I. Las contradicciones del régimen dirigista
Aunque la deriva hacia la “liberalización” empezó desde 1985, las “reformas” neoliberales sólo fueron introducidas oficialmente en la India en 1991. Antes, el país había estado en un régimen dirigista en que la economía contaba con altos niveles de protección frente a los bienes extranjeros: controles sobre los flujos de capital que provenían de fuera de sus fronteras, y apoyos del Estado para el sector que producía en pequeñas cantidades, incluyendo la agricultura campesina y un importante sector público. Este último operaba en la extracción de minerales, donde se esperaba que fuera el guardián de los intereses nacionales, y en las finanzas, donde proporcionaba crédito con tasas de interés subsidiadas a la agricultura y a unos pocos “sectores prioritarios”; el sector público también era instrumental en el desarrollo de la infraestructura y en las industrias básicas y pesadas, a las que no se dirige el capital privado y en las que además el país debe adquirir conocimientos tecnológicos a fin de terminar con el dominio del centro metropolitano sobre la economía mediante el control de la tecnología.
El objetivo básico del régimen dirigista era romper el dominio de la capital metropolitana sobre la economía que hasta entonces había caracterizado a la era colonial, y, a la vez, introducir una política de “desarrollo nacional” para que fuera relativamente autónomo del imperialismo, pero donde habría de participar la burguesía. No obstante, se suponía que la participación de la burguesía no seguiría la vía del desarrollo clásica del capitalismo; por esta razón se establecieron estrictos controles del Estado sobre la operación del capital por medio de un sistema de licencias de inversión y de importación.
El régimen dirigista tuvo a su favor importantes éxitos que vale la pena recordar, ya que la propaganda neoliberal ha tendido a minimizar estos valiosos logros. La tasa de crecimiento industrial se aceleró considerablemente en comparación con la de la era colonial, y lo mismo ocurrió con el crecimiento del producto interno bruto (PIB). En el momento de la independencia se importaba la mayoría de los bienes industriales, incluyendo los bienes de consumo cuya producción era sencilla, por no mencionar los bienes de capital; en cambio, en el periodo dirigista se presentó una considerable sustitución de importaciones. Un desarrollo particularmente notable fue el que se dio en el sector de la producción de granos alimenticios, el cual, por lo general, pasa desapercibido.
En el último medio siglo del gobierno colonial se había visto una fuerte caída en la producción y la disponibilidad de alimentos agrícolas per cápita en la India británica. La disponibilidad neta promedio anual per cápita de alimentos agrícolas (cereales, legumbres y aceites), que había llegado a 199 kg durante el quinquenio de 1897 a 1902, disminuyó a 148.5 kg para el quinquenio de 1939 a 1944 y continuó descendiendo hasta 136.8 kg durante 1945-1946 (Blyn, 1966).1 Mientras que el gobierno colonial no llevó a cabo medidas significativas para “mejorar las tierras” (lo que aumentaría la productividad por unidad de superficie neta sembrada) durante todo este periodo, el desvío de las tierras de la producción de alimentos a los cultivos comerciales condujo a esa notoria reducción de la producción y la disponibilidad de cereales.
El régimen dirigista posterior a la independencia revirtió esta tendencia por medio de inversiones en irrigación, variedades de semillas de alto rendimiento desarrolladas en los laboratorios del gobierno, una red de extensión masiva que llevó a los campesinos mejores prácticas agrícolas, la entrega de insumos subsidiados incluyendo el crédito (después de la nacionalización de los bancos de 1969) y un sistema de precios remunerativos confiable (establecido después de mediados de los años sesenta) a los que el gobierno adquiría las cosechas de alimentos para distribuirlas por medio de un sistema público a precios subsidiados más bajos. Como resultado, no sólo desaparecieron completamente las hambrunas recurrentes que habían devastado al país en el periodo colonial, sino que además la disponibilidad per cápita de granos alimenticios llegó a 180.2 kg en el trienio de 1989 a 1991, esto es, justo en los umbrales de la introducción del régimen neoliberal.
No obstante, aunque la producción agrícola, en especial la de granos, aumentó rápidamente en comparación con la de la era colonial, su tasa de crecimiento no fue lo suficientemente alta para producir un significativo aumento en el crecimiento del PIB. En una economía en que la intervención del Estado busca evitar el surgimiento de cualquier límite sobre la demanda, si el crecimiento ocurre sin inflación, esto es, que no implique una distribución regresiva del ingreso, y sin que aumenten considerablemente las importaciones de alimentos (que a fin de cuentas son insostenibles en un país grande), entonces la limitación primaria sobre ella surge de la tasa de crecimiento de los granos alimenticios. Esto puede observarse en la siguiente equivalencia.
donde g es la tasa general de crecimiento del ingreso total; n corresponde a la tasa de crecimiento de la población; e equivale a la elasticidad-ingreso de la demanda de granos, y gf es la tasa de crecimiento del abasto de alimentos agrícolas. Si se quieren evitar importaciones e inflación en gran escala (con el consiguiente cambio regresivo en la distribución del ingreso), de modo que e se convierta en un promedio ponderado de las elasticidades ingreso de ciertos grupos con las ponderaciones constantes debido a la ausencia de cualquier desplazamiento distributivo regresivo, entonces la tasa de crecimiento de la población dada a corto y mediano plazos g se ve limitada por gf.
El proceso de crecimiento con el régimen dirigista fue restringido por la tasa de crecimiento de la producción de alimentos.2 Ocurrieron brotes de inflación cuando se produjo demanda excesiva en el mercado no racionado de alimentos agrícolas, lo que condujo a recortes en el gasto del gobierno y, por ende, temporalmente en la tasa de crecimiento. Por lo tanto, la restricción general sobre el crecimiento fue la presión ejercida por la tasa de incremento en la producción de granos alimenticios (P. Patnaik, 1972b).
En el periodo dirigista se tuvo un promedio de 3.5 a 4% en la tasa de crecimiento del PIB, lo que significó un crecimiento per cápita de 1.5 a 2%. Éste no sólo se comparaba desfavorablemente con los países del Oriente asiático, sino que, además, implicaba una tasa de crecimiento del empleo (cerca de 2% anual) que apenas se mantenía a la par con la tasa de crecimiento de la población, lo que significaba un incremento continuo en la acumulación del desempleo. Esto creó cierta desilusión en las multitudes de trabajadores y campesinos, que habían abrigado expectativas muy grandes por la independencia.
Una razón importante de que el crecimiento agrícola no fuera mayor del obtenido fue la ausencia de cualquier redistribución radical de la tierra. Los efectos de las medidas tomadas de reforma agraria fueron eliminar a los propietarios de grandes extensiones de tierra, por lo general absentistas y a los que se les dio una compensación, y conferir derechos de propiedad a sus arrendatarios más grandes a cambio de un pago. Pero, aunque esto resultó en un cambio de la composición de los propietarios en la proporción de 15% superior de las tenencias en operación, lo que facilitó la vía hacia un des- arrollo del capitalismo dentro de la agricultura (aunque no por medio de la intrusión del sector capitalista de afuera en el sector agrícola), la proporción de la superficie total de tierras controlada por este 15% no cambió mayormente (P. Patnaik, 1972b); los cultivadores sin tierras y los marginales no vieron ningún incremento en la proporción de la tierra que podían considerar suya.
