Empezaré con algunos recuerdos de mis primeros años de estudiante de economía (inicios de los años sesenta) y el impacto que tuvo en mi generación el pensamiento cepalino clásico. Para, luego, hablar de esta nueva y renovada CEPAL, de la cual en El Trimestre Económico que aparece, se presenta un muy selecto grupo de contribuciones.
I. Dogmas neoclásicos y emergencia de la CEPAL
Por la época, se nos decía que la teoría microeconómica era la base o el fundamento de toda la teoría económica. Y el que no la estudiaba a fondo estaba condenado a ser un mediocre economista. Pero había algo más: algunos profesores nos decían: “hay que dividirse el trabajo: la teoría que la hagan los gringos, tienen ventajas comparativas. A nosotros nos corresponde aplicarla”. Para nos, alumnos primerizos, tal prédica nos dejaba perplejos e incómodos: sentíamos que con tal instrumental teórico nada entendíamos; que la teoría iba por un lado y que el mundo caminaba por rutas muy diferentes. Demos tres muy elementales ejemplos.
1. La teoría del consumidor
Aquí nos dejaban muy perplejos: a) la idea de que las preferencias eran innatas. Según apuntaba Karl Menger, uno de los padres del enfoque neoclásico, “las necesidades surgen de nuestros instintos y éstos se enraízan en nuestra naturaleza”. Asimismo, planteaba que “el valor de los bienes, al igual que su carácter económico, es independiente de las manifestaciones sociales de la economía humana, independiente del ordenamiento jurídico e independiente incluso de la existencia misma de la sociedad” (Menger, 1985: 69 y 104); b) la forma en que se deducían las pautas del consumo. Teníamos que manejar las curvas de indiferencia y la recta del presupuesto, y todo lo que sigue. Luego, proceder a sumar los consumos individuales, así estimados, para llegar al consumo global de las familias. Claro está, alguno advertía que tal procedimiento suponía que el mapa individual de las curvas de indiferencia no debía alterarse cuando un consumidor se encontraba con otro. Y viceversa. Por cierto, nos preguntábamos si podía ser verdad que en nuestros gustos para nada influían los gustos de los otros. ¿No existían las modas, el “efecto demostración”, el impacto de la publicidad? El consumidor individual ¿funcionaba como las mónadas de Leibniz?
En ese primer año universitario, no sabíamos de Schumpeter, de Galbraith ni de Veblen. Pero ya nos llegaban fuertes ecos del “efecto demostración” de Duesenberry. Es decir, nuestras familias iban al cine y volvían con un nuevo mapa de curvas de indiferencia.
Valga agregar. En un trabajo de 1981, al comentar Prebisch la neoclásica “soberanía del consumidor”, señalaba: “lo que se quiere es, en gran parte, el resultado del arte de sugestión colectiva que se ejerce cada vez más con el portentoso desenvolvimiento de los medios de comunicación y la difusión social. ¡La soberanía dirigida!” (Prebisch, 1981: 16).
2. Teoría monetarista de la inflación
Por esos tiempos, la inflación era un fenómeno más o menos recurrente. Y se nos explicaba con cargo a la versión cuantitativa usual: (M)(V) = (P)(Q). En la cual, al despejar para (P), suponiendo Q y V constantes, teníamos que las variaciones en el nivel de precios dependían de las variaciones en la oferta de dinero que, a su vez, se suponía exógena y determinada por la autoridad monetaria. Como decía Milton Friedman, “la inflación por un periodo importante es siempre y en todas partes un fenómeno monetario, provocado por un crecimiento más rápido de la cantidad de dinero que de la producción” (Friedman, 1992: 65). Muy a contrapelo de la ortodoxia monetarista, autores como Osvaldo Sunkel (1958) y Aníbal Pinto (1973: 23-37) desarrollan la visión “estructuralista” de la inflación. Con algunos acentos que recordaban a Ricardo, señalaban que el ineludible proceso de industrialización, al aumentar ocupaciones y salarios urbanos, provocaba un crecimiento fuerte de la demanda de alimentos y, en general, de bienes que genera el sector agrícola. Pero éste, por el tipo de estructuras de propiedad allí vigentes, no era capaz de responder. Y como la industrialización no desplegaba capacidad exportadora, se generaban muy fuertes presiones en el balance de pagos y en el nivel de precios. En suma, combatir la inflación implicaba cambios estructurales de orden mayor. Si esto no se tenía en cuenta y se aplicaban las políticas monetaristas, los resultados serían desastrosos. Como decía Pinto (1991: 109-150) en un texto célebre, la resultante era “ni estabilidad ni desarrollo”.2 Además, valga la mención, varios años después autores muy agudos, como Kaldor, Basil Moore y Lavoie, proponen un cambio en la línea de causalidad básica: se debería ir desde los precios a la cantidad de dinero, la que se acomodaba al aumento de éstos. Luego, había que estudiar los precios por otras rutas: los determinantes del margen (el mark-up) y sus nexos con las estructuras oligopólicas y demás.
