Aunque todos los aspectos de la cultura occidental* experimentan enormes transformaciones a partir de 1492 como resultado del contacto entre los españoles y las poblaciones autóctonas americanas, no cabe duda de que uno de los ámbitos que se verán más afectados por esta nueva situación es la medicina, que con rapidez se va a beneficiar de la asimilación tanto de prácticas propias de estos pueblos como, muy especialmente, de sus amplísimos conocimientos sobre la naturaleza americana y sus propiedades curativas. Por supuesto, tal enriquecimiento necesariamente tiene que dejar huella en lo lingüístico, por lo cual no sorprende que, de manera simultánea al desarrollo de este fenómeno, se descubra también la incorporación al discurso médico americano de un abundante vocabulario con que referirse a todas estas novedades recién integradas, en un proceso de ampliación léxica que, semejante en parte al que se está realizando en la España de la época (Gómez de Enterría 2015), muestra, sin embargo, sus propias especificidades en forma de algunas voces concretas que, precisamente por sus constituyentes idiosincrásicos, se pueden considerar como americanismos dentro de este léxico de especialidad (Ramírez Luengo 2015, p. 308).
Pasando ahora a este vocabulario, se ha puesto ya de manifiesto que su origen y naturaleza resultan muy variados (Ramírez Luengo 2015, p. 306), pero no cabe duda de que entre los elementos más frecuentes se descubren aquellos que se toman de las lenguas propias del Nuevo Mundo, algo en realidad poco notable si se tiene en cuenta que su empleo responde a la necesidad de nombrar productos oriundos de este continente que carecen de correlato en Europa y que es necesario nombrar con la denominación autóctona, muy especialmente en áreas concretas de la medicina como la farmacopea1, donde los productos americanos tienen mayor relevancia. Ahora bien, es insoslayable que apelar a estos elementos presente también algunos problemas a los que los autores no son ajenos, y entre ellos destaca sobre todo la posible incomprensión de los indigenismos por parte de los lectores. En este sentido, tienen razón Buesa Oliver y Enguita Utrilla (1992, p. 41) cuando, al hablar de las crónicas, señalan que “si el destinatario de los textos… es, primordialmente, el lector europeo, hay una limitación en el empleo de palabras autóctonas”, cuestión que exige que el propio texto ofrezca su contenido conceptual y que, por tanto, obliga al autor a desarrollar estrategias discursivas que sirvan para aclarar su significado y contribuyan, así, a explicar lo desconocido de tales unidades léxicas.
Precisamente en esta línea, el trabajo que aquí se ofrece pretende analizar los mecanismos discursivos utilizados por el jesuita moravo Juan de Esteyneffer para la incorporación de voces de origen indígena en el primer libro de su Florilegio medicinal (1712). En concreto, los objetivos específicos son tres: 1) señalar las estrategias por medio de las cuales se produce tal incorporación en el discurso; 2) indicar la frecuencia de empleo de cada una de ellas; 3) establecer las relaciones entre éstas y los diferentes modelos textuales en que se basa la obra. Se pretende, en definitiva, levantar un inventario de tales procedimientos, pero también -y muy especialmente- establecer las coincidencias que hay a este respecto entre el discurso médico y otras tradiciones textuales como son las Crónicas de Indias (Buesa Oliver y Enguita Utrilla 1992, pp. 41-45; Bravo García y Cáceres Lorenzo 2012, pp. 33-48) o las obras de carácter más o menos científico (Enguita Utrilla 2010, pp. 207-215), las cuales, pese a responder a propósitos muy diferentes, se enfrentan también a la necesidad común de declarar al lector el significado de los diversos indoamericanismos que emplean en sus páginas.
