestas en estos nuevos representantes que serían elegidos mediante el voto directo.2
Sin embargo, la sustitución no era tan simple como algunos esperaban. Por el propio programa maderista, se permitió la libre formación de organizaciones políticas, las cuales lucharon por ocupar el espacio legislativo.3 Los postulantes de los partidos Nacional Antirreeleccionista, Constitucional Progresista, Católico Nacional, Liberal, Popular Evolucionista y los candidatos "independientes" obtuvieron curules dispuestos a defender sin tregua sus puntos de vista e intereses contra los de sus opositores. Las tareas duraron poco, pues en febrero de 1913 tuvo verificativo el golpe militar que derrocó al presidente. Así, tocó a esta legislatura, mediante la fuerza, aceptar la renuncia de los mandatarios y sancionar el ascenso de Victoriano Huerta al poder.
La Cámara de Diputados de la XXVI Legislatura se caracterizó por su amplio espectro partidista y por sus escasos logros en materia legislativa; también porque en ella se discutieron polémicamente, sin cortapisas, muchos temas, demostrándose que la paz no había traído consigo el acuerdo, pues había una gran disparidad de posiciones respecto a los problemas que castigaban al país.
Frente a la pluralidad de posiciones de esta asamblea, Luis Cabrera -legislador destacado por su intensa actividad y claridad de ideas, sin duda uno de los ideólogos de la Revolución- nombró "renovadores" a aquellos representantes que, independientemente del partido que representaran, defendían la renovación nacional bajo los principios revolucionarios. No puede saberse con exactitud cuántos diputados podían agruparse bajo esta denominación, pero fueron muchos, la mayoría de los integrantes de la Cámara,4 y nada pudieron hacer frente a la violencia del cuartelazo. El hecho es que durante el gobierno de Huerta algunos de ellos permanecieron en la Cámara hasta su disolución, en octubre de 1913, y fueron hechos prisioneros junto con diputados de otras filiaciones;5 varios fueron asesinados y otros más la abandonaron para unirse a la Revolución Constitucionalista que, con Venustiano Carranza como Primer Jefe, había estallado en el norte del país para derrocar a Huerta al acusarlo de traición. Este movimiento también desconocía a los poderes Legislativo y Judicial por haber reconocido y amparado al militar "traidor". Se trataba de restituir el orden constitucional.6
Así, respecto a los renovadores maderistas hay que dejar claro que después de la caída de Madero su filiación no fue uniforme pues los hubo huertistas, constitucionalistas y convencionistas; también hubo quienes se alejaron de los avatares de la Revolución.
El movimiento constitucionalista fue más largo que el maderista; fue agosto de 1914 cuando se logró abatir al enemigo por completo, y como corolario, en esta ocasión, se disolvió el ejército federal y se obligó a los enemigos políticos a abandonar el territorio nacional. Sin embargo, de inmediato las desavenencias con Pancho Villa desembocaron en la Convención Militar, que se declaró soberana y nombró un presidente provisional, haciendo a un lado al Primer Jefe del Ejército Constitucionalista. Éste se trasladó al puerto de Veracruz, donde estableció su gobierno y reorganizó su ejército para enfrentar la disidencia, que aglutinó a las fuerzas villistas y a las que comandaba Emiliano Zapata. Hasta el año siguiente, con las derrotas del Bajío, Carranza pudo vislumbrarse como vencedor, lo que fue avalado con el reconocimiento internacional.
Si bien los problemas no terminaron, Carranza se estableció con su gobierno en la Ciudad de México y enfrentó la crisis provocada por la invasión de Villa a Columbus y la irritación de los obreros por las pésimas condiciones económicas; en particular por el rechazo a la circulación de billetes, la carencia de moneda metálica y la carestía de los alimentos. En medio de un sinnúmero de obstáculos, antes de dar por terminado su ejercicio ejecutivo, Carranza decidió que era el momento de convocar a elecciones para constituir un Congreso Constituyente que reformara la Constitución de 1857, evidentemente para dar paso al proyecto revolucionario y para sancionar las medidas legales que paulatinamente había ido emitiendo como Primer Jefe a lo largo de tres años.7
Debido a las características de la convocatoria, que sólo permitía el acceso a los constitucionalistas, la mayoría de los hombres que aspiraban al cargo de diputado constituyente era gente sin experiencia legislativa, y sólo algunos de ellos contaban con una brevísima práctica política -la que podía haber dado ocupar cargos públicos en las zonas revolucionarias a partir de 1911-.8 Los que sí contaban con la experiencia parlamentaria eran los hombres que habían participado en la XXVI Legislatura, como se precisará más adelante. Algunos de ellos, como ya se dijo, se unieron a Carranza y llegaron a ser muy cercanos al Primer Jefe, civiles que colaboraron en su gobierno.
Estas dos condiciones, diputados de "la legislatura maderista" que "colaboraron" con Huerta y la proximidad con el líder constitucionalista -quizá más este último hecho-, les ganaron la animadversión de algunos personajes también pertenecientes al constitucionalismo, que hicieron lo posible por dejarlos fuera del Congreso por su colaboración con el "usurpador", sin conseguirlo. Sin embargo, las diferencias entre unos y otros se hicieron notar no sólo al decidir sobre las credenciales de los presuntos diputados, sino también al debatirse los dictámenes de cada uno de los artículos que integraban el proyecto entregado por Venustiano Carranza el 1º de diciembre de 1916.
La historiografía sobre el tema, en particular la de divulgación, ha recogido de manera generalizada esta confrontación, asegurando que hubo dos grupos irreconciliables en el Congreso Constituyente; por un lado, el de los liberales, moderados o renovadores (identificados como carrancistas), y por otro, el de los radicales, "los jacobinos" (que serían los obregonistas), y que este último conjunto se impuso al primero. En mi opinión, esta es una mirada que se refuerza anacrónicamente por hechos posteriores: la ruptura entre Carranza y Obregón, que, como corolario, otorgaría a éste y su camarilla el calificativo de "verdaderos o más revolucionarios" frente a los "carranclanes", sus enemigos "conservadores".9 Como objeción fundamental a esta hipótesis puede esgrimirse que en el Congreso fueron aceptados sólo aquellos individuos que demostraron militar en el constitucionalismo, y todos, sin excepción, se consideraban y presentaban como constitucionalistas cabales. Por otra parte, si se han revisado algunas discusiones de los diputados en el Congreso Constituyente, es posible apreciar posiciones diversas respecto a los asuntos debatidos, pero no partidos definidos, ni siquiera bloques parlamentarios.10
Sin embargo, al rastrear este planteamiento, la idea de dos grupos en pugna, uno llega hasta los propios constituyentes que dejaron testimonio de su participación en el Congreso Constituyente. Por ejemplo, Amado Aguirre, en sus recuerdos del Constituyente asienta:
De ahí que desde luego el grupo de ciudadanos radicales, notáramos que lejos de existir la cohesión total en el Congreso, estábamos frente a frente dos grupos, ambos revolucionarios, pero unos un tanto moderados respecto de los otros a quienes nos llamaron "Los Jacobinos" y en reciprocidad del choteo, nosotros los llamábamos "Los Senadores"[...] El bloque radical estaba respaldado por el General Obregón, así como el que apoyaba el proyecto del Primer Jefe, como es natural, estaba respaldado por él.11
Es necesario dilucidar este asunto porque, en contraposición, los testigos también afirman que Carranza estuvo complacido con la actuación de todos los constituyentes y los dejó obrar libremente. El propio Aguirre escribió que, comparando a Carranza con Comonfort en 1857, aquél "más demócrata, más culto que Comonfort y profundo conocedor de nuestra Historia y de la del Mundo, nos admitió todo lo que reformamos de su proyecto y alguna vez me manifestó que estaba complacido de nuestra colaboración y corresponsabilidad en la formación de la Constitución, como la teníamos en la lucha armada".12
Es decir, cabía a Carranza el mérito de la iniciativa, del acuerdo para integrar la asamblea, del proyecto, del respeto a la libertad para discutir, y finalmente, de la aceptación del producto concluido. Por eso, cabe recordar que cuando el diputado Gerzayn Ugarte, también secretario particular de Carranza, informó a la asamblea que éste le había pedido que les entregara a los diputados la pluma con la que se había firmado el Plan de Guadalupe para que con ella se firmara la Carta Magna, volvía el acto no sólo solemne sino simbólico. Por ello, entusiasmada, la asamblea se volcó en aplausos:
Y esta pluma, Señores diputados, que acompañó durante toda la campaña al ciudadano Primer Jefe, que supo de sus vicisitudes, que sabe de los tropiezos, de las necesidades de la lucha, de las dificultades para la reorganización, del patriotismo de todos, pero que también ha sabido que bajo aquel uniforme en que se ostentaba dicha pluma no hubo jamás ni un decaimiento ni un fracaso, y servirá para que los constituyentes de 1917 entreguen, como epílogo de esa sangrienta jornada de la República, el testamento más grande que la revolución pueda legarle.13
Pero este objeto no sólo le daba significación al momento: la "histórica", además de sabia y consciente pluma, también incorporaba a Carranza en el festejo sin que él estuviera presente, y conectaba directamente el nuevo marco legal con la revolución constitucionalista, de paso, dejando fuera a la revolución de 1910, pues era "la salutación que el Congreso Constituyente debe enviar a aquellos esforzados paladines que el 26 de marzo de 1913 iniciaron la gran cruzada".
Asimismo, el acto facilitaba olvidar los agravios y que todos quedaran como amigos, por lo que el discurso fue conciliador: todos estaban unidos en una misma causa. Ugarte, el renovador maderista, que continuó sesionando en la Cámara Baja durante el gobierno de Huerta mientras los hombres congregados alrededor de Carranza iniciaban la lucha contra el general desleal, se dirigió directamente al más constante, y por ello más destacado radical en la Cámara, que además era signatario del Plan de Guadalupe:
Hoy, general Múgica, que estáis presente en este Congreso, que traéis en vuestro recuerdo y en vuestro corazón la firma del Plan de Guadalupe, sabréis también cumplir al firmar la Constitución de la República y al recibir la salutación, el aplauso y el cariño de este Congreso para quienes firmaron el Plan de Guadalupe, reivindicador y sagrado, la recibiréis con ese entusiasmo juvenil que os caracteriza, con esa fuerza de convicción que tenéis. Y al saludar en vos a los heroicos paladines de aquella jornada, el Congreso Constituyente anhela vivamente y pone su más grato ensueño en que la Constitución Política de 1917, sea el broche de oro con que termine la sangrienta jornada emprendida el 26 de marzo de 1913... (Aplausos nutridos. Voces: ¡Viva Carranza! ¡Viva la revolución! ¡Vivan los constituyentes!).14
Incluso si vamos a los discursos de clausura del Constituyente, el 31 de enero de 1917, puede apreciarse que el tono complaciente fue el que privó. No hay fisuras, ni reproches por las disputas, todos parecen satisfechos y orgullosos del trabajo realizado, actitud que van a sostener los diputados a lo largo de su vida siempre que hablaron o escribieron sobre el tema.15
Luis Manuel Rojas, presidente del Congreso, miembro de la XXVI Legislatura, al entregar "la nueva Constitución de 1857 reformada", justificó el resultado. Hizo notar el esfuerzo empeñado para lograrla y, por supuesto, el valioso aporte de Carranza: el proyecto y su discurso de inauguración en el que había justificado las reformas que el Primer Jefe y un equipo cercano -él mismo- habían redactado. Advirtió, haciendo también suyas, como de todos, las reformas:
Si en algunos puntos se ha ido un poco más allá de lo que vuestra sabiduría había indicado como un término medio, justo y prudente de las encontradas tendencias nacionales, el calor de la juventud que ha seguido la gloriosa bandera enarbolada por usted en Guadalupe, su entusiasmo revolucionario después de la lucha, y su natural afán de romper los viejos moldes sociales, reaccionando así contra inveterados vicios del pasado, explican suficientemente los verdaderos motivos habidos en el seno de esta Asamblea, para apartarse en algo de la senda serena y perfectamente justificada que usted nos había trazado, no obstante que por otra parte, en la gran mayoría de los señores diputados al Constituyente de Querétaro, hay y ha habido siempre el sentimiento de su comunidad de ideas y aspiraciones a favor del pueblo mexicano, ideas y aspiraciones de que usted es justamente la más alta personificación, como el jefe supremo de la revolución constitucionalista.
