Quisiera referirme precisamente al número que hoy se lanza aquí porque trata de cómo podemos generar pensamiento propio. Ahí está la clave: atrevernos a pensar con ojos propios, como decía Prebisch: “observe y luego piense”. Mediante el método histórico estructural -que junto con otros estructuralistas nos legó y muchos siguieron-, él nos invitaba a comprender la realidad primero, y de ahí ir hacia dicho método a fin de analizar la coyuntura y pensar la acción y la política, pero siempre con una visión hacia la importancia de las estructuras (económicas, sociales, etc.) y la historia.
En la CEPAL hemos hecho un reacercamiento en distintos ámbitos a la economía política estructuralista. Hemos hablado -como aquí se ha dicho- de la centralidad del cambio estructural, de la búsqueda de la igualdad y del desafío a la ortodoxia respecto de cómo la miran.
Me refiero entonces a este número de El Trimestre Económico agradeciendo muy especialmente a mis colegas que ayudaron tanto a que esto fuera posible.
A efectos expositivos, he hecho una especie de Rayuela al estilo de Cortázar a fin de reflejar brevemente de qué se trata lo que hemos intentado hacer en estos 14 años que llevo al frente de la CEPAL, lo que llega a su fin la próxima semana, el 31 de marzo; por eso esta ocasión para mí tiene un significado muy especial. Estoy muy agradecida con el Fondo de Cultura Económica, y desde luego con mis colegas maravillosos: Miguel Torres, Gabriel Porcile, Hugo Beteta, Pablo Yanes, así como con el Consejo Directivo y Nuria Pliego, que desempeñó un papel tan importante.
Éste es un proyecto editorial conjunto que analiza los principales hitos alcanzados en esta última década que hemos llamado “la CEPAL de la igualdad”, y que convocó a expertos cepalinos y no cepalinos para los artículos. Esta edición incluye varios temas, pero, sobre todo, los enmarco en los siguientes apartados.
Primero, un contexto: dónde estamos. Éste nos lo dan Luis Bértola y José Antonio Ocampo (2022) cuando nos hablan de las economías latinoamericanas durante las primeras décadas del siglo XXI, con algunos planteamientos muy importantes. Asimismo, también el contexto nos lo ofrece “Una macroeconomía para el desarrollo”, donde Martín Abeles y Esteban Pérez Caldentey (2022) hacen aportaciones para entender el modelo de crecimiento de inversión y distribución del ingreso. No puedo dejar fuera “Las relaciones centro-periferia en el siglo XXI”, que Miguel Torres y José Miguel Ahumada (2022) han desarrollado, junto con las propuestas sobre qué hacemos con lo que tenemos, en un contexto atravesado por una cultura del privilegio, en la cual realmente la desigualdad conspira. Ése es el problema: que la ortodoxia consideraba que era importante primero crecer y luego igualar. Nosotros hemos cambiado totalmente tal eje de pensamiento a partir de 2010, y desde entonces han aparecido muchos trabajos que lo abordan desde esta misma mirada. Así observamos la igualdad o la analizamos desde distintos puntos de vista a fin de llegar a la conclusión de que no solamente se trata de titularidad de derechos, sino que la desigualdad es ineficiente desde la perspectiva económica, y, por lo tanto, es necesario igualar para crecer y crecer para igualar.
Segundo, cómo lo logramos: la forma como llegamos a esa protección social y conseguimos que la informalidad prevaleciente en nuestra región pueda realmente irse resolviendo en términos de formalización de los trabajadores, aumento del ingreso -pero eso no se va a lograr si no hay un aumento de productividad- y, con énfasis, desarrollo industrial explícito. Eso es lo que este número aborda, y quiero destacar el artículo que escribieron Hugo Beteta y Pablo Yanes (2022), que se refiere particularmente a la realidad mexicana.