Por lo que se refiere al autor de la obra, cabe mencionar que Juan de Esteyneffer nace en la segunda mitad del siglo XVII en Iglau (Rep. Checa) y pasa en 1692 a la Nueva España como miembro de la Compañía de Jesús; una vez allí, se traslada a las provincias del noroeste -los actuales estados de Sinaloa, Sonora, Chihuahua y Baja California-, donde ejerce la medicina hasta su muerte en 1716 (Anzures y Bolaños 2005, p. 300). De hecho, es precisamente su función como médico en estas apartadas regiones del Virreinato lo que lo lleva a escribir su Florilegio medicinal de todas las enfermedades, que intenta solucionar, en la medida de lo posible, la falta de “consuelo de recurso ninguno de médico ni de botica” en la zona (Esteyneffer 1729, s.p.). En cuanto al Florilegio en sí, cabe indicar que su publicación tiene lugar en la Ciudad de México en 1712 y desde muy pronto obtiene gran éxito, lo que se refleja no sólo en que reciba “la aprobación de don Juan José de Brizuela, protomédico decano de la Nueva España, catedrático de vísperas, médico del Santo Oficio, y del virrey, duque de Alburquerque” (Ocaranza 2011, p. 130), sino también en las múltiples reediciones que tiene a lo largo del siglo (Amsterdam, 1719; Madrid, 1729, 1732, 1755; véase Gómez de Enterría 2014, p. 203)2. En concreto, el autor organiza su tratado en tres libros dedicados a las diversas enfermedades que pueden afectar al paciente (Libro I), a la práctica quirúrgica (Libro II) y a un “catálogo de los medicamentos usuales que se hacen en la botica, con el modo de componerlos” (Esteyneffer 1729, s.p.) (Libro III), todo lo cual configura una “recopilación que refleja el pensamiento y la práctica médica de la segunda mitad del siglo XVII y de los comienzos del siglo XVIII en Europa, adaptada a las exigencias y particularidades de la Nueva España”, es decir, “una síntesis de los conocimientos de esa época y… la experiencia del autor a lo largo de trece años de actividad en el noroeste de México, en las regiones de Sonora, Sinaloa, Baja California y la Sierra Tarahumara” (Anzures y Bolaños 2005, p. 299).
De este modo, si se tiene en cuenta la importancia que la experiencia práctica del autor posee en el Florilegio, no sorprende que la presencia de indigenismos en él resulte relativamente abundante, algo que también guarda relación con la dimensión didáctica de la obra, la cual, en palabras de Gómez de Enterría (2014, p. 201) , “aporta una tipología textual rica en voces populares de la medicina”, porque “no escribe para los médicos sino que se dirige a los enfermeros y a los hermanos de la Compañía que debían atender a los enfermos en la Nueva España”3. Ambas circunstancias, por tanto, parecen justificar que, como se ha dicho más arriba, el autor presente a lo largo del tratado estrategias discursivas que aclaren el significado de las voces de origen indígena que salpican sus páginas, y de ahí que este texto resulte especialmente adecuado para los propósitos que se persiguen en este trabajo.
Tal y como se señala en Ramírez Luengo (en prensa)4, el corpus ofrece un total de 55 indigenismos, de los cuales 20 -en concreto, aguacate, atolillo, batea, cacao, cajete, chile, chocolate, cuchipatli, copal, guayaba, iguana, maguey, maíz, matlalistle, mesquite, nopal, salgualticpán, tepeguaje, tuna, zapote- no presentan ningún tipo de glosa, algo que en principio parece demostrar su carácter plenamente integrado y, por tanto, que no hay necesidad de aportar una explicación para un referente suficientemente conocido (Company 2012, p. 276). Siendo esto así, no sorprende que todos estos vocablos estén tomados del náhuatl (aguacate, atolillo, cacao, cajete, chile, chocolate, cuchipatli, copal, matlalistle, mesquite, nopal, salgualticpán, tepeguaje, zapote) y de las lenguas antillanas (batea, guayaba, iguana, maguey, maíz, tuna), es decir, del sistema lingüístico que adquiere el carácter de lengua general en la región y de aquellos cuyas voces se extienden rápidamente por todo el Nuevo Mundo (Ramírez Luengo 2007, pp. 76-77)5, ni tampoco que se utilicen incluso “en la aclaración de otros indigenismos menos habituales” (Ramírez Luengo, en prensa), tal y como se descubre en el caso de mescal, definido en el glosario inicial como “los pedazos del maguey soasadas, que quedan de color pardo y melosas”, o de atole, que se explica en este mismo apartado como “las puches o poleadas que se hacen del maíz” (Esteyneffer 1729, s.p. ).
