La militancia política, el exilio y los espacios de sociabilidad han sido temas recurrentes en la historiografía latinoamericana. Sin embargo, cuando estos tres elementos se investigan en conjunto, la mayoría de las veces, son estudios limitados a grupos políticos específicos. En este sentido, la singularidad de la propuesta de Sebastián Rivera Mir radica en analizar a la Ciudad de México como un espacio de politización y militancia para exiliados de distintos países del continente. Los temas tratados a lo largo del libro son un continuo diálogo entre el proceso de consolidación de los extranjeros en tierras aztecas y la respuesta política del Estado mexicano.
El libro se estructura en seis capítulos. En el primero, el autor se pregunta por qué los exiliados eligieron México como lugar de asilo. En su respuesta, lejos de tener un carácter nacional, explica las condiciones políticas y culturales que permitieron a figuras como Víctor Raúl Haya de la Torre de Perú, Gabriela Mistral de Chile, Tristán Marof de Bolivia o Juan Antonio Mella de Cuba, entre otros, desarrollar y difundir un discurso político latinoamericanista de izquierda. Según explica Rivera Mir, esta acepción continental iba más allá de un marco geográfico y se transformaba en una referencia política que superaba las barreras nacionales y las aspiraciones locales (p. 42). Así, este tipo de discursos de carácter internacionalista transformaron a México en un país eje en la propagación de proyectos revolucionarios y en el lugar de refugio predilecto de las víctimas de las dictaduras latinoamericanas.
El activismo político de los exiliados que llegaron a México causó la preocupación tanto del país receptor como de los expulsores. En esta línea, el segundo capítulo explica cómo se establecieron condiciones de vigilancia y espionaje sobre el quehacer político de los recién llegados. El autor ahonda en la utilización de aparatos policiales por parte del gobierno mexicano y de agentes contratados por los expulsores como mecanismos para tener información sobre las acciones de sus exiliados. Lo importante de este apartado es el papel que cumplió la vigilancia en el desterrado. Muchas veces, este hecho es pasado por alto por los investigadores, pero, como se observa a lo largo del texto, pareciera que el espionaje fue algo cotidiano para los militantes de la izquierda latinoamericana, quienes, acostumbrados a la clandestinidad y a la represión, realizaron con sigilo sus actividades políticas.
El tercer capítulo aborda a los principales exponentes de la izquierda latinoamericana de la década de 1920: los estudiantes. Representados por medio de las federaciones, los universitarios difundieron ideas como el latinoamericanismo, el antinacionalismo, el antiimperialismo y otras posturas disidentes que repercutieron en represión y destierro. Parte de estos exiliados fueron rumbo a México en busca de nuevas oportunidades y un espacio óptimo para seguir con sus objetivos políticos. En tierras aztecas, las responsabilidades académicas pasaron a un segundo plano y predominaron las actividades vinculadas a la militancia política. Como señala el autor: “los jóvenes de izquierda latinoamericanos transformaron los espacios académicos en una nueva trinchera para desarrollar sus actividades políticas” (p. 150). Este tipo de prácticas obligó al gobierno mexicano a vigilar las actividades de sus asilados, mientras que éstos cambiaron su forma de hacer política mediante identidades falsas, publicaciones anónimas y reuniones secretas. Esta sección demuestra un proceso en que las prácticas políticas de los estudiantes desterrados se transformaron desde hacer una vida pública sin miedo al espionaje hasta la adopción de acciones encubiertas.