Me centraré en lo que yo considero que son las innovaciones conceptuales de 2008 a 2018. Quiero agradecer también a Ricardo Bielschowsky y a Miguel Torres por su gran ayuda respecto de lo que dijo el doctor José Valenzuela en relación con la etapa de la CEPAL clásica, la cual ha sido analizada por estos autores. Primero, resalto dos cosas: 1) los principios de igualdad y justicia social, y cómo en cierta medida es necesario que estos mensajes se pongan en relieve en relación con la transformación estructural; 2) tal transformación que faltaba en la CEPAL clásica debe estar asociada con la sostenibilidad ambiental. Entonces, nosotros hemos intentado en esta época la continuidad en la orientación neoestructuralista, pero también con un conjunto de nuevas formulaciones conceptuales, puesto que ya no estamos sólo en una época de cambios, sino en un verdadero cambio de época. Por lo tanto, tal cambio epocal requiere repensar el desarrollo y hacerlo de acuerdo con nuestra propia realidad.
Ponemos entonces de manifiesto tres elementos interdimensionales básicos: la centralidad de la igualdad, cómo se logra ésta con pactos políticos, y la economía política junto con la cultura del privilegio. Efectivamente, es algo que hemos analizado con mucha fuerza. Asimismo, en materia social se desarrollan el análisis multidimensional de la pobreza, la matriz de desigualdad social que toca a todos los grupos de población y, sobre todo, la igualdad de género: las mujeres y su autonomía económica, política y física.
Desde luego, como se ha dicho, en la CEPAL somos integradores de muchas vertientes de información y de evidencia, una de ellas es la demografía, mediante el Centro Latinoamericano y Caribeño de Demografía (Celade), que nos ofrece datos muy importantes junto con la División de Estadística. Sin duda, y coincido en ello con el doctor José Valenzuela, a la CEPAL le hace falta, y debe ir hacia allá, desarrollar modelos de crecimiento. Hasta hace poco comenzamos a elaborar con detalle la matriz insumo-producto de todos los países de América Latina. Nos ha costado mucho, porque los países se han olvidado de la importancia de analizar tal matriz y efectivamente de ir hacia modelos de crecimiento.
José Valenzuela hace otra pregunta vital: ¿qué clases y qué fracciones van a hacer el cambio?, ¿dónde están la fuerza social y la fuerza política para transformar el modelo de desarrollo? Son cuestiones que nosotros nos hacemos constantemente, y, desde luego, ¿cómo podemos orientar la macroeconomía para el desarrollo?, ¿cómo podemos realmente asociar los ciclos del crecimiento con el producto y con la inversión?, y ¿cómo es que somos más bien procíclicos en nuestra región? No hemos podido abordar el tema de ser anticíclicos o de poder anticiparnos. Entonces, en la parte productiva, donde hemos hecho importantes avances, hemos analizado las brechas externas e internas de productividad y la heterogeneidad estructural (la cual desde mi perspectiva es la gran fábrica de la desigualdad), con un enfoque en los diferenciales de productividad según tipos de empresas, y no hemos analizado a profundidad la organización del mercado con la consideración de los monopolios y los oligopolios, que tienden a ocupar la frontera tecnológica y contribuyen al PIB, pero no generan el empleo formal que se necesita, sino uno muy precario. Cómo nos movemos hacia un cambio estructural progresivo es otra de las propuestas que la CEPAL hace al plantear la búsqueda en relación con lograr las eficiencias keynesiana, schumpeteriana y ambiental.
No podemos abandonar el enorme desafío que tenemos frente a nosotros de la revolución digital, la conectividad y la gobernanza de los recursos naturales. ¿Quién los tiene? ¿Quiénes son los dueños de la propiedad, la apropiación de dichos recursos naturales, los métodos de transformación y de extracción, así como la distribución de las ganancias? Sin duda, creo que uno de los cambios epocales que enfrentamos hoy en día es el cambio climático. Entonces abordaré algunos de estos temas. Efectivamente, respecto del contexto, vemos que Bértola y Ocampo, junto con Torres y Ahumada (2022), nos ayudan a analizar el ciclo económico desde 1998 hasta 2014 mediante tres subperiodos importantes. Como bien dijeron José Valenzuela y Gabriel Palma, esta nueva etapa de la CEPAL comenzó con José Antonio Ocampo, él y los autores mencionados hablan de: 1) los efectos de la crisis asiática, 2) del crecimiento impulsado por el superciclo de precios de productos básicos, que tuvo una etapa de auge, pero no supimos transformarla en un cambio estructural profundo y nos sumimos nuevamente en 3) un estancamiento y una crisis entre 2014 y 2020. Los autores también constatan la persistencia de la vulnerabilidad económica de la región ante los choques externos. Seguimos bajo el predominio de la balanza de pagos, y las dificultades para mantener ritmos sostenidos de crecimiento asociados con este cambio estructural no nos han permitido quebrar las altas desigualdades estructurales que caracterizan a la región. Ésta no es la más pobre, es la más desigual del mundo, y tal es el tema de fondo que se busca analizar en este documento.