Frente a éstas, las 35 voces restantes (ajolote, atole, cacastle, calancapatli, chacaana, chancaca, chía, chichigua, chichiquelite, chicle, chileatole, chicozapote, comal, coyote, cumeme, epazote, estafiate, guayacán, jicaco, jocoqui, juari, mescal, nenepile, oivari, quanenepile, quelite, quinaquina, saguaidodo, socoyole [y variantes], tacamaca, tapestle, tequesquite, tianguispepetla, tochomite, toji) presentan algún tipo de glosa en el texto, y en este grupo aparecen tanto algunos antillanismos y nahuatlismos de uso menos frecuente -a manera de ejemplo, guayacán, jicaco, cacastle o socoyole-, como todos aquellos vocablos que el jesuita toma de las lenguas del norte del país (chacaana, cumeme, juari, oivari, saguaidodo, toji), algo que probablemente responde al “razonable temor de que sus lectores sean incapaces de comprenderlas” y que, por tanto, “parece poner de manifiesto un menor grado de integración de tales elementos en la variedad del español de la región o, al menos, su carácter diatópicamente mucho más restringido” (Ramírez Luengo, en prensa)6.
Pasando ahora a las estrategias discursivas que se emplean para glosar los indigenismos, casi todos los autores (Alvar 1972, § 62-67; Buesa Oliver y Enguita Utrilla 1992, pp. 41-45; Enguita Utrilla 2010, pp. 208-215; Bravo García y Cáceres Lorenzo 2013, pp. 33-48) coinciden en establecer cuatro tipos fundamentales, que son la descripción, la definición, la sinonimia y la traducción7: según Buesa Oliver y Enguita Utrilla (1992, pp. 41-42), si la descripción se entiende como un fragmento narrativo en el que “quedan reflejados los rasgos característicos de los seres y objetos aludidos”, la definición proporciona “una fácil y exacta percepción del concepto correspondiente a las voces que las originan”; la sinonimia, por su parte, pone en relación términos significativamente próximos por medio de “una duplicación de vocabulario para la que se utilizan las conjunciones o e y” (Buesa Oliver y Enguita Utrilla 1992, p. 43), mientras que la traducción introduce el indigenismo por medio de un verbo de lengua, sea decir y querer decir o sea -con mucha mayor frecuencia- llamar (Enguita Utrilla 2010, p. 211). Pues bien, Esteyneffer no es en modo alguno ajeno a los cuatro procedimientos que se acaban de describir, dado que en el Florilegio viene a ser relativamente sencillo encontrar apariciones de todos ellos, tal y como se descubre en los casos citados a continuación (ejemplos 1-4):
Ajoletes. Son unos pececillos de color negro, sin escamas, que se cogen en la Laguna de México: danlo a los héticos (Esteyneffer 1729, s.p.; descripción)8.
Coyotes. Son los zorros, raposas de campo (Esteyneffer 1729, s.p.; definición).
A falta de la zarza, también es bueno usar en la misma quantidad del palo santo, u del guayacán (Esteyneffer 1729, p. 299; sinonimia).
Aquella leche que queda cuando hacen la mantequilla, la cual en México llaman jocoqui (Esteyneffer 1729, p. 172; traducción).
