Estado de la cuestión
El cuentecillo árabe que inspira este artículo llamó la atención del arabista Fernando de la Granja (1970, pp. 387-390), quien se ocupó de él en una de sus diversas publicaciones de las décadas de 1960 y 1970 y puso en relación la cuentística árabe con la española, especialmente la de los siglos dorados.
Subrayando -ante todo- el valor de sus investigaciones y las altas dosis de erudición que emergen de ellas, retomo ahora el hilo de sus aportaciones con el objeto de completar con nuevos datos el conocimiento que hasta el momento teníamos de la génesis y la andadura de dicho cuentecillo por la literatura árabe premoderna. Dado el volumen de la información recabada, se deja para otro momento el estudio de su acogida en la tradición escrita española, desde el siglo XVI y hasta el XX, con numerosas versiones impresas dentro y fuera de las secciones amenas de la prensa española a partir de mediados del siglo XIX y hasta las tres primeras décadas de la centuria siguiente, que se deben incorporar a los títulos de obras literarias donde su presencia ya fue advertida.
El punto de partida del breve estudio de Fernando de la Granja, al igual que el mío, es un relato muy corto que circuló por una serie de libros de bellas letras y paremiología árabes-más adelante preciso desde qué momento- y cuyo exiguo pero chistoso argumento queda resumido en las líneas que siguen: A un tuerto le dan una pedrada o le disparan una flecha que va a parar a su ojo sano, con lo que se queda ciego y exclama: “¡Se nos hizo de noche! ¡El poder pertenece a Dios!”.
El mencionado arabista logró identificar varias versiones de este argumento en la literatura árabe en obras del género del adab, y otras tantas en las letras españolas entre los siglos XVI y XVIII. Me fijo ahora en la frase con la que concluye el chistecillo y vuelvo igualmente la mirada a los registros más antiguos de su texto en busca de desentrañar la posible atribución del mismo a personajes que representan, en esta literatura de tintes humorísticos y en la tradición oral árabes, el modelo del descuidado. El resultado de las pesquisas descubrirá a otro personaje bien conocido y alejado de dichos modelos en el devenir de la historia.
El tuerto: un personaje tipo del adab al-fukāha 1
Durante el periodo premoderno, la literatura árabe de humor tiene en la prosa de adab uno de sus mayores y más ricos exponentes. El género constituye un amplísimo catálogo de personajes -con identidad conocida o simplemente anónimos- que encarnan distintos tipos cómicos, los mismos que encontramos en la literatura oral y popular. Son los protagonistas de los relatos de tono más liviano que servían lo mismo como medio de divertimento que como materiales que contribuían a la instrucción del público cultivado de estas obras.2 Como es bien sabido, el género desarrolló incluso una vertiente plenamente humorística, denominada adab alfukāha, donde la concentración por capítulo de modelos jocosos es absoluta y sumerge de lleno a quien se adentra en estos libros -o epígrafes de ejemplares del mismo género- en el universo de los parásitos (tufayliyyūn), los avaros (bujalāʾ), los tontos (hamqà) y descuidados (mugaffalūn o mustajaffūn) o los feos (qibāḥ), por mencionar sólo a algunos.
El muestrario de personajes tipo que reúne en sus páginas el adab al-fukāha está conformado por aquellos que cargan con cualidades negativas desde el punto de vista del comportamiento y la moral (codiciosos, tacaños, pesados, desvergonzados, gorrones y un largo etcétera), defectos psíquicos (tontos, descuidados o lunáticos) y defectos físicos. Además de los feos, integran este último y diverso grupo personajes que carecen de algunos de sus miembros o poseen alguna imperfección en uno o varios de ellos, como concorvados, mancos, cojos y los que tienen algún tipo de deficiencia en la vista y que, por ese motivo, son el blanco de chistes y bromas o protagonizan situaciones de lo más cómicas.
La pluralidad de estos últimos personajes en la literatura de adab es amplísima y va más allá de los tuertos (alʿ-ḥūr), los ciegos (al-ʿumyān), los bizcos (al-ḥūl) o los miopes (al-ʿumš). Entre ellos, no cabe duda de que los tuertos (al-ʿūr) despertaron el interés de los escritores árabes premodernos, y no sólo de aquellos que nutrieron el fértil campo del adab. AlSafadī (m. 764/1363), autor de una obra biográfica sobre individuos ciegos titulada Nakt al-fīmyān fī nukat al-ʿumyān, en la que también prestaba atención a los tuertos -todos ellos ilustres-, se ocupó de éstos en una monografía que lleva por título al-Šuʿūr bi l-ʿūr y que constituye la única obra dedicada a quienes se habían quedado con un solo ojo que la tradición escrita árabe premoderna nos brinda.3
En el plano literario, el prolífico al-Ŷāḥiẓ (m. 255/868-869)-conocido precisamente por ser el de los ojos saltones- también se interesó por los tuertos en su Kitāb al-Bursān wa-l-ʿurŷān wa-l-ʿumyān wa-l-ḥūlān, centrado en los leprosos, los cojos, los ciegos y los bizcos (1990, pp. 566-568).