Por supuesto, Ahumada y Torres nos ayudan a mirar las nuevas modalidades de la relación centro-periferia. El gran aporte de Prebisch fue entender tal enfoque como instrumento de interpretación evolutiva del capitalismo global. Estos autores nos ayudan a comprender cómo en el siglo XXI se han acentuado los poderes del mercado por parte del centro con tres modalidades de rentismo: el extractivismo sobre los recursos naturales, el financiero y el digital, que está basado en monopolios tanto intelectuales como de plataforma. Desde luego, la profundización que ha sufrido nuestra región ha sido en términos de la condición periférica respecto de la productividad. La trayectoria de productividad de América Latina la reflejo simplemente en las gráficas (véase Torres y Ahumada, 2022: 167, gráficas 1a, 1b, 1e y 1f) que ellos tan atinadamente presentaron, donde nos muestran cómo ha evolucionado la productividad de América Latina en relación con Asia dinámica, Eurasia y China. Vemos que América Latina lleva precisamente un sentido absolutamente contrario en materia de productividad.
Es muy importante destacar que en este número de El Trimestre Económico se presenta también una visión moderna de la macroeconomía para el desarrollo, donde se vincula el desarrollo con la distribución y la sostenibilidad. Hay tres temas centrales que son fundamentales en la macroeconomía para el desarrollo: el crecimiento, la inversión y la distribución del ingreso. En el artículo de Martín Abeles y Esteban Pérez Caldentey se combinan las perspectivas estructuralista y poskeynesiana. La primera nos ayuda a mirar el desempeño macroeconómico de la región, la tendencia estagnacionista del crecimiento económico, el aumento del endeudamiento y la desigualdad en la distribución personal y funcional del ingreso, así como en la distribución de la riqueza. Cabe notar que nuestras cifras hoy nos muestran que 104 individuos en América Latina tienen el equivalente a 11% del PIB de riqueza, y en época de pandemia ha aumentado esta concentración. Creemos entonces que el enfoque poskeyenesiano que aborda este artículo nos permite tener un análisis de los balances financieros del sector fiscal corporativo no financiero y externo, y nos ayuda a identificar qué impulsa o desalienta el crecimiento económico. Es importante porque además se hace una clasificación de los países por estructura productiva, exportadora y subregional.
Voy a hacer una combinación de lo que Mario Cimoli y yo planteamos en el artículo “Repensar el desarrollo a partir de la igualdad” (y la sostenibilidad ambiental), lo voy a vincular con los artículos de El Trimestre Económico, como les decía, en una fórmula similar a la que utilizó en su momento Cortázar en Rayuela. Entonces, el análisis va en función de una nueva propuesta de desarrollo basada en la igualdad y en la sostenibilidad ambiental para América Latina, pero sustentada en el pensamiento cepalino estructuralista. Analizamos las tres grandes crisis de la actualidad: la económica, la ambiental y la social. Planteamos cómo en un contexto de centro-periferia los desafíos de estas tres crisis están muy vinculados con la falta de desarrollo tecnológico, nuestros patrones de especialización y las dinámicas de empleo y salarios. A partir de este análisis, se argumenta la importancia de articular diferentes tipos de políticas, sobre todo la política industrial, pero con una estrategia de desarrollo sostenible.