De cualquier manera que se piense, es claro que la obra legislativa que surge de este Congreso [...] había de caracterizarse por su tendencia a buscar nuevos horizontes y a desentenderse de los conceptos consagrados de antaño, en bien de las clases populares que forman la mayoría de la población mexicana, que han sido tradicionalmente desheredadas y oprimidas.16
Y agregaba, que si acaso los constituyentes habían cometido algún error en "esa obra grandiosa" o había habido algún exceso o defecto, "la historia, siempre justiciera, nos absolverá de todo cargo, en vista de la nobleza de nuestras miras a favor de los desvalidos y la sinceridad de nuestras convicciones sobre los grandes problemas sociales, pues en todo nos ha guiado la idea de hacer grande y feliz a la República Mexicana". Finalizó asegurando que ellos serían los más celosos defensores del nuevo documento.
Es decir, la base había sido el proyecto, a partir de él se manifestaron las posibilidades de mejorarlo, se discutieron y se tomaron las decisiones por mayoría, que luego fueron asumidas por todos como suyas, si bien no fueran las inicialmente apoyadas.
Carranza respondió a este discurso compartiendo las dudas que lo asaltaron cuando entregó el proyecto: no obstante su buena voluntad, ¿había podido interpretar las necesidades de la nación? El reconocimiento que hacían de su propuesta de reformas lo dejaba satisfecho, pues él y "los legítimos representantes" de la nación coincidían en las conveniencias públicas y las medidas que debían tomarse para reorganizarla "por la senda de la justicia y del derecho, como único medio de cimentar la paz y las libertades públicas". Al margen de los defectos o los excesos, a los cuales no aludió, ni quiso resaltar, como si no los hubiera o no los percibiera, Carranza reconoció que en la Carta Magna que le entregaban los diputados había un elemento que aseguraba su estabilidad, que era
[...] la expresión genuina de necesidades seculares, y correspondiendo a los deseos ingentes de la nación [sus preceptos] no se verán en lo sucesivo como un sueño de difícil e imposible realización [refiriéndose veladamente a la Constitución de 1857], sino algo que es fácil de entrar en los usos y costumbres nacionales para formar el espíritu público y el concepto grandioso de la patria, por la práctica de las instituciones democráticas, que, nivelando a todos los hijos de este país, los estreche en vínculo indisoluble con el sentimiento de solidaridad en los medios de acción y en el esfuerzo de buscar la felicidad común.17
Sólo restaba llevarla a la práctica. De esta manera, "sumiso y respetuoso", Carranza manifestó su "completa aquiescencia" a la nueva Constitución y protestó cumplirla y hacerla cumplir, "dando así la muestra más grande de respeto a la voluntad soberana del pueblo mexicano, a quien tan dignamente representáis en este momento".18
Carranza confirmó esta respuesta pública a dos de "sus colaboradores" que buscaron aclarar su posición, pues no querían que se les identificara con el obregonismo; Jara declaró años después:
Cuando circuló insistentemente la conseja de que los radicales, a quienes se nos llamó jacobinos, obrábamos a impulsos de Obregón, cuando propusimos alguna reforma al proyecto del Primer Jefe, Múgica y yo le aclaramos que nadie estaba administrando nuestro cerebro, y que obrábamos por nuestra propia convicción, a lo que nos contestó textualmente: "Yo envié mi proyecto al Congreso para que se discuta con toda libertad y se apruebe y desapruebe lo que se crea conveniente; porque al fin, ustedes y yo seremos los responsables ante la nación y ante la Historia de lo bueno o lo malo que ahí resulte".19
Todo lo anterior hace posible cuestionar que hubo dos partidos opuestos en el Congreso, como sí se manifestaron en la XXVI Legislatura. Ahora bien, no se puede negar que hubo diferencias entre los diputados constituyentes, en ocasiones más personales que ideológicas, existentes en cualquier grupo humano por muy homogéneo que éste parezca. Pero dada la falta de unidad al emitir el voto, tampoco se puede hablar de grupos o bloques perfectamente amalgamados, sino que cada quien votó por las medidas que les parecieron más adecuadas. Hecho que hace evidente la habilidad política del Primer Jefe: cierra las puertas para que sólo participen sus correligionarios, y deja que éstos discutan en libertad para que así se atiendan los intereses de los diferentes grupos sociales que integraban el constitucionalismo, como lo ha destacado Garciadiego reiteradamente.20
Hay una participación que vale la pena traer a cuento, pues muestra cómo algunos constituyentes querían debatir, expresar sus opiniones. El diputado Hilario Medina se opuso a que Macías -renovador de la XXVI Legislatura y uno de los redactores del proyecto de Constitución de Carranza- integrara la Comisión de Constitución, es decir, la que dictaminaría los artículos del proyecto de Carranza en el que colaboró. Su argumento, aunque pudo haberlo sido, no era personal, cuando menos formalmente:
En este concepto, las ideas del señor licenciado Natividad Macías pecan por el solo hecho de ser el autor de ellas, de una cierta estrechez, y no consideran todos los puntos de vista que pueden ser considerados en un punto opuesto a aquel en el que está colocada la Comisión de Puntos Constitucionales que se propone. En todo Parlamento señores, hay dos clases de ideas en juego: unas que significan la proposición fundamental que se pone a discusión en la Cámara; puede ser una idea conservadora, una idea liberal, una idea avanzada; ésta es la tesis. Entre los demás miembros del Parlamento surgen de repente, por el contraste de la lucha, otras ideas que vienen a modificar las propuestas; éstas son las que forman la antítesis. Del choque de la tesis y la antítesis, tiene que resultar un conjunto armonioso, que viene a ser la síntesis, que es la que aprobará la Asamblea. Macías representaba la tesis [...] Y si nosotros consideramos que esta Asamblea, en general, es revolucionaria, pareciera que no hay contraste de ideas, parece que no hay choque, sino que las ideas que nos presentará la mayoría de la Comisión son como las que nos presenta el Gobierno.21
Es tal la insistencia en el papel de los renovadores en el Congreso, ya sea para elogiarlo como para denostarlo, que es preciso preguntarnos si había alguna unidad o identificación entre esos hombres en particular. ¿El hecho de haber pertenecido a la XXVI Legislatura permite caracterizar a estos diputados de alguna manera? ¿Es posible encontrar elementos que los identifiquen?
Los renovadores
En la actualidad los bloques parlamentarios en las cámaras están perfectamente identificados, pues aglutinan a los legisladores de cada uno de los partidos representados en esos espacios, y lo que se espera de ellos es que actúen con disciplina en lo que se refiere a sus agrupaciones. Se constituyen en órganos formales, pues cuentan con un jefe, presidente o coordinador, e incluso con una estructura administrativa. En México, a principios del siglo XX hubo dos intentos de formar partidos políticos modernos, en 1906, el Partido Liberal Mexicano y el Partido Nacional Antirreeleccionista entre 1909 y 1910. Ninguno logró escaños en el Congreso.
Sin embargo, en 1911, el triunfo de la revolución maderista, que se basaba en planteamientos democratizadores, abrió la posibilidad de organizar agrupaciones políticas.22 El Partido Antirreeleccionista se escindió y dio paso al Constitucional Progresista; se fundó el Partido Católico, basado en las instrucciones de León XIII, para solucionar los problemas sobre la base de las enseñanzas cristianas, lo que le permitió crecer muy rápidamente, pero también recibir muchas críticas y provocar que se organizaran quienes lo veían como un peligro por sus ligas con el clero y su posible fanatismo.23 Un grupo que se había separado del Partido Liberal Mexicano trató de organizar otro bajo el mismo nombre; entre sus integrantes estaban Fernando Iglesias Calderón, Juan Sarabia, Manuel Castelazo, Francisco Escudero y Carlos Lerdo y Trejo de Tejada. Por su parte, Jorge Vera Estañol fundó el Partido Popular Evolucionista bajo principios que lo identificaban con el régimen porfiriano, en particular por su confianza en la evolución y su oposición a la Revolución.24
Al ganar escaños en las elecciones de 1912 para renovar la Cámara de Diputados, los integrantes de esas organizaciones intentaron presentar frentes más o menos coherentes, atendiendo a los partidos por los que habían lanzado su candidatura; entonces se empezó a hablar de bloques, si bien éstos no siempre se conservaron, ni tampoco se logró su completa cohesión, con la salvedad del católico, que siempre exhibió abiertamente su filiación y su disciplina, actuando como un verdadero bloque. También se intentó unir a las agrupaciones identificadas con la revolución para que actuaran articuladas. Así, los diputados del Partido Constitucional Progresista y los del Liberal se reunieron para formar un bloque opositor a los católicos, y nombraron una mesa directiva para presidir las sesiones preparatorias de la Cámara y dos comisiones revisoras de credenciales.25 Los propósitos eran ser aceptados en la Cámara como diputados y apoyar los "ideales" de la Revolución representados por el gobierno de Madero; precisaban que el objetivo de dicha revolución había sido y era "el mejoramiento de las clases proletarias", pensando siempre en los obreros y los campesinos.26
Los debates de esta legislatura fueron muy fuertes y de verdadera oposición.27 Además de los evolucionistas y los católicos, que eran considerados antagónicos a los revolucionarios y sus simpatizantes -aunque los que buscaban instaurar el reino de dios en la tierra lo negaran-, ingresó como "independiente" un grupo importante de exporfiristas, entre ellos el famoso triángulo: Nemesio García Naranjo, José Ma. Lozano y Francisco de Olaguíbel, quienes hicieron la defensa acérrima de Díaz y Corral en 1910, y a quienes a veces se agregó Querido Moheno después de que renunció a pertenecer al grupo gobiernista,28 además de José Castellot, Tomás Braniff, Luis A. Vidal y Flor, entre otros. Luis Cabrera, que había ingresado sin ninguna filiación política, pero sin duda era simpatizante de la Revolución, les dio el nombre de renovadores a aquellos que querían promover cambios revolucionarios. El nombre se impuso por su simpleza, implicaciones y seguramente porque reducía la diversidad de posiciones y eliminaba la referencia atomizadora de los partidos. Decía Cabrera, lúcido y categórico:
La labor de renovación, señores diputados, exige, no tanto el conocimiento de las leyes y su exacta aplicación, sino más bien el conocimiento de las necesidades sociales y, por consiguiente, el destierro de las malas leyes y la iniciativa de las buenas [la reforma agraria, la reforma bancaria, la reforma obrera]... Ahora bien; como precisamente si no hacemos labor de renovación, necesitamos otra revolución, yo vengo aquí en nombre de la paz, a pedir que la renovación que tiene que hacerse, se haga aquí, que no tenga que volverse a hacer por medio de las armas.29
Así, fueron renovadores, sin distinción, los diputados de la XXVI Legislatura que simpatizaban con Madero y querían que su gobierno saliera adelante.30
Los múltiples obstáculos que se le presentaron al presidente, entre ellos la oposición al carácter conciliador de su gobierno, los levantamientos de Bernardo Reyes, Pascual Orozco, Emiliano Zapata y Félix Díaz y sus propios errores, llevaron a que las filas del bloque renovador se desmoralizaran, disminuyeran o se dispersaran. Lo cierto es que no hubo tiempo para lograr esa renovación tan necesaria y urgente para Cabrera. La gestión parlamentaria sólo sirvió para demostrar que la sociedad estaba dividida de manera irreconciliable, que el marco legal era inoperante para resolver los problemas sociales que aquejaban al país y que, frente a éstos, no había una sola respuesta para su solución sino muchas y muy diversas, según hasta dónde se quisiera llegar en las transformaciones.