Esto hizo que carecieran del incentivo y de los medios para introducir mejores prácticas agrícolas; más aún, no se aprovechó la posibilidad de presentar nuevas formas de organización, como cooperativas y colectivos voluntarios que pudieron haber aumentado considerablemente la productividad de la tierra mediante la adopción de mejores prácticas y la utilización de la mano de obra desocupada del campo para la formación de capital, como había ocurrido en las comunas chinas (U. Patnaik, 1988). Ciertamente, la productividad y el cultivo intensivo de las tierras se incrementaron después de la independencia por las razones mencionadas anteriormente, pero no se presentó el incremento potencial que se hubiera podido obtener, lo que limitó la tasa de crecimiento general.
La insostenibilidad del régimen dirigista también se debió a otra poderosa razón relacionada con el proceso de globalización que se estaba llevando a cabo en el mundo capitalista. La emisión excesiva de dólares provocada por el déficit en cuenta corriente de los Estados Unidos en el periodo de la posguerra, debido entre otras cosas al mantenimiento de una serie de bases militares en todo el mundo, hizo que los bancos de Europa y de los propios Estados Unidos tuvieran abundancia de esta moneda, a la que se declaró oficialmente con el sistema de Bretton Woods “tan buena como el oro”.3 (Incluso después de la terminación del sistema de Bretton Woods, tras un breve periodo de turbulencia económica, el dólar reasumió su papel como un medio estable que los poseedores de la riqueza del mundo consideraban tan bueno como el oro, aunque ya no fuera convertible en éste a un precio fijo.)
Los bancos de los países más ricos presionaron para que se eliminaran todas las barreras a las corrientes de capital, esencialmente a los flujos financieros, de modo que sus capitales pudieran dirigirse a cualquier lugar del mundo. Se eliminaron barreras en Europa a finales de la década de los sesenta, y unos pocos años después en América Latina y en África. La creación de liquidez recibió un estímulo adicional con el alza de los precios del petróleo en los años setenta. La India resistió durante un mayor periodo la eliminación de los controles de las corrientes financieras que ingresaban, pero finalmente sucumbió a mediados de los años ochenta al considerarlos un medio de financiar su déficit de la balanza de pagos. Sin embargo, una vez que estuvo en esa resbalosa pendiente, no se detuvo: una economía controlada por el Estado no podía resistir la lógica inmanente de su exposición a las corrientes financieras. Asimismo, el ejemplo de los países del Oriente asiático le fue presentado como una confirmación del éxito del neoliberalismo, pretensión que era patentemente falsa, pues estos países no estaban siguiendo políticas neoliberales, pero a pesar de todo tenían un atractivo espurio.
Además, había presiones internas para la “liberalización” que provenían de la clase media alta. Michal Kalecki (1972b) había considerado al régimen dirigista como un “régimen intermedio” entre el capitalismo y el socialismo, y lo caracterizaba por una política exterior de no alineamiento y por el capitalismo de Estado en la política económica; había atribuido el carácter intermedio de este régimen a que la pequeña burguesía, integrada por la clase media urbana y los campesinos acomodados del campo -que tenían una posición media entre la burguesía y el proletariado-, constituía la clase gobernante dentro de él. Se puede estar en desacuerdo con la identificación que hace Kalecki de la pequeña burguesía como la clase gobernante, pero su planteamiento sí muestra la importancia de la clase media urbana (analizaremos al campesinado posteriormente), que era un fuerte pilar de soporte para el régimen dirigista. Dicha clase cambió su apoyo hacia el neoliberalismo, por las vastas oportunidades que se le estaban abriendo con este último, tanto por la reubicación de las actividades de la metrópoli a países como la India como por la posibilidad de migración de la fuerza de trabajo educada y capacitada hacia la metrópoli.
Todas estas diferentes presiones se combinaron y llegaron a su máximo nivel en 1991, cuando la India enfrentó una repentina crisis en su balanza de pagos, la cual pudo haberse resuelto sin cambiar el dirigismo por el neoliberalismo, pero se utilizó como una ocasión propicia para impulsar un cambio de régimen.
Lo notable del régimen dirigista fue que la distribución del ingreso no se volvió más regresiva durante su gobierno. De hecho, Chancel y Piketty (2017) muestran, mediante datos del impuesto sobre el ingreso, que se mejoró durante su periodo: la participación de 1% de los hogares en el nivel superior en el ingreso nacional del país llegó a su menor nivel: 6% en 1982 antes de que la liberalización se desplegara lentamente, incluso antes de 1991. Sin duda, al inferir la distribución del ingreso para la población total a partir de los datos del impuesto sobre el ingreso se deben superar muchos problemas, pero la información encontrada no puede descartarse. Lo menos que puede decirse es que la distribución del ingreso no empeoró durante el régimen dirigista.
En otras palabras, aunque este régimen no obtuvo tasas de crecimiento tan altas como se deseaba y no superó los problemas del desempleo y de la pobreza, tuvo seis características positivas importantes: 1) desplazó al capital metropolitano de su posición dominante en la economía india; 2) mejoró la disponibilidad per cápita de los cereales a partir de los niveles abismales en que había caído en el periodo colonial y, por lo tanto, optimizó la alimentación de la población india; 3) defendió a los pequeños productores y la agricultura campesina de la penetración del capital metropolitano y de los grandes capitales internos; 4) por lo menos impidió cualquier desplazamiento reg resivo en la distribución del ingreso; 5) mejoró considerablemente el nivel de autodependencia de la economía, y 6) fortaleció, con todas sus limitaciones, una amplia estructura política democrática.
II. Algunas implicaciones de la economía política del periodo neoliberal
La característica principal del régimen neoliberal ha sido el movimiento relativamente libre de bienes y servicios, así como de capital, incluidas las finanzas, hacia la economía de la India. Este país no tiene una moneda convertible y, por lo tanto, los flujos de capital hacia su interior y su exterior no son absolutamente libres; siguen existiendo todavía restricciones para que los indios saquen al exterior sus propios fondos, pero los extranjeros pueden libremente introducir o sacar fondos. Igualmente, con la Organización Mundial del Comercio (OMC) se han eliminado restricciones cuantitativas a las importaciones, y las tasas de los aranceles han disminuido considerablemente, incluso por debajo de los límites para los aranceles permitidos por este organismo.
Como en otras partes del mundo, en la India se tiene una situación en la cual una nación-Estado se ve frente al capital globalizado y en que, lo que no debe sorprender, el Estado debe acceder a las demandas de este último en los temas de política económica, por temor a que, de no ser así, “pierda la confianza de los inversionistas” y comience una fuga de capitales, o, por lo menos, se atraigan influjos financieros insuficientes para administrar la balanza de pagos. Esto en sí implica un debilitamiento de la democracia: la “soberanía del pueblo”, a la que, se supone, defiende la democracia, es remplazada por la soberanía de las finanzas internacionales. Esto fue dolorosamente obvio durante la pandemia, cuando, a pesar del sufrimiento causado por los confinamientos, el paquete de rescate del gobierno fue sólo de 1% del PIB, incluso en comparación con 10% en los Estados Unidos decretado por Donald Trump. Este debilitamiento de la democracia, como se verá más adelante, recientemente ha avanzado mucho más, y ha traspasado la esfera económica, a medida que el neoliberalismo ha promovido activamente un sesgo neofascista en el sistema político.