Estamos ante un mundo de grandes desequilibrios estructurales y una gobernanza que han reforzado las asimetrías entre los centros y las periferias, y hoy mucho más que nunca tenemos un abismo: grandes brechas entre los países desarrollados y en vías de desarrollo. La crisis del modelo económico se conforma desde la perspectiva económica porque tenemos un crecimiento bajo y volátil; desde la social, porque aumenta la desigualdad como una contracara de la cultura del privilegio, y desde la ambiental con un gran casillero vacío del crecimiento económico de todos los países del mundo, pues ninguno ha sido capaz de crecer con descarbonización o con reducción de emisiones. Por lo tanto, hoy, sobre todo después de la pandemia, hemos sufrido la mayor contracción económica desde la segunda posguerra; además, hemos tenido una muy efímera recuperación en 2021, cuando se pensaba que nos estábamos reponiendo, y, sin embargo, este año vamos a tener una gran desaceleración. Volvemos a estas tendencias de muy bajo crecimiento. Aumentan el desempleo, la pobreza, la desigualdad y la informalidad, los mayores impactos de esta crisis han sido en esta última. Lamentablemente, la recuperación vuelve con el extractivismo, mediante la energía fósil, con altos niveles de emisión y deterioro ambiental. Estamos ante un multilateralismo en crisis. Estoy en Nueva York viendo este gran conflicto entre Ucrania y Rusia, y los costos que va a tener donde estamos; enfrentamos sociedades más divididas y una pérdida de confianza en la democracia. Por lo tanto, es urgente actuar.
En el artículo y en el número de El Trimestre en general analizamos justamente cómo el crecimiento regional cae significativamente y se torna más volátil. En la Gráfica 1 del artículo (Bárcena y Cimoli, 2022: 23) vemos claramente cómo desde 1950-1959 nuestro crecimiento estaba en torno a 5%, con una desviación estándar relativamente baja; en ese periodo no había tanta volatilidad. Vamos recorriendo las décadas desde los sesenta, los setenta, hasta los ochenta, posiblemente el periodo de mayor volatilidad, marcado por la gran desviación estándar por encima de entre 2.5 y 3%, y, por supuesto, con muy bajo crecimiento. Hoy por hoy no estamos nada mejor, yo diría que incluso estamos peor que entre 2000 y 2019 con una tasa de crecimiento relativa a 2%. No pasamos de tal porcentaje en esta etapa y los pronósticos para el año en curso no son muy distintos, pues habrá gran incertidumbre y alta volatilidad del crecimiento.
Nuestros dos grandes desafíos, ya lo dijo también el doctor Valenzuela, y gracias por plantearlo tan claramente, son la inversión y la productividad laboral (Gráficas 1 y 2). Respecto del comportamiento de la inversión en América Latina y el Caribe, nuestra tasa de inversión (ratio) es de 19.5% respecto del producto interno bruto (PIB), y cuando comparamos desde 1991 hasta 2021, vemos que la mejor etapa fue justamente en 2011, en las épocas más recientes, pero en este momento estamos en 19.5%, las economías en desarrollo están en 33.2% y el promedio mundial está alrededor de 26%. Somos la región que menos invierte de todo el mundo.
Nuestra brecha de productividad respecto de los Estados Unidos es enorme. Tenemos una trayectoria muy disfuncional del crecimiento y de la productividad, que le resta gran potencial de competitividad a la región. Véase la Gráfica 3 del artículo (Bárcena y Cimoli, 2022: 26); se muestra cómo nuestra región en términos de participación de las exportaciones, o más bien en los componentes de tecnología media y alta en el total de exportaciones de manufacturas, es de alrededor de 23.6% en América del Sur, 40.9% en Centroamérica y México -impulsada mucho más por México-, 59.5% en el Sudeste Asiático, y 72.4% en el Asia desarrollado. Lo interesante es analizar la elasticidad del ingreso de estas exportaciones: por cada 1% de exportaciones, América del Sur genera 1.6% de ingresos, en tanto que Centroamérica y México, 1.5%; el Sudeste Asiático, 2.1%, y Asia desarrollado, 2.7%. Nosotros realmente estamos en una competitividad muy baja respecto del mundo por nuestro patrón exportador histórico.