De hecho, en el mes de enero de 1913, durante el receso del Congreso y a escasos días del golpe militar que derrocó a Madero, José I. Novelo redactó un memorial a nombre del bloque "liberal renovador", que le fue presentado al presidente el día 23. En este documento los diputados hacían ver su posición y proponían soluciones y cambios específicos a la política presidencial, que podrían reducirse a que concluyera con su actitud conciliadora y se apoyara en el bloque renovador para gobernar.31
Madero ofreció reflexionar sobre las observaciones de los diputados, y poco después tuvo que enfrentar el doble golpe militar de la quincena trágica. El segundo, el de Victoriano Huerta, lo aprehendió y lo obligó a renunciar para después asesinarlo. Tocó pues a la Cámara de Diputados conocer la renuncia del presidente y el vicepresidente.
La quincena trágica
De acuerdo con Palavicini, el 8 de febrero de 1913, un grupo de diputados, entre los que se contaba Gustavo Madero, cenaban en el restaurante Sylvain para festejar el nombramiento de José J. Reynoso como subsecretario de Hacienda, era
[...] el primer diputado que entraba al Gabinete, y teníamos la esperanza de que fuese el iniciador de un recorrido porque era lógico esperar realizara el Gobierno del señor Madero [sic]. Todos sabíamos que para esa noche se fraguaba un complot; pero como en muchos casos anteriores, teníamos la creencia de que se frustraría o que sería rápidamente sofocado.32
Terminaron su reunión hacia la 1:30 de la madrugada sin que hubiera novedades, pero a las 6 les avisaron que se había tomado Palacio Nacional. Los maderistas que supieron las noticias, abandonaron su casa y se escondieron. Esa misma noche, a las 11, fueron convocados los miembros de la Comisión Permanente del Congreso, si bien se reunió el quórum con dificultades, pues no asistieron muchos senadores. Rafael Hernández, secretario de Gobernación, propuso a los asistentes un proyecto de ley de suspensión de garantías, que incluía a los funcionarios con fuero. Francisco Escudero observó que dicha ley podía servir para que los enemigos la utilizaran contra los legisladores, por lo que Madero no siguió adelante con la idea de suspender garantías pues podía afectar a los representantes populares.
Algunos diputados renovadores se reunieron en los siguientes días en la casa de Escudero para intercambiar noticias y opiniones. Frente a aquéllas decidieron, en la noche del 16, preparar un manifiesto que se imprimió al día siguiente, colocándose en las calles el día 18. En él se condenó el levantamiento armado y la conducta de los senadores que habían solicitado la renuncia del presidente. Concluían invitando a la gente a mantenerse al lado del gobierno legítimo:
Mexicanos: Es preciso que os convenzáis de que el combatido Gobierno nacional es el representante de las aspiraciones progresivas de nuestro pueblo, el defensor único de los intereses populares, el fiel guardián de la Ley. Prestadle vuestro concurso, estrechaos a su lado, desterrando de vuestro ánimo terrores infundados y que los enemigos con insigne perfidia propalan, relativo a intervenciones extranjeras que, hoy por hoy, carecen de fundamento y que estamos en posibilidad de desmentir pública, solemne y oficialmente.33
El llamado llegó tarde, pues ese día las fuerzas de Huerta aprehendieron a Madero. Lo interesante es que este manifiesto, en pleno receso, fue firmado por más de 85 diputados y de las firmas que aparecen, 20 son de individuos que más tarde formaron parte del Constituyente.34
Presos, presidente y vicepresidente decidieron renunciar bajo el ofrecimiento de que se les permitiría abandonar el país, acuerdo obtenido por algunos diplomáticos para preservar la vida de los mandatarios. Para dar legitimidad al gobierno militar, se convocó a la Cámara de Diputados para que diera salida a las dimisiones. Cravioto, en 1915, relató para la prensa que un grupo de alrededor de 15 diputados, fuera de la Cámara, discutieron qué hacer; allí, Jesús Aguilar hizo notar que la vida de Madero y Pino Suárez dependería de cómo votaran, y en nombre de la familia del presidente les pidió que hicieran lo posible por salvaguardarlas. Así, "considerando esto, y pensando también que salvar la vida del señor Madero era asegurar, sin duda, la restauración constitucional en breve plazo", decidieron votar por aceptar las renuncias.35
El quórum de la sesión del 19 de febrero se logró sobre las 4:40. Querido Moheno informó que una comisión designada en la reunión de legisladores que se había convocado en la mañana se había entrevistado con Huerta y éste les hizo saber que deseaba "ponerse de acuerdo" con los legisladores "y darle una investidura legal a un Gobierno que saque a puerto de salvación al país"; de no lograrlo, "aun cuando se hundan los principios", el ejército estaba resuelto a seguir adelante.36 Después de un intercambio de consideraciones, que no llegaron a nada, se leyó el comunicado del general Huerta al presidente de la Cámara, Ignacio Borrego, en el que informaba que había asumido la presidencia y tenía presos a los mandatarios, por lo que lo invitaba a que convocara a los diputados a discutir sobre la situación y "se proceda con la actividad que se requiere en bien de la patria, para lo que cualquier sacrificio es corto". A esta lectura siguieron largas consideraciones, entre llamados a la sinceridad y la solidaridad.
Dispuestos a llamar a los suplentes para cubrir el quórum, Escudero hizo notar que esta citación debía hacerse sólo en los casos en los que los diputados no fueran localizables, pero de ninguna manera cuando los legisladores estuvieran presos -"atropellándose el fuero"-, pues "la Cámara, por dignidad debe oponerse a que se llame a nuestro suplente, porque de otra manera sería permitir que se nos fuera devorando a uno por uno". Inmediatamente después de esta intervención, llegó la invitación del Senado para que la Diputación reanudara las sesiones, notificando que sus integrantes se encaminaban a Donceles para integrar el Congreso. Poco después se hizo saber que Huerta anunciaba que el conflicto había terminado, pues ya se tenía en la mano la renuncia de Madero y Pedro Lascuráin, secretario de Relaciones Exteriores, se haría cargo de la magistratura. La Cámara se instaló en sesión permanente y aprobó la moción de Escudero. Poco después se propuso abrir las galerías al público; sin embargo, Francisco Elguero, católico, pidió que fuera secreta para tener "libertad" para deliberar y discutir. Francisco Escudero intentó detener la sesión, indicando que habían manifestado su buena voluntad de dirimir el asunto, pero que no debían continuar si no se dejaba libres a los colegisladores presos. Olaguíbel, por su parte, hizo ver que esa petición en realidad era "una demora que no tiende a nada y que no acarreará nada".
Finalmente, llegó la renuncia que firmaban Madero y Pino Suárez, y que decía: "En vista de los acontecimientos que se han desarrollado de ayer [18 de febrero] acá, y a fin de facilitar la solución política de los graves problemas que actualmente preocupan a la nación, hacemos ante la honorable Cámara de Diputados formal renuncia de los cargos de presidente y vicepresidente constitucionales de los Estados Unidos Mexicanos. Lo que comunicamos a ustedes para los efectos legales". La renuncia se envió a la 2ª Comisión de Gobernación y 3ª de Puntos Constitucionales, las únicas "que podían integrarse desde luego". Escudero pidió que se le excusara de participar, pues él opinaría en contra de la dimisión.
Las comisiones, integradas por J. R. Aspe, Manuel Padilla, Manuel F. de la Hoz, José Mariano Pontón y J. M. de la Garza, dictaminaron a favor de aceptar las resignaciones, argumentando que las razones dadas por los mandatarios eran de tomarse en consideración "por la gravedad e importancia que revisten" y la posibilidad estaba prevista en la Constitución. Además, se proponía que se llamara a Lascuráin para que presentara la protesta de ley.
Al ponerse a discusión el dictamen, el único diputado que tomó la palabra para explicar su posición fue Alfonso Cravioto, quien dijo que, como miembro del partido que acabada de caer, votaría a favor del dictamen porque así "contribuyo a salvar la existencia de los dos altos funcionarios dimitentes, y por librar a mi país de una intervención extranjera, que, según se me ha asegurado, es inminente y en estos momentos sería la muerte de nuestra independencia". Durante la discusión de las credenciales en el Congreso Constituyente, Cravioto volvió sobre estas razones cuando se les increpó por haber aceptado las renuncias. Escudero, por su parte, se opuso a la votación económica, por lo que sabemos que la dimisión de Madero se aceptó por 119 votos contra 8 (Alarcón, Escudero, Hurtado Espinosa, Méndez, Morales, Luis T. Navarro, Ortega y Rojas) y la de Pino Suárez, por 123 contra 4 (Alarcón, Escudero Hurtado Espinosa y Rojas).37 Todos los que votaron en contra de las renuncias eran renovadores, los otros, como Rojas, decidieron votar a favor.
A continuación, ya en sesión del Congreso, Lascuráin presentó protesta como presidente. Lo que sucedió después, ya se sabe: el único acto de gobierno de este personaje fue nombrar secretario de Gobernación a Victoriano Huerta y después renunciar:
Los acontecimientos a los que asistimos, me han colocado en el caso de facilitar los medios para que, dentro de la ley, se resuelva una situación que de otro modo acabaría con la existencia nacional. He aceptado con toda conciencia ese papel, ya que, de rehusarme, hubiera cooperado a futuras desgracias. La historia resolverá serenamente sobre mi actitud; estimo demostrar con ella mi lealtad a quien me honró con su confianza y mi amor a mi patria.
En esta oportunidad, la votación fue unánime, 126 votos; en ese momento un diputado había abandonado la sesión.
De esta manera, por la fuerza de las armas se daba apariencia de legalidad a un gobierno militar, totalmente ilegítimo no obstante sus insistentes declaraciones de que pretendía salvar al país de una intervención extranjera. Después, para mayor agravio, se asesinó a Madero y a Pino Suárez. Así se cerraba la quincena trágica, con la eliminación violenta de los mandatarios elegidos legítima y democráticamente. Una verdadera afrenta a la vida cívica nacional.