Al igual que hubo lugares del mundo árabe-islámico medieval cuyos habitantes se hicieron célebres por cualidades como la avaricia (Merv) o la necedad (Ḥimṣ),4 los nombres de otros se vieron vinculados a colectivos, como quienes se hallaban privados de uno de sus ojos. Sabemos por un testimonio que llega a al-Ṣafadī que se decía: “las gentes de Hīt son, la mayoría de ellas, tuertas”.5 Su informante contaba la siguiente anécdota acerca de un habitante de dicha ciudad: “Vi a un hombre que tenía los dos ojos sanos y le dije: ‘¡Esto es raro!’. Y respondió: ‘Mi señor, tengo un hermano ciego que ha cogido su parte y la mía’” (al-Ṣafadī, 1911, pp. 66-67).
Los personajes que habían perdido uno de sus ojos desfilan por los libros de adab lo mismo en capítulos o epígrafes específicos que en otros en los que vienen de la mano de individuos con otra suerte de defecto en la vista. En ʿUyūn al-ajbār de Ibn Qutayba (m. 276/889), los acoge un apartado del décimo libro -el Kitāb al-nisāʾ- dedicado a los ojos (al-ʿuyūn) (1963, pp. 56-60), donde se cuentan anécdotas como la que sigue: “Dijo al-Aṣma ʿī: ‘Una flecha llegó a un hombre tuerto y le alcanzó su ojo sano. Y dijo: ¡Señor, [ahora] yo también iré en el palanquín [mahmal]!’” (1963, p. 57).6
Por su parte, al-Rāgib al-Iṣfahānī (m. principios del siglo V/XI) reservó sendos apartados de sus Muḥāḍarāt al-udabāʾ, uno a continuación de otro, a la pérdida de la vista y las anécdotas de los ciegos sobre su ceguera (nawādir al-ʿumyān fī ʿamā-hum), y a la pérdida de un ojo (al-ʿawar), epígrafe al que sigue uno sobre la condición de bizco (al-ḥawal) (2009, pp. 342-344).
También en otras obras del género se cuentan anécdotas y chistecillos sobre quienes contemplaban el mundo con un solo ojo. En Naṯr al-durr, al-Ābī (m. 421-422/1030-1031 o 432/1040) contaba ésta que sigue:
Un tuerto chocó en un mercado con una mujer. Ella se volvió hacia él y dijo: “¡Dios ciegue tu vista!”. Y el tuerto respondió: “¡Señora mía (ya sittī), Dios ya ha cumplido la mitad de tu plegaria!” (2010, vol. 2, p. 211).7
El mismo literato recogía otra anécdota en la que un grupo de individuos hablaba sobre la plenitud (kamāl) de los hombres y las mermas ocasionadas en ellos por distintos daños. Uno citaba como medio hombre (en contraposición a la perfección o plenitud mencionada antes) al tuerto, junto con aquel que no supiera nadar bien y quien no estuviera casado. Se dio la circunstancia de que estaba presente un tuerto que no sabía nadar bien ni había contraído nupcias, y que se volvió hacia el que había tomado la palabra y le replicó: “¡Si tengo lo que dices, necesito medio hombre para ser nada!” (al-Ābī, 2010, vol. 2, p. 210).8
Atribuir a los tuertos la mitad de las cualidades o asignarles la mitad de algo (como por ejemplo una herencia) por el hecho de faltarles la mitad de la facultad de la vista es uno de los motivos recurrentes en relatos como los anteriores y constituye una de las características que definen a este tipo cómico en el adab al-fukāha (al-Ābī, 2010, vol. 2, p. 211; Ibn Abī ʿAwn, 1996, p. 192, núm. 1143). Sobre la figura del tuerto sobrevuela también en esta literatura la sombra del mal augurio, como sucede con el cuervo, al que -como se menciona más adelante- se asoció con él y se le denominó al-aʿwr (“el tuerto”). El relato que sigue ilustra en clave de humor el mal presagio que suponía toparse con uno de estos personajes:
Un rey persa salió a cazar y lo primero que le salió al encuentro fue un tuerto, así que ordenó pegarle y encarcelarlo. Luego se fue y cazó una gran presa. Cuando regresó, hizo venir al tuerto y ordenó que se le diera un don. Y el tuerto dijo: “No necesito tu gracia, pero permíteme hablar”. “¡Habla!”, concedió el rey. Dijo el tuerto: “Te encontraste conmigo y me pegaste y me encarcelaste, y yo me encontré contigo y cazaste y te mantuviste sano y salvo. Así que, ¿quién es de peor augurio?”. Y el rey se echó a reír y lo dejó (al-Nuwayrī, 2004, p. 142).