Tenemos un nuevo casillero vacío, recordando a Fernando Fajnzylber. No hay ningún país que haya logrado elevar su producto sin un sustancial incremento de las emisiones de gases de efecto invernadero. La recuperación del crecimiento hoy en día se ha dado en forma concomitante con el retorno a los patrones previos de extractivismo y de energía fósil. Si los países en desarrollo emitiéramos los mismos niveles que los desarrollados, ya superaríamos el nivel máximo de emisiones compatibles con el objetivo de la temperatura terrestre por debajo de 1.5 a 2 ºC. Nuestra región emite sólo 8.3% de los gases de efecto invernadero a nivel global. Hay una tremenda asimetría y nos hemos olvidado del principio de responsabilidades comunes pero diferenciadas. Hay que tomar posiciones, porque la evidencia nos muestra que tales asimetrías son inaceptables, y que los países desarrollados tienen una deuda histórica con los países en vías de desarrollo. No nos pueden forzar a no crecer, nos tienen que proporcionar los recursos, y yo diría la liberación de las patentes más críticas, para movernos hacia la sostenibilidad ambiental.
Por lo anterior, en la CEPAL se desarrolló un modelo por el que les tenemos que agradecer a Camila Gramkow y José Gabriel Porcile (2022), así como a José Luis Samaniego, Jeannette Sánchez y José Eduardo Alatorre (2022); ellos nos proporcionaron un modelo analítico para integrar las tres dimensiones del desarrollo: económica, social y ambiental. Es un modelo estructuralista de tres brechas que contrasta tres tasas de crecimiento: la económica, la tasa máxima de crecimiento que es compatible con el equilibrio externo; la ambiental, la máxima compatible con los compromisos ambientales suscritos por la región, y la social, la mínima necesaria que tendríamos que lograr para tener mayor igualdad. Se hicieron ejercicios econométricos muy importantes de simulación que confirman el papel central de las políticas ambiental, tecnológica, industrial y de protección social, a fin de que promuevan el empleo formal, el desacople necesario respecto de las emisiones y la reducción de la desigualdad. Tales ejercicios permitieron identificar cuál es la importancia de contar con una gobernanza global que reduzca las asimetrías centro-periferia, una gobernanza que no existe hoy. La propuesta, como una síntesis de lo que el modelo propone, es que si quisiéramos lograr una política industrial con redistribución y progreso técnico, tendríamos que tener un crecimiento por lo menos de 4%. Algo difícil. El equilibrio ambiental hoy sólo nos permite crecer 1.4%. Si creciéramos más, emitiríamos casi igual que los países desarrollados y por eso tenemos un techo en materia de equilibrio ambiental. El límite de crecimiento con equilibrio externo es 1.4% para Sudamérica y de 2.6% para Centroamérica y México. Entonces, se propone que sólo con progreso técnico, con cambio estructural y con descarbonización podemos lograr un modelo más redistributivo.
Abordamos en esta época realmente muy rica, la mejor que he vivido en mi tiempo profesional, uno de los temas centrales que es el aumento de la desigualdad como contracara de la cultura del privilegio. Esto lo digo en función de que tal incremento refleja ese sesgo recesivo de la hiperglobalización de una nueva economía política en que el capital altamente móvil, financiero sobre todo, entre fronteras restringe las políticas redistributivas y de cambio estructural. Por eso no podemos crecer más de lo que planteé anteriormente. La persistencia intergeneracional de los ingresos es un indicador de la permanencia de la desigualdad, que es más alta en América Latina que en otras regiones, en particular, en los Estados miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). La idea de la meritocracia en América Latina esconde puntos de partida y oportunidades muy desiguales que se asocian con la cultura del privilegio y con este patrón de distribución periférico vinculado con la gran debilidad de nuestra estructura productiva muy poco diversificada, así como con un crecimiento limitado por la restricción externa que genera menos empleos formales y debilita el mercado de trabajo.
