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La historiografía del futbol en América Latina es tan reciente como antigua. No se trata de una contradicción: sólo de dos tipos de historiografía. La primera, la antigua, es periodística y de aficionados. La reciente, en cambio, es profesional, y debió esperar a que las academias latinoamericanas aceptaran que las historias locales del futbol constituían objetos tan necesarios como legítimos.
Buena prueba de esa antigüedad es que el libro del argentino Ernesto Escobar Bavio, El futbol en el Río de la Plata, fue editado en una fecha tan lejana como 1923 -el mismo Escobar Bavio complementaría su paso por las historias deportivas 30 años más tarde, cuando publicó, en 1953, su Alumni, cuna de campeones y escuela de hidalguía, dedicado al primer club argentino regularmente exitoso a lo largo de la primera década del siglo XX. Este libro expandía, a su vez, el guión de Escuela de campeones, un film de 1950 con el mismo referente: la cinematografía histórica argentina incluía al futbol en el mismo nivel que la vida de Sarmiento (Su mejor alumno, de 1944) o la lucha por la independencia contra España (La guerra gaucha, de 1942). Pero Escobar Bavio no estaba solo: en 1932 se editó, también en Buenos Aires, Los orígenes de los deportes británicos en el Río de la Plata, de un ingeniero Eduardo A. Olivera. Ambos eran sólo aficionados al deporte: no eran aún reconocidos como los hinchas que, luego, se ocuparían, con especial ahínco, de las historias de (sus) clubes. Suena, en ambos casos, un poco apresurado: el futbol argentino se había iniciado, según una única fuente, con un juego aislado en 1867, pero recién fundaría una liga formal e institucionalizada en 1891, rápidamente extinguida para reaparecer, ya definitivamente, en 1893. Escobar hace, en 1923, entonces, una historia de escasos 30 años. Pero ya en ese momento el futbol argentino se autopercibía como uno de los mejores del mundo; ya había ganado un match amistoso contra un equipo sudafricano -es decir, casi un equipo británico- y había producido un giro fundamental: se había vuelto un deporte inmensamente popular, por sus practicantes y por sus seguidores. Pocos años después, los éxitos de Uruguay en los Juegos Olímpicos de 1924 y 1928, y en la primera Copa del Mundo, de 1930, señalarían simultáneamente que la popularidad era también uruguaya y que el narcisismo argentino estaba herido: su futbol no era el mejor del mundo, por lo que debía hablar del futbol rioplatense.
Esta popularidad y estos éxitos permitieron la difusión de las historias de los aficionados y de los periodistas: 30 años eran pocos para una perspectiva rigurosamente historiográfica, pero suficientes para un relato destinado a consolidar mitologías -el futbol criollo, el estilo rioplatense, la integración de los inmigrantes sud-europeos, la nuestra, la garra charrúa-. El mito se inventaba en la prensa deportiva y las -consecuentemente breves- historias de periodistas y aficionados sólo podían dedicarse a ratificarlo. Buena prueba de ello es que la explicación de un fenómeno clave y decisivo para el futbol del continente -jus-tamente, la popularización: el cambio de clase de practicantes y espectadores- se limitaba a su constatación o a la enunciación de una explicación vulgar -las clases populares copiaban a los marineros ingleses que bajaban a los puertos o a los obreros de los ferrocarriles que tendían los rieles: una suerte de metonimia que resolvía todo sin hacerse ninguna pregunta seria.
El fenómeno no fue sólo rioplatense. Al colectar fuentes para mi Historia mínima del futbol en América Latina, debí recurrir en gran medida a estas historias precarias, de inmenso valor fundacional, aunque de disparejo valor documental. La Historia del futbol argentino en tres tomos, de varios periodistas (Buenos Aires, Eiffel, 1955); el clásico del periodista Mário Filho, O negro no futebol brasileiro (Río de Janeiro, Editôra Civilização Brasileira, 1964, con primera edición en 1947); el libro del periodista paraguayo Julio César Maldonado, Historial del futbol paraguayo [1900-1965 ] (Asunción, 1965); el caso único del boliviano Carlos Mesa Gisbert, expresidente de su país, La epopeya del futbol boliviano: 1896-1994 (La Paz, Periodistas Asociados-Federación Boliviana de Futbol, 1994); o el infaltable El libro de oro del futbol mexicano, de Juan Cid y Mulet, publicado en cuatro volúmenes entre 1960 y 1964 (México, B. Costa-Amic, 1960, 1961 y 1964); todo ello, junto a infinidad de información de aficionados dispersa por la web.
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Las historias aficionadas no son, claro, un invento latinoamericano. Durante algunos años, los de mi doctorado, participé de la British History of Sport Society; en sus reuniones anuales, la mitad de los participantes eran historiadores amateurs, obsesivamente dedicados a historias locales -por ejemplo, del cricket en Yorkshire entre 1750 y 1780, una etapa inolvidable del cricket del norte inglés, según él mismo. La historiografía académica británica reconocía en estos aficionados el valor de la obsesión documental, aunque jamás les conferiría un doctorado honoris causa.