Ahora bien, más allá de constatar el empleo de todas estas estrategias en el corpus, quizá sea importante señalar la clara predilección que muestra el jesuita moravo por algunas de ellas, habida cuenta de las importantes diferencias porcentuales que se registran al respecto y que pone de manifiesto la Tabla 1 9:
Estrategia | Casos | Voces glosadas |
Descripción | 20 (27.77%) | ajolote, atole, calancapatli, chancaca, chía, chichiquelite, chicle, chileatole, comal, epazote, jocoqui, juari, mescal, quanenepile, quelite, socoyole (y variantes), tacamaca, tapestle, tequesquite, tochomite. |
Definición | 8 (11.11%) | coyote, estafiate, jicaco, jocoqui, oivari, tapestle, tianguis- pepetla, toji. |
Sinonimia | 28 (38.88%) | cacastle, calancapatli, chancaca, chichigua, chichiquelite, estafiate, guayacán, oivari, socoyole (y variantes), toji. |
Traducción | 16 (22.22%) | chacaana, chichigua, chichiquelite, chicozapote, cumeme, guayacán, jocoqui, juari, nenepile, oivari, quinaquina, saguaidodo, socoyole (y variantes), toji. |
TOTAL | 72 (100%) |
Como se puede comprobar, los datos del corpus evidencian claramente que es la sinonimia, con prácticamente el 40% de las apariciones, el mecanismo más utilizado a la hora de explicar los indigenismos incorporados al texto, seguido de la descripción y la traducción -con porcentajes en torno al 25%-, mientras que la definición aparece como recurso de escasa presencia en el texto de Esteyneffer, al reducirse a un mero 10% del total10. Ahora bien, es importante señalar que estos primeros datos sufren una transformación de notable relevancia si el análisis de las estrategias de glosado se lleva a cabo no tanto atendiendo al Florilegio como un todo, sino teniendo en cuenta más bien la existencia en él de dos partes notoriamente diferenciadas: por un lado, el glosario de las primeras páginas donde se explican 32 voces de muy distinta naturaleza (Algunos nombres mexicanos, lo que significan en castellano, según se ha podido averiguar; Esteyneffer 1729, s.p.)11; por otro, el resto del volumen, en el que se presenta en estilo expositivo las diversas dolencias y las curas que hay para cada una de ellas (Esteyneffer 1729, pp. 1-306). Así las cosas, los porcentajes de empleo de los procedimientos que se descubren en cada una de las partes mencionadas son los siguientes (Tabla 2):
Estrategia | Glosario | Texto |
Descripción | 20 (74.07%) | 0 |
Definición | 5 (18.51%) | 3 (6.66%) |
Sinonimia | 1 (3.70%) | 27 (60%) |
Traducción | 1 (3.70%) | 15 (33.33%) |
TOTAL | 27 (100%) | 45 (100%) |
Como se puede apreciar, el análisis pormenorizado de estas dos partes que componen el Florilegio muestra no sólo diferencias de peso respecto a los datos generales apuntados más arriba, sino también -y más importante aún- claros contrastes entre ambas en lo que se refiere a las estrategias que Esteyneffer utiliza de manera más frecuente a la hora de explicar los indigenismos. De este modo, mientras que en el glosario el procedimiento claramente preferido es la descripción (con casi tres de cada cuatro casos) y, en menor medida, la definición, en el caso del texto expositivo la situación es exactamente la inversa, habida cuenta de que el porcentaje mayoritario se encuentra en el campo de la sinonimia y la traducción, que juntas alcanzan el 90% del total. En ambos casos, las estrategias minoritarias -sinonimia y traducción en el glosario; definición en el texto- resultan puramente testimoniales, al reducirse a porcentajes de entre el 2% y el 6% del total12.
Por supuesto, el porqué de las diferencias que se acaban de describir no es difícil de comprender, y guarda evidente relación con los modelos textuales que se encuentran detrás de cada una de las partes mencionadas: en efecto, el hecho de que pertenezca al universo de los textos lexicográficos explica que el glosario haga uso mayoritario de unas estrategias, descripción y definición, que resultan características e identificadoras de tales obras (ejemplos 5-6)13. La narración de las dolencias y de su curación, por su parte, guarda relación más estrecha con los tratados médicos y, por tanto, con los textos expositivos14, por lo que tampoco extraña que las estrategias predominantes en esta sección del Florilegio sean la sinonimia y la traducción, es decir, aquellas que permiten aclarar los indigenismos integrándolos en el discurso y, por consiguiente, sin tener que ralentizar su desarrollo por medio de excursos que rompan la narración (ejemplos 7-8):
Chicle. Es una leche de cierto árbol de zapote llamado chico zapote, que después de oreada queda al modo de cera: se usa el mascarla (Esteyneffer 1729, s.p. ).