En los libros de adab también se ríe de los tuertos por su falta de destreza para realizar actividades como coser o cazar (Ibn ʿĀṣim, 1987, p. 401, y 2019, p. 460, núm. 1291). Otro de los chistecillos que más debía de ser del gusto de los lectores, por la abundancia de anécdotas en el mismo sentido que encontramos en distintas fuentes, versa sobre juntar a dos tuertos, cada uno de un ojo distinto, para que dieran como resultado un ciego(IbʿĀṣim, 1987, p. 205, y 2019, p. 259, núm. 685).
Las causas de la pérdida de un ojo de los personajes tuertos que protagonizan los amenos relatos de la literatura de adab son de lo más variopintas. Algunas situaciones son realmente inverosímiles, como la de aquel hombre a quien una cagarruta de oveja le saltó un ojo (al-Ābī, 2010, vol. 4, pp. 277-278; Ibn ʿĀṣim, 1987, pp. 181-182, y 2019, pp. 234-235, núm. 665;Ibn Ḥamdūn, 1996, p. 247, núm. 1095; al-Zamajšarī, 2006, p. 254). Los hay que recibieron el impacto de un látigo o una pedrada,9 hasta quienes se quedaron a medias luces por el disparo de una flecha en el campo de batalla, tal y como le ocurrió al distinguido tuerto que se esconde tras el anónimo del cuento que centra el presente artículo.
Nuevas notas en torno al cuentecillo en la literatura árabe premoderna
Las pesquisas de Fernando de la Granja localizaron la versión árabe más antigua del cuento del tuerto que se quedó ciego en el magnífico collar de bellas letras que es al-ʿIqd al-farīd de Ibn ʿAbd Rabbihi (m. 328/940), quien brilló como literato al servicio del primer califa omeya de Córdoba, ʿAbd al-Raḥmān III. Considero oportuno reproducir a continuación su traducción, con el fin de disponer en este mismo trabajo de todas las versiones árabes del relato que se han podido documentar:
Abū Ḥātim dijo: “A un hombre tuerto le lanzaron una flecha que le alcanzó el ojo sano. Y exclamó: ¡Se nos hizo de noche [anochecimos]! ¡El poder pertenece a Dios!” (1949-1965, p. 443).
Ahora bien, la réplica de este desgraciado personaje mereció que Ibn Abī ʿAwn (m. 322/933) -literato oriental contemporáneo del cordobés- incluyera el relato que lo inmortalizaba y su ingeniosa contestación en una colección de respuestas agudas que dejan sin palabras a la que dio el título de Kitāb al-aŷwiba al-muskita. La versión, prácticamente idéntica y que habría que añadir a las recopiladas por Fernando de la Granja, dice así:
Una piedra alcanzó el ojo sano de un hombre tuerto, que se puso la mano en él y dijo: “Se nos hizo de noche [anochecimos]! ¡El poder pertenece a Dios!” (1996, p. 192, núm. 1144).
La única diferencia significativa entre los dos textos se encuentra en el objeto que acaba por dejar sin vista al personaje. Uno y otro van a marcar dos tradiciones distintas en el recorrido del cuentecillo por la literatura árabe premoderna, perpetuado en obras del género del adab. Curiosamente, la versión en la que al tuerto le disparan una flecha sólo parece haber sido recogida por escrito por hombres de letras andalusíes, ya que -siglos más tarde de que lo hiciera Ibn ʿAbd Rabbihi- el granadino Ibn ʿĀṣim (m. 829/1426) tomaba la obra del primero como su principal referente y -entre los cuantiosos materiales que seleccionaba de ella para componer sus Ḥadāʾiq al-azāhir- transcribía palabra por palabra el cuentecillo que nos ocupa (1987, p. 156, y 2019, p. 204, núm. 555). Esta versión es la única conservada en la que consta la persona de quien procede la noticia, el tradicionista y transmisor de ajbār Abū Ḥātim al-Rāzī (m. 277/890),10 quien pudo recogerla-quién sabe- de boca de informantes beduinos. En cualquier caso, hace que debamos remontar la difusión del relato árabe al menos al siglo III/IX en Oriente.
Volviendo al texto que incluyó Ibn ʿAbd Rabbihi en su Kitāb al-ʿIqd al-farīd, podría ser resultado de haberse confundido y contaminado hasta fundirse un cuentecillo como el recogido por Ibn Abī ʿAwn con aquel otro narrado por este mismo literato (1996, p. 192, núm. 1145) e Ibn Qutayba (1963, p. 57), en el que un tuerto es víctima de un suceso con idéntico desenlace después de que una flecha le acertara en su ojo sano.
A partir de los testimonios escritos conservados, la versión que conoció mayor difusión es la que registraron en sus obras los literatos orientales desde Ibn Abī ʿAwn, pasando por al-Rāgib al-Iṣfahānī, quien lo refería en sus Muḥāḍarāt al udabāʾ en los mismos términos que su homólogo (2009, p. 343), de cuya colección de réplicas ingeniosas tomó claramente este relato.
