Introducción
Los Ejercicios son uno de los libros más venerables salidos de manos de hombres, porque si la Imitación de Cristo ha enjugado más lágrimas, los Ejercicios han producido más conversiones y más santos. De Causette, Mélanges oratoires, París, 1, 1876, p. I
En el Antiguo Régimen el interés por el estudio de los autores y su obra escrita proliferó en los siglos XVII y XVIII; esta tarea fue emprendida por los bibliófilos que publicaron catálogos y monografías. En el caso concreto de la Compañía de Jesús, Pedro de Ribadeneyra publicó, en 1608, Illustrius scriptorum religionis Societatis Iesu catalogus, (Amberes, Plantin), bibliografía especializa de escritores jesuitas; posteriormente, Philippe Alegambre inicio en 1643 la serie Bibliotheca scriptorum S.I., donde se recopilaban de manera paulatina las ediciones de nuevos autores ignacianos. La tarea emprendida por Rivadeneyra continúa hasta nuestros días, aunque la labor se diversificó hacia trabajos relativos a un solo autor o a escritores de un solo país; en México se cuenta con los textos de Francisco Zambrano, José Casillas y Juan B. Íñiguez.1 Actualmente, los hijos de Loyola están trabajando en la página web Societatis Iesu Biblithecae Hispanicae et Americanae (SIBHA) con la finalidad de reconstruir el legado bibliográfico y cultural de las bibliotecas jesuíticas españolas y americanas. El esfuerzo emprendido por los jesuitas no es nuevo, ya que existen otras iniciativas como el Catálogo Colectivo del Patrimonio Bibliográfico Español (CCBR) o en el caso de México, el trabajo efectuado por la asociación civil ADABI (Apoyo al Desarrollo de Archivos Bibliotecas de México).
Además de las mencionadas iniciativas, las actuales bibliotecas y archivos son de suma relevancia para acercarse al mundo de los escritores y sus obras, ya que dichos espacios han estado ligados al desarrollo y difusión de la cultura, convirtiendo a la cultura y, especialmente al libro, en objeto de estudios literarios, bibliográficos e históricos que se valen de una metodología propia para la construcción de sus investigaciones. En el caso de las dos últimas disciplinas, los especialistas se han valido de las contribuciones hechas por la bibliografía material anglosajona inaugurada por Ronald B. McKerrow, A.W. Pollard y W.W. Greg, MaKerrow,2 la cual publicó en 1927 Introducción a la vida material3. La obra es un manual sobre ediciones, impresiones, corrección de pruebas, datación cierta o falsa, descripción del libro impreso, etcétera.
De igual manera, los investigadores se han acercado a las aportaciones de la historiografía francesa de los Anales iniciada con la aparición de La historia del libro, de Lucien Febvre y Henri Jean Martin4 y continuada por Roger Chartier, Robert Darton, Fréderic Barbier, entre otros. Sus obras han puesto especial énfasis en la historia de la edición y en la historia de la lectura. La primera analiza la circulación de libros, los talleres tipográficos, la comercialización, la producción impresa, así como a los sujetos que intervinieron en dichas actividades, mientras que la segunda se ha encargado de las representaciones, las prácticas y la recepción de los lectores.5
México no ha sido ajeno a las aportaciones de la historiografía francesa, por lo que en los últimos años los investigadores del libro se han dedicado a analizar las imprentas, los impresores, las bibliotecas, la historia del libro en México, la circulación de libros, entre otros tópicos.6 En cuanto al tema de la difusión y la recepción, México no ha corrido con la misma suerte, pues son pocos los trabajos realizados como el ya citado de Gómez o el escrito por Enrique González sobre la difusión y la recepción de la obra de Vives.7, Así pues, resulta de relevancia continuar con las investigaciones relativas a la recepción y difusión desde el ámbito mexicano.
Con dicha intención se decidió iniciar una investigación de largo aliento sobre Ignacio de Loyola y su obra Ejercicios Espirituales, en un espacio bien definido, México: período virreinal y siglo XIX, cuyos resultados preliminares son dados a conocer en el presente texto. Para su desarrollo se pensó en efectuar una primera periodización limitada por los años 1596, 1856. El primer año corresponde a la edición más antigua localizada hasta el momento en los repositorios mexicanos y, el segundo, al año de la tercera supresión de la Compañía de Jesús en México.