El cambio en la política económica del dirigismo al neoliberalismo ha sido particularmente notable en lo que se refiere al sector de la pequeña producción, particularmente en la agricultura campesina: los agronegocios internacionales ahora entran en contacto directamente con los campesinos; los servicios de extensión agrícola manejados por el Estado han sido terminados; el apoyo a los precios de los cultivos comerciales que antes se extendía mediante varias juntas que trataban los asuntos relacionados con estas mercancías, como la Junta del Té, la del caucho, la del café, etc., e intervenían para comprar el producto cuando se derrumbaban los precios, ha desaparecido, pues la “función comercializadora” de las juntas fue abolida (aunque se continúa apoyando a los precios de los cultivos alimenticios); han disminuido los subsidios para insumos; el crédito subsidiado para los “sectores prioritarios” todavía existe en el papel, pero la definición de “sector prioritario” se amplió tanto que los campesinos sólo reciben una minúscula parte del crédito total y se ven obligados a recurrir a los prestamistas privados (o a agroempresas internacionales), a quienes pagan tasas de interés exorbitantes; la inversión en irrigación y en infraestructura rural ha disminuido considerablemente debido a las exenciones tributarias que se dan a los grandes capitalistas y a los límites sobre el tamaño del déficit fiscal como porcentaje del PIB (los gobiernos que no son de izquierda de los estados de la India y el gobierno central han aprobado legislación sobre la “responsabilidad fiscal”, a fin de institucionalizar dichos límites), y la privatización de los sistemas de salud y de educación ha obligado a todos, en particular a la población rural, a pagar precios exorbitantes por dichos servicios.
Este cambio en la política económica indica una transformación en la naturaleza del Estado. El Estado descolonizador, por ser una herencia de la lucha contra la colonia, prestaba atención a los intereses de muchas clases. Mientras presidía un capitalismo creciente y, por lo tanto, promovía los intereses de la burguesía y de los terratenientes (que eran los heraldos de un capitalismo al estilo de los junker prusianos en el campo, incluso mientras los campesinos ricos beneficiarios de las reformas agrarias representaban una emergente tendencia hacia el capitalismo entre los campesinos), también buscaba proteger en cierta medida los intereses de los trabajadores y de los pequeños productores. En resumen, el Estado, si bien presidía sobre una tendencia capitalista, aunque fuera un capitalismo controlado, aparentemente estaba sobre todas las clases y procuraba fomentar los intereses de todos. En contraste, el Estado con el neoliberalismo se preocupa exclusivamente por los intereses de la oligarquía interna corporativa-financiera y por la clase media alta urbana, que ahora constituye el séquito que sigue a esta oligarquía y al capital financiero globalizado, con el que aquélla se ha integrado.
Esta exclusiva preocupación por los intereses de la oligarquía y sus partidarios, así como los del capital financiero globalizado se justifica en nombre de la promoción del “desarrollo”. Desde una situación en que la “nación” era identificada con una configuración de múltiples clases, la “nación” con el neoliberalismo procura identificarse sólo con la oligarquía corporativa- financiera y con el campo de sus seguidores de la clase media alta (que incluyen a la élite gerencial-técnica, la cual también cubre esferas como las clases de los financieros, la burocracia y los profesionistas). La relación de la “nación” con la metrópoli ya no es vista como algo antagónico, y ya no se concibe a la metrópoli como “imperialista”; por el contrario, se da la bienvenida al capital metropolitano como si abriera las puertas del “desarrollo”, incluso en la esfera de los recursos minerales, de la que había sido excluida con gran dificultad en todo el Tercer Mundo como parte del proceso de descolonización económica.
Este cambio también implica una transformación en la propia sociedad. Ya no se considera a la línea divisoria, el hiato, como si existiera entre el país (o la “nación”) y la metrópoli (o el imperialismo), que ocurrió durante la lucha contra el colonialismo; el hiato ahora se desplaza hacia el interior del país, entre la oligarquía corporativa-financiera (y sus seguidores) y el “pueblo trabajador”, compuesto por trabajadores, artesanos, pequeños productores, pescadores y peones agrícolas, a los que se ve como contrarios al “desarrollo” cuando presentan resistencia al despojo de sus tierras y de su entorno para “proyectos de desarrollo”.
Hay dos procesos que se asocian con este creciente hiato. Uno es el de acumulación primitiva del capital, esto es, el despojo sin compensación, o con muy poca compensación, de quienes dependen de la tierra y del hábitat, que ahora se toman para los “proyectos de desarrollo”; esto constituye la acumulación primitiva en el sentido de “existencias”. El segundo proceso es una “presión” sobre los ingresos de las personas trabajadoras, la cual se manifiesta en términos de un incremento en la desigualdad de ingresos, mientras se constituye la acumulación primitiva en un sentido de los “flujos”. Estudiaremos sucesivamente cada uno de estos procesos (seriatim).
Se pondría en duda llamar a la ocupación de terrenos y del hábitat (de la población tribal para extraer recursos minerales) “acumulación primitiva”, pues se supone que se ha pagado una compensación por tales tomas de tierras. En esto, sin embargo, hay dos cuestiones: en primer lugar, frecuentemente no se paga ninguna compensación, o se paga con tanto retraso que para entonces su valor se ha reducido considerablemente. No obstante, en segundo lugar, en una sociedad tradicional la propiedad no existe como un solo derecho integral; hay una jerarquía de derechos sobre la producción y, por inferencia, sobre la tierra que provee el producto, por la que incluso los “peones que participan” tienen por costumbre algunos derechos implícitos.4 La compensación, si se paga, invariablemente se paga sólo a los que se reconocen como “propietarios”, pero no a los que implícita o explícitamente participan como peones. Por lo tanto, la compensación pagada es invariablemente menor que lo justificado.
Respecto de la creciente desigualdad en la distribución del ingreso, el mismo estudio por Chancel y Piketty, en el que se encontró que 1% de los hogares obtuvo 6% del ingreso nacional en 1982, mostró también que la participación de la proporción de 1% más alta había aumentado a 22% en 2013, que fue el más grande de todo el periodo, ya que el impuesto sobre la renta (sobre cuyos datos se hacen las estimaciones) fue introducido en la India en 1922. Éste es un incremento fenomenal cuya realidad no puede ignorarse, sin importar lo escépticos que podamos estar sobre el uso de los datos del impuesto sobre la renta con el fin de estimar la desigualdad en el ingreso. De cualquier modo, ya en estas fechas se acepta generalmente la existencia de una creciente desigualdad de los ingresos en el neoliberalismo en todos los países. Más significativo pero menos aceptado es el aumento de la incidencia de la pobreza absoluta en la era neoliberal, al menos en la India.