Siglos después, Bahāʾ al-Dīn al-ʿĀmilī (m. 1030/1621) lo recuperaba para su Kitāb al-kaškūl bajo la forma que sigue:
A un tuerto le dieron una pedrada que le alcanzó el ojo sano. El tuerto se puso la mano en el ojo y dijo: “¡Se nos hizo de noche [anochecimos]! ¡Alabado sea Dios!” (1385/2006-2007, p. 1050, núm. 3067).
Precisamente, el que se convertiría en proverbial sería -como veremos- el episodio en que un tuerto recibe el impacto de una piedra en el ojo que le quedaba sano.
El tuerto anónimo que se hizo proverbial
En la literatura paremiológica árabe del periodo premoderno ha sobrevivido un refrán que bien podría estar relacionado con el cuentecillo que nos ocupa y que se cita repetidamente como símil de la prevención. Se aplica a un tuerto, al que se insta a proteger de una pedrada el único ojo por el que todavía puede ver. Reza así: “¡Tuerto: tu ojo y la piedra!” (aʿwr ʿaynu-ka wal-ḥaŷar).
Fue recogido, en primer término, por el célebre filólogo de la escuela gramatical de Basora al-Aṣmaʿī (m. 213 o 216/828 u 831), considerado uno de los tres grandes lexicógrafos y transmisores de la poesía árabe y, por ende, toda una autoridad en la difusión de poesía y ajbār (noticias), que recolectó de labios de los beduinos del desierto durante sus viajes en busca de información sobre asuntos relacionados con la gramática y la lexicografía. Fue uno de sus discípulos, el también filólogo Abū ʿUbayd al-Qāsim b. Sallām (m. 224/838), autor de una recopilación de refranes a la que dio el título de Kitāb al-amṯāl, el primero que anotó el proverbio que nos ocupa. Con él daba inicio -bajo la autoridad de al-Aṣmaʿī- el “Capítulo sobre guardarse de todo aquel asunto en el que se teme [encontrar] la perdición” (bāb al-taḥḏī min al-amr yujāf fī-hi al-ʿaṭab):11 “Dijo al-Aṣmaʿī: entre sus refranes sobre la prevención se hallan sus palabras: ‘¡Tuerto: tu ojo y la piedra!’” (1980, p. 225, núm. 692).
El testimonio de al-Aṣmaʿī citado por Abū ʿUbayd al-Qā-sim b. Sallām desvela que este refrán fue usado por los beduinos del desierto al menos hasta el primer tercio del siglo III/IX, y que fue acuñado debido a que “al tuerto, si le sacan su ojo sano, se queda que no ve, de forma que es más merecedor d ser prevenido que otros” (Abū ʿUbayd, 1980, p. 225).12
Por su parte, en el siglo X, el lexicógrafo y hombre de letras de origen persa Abū Hilāl al-ʿAskarī (m. d. 400/1010) aconsejaba al lector culto de su Ŷamharat al-amṯāl, al hilo del mismo refrán, no persistir en aquello que podía conducirle a la perdición, para no acabar como el “tuerto si le sacan su ojo sano y se queda sin vista”. De ahí que instara a quienes se adentraran en su obra a seguir la enseñanza desprendida de aquel breve fragmento de sabiduría y tomar precaución (1988, p. 75, núm. 75). La novedad la ofrecía a continuación, ya que, recurriendo de nuevo a al-Asmaʿī como fuente, nos informaba que el origen de dicho refrán se encontraría en el siguiente episodio:
Y dijo al-Asmaʿī: el origen de este refrán está en que un cuervo se precipitó sobre la úlcera de una camella y el dueño de ésta no quiso ahuyentarlo, por lo que la camella se agitó. El dueño se negó a quitarlo, y el cuervo hizo sangrar la úlcera. Entonces el dueño de la camella se puso a señalarlo con la piedra y a decir: “¡Tuerto: tu ojo y la piedra!” (1988, p. 75, núm. 75).13
Y es que, según nos sigue informando Abū Hilāl al-ʿAskarī, al cuervo se le llamaba “el tuerto” debido a la afinada vista que se le atribuía, a pesar de ser aves cuyo avistamiento era síntoma de mal agüero en la cultura árabe-islámica:14 “Y al cuervo se le llama ‘el tuerto’ por la agudeza de su vista, así como le llaman al abisinio Abū l-Bayḍāʾ [Padre de la blanca], al blanco Abū l-Ŷawn [Padre del negro] y al mordido ‘el intacto’” (1988, pp. 75-76).15
El poeta ciego Baššār b. Burd (m. 167-168/784-785) se mostraba contrario a dicha denominación, que no hacía justicia a la afinada vista de este pájaro, en un verso en el que satirizaba a un hombre llamado Sayyid (“jefe”, “señor”) y que dice así:
Cometieron una injusticia cuando lo llamaron Sayyid, al igual que los hombres [al llamar] tuerto al cuervo.
(Baššār b. Burd, 1981, p. 117, núm. 163; al-Ṣafadī, 1988, p. 101).