Constitucionalismo vs. huertismo
Algunos de los diputados renovadores que se unieron a las fuerzas rebeldes encabezadas por el gobernador constitucional de Coahuila, Venustiano Carranza, legitimado no sólo por el Plan de Guadalupe, sino sobre todo por la legislatura local de Coahuila, quien lo apoyaba en su repudio a Huerta, decidieron exhortar a sus compañeros de legislatura que permanecieron en la capital asistiendo a las sesiones del Congreso. El 25 de agosto de 1913, desde Piedras Negras, Fabela, Escudero, Alfredo Álvarez, Eduardo Hay, Carlos M. Ezquerro, Roque González Garza, Luis G. Unda, Manuel Pérez Romero y Serapio Aguirre, ya en territorio controlado por el constitucionalismo, emitieron un manifiesto dirigido a sus excompañeros de legislatura todavía en la capital de la República. Después de analizar la caída del gobierno de Madero, los invitaron a que se unieran a los rebeldes y que no autorizaran con su presencia "los actos legislativos de un gobierno espurio", no sin antes hacerles ver -prácticamente acusándolos- que sabiendo que
Huerta era reo de varios delitos que merecían pena de muerte [...] fuisteis a la Cámara y no sólo fueron aceptadas por vosotros unas renuncias arrancadas con amenaza de muerte, sino que cometisteis el atentado inexcusable de autorizar con vuestra presencia la usurpación que del Poder Ejecutivo de la República hiciera Victoriano Huerta. Políticamente no tenéis ninguna exculpante en vuestra culpabilidad.38
Olvidaban que la renuncia fue presentada y aprobada bajo la acción de las armas; era más difícil explicar qué hacían en el recinto legislativo si comulgaban con las ideas revolucionarias.
Palavicini, en el libro publicado precisamente en 1916 -el año de la convocatoria al Congreso Constituyente- para dar cuenta de las actividades de la XXVI Legislatura en el periodo de Huerta, asegura que los renovadores reprobaron la asistencia de Francisco Escudero, José Inés Novelo e Ignacio Borrego a una reunión con Huerta, muy cercana a su arribo al poder, y todos firmaron un escrito "juramentado por el cual los renovadores se comprometían a votar perpetuamente por la negativa a todas las iniciativas de Huerta". Al día siguiente, alguno de ellos reflexionó "oportunamente" que había sido temerario escribir el texto, así que se decidió quemarlo, ya que podía caer en manos de los huertistas y costarles la vida, sólo quedaba confiar en la buena fe y lealtad de cada uno de los signatarios.39
En ese mismo lugar, el diputado tabasqueño asienta que Eliseo Arredondo, diputado que ya se encontraba al lado de Carranza, fue enviado por éste, que asistió a las sesiones y se informó sobre los planes que estaban realizando los renovadores, "que no eran otros sino aquellos mismos que el señor Carranza aconsejaba para provocar la disolución del Congreso". Asimismo, asegura que Arredondo regresó al campo constitucionalista convencido de que los renovadores lograrían que una comisión del Gran Jurado declarara que había lugar para proceder contra Huerta. Sin dar fechas exactas, afirma que aún no se encontraba Arredondo con Carranza, cuando ya se había logrado la disolución de la Cámara, es decir, el 10 de octubre.40
Este asunto permite que Palavicini haga una apreciación sumamente elogiosa sobre Carranza, ya que, "verdadero político, había comprendido que la disolución de la Cámara sólo podía lograrse cuando los diputados 'renovadores' conquistasen una mayoría capacitada para obtener el proceso de Huerta, o cuando sus esfuerzos de oposicionistas provocasen en el usurpador la violencia de la disolución". Pero, ¿había posibilidad de lograr esa mayoría cuando muchos ya habían abandonado su curul?
Sin embargo, aunque esta referencia al mensajero Arredondo se acerca a lo dicho en el telegrama que Carranza envió al Congreso Constituyente para que se aprobaran las credenciales de los que ya eran sus colaboradores inmediatos, los contenidos no son iguales. Palavicini no reconoce que los renovadores hubieran recibido instrucciones, ni cuándo se definió su militancia constitucionalista. Por otro lado, Palavicini relata el pasaje como si éste hubiera ocurrido a fines de septiembre o principios de octubre, mientras que Carranza lo sitúa meses atrás, pues una de las advertencias era que impidieran en el Congreso la autorización de un empréstito para Huerta y éste se discutió en el mes de mayo. Entonces, ¿realmente envió Carranza el mensaje y les indicó a los diputados la línea a seguir? ¿Por qué lo hacía: tenía contacto con ellos o sólo suponía que como renovadores podían ser simpatizantes de la revolución que encabezaba? ¿El Primer Jefe envió el mensaje y al mensajero en 1913 o ya en el CC sólo quiso salvar a sus muy cercanos colaboradores, nada menos que a los que habían elaborado el proyecto, pues nadie pondría en duda su palabra? También es posible preguntarse: el gobierno de Huerta ¿habría permitido que un diputado militante del constitucionalismo regresara a ocupar su escaño por unos días sin encarcelarlo para que luego volviera al territorio enemigo sin consecuencias de ningún tipo?; difícil de admitir, pues se sabe de las habilidades de espionaje de su policía.
Por otra parte, aun aceptando la sagacidad política del Primer Jefe, ¿creía éste posible que podía formarse una comisión de Gran Jurado, cuando las fuerzas renovadoras estaban tan mermadas en la Cámara por la ausencia de los que la habían abandonado y los que habían desaparecido? ¿Carranza vería realmente como un avance para su causa el cierre de la Cámara? De hecho, recuérdese que el golpe de Estado contra la Cámara de Diputados ocurrió en octubre, a ocho meses de que Huerta se hizo con el poder, y que todavía lo retuvo por nueve meses más. El golpe, de hecho, no fue un factor inminente para la derrota de Huerta, aunque sí afectó enormemente su credibilidad; a partir de ese momento y de las fallidas elecciones del mismo mes, el gobierno estadounidense corroboró que no podía confiarse en el general. Por otra parte, se sabe que el 7 de agosto de 1913, en Durango, Carranza expidió un documento en el que invitaba a los legisladores a no acudir a las sesiones del siguiente periodo de sesiones, que iniciaría el 13 de septiembre, para no verse sujetos a las penas que se aplicarían a Huerta, a sus cómplices, y "a todos aquellos que de una manera oficial o particular hubieran reconocido o ayudado" a su gobierno.41
¿El jefe constitucionalista ponía en práctica una política doble, o en realidad no envió ningún mensaje, pues ni siquiera sabía si los renovadores en la Ciudad de México eran sus simpatizantes?
Al disolverse la Cámara, de inmediato se envió a 83 diputados a la cárcel, entre los que iban no sólo renovadores, sino todos los que Huerta consideraba sus enemigos, como Rodolfo Reyes y Jorge Vera Estañol, exsecretarios de Estado de su gabinete. A la brevedad quedaron libres algunos, pues se dio el caso de que uno de los presos -Gonzalo Enrile- ni siquiera era diputado; el día 18, el juez liberó a otros 14. El 1º de enero de 1914 salieron 36 más, entre éstos, Cravioto y Macías; otro grupo abandonó la cárcel el 19 de febrero, y los demás, el 23 de abril, debido a la amnistía otorgada por Huerta en virtud de la ocupación estadounidense del puerto de Veracruz. Palavicini asegura que al día siguiente se reaprehendió a Rojas y se le "buscó" a él; que los que salieron en el último grupo fueron "perseguidos" hasta el día de la renuncia de Huerta, él siempre presentándose como víctima por sus ideales.42
Después del golpe de Estado de 1913, 18 diputados al Congreso Constituyente estuvieron presos.43
Me atrevo a interpretar, sin poder probarlo totalmente, que las fracturas en el grupo renovador maderista se dieron por el momento en que decidieron incorporarse a la revolución; que una primera se dio cuando algunos diputados lo hicieron de inmediato, a partir de febrero de 1913 mismo, y que no vieron con buenos ojos a los que se quedaron gozando de sus dietas como diputados; otra se dio en la cárcel, en donde algunos afianzaron sus lazos de amistad o políticos, como puede suponerse en el caso de Macías, Rojas, Cravioto, Palavicini y Ugarte, además de Dávalos, Frías y Alfonso Cabrera, que parecen diferenciarse de aquellos que salieron antes de prisión, como Novelo, Zubiría y Campa, y Neri o de algunos otros que continuaron en la cárcel, como Ancona y quizá Navarro y Reynoso. Incluso es pertinente señalar que no se sabe qué hicieron algunos de estos diputados entre abril, que salieron de prisión, y agosto, cuando los constitucionalistas ocuparon la capital. Es muy probable que el retraso en la incorporación a la Revolución provocara recelos entre los que no dudaron hacerlo de inmediato. Estas diferencias se fueron manifestando y acrecentando durante su militancia constitucionalista.
En el constitucionalismo, hacia Veracruz
El 15 de agosto de 1914, Álvaro Obregón ocupó la capital de la República, y el 20 lo hizo Carranza. La derrota de Huerta hizo suponer a algunos de los diputados renovadores que podrían reorganizar la legislatura, pero de inmediato detuvieron sus trabajos -muy probablemente fue el Primer Jefe quien les dijo que no era momento de reconstituir a la XXVI, como algunos deseaban-.44 Lo que es un hecho es que tres días después, Carranza nombró a Palavicini oficial mayor encargado del despacho de Instrucción Pública y Bellas Artes, y al otro día éste incluyó a Cravioto en su equipo. De acuerdo con Granados Chapa, el hidalguense llevó a la dependencia a otros colegas: Luis Castillo Ledón, Gerardo Murillo -el doctor Átl-, Luis Manuel Rojas, Alfonso Herrera, Juan Sarabia y Ramón López Velarde.45 En octubre, el 27, se creó la Dirección General de Bellas Artes, de la que se hizo cargo Cravioto.
Las fuerzas constitucionalistas dejaron la Ciudad de México y se trasladaron al puerto de Veracruz al darse la ruptura con la Soberana Convención Revolucionaria. Allí, Palavicini ascendió a subsecretario encargado del despacho, pues el 24 de diciembre se reestructuró el gabinete,46 y en su dependencia se formó la Sección de Legislación Social, que se encargó de preparar los documentos legislativos que iba requiriendo el Primer Jefe, sobre todo a partir de las reformas al Plan de Guadalupe efectuadas el 12 de diciembre, por las que se comprometía a resolver los problemas económicos, sociales y políticos, "efectuando las reformas que la opinión exige como indispensables para restablecer el régimen que garantice la igualdad de los mexicanos entre sí".47 Se integraron a esta oficina: José N. Macías, Alfonso Cravioto, Luis Manuel Rojas, Juan N. Frías y Manuel Andrade Priego. Los cuatro primeros eran renovadores, al igual que el jefe. Ahí se desarrollaron 19 proyectos, pero no todos cobraron la forma de decretos; cinco eran sobre asuntos municipales: la ley orgánica del artículo 109 de la Constitución, consagrando el municipio libre; la ley que facultaba a los municipios para establecer oficinas, mercados y cementerios; la ley que facultaba a los municipios para expropiar terrenos para establecer oficinas, mercados y cementerios; la ley sobre la organización de municipios en los territorios de Baja California y Tepic, y la ley sobre procedimientos para que los municipios pudieran llevar a cabo las expropiaciones. La sección también se ocupó de revisar el trabajo de Pastor Rouaix y José I. Novelo y el de Luis Cabrera, ambos de materia agraria.48 Asimismo, preparó un proyecto sobre legislación obrera, que se publicó en El Pueblo el 23 de enero de 1915, en tanto que Rafael Zubaran, secretario de Gobernación, preparó otro alternativo; ninguno llegó a decretarse, seguramente por las diferencias de opinión en torno a cómo resolver el problema.49 Si algo había hecho evidente la XXVI Legislatura es que se podía estar de acuerdo en el reconocimiento del dilema, pero no en la solución, pues eran muchos los caminos posibles y no se podía saber cuál era el certero. Este grupo de la Sección Legislativa fue precisamente el que redactó el proyecto de Constitución del Primer Jefe.