Para darme una idea sobre la obra ignaciana en esta primera etapa se recurrió a la búsqueda de ejemplares existentes en las bibliotecas de la República Mexicana, dejando para una segunda, el examen de los repertorios bibliográficos jesuitas, de los que se ha dado cuenta, así como de otras bibliografías o catálogos del Antiguo Régimen y de la centuria decimonónica.
La búsqueda del material se efectuó en diversos catálogos bibliográficos, de los que se dará cuenta en las siguientes páginas, encontrando que sólo en nueve bibliotecas existen ejemplares del libro del Santo, no obstante, y tras el acercamiento a los acervos y sus ejemplares ha sido posible no sólo conocer las ediciones resguardadas, sino también, sus diferentes títulos, los editores, los países de origen, el año de publicación, los grabados que contienen, las instituciones de procedencia, así como a los ejercitantes.
A la par que se realizaba la investigación y cotejo se localizaron diversas obras escritas por otros jesuitas, las cuales tratan diferentes aspectos relacionados con los ejercicios ignacianos como las meditaciones o las lecciones espirituales, de éstas también se habla, pero circunscribiendo su estudio a las encontradas en la Biblioteca Nacional de México y en la biblioteca de la Universidad Iberoamericana, debido a que el número de autores y de obras es abundante.
A lo largo del trabajo se busca responder a las siguientes preguntas. ¿Cuáles y cuántos son los ejemplares de los Ejercicios Espirituales que perduran hasta nuestros días en las bibliotecas mexicanas? ¿Se publicó el libro de Ignacio y de sus hermanos de orden en México? ¿A qué instituciones o personas pertenecieron antes de llegar a las bibliotecas que los resguardan en la actualidad? ¿Quiénes fueron los autores de los libros de meditaciones o adaptaciones del texto ignaciano? ¿Qué propósitos persiguieron al acomodarlos? ¿A qué comunidades o personas estaban dirigidos?
Para contestar a las interrogantes planteadas, el texto se divide en cinco apartados. En el primero se hace una breve historia del proceso de elaboración del libro de los Ejercicios Espirituales y de la publicación príncipe de los textos conocidos como Vulgata y Autógrafo. En el segundo se realiza un acercamiento cuantitativo los ejemplares del libro existentes en algunas bibliotecas europeas y americanas; en el tercero se da cuenta del número de ejemplares ubicados en las bibliotecas mexicanas y se examinan algunas características de los libros. En el cuarto se habla de los autores y textos elaborados por otros jesuitas y, en el último apartado, se hace un recuento de las corporaciones que contaron con el libro del santo y de otros jesuitas, asi como del tipo de ejercitantes.
Breve historia de la escritura del libro Ejercicio Espirituales de San Ignacio
Los ejercicios de Ignacio de Loyola no fueron pensados para publicarse, pues el santo consideraba que para conocerlos debían ser practicados, tal y como lo hizo con sus primeros compañeros,8 pero de alguna manera, nos dice Enrique García Hernán,
Ignacio perdió el control de los ejercicios, pues los daban incluso gente que no era jesuita. Hubo abusos, confusiones, tergiversaciones y engaños. Había que poner remedio, sobre todo porque las críticas arreciaban por todas partes, así que lo mejor era poner en circulación una versión oficial.9
Para llegar a esa versión final se debió recorrer un largo camino, el cual inició en 1521 en Loyola, a donde Ignacio se dirigió para recuperarse de la herida recibida en una pierna en la batalla de Pamplona;10 durante ese tiempo se dedicó a la lectura, reflexión y resumen de las obras que lo habían llevado a la conversión.11 En 1522 estando ya en Manresa, provincia de Cataluña, Ignacio concibió el esquema de sus ejercicios quedando
más ceñidos cuanto a la duración, poco más o menos de un mes; más articulados cuanto a la materia, mediante las prácticas de la purgación perfecta y el concentramiento de toda la perfección en el conocimiento y amor del Verbo hecho carne; más conscientes y consecuentes en el fin por el cual se hacen, de dominar las afecciones desordenadas que impiden el hallazgo y el cumplimiento perfecto de la divina voluntad en la propia vida, más iluminados y seguros finalmente, en la dirección de aquella luz soberana con la que Ignacio se siente ahora llevado, como un niño por su maestro, en el discernimiento de los espíritus y en los pasos todos de la vida espiritual.12
Luego Íñigo practicó los ejercicios en la cueva de Manresa y escribió algunas notas, dando a la luz el primer bosquejo del libro de los ejercicios. De Manresa se trasladó a Barcelona, después a Tierra Santa y, finalmente, en 1524 regresó a Barcelona a tomar clases en la universidad y posteriormente en la de Alcalá de Henares; estando en esa ciudad fue encarcelado por el Santo Oficio, ya que carecía de estudios y permiso para enseñar. Tras su liberación se fue a Salamanca, donde fue acusado nuevamente por la Inquisición, esta vez por introducir doctrinas peligrosas, aunque después de pasar tres semanas en prisión fue absuelto. Ignacio decidió entonces abandonar España y dirigirse a París.