III. El desempeño de la economía con el neoliberalismo
El periodo neoliberal vio una significativa aceleración en la tasa de crecimiento del PIB, que en la primera parte del siglo actual llegó a 7-8%.5 Ocurrió por lo tanto casi una duplicación de la tasa de crecimiento del PIB en comparación con el periodo dirigista. Varios factores influyeron en esta aceleración: el hecho de que ahora podía satisfacerse la demanda reprimida por una variedad de bienes suntuarios que no estaban disponibles antes y que ya lo estaban no sólo mediante las importaciones, sino también con la sustitución de éstas; el crecimiento relativamente rápido de la economía mundial (aunque mucho menor que durante la llamada “era dorada del capitalismo”) debido a las “burbujas” del dot.com e inmobiliaria; las burbujas del mercado de acciones interno que también fortalecieron la demanda, y, por supuesto, la reubicación de las actividades de las economías metropolitanas a la India, no tanto en las manufacturas como en los servicios -por ejemplo, la proliferación de los “centros de llamadas” (call centers)-. De hecho, la aceleración del crecimiento del PIB no se ha debido a las manufacturas, sino a los servicios. La importancia del sector secundario en el PIB apenas aumentó durante el periodo neoliberal en comparación con los años ochenta.
Sin embargo, a pesar del mayor crecimiento del PIB, aumentó la gravedad del hambre en el país. La disponibilidad neta per cápita de los granos alimenticios, como vimos previamente, se había incrementado aproximadamente hasta 180 kg al año a finales de la década de los ochenta, pero desde entonces se redujo un poco aproximadamente a 178 kg hasta inicios de la pandemia; la disminución había sido muy significativa desde antes, pero se ha presentado cierta recuperación después hasta los niveles del momento en que se inició la pandemia. Si se considera que los sectores en mejores condiciones tomaron posiblemente una mayor cantidad per cápita, si no en consumo, al menos mediante el consumo indirecto en forma de alimentos procesados y productos animales (en que los granos alimenticios entran como forraje), la disponibilidad per cápita de los granos alimenticios debió disminuir para las personas trabajadoras o la mayoría de la población.
Hay evidencia de esto en los datos sobre el insumo de calorías. Antes, la Comisión para la Planificación definía oficialmente la pobreza en la India rural como la falta de acceso a 2 200 calorías diarias por persona, y en la India urbana como la falta de acceso a 2 100 calorías diarias por persona. Por los datos proporcionados por la National Sample Survey (realizada a gran escala cada cinco años), la proporción de la población rural por debajo de esta norma fue de 58% en 1994-1995, y aumentó a 68% en 2011-2012. Los porcentajes correspondientes para la población urbana fueron de 57 y 65%, respectivamente (U. Patnaik, 2019). Así, se ha presentado claramente un incremento en la magnitud de la pobreza absoluta (aunque el gobierno ha cambiado la definición de pobreza de lo que era originalmente). Aún más, lo que encontraron las encuestas nacionales por muestreo de los años 2017-2018 fue tan malo, que el gobierno decidió suprimirlas del todo: aparentemente mostraron, según informes que se “filtraron”, una disminución absoluta de 9% en el consumo real per cápita en las zonas rurales de la India entre 2011-2012 y 2017-2018.
El que el gasto en cuidado de la salud y educación haya subido al mismo tiempo en que el consumo de calorías en grandes proporciones de las poblaciones rural y urbana haya caído por debajo de las normas ha sido aprovechado por los portavoces oficiales para afirmar que la disminución por debajo de las normas de consumo de calorías indica un cambio en los “gustos” y no un incremento de la pobreza. Pero en todo el mundo los datos de secciones mundiales transversales y de series temporales muestran que un aumento en el ingreso real per cápita está asociado con un incremento en el consumo de cereales -e, implícitamente, en los granos alimenticios en general; véase la obra de Krishna Ram (2013) -. Por añadidura, en el caso de la India la privatización de los sistemas de educación y de salud ha encarecido tanto estos servicios esenciales que los trabajadores se ven forzados a reducir su consumo de granos alimenticios con el fin de hacer frente a tales gastos. Por lo tanto, la disminución en el ingreso real de los trabajadores que puede inferirse por el descenso en la ingesta de calorías constituye una deducción válida. El que, a pesar de ser una “economía emergente” con tasas de crecimiento altas, la India ocupe aproximadamente el lugar 100 en el Índice Mundial del Hambre (en el que sólo se toman en cuenta cerca de 116 países según la pobreza extrema) adquiere importancia en este contexto.
Podemos preguntarnos ¿cuál es el mecanismo para el surgimiento de este escenario de “riqueza en un polo y pobreza en el otro”? Debido a la eliminación de los subsidios y la falta de protección de los precios en las cosechas comerciales (no para el consumo familiar), los campesinos han visto una disminución absoluta en su ingreso real per cápita; 300 000 campesinos se han suicidado en las últimas dos y media décadas, y muchos han abandonado la agricultura del todo con el fin de buscar trabajo en la economía urbana. Entre los censos de población de 1991 y 2011, el número de personas incluidas en el rubro “cultivadores” disminuyó en 15 millones: ellos o bien pasaron a formar parte de las filas de los “trabajadores agrícolas” o emigraron a las ciudades en busca de empleo, que es el otro aspecto de la acumulación primitiva de capital mencionada antes.
Pero en las ciudades difícilmente hay muchos empleos. Aunque la tasa de crecimiento del PIB se ha incrementado notablemente durante el periodo neoliberal, la de crecimiento del capital ha disminuido, si se la compara con las anteriores. Así, entre 1993-1994 y 2011-2012, según la National Sample Survey, la tasa de crecimiento del empleo era de 1.3% anual, mientras que entre 1977-1978 y 2011-2012 fue de 2.11% anual;6 la tasa de crecimiento en el periodo de la preliberalización era, por lo tanto, mucho más alta.
La razón de esta disminución en el crecimiento del empleo, a pesar de la aceleración en el crecimiento del PIB, es sencilla: las importaciones relativamente libres de cargos han ejercido presión sobre las unidades productoras internas al introducir progresos técnicos que característicamente tienden a desplazar la mano de obra. Como la tasa de crecimiento del empleo es la diferencia entre la tasa de crecimiento del producto y la del de la productividad del trabajo, el énfasis en el progreso técnico mantiene bajo el crecimiento del empleo. Esto, junto con que el sector de la pequeña producción ha continuado con un lento crecimiento durante el periodo neoliberal, explica la terrible tasa de crecimiento del empleo (algunos lo han llamado el “crecimiento sin creación de empleos”), que está por debajo de la tasa natural de crecimiento de la fuerza de trabajo, además de ser incapaz de absorber a los campesinos desplazados.
El resultado ha sido un incremento en la tasa de desempleo, aunque éste se ha manifestado de forma diferente. En la India por lo general no se tiene una clara dicotomía entre los empleados y los desempleados. Con la excepción de una muy pequeña proporción de la fuerza de trabajo en el sector organizado, la mayoría de los otros corresponde a trabajadores ocasionales, y esta condición cada vez es más frecuente. El desempleo en aumento, por lo tanto, se manifiesta no como un mayor número de personas sin trabajo como proporción de la fuerza laboral, sino como aproximadamente el mismo número de personas con menos horas laborales per cápita. Una determinada cantidad de trabajo se divide entre más y más personas a medida que aumenta el desempleo. Esto significa que el desempleo toma la forma de una reducción del ingreso real per cápita de la fuerza de trabajo. En vista de lo que se ha dicho antes sobre la relación entre el consumo de granos alimenticios per cápita y el ingreso real per cápita, puede inferirse por la disminución en el consumo de granos alimenticios per cápita, como se dijo antes, que se ha presentado una reducción en el ingreso real per cápita, y por lo tanto un desempleo cada vez mayor, durante el periodo neoliberal. En resumen, las diferentes partes de la argumentación se unen y señalan una disminución en las oportunidades de empleo y un aumento en el hambre y la pobreza en la economía india en el periodo neoliberal, precisamente cuando la tasa de crecimiento del PIB estaba acelerándose.