3. Comercio internacional
También recuerdo que debíamos estudiar a fondo un teorema de origen sueco actualizado por Samuelson y que versaba sobre el comercio internacional. El teorema, el cual manejaba muchos y extremos supuestos, señalaba que, al cabo, se produciría una igualación en los salarios de los países involucrados. En breve: si le hacíamos caso al “libre comercio” y demás, el salario de bolivianos y brasileños terminaría por acercarse y hasta igualarse con el de los obreros estadunidenses. La propuesta pudiera parecer atractiva, pero los supuestos necesarios para satisfacerla eran tantos y tan extremos que nos asaltaban “algunas” dudas. Como sea, si no lo estudiábamos a fondo, se nos acusaría de ineptos. Pero aquí también aparecían maestros esclarecidos. En primerísimo lugar Raúl Prebisch, su enfoque sobre un centro y una periferia dentro del sistema capitalista, y de que los términos de intercambio entre materias primas (periferia) y bienes industriales (centro) evolucionaban en contra de nuestros países. Asimismo, valga recordar que había llegado a la CEPAL por un corto pero fructífero periodo un economista de origen húngaro y asentado en Inglaterra, en Cambridge. Nos decía que “es posible […] que el libre comercio entre regiones de diferente desarrollo relativo frene al crecimiento de las menos desarrolladas […] A un país subdesarrollado con fuerza de trabajo excedente […] le convendría más proteger su industria por medio de un impuesto a las importaciones, que practicar el libre comercio” (Kaldor, 1963: 45). El dogma del libre comercio va unido a otro: el de las ventajas del “libre movimiento de capitales”. De hecho, se sostiene que si un país no es capaz de atraer capital extranjero se quedará en el subdesarrollo.3 El punto llega a ser curioso. Si tomamos el caso de los Estados Unidos, tenemos que la industria de transformación está muy concentrada. Allí ni asomos de libre competencia. Pero en el rubro exportaciones de mercancías, la concentración es bastante mayor. Y si pasamos a las exportaciones de capital, la concentración es aún más elevada. De aquí que los tratados de libre comercio y de libre movilidad de los capitales no sean más que un paraguas para entregarse, sin pudores, a las grandes corporaciones multinacionales. Al respecto, Prebisch (1981: 19) advertía que “no deja de ser incongruente […] que se invoque la libertad económica para promover la expansión periférica de las empresas trasnacionales, como si ellas fueran la expresión más auténtica de la libre concurrencia en los mercados periféricos”. Agregaba que “las trasnacionales son de antigua data. Otrora explotaron en la periferia sus recursos naturales y servicios públicos -y en cierta medida lo siguen haciendo- y ahora explotan afanosamente las innovaciones que en los centros tienden a dejar de serlo. Y son claras sus características oligopólicas”.
Digamos que algún tiempo después pudimos leer a Hirschman, Paul Baran, M. Dobb y otros. Descubrimos que los académicos del Primer Mundo, por lo menos algunos, sí podían entender los problemas del Tercer Mundo. Eran pocos, pero muy valiosos. A la vez, leyendo a Dillard (1977) empezamos a entender a Keynes, y leyendo a Sweezy (1976), a entender a Marx.
Como sea, nuestra grande suerte fue que teníamos a la mano a los grandes clásicos de la CEPAL. Asistir a conferencias y cursos de Raúl Prebisch, Celso Furtado, Jorge Ahumada, Aníbal Pinto, Osvaldo Sunkel, Carlos Oyarzún, Pedro Vuskovic, Maria C. Tavares, Carlos Lessa, J. Chonchol, Carlos Matus, Manuel Balboa y varios más fue algo así como una gran fiesta. Un algo que nos reconcilió con la economía: sí había una postura o corriente teórica que hablaba de nuestras realidades y nos ayudaba a entenderlas.
II. ¿Qué nos dio la CEPAL clásica?
No vamos aquí a exponer el ideario de la CEPAL clásica. Lo podemos dar por conocido.4 Lo que deseamos es puntualizar su impacto más global.