Otros renovadores fueron incorporados en diferentes momentos a otros cargos. Pascual Ortiz Rubio se encargaba de la oficina impresora de papel moneda; Gerzayn Ugarte obtuvo la importante posición de ser secretario particular del Primer Jefe; Heriberto Jara, ya militar destacado, fue el secretario de Cándido Aguilar, gobernador de Veracruz; Adalberto Ríos, Novelo, Eduardo Neri, Marco López Jiménez y Salvado Gómez (todos exdiputados, salvo el último, que fue senador) se incorporaron a la Secretaría de Fomento con Roauix, y Rafael Nieto a Hacienda; en Relaciones trabajaron Eliseo Arredondo y Ortiz Rubio. Berta Ulloa, citando a Pastor Rouaix, hace ver que en los puestos clave del gobierno estuvieron los exdiputados de la XXVI, "por su experiencia en términos políticos y administrativos y por su fidelidad a la causa". Asimismo, la historiadora señala que entre los miembros del gobierno carrancista hubo pugnas internas más de carácter personal que políticas o sociales. Por ejemplo, el ocurrido entre civiles y militares durante la celebración de la Convención en la Ciudad de México en octubre de 1914 (Cabrera, Palavicini, Rojas y Macías contra Álvaro Obregón, Alberto J. Pani, Francisco Serrano y Aarón Sáenz entre otros).50 No obstante los conflictos que podríamos llamar "caseros", el grupo siguió unido debido a la autoridad de Carranza sobre sus subalternos.
Otra crisis tuvo lugar en 1915, en Veracruz, cuando Carranza decidió que la prensa pasara del control de la Secretaría de Gobernación al de Instrucción, es decir, de las manos de Rafael Zubaran a las de Palavicini, lo que no debió gustar al primero, pero el hecho no tuvo mayores consecuencias inmediatas, no obstante lo extraño de la medida. Bajo la nueva guía, El Pueblo hizo entrevistas a los secretarios de Estado, suscitándose una polémica entre Escudero y Palavicini, los dos exdiputados de la XXVI Legislatura. Cabrera, Urueta y Zubaran apoyaron a Escudero y presentaron su renuncia a Carranza el 15 de junio. En ella precisaban que, a partir de la segunda victoria en Celaya, "elementos indelicados" habían trabajado para provocar desconfianza y distancia entre ellos y el Primer Jefe, y que se había acentuado "la anarquía en las labores que por decreto de usted corresponden a cada Secretaría", y no obstante siguieron trabajando. Pero las cosas empeoraban y denunciaban que ese estado de cosas se debía al "Subsecretario de Instrucción Pública y los hombres que lo rodean". También hacían ver que, dada la incompatibilidad entre los dos grupos, habían esperado que Carranza pusiera fin a la situación, pero la política del periódico El Pueblo ya había pasado de las notas mal intencionadas al ultraje de los funcionarios, por lo que la actitud del Primer Jefe los obligaba a dimitir por dignidad y en beneficio de la política de gobierno.51 Pleito entre viejos colegas en nuevas posiciones, que con toda seguridad estaban distanciados de tiempo atrás.
Carranza no aceptó las renuncias de Urueta y Cabrera, también exdiputados del mismo Congreso, lo que puede interpretarse como que el Primer Jefe deseaba deshacerse sólo de los otros dos personajes. Zubaran fue sustituido por Jesús Acuña. Sin embargo, Urueta insistió en su dimisión, pues su presencia era "absolutamente incompatible con los elementos que usted ha creído necesario conservar y con las tendencias y procedimientos de estos elementos [...]". Este hecho manifiesta claramente las diferencias entre los renovadores. Obregón, que desde tiempo atrás no simpatizaba con Palavicini, lamentando la separación de los importantes colaboradores, se quejó ante Carranza del daño que hacían a la revolución las intrigas de don Fulgencio, "revolucionario de última hora".52 La respuesta de Carranza a Obregón fue categórica, no admitía réplicas:
[...] la separación de los secretarios no obedece a dificultades ni disidencias políticas conmigo, sino a un asunto enteramente personal de uno de ellos con Palavicini, seguirán colaborando conmigo [...] la imprudencia de Escudero y Verdugo y el señor Zubaran fue lo que me obligó a proceder como lo hice, ocasionando esto la renuncia de esos dos señores y la de los otros dos, por compromisos que con anterioridad tenían todos entre sí, según he sabido después.
Aunque intervinieron otros sujetos, aquí es claro que los renovadores tenían posiciones diversas; en este caso particu lar vemos a Palavicini en uno y a Escudero y Urueta en otro; el primero se unió poco después al villismo y el último se inclinó por el obregonismo. Cabrera no parece estar con ninguno de los dos, quizá solo no tenía conocimiento de las intenciones de Carranza, por ello se le tuvo que explicar que él no tenía que renunciar. También demuestra los malos términos de Obregón con el encargado de Instrucción. El desenlace obliga a preguntarse de nuevo si Palavicini actuaba por iniciativa propia o si seguía las indicaciones de Carranza. ¿Éste era capaz de hacer ciertos trabajos políticos que otros no estaban dispuestos a llevar a cabo dentro del gobierno o tomaba sus propios riesgos para escalar posiciones?
Como hemos visto, desde 1913 las circunstancias hicieron que el bloque renovador y sus simpatizantes se disgregaran, que tuvieran que elegir entre las diversas opciones políticas. Siguiendo a Palavicini, muy pocos (siete) se cobijaron en el huertismo: Francisco Romero, Salvador Díaz Mirón, Pascual Alva, Vicente Pérez, Adolfo Issasi, José R. Aspe y Pascual Luna y Parra.
Se fueron con Carranza 39:
Debe resaltarse que en esta nómina, la más numerosa, están incluidos tanto los hombres que se trasladaron al territorio de Carranza a lo largo de 1913 como los que se quedaron en la Ciudad de México y se incorporaron en 1914, lo que, como ya se dijo, marcó un distanciamiento entre ellos. Palavicini refuerza la idea de que los últimos siempre fueron constitucionalistas declarados, hecho que no es tan contundente. De allí que hubiera tantas dudas sobre ellos.
Otro grupo menor de exdiputados renovadores, 26, se afilió al constitucionalismo y luego se decidió por el bando de la Soberana Convención, siempre en opinión del exdiputado tabasqueño:
En esta lista hay dos fallos evidentes, por un lado, Navarro, que fue diputado constituyente, y por otro, Guzmán, que fue el suplente de Jesús Romero Flores en el Congreso; de ser cierta esta aseveración, no se les hubiera permitido el ingreso al discutirse las credenciales. Por otra parte, llama la atención que Palavicini prefiera decir que eran convencionistas y no que fueron villistas.
Los que se unieron al Primer Jefe en Veracruz, en febrero de 1915, según esta versión, fueron 10:
Granados Chapa afirma que Cravioto incorporó a Castillo Ledón a su equipo de trabajo desde agosto o septiembre anterior, por lo que también es cuestionable su inclusión en este grupo. Se afiliaron al constitucionalismo después de agosto de 1915 dos más: Mauricio Gómez y Macario González. El autor también señala 30 nombres de aquellos cuya definición política era dudosa o no se sabía en dónde estaban. Sin embargo, incluye en esta lista a exdiputados que se sabe militaban en el constitucionalismo y que fueron constituyentes, pretendidamente jacobinos; nada menos que a Carlos Ezquerro y Antonio Ancona, además de a José I. Reynoso.53 Palavicini parece empeñado en cuestionar o desacreditar algunos nombres que no son de sus simpatías, con los que ya no comparte puntos de vista. Quedar en una lista o en otra era comprometedor. Ahora bien, estas listas tan extensas y pretendidamente precisas, que incluyen a los renovadores que ya habían muerto, sólo incorporan 24 nombres de los 35 personajes que lanzaron su candidatura como diputados al Congreso Constituyente ya sea como propietarios o como suplentes. No obstante los errores, estas nóminas nos ofrecen una idea de la continuidad de los renovadores en las luchas revolucionarias.
Rumbo al Constituyente
Palavicini asienta haber discutido con el Primer Jefe el peligro de que las leyes que se habían emitido fueran desechadas al restablecerse la Constitución de 1857, hasta que se pusieron "de acuerdo" en convocar un nuevo Congreso Constituyente. Para convencer a los correligionarios, al iniciar 1915 se decidió que el exdiputado haría una campaña periodística al respecto en El Pueblo, órgano periodístico del constitucionalismo. Dice Palavicini que, después de que se publicó el primer artículo, Múgica aseguró al Primer Jefe que era una imprudencia atacar a la Constitución. Carranza respondió que la Carta Magna tenía muchos defectos y no creía "inconveniente que se señalaran".
Sea cual fuere la participación de Palavicini en la decisión de convocar al Congreso Constituyente, el hecho es que publicó 10 artículos bajo el título genérico de "Un nuevo Congreso Constituyente", que más tarde, ese mismo año, se publicaron como folleto. Las críticas no se hicieron esperar, pero la idea salió adelante.54
Así, el 14 de septiembre de 1916, el Primer Jefe expidió un decreto, reformando el del 12 de diciembre de 1914, anunciando que se convocaría a un CC, estableciendo que no podrían ser electos quienes "hubieren ayudado con las armas o sirviendo empleos públicos a los gobiernos o facciones hostiles a la Causa Constitucionalista". Lo que hacía posible que ingresaran constitucionalistas y maderistas (incluidos reyistas que hubieran militado en el maderismo, no los que colaboraron con Huerta). Al día siguiente, se emitió la convocatoria a elecciones y el día 20 la ley electoral que se aplicaría para los comicios.55
Las elecciones se celebraron el 22 de octubre. El regreso a la actividad institucional y su creciente, aunque paulatina, normalización hicieron posible el surgimiento de incipientes organizaciones políticas. Cumberland indica que el Partido Liberal Constitucionalista (PLC) se creó en la Ciudad de México para "elegir a los delegados designados por Carranza para la convención de Querétaro".56 Es difícil aceptar tal afirmación, pues fue muy breve el tiempo entre la convocatoria y el día de la elección: un mes y una semana, como para pensar que se dieron tiempo para organizar un partido, proponer candidatos y hacer campaña.57
Es más sólida la información que plantea que al día siguiente de haberse celebrado las elecciones para diputados constituyentes, Pablo González lanzó la candidatura presidencial de Carranza, y un grupo de militares entre los que se contaban Cándido Aguilar y Álvaro Obregón se reunieron en la casa del primero para unificar su posición. En cambio los dos siguientes días, 24 y 25 de octubre, en la Casa de los Azulejos se reunieron civiles y militares, pues "la nueva agrupación [el PLC] definiría sus posturas, principios y mesa directiva, además de lanzar la candidatura a la presidencia de la República de Venustiano Carranza y las planillas de candidatos a diputados, así como la postulación de varios gobernadores que contenderían en las elecciones"58 de 1917. Se trató de incluir a los civiles en la mesa directiva, quedando integrada por Eduardo Hay, Alfonso Herrera, Herminio Pérez Abreu, Jesús Urueta, Rafael Zubaran, Luis G. Cervantes, Luis Rivas Iruz, Manuel García Vigil, Jose I. Lugo, Álvaro Pruneda y Rafael Múzquiz. Cuando se discutían los nombres, alguien sugirió el de Palavicini y Obregón se opuso, argumentando que como diputado había aceptado la renuncia de Madero. Palavicini, que no estaba presete, envió una carta aclaratoria, en la que además de referirse a la renuncia del presidente, indicó que no le interesaba formar parte de la mesa directiva de la agrupación.59 Teniendo en cuenta lo anterior, más bien puede apreciarse que algunos de los "diputados jacobinos" simpatizaron con la organización, pues, como se indicó, no puede decirse que salieron de sus filas, ya que aún no estaba constituida; quizá sería más pertinente decir que esos hombres fueron sus organizadores. Lo que sí podría observarse es que los diputados que simpatizaron con el PLC o que ayudaron a su integración tenían posiciones semejantes.