IV. La crisis del neoliberalismo en la economía de la India
En el periodo del neoliberalismo se ha presentado un incremento en la desigualdad a nivel de la economía mundial y dentro de cada país. La relativa libertad de movimiento del capital entre los países, incluso en ausencia del libre movimiento de los trabajadores, debilita los sindicatos en los países avanzados; no están en posición para demandar salarios más altos por temor de que esa demanda estimulará la relocalización de las actividades a los países con bajos salarios del Tercer Mundo, donde la existencia de vastas reservas de mano de obra, una herencia de la “desindustrialización” que llevó consigo la era colonial, mantiene los salarios cerca del nivel de subsistencia. En resumen, en el periodo neoliberal incluso los salarios en los países avanzados sufren las nefastas consecuencias de las reservas de mano de obra de los países del Tercer Mundo. Debido a esto, aunque los salarios no se igualan en todos los lugares, el vector de los salarios entre las naciones tiende a resistir los movimientos ascendentes, siempre y cuando continúen existiendo las reservas de trabajadores. Además, por las razones mencionadas antes, estas reservas de trabajadores no desaparecen, sino que, por el contrario, continúan creciendo en relación con la fuerza de trabajo, a pesar de la reubicación de las actividades, e incluso cuando la tasa de crecimiento del PIB sigue siendo impresionante. De aquí que el vector de los salarios mundiales, con base en tanto los países avanzados como los subdesarrollados, no aumente a la par con el vector de las productividades de la mano de obra mundial, lo que genera un incremento en la parte del excedente derivado de la producción mundial. Éste es un fenómeno que también se replica en cada país, como hemos visto en la India.
Como la propensión a consumir mediante los excedentes es por lo general menor a partir de los ingresos que no provienen de éstos, ese incremento en la proporción de los excedentes crea una tendencia ex ante a la sobreproducción. Tal tendencia puede mantenerse bajo control si es posible aumentar adecuadamente el gasto del Estado, siempre que ese incremento sea financiado ya sea por medio de un déficit fiscal o con un impuesto sobre quienes reciben las ganancias. (Un impuesto sobre las personas trabajadoras no ayudará, pues ellas tienen una alta propensión a consumir, por lo que un incremento en la demanda generado por un mayor gasto del Estado es compensado por una disminución de la demanda de los trabajadores, lo que hace que el valor del multiplicador del presupuesto sea casi igual a cero.) Pero aunque el capital financiero globalmente móvil desaprueba los déficit fiscales, de modo que incluso los Estados Unidos, por no mencionar la Unión Europea, encuentran dificultades para expandir su déficit, los impuestos sobre quienes reciben los excedentes, en particular los capitalistas, son evitados con el neoliberalismo. La tendencia ex ante hacia la producción se manifiesta, por lo tanto, ex post.
Si tal tendencia no se manifestó por un tiempo, la razón fue la formación de “burbujas” de los precios de los activos, por ejemplo, la burbuja dot.com (punto.com) en los Estados Unidos en la década de los noventa y la burbuja inmobiliaria en ese país en los primeros años de este siglo, que introdujeron un efecto exagerado de riqueza sobre la demanda agregada. Sin embargo, después del colapso de la burbuja inmobiliaria, no se ha formado ninguna burbuja similar, y la economía mundial ha permanecido sumergida en una prolongada crisis para la cual no hay una salida obvia. Las burbujas no se pueden formar a voluntad, y el colapso de cada burbuja hace más difícil la formación de la siguiente, pues los agentes económicos aprenden por experiencia y hacen que la sucesiva sea más pequeña.
Esta prolongada lentitud de la tasa de crecimiento ha tenido también un efecto sobre la economía india. Al principio, la India respondió al colapso de la burbuja inmobiliaria en los Estados Unidos al aumentar su déficit fiscal como una medida de emergencia que impidió que se manifestaran sus efectos recesivos. Pero con el retorno a la ortodoxia fiscal, la tasa de crecimiento del PIB se ha ralentizado y la situación del desempleo ha empeorado. Nuestra afirmación de que el desempleo empeoró durante la fase de alto crecimiento y todavía más durante la fase en que esa tasa de crecimiento disminuyó puede intrigar a muchos. Pero puede explicarse como sigue: suponga que n es la tasa de crecimiento de la fuerza de trabajo; m1 representa la tasa de crecimiento del empleo durante la fase de crecimiento alto, y m2 denota la tasa de crecimiento del empleo durante la fase de crecimiento más lento; entonces, con m1 < n la situación del empleo empeorará en la fase de alto crecimiento, y con m2 < m1 incluso decaerá en la fase de crecimiento más lento.
La situación del desempleo ya era grave incluso antes de la pandemia; esta última sólo la empeoró. En 2017-2018, según la National Sample Survey, el desempleo había aumentado a 6.15, el más alto durante los últimos 45 años. Lo que ocurrió 45 años antes fue que la recesión inflacionaria que había empezado en la economía interna continuó debido al aumento de los precios por la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP). De aquí que sea significativo que el desempleo antes de la pandemia haya llegado a un nivel similar.
Muchos atribuyen el aumento del desempleo a medidas equivocadas adoptadas por el gobierno de Modi, como la desmonetización de los billetes (en un desatinado esfuerzo por restringir el “dinero negro”) y el impuesto sobre bienes y servicios, que aumentó las tasas de impuesto sobre el sector de la pequeña producción y, por lo tanto, debilitó este segmento de empleo intensivo de la economía. Sin embargo, el empeoramiento de la situación del empleo, aunque agravado por dichas medidas, ya se había presentado antes de que se adoptaran. Concentrarse únicamente en ellas distrae la atención de la crisis del neoliberalismo y genera una narrativa falsa.
No parece haber una vía clara para salir de la desaceleración causada por la crisis del neoliberalismo. La capacidad para bajar las tasas de interés a fin de estimular la inversión por medio de menores costos de los préstamos (o al propiciar una burbuja de los precios de los activos) está limitada porque la tasa de interés tiene que estar lo suficientemente por encima de la de los Estados Unidos, a fin de atraer influjos financieros que cubran el déficit de la balanza de pagos; además, por lo general la inversión parece ser bastante inelástica respecto del interés. La habilidad de usar la política fiscal para estimular la economía está limitada por el hecho de que, para que esa política sea efectiva, el gasto del gobierno tiene que ser financiado por medio de un déficit fiscal o por un impuesto sobre los ricos (de modo que el multiplicador del presupuesto equilibrado sea positivo), pero estas dos formas de financiar el déficit del gobierno son descartadas con el neoliberalismo, pues las finanzas internacionales no las ven con buenos ojos.