Primero: los cepalinos nos ayudaron a pensar América Latina con ojos y cerebros propios. Si se quiere, a “sustituir importaciones” en el plano intelectual. Segundo: el buen economista debe apuntar al estudio de los rasgos más esenciales del sistema económico, a sus bases estructurales. Si lo coyuntural no se conecta con el dato estructural, muy probablemente será malentendido. Tercero: nos enseñaron a ser del todo rebeldes frente al orden social constituido, sin abdicar de las exigencias de la práctica científica rigurosa. Es decir, tomar partido, comprometerse con el cambio social progresista no es abjurar de la ética científica. Más bien al revés, el radicalismo político suele ayudar a un mejor y más profundo trabajo científico. Por ejemplo, en la historia del pensamiento económico, encontramos cumbres como Smith, Ricardo, Marx, Keynes, Sweezy y otros, quienes para nada fueron intelectuales asépticos. Cuarto: cuando un economista se declara “ajeno a juicios de valor” y políticamente “neutral”, tengan por seguro que se tratará de un economista conservador, que en vez de ciencia transmite visiones ideologizadas de la economía. Es decir, visiones con un fuerte componente de falsedad causado por determinados intereses clasistas. En corto, lo que Marx denominara las “furias del interés privado”.
III. Crisis de la industrialización sustitutiva. Emergencia del neoliberalismo. ¿La CEPAL es la culpable?
La crisis del patrón primario-exportador y su remplazo por la industrialización sustitutiva de importaciones (ISI) constituyeron un momento clave en la región. En el despliegue del nuevo patrón es evidente que las ideas de la CEPAL clásica desempeñaron un papel decisivo. Aunque muchas veces y, en puntos clave, los gobiernos no le hicieron caso. Luego, cuando la ISI se hundió y fue remplazada por el modelo neoliberal, los improperios le llovieron a la CEPAL. Algunos venían del bando conservador, algo normal, pero otros, del bando progresista. Las inconsecuencias y las insuficiencias (que no se hizo reforma agraria, que no se diversificaron e industrializaron las exportaciones, etc.) eran también culpa de la CEPAL. Pero ¿de ellos, de los Prebisch, Furtado, Ahumada y demás? ¿O de la burguesía industrializante y nacional que debía encabezar y dirigir el proceso? ¿No sucedió que esta clase fue tremendamente vacilante y que, incluso, ya hacia el final del periodo, terminó por casi desaparecer?5
Sobre la “burguesía nacional”. Es una categoría muy utilizada en la primera parte del siglo pasado y se refiere a una fracción de la clase capitalista que: 1) está localizada en el “tercer mundo” o polo subdesarrollado y dependiente del sistema capitalista; 2) opera en la industria de transformación; 3) no ocupa posiciones monopólicas y trabaja para el mercado interno; 4) se opone a la clase terrateniente que opera en un agro semifeudal; 5) también tiene intereses contradictorios con el capital extranjero; 6) en lo grueso, son empresas de tamaño medio, no monopólicas. Por los rasgos objetivos de su posición en la estructura económica y social, se suponía que este segmento de la clase capitalista podía encabezar las luchas contra los terratenientes “tradicionales” (o semifeudales) y contra el capital imperialista. Por eso el calificativo de “nacional”. También, porque podía dirigir (o apoyar) a los “movimientos de liberación nacional” (o de “descolonización”), que fueron muy frecuentes entre 1930 y 1960. En América Latina, movimientos como el de Perón en Argentina, de Aguirre Cerda en Chile, de Getulio Vargas en Brasil y de Cárdenas en México se acercaron no poco a lo que podía esperarse de movimientos dirigidos por esta “burguesía nacional”.
Pero el paso del tiempo y las transformaciones del capital en el centro (Estados Unidos, Europa, etc.) empezaron a provocar efectos nada menores en la periferia latinoamericana. Lo principal: las grandes corporaciones extranjeras, sin dejar de aplicarse en los sectores primarios, también extendieron su penetración a la industria de transformación. Absorbieron a la industria nacional, a veces simplemente haciéndola desaparecer, y, quizás en la mayoría de los casos, transformando a sus exdueños en gestores políticos o en accionistas menores y del todo subordinados. En suma, la vocación nacional de tal burguesía terminó por desaparecer. Este proceso fue muy bien captado por los teóricos de la dependencia, en especial por Theotonio dos Santos (1969). Para nuestros propósitos, el punto a resaltar sería: los proyectos que favorecían un capitalismo dinámico y nacionalista en América Latina (como el de la CEPAL clásica) se quedaron sin el agente social capaz de impulsar tales transformaciones. En algunos casos, señaladamente el de Chile, elementos del antiguo proyecto, redefinido y apuntando ahora al socialismo (¡la clase obrera tomaba el bastón del progreso histórico!), llegaron al gobierno en 1970. Pero fueron derrocados con singular violencia y participación explícita de los Estados Unidos.