La génesis de la composición del libro comenzó precisamente en la ciudad luz, así entre febrero de 1528 y abril de 1535, Ignacio corrigió el texto, lo mostró a sus compañeros del voto de Montmartre,13 y comenzó la traducción del castellano al latín; el segundo traductor y primer corrector fue Pedro Fabro. La segunda etapa de redacción comprende de 1536 a 1541,14 y consta de dos fases; la primera fue escrita en Italia y va de 1536 a mediados de 1539, a lo largo de esos años Ignacio sigue introduciendo cambios y afinando el escrito. La segunda fase, ya en Roma, inicia en la segunda mitad de 1539 y culmina en junio de 1541, durante ese período Fabro es sustituido por Alfonso Salmerón, quien se convierte en el segundo corrector y en el tercer traductor, a él le tocó mejorar la redacción de las nuevas partes introducidas por Íñigo, además de seis correcciones. Finalmente, entre mayo y junio de 1541, el parmesano Juan Bautista Viola se hizo cargo de la primera traducción completa de los ejercicios; a dicha copia se le denominó Versio Prima o P1.,15
La tercera etapa corresponde a la elaboración de otra copia conocida como Versio Prima P2. En 1547, Juan Alfonso de Polanco introdujo algunas enmiendas que se asemejan casi literalmente a las que hizo en la Vulgata, es decir, en la traducción hecha entre 1546 y 1547 por el humanista Andrés des Freux o Frusio teniendo como base el texto castellano conocido como Autógrafo, del que haremos referencia más adelante, por ello se considera que sus aportaciones a la génesis del libro fueron muy importantes.16 Las añadiduras del Polanco fueron decididas o tal vez aceptadas por Ignacio.
Gracias a la intervención de Francisco de Borja, duque de Gandía, y jesuita a partir de 1546, la P1 y la Vulgata, encuadernadas juntas, fueron aprobadas por el Papa Paulo III mediante breve del 21 de junio de 1548. Para llegar a esta aprobación, Borja envió al deán Roca, su agente en Roma, una carta que debía entregar al pontífice; en ella, Borja le comunicó la muerte de su esposa Leonor, además de informarle que el deán conversaría con su santidad para conseguir la autorización de los ejercicios ignacianos.17 Antes de tomar una decisión, el Santo Padre dispuso que los textos fueran examinados por el dominico Egidio Foscarari, quien dio una opinión favorable, empero, el Papa no conforme con ella, encargó a Juan Álvarez de Toledo, cardenal de Burgos y a Felipe Archinto, vicario de Roma, revisar nuevamente el escrito. El primero señaló que el libro le parecía “muy conducente para la salud de las almas”, mientras el segundo lo calificó como una obra “digas de todo encomio y muy beneficiosa para la profesión cristiana”.18
Los comentarios vertidos por los revisores lograron que los textos recibieran el imprimatur.19 El texto que se estampó en Roma por Antonio Blado, el 11 de septiembre de 1548, fue la Vulgata con el título Exercitia spiritualia, el tiraje de 500 ejemplares fue costeado por Borja. El jesuita Cándido de Dalmases señala que dicho ejemplar no fue el definitivo -aunque se entregó a los directores de diferentes países- pues sólo se llevó a la imprenta por haberse escrito en un latín elegante. Tampoco la Compañía de Jesús consideró a la Vulgata como el texto definitivo por lo que
La Congregación General V (1592-1593), nombró […] una comisión encargada de cotejar la Vulgata con el Autógrafo. Y aunque observó que, por lo general, la Vulgata era fiel al original castellano, la comisión redactó una serie de notas en las que se adaptaba la traducción al Autógrafo. Por respecto a la Vulgata, el General P. Claudio Acquaviva, dispuso que tales correcciones no se introdujesen en el propio texto, sino al final del mismo.20