Martín Hopenhayn, un gran sociólogo y filósofo chileno, fue para mí una inspiración, porque junto con él hicimos el primer documento denominado La hora de la igualdad -no de la equidad-, de igualdad de titularidad de derechos y una que desafía a la economía, que se asocia con la gran ineficiencia que nos provoca la mala distribución del ingreso, de la riqueza y, sobre todo, de los instrumentos del progreso técnico y de todos los elementos del desarrollo. Martín Hopenhayn (2022) en su artículo nos ayuda a adentrarnos más en la cultura del privilegio, en cómo se ha erosionado la confianza entre la ciudadanía y las instituciones democráticas, precisamente por la persistencia de privilegios de los grupos que están perpetuando las brechas de clase. Si bien la CEPAL no utiliza el concepto de clase en la acepción más recurrente en las ciencias sociales, sí ha analizado el papel que desempeñan en la estructura socioeconómica de nuestros países los diferentes estratos de población según sus niveles de ingreso, condiciones materiales de vida y adscripción respecto de condiciones de etnia, género y pertenencia a movimientos sociales de diversas naturalezas reivindicativas, así como el lugar que ocupan en la escala distributiva. Hemos señalado que la fuerte y elevada desigualdad que prima entre los sectores sociales de esta escala distributiva genera tensiones entre la ciudadanía, el sistema democrático y las instituciones del Estado, tensiones que pueden escalar hacia una situación de conflicto explícito, como lo ejemplifica el gran estallido social en Chile del 18 de octubre de 2019. Esta crisis chilena está fincada en las desigualdades; fueron los jóvenes y las clases medias las que salieron a la calle. Es un deterioro que se ha perpetuado mediante una cultura del privilegio que naturaliza la desigualdad y las asimetrías, que en verdad hace que la plena igualdad en derechos sociales se enfrente a la brecha entre el de iure y el de facto. Desde la cultura del privilegio persisten unas rigideces marcadas por endogamia de clase y redes de relaciones, una desigualdad que es ineficiente y conspira contra el desarrollo.
Nosotros hemos determinado tres rasgos que definen a la cultura del privilegio y que distorsionan todas las políticas públicas. Son desigualdades que implican diferencias incorporadas como algo natural en la percepción de las personas, tanto de las que están en posición de privilegio como de las subordinadas, jerarquías que se establecen en beneficio de quién está en el poder, ya sea con criterios de clase, de sangre, de adscripción racial, de género, de cultura o una combinación. Esto contribuye a darles una fuerte inercia al poder y a la desigualdad en una cultura del privilegio que se difunde mediante actores, instituciones, reglas que hemos heredado de nuestro pasado colonial, y que se transmiten desde dos puntos de vista. Uno de ellos se refiere a cómo las élites se niegan a avanzar en reformas fiscales progresivas a partir de impuestos sobre la riqueza y el patrimonio, y abordar con fuerza la evasión y la elusión fiscales. El segundo corresponde a la naturalización de la desigualdad de género, así como la discriminación de pueblos indígenas y poblaciones afrodescendientes.
Tenemos en este número de El Trimestre Económico también propuestas de cómo podemos ir hacia el establecimiento de sistemas de protección social universales, integrales y sostenibles; cómo podemos lograr una salud universal como una respuesta clave a la pandemia; cómo conseguimos realmente abordar las desigualdades que se cruzan por múltiples dimensiones.
Ponemos a la igualdad de género y la autonomía de las mujeres como un ámbito prioritario en el pensamiento de la CEPAL. Porque las mujeres contribuyen de una manera muy importante a la productividad de la sociedad mediante el trabajo no remunerado, el trabajo doméstico que no es medido, pues el PIB no lo reconoce. Creo que ahí está uno de los nudos estructurales que debemos desatar a fin de lograr una sociedad del cuidado, de la cual estamos hablando hoy en la CEPAL: una sociedad que cuide el medio ambiente, los bienes públicos y a las personas, y donde no todo recaiga en las espaldas de las mujeres.
¿Cómo logramos ir hacia políticas industriales y de inversión para alcanzar una recuperación transformadora? Para la CEPAL la clave es el progreso técnico, del que hablaba Prebisch y que hoy está más vigente que nunca. Es lo único que nos va a permitir avanzar en competitividad y lograr una convergencia de ingresos. Debe dirigirse hacia innovaciones ambientales para que este aumento de producción no amenace la vida en el planeta. Esa transformación debe poner en el centro a la inversión, como el puente de planta entre el corto y el mediano plazos. Nuestras tasas son muy bajas y son incompatibles con la magnitud de la transformación que se requiere. La pandemia nos ha dado muestras muy claras de choques muy negativos de demanda pero también de oferta. Por lo tanto, nosotros tenemos que lograr realmente una expansión con foco en sectores estratégicos. Por eso hablamos de una política industrial estratégica que redefina incentivos, atraiga capital privado junto con inversión pública, y que siente las bases de una respuesta más rápida de la oferta, al limitar las presiones inflacionarias. Qué difícil hoy en día lograr eso.