A las finanzas internacionales no les agradan los déficit fiscales; después de todo, son la razón de que la India tenga una Ley de Responsabilidad Fiscal y de Administración Presupuestaria, la cual limita el déficit del gobierno central a 3% del PIB. No le agrada ningún impuesto importante sobre los ricos, por el contrario, incluso defiende una menor tributación sobre ellos como un medio para desatar el “espíritu animal” de los capitalistas. De hecho, el gobierno de la India ha estado siguiendo este último consejo al reducir los impuestos sobre los ricos, lo que, no sorprende, no ha tenido ningún efecto estimulante sobre la economía (en todo caso, en realidad empeora la crisis, pues esos menores impuestos deben ser compensados por mayores impuestos sobre los pobres a fin de enfrentar la meta fijada para el déficit fiscal, y tal inequidad intensifica la crisis). En síntesis, lo que distingue a la crisis es que dentro de los parámetros de una economía neoliberal el gobierno no puede hacer nada para superarla.
V. El ascenso del neofascismo
El régimen neoliberal había obtenido inicialmente algún apoyo, incluso de los pobres que trabajaban, porque el dirigismo no había cumplido su promesa. Aunque durante el periodo del régimen neoliberal las desigualdades en el ingreso y la riqueza se ampliaron considerablemente e incluso aumentó la magnitud de la pobreza absoluta en relación con la población, la alta tasa del crecimiento del PIB mantuvo viva la esperanza, entre muchos de los que ya sufrían, de que a final de cuentas se beneficiarían por el efecto de “goteo”. Pero, con el neoliberalismo en la entrada en una crisis que ha hecho bajar la tasa de crecimiento del PIB, esa esperanza difícilmente podía sostenerse. Ahora se presenta la desilusión con este régimen entre grandes segmentos de la población.
Es cierto que se promulgaron algunos decretos importantes con la influencia de la izquierda en los periodos de 2004-2005 y 2009-2010, cuando el gobierno central de esos días tuvo que depender del apoyo de la izquierda para sobrevivir, de los cuales el más importante es el Programa Mahatma Gandhi de Garantía del Empleo Rural Nacional (MGNREGS, por sus siglas en inglés), que prometía a un miembro de cada hogar rural que lo pidiera empleo por hasta 100 días al año. Esto iba en contra de la deriva del neoliberalismo y, de cualquier modo, su concepción era bastante limitada. Pero al transcurrir el tiempo se ha limitado aún más: el número de días de empleo ofrecidos por lo general ha sido mucho menor de 100, y se han acumulado retrasos en los pagos, lo cual ha tenido un efecto desalentador sobre quienes buscan empleo. A pesar de todo, ha sido una fuente de ayuda para los trabajadores pobres. Si se considera que las cifras para el insumo de calorías mencionadas antes ya habían tomado en cuenta el efecto del MGNREGS, el régimen neoliberal habría tenido impactos aún más desastrosos para las personas de no existir tal programa.
Con la ralentización de la tasa de crecimiento y el empeoramiento del desempleo, el régimen neoliberal requiere ahora un nuevo apoyo; el antiguo que nos decía que a su debido tiempo mejoraría la situación de todos ya no convence a nadie. El nuevo apoyo es provisto por el neofascismo. Está creándose una nueva alianza neoliberal neofascista que desplaza el discurso completamente de los temas económicos al odio del “otro”, quien por lo general es un grupo minoritario débil. Se presenta a este grupo como responsable de un “desprecio” histórico dirigido a la comunidad mayoritaria que debe ser vengado; si por suerte se llegan a discutir temas económicos, entonces se dice que las raíces de los problemas económicos se encuentran en el “apaciguamiento” ante este “otro” llevado a cabo por el gobierno anterior. En el caso de la India, el “otro” es el musulmán, y se hace el llamado a la mayoría en nombre de Hindutva, esto es, el supremacismo hindú. Subyacente en el giro de la India hacia el neofascismo se encuentra una nueva alianza del Hindutva con las grandes empresas.
La principal organización supremacista hindú, la Rastriya Swayamsevak Sangh (RSS, en español Asociación de Voluntarios Nacionales), fue fundada en 1925. Llegó al poder por medio de alianzas con otros partidos políticos a finales de la década de los noventa; su rápido crecimiento ha ocurrido más recientemente con el apoyo activo y el considerable respaldo financiero de las grandes corporaciones y de los medios de comunicación controlados por tales empresas. Este crecimiento es la base de la mayoría absoluta que obtuvo el partido que encabeza la alianza, el Bharatiya Janata (BJP, por sus siglas en inglés: Partido Popular de la India), en las elecciones de 2014, y también en las de 2019. A nivel de los estados, en todos los casos en que este partido supremacista hindú no ha obtenido una mayoría propia, ha logrado que se presenten deserciones del partido mayoritario mediante amenazas o motivaciones monetarias.
La agenda del partido supremacista ha sido agresivamente neoliberal, al eliminar derechos de los trabajadores y abrir las puertas al control corporativo de la agricultura campesina, incluso de los agronegocios internacionales, lo que hace recordar los días coloniales. Si bien frente a la feroz resistencia de la población recientemente ha tenido que retirar (sin ninguna discusión en el parlamento) las tres leyes que había aprobado antes (también sin ninguna discusión en el parlamento), su agenda permanece sin cambios en lo absoluto. La parte más significativa de esta agenda ha sido la destrucción del sector público, por lo que las empresas propiedad del Estado han sido entregadas por “centavos” a capitalistas amigos (que se han convertido en billonarios en breve tiempo), o al capital metropolitano (extranjero). Así, se tiene una “desnacionalización” o “recolonización” voluntaria que revierte el proceso de descolonización emprendido por el régimen dirigista.
Al mostrar todas las características que se asocian con los regímenes neofascistas, como usar la represión contra los oponentes políticos; dar libertad de acción a los rufianes para que ataquen a personas “inconvenientes” y de otras religiones, como los musulmanes y los cristianos; calificar cualquier crítica del gobierno como un acto de “sedición”; atentar contra la independencia del sector judicial, los medios de comunicación y la Comisión Electoral, y socavar la autonomía y el distanciamiento de la política de los burócratas y la policía, que habían sido características de la democracia en la India, el neofascismo ha demostrado, a pesar de todo, ser incapaz de enfrentar la crisis económica. Por el contrario, las medidas que ha propuesto tienen el efecto de acentuarla.
En el fascismo clásico de los años treinta los gobiernos siguieron una política de aumentar el gasto en armas, financiado mediante préstamos, en medio de la Gran Depresión. En la realidad esto tuvo por resultado que esos países se recuperaran de la depresión (Japón fue el primer país que salió de ella) mucho antes de que el mundo capitalista no fascista lo hiciera (lo que ocurrió sólo en vísperas de la guerra, en la que estos países también tuvieron que realizar gastos militares). La razón por la que los países fascistas pudieron hacerlo así fue que en esa época el capital financiero estaba basado en la nación y el Estado-nación les ayudó; además, su cercanía a los fascistas les hizo posible incrementar el déficit fiscal.