En vida del santo se hicieron otras dos ediciones de la Vulgata, una impresa en Coimbra en 1553 por Juan Barrero, la cual fue reimpresa en el mismo año por comisión del autor. Tras su muerte se publicaron otras tres en Burgos, Sevilla y Valencia en los años de 1574, 1587 y 1599, respectivamente.21 Con los años se hicieron nuevas reimpresiones y otras traducciones latinas, siendo la más importante la elaborada en el período de la primera restauración de la Compañía de Jesús22 por el vigésimo primer general de la Compañía, Juan Felipe Roothaan. Su objetivo era revitalizar los ejercicios espirituales “dándoles un lugar central en la formación y vida de los jesuitas”.23 El general, tomando en cuenta las diferencias existentes entre la Vulgata y el Autógrafo, decidió volver a traducir los ejercicios al latín. Su propósito no era remplazar la Vulgata, por lo que publicó el trabajo de Frusio junto con el suyo en columnas paralelas. El libro vio la luz en 1835 y se reimprimió en Londres en 1847 y en Baltimore en 1850.24
El Autógrafo, es decir, la versión castellana de los ejercicios espirituales se llamó así no por haber sido escrita por Ignacio, sino por contener 32 añadiduras de su puño y letra;25 el manuscrito autógrafo de 1541 no se conserva, pero sí el elaborado, según el padre José Calveras, por el portugués Bartolomé Ferrao, secretario de la orden entre 1545 y 1548. Se cree que el texto fue escrito en 1544, debido a las adiciones, posiblemente hechas por Bröet.
La Compañía de Jesús consideró al Autógrafo como su texto básico, no obstante, su publicación fue tardía estampándose por primera vez en 1615 en la ciudad eterna (Roma) por orden del secretario de la Compañía, Bernardo de Angelis.26 Su publicación tardía indica Calveras, pudo deberse a la “parsimonia con que San Ignacio quiso que se distribuyese aun el mismo texto latino, impreso en 1548”, pues juzgaba que la obra debía ser utilizada únicamente por los futuros directores de ejercicios, y a “los problemas que creaba la publicación de libros en lengua vulgar, sobre todo en España, donde los ejercicios fueron precisamente objeto de fuertes ataques”.27 No se ha encontrado hasta el momento ninguna noticia que sugiera la prohibición en España de imprimir el libro en su versión castellana, no obstante, debe indicarse que en los siglos XVI y XVII, la península ibérica tuvo problemas para llevar a cabo la producción de libros tales como el escaso número de talleres, prensas y materias primas; lo mismo se puede observar para la Nueva España. Aunado a dichos factores, la Corona española controló los privilegios de impresión y el comercio de libros.28
Un acercamiento cuantitativo los ejemplares del libro. Entre Europa y América
Para darse una idea sobre la actual existencia de ediciones del libro del santo, se efectuó una revisión de varios catálogos extranjeros de bibliotecas nacionales de Francia, España, Gran Bretaña, Bélgica, ciudad del Vaticano, Perú Colombia y Argentina, así como de los catálogos generales Europeana y CCBR. Después de la exploración se localizaron 28 diferentes impresiones o reimpresiones del libro de los ejercicios en latín y 7 en castellano. De la versión latina ocho corresponden al siglo XV, nueve al seiscientos, dos al siglo XVIII y 10 a la centuria decimonónica.29 En cuanto a las ediciones castellanas se conserva la de 1615, tres del siglo XVIII, y otra de 1800, seguramente existieron otras impresiones, pero por el momento no han podido localizarse; habrá que revisar los catálogos o repertorios de los que se ha hecho mención. La ausencia de ejemplares publicados después de 1749 se debe a que los escritos de Ignacio quedaron proscritos en el índice de los libros prohibidos y expurgados de 1794.30
En las bibliotecas mexicanas se conservan 10 libros diferentes de la edición latina y cuatro de la castellana, ninguna difiere de las localizadas en los repositorios extranjeros. Así pues, el número de ejemplares de los ejercicios de Ignacio encontrados en las bibliotecas mexicanas es equiparable con el de otras bibliotecas o repositorios extranjeros, como el catálogo CCBR que registra tres ediciones en castellano y 27 en latín.