Ahora bien, conocidos los nombres de los organizadores, no puede esperarse que congeniaran con Palavicini y sus allegados. Como Urueta y Zubaran, Obregón "despreciaba" a Palavicini, en este caso por las confrontaciones ya señaladas y porque algunas de sus extravagancias en Veracruz habían originado una situación crítica que por un tiempo amenazó la provisión de armas necesarias para la campaña contra Villa.60 Pero, al parecer, la animadversión de Jesús Acuña era mayor, o éste era muy cercano al general sonorense, pues dio instrucciones a Manuel Aguirre Berlanga, su subalterno en Gobernación y diputado al Congreso, para que cuestionara a los renovadores, comprendiendo en éstos solo a Palavicini y colaboradores.
Palavicini se enteró de los planes que urdía Acuña y se lo comunicó a Carranza. Al enterarse éste que cuatro de sus más cercanos consejeros: "el lírico" Alfonso Cravioto, "el dedicado y trabajador" José N. Macías, "el cáustico" Félix F. Palavicini y "el reflexivo y juicioso" Luis Manuel Rojas,61 serían blanco de ataques, decidió enviar un comunicado al mismo Aguirre Berlanga, como subsecretario del despacho, para que aclarara que los renovadores habían recibido indicaciones suyas para hacer labor de obstrucción contra el gobierno de Huerta y por eso habían permanecido laborando en la Cámara. El telegrama, fechado el 20 de noviembre, se leyó en la sesión del 25, antes de que se iniciara la discusión de las credenciales de los presuntos diputados, y decía:
Tengo conocimiento de que hay el propósito de desechar las credenciales de unos diputados al Congreso Constituyente, acusándolos de haber pertenecido en México, como diputados, a la primera XXVI Legislatura del Congreso de la Unión, después de los sucesos de 1913; pero sobre este hecho puede usted hacer, en el momento oportuno, a quienes hagan tal impugnación, la declaración de que yo di instrucciones al licenciado Eliseo Arredondo, para que las transmitiera a los partidarios de la revolución dentro de la Cámara, en el sentido de que, como sus servicios eran menos útiles en las operaciones militares, continuaran en sus puestos, organizaran la oposición contra Huerta, procurasen que no se aprobase el empréstito que trataba de conseguir y le estorbaran en cuanto fuera posible, hasta conseguir la disolución del Congreso. A esto se debió que permanecieran en México y por eso he seguido utilizando sus servicios, pues algunos de aquellos diputados han permanecido al lado de la Primera Jefatura desde antes de la Convención de Aguascalientes, y en la campaña contra la reacción villista [...] (Aplausos).62
No me voy a detener en la discusión de las credenciales,63 sin embargo, es preciso indicar que el debate sobre dos de las credenciales, la de Carlos Ezquerro y la de Palavicini, dos "renovadores" que participaron en la XXVI Legislatura, dieron lugar a debates en los que éstos se confrontaron. A Ezquerro se le rechazó inicialmente por haber colaborado algunos días con el gobierno de la Convención, no obstante su larga trayectoria revolucionaria desde el antirreeleccionismo, y a Palavicini, por fraudes en la elección, si bien se aludió ahí a su colaboración con Huerta. Sin embargo, el mensaje de Carranza no daba posibilidad de seguir sobre esa línea de discusión, pues significaría que se dudaba de su declaración. Podía acusarse a Palavicini, pero no cuestionar al Prime Jefe. Y si los noveles pelecianos quisieron dejar fuera del CC a Palavicini acusándolo de huertista, no tenían aún fuerza para hacerlo -sí si hubieran sido un bloque mayoritario-; por su parte, los llamados renovadores -denominación que, aunque genérica, sólo incluía a unos cuantos exdiputados- quisieron impedir el ingreso de Ezquerro, también exdiputado de la XXVI, revolucionario, aun cuando unos días coqueteó con los convencionistas.
En las argumentaciones esgrimidas en ambas discusiones de credenciales, pudo apreciarse que representaban a las capillas que, cercanas al Primer Jefe, se venían enfrentando desde tiempo atrás, muy probablemente por disputarse los principales cargos en el gabinete. Cada una combatió a la otra con encono, pero infructuosamente, pues ambos diputados fueron aceptados, porque a pesar de los argumentos centrales, no se podía negar que ambos eran constitucionalistas.64 En opinión de Cumberland, estos "agrios" debates pusieron en claro que el Constituyente "no era una simple agencia de Carranza o de Obregón: era una Asamblea de hombres independientes",65 y podríamos agregar, que protegían sus intereses y simpatías.
En el discurso de Palavicini defendiendo su credencial, habló abiertamente de su confrontación con gente del PLC y de la Secretaría de Gobernación, y de la acusación que se hacía en su contra sobre malos manejos. Hizo referencia a todas sus acciones, incluso a su renuncia al cargo en Instrucción Pública, para aclarar su conducta. Por supuesto acusó a Jesús Acuña y a Rafael Martínez Escobar, y aludió a Álvaro Obregón como instigador de las intrigas fraguadas para dejarlo fuera de la asamblea. Concluyó diciendo: "Los cargos que se hicieron a los renovadores fueron oportunamente destruidos. Si Madero respondió de mi pasado en el 'porfirismo', Carranza no solamente ha fallado en mi pasado político, sino que puede certificar mi presente". Y no quedaron dudas, el resultado de esta sesión fue que Carranza de inmediato solicitó, y con razón, la renuncia a Acuña "por haberle perdido la confianza".66
Esta separación tan abrupta no cambió la Memoria que Acuña firmó con fecha 1º de diciembre, en la que se daba cuenta de las actividades constitucionalistas en materia de Gobernación y en la que se reconocía que el grupo de diputados que permaneció en la capital durante el gobierno de Huerta "obedeció a indicaciones expresas del Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, enviadas por conducto del Lic. Eliseo Arredondo, hecho importante que el signatario de la presente 'Memoria' ha confirmado interrogando al efecto [...] al mismo caudillo del movimiento revolucionario legitimista". También exoneraba a los legisladores del delito de haber aceptado las renuncias de Madero y Pino Suárez, por haber sido un acto colectivo y porque muchos de los que así votaron se unieron después a la revolución. Al respecto, Acuña decía que sin duda el bloque renovador era merecedor de alabanzas, por lo que los ataques recientes eran injustificados, pero
[...] por otra parte, explicables, ya que algunos de sus miembros (dos o tres) a quienes distintamente señala y acusa, han sido poco cuidadosos de su decoro, seriedad y reputación como políticos y como funcionarios [...] pero la justicia exigirá siempre, en tales casos, que el anatema se circunscriba individualmente a aquellos elementos envilecidos o perversos, y no, de ninguna manera, que se haga extensivo a la colectividad de que formaron parte.67
Acuña aceptaba la versión del Primer Jefe, pero no evitaba referirse veladamente a Palavicini, exhibiéndolo como un hombre sin principios.
Así, puede apreciarse que el problema no era con todos los exrenovadores, sino con unos cuantos que fueron muy activos durante las discusiones del Congreso Constituyente por sus antecedentes, porque eran combativos y porque defendían el proyecto en el que participaron; la forma de llamarlos peyorativamente "renovadores" afectó a los otros que lo habían sido con Madero, aun cuando tampoco coincidieran o no simpatizaran con los "amigos de Carranza".
El asunto del mensaje de Carranza no terminó ahí. Palavicini fue aceptado como constituyente, pero Obregón no iba a quedarse con el golpe. El 20 de diciembre envió un oficio al Congreso Constituyente, que se publicó en El Demócrata, para rechazar las acusaciones en contra de Acuña, Aguirre Berlanga y él mismo provenientes -escribió- de un grupo de exrenovadores "encabezado por Palavicini, Macías y Rojas", que aseguraban que los primeros habían hecho lo posible por impedir su ingreso al Congreso Constituyente. Para esclarecer las cosas, el general declaraba que no eran ellos, sino la conciencia nacional la que acusaba a estos hombres de haber colaborado con Huerta, como lo había hecho ver Carranza en el Plan de Guadalupe, y ratificado en el decreto de agosto respecto a los legisladores, el cual Obregón transcribió completo. Aceptando como verdadero el mensaje de Carranza a los renovadores, Obregón hacía notar: "pero tales instrucciones no pudieron ser dadas con anterioridad al decreto condenatorio, porque de esta manera hubiera resultado inadecuado el decreto", de allí que se dedujera que tales diputados renovadores colaboraron con Huerta y "sancionaron sus actos criminales por espacio de medio año", de febrero a agosto de 1913; así que si después hicieron labor contra Huerta, eran "merecedores, a concepto mío, de un nuevo cargo que antes de ahora no se había hecho pesar sobre ellos, esto es, HABER TRAICIONADO A HUERTA". Por estas consideraciones, en su opinión, los cargos contra esos renovadores se robustecían:
[...] esos personajes son ventajosamente utilizables como elementos de traición, dándonos todos esos antecedentes el derecho de suponer que, por instrucciones del señor Carranza, traicionaron después a Huerta sin ser remoto -y allá van encaminados los temores de los revolucionarios de verdad- que ahora simulen estar colaborando al lado del señor Carranza, por instrucciones del arzobispo Mora y del Río o de Emiliano Zapata.
Así que, puestos a hacer política, el Primer Jefe no se iba a quedar atrás, permitiendo que se dudara de él o se considerara que podía ser engañado. El día 23 respondió por medio del periódico El Pueblo, dirigido por Heriberto Barrón, indicando que como podía deducirse del documento del secretario de Guerra y Marina que había contradicción entre su decreto de agosto y el mensaje del 20 de noviembre, insistió en éste y agregó que Eliseo Arredondo, en abril de 1913, le informó que en la Cámara había diputados que simpatizaban con su causa y harían lo que él instruyese. Carranza indicó que en ese momento sólo le servían los hombres que podían tomar las armas, pero que siguieran en la capital poniendo obstáculos a Huerta. Pasaron los meses, y en Durango se enteró de la oposición de los diputados, pero que no obstante ella, Huerta no había dado el paso que deseaban; entonces juzgó pertinente emitir el decreto para evitar que se reuniera el quórum en el mes de septiembre, y así se desintegrara el Congreso. El objetivo de las instrucciones dadas a Arredondo, reiteraba, era que "el golpe de Estado" de Huerta pusiera fin a la apariencia de legalidad de su gobierno y lo desconocieran "cuando menos una parte del Ejército y algunos Gobernadores de los Estados". Esto no ocurrió de inmediato, pero sí el 10 de octubre, cuando se aprehendió a los diputados, "unos simpatizantes nuestros y otros que no lo eran"; el propósito se había conseguido.