A juzgar por lo que refieren los literatos árabes, la buena vista del cuervo era tal que incluso era capaz de ver desde debajo de la tierra el mismo alcance o medida que su pico (al-Safadī, 1988, p. 101; al-Yūsī, 1981, p. 185). En otro lugar de la obra citada con anterioridad, Abū Hilāl al-ʿAskarī recogía otro refrán que dice: “Más clarividente que un cuervo” (abṣaru min gurābin), a partir del cual explicaba que este animal cierra siempre uno de los ojos y se limita a mirar con uno solo debido a la agudeza de su vista (1988, p. 195, núm. 313).16
La misma aclaración acerca del origen del refrán y el hecho de identificar a la citada ave con el patrón humano del tuerto se lee en al-Muṣtaqsà fī amṯāl al-ʿarab, el repertorio de refranes de al-Zamajšarī (m. 538/1144) (1987, pp. 255-256, núm. 1081).
La asociación del cuervo con el tuerto quedó igualmente reflejada en los diccionarios árabes de la época premoderna, desde el Tahḏīb al-luga de Abū Manṣūr al-Azharī (m. 370/980) (2004,p. 368), hasta el Lisān al-ʿarab de Ibn Manẓūr (m. 711/13111312), quien utilizó el primero como una de sus principales fuentes (1981, p. 3165).
Así pues, el cuervo fue proverbial en el mundo árabe-islámico medieval -al igual que el tuerto- por encarnar la figura de la prevención (al-Zamajšarī, 1987, p. 255, núm. 1081). En el refrán árabe se apremia al tuerto a prestar atención por igual a su ojo y a la piedra, para proteger al uno de la otra, y así se explicaba de modo expreso en al-Muṣtaqsà fī amtāl al-ʿarab: “¡Tuerto: tu ojo y la piedra! Es decir: ‘¡Eh, tuerto, protege tu ojo y guárdate de la piedra!’” (al-Zamajšarī, 1987, p. 255, núm. 1081).
En la misma centuria que escribía al-Zamajšarī, pero unas décadas antes, al-Ābī -otro prominente hombre de letras de origen persa- se hacía eco del refrán (2010, vol. 6[1], p. 143, núm. 430). Lo incluía, desprovisto de cualquier explicación, dentro de la amplia colección de proverbios de los árabes (amṯāl al-ʿarab), a la que dedicó el capítulo cuarto de su enciclopédica obra, en un apartado que reservó para los refranes sobre el alma, el cuerpo, los órganos, las extremidades, el cabello y todo lo que, en definitiva, tuviera que ver con dicha temática (amṯāl fī l-nafs wa-l-ŷisd wa-l-aʿḍāʾ wa-l-ŷawāriḥ wa-l-šaʿr wa-mā yušbihu ḏālika).17
No podía faltar nuestro refrán, en la misma forma en que se viene citando, en otro de los grandes repertorios paremiológicos de la literatura árabe premoderna, quizá el de mayor difusión y popularidad, el Maŷmaʿ al-amṯāl de al-Maydānī (m. 518/1124) (1972, p. 6, núm. 2392).
Asimismo, entre la amalgama de materiales diversos que conforman las entradas de los diccionarios árabes premodernos, localicé el mismo refrán en la correspondiente a la palabra aʿwr. Ibn Manẓūr indicaba, además, que en el siglo VII-VIII/ XIII-XIV desde el que escribía se trataba de uno de los refranes corrientes de los árabes (min amṯāl al-ʿarab al-sāʾira), de lo que se infiere que fluía de forma habitual y que seguía haciéndolo en ese momento (1981, p. 3166). Su último rastro en una obra lexicográfica antes de alcanzar la Modernidad se halla en el Tāŷ al-ʿarūs de al-Zabīdī (m. 1205/1791) (1974, p. 168). Entre uno y otro, en la segunda mitad del siglo IX/XV, el egipcio al-Suyūṭī (m. 911/1505) también aludía a él en un comentario a su propia recopilación de tradiciones del Profeta titulada Ŷamʿ al-ŷawāmiʿ (1998, p. 18), de nuevo a propósito de la prevención (al-taḥḏīr).
En la actualidad, se advierten restos del primitivo refrán en otro que mantiene vivo la tradición oral en la zona de Adén (Yemen) bajo la forma: “Si entras en el país de los tuertos… ¡Tuerto, tu ojo!” (iḏā dajalta bilād al-ʿūr… aʿwr ʿaynu-ka) (https://adenblog.com, cuarta parte, refrán núm. 16). En él se advierte que conserva el sentido de prevención que tenía antaño y con el que se difundió en la tradición escrita árabe premoderna.