Para explicar las diferencias entre las ediciones localizadas en el extranjero y las mexicanas deben tomarse en consideración algunos factores como la falta de acceso a algunas bibliotecas privadas que en muchas ocasiones conservan verdaderos tesoros bibliográficos, al trasiego de libros entre países, lo cual ha llevado a que las obras terminen en colecciones privadas.
Otro posible factor son los destinatarios de este libro. Como habían advertido Ignacio, Polanco y Aquaviva, al principio el texto sólo era para directores y futuros directores de ejercicios, por esa razón no era necesario contar con un número elevado de ejemplares, y aunque en la primera edición de 1615 se tiraron 500, éstos sólo fueron repartidos entre algunos personajes importantes allegados a la orden, y los demás entre los jesuitas directores. Posteriormente se autorizó que los ejercicios fueran dados en casas ajenas a los colegios o casas ignacianas, pero siempre por personas eclesiásticas de renombre o por miembros de otras órdenes regulares. Dicha medida, aunque amplió el número de destinatarios, no llevó a la impresión a destajo del librito de Ignacio, como se ha constatado, ni tampoco a producir un número excesivo de textos, pues los tirajes eran de entre 200 y 500 ejemplares. Así pues, la obra de Íñigo estuvo destinado a un grupo muy reducido los directores jesuitas y algunos eclesiásticos. Sobre este aspecto será necesario en un futuro poder contabilizar a los directores de ejercicios en Nueva España y México para afirmar o negar la consideración hecha.
Otro elemento a destacar es el concierne a la circulación de libros entre España y Nueva España, lo cual pudo limitar o favorecer la llegada de determinadas ediciones del libro. El arribo de obras al territorio novohispano estuvo condicionado por el monopolio comercial ejercido desde la península, cuestión que impidió a otros países intercambiar libros de forma legal con las colonias españolas,31 además de que ese monopolio determinó también las naciones y las editoriales donde se adquirían los libros.
Finalmente, se puede hacer referencia a dos momentos históricos importantes en la historia de las bibliotecas novohispanas y luego mexicanas de diferentes corporaciones eclesiásticas. El primero es el relativo a las medidas adoptadas por la Corona española tras la expulsión de la Compañía de Jesús en 1767; una de esas disposiciones fue la relativa a trasladar las obras contenidas en las bibliotecas jesuitas a otras corporaciones, como los conventos o la Real Universidad de México, previa separación de los libros prohibidos por la inquisición y la Corona española.32 En este sentido debe recordarse que las obras de Ignacio fueron prohibidas, por lo cual su destino fue incierto, pese a ello, algunos ejemplares lograron subsistir hasta nuestros días. Conjuntamente debe contemplarse que en varios colegios y casas jesuitas los libros permanecieron encerrados sin vigilancia alguna por largo tiempo antes de realizarse los inventarios, lo que pudo llevar a la perdida irremediable de ejemplares. Como ejemplo del retraso en los inventarios se cita el caso del noviciado de Tepotzotlán, cuyo inventario se inició cuatro años después del extrañamiento de los ignacianos.