Al cabo, en vez de avanzar a una fase nueva y superior del capitalismo regional, se cayó en el pozo séptico del neoliberalismo, el que llegó -para parafrasear a Marx (1973: 646)- “chorreando sangre y lodo por todos los poros, desde los pies a la cabeza”.6
IV. El patrón de acumulación neoliberal: lo básico
1. Los rasgos centrales del patrón
Del modelo neoliberal se conocen sus resultados: a) bajos ritmos de crecimiento del producto interno bruto (pib) per cápita y de la productividad del trabajo. Esta última incluso cae en términos absolutos entre 1980 y 2019 (Bárcena y Cimoli, 2022: 24), que son años de dominio neoliberal. b) Pésima distribución del ingreso y de la riqueza: se eleva la tasa de plusvalía y, también, el grado de monopolio. c) Se eleva la dependencia externa. d) La inestabilidad macroeconómica crece en términos impresionantes. e) El excedente como porcentaje del producto se dispara hacia arriba. En México se acerca a 86%. El cual, en su mayor parte, se aplica a gastos improductivos y remesas (legales o no) al extranjero. A la vez, bajísimos niveles de inversión. f) Degeneración del capital industrial y dominio del gran capital financiero y del exportador. Luego, la “sociedad casino” (Keynes dixit) y altos niveles de corrupción y de descomposición social.
2) El salto en la tasa de plusvalía y sus determinantes
La tasa de plusvalía (p) se define como cociente entre la plusvalía total generada por el sistema (P) y el monto del capital variable gastado en la compra de fuerza de trabajo productiva (V). O sea p=P/V. Esta tasa guarda una relación inversa con el valor-hora de la fuerza de trabajo (Vhft). De hecho, se tiene que (1 + p) = 1/Vhft. En México, entre 1982 y 2019, en términos muy gruesos, la tasa de plusvalía se duplicó y llegó a girar en torno a 6, una cifra que es descomunalmente elevada. Por lo mismo, el valor-hora de la fuerza de trabajo se cayó a 0.143. Por cada hora trabajada, un obrero se queda con 8 minutos y 48 segundos. En cuanto a los determinantes inmediatos de la tasa de plusvalía se puede escribir:
JTa= jornada de trabajo anual; Fbs= productividad en bienes-salario; Sra= salario real anual.
El salto fuerte de la tasa de plusvalía, de 3.0 a 5.5, se da en los sexenios de De la Madrid y de Salinas, especialmente en el primero. En esta fase primeriza, el salario real cayó 40%, lo que explica el grueso del aumento. El gran salto, entonces, se explica por el más retrógrado de los métodos que tiene el capital para elevar la tasa de plusvalía. El más progresivo -el de la plusvalía relativa- en esta fase no juega ningún papel. Luego, hasta 2020, empieza un crecimiento lento de la tasa hasta llegar a 6.0 o algo más. Se da un crecimiento bajísimo de la productividad y uno aún más lento del salario real. La jornada de trabajo promedio parece elevarse como en 5% o un poco más.
3. Los usos de la plusvalía. El gran despilfarro
Tal vez éste sea el lado más perverso del modelo neoliberal. Para examinar rápidamente el problema, pasamos de la tasa de plusvalía a la relación plusvalía (P), a ingreso nacional (YN=V + P). Este cociente también se denomina “potencial de reproducción ampliada” (pra). En que (pra)=p/ (1 +p). Por lo tanto, si p= 6, entonces (pra)= 0.86. ¿Cómo se puede utilizar este excedente? En acumulación (Ak), en gastos improductivos (GI) (incluyendo aquí el consumo de los capitalistas) y en transferencias al exterior (Rx) (utilidades, intereses pagados, etc.). O sea, P=Ak + GI + Rx. Por tasa de acumulación (ak) entendemos la relación entre inversión neta (In)7 y plusvalía anual (P). O sea, ak=In/P. Por tasa de drenaje (dre), el cociente entre el total de GI, más las remesas al extranjero (Rx), sobre la masa de plusvalía anual. O sea, (dre)= (GI + Rx)/P. Si un país quiere crecer, debe maximizar (ak) y reducir al máximo (dre)=GI + Rx. Para México, hacia 2020 tenemos que (ak)= 0.14.8 Y si a la acumulación le restamos la que se efectúa en ramas improductivas, tenemos que ak= 0.06. Luego, tenemos que la relación entre la suma de los gastos improductivos y las remesas al exterior, sobre la plusvalía anual, llega a un inmenso 94%. O bien, si la inversión en actividades improductivas (edificios bancarios, de comercio, gasto militar, etc.) la aceptamos como acumulación, se llega a 86%. En breve, se asiste a un despilfarro descomunal. En el Cuadro 1 se resumen los datos básicos sobre las variables centrales en torno al crecimiento y la distribución.