Abū Sufyān: el tuerto del cuentecillo
Lo cierto es que el tuerto al que se exhorta en el refrán a proteger su ojo sano podría ser cualquiera. Sin embargo, y teniendo en cuenta la difusión del cuentecillo que nos ocupa, es probable que quien escuchara o leyera el también difundido proverbio recordara el divertido acontecimiento que se narraba en nuestro relato. El reputado filólogo oriental Abū Hilāl al-ʿAskarī no pudo evitar dicha asociación entre sus comentarios al hilo del mencionado refrán. Sus palabras tienen un valor añadido, ya que se hacía eco de otra versión diferente del cuentecillo. Una reelaboración que nos sitúa en el que podría ser su origen y que dice así:
Y se cuenta que Abū Sufyān b. Hµarb perdió uno de sus ojos. Luego una piedra le alcanzó el otro y dijo: “¡Se nos hizo de noche [anochecimos] y el poder pertenece a Dios!” (1988, p. 75).
La atribución de la anécdota a Abū Sufyān (m. 32/653) no es gratuita. El que fuera acaudalado comerciante de La Meca y jefe del clan de ʿAbd Šams, de la tribu de Qurayš, y que tan vigorosamente se opuso a la nueva fe que predicaba Mahoma, perdió uno de los ojos durante el asedio de la ciudad de al-Ṭāʾif, ya del lado musulmán, después de abrazar el islam la noche anterior a la entrada de Mahoma y sus Compañeros y Seguidores en La Meca (Ibn al-Aṯīr, 1994, vol. 3, p. 9). Lo narrado en el cuentecillo resumiría de forma chistosa un hecho verídico si nos atenemos a lo que refieren fuentes árabes de distinta naturaleza, que se repasan a continuación.18
Entre los literatos que primero aluden a la condición de tuerto de este distinguido personaje se cuenta al-Ŷāḥẓ que abría con él el capítulo que dedicaba a los tuertos (al-ʿūr) en su Kitāb al-Bursān wa-l-ʿurŷān wa-l-ʿumyān wa-l-ḥūlān (1990,p. 566), citado con anterioridad.19 Contemporáneo del prolífico literato de Basora fue Ibn Ḥµabīb (m. 245/860), filólogo de la escuela de Bagdad, quien situaba a Abū Sufyān entre los tuertos ilustres que relacionaba en uno de los capítulos de al-Muḥabbar (199?, p. 302).20
Tampoco falta alusión al acontecimiento en las obras biográficas sobre los personajes que estuvieron en el círculo de Compañeros y Seguidores de Mahoma. Los historiadores Ibn al-Atīr (m. 630/1233) (1994, vol. 2, p. 485) e Ibn Ḥaŷar alʿAsqalānī (m. 852/1449), este último también tradicionista y juez egipcio (1995, pp. 237 y 334), informaban que, efectivamente, Abū Sufyān habría perdido el primero de los ojos en el transcurso de la batalla de al-Ṭāʾif debido al disparo de un hombre de sus propias filas, Saʿīd b. ʿUbayd/ʿAbd Allāh al-Ṯaqafī:
Al-Zubayr transmitió por medio de Saʿīd b. ʿUbayd al-Ṯaqafī, que dijo: Disparé a Abū Sufyān la Jornada de al-Ṭāʾif y le alcancé en el ojo. Entonces se llegó al Profeta, ¡Dios le bendiga y salve!, y dijo: “Este ojo mío ha sido alcanzado por la causa de Dios”. El Profeta dijo: “Si quieres, rogaré y te será devuelto, y si quieres [se le concederá] el Paraíso”. Y Abū Sufyān respondió: “El Paraíso” (Ibn Ḥaŷar al ʿAsqalānī, 1995, p. 334).
En el contexto del campo de batalla, es más fácil suponer que el disparo recibido procedería de una flecha, lo cual conectaría el relato con la versión andalusí que narraban Ibn ʿAbd Rabbihi e Ibn ʿĀṣim, y explicaría, de esta manera, la presencia en él de la flecha que dejó sin ojo al tuerto protagonista.
Por Ibn Qutayba y otros autores ( al-Ŷāḥiẓ, 1990, p. 565) sabemos que -tal y como quedó recogido en el relato que citaba Abū Hilāl al-ʿAskarī en su Ŷamharat al-amṯāl-, una vez tuerto, Abū Sufyān perdió el ojo que le quedaba. Sucedió durante la célebre batalla de Yarmūk, que enfrentó a las tropas musulmanas del califa ʿUmar b. al-Jaṭṭāb con el ejército bizantino en el año 24/636, en la orilla izquierda del río Jordán (Bosworth y Kaegi, 2002):21
perdió el ojo junto al Profeta, ¡Dios le bendiga y salve!, en una algarada. Luego sobrevivió hasta el califato de ʿUtmān, ¡Dios esté satisfecho de él!, y se quedó ciego antes de morir. […] Y se dice que uno de sus ojos lo perdió en la Jornada de al-Ṭāʾif y otro en la Jornada de Yarmūk (Ibn Qutayba, 1981, p. 344).22
Conocemos también que, una vez ciego, Abū Sufyān usa ba como lazarillo a un esclavo joven (gulām) o cliente suyo (mawlà) para mostrarle el camino: “Al-Baqawī transmitió en una cadena de transmisión (isnād) auténtica de Anas [b. Mālik] que Abū Sufyān entró ante ʿUtmān después de quedarse ciego y un esclavo joven suyo le guiaba” (Ibn Ḥaŷar al-ʿAsqalānī, 1995, p. 334). En otra fuente se dice: “Y cuando Abū Sufyān se quedó ciego, lo solía guiar un cliente suyo” (Ibn al-Aṯīr, 1994, vol. 3, p. 9).
