Sr. Editor:
Exactamente 2 años desde el inicio de la pandemia, la «nueva normalidad» muestra que ha aumentado la incidencia de la enfermedad del ojo seco durante la pandemia de COVID-19.
El 11 de marzo de 2020, la Organización Mundial de la Salud hizo una declaración en virtud de la cual a la infección por SARS-CoV-2 (COVID-19) se le daba la categoría de enfermedad pandémica. Casi 2 años después, con más de 452.052.034 casos declarados, 6.027.059 muertes y 10.704.043.684 dosis de vacuna administradas en todo el mundo, la pandemia continua1. Todos hemos incorporado a nuestras actividades de la vida diaria medidas preventivas como parte de esta «nueva normalidad», tales como el uso de mascarillas, protectores faciales y distanciamiento social. También hemos ido adoptando rutinas de trabajo y familiares para cumplir con las medidas de distanciamiento social, como por ejemplo telemedicina, teletrabajo, reuniones virtuales y videoconferencias, que se traducen en un mayor uso del ordenador, de dispositivos móviles y otros dispositivos con pantallas digitales, y un mayor tiempo de uso total de la pantalla2.
Debido a estas actividades que se engloban dentro de la «nueva normalidad» se ha venido observando un aumento de los síntomas compatibles con la enfermedad del ojo seco. Aunque se sabe que la enfermedad del ojo seco influye en la calidad de vida, siempre se ha pasado por alto o no se ha diagnosticado. Ahora, durante la pandemia, los síntomas del ojo seco, el estrés visual digital y el síndrome visual del ordenador sí se ven como un problema de salud emergente. Se especula con la posibilidad de que el mayor uso de la mascarilla y de los protectores faciales predisponga a la aparición de síntomas oculares, y se han dado varias razones para ello. Quizá el aire que exhalamos y fluye por el pequeño espacio que queda entre la mascarilla y la piel de la cara vaya directamente a los ojos, a la superficie ocular y a las pestañas. Asimismo, se especula con la posibilidad de que este flujo de aire evapore las lágrimas, reduzca el tiempo de ruptura lagrimal, altere la humedad del aire que entra en contacto con la superficie ocular y cambie la temperatura tanto de las lágrimas como de la superficie ocular, activando los receptores neuronales que provocan los síntomas de ojo seco y la necesidad de parpadeo2,3. No obstante, hay que realizar estudios que nos ayuden a confirmar todas estas hipótesis. El mayor uso de smartphones y ordenadores con fines educativos, laborales o simplemente para comunicarnos con amigos y familiares, nos expone a más horas de uso total de pantalla al día de las que habríamos podido imaginar. Esto, a su vez, exacerba los síntomas del ojo seco, el estrés ocular digital y el síndrome visual del ordenador. El chalazión, una afección que suele darse en la superficie del ojo, ha aumentado su incidencia durante la pandemia de COVID-19 probablemente como consecuencia del ojo seco y de la blefaritis, puesto que inflama la superficie del ojo obstruyendo las glándulas de Meibomio o quizá por la tendencia natural a no tocarnos la cara ni los párpados cuando llevamos mascarilla o protectores faciales. No obstante, tenemos que seguir investigando al respecto.
Por último, para evitar daños a la superficie ocular, la enfermedad del ojo seco y el síndrome visual del ordenador asociados a las actividades de esta «nueva normalidad», es de suma importancia promover y diseminar rutinas oculares sanas, tales como parpadear frecuentemente y hacerlo por completo, seguir la regla del 20:20:20, mantener una buena higiene de párpados, masajearlos, hacer un uso adecuado de los lubricantes oculares y mantener una ergonomía saludable cuando usamos dispositivos digitales2.