Variable | Nivel | Variable | Nivel |
---|---|---|---|
Vhft | 0.143 | In | 0.12 |
p’ | 6 | Ak | 0.14 |
pra | 0.86 | α’ | 0.175 |
dre | 0.86 | Rg | 0.021 |
Ib | 0.23 | Rgh | 0.005 |
aIb= inversión bruta/YN; In= inversión neta/YN; Rg= tasa de crecimiento del YN; α’= ΔYN/Ak; rgh= tasa de crecimiento del ingreso nacional per cápita.
Valga también señalar: la degradación económica viene unida a una fuerte y peligrosa descomposición social y moral. El usual impacto de descomposición que provoca el dominio del gran capital financiero (la “sociedad casino” fustigada por Keynes) se viene extendiendo al conjunto de la sociedad. Y sabemos que sin normas sociales (una anomia generalizada) la misma existencia de los humanos se pone en alta duda (Valenzuela Feijóo, 2019: cap. III).
Curiosamente, frente al desastre neoliberal hay respuestas contradictorias. Por un lado, existe enojo, en ocasiones muy extendido. Por ejemplo, el que explotó en el Chile de octubre de 2019. A la vez, se observa que no pocos dogmas neoliberales han penetrado bastante en buena parte de la población, incluso en los perjudicados por el régimen. Por ejemplo, algunos hablan de las “bondades de un mercado libre”, de las “ventajas” de la inversión extranjera, de que desean ser “emprendedores” y demás. A la vez, y quizás esto sea lo más importante, los “opositores” al modelo neoliberal parece que no ven nada más allá del capitalismo, y rechazan avanzar al socialismo u otra opción poscapitalista. De hecho, los opositores suelen manejarse con un horizonte temporal bastante corto y con un nivel de conciencia política no muy avanzado: mucha rabia sí, pero sabemos que ésta no basta.
Lo indicado, en grado no menor, también refleja el muy fuerte peso de la dictadura mediática. Algo que no se debe olvidar en los tiempos que corren y que, en todo programa de desarrollo y de propósitos democráticos elementales, debería figurar -la eliminación de la dictadura mediática- como punto central y meta básica imprescindible.
V. La nueva CEPAL. Temas para aclarar, ahondar, precisar
1. Sobre el mensaje de la nueva CEPAL: lo básico
Citemos un texto medular:
la crisis financiera que estalló inicialmente en el sector inmobiliario de los Estados Unidos se había transformado en la mayor crisis de la economía mundial desde la Gran Depresión de los años treinta […] los grandes cambios […] que se observaban en la economía mundial exigían nuevas miradas desde la teoría y la política del desarrollo económico. A partir de 2010, la CEPAL asume este desafío y propone como eje estructurante a la igualdad. Esta decisión resulta de la aplicación del rico dispositivo analítico cepalino -tributario de la audacia heterodoxa de sus fundadores y forjadores- ante las singulares características del nuevo momento histórico. El foco en la desigualdad resulta especialmente relevante en el momento histórico que se vive [Bárcena, 2018: 7-8].
También se señala: “para la CEPAL la desigualdad representa no sólo un ángulo diferente desde el cual mirar el pensamiento gestado en las décadas anteriores, sino que también introduce nuevas dimensiones de análisis que contribuyen a expandirlo y renovarlo”. Digamos que uno lee esto y piensa en el aufheben hegeliano. Pero sigamos, “la causalidad entre igualdad, estructura productiva, aprendizaje tecnológico y crecimiento actúa en los dos sentidos, por eso se habla de círculos virtuosos o viciosos”. En suma, “la estructura condiciona la desigualdad” y viceversa. Si esta interacción perversa se va a romper, “los aumentos de la productividad y competitividad en el tiempo son la referencia para juzgar el éxito o el fracaso de la política”. Además, salir del círculo vicioso entre desigualdad y bajo o nulo crecimiento exige “superar bloqueos políticos muy importantes”. Sobre esto podemos leer:
el poder económico y el político se retroalimentan: en economías muy des‑iguales esta retroalimentación protege privilegios y rentas, sean éstos originarios de los recursos naturales, de bajos salarios o fundados en posiciones oligopólicas o monopólicas, sobre todo, pero no exclusivamente, en sectores de no transables. Los dos tipos de poder se combinan para reproducir barreras a los agentes innovadores y al surgimiento de nuevos sectores, actividades y capacidades locales. Más aún, las desigualdades terminan naturalizándose y se incorporan a la cultura de la sociedad [Bárcena, 2018: 7-9].