El final del documento no tiene desperdicio, Obregón ya no respondió:
Como se ve por lo expuesto, ninguna contradicción hay en mis disposiciones ni hay nada de extraordinario; cualquiera en mi lugar habría procedido lo mismo para derrocar pronto a Huerta.
Algún tiempo después el Lic. Arredondo me informó quiénes eran los partidarios de nuestra causa en la Cámara, y he utilizado algunos en diferentes puestos de la Administración.
Dejo a la Nación que juzgue si he procedido bien o mal en los hechos a que se contrae esta rectificación.68
Si el veredicto final estaba en manos de la nación, ¿qué más podía hacer Obregón?
Quedan muchas preguntas sin resolver sobre estas crisis dentro del gabinete de Carranza: ¿Por qué el Primer Jefe le tenía tanta confianza a Palavicini, hombre de no mucho prestigio que provocó grandes antipatías entre los correligionarios? ¿Por su antimilitarismo? ¿Porque así podía mantener el equilibrio entre las diversas fuerzas constitucionalistas, a la manera de Porfirio Díaz: divide y vencerás? ¿Porque compartían estrategias en lo que se refería a políticas públicas? ¿Carranza podía confiarle a Palavicini faenas que otro colaborador no aceptaría hacer? Es indudable que Palavicini realizaba tareas que no correspondían a sus funciones de encargado del ramo de Instrucción, que algunas concernían a la esfera de Gobernación, como el control de la prensa constitucionalista, o al ramo de Justicia, en cuanto a la preparación de algunos decretos, lo que justificaría la animadversión de algunos como Zubaran o Acuña. Sin embargo, en el Congreso Constituyente estas discrepancias no pudieron hacerse presentes mediante bloques parlamentarios, simplemente porque no los hubo: el PLC era un embrión de partido y los colaboradores en el proyecto de Constitución -Macías, Cravioto, Rojas y Palavicini- eran muy pocos para integrar uno, aun cuando se incluyera a Ugarte y a un par de diputados más. Las rispideces aparecían en forma de exabruptos, pero no obstruyeron el trabajo legislativo; como carrancistas querían una constitución que incorporara las reformas emitidas, las que se tenían en proyecto y las que se creían necesarias.
Los renovadores de la XXVI en el congreso constituyente
Si se abandona el DDCC, en el que se alude como renovadores a cuatro o cinco diputados (Ugarte, Macías, Cravioto, Rojas y Palavicini), y si aceptamos que esa denominación corresponde a los diputados que en la XXVI Legislatura apoyaron de manera general las expectativas revolucionarias, tenemos que la lista de los diputados que aspiraban un lugar en el Congreso Constituyente abarca 35 nombres, como puede apreciarse en el cuadro siguiente.
El juego de las candidaturas es interesante pues de los 35 renovadores que contendieron por un lugar en el Congreso Constituyente, 24 fueron diputados propietarios en la XXVI Legislatura y 11 fueron suplentes; de 35 distritos electorales de un total de 230 aprobados, 15 por ciento.
Pero se puede especificar aún más: de esos 35, 23 pasaron de propietarios de la Legislatura a propietarios en el Congreso Constituyente; sólo uno, Luis G. Guzmán, de propietario cambió a suplente, ya que lo fue de Jesús Romero Flores. En cambio, cuatro que fueron suplentes en la XXVI Legislatura ocuparon la posición de propietarios en el Congreso Constituyente, y otros siete que fueron suplentes en la legislatura maderista volvieron a participar como suplentes en el Congreso Constituyente, pero dos de ellos fueron designados propietarios: Francisco Díaz Barriga, porque Alfredo Robles Domínguez no se presentó, y Francisco de P. Rendón, porque no hubo propietario por su distrito, pero al parecer no acudió a las sesiones o, más bien, no se ha encontrado ninguna referencia a su asistencia.
Es evidente que en la integración del Congreso Constituyente, Venustiano Carranza quiso aprovechar la experiencia de los diputados que participaron en la XXVI Legislatura; por eso también se incluyó a un nutrido número de suplentes, que sin tener la misma práctica, sí habían participado en una lucha electoral, es decir, tenían intereses políticos.
Por ello también es interesante analizar el distrito por el que compitieron. Si consideramos este factor, se confirma la idea de que no sólo se quería obtener provecho de sus conocimientos, sino también de sus bases políticas para intentar un manejo lo más parecido a una práctica democrática.
De los 35 exrenovadores en el Congreso Constituyente, 18 contendieron por el mismo distrito electoral en las dos ocasiones; otros nueve cambiaron de distrito pero disputaron su lugar dentro de la misma entidad, de la que además eran oriundos, y sólo ocho compitieron por otra entidad federativa. Cabe señalar, sin embargo, que de estos ocho, cuatro eran suplentes y cuatro, propietarios: Marcelino Dávalos, que en 1912 participó por el Distrito Federal y en 1916 por Jalisco, su estado natal, y Enrique O'Farril, Gerzayn Ugarte y Félix Palavicini, que, por el contrario, ya no buscaron el voto en su tierra, Puebla, Tlaxcala y Tabasco, respectivamente. O'Farril obtuvo su puesto en el Estado de México, en Tenango, lugar en donde residió cuando inició la revolución maderista, aunque en la ocasión anterior tampoco había sido diputado por Puebla, de donde era oriundo, sino por San Luis Potosí. Los dos últimos, Ugarte y Palavicini, contendieron por el Distrito Federal, cambio explicable por su residencia como integrantes del gobierno carrancista, para no separarse de sus actividades; aunque el último ya había renunciado a su cargo; el 1º de octubre había puesto en circulación el periódico El Universal.
De los 27 propietarios cuyas credenciales fueron aprobadas, no asistieron a las sesiones dos de ellos: Juan Zubaran72 y Pascual Ortiz Rubio (participó su suplente), y de los ocho suplentes, dos ocuparon el cargo, Francisco Díaz Barriga y Lisandro López. Así que en el Congreso Constituyente participaron activamente como siempre ocurre en cualquier parlamento, unos más que otros, pero todos con voto- 27 diputados que lo habían sido en la XXVI, aproximadamente 12.5% del total de 214.73
Sólo contamos con referencias de edad para 25 de los 35 exrenovadores; las fechas extremas: 59 años de José N. Macías y 30 de Francisco Díaz Barriga; el promedio de edad de este grupo era de 38 años. De acuerdo con la clasificación generacional de Luis González y González, siete habían nacido entre 1857 y 1872, pertenecían a la "centuria azul", y 19, a los "Revolucionarios de entonces", pues nacieron entre 1873 y 1888.74 Como decíamos, eran jóvenes y todos estaban con la Revolución desde el principio de la misma.
Don Marcelino Dávalos, uno de los diputados más ilustrados y renovador, plasmó en versos sus apreciaciones sobre el Congreso Constituyente:
El corrido del Constituyente:
Letra y música Marcelino Dávalos
Ya Venustiano Carranza
tiene su Constituyente
pa' enderezarle las leyes
que les va a dar a la gente.
Ándale chata y nos vamos
ponte tus choclos morados;
vamos al teatro "Iturbide"
verás a los diputados,
que hablan, se insultan y gritan;
baja y sube pa'rriba
y el que traga más pinoles
es el que tiene más saliva.
Y aunque todos se enfullinan
y hablan de Constitución
ni son todos los que están
ni están todos los que son.
Yo digo a los diputados
no se pelién tan seguido
y en vez de Constituyente
les salga un costitullido.
Ándale chata y te merco
tu rebocito güichol
oirás a los diputados
sacar sus trapos al sol.
En el Congreso hay de todo
como dicen en Saltillo:
de chile, puerco y de dulce
y también de picadillo.
Todos tienen algún don
como dice el señor cura
unos el don de la palabra
y otros el de patiadura.
A veces un herradero
lo güelven con sus locuras
porque en el Constituyente
no faltan las herraduras.
Juzgados por sus cabezas
hay más de siete güilotas;
pero por sus corazones
todos son unos patriotas.
Tienen un tal Campesino
tienen un tal Espeleta
que por mucho que le atinan
no han de atajar la pelota.
Amaya que es presidente
les grita: "¡Hijos del guarachi:
yo me pelé para el Norte
antes que ningún tlacuachi!"
Y el licenciado Cañete
le dice: "Oiga presidente;
le voy a obsequiar mis códigos
para que trate a la gente".
Ándale chata y nos vamos
ponte apriesa los botines
A ver si te toca un cacho
Del señor Palavichines.
Al señor Palavichines
ya se lo querían comer...
como juma del Buen Tono
¡qué diablos le iban a hacer!
Ándale chata y nos vamos
Ponte tus naguas de lana
Pa que veas esa alquería
De la siudá queretana.
El diputado Mogica
les grita tantas razones
que mejor que Mogica
debiera ser Mogicones.
Y aquí se acaban cantando
estos versos tan corrientes
¡que viva don Venustiano!
¡vivan los Constituyentes!75
La XXVI y su huella
Por supuesto la experiencia de los exdiputados renovadores se vio reflejada en el manejo de la Cámara. La mesa para las sesiones preparatorias quedó integrada por Manuel Amaya, como presidente, Heriberto Jara e Ignacio L. Pesqueira como vicepresidentes, y como secretarios: Rafael Martínez de Escobar, Alberto M. González, Luis Ilizaliturri e Hilario Medina; Amaya y Jara habían pertenecido a la XXVI Legislatura.76 En la mesa directiva de las sesiones hubo menos suerte para los exrenovadores; sin embargo, Luis Manuel Rojas fue electo presidente del Congreso Constituyente, y se le nominó también para primer vicepresidente y primer secretario, quisieron asegurarse de que quedara en algún cargo. En cambio se postuló a Palavicini para segundo vicepresidente y sólo obtuvo un voto: quizá el de él mismo.77 En cambio en las comisiones (dos revisoras, dos de Constitución, de administración, de peticiones, de reformas al reglamento, de archivo y biblioteca, y las dos del gran jurado) su presencia fue más contundente: ocuparon 15 posiciones de 56, es decir, 26% de ellas, y si bien los directamente relacionados con la elaboración del proyecto no participaron, Jara sí fue incorporado a una de las comisiones de Constitución.78
No es el propósito de este trabajo analizar los debates de los artículos de la Constitución, sin embargo, para dar una idea más precisa del comportamiento dispar de los exrenovadores en la Cámara, se ha revisado su voto en algunos de los artículos en los que hubo posiciones divididas y se registró la votación nominal, en el entendido de que en la mayoría de las discusiones predominó la unanimidad, como lo señala Ignacio Marván.79 Un problema para este análisis, y cualquiera sobre la votación, es que la inasistencia fue muy alta. En ocasiones es interesante apreciar quién no votó.