Nosotros hablamos de un nuevo paradigma de desarrollo y hemos analizado con mucho detalle cómo incentivar sectores que pueden promover el cambio técnico, generar empleo y reducir la restricción externa y la huella ambiental dentro de este marco del cambio estructural progresivo. Hemos desarrollado obviamente números y evidencias sobre estos sectores. Como un ejemplo, voy a hablar de la transición energética hacia energía renovable que nos permitiría lograr la sustitución de las energías fósiles. Si pudiéramos invertir 1.3% del PIB anual lograríamos generar 7 millones de empleos en cinco años y reducir las emisiones en 30%. La autosuficiencia energética de los combustibles fósiles es lo que tenemos que lograr, al menos a nivel regional. Por supuesto, hay otros sectores: los servicios básicos -en nuestra región hay gente que no tiene agua ni saneamiento-; la electromovilidad; la inclusión digital -tenemos 66 millones de hogares sin conectividad suficiente a internet-; la industria manufacturera de la salud en que necesitamos recuperar la autosuficiencia sanitaria -nuestra región producía vacunas, y ahora nos hemos visto totalmente desprovistos de esta capacidad-; la agricultura -lo mismo sucede en este ámbito-, en la restauración de los ecosistemas en la agroecología (hoy somos totalmente dependientes de los fertilizantes rusos, 57% de los fertilizantes es para nuestra región, y hoy no los vamos a recibir). Entonces, dónde está la autosuficiencia que tenemos que lograr en los ámbitos de la producción, la industria y la manufactura con progreso técnico.
En línea con todo lo señalado hasta acá, es decir, las ideas fuerza de la igualdad que hemos impulsado desde esta CEPAL, un metavalor que situamos en el centro de una estrategia de desarrollo con crecimiento económico, inclusión social y sostenibilidad ambiental, creemos que es factible hacer una traducción al plano de lo concreto: de los países y sus espacios de política para el desarrollo en cada una de esas tres dimensiones.
Por último, quisiera destacar un artículo muy innovador de la autoría de Hugo Beteta y Pablo Yanes (2020) respecto de los dilemas para la transformación en México y cómo lograrlo en este contexto tan difícil que está enfrentando el país. Quizás esto puede quedar para un futuro seminario que aborde problemas específicos de México, pues no daría el tiempo para elaborar aquí.
Quiero cerrar diciendo que hoy el punto de partida es mucho más difícil, porque existen estas asimetrías entre países desarrollados y en vías de desarrollo más profundas y menos reconocidas; porque la recuperación global va a ser más lenta de lo esperado; porque hay un contexto geopolítico muy tenso, junto con un ambiente financiero incierto y restrictivo; porque nuestra región ha sido la más golpeada del mundo por la covid-19; porque enfrenta menor espacio fiscal, presiones inflacionarias, una mayor volatilidad cambiaria y mayor endeudamiento elevado; porque las brechas estructurales de heterogeneidad productiva de baja innovación, inversión y productividad se hacen cada vez más profundas; porque la desigualdad que define a nuestra región es injusta e ineficiente; porque han aumentado la pobreza, el desempleo y la informalidad, lo que ha afectado especialmente a las mujeres; porque debemos recuperar el papel del Estado, central para regular las relaciones entre mercado, Estado y sociedad, y para implementar estas políticas transformadoras que sean articulaciones industriales, laborales, sociales y ambientales, pero con énfasis en la sostenibilidad; finalmente, porque cambiar el estilo de desarrollo exige un multilateralismo sólido y solidario que hoy no tenemos.
Estamos frente a una deriva nacionalista y regionalista, así como a una muy esquiva integración regional. Cierro aquí, ojalá despertado el interés por leer este número de El Trimestre Económico que se pudo realizar gracias a la gran contribución del Fondo de Cultura Económica.