2. La nueva CEPAL en El Trimestre. Algunas interrogantes
Los textos cepalinos que aparecen en este número son esclarecedores y especialmente estimulantes. Cada uno de ellos amerita una lectura y estudio muy cuidadosos, por las hipótesis que se manejan y, en veces, por las técnicas cuantitativas que se utilizan. Son trabajos que iluminan y, a la vez, llaman al debate con cargo al cual pulir, corregir, mejorar y profundizar en diagnósticos y propuestas. Aquí quisiéramos indicar (mas no fundamentar) algunos interrogantes que surgen en torno a estos trabajos y otros que van en la misma línea.9
a. Relaciones entre producción y distribución
Entre ambas variables o espacios del sistema económico existe una interacción asimétrica. Se suele pensar que es la esfera de producción la que tiende a dominar el espacio de la distribución. Pero en los trabajos de la CEPAL del último periodo parecería que el papel de variable determinante, con cierta ambigüedad, se le atribuye a la distribución.
Para el caso, se podría ejemplificar con México. Hacia fines de 2021, se estima que 56% o más de la ocupación se da en el sector informal, en el cual se localizan los grupos sociales más pobres. Luego, combatir la pobreza exige trasladar a los ocupados del sector informal al formal. Para ello, el formal debe crecer con gran velocidad, lo que exige un muy fuerte esfuerzo de inversión. En esto, el papel de la inversión pública es clave y debe desempeñar un papel dirigente. Con todo, el actual gobierno ha privilegiado el subsidio a los más pobres. Hasta se podría hablar de una masiva “limosna estatal”, pues no se proporcionan empleos productivos que saquen de la pobreza y la informalidad. Como bien se ha dicho, “niveles bajos de desigualdad son sustentables sólo si están anclados en estructuras productivas que lo generen -como en Corea y Taiwán-. En cambio, si sólo se sustentan en impuestos y transferencias […] se parecen cada vez más a un barco haciendo agua” (Palma, 2020).10 En el plano de la inversión se ha hecho poco o nada, y como no se pretende modificar el sistema tributario (aunque la carga tributaria mexicana está muy por debajo de la media latinoamericana), ni incurrir en fuertes déficits públicos, las posibilidades de elevar sustancialmente la inversión estatal son casi nulas. En el país se habla mucho contra el neoliberalismo, pero la política económica que se aplica (salvo la dimensión de subsidios a los pobres) es, en grado preocupante, del tipo neoliberal. En este contexto, la política industrial inicialmente prometida casi ha desaparecido, en lo cual la firma del nuevo tratado de libre comercio con los Estados Unidos y Canadá ha prácticamente “remachado” el proceso. Las preguntas que surgen en este marco serían: ¿por qué esta omisión o retroceso? ¿Hay un problema de correlación de fuerzas? ¿Las que ahora existen no posibilitan un fuerte proceso de industrialización?
Mejorar la distribución no solamente implica desplazar a la población ocupada de la informalidad al sector formal, con el consiguiente esfuerzo de inversión. También exige reducir la tasa de plusvalía en el sector formal, que es demasiado elevada (algo propio del patrón neoliberal). El punto a subrayar aquí es que una tasa de plusvalía demasiado alta, equivalente a un bajo valor de la fuerza de trabajo, desestimula el progreso técnico. ¿Por qué? Debido a que el progreso técnico (clave para elevar la productividad) implica introducir máquinas: trabajo pasado, que opera como capital constante, el cual debe sustituir el trabajo vivo necesario, que funciona como capital variable. Luego, si el valor hora de la fuerza de trabajo es muy bajo,11 la sustitución de capital variable por capital constante (pasando a una mayor composición de valor del capital) se ve muy desestimulada. En corto: una fuerza de trabajo muy barata -equivalente a una muy alta tasa de plusvalía- no estimula el progreso técnico (Valenzuela Feijóo, 2016). Y si la densidad de capital no se eleva -lo que supone un muy alto coeficiente de inversión- tampoco lo hará la productividad del trabajo.