El cuarto capítulo trata sobre la prensa y las redes de comunicación de los militantes de izquierda. Este apartado es una de las fortalezas del libro debido a su contribución teórica y analítica que ofrece al lector. Mediante la utilización de escritos, libros, folletos, cartas, conferencias, periódicos y afiches, Rivera Mir demuestra que el manejo de flujos de información en su conjunto es una característica central de la militancia política latinoamericana. Los procesos de comunicación se comprenden en el texto como la interacción entre las dinámicas del poder y la difusión doctrinaria de los diferentes movimientos políticos. De ese modo, era común que los militantes buscaran que sus proyectos editoriales se posicionaran en la prensa industrial o en los mercados populares más que “en medios de comunicación aislados políticamente”, como la prensa obrera (p. 208). Esta visión sobre los impresos de los exiliados genera una nueva dimensión analítica en que las temáticas, la publicidad, el consumo y el papel se interpretan en términos comerciales, haciendo del libro político un tema sugerente para comprender la izquierda de la década de 1920. Este hecho explicaría en parte que numerosas figuras de la política latinoamericana adquirieran conocimientos sobre edición e impresión; nombres como Emilio Recabarren en Chile, José Carlos Mariátegui en Perú o Alberto Ghiraldo en Argentina, justificaron su militancia mediante la producción de periódicos y revistas.
Los medios de comunicación utilizados por los exiliados tenían un carácter transnacional. Las agencias de comunicación, la circulación de impresos y la publicación de problemáticas internacionales dieron cuenta de un continente conectado donde “México se cubanizaba, Cuba se mexicanizaba, Nicaragua se cubanizaba, Centroamérica se peruanizaba” (p. 235). En esta misma línea, el quinto capítulo analiza la propaganda e información que circularon en el continente y cómo los programas revolucionarios y sus debates a la distancia dieron cuenta de un extenso territorio conectado en la lucha por las ideas políticas. Para esto, se describe la organización de los militantes, sus espacios de sociabilidad y sus proyectos para llevar a cabo las empresas difusoras. Es importante resaltar que el autor hace la diferenciación, mediante ejemplos concretos, entre la visión política de la propaganda y la acción real de sus militantes.
El último capítulo cierra con los conflictos entre los militantes latinoamericanos en México. El proceso de definición ideológica, el método para hacer la revolución o los objetivos políticos de cada proyecto hicieron que las pugnas fueran constantes. Sin embargo, Rivera Mir va más allá de estos problemas y analiza las tácticas políticas que se utilizaron para imponer un discurso sobre otro. A partir de la reconocida polémica entre el joven comunista Julio Antonio Mella y el aprista Víctor Raúl Haya de la Torre, el autor explica la percepción sobre los problemas diplomáticos entre México y Estados Unidos, los conflictos antiimperialistas, el papel de Sandino y Nicaragua en la construcción del discurso de izquierda, así como la posibilidad de una unión entre los diferentes grupos políticos. Todas esas dimensiones evidenciaron la infinita distancia entre la propuesta política de cada grupo exiliado y la acción concreta.
Son varias las fortalezas de este libro. En primer lugar, destaca su carácter erudito en el uso de una completa bibliografía en relación con todos los países estudiados, así como la multiplicidad de temas en la que tuvo que profundizar el autor. A su vez, se observa un largo proceso de investigación representado en un sinnúmero de fuentes y archivos revisados en Latinoamérica, Estados Unidos y Europa. En segundo lugar, la introducción, sobre todo la definición del concepto “militante”, es un aporte para la historiografía latinoamericana. Rivera Mir logra entregar ciertas rutas de análisis para comprender las diferentes formas de activismo político de la izquierda latinoamericana que, durante la década de 1920, se caracterizaba por su eclecticismo ideológico. En tercer lugar, al final del texto se presentan breves biografías de distintas figuras que aparecen en el libro, con lo cual el lector advierte el papel político de los personajes en cuestión, tanto en México como en el extranjero. Por otro lado, entre las debilidades del libro se puede mencionar el exceso de ejemplos a los cuales hace referencia el autor. Esto obstaculiza la comprensión de la propuesta central de cada apartado y hace que los capítulos se extiendan más de lo necesario.
En definitiva, Militantes de la izquierda latinoamericana es un libro importante, de un diseño llamativo y necesario para quienes investigan sobre partidos políticos, exiliados, redes intelectuales y prácticas políticas nacionales e internacionales.