Tianguispepetla. Es la hierba de la golondrina (Esteyneffer 1729, s.p. ).
Conduce mucho, por cuanto suele ser la pituita muy reniten- te, el evacuarla lentamente por epicransin, con unas píldoras de acíbar preparadas con zumo del estafiate o ajenjos (Esteyneffer 1729, p. 22).
A falta de ella, el mastuerzo que crece en las huertas, y también hay otra especie de mastuerzo en el campo, que los de Sonora llaman oivari; también conducen las acederas (Esteyneffer 1729, p. 165).
Se puede concluir, por tanto, que las preferencias que Esteyneffer muestra a lo largo de la obra en lo que se refiere a los procedimientos utilizados para explicar y glosar los indigenismos no son fruto del azar o de su exclusivo gusto personal, sino que guardan relación muy estrecha con cuestiones de diferente naturaleza, entre las que destacan algunas como la necesidad de conferir agilidad al discurso o los distintos tipos textuales que le sirven de modelo para cada una de las secciones que componen su Florilegio medicinal.
Por lo demás, se hace preciso señalar que las estrategias dezglosado que se acaban de describir no son en general lingüísticamente homogéneas15. Muy al contrario, dentro de cada una de ellas es posi- ble registrar una serie de estructuras sintácticas específicas que sir- ven para cumplir esta misión: a manera de ejemplo, la definición se organiza mayoritariamente como una oración “constituida por sujeto + predicado nominal con el verbo ser como núcleo” (Enguita Utrilla 2010, p. 210), pero lo cierto es que, mientras que los ejemplos del glosario poseen autonomía sintáctica (ejemplo 9), los que se descubren en el texto se configuran como oraciones de relativo (ejemplo 10), algo que -una vez más- parece guardar estrecha relación con la cuestión de los modelos textuales que se ha expuesto anteriormente16:
Jocoqui es la leche que queda después de hecha la mantequilla (Esteyneffer 1729, s.p. ).
El jocoqui, que es la leche algo aceda que queda después de haber hecho la mantequilla de vaca (como se verá en el catálogo de los medicamentos), bebido por ordinario, mantiene mucho a semejantes enfermos (Esteyneffer 1729, p. 207).
Por su parte, se ha indicado ya que la sinonimia se caracteriza por presentar un doblete léxico formado por el indigenismo y -generalmente- un término patrimonial más o menos sinonímico que sir ve para dilucidar el significado del elemento no hispánico (Enguita Utrilla 2010, p. 209)17. Cabe indicar que en el Florilegio la mayor parte de los casos aparece en forma de coordinaciones disyuntivas con la conjunción o (ejemplo 11)18, si bien se descubre un caso aislado en que el doblete se forma por medio de la yuxtaposición (ejemplo 12):
Cuando empieza la inflamación, poner un defensivo de agua rosada, o del zumo de la hierba mora o chichiquelite (Esteyneffer 1729, p. 235).
Mucho importa el buscar las hierbas del mastuerzo u del oivari, u de las acederas, sossocoyoli, que son (como queda dicho) muy proprios para este mal (Esteyneffer 1729, p. 168).
Frente a los casos anteriores, la técnica de la traducción -caracterizada, como se dijo ya, por la presencia de una referencia lingüística, muy especialmente un verbo como llamar o decir (Enguita Utrilla 2010, p. 211)- constituye el procedimiento para el que se registran más estructuras lingüísticas, si bien con proporciones de uso muy dispares: en efecto, aunque este recurso puede aparecer en el texto por medio de oraciones independientes o aposiciones -en concreto, en dos de los 16 casos- (ejemplos 13, 14), lo cierto es que lo más habitual es su aparición en forma de construcciones adyacentes adjetivas, bien a través de un participio (ejemplo 15), bien a través de una estructura de relativo (ejemplo 16), con mucho el mecanismo sintáctico predominante19:
Chichigua. Ese nombre dan a las amas de cría (Esteyneffer 1729, s.p. ).
También conducen las acederas, en mexicano sosocoyoli, assimismo es bueno el zumo de limón (Esteyneffer 1729, p. 165).