En el texto de Bárcena y Cimoli (2022: 33) se apunta que “las políticas de largo plazo deben apuntar a una transformación productiva que, al mismo tiempo que eleve la competitividad basada en el progreso técnico, reduzca las emisiones y genere los empleos formales necesarios a fin de (en conjunto con las políticas sociales) reducir la desigualdad”. El planteamiento es muy correcto, también atractivo. Pero para ver su eventual capacidad práctica habría que concretarlo, pues en la región no parece funcionar. En todo esto hay un interrogante central: ¿por qué gobiernos progresistas que buscan mejorar la distribución del ingreso no han logrado elevar sustancialmente los ritmos de crecimiento y por qué sus afanes redistributivos no se han solidificado?12 Bowles, Gordon y Weisskopf (1992), pensando en los Estados Unidos, apuntaban al doble despilfarro del estilo neoliberal, por el lado de la demanda y por el de la oferta. El keynesianismo progresista enfatizaba la insuficiencia de la demanda global y el paro que provocaba. Pero no cuestionaba el aspecto de asignación eficiente de los recursos.13 Para Bowles et al. (1992), hoy se debe subrayar más el despilfarro por el lado de la oferta, muy asociado con el “principio” hoy dominante: lo que genera beneficios para las grandes empresas es útil para el resto de la sociedad (¿el principio del goteo?). Luego, se trata de desplazar el poder desde el gran capital monopólico hacia el mundo del trabajo y, por esta vía, lograr una asignación de recursos más racional, eficiente y democrática. Obviamente, el problema de los Estados Unidos es muy diferente al de América Latina. Aquí se trata de estimular fuertemente la inversión productiva, el crecimiento y de reducir la dependencia, y por una ruta que satisfaga las necesidades y las exigencias de las grandes mayorías. En corto: el crecimiento per se no asegura la desaparición de la desigualdad, pero sí es condición absolutamente necesaria para lograrlo. Y parece evidente que esta exigencia no ha sido satisfecha por los gobiernos progresistas de la región.14
Tampoco debemos olvidar el abecé: en el capitalismo a secas, en cualesquiera de sus modalidades, estamos en presencia de un régimen de explotación del trabajo ajeno, y la igualdad efectiva (en lo económico y político) es del todo imposible: “no le pidamos peras al olmo”.
b. El monopolio. ¿Las estructuras monopólicas no existen?, ¿su impacto es marginal?
Es curioso: en la CEPAL clásica el fenómeno del monopolio prácticamente no aparece en sus escritos. En la CEPAL de hoy, si bien hay referencias al fenómeno,15 a veces muy fuertes -véase Bárcena (2018)-, en algunas aproximaciones no parece que se les asigne el peso o la fuerza suficiente. Y que no sólo operan en el sector de no transables; en el de transables son también dominantes y como regla con cargo a las grandes corporaciones multinacionales. No se puede olvidar que el fenómeno de las estructuras monopólicas es absolutamente esencial y determinante en el funcionamiento del capitalismo contemporáneo. ¿Nos olvidamos de Schumpeter?, ¿de Baran y Sweezy?, ¿de Lenin, Steindl, Sylos-Labini y Alfred Eichner?, ¿de Fernando Fajnzylber? ¿Será que la dictadura mediática ha borrado de nuestras cabezas un fenómeno tan decisivo?
También conviene indicar: si de igualdades socioeconómicas se trata, no debemos olvidar que, en el interior de la clase capitalista también existen desigualdades muy fuertes, que básicamente se deben al fuerte “grado de monopolio” (diferencia entre la tasa de ganancia de la empresa y la tasa de ganancia media de toda la economía), que impera en las economías capitalistas contemporáneas.
c. Inversión productiva y crecimiento
¿Qué factores determinan la inversión privada? ¿Cómo se le podría incentivar y orientar sectorialmente? ¿Cómo castigar (“¡remember Smith y Ricardo!”) la inversión en actividades improductivas? ¿Cuál debería ser el papel de la inversión pública? ¿Cómo elevar el rendimiento de la inversión, que ha descendido abruptamente en los últimos años? Se debe también resaltar: no basta elevar sustancialmente la inversión. También debe regularse su destino sectorial, para ajustarlo a los cambios que se buscan en la distribución del ingreso, lo que siempre provoca cambios no menores en la composición del consumo.
En este respecto, también debe apuntarse: en la región el crowding-out de los neoclásicos no opera. Lo que sí se advierte es un crowding-in. En realidad, toda la experiencia histórica del desarrollo capitalista (desde la misma Isabel I) muestra el decisivo papel del Estado en el despegue y lo que sigue, algo que -recordemos a Gerschenkron- para las economías que llegan atrasadas al proceso de desarrollo es aún más imprescindible.
d. Políticas económicas funcionales y programación del crecimiento
Podemos simplemente preguntar: ¿cómo aceptar un banco central autónomo y que responde a criterios ultraneoliberales? En breve, se necesitan políticas económicas funcionales y coherentes entre sí. Esto, además, debe insertarse en el desarrollo de programas globales y sectoriales de crecimiento, a mediano y a largo plazos. Se trata de aceptar algo elemental: en los tiempos actuales, sin una regulación estatal inteligente y eficaz, el crecimiento económico a buscar difícilmente será alcanzado. En la región se le debería prestar más atención a las experiencias del Sudeste Asiático, discutir lo que se pudiera de éstas, asimilar o no asimilar.