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Bastante se ha escrito -yo mismo he participado en esa empresa- sobre el pasaje de la investigación aficionada a la profesional, a la incorporación de la investigación sobre futbol y deportes a las ciencias sociales latinoamericanas. Permítanme reescribirlo en términos disciplinares: la tentación histórica estaba siempre presente, pero esa fundación no fue historiográfica. Una breve lista: Eduardo Archetti en la Argentina, Roberto Da Matta y Simone Lahud Guedes en Brasil, Andrés Fábregas Puig en México, Eduardo Santa Cruz en Chile, Luis Antezana en Bolivia, Eduardo Restrepo en Colombia, Rafael Bayce en Uruguay, Aldo Panfichi en Perú, Fernando Carrión en Ecuador. En esa lista abundan los antropólogos, les siguen los sociólogos, innova Carrión, que es arquitecto (pero un estudioso de su sociedad: una suerte de para-sociólogo).
Todos ellos fueron los que primero escribieron sobre deporte en las ciencias sociales latinoamericanas, y recurrieron a la historia o se adentraron en ella -nuevamente, Carrión organizó los volúmenes de una historia del futbol ecuatoriano-, pero no hicieron historia -salvo la de la misma fundación del campo-. Archetti, por ejemplo, en su libro seminal, Masculinidades (de 1998), propone una historia de la invención de la masculinidad argentina a través del futbol, el tango y el polo, y luego se expande en una pequeña historia del futbol, el boxeo y el automovilismo para hablar de las patrias del deporte argentino, en 2001, y en una colección de historias breves; los uruguayos se empeñan en volver, una y otra vez, al Maracanazo de 1950 para explicar el mito decisivo de la garra charrúa; el debate brasileño cifra en un texto de Gilberto Freyre de 1938 el nacimiento de las narrativas de mestizaje; Santa Cruz propone una historia cultural del futbol chileno. Pero no son historias en sentido estricto -no es el momento ni el lugar para discutir qué es una historia en sentido estricto-, sino el uso de materiales históricos para proponer y fundar una interpretación del presente. Y ese presente hacía foco en la cuestión de la nacionalidad y el deporte: era, claramente, lo más visible.
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La fundación historiográfica es, entonces, posterior. Si esos primeros textos son todos anteriores al final de siglo XX, las historias aparecen a comienzos de la nueva centuria. Hay dos figuras centrales en ese movimiento: el brasileño Bernardo Buarque y el argentino Julio Frydenberg, de quienes ofrecemos sendos trabajos en este dossier. La historiografía brasileña del deporte se expande enormemente en este siglo: el volumen y amplitud de su sistema de posgraduación permite que florezcan las tesis de doctorado en torno de algunos programas y actores privilegiados -el propio Buarque, Waldemar Caldas, Luiz Ribeiro, Silvio Da Silva, entre otros, en algunos casos colindando con la historia de la educación física-. Aunque no en la misma proporción -los números brasileños siempre son inimitables-, el trabajo de Frydenberg le brinda un nuevo marco de legitimidad a la investigación de nuevos investigadores jóvenes, ahora aceptados por el sistema argentino de posgraduación y becas. Desde 2010, hay un nuevo marco, reitero, de legitimidad; impulsado por la investigación socio-antropológica inicial, que le otorga visibilidad tanto académica como ampliamente pública a la indagación de las ciencias sociales, y que habilita el surgimiento de la investigación historiográfica con mucha potencia.
En ese contexto colabora la aparición de investigación generada desde los historiadores latinoamericanistas norteamericanos -con su enorme facilidad para acceder a fuentes en muchos casos inaccesibles a los propios nativos-. Entre 2011 y 2014, los trabajos de Brenda Elsey sobre el futbol chileno y de Joshua Nadel, más ampliamente, sobre el futbol en el continente, constituyen textos indispensables -que rematan en 2019 con su libro conjunto sobre la historia del futbol de mujeres en el continente, Futboleras.
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Este dossier busca ser una muestra de este panorama, también generacionalmente. Los textos de Bernardo Buarque y Julio Frydenberg son los de los fundadores del campo; los de Alonso Pahuacho Portella -un discípulo de Aldo Panfichi en el Perú- y Daniel Efraín Navarro Granados -un joven investigador- graduado de El Colegio de México- son los de las nuevas generaciones. En estos últimos casos, indican otro pliegue que hemos señalado: se trata de sus investigaciones doctorales, profundamente novedosas en ambos contextos académicos -y también, ampliamente, para el contexto latinoamericano en su conjunto.
Hay, por supuesto, mucho más: como señalé, se trata de un campo que ha surgido, en los últimos años, con potencia y ambición, donde todo puede ser hecho, porque no hay investigaciones que pueden considerarse definitivas. La Historia social del futbol argentino de Frydenberg, por ejemplo, un texto tan fundacional como fundamental, adeuda, sin embargo, las historias locales de los futboles fuera de Buenos Aires. La mayor parte de las historias brasileñas, por el contrario, son locales, y adeudan un mapa completo y comparativo en un país cuyo deporte -mucho más amplio que solamente futbol- se expande, como pocos en el continente, a lo largo y ancho de su inmenso territorio -y de sus múltiples “capitales”-. En un sentido o en otro, ninguna de nuestras sociedades ha escrito aún la historia de sus deportes de modo completo, con rigor documental e imaginación historiográfica, los dos componentes decisivos para que la empresa sea exitosa. Este dossier intenta mostrar algunos de sus caminos y, por supuesto, invitar a proseguirlos.