Hoy en día, cuando el capital financiero es internacional, su oposición a los déficit fiscales, incluso en gobiernos fascistas en determinadas naciones-Estado, no puede ser superada, por lo tanto, incluso los gobiernos fascistas se enfrentan a los mismos obstáculos que cualquier gobierno neoliberal no fascista al intentar estimular la economía. Más aún, la política neofascista de modificar la distribución del ingreso en favor de la oligarquía corporativa- financiera tiene el efecto de acentuar la crisis, como lo hace igualmente la política de dar concesiones en impuestos a las corporaciones y reducir el gasto del gobierno para mantenerse dentro de la meta del déficit fiscal.
Entonces, el desempleo, en vez de reducirse, empeora. En su política económica, por lo tanto, a diferencia del fascismo clásico, que había adquirido cierto grado de popularidad inicial por haber superado el desempleo (antes de que los horrores de la guerra afectaran a los pueblos), el fascismo contemporáneo no puede obtener dicho apoyo. De aquí que todo su atractivo deba provenir exclusivamente de la promoción del odio contra el “otro”, lo que significa que, incluso si la estructura democrática no es cambiada del todo, deberán encontrarse formas cada vez más nuevas de demonizar al “otro”, y, por supuesto, si acaso los neofascistas son sacados del gobierno, continuarán en el campo político y en la sociedad, al promover que ésta se haga más fascista mientras el país siga atrapado dentro del orden neoliberal.
VI. La economía de la India y la pandemia
Como hemos visto, la economía ya había empezado a ralentizarse antes de la pandemia, con el desempleo a elevados niveles sin precedentes. Pero con la pandemia y el draconiano confinamiento que declaró el gobierno de la India en marzo de 2020, con un aviso de sólo cuatro horas, el desempleo llegó a niveles astronómicos. El confinamiento tuvo dos características notables: 1) ningún poder de compra llegó a las manos de los hogares en general para compensarlos por la pérdida de sus ingresos, y 2) durante el periodo de los confinamientos no se declaró ninguna suspensión de los embargos a fin de evitar la expulsión de los inquilinos de las casas que habían rentado, sin importar si pudieran o no pagar las rentas.
Estas dos medidas fueron adoptadas incluso por la administración de Trump en los Estados Unidos, pero no por el gobierno de Modi en la India. La consecuencia fue que literalmente cientos de miles de trabajadores migrantes que trabajaban en las zonas urbanas se encontraron de pronto sin trabajo, ingresos y abrigo, y se vieron obligados a retornar a sus aldeas, en las que el MGNRES era la única actividad a la que podían recurrir, y que al menos les daba una pequeña parte de lo que habían estado ganando antes. De hecho, en el primer trimestre (abril-junio) de 2020-2021 ocurrió un impresionante descenso de 24% en el PIB en comparación con el primer trimestre del año previo, en que el empleo intensivo “informal”, que representa 85% del empleo total y 45% del PIB, soportó el impacto más fuerte de esta caída. La correspondiente baja en el segundo trimestre de 2020-2021 fue de 7.3%, incluso después de que el confinamiento se relajara.
Desde entonces, ha ocurrido por supuesto una recuperación, como debía suceder, pero es preciso juzgar su magnitud no en relación con las bajas cifras de 2020-2021, sino respecto de 2019-2020, el año inmediatamente anterior a la pandemia. Al hacerlo así, encontramos que el PIB del primer trimestre de 2021-2022 seguía siendo menor que el del primer trimestre de 2019-2020, y el del segundo trimestre fue sólo 0.3% más alto que el de 2019-2020. Incluso si para todo el año fiscal de 2021-2022 la economía de la India tiene una tasa de crecimiento de 10% sobre 2020-2021 (que es más alta que la proporción de 9.5% proyectada por varias agencias del gobierno y que, como argumentamos adelante, es una cifra alta), la tasa de crecimiento durante 2019-2020 sería sólo de 1.97%, lo que difícilmente es una recuperación significativa.
Incluso la actual recuperación es insostenible, porque en el segundo trimestre de 2021-2022, cuando el PIB trimestral había alcanzado el de 20192020, el nivel del consumo seguía siendo 3.5% menor. A fin de que el consumo se recupere al nivel de 2019-2020, tiene que presentarse un incremento sustancial en el gasto o la inversión del gobierno, cuyos efectos multiplicadores puedan llevar a esa recuperación (por supuesto, no es posible decir nada sobre las exportaciones netas). La inversión no aumentará a menos que haya una reactivación del consumo, y el incremento en el gasto del gobierno debe ser grande, lo que es de cualquier modo poco probable por las limitaciones fiscales, y hoy en día incluso menos probable con la aceleración de la inflación.
El problema es que durante el confinamiento, e incluso después cuando los ingresos habían caído, muchos hogares o bien pidieron prestado o redujeron sus activos para conservar su consumo debido a la ausencia de cualquier transferencia del gobierno a ellos. Ahora hay un intento por pagar esas deudas o reponer los activos (incluyendo los saldos en efectivo), lo que mantiene bajo el gasto en consumo (y, por lo tanto, el valor del multiplicador) en la economía. Este mismo hecho de un gasto en consumo flojo, sin embargo, hará que baje la inversión privada y así cortará la incipiente recuperación. Muchos economistas y partidos políticos progresistas han estado sugiriendo que se hagan transferencias a los hogares (al menos a los que no pagan impuesto sobre la renta) durante unos meses a fin de revivir el consumo; en resumen, proponen que el gobierno tendría que hacer ahora lo que debió hacer y no hizo durante el confinamiento. No obstante, como acepta las limitaciones fiscales impuestas por el régimen neoliberal, no intentará hacer ninguna transferencia. Su carácter fascista se hace aparente en este caso: espera ganar apoyo popular al construir un templo hindú sobre una mezquita demolida, lo que en sí ya fue un acto de vandalismo llevado a cabo por el partido en el gobierno, en vez de eliminar las verdaderas dificultades de la gente.
La aceleración de la inflación en la India antecede a la de los Estados Unidos. Inicialmente fue causada por la presión de los impuestos, en especial sobre el petróleo y sus derivados, que tienen una demanda inelástica respecto del precio a fin de mantener bajo control el déficit fiscal. Pero la aceleración de la inflación en los Estados Unidos tendrá un efecto adicional por medio de la balanza de pagos. A medida que los Estados Unidos aumentan sus tasas de interés, ceteris paribus, irán disminuyendo los flujos financieros que ingresan a la economía, lo que hará que se devalúe el tipo de cambio de la rupia vis-à-vis el dólar; esto ocasionará que las importaciones, en especial del petróleo y sus derivados, sean más caras, y tal aumento será transmitido en forma de mayores precios en general. De hecho, incluso el mero anuncio de una inflación acelerada en los Estados Unidos y la anticipación de un aumento en la tasa de interés de ese país ya han producido pérdidas en el valor externo de la rupia, tendencia que sin duda se reforzará cuando las tasas actuales de interés de los Estados Unidos aumenten. Las medidas antiinflacionarias que el gobierno de la India adoptará en el campo de las políticas fiscal y monetaria interrumpirán la recuperación económica aún más de lo que aumentará el desempleo de la economía, a niveles mayores incluso que los anteriores a la pandemia.
En resumen, la economía india, que ya se veía afectada por la crisis antes de la pandemia, enfrentará tiempos más difíciles dentro del régimen neoliberal, y el gobierno neofascista no está en posición de proporcionar ningún alivio de estos tiempos difíciles; sólo esperará superar la tormenta mediante un ataque aún más despiadado sobre el “otro”.