En la misma línea que los testimonios anteriores se pronunciaba el autor egipcio al-Ḥalabī (m. 1044/1635) en su biografía de Mahoma titulada Insān al-ʿuyūn, donde escribió lo siguiente a propósito de la batalla de al-Ṭāʾif:
Y entre quienes fueron heridos se encuentra Abū Sufyān b. Ḥarb, al que le alcanzaron el ojo. Y llegó al Profeta, ¡Dios le bendiga y salve!, llevando su ojo en la mano y le dijo: “¡Oh, Enviado de Dios, este ojo mío ha sido alcanzado por la causa de Dios!”. Y el Profeta contestó: “Si quieres, rogaré y te será devuelto, y si quieres [se le concederá] el Paraíso”. Y hay una expresión [que dice]: “Un ojo en el Paraíso”. Abū Sufyān respondió: “El Paraíso”. Y arrojó el ojo de su mano. Su segundo ojo se lo arrancaron durante el combate de la Jornada de Yarmūk, en el momento de luchar contra los bizantinos (2006, p. 164).
Tuerto primero y ciego después, el nombre de Abū Sufyān y su biografía se encuentran también en los repertorios biográficos dedicados a uno y otro colectivo por parte de al-Ṣafadī en el siglo VIII/XIV. La explicación a la pérdida de sus dos ojos la exponía brevemente en al-Šuʿūr bi l-ʿūr en los siguientes términos:
Fue testigo de al-Ṭāʾif con el Enviado de Dios, ¡Dios le bendiga y salve!, y le dispararon esa Jornada y le alcanzaron el ojo. El otro ojo se lo alcanzaron la Jornada de Yarmūk, bajo la bandera de su hijo Muʿāwiya (1988, p. 146, núm. 29).
Esta escueta información -como el autor indicaba- es ampliada en la biografía más detallada del personaje que incluía en su Nakt al-himyān, donde se hacía eco de un relato similar al que recogían las obras de tipo biográfico sobre Mahoma y sus Compañeros que dice:
Y cuando fue testigo de al-Ṭāʾif con el Enviado de Dios, ¡Dios le bendiga y salve!, le dispararon esa Jornada y perdió el ojo. Y el Enviado de Dios, ¡Dios le bendiga y salve!, le dijo, llevando [Abū Sufyān] el ojo en la mano: “¿Qué prefieres: un ojo en el Paraíso o que ruegue a Dios por ti que te lo devuelva?”. Respondió: “Un ojo en el Paraíso”. Y lo arrojó. Su otro ojo se lo alcanzaron la Jornada de Yarmūk, bajo la bandera de su hijo Yazīd, y se quedó ciego (1911, p. 173).
Como se puede apreciar, el relato de la pérdida de su segundo ojo por parte de Abū Sufyān y la única versión del cuentecillo del tuerto que se quedó ciego que protagoniza expresamente este ilustre personaje tomaron caminos disociados en las fuentes árabes. Mientras el segundo recrea la respuesta inmediata de Abū Sufyān al recibir el impacto que le hizo quedarse sin visión, los testimonios de biógrafos e historiadores refieren los momentos posteriores y cómo acudió, ojo en mano, a Mahoma. Desconocemos si la atribución a Abū Sufyān del chistecillo del tuerto que se viene tratando fue anterior o posterior a su gestación primigenia y si fue algo puntual o, por el contrario, pudo gozar de una difusión más amplia, a pesar de que sólo nos ha llegado su registro escrito en una única fuente, por lo demás, no demasiado tardía. Con todo, en las fuentes más antiguas en que podemos leer el cuentecillo, éste es protagonizado por un tuerto cualquiera.
Un hadiz para servir al humor
Es el momento de prestar atención a la frase que cierra el relato árabe. Ya hemos visto que se pone tanto en boca del tuerto anónimo que lo protagoniza en la mayoría de las versiones literarias, como en la de Abū Sufyān en la versión que transmitía Abū Hilāl al-ʿAskarī en su colección de proverbios a partir del refrán. “¡Se nos hizo de noche! ¡El poder pertenece a Dios!” (amsaynā wa-amsà al-mulku li l-Lāhi) es la ingeniosa exclamación que el desdichado tuerto pronuncia ante la desgracia que acaba de sobrevenirle al perder totalmente la vista a causa de la piedra o la flecha que le ha saltado su ojo sano. Esta exclamación final es la que absorbe toda la gracia del chistecillo y que queda latente en la memoria de quien lo lee o escucha. No se debe, sin embargo, a la ocurrencia ni del tuerto desconocido ni de Abū Sufyān, aunque en el cuentecillo sea mérito de ambos traerla a colación en la situación precisa que se ha descrito.