También conduce tomar en ayunas… de la gomilla (llamada juari en la provincia de Sonora) (Esteyneffer 1729, p. 174).
El saguaidodo, que llaman en lengua ópata el vómito amarillo, el cual acaba con muchos indios, tiene los mismos pronósticos (Esteyneffer 1729, p. 117).
A partir, por tanto, de todo lo que se ha expuesto hasta el momento, parece posible aportar ya una serie de conclusiones que responda a las cuestiones planteadas al inicio de estas páginas, a saber, qué estrategias discursivas facilitan la incorporación de los indigenismos al discurso analizado, cuál es la frecuencia de cada una de ellas y qué relación existe entre los distintos tipos y los modelos textuales de los que parte la obra.
De este modo, es importante señalar que el glosado de indigenismos en la obra estudiada resulta, si no constante, al menos una práctica relativamente frecuente, al aparecer en 35 de los 55 elementos de origen autóctono que se descubren en sus páginas, en concreto -y como no podía ser de otro modo- en el caso de aquellos elementos que presentan un menor grado de integración en el español de la región o una extensión diatópica mucho menor, tales como los vocablos tomados de las lenguas del norte de México con las que Esteyneffer está en contacto.
Pasando ya a las diversas estrategias con las que el jesuita moravo explica tales elementos, cabe advertir que, como era de esperar, el Florilegio no resulta demasiado original al respecto: en efecto, se descubren cuatro mecanismos diferentes -en concreto, descripción, definición, sinonimia y traducción- que coinciden en su totalidad con los procedimientos que, a la hora de enfrentarse a esta cuestión, aparecen tradicionalmente en textos americanos como las Crónicas de Indias o las obras de temática científica (Alvar 1972, § 62-67; Buesa Oliver y Enguita Utrilla 1992, pp. 41-45; Enguita Utrilla 2010, pp. 208-215; Bravo García y Cáceres Lorenzo 2013, pp. 33-48), coincidencia que en modo alguno es casual, sino que demuestra la dependencia, en esta cuestión específica, entre el tratado médico analizado en estas páginas y los escritos previos de muy distinta naturaleza que se generan en el ámbito del Nuevo Mundo20.
Ahora bien, si es cierto que todas las estrategias mencionadas aparecen en la obra, los datos porcentuales demuestran también que sus porcentajes de empleo no son parejos, algo que se descubre en los datos generales, pero más aún en el análisis específico de las dos partes que componen el Florilegio, que muestran comportamientos enfrentados: mientras que en el glosario inicial la descripción y la definición equivalen a más del 90% de las explicaciones, en la descripción de las dolencias tal porcentaje corresponde a los procedimientos opuestos, es decir, a la sinonimia y la traducción. Por supuesto, estas preferencias no son casuales, sino que responden a los distintos modelos que sustentan cada una de las partes, de manera que la pertenencia del glosario al ámbito de la lexicografía favorece el uso de las estrategias más claramente asociadas a ésta, en tanto que la narración de las enfermedades y sus curas, estrechamente relacionada con el carácter expositivo de los tratados médicos, privilegia el empleo de la sinonimia y la traducción, que permiten integrar la explicación del indigenismo al discurso sin necesidad de introducir excursos que entorpezcan la narración.
Se puede concluir, en definitiva, que la incorporación de indigenismos en el Florilegio por parte de Esteyneffer se produce gracias a determinadas estrategias que tienen, a su vez, realizaciones sintácticas muy específicas. Más allá de esta primera cuestión, quizá lo más interesante sea constatar que los procedimientos utilizados por el jesuita moravo no responden a su improvisación o a su inventiva, sino que constituyen auténticos esquemas tradicionales ampliamente documentados en textos americanos precedentes de naturaleza y temática muy variadas, es decir, mecanismos discursivos muy concretos que están desde antiguo a disposición de todos aquellos autores que -independientemente de sus propósitos, y ante la sorpresa de la realidad del Nuevo Mundo- deben enfrentarse en sus obras a un problema fundamental y compartido: conseguir que los lectores comprendan lo que se esconde tras unos vocablos que les son totalmente desconocidos.