VII. El camino por recorrer
El neoliberalismo, que incluso cuando tuvo altas tasas de crecimiento del PIB estaba asociado con altas tasas de desempleo y una creciente proporción de los extremadamente pobres respecto de la población total, ahora ha llevado a la economía y a la sociedad indias a una situación peor con el desempleo en aumento, pues ha llegado a un callejón sin salida. La tasa de desempleo, que había llegado a sus niveles más altos que en cualquiera de los 45 años previos a la pandemia, alcanzó alturas estratosféricas durante ésta, y ahora incluso la recuperación de esos niveles probablemente no sea total. El medio obvio para llevar a cabo la recuperación, principalmente reanimar el consumo mediante transferencias presupuestarias a los hogares, no puede adoptarse debido a la oposición del sector financiero. Ahora incluso esa recuperación, que habría ocurrido eventualmente, se ve amenazada por la aceleración de la tasa de inflación de los Estados Unidos.
La alianza del neoliberalismo con el neofascismo, que en la India toma la forma específica de una asociación supremacista entre corporaciones e hinduismo, ha tenido un efecto terrible sobre la democracia en el país, pero no superará la mala situación económica; recurrirá entonces a la difusión de más odio contra la minoría musulmana y otros grupos marginados. Un país que antes estaba orgulloso de su tradición democrática y secular ahora es testigo de ataques a las iglesias por malhechores fascistas incluso en los días de Navidad, mientras el gobierno mantiene un estruendoso silencio. La tendencia en los círculos liberales es considerar estos ataques neofascistas como hechos aislados de la trayectoria neoliberal del crecimiento; sin embargo, como hemos argumentado, esto no puede sostenerse: el enorme apoyo financiero que le dan los monopolistas indios al partido en el poder sólo realza tal punto. Por lo anterior puede esperarse que cualquier salida del poder del partido neofascista deberá ir acompañada de una atenuación del neoliberalismo, porque, si no es así, no será superada la actual conjunción y los neofascistas no sólo retornarán al poder, sino que aun afuera del poder continuarán con su agenda de odio. En resumen, debe haber una agenda económica alternativa al neoliberalismo para derrotar al neofascismo.
No será fácil superar el régimen neoliberal. La acción mínima que debe tomar un gobierno que desee hacerlo será establecer controles sobre el capital, de tal forma que no se vean frustrados por las fugas de éste sus esfuerzos para llevar a cabo una agenda económica favorable al pueblo. Pero ello reducirá el ingreso de recursos financieros a niveles inadecuados para financiar el déficit en cuenta corriente en la balanza de pagos, lo que hará necesario imponer el control de las importaciones. La imposición de controles sobre el capital y el comercio, en especial de estos últimos, independientemente de que perjudican a las propias clases por cuyo beneficio se estableció una agenda alternativa, también generará la hostilidad metropolitana, la cual se manifestará en forma de sanciones comerciales que agravarán aún más los problemas del país.
Afortunadamente, gracias al periodo dirigista el país ha desarrollado la capacidad de diversificar su producción, por lo que, aparte de las importaciones de petróleo, no serán tan grandes las inconveniencias por las sanciones comerciales (y puede resolverse el problema de las importaciones de petróleo mediante tratados bilaterales con otros países en una situación similar por enfrentar sanciones de la metrópoli). A pesar de todo, se tendrán inconvenientes considerables, y el país deberá tener capacidad interna de recuperación y solidaridad internacional para superar este periodo.
Cualquier esfuerzo por superar el neoliberalismo deberá excluir la posibilidad de que las exportaciones proporcionen el estímulo para el crecimiento; por lo anterior, el crecimiento deberá basarse en el mercado interno y entonces la agricultura desempeñará un papel clave. Nicholas Kaldor (1978) ha diferenciado entre dos clases de industrialización impulsada por las exportaciones: exportaciones del exterior y exportaciones dentro del país del sector agrícola al sector no agrícola. Para países grandes como la India, el último no sólo es deseable porque no hace que algún sector quede afuera del ámbito del proceso de crecimiento, también es esencial si ese país está tratando de salir del régimen neoliberal.
Sin embargo, lo que se requiere no es únicamente un aumento del crecimiento agrícola, sino uno que además se logre sin ninguna acumulación primitiva del capital, ya sea mediante el corporativismo en la agricultura, o por medio de desalojos de terrenos a fin de ubicar en ellos proyectos industriales o de bienes raíces. Por lo tanto, para un mayor crecimiento agrícola, es necesario un “aumento de la tierra” mediante la reforma agraria y un cambio en el patrón de organización de la agricultura a fin de desarrollar cooperativas y colectivos voluntarios (para los que son necesarias también reformas agrarias, si se quiere crear algún grado de igualdad en el campo).
Esas cooperativas, colectivos o instituciones rurales locales con autogobierno (ILAG) tienen también que involucrarse, además del sector público, para empezar empresas industriales (a la manera de las “empresas de pueblos y aldeas” chinas). Es decir, industrialización no necesariamente tiene que ser sinónimo de industrialización empresarial, incluso en una sociedad que no ha trascendido el capitalismo. La propiedad cooperativa o colectiva de la industria también puede eliminar la posibilidad de cualquier acumulación primitiva de capital.
Pero no sólo se requiere una trayectoria alternativa del desarrollo, también un compromiso con el Estado de bienestar, que es además lo que se visualiza en la constitución del país en sus Principios Directivos de la Política del Estado. Además, ese Estado del bienestar no debe convertirse en una generosidad del Estado, más bien tiene que relacionarse con los derechos del pueblo. En particular, además de los derechos políticos y sociales que se dan por la Constitución, debe haber un conjunto de derechos económicos fundamentales que sean a la vez universales y se les pueda ejecutar obligatoriamente desde el punto de vista legal.
Una estimación muestra que si se aplicaran cinco derechos económicos fundamentales -el derecho a los alimentos (a un precio nominal), al empleo (sin el cual se le debe pagar al ciudadano el salario completo), a una educación pública y gratuita de calidad, a los servicios de salud públicos sin costo provistos por el Servicio Nacional de Salud, y a una pensión de jubilación sin cobrar cuotas y a beneficios por discapacidades-, tendrían un costo, además de lo que se gasta actualmente en varios rubros que atienden estas finalidades, que representaría 10% adicional del PIB. Los recursos financieros para este gasto pueden recaudarse mediante sólo dos impuestos: de 2% sobre la riqueza que se cobre a 1% de la población que recibe los mayores ingresos, y un impuesto sobre la herencia de 33.33% sobre cualquier riqueza heredada (Patnaik y Ghosh, 2020). Así, con solamente dos impuestos cobrados sobre 1% de los hogares con mayores ingresos, la India podría financiar adecuadamente un Estado de bienestar fundamentado en derechos.
Si bien es absolutamente esencial derrotar al neofascismo en el campo político, tal derrota podría ser mucho más probable si se progresa en el esfuerzo por trascender al neoliberalismo al instituir por lo menos estos derechos. Sólo así podremos salvaguardar la democracia y el secularismo en la India, los cuales no son sólo objetivos deseables en sí mismos, sino que sin ellos será difícil mantener unido al país.