Se trata de un hadiz pronunciado por Mahoma, transmitido en múltiples colecciones de tradiciones con la garantía de ser ṣaḥīḥ o auténtico. Dice así:
[Transmitido] de ʿAbd Allāh b. Masʿūd, ¡Dios esté satisfecho de él!: Dijo: “El Profeta, ¡Dios le bendiga y salve!, solía decir cuando anochecía: ‘¡Se nos hizo de noche! ¡El poder pertenece a Dios! ¡Alabado sea Dios! ¡No hay más dios que Dios, Él solo, no tiene un asociado! El poder el suyo y suya es la loa. Tiene poder sobre cada cosa […]’” (Abū Dāwūd, 2009, p. 406, núm. 5071; al-Bayhaqī, 2009, pp. 84-85, núm. 24; Muslim, 1427/2006, pp. 1250-1251, núm. 2723; al-Nisāʾī, 2001, p. 15, núm. 9767 y p. 213, núm. 10333; al-Tirmiḏī, 1996, p. 398, núm. 3390).23
El mismo transmisor, uno de los más conocidos Compañeros del Profeta, añadía que éste recurría a la misma fórmula cuando amanecía, adaptada a ese otro momento: “¡Se nos hizo de día! ¡El poder pertenece a Dios!” (aṣbaḥnā wa-aṣbaḥa al-mulku li l-Lāhi) (Abū Dāwūd, 2009, p. 406, núm. 5071; al-Bayhaqī, 2009, pp. 84-85, núm. 24; Muslim, 1427/2006,pp. 1250-1251, núm. 2723; al-Nisāʾī, 2001, p. 15, núm. 9767 y p. 213, núm. 10333; al-Tirmiḏī, 1996, p. 398, núm. 3390).
La réplica del tuerto del cuentecillo ante lo que le ha sucedido, pese a no ser de su autoría, no está exenta de ingenio. Su gracia reside en que se emplea un dicho de Mahoma sacado de contexto, pero aplicado a una situación igual a la que llevó al Profeta a pronunciarlo, pues también al protagonista de la fortuita situación, de modo figurado, se le hizo de noche y lo alcanzó la oscuridad. El hadiz pierde de este modo parte de su carácter religioso al insertarse en un contexto totalmente profano y ajeno a la religión.24 Con todo, al protagonista del relato le sirve perfectamente para proclamar, según la fe islámica, el poder supremo y absoluto de Dios para decretar todo lo que ha de suceder en la vida de una persona.
Conclusiones
Desligado -salvo en una versión- del nombre de Abū Sufyān, no cabe duda de que el cuentecillo del tuerto que se quedó ciego adquirió la categoría de tradicional al menos en las letras árabes de los siglos IV-V/X-XI, y fue recuperado a posteriori por otros escritores de adab, lo mismo en Oriente que en al-Andalus, hasta los siglos X-XI/XVI-XVII. Como ocurre con otros cuentecillos, su paso por la literatura andalusí fue clave para su ulterior transferencia a las letras de la España áurea.
A partir de los textos que conservamos, sabemos que la versión que tiene como protagonista a Abū Sufyān y la más difundida, protagonizada por un tuerto anónimo, convivieron al menos durante el siglo IV/X, en que la segunda -vestida de un aire más popular tras la pérdida de la identidad por parte de su infeliz héroe- le fue ganando terreno a la primera hasta imponerse en la tradición escrita.
Respecto a su tradicionalidad, cabría esperar lo mismo que señalaba antes en cuanto a la literatura escrita -aunque sea imposible aseverarlo- en lo referente a la tradición oral oriental de las mencionadas centurias, donde el refrán al que se ha aludido a lo largo del estudio -de uso común al menos hasta los siglos VII-VIII/XIII-XIV en que escribía Ibn Manẓūr- habría contribuido fuertemente a la transmisión del cuento ligado a él en tanto símil para instar a la prevención. La asociación entre el refrán y el cuentecillo se produjo y debió de haber sido frecuente, a pesar de que sólo contamos con una muestra de Abū Hilāl al-ʿAskarī, que los puso en relación desde época más o menos temprana.
En cuanto al hadiz que remata el chistecillo, sólo se asocia con Abū Sufyān y el episodio de su pérdida de la visión en la versión del relato de la que se hacía eco Abū Hilāl al-ʿAskarī, que es también la única que vincula este último con quien fuera jefe del clan de ʿAbd Šams, sin que sea posible establecer a partir de la documentación que poseemos si, en su origen, el relato nació ligado a tan distinguido personaje de la historia árabeislámica (aunque no hayamos conservado registros escritos anteriores) o fue una atribución posterior.
Por último, conviene destacar que la jugosa presencia y variedad de relatos protagonizados por tuertos y otros personajes con mermas en la vista en la literatura de adab -de la que tan sólo se han ofrecido unas pocas pinceladas al comienzo de este trabajo- los convierte en uno de los modelos cómicos que constituyen su variedad plenamente humorística.