En tiempos de la CEPAL clásica, ésta prestaba asesoría técnica en programación y políticas económicas a los gobiernos latinoamericanos. Tales prácticas podrían retomarse. Ciertamente, si hay gobiernos como el de Duque en Colombia, jamás aceptarán la regulación estatal, pero gobiernos como el de Arce (Bolivia) o el de AMLO (México) muy probablemente se verían muy beneficiados.
e. Las metas propuestas y el horizonte de planeación a manejar
En diversos ensayos, especialmente en los de Abeles y Pérez (2022), Gramkow y Porcile (2022), y Bárcena, Bielschowsky y Torres (2022), se propone y se busca modelar un patrón de desarrollo que conjugue a) crecimiento, b) igualdad y c) recuperación ecológica. Algo que no es sencillo: si se enfatiza c) se pueden perjudicar a) y b); si se enfatiza b) el perjudicado puede ser a). En corto: hay interacciones no siempre positivas.
También habría que señalar: corregir el desastre ecológico exige incorporar e importar nuevas tecnologías, algunas muy caras y, sobremanera, hoy no disponibles. Asimismo, debe resaltarse: el problema ecológico tiene que resolverse con desarrollos científicos y nuevas tecnologías.16 No con vueltas a pasados remotos en los cuales imperaba la pobreza. O sea, no debe asumirse la peregrina y muy reaccionaria noción del “salvaje feliz”.
El manejo de un horizonte temporal de muy largo plazo también exige alta integración regional. Tomemos el caso de Uruguay. Aquí, la calificación y la inteligencia de su fuerza de trabajo son de altísimo nivel, diríamos de alto primer mundo.17 Pero sin integración regional (o, por lo menos, subregional) difícilmente podrá ser bien aprovechada. De hecho, terminará migrando (al igual que sus futbolistas).
Subyacente a los ensayos mencionados, está el problema de las estrategias de crecimiento. ¿Cuánto se eleva el coeficiente de inversión? ¿Dónde se debe aplicar? ¿En el Departamento I-a (máquinas que producen máquinas), en el Departamento I-b (máquinas que producen bienes de consumo), en el Departamento II (bienes de consumo)? Por ejemplo, se podría repensar el modelo de Feldman.18 Muy fuerte inversión en I-a y I-b, con lento o casi nulo crecimiento inicial del consumo, para que, al cabo de 20-25 años, ya esté creciendo muy rápido y llegue a superar bastante el nivel de consumo que se lograría con una estrategia impulsora del consumo desde los primeros años. Como apunta Dobb, “el logro del desarrollo económico puede depender más de la forma de utilización del excedente invertible que de su tamaño inicial” (Dobb, 1979: 127). En suma, inicialmente se podría dejar para algo más tarde parte de las metas ambientales (digamos, las que hoy no son del todo imprescindibles), en lo cual habría que cobrar un impuesto a las grandes potencias occidentales (Estados Unidos, Europa occidental), que ya se industrializaron y generaron la pesada carga que ahora arrastramos. En parte, también se podrían regular o moderar (sólo en un primer momento) las metas de igualdad.19 Para, luego, pasar a enfrentarlas con mayores y mejores recursos.
La exigencia sería trabajar con horizontes de planeación de muy largo plazo, digamos de 30 años, un poco más o un poco menos,20 y, en este marco temporal, buscar el logro de las metas centrales de crecimiento, igualdad y de medio ambiente sano. Podría ser que, al enfatizar algo más o algo menos de esos objetivos en tales o cuales subperiodos, se lograrían resultados muy superiores a los que se conseguirían si desde el año cero se buscara satisfacer a todos a la vez y por igual. El ya mencionado modelo de Feldman, valga insistir, nos muestra que, al enfatizar la inversión en el Departamento I (en especial, en la producción de máquinas que producen máquinas o “bienes de capital-capital”), a la larga el nivel del consumo resultará bastante más elevado que en una estrategia más gradual y “equilibrada”. Repitamos: hay un problema con el largo del horizonte temporal a manejar, de si somos miopes y cortoplacistas, o pasamos a manejar el telescopio más poderoso.
f. ¿Qué clases y/o fracciones de clase empujarán transformaciones del tipo que propone la nueva CEPAL? ¿Cuáles las rechazarán?
El problema es el de los agentes impulsores del cambio socioeconómico propuesto. Como se sabe (o debería saberse), todos los cambios significativos, de orden estructural, implican un determinado conflicto de clases, en el cual el alineamiento dependerá tanto de los intereses objetivos de cada segmento como de su conciencia de clase. Este aspecto resulta absolutamente esencial, pero no parece suficientemente discutido. Y no deberíamos olvidar que un proyecto de cambio sin clases que lo empujen nunca tendrá existencia real.
Terminemos y agradezcamos a la nueva CEPAL y, en especial, a la doctora Bárcena por el gran impulso que le ha dado. Digamos que hoy, como antes, la lectura y el estudio de los textos de la CEPAL han vuelto a ser una obligación. Una muy feliz y estimulante obligación.