Este cuadro permite observar que los exdiputados maderistas no votaron nunca como grupo dentro del Congreso Constituyente, y tampoco se puede hablar de dos colectividades. Desde luego el grupo más consistente, y que es al que en realidad se alude como "renovadores", es el constituido por Alfonso Cravioto, José N. Macías, Félix F. Palavicini, Luis Manuel Rojas y Gerzayn Ugarte; sin embargo, en este muestreo puede apreciarse que en una ocasión votaron de manera diferente. También puede observarse que su posición consistió en defender los contenidos del proyecto del Primer Jefe, que también eran los suyos pues habían participado en su elaboración. En alguna ocasión aseguró Rojas: "no soy incondicional del Primer Jefe ni de nadie; y el día que yo no esté conforme con su política, ese día me voy tranquilamente a mi casa. Si hoy vengo a secundar en este recinto las ideas del Primer Jefe, es porque están perfectamente de acuerdo con mi honrada convicción".81 Sin embargo, cabe destacarlo, cuando la mayoría de los constituyentes señaló y aprobó los cambios, las nuevas votaciones lograron consenso, y siempre que pudieron, estos personajes colaboraron en las enmiendas, en particular Macías.
Rouaix deja constancia de que para elaborar el nuevo capítulo sobre el trabajo y el nuevo artículo 27 trató "el caso con el docto licenciado José Natividad Macías, cuyos estudios en el ramo me eran conocidos desde Veracruz, y ambos resolvimos constituir el núcleo fundador de una voluntaria comisión que diera principio a tan ardua como bella labor".82 Fueron muchos los que participaron en la formulación de los nuevos artículos; cabe señalar para nuestro objetivo que lo hicieron, además de Macías, otros tres exrenovadores: Heriberto Jara, Samuel de los Santos y Jorge Von Versen. Cuando estos artículos se presentaron, se aprobaron por unanimidad.
Al debatir, en varias ocasiones se aludió a la XXVI Legislatura y al gobierno de Madero, pues era la oportunidad de definir posiciones, denunciar hechos, hacer política. Interesa resaltar algunas oportunidades en las que se aludió a dicha legislatura como fuente de experiencia, así fuera ésta positiva o negativa. Lo relevante era la enseñanza.
Cuando la segunda comisión de Constitución dictaminó el artículo 72, aceptando la inclusión del veto presidencial a las leyes que planteaba el proyecto de Carranza, en el propio dictamen hizo referencia a dos casos que reflejaban la debilidad del Ejecutivo frente al Legislativo que querían corregir, ambos ocurridos durante la XXVI Legislatura. En esa época se aprobaron dos decretos: uno declarando fiesta nacional el 2 de abril, y el otro, que doblaba las dietas de los diputados. En esas dos oportunidades Madero "hizo observaciones pertinentes" para desecharlos, "inspirado en innegables intereses públicos, pero la falta de buena organización del veto presidencial" hizo posible que por simple mayoría de votos se sacaran adelante dichos proyectos.83 En el Congreso Constituyente nadie se opuso al veto presidencial, pero esta observación hacía evidentes las dificultades para gobernar en el marco de la Constitución de 1857, aquellas a las que se enfrentó Madero. Unos días después, en el pleno, el diputado Hilario Medina hizo alusión a esos mismos hechos cuando se discutía el artículo 84, sobre cómo cubrir la falta absoluta del presidente, y fue más allá: acusó a la XXVI Legislatura de la caída de Madero:
[...] este cargo lo tiene que recoger la Historia, cuyo fallo es inapelable; pues bien, señores diputados, la XXVI Legislatura fue una de las causas de la caída del señor Madero. En la XXVI Legislatura se le hizo una oposición sistemática; desde un principio se observó una notable reacción porfirista, y [esos] dos casos que yo tuve oportunidad de conocer dan idea de ello [...] porque en aquel momento no había veto presidencial; esto es lo que el proyecto del Primer Jefe ha vigorizado y ha puesto en la actual Constitución [...] han desaparecido muchos de los peligros [...] porque se ha fortificado mucho el Poder Ejecutivo.84
Así, la experiencia de la XXVI durante el gobierno de Madero justificaba fortalecer la figura presidencial.
En otra ocasión, al discutirse el artículo 27, Jara hizo ver la importancia del dictamen de la comisión al poner límites a la propiedad de los extranjeros y cuestionó que se quisiera dejar la elaboración de una ley agraria a las "legislaturas venideras". Hizo ver que en el Congreso general pesaban mucho las influencias de los poderosos, y recordó que en la XXVI Legislatura se habían presentado numerosos proyecto agrarios:
Y ninguno llegó a discutirse, ninguno llegó a tocarse siquiera [...] ¿Por qué? Por la grande influencia de los terratenientes, porque les importaba mucho a los señores Terrazas, a los Creel, a todos esos grandes terratenientes que no se discutiesen leyes de esa naturaleza, porque sabían que no habían adquirido sus grandes propiedades a fuerza de trabajo, porque sabían que ellos eran responsables del delito de robo ante la nación [...] ¿Quién nos asegura, pues, que en el próximo Congreso no se van a poner en juego todas esas malas influencias? ¿Quién nos asegura que en el próximo Congreso va a haber revolucionarios suficientemente fuertes para oponerse a esa tendencia, que sin hacer caso del canto de la sirena, sino poniendo la mano en el pecho, cumplan con su deber? [...] Yo quiero que alguien nos diga, alguien de los más ilustrados, de los científicos, de los estadistas, ¿quién ha hecho la pauta de las Constituciones? ¿Quién ha señalado los centímetros que debe tener una Constitución, quién ha dicho cuántos renglones, cuántos capítulos y cuántas letras son las que deben formar una Constitución?
Es ridículo sencillamente; eso ha quedado reservado al criterio de los pueblos, eso ha obedecido a las necesidades de los mismos pueblos; la formación de las constituciones no ha sido otra cosa sino el resultado de la experiencia, el resultado de los deseos, el resultado de los anhelos del pueblo, condensados en eso que se ha dado en llamar Constitución. (Aplausos).85
Así pues, había que impedir que la experiencia de la XXVI se repitiera, dando nuevas bases legales, pues uno de los méritos de la asamblea, la pluralidad, era una de las razones de su ineficacia, pues dejó que los grandes intereses operaran impunemente. Los revolucionarios no debían permitirlo, aunque la teoría constitucional estuviera en su contra. La experiencia revolucionaria tenía la palabra.
Finalmente, para mostrar cómo los renovadores no eran un grupo que actuara bajo iguales motivos y principios, vale recordar una intervención de Rivera Cabrera al discutirse el artículo 5º, sobre la libertad de trabajo, quien así "liquidó una cuenta que tenía pendiente": responderle a Ugarte, que en alguna ocasión lo llamó tránsfuga del Partido Renovador. Rivera Cabrera dijo aceptar la responsabilidad que le podía caber como renovador durante la época de Madero, pero aclaró que no había querido estar del lado de esos "señores" -aludiendo a Palavicini, Cravioto, Rojas, Macías, además de Ugarte- porque
[...] hoy he notado ciertas tendencias que no van de acuerdo con mis ideas; yo creo que los renovadores de la XXVI legislatura no son los mismos renovadores de ahora; aquellos sí eran libertarios, sí buscaban el bienestar de la sociedad mexicana; aquellos sí expusieron sus vidas en beneficio de la nación; los de ahora están muy distantes de eso, han cambiado, son distintos; son otros seres; tal parece que estén revestidos de otra vestidura [...] Declaro, pues, únicamente, que ahora no estoy de acuerdo con ellos y sí creo que los renovadores de su lado, de la XXVI Legislatura, no son más que un recuerdo histórico y lo que pudieron haber hecho, lo ha hecho con creces la revolución de 1913.86
Esta declaración permite sostener que una buena parte de los exrenovadores no querían ser confundidos con esos nuevos renovadores, a los que también se llamó tiempo después "amigos de Carranza".
Algunas consideraciones finales
Aun cuando la XXVI Legislatura despertó muchas expectativas porque fue convocada durante el gobierno de Madero, sus logros fueron escasos, por no decir nulos. Su pluralidad política, las diferentes posturas y la poca claridad sobre cómo resolver en términos legislativos los problemas del país no permitieron avances significativos. Sin embargo, sí fue posible percibir que el marco legal debía modificarse para atender los problemas sociales.
Un numeroso grupo de diputados de la XXVI, los llamados renovadores, continuó participando en el proceso político y militar del país después de la muerte de Madero, si bien no siempre en las mismas posiciones; muchos se unieron al constitucionalismo, y después, algunos pasaron a las filas de la Convención o al villismo.
El numeroso contingente de exdiputados maderistas en el Congreso Constituyente hace evidente que muchos permanecieron al lado de Carranza.
No hay evidencia de que en el Congreso Constituyente existieran bloques parlamentarios, pues era una sola representación política definida homogéneamente: la constitucionalista. Precisamente después de la experiencia maderista, que al triunfo revolucionario abrió las puertas a los grupos opositores antes de su consolidación, el constitucionalismo decidió cerrarlas hasta lograr una transformación casi por consenso. Sí hubo puntos de vista diferentes en el Congreso Constituyente que dependían de las vivencias de cada diputado, y que pudieron acumular la variada experiencia revolucionaria a partir de 1906, ya que hubo legisladores que militaron en el Partido Liberal Mexicano, como fue el caso de Heriberto Jara, Esteban B. Calderón y Antonio Hidalgo, además de los maderistas.
No compitieron organizaciones partidarias formales para integrar el Congreso Constituyente, apenas pequeñas agrupaciones políticas locales. Si bien el PLC ya se había creado cuando empezaron las sesiones del Congreso Constituyente, ya que el 25 de octubre de 1916 lanzó la candidatura presidencial de Venustiano Carranza, la agrupación no tuvo oportunidad de postular candidatos al Congreso Constituyente. Así, aunque tuvo sus simpatizantes dentro de él y algunos diputados fueron sus fundadores, no hubo posibilidad de organizar un bloque parlamentario propiamente dicho, como sí los hubo durante las sesiones de la XXVI Legislatura, debido a la organización previa de varias agrupaciones partidistas, que en 1916 no existían. La lucha militar no había dado posibilidad de que existiera vida partidaria. A partir de este momento se intentó impulsarla.
Aun cuando el número de diputados pertenecientes a la XXVI Legislatura fue grande, no estaban aglutinados como grupo; no sólo manifestaban posiciones diversas, sino que entre algunos de ellos había una abierta confrontación personal, como ocurría con Carlos Ezquerro y Félix F. Palavicini, y con Rivera Cabrera y Ugarte.
Incorporar a los exdiputados de la XXVI Legislatura al Congreso Constituyente permitió que éste contara con cierta experiencia parlamentaria, que fue un factor, entre otros, para completar la tarea encomendada. Experiencia que, por cierto, no pudo apreciarse en la Soberana Convención Revolucionaria, no obstante la presencia de Roque González Garza.
Los exdiputados cercanos a Carranza José N. Macías, Luis Manuel Rojas, Gerzayn Ugarte, Alfonso Cravioto y Félix Palavicini defendieron el proyecto presentado por él no sólo por lealtad, sino porque ellos habían participado en su elaboración, pero cuando la asamblea decidió los cambios, colaboraron para su mejor expresión.
El Congreso Constituyente exhibe una integración muy equilibrada y homogénea, todos sus diputados eran constitucionalistas. Sin embargo, se abrió la posibilidad para que se permitiera la expresión de opiniones diversas y que éstas se incorporaran al nuevo texto constitucional. Este resultado sólo podía deberse a la experiencia y perspicacia política de Carranza, que había tenido un gran maestro en esta tarea de formar legislaturas el propio Porfirio Díaz, así como a su previsión y a su propia autoridad dentro del constitucionalismo.