El siguiente factor histórico a destacar, aunque pudieron existir otros, es el relacionado con la Ley de Nacionalización de Bienes Eclesiásticos expedida el 12 de julio de 1859 por el gobierno interino del presidente Benito Juárez. Debido a lo asentado en el artículo 12 de la ley, las bibliotecas de las corporaciones religiosas, a donde habían ido a parar ejemplares de las bibliotecas jesuitas, quedaron en manos del Estado depositándose posteriormente en museos, establecimientos públicos y bibliotecas, siendo una de las más importantes la Biblioteca Nacional de México fundada apenas dos años antes.33
Los ejemplares del libro Ejercicios Espirituales en las bibliotecas mexicanas
Tras la revisión en los catálogos de las bibliotecas de la República Mexicana se encontraron 20 ejemplares del libro del santo distribuidos de la siguiente manera:
Biblioteca Francisco Xavier Clavijero de la Universidad Iberoamericana, campus México: cinco ejemplares
Fondo de origen resguardado en el Fondo Reservado de la Biblioteca Nacional de México de la UNAM: cinco ejemplares
Fondo antiguo de la Biblioteca Central de la UNAM: dos ejemplares
Biblioteca de la Universidad de las Américas, campus México: dos ejemplares
Biblioteca Pública del Estado de Jalisco: dos ejemplares
Biblioteca Miguel Lerdo de Tejada de la ciudad de México: 1 ejemplares
Biblioteca histórica José María Lafragua de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla: un ejemplar
Fondo antiguo José Gutiérrez Casillas S.J. localizado en la Biblioteca Eusebio F. Kino, de la Provincia Mexicana de la Compañía de Jesús: un ejemplar.
Capilla Alfonsina de la Biblioteca de la Universidad Autónoma de Nuevo León: un ejemplar
Por principio de cuentas debe indicarse que de las obras resguardadas en las mencionadas bibliotecas 11 corresponden al idioma latino y nueve al castellano. Como señala la historiografía, la edición príncipe del texto ignaciano - Vulgata de 1548- se plasmó únicamente con el título, es decir, sin el nombre de Ignacio, mientras que las 20 ediciones ubicadas en los repositorios mexicanos incluyen el nombre del autor precedido siete veces por las siglas B. P. y 6 por las siglas S. P. las restantes sólo llevan el nombre del santo. En cinco además se agrega un título más amplio como el siguiente: cum versione literali ex autoprapho hispanico. En cuanto al formato, los ejemplares fueron impresos en 4º, 8º y 16º y dos del siglo XIX en 16 y 20 centímetros.
En dos ocasiones el libro de los ejercicios fue encuadernado junto con otros textos que varían entre uno y tres; se trata del Directorio de los ejercicios espirituales,34 de dos Instrucciones para los superiores y de la Industria para los mismos del General Claudio Acquaviva. Cada libro fue editado por separado y después se llevó a cabo la encuadernación con otros textos, entre uno y otro se dejaban cuatro hojas, el escrito nuevo comenzaba siempre con la portada elegida al imprimirse por separado. Probablemente se pensó que sería mejor encuadernar varios libros para que los directores tuvieran en un mismo tomo todos los escritos necesarios para dar los ejercicios.35
Todas las obras comienzan con los preliminares, en los ejemplares del siglo XV y hasta 1657, el preámbulo consta del Breve Pastoralis officci emitido por Paulo III en 1548, donde además de exaltar y recomendar los ejercicios narra el proceso de aprobación de la Vulgata. Después de 1657 se agregó el breve de Alejandro VII, en el cual se otorga indulgencia plenaria y remisión de todos los pecados a los jesuitas, a los miembros de otras órdenes regulares y a los seculares que realizaran en las casas de la Compañía de Jesús los ejercicios de ocho días.
Ya en el siglo XVIII se adjuntó el documento de la Congregación del Concilio autorizada por Clemente XII en 1732, en él se dispuso que los arzobispos, obispos y demás ordinarios de Italia, islas adyacentes y todos los reinos y dominios de España, fomentaran entre los curas, confesores, canónigos y demás beneficiarios dedicados al servicio del coro, la práctica de los ejercicios espirituales una vez al año durante 10 días en las casas de la orden o en otras moradas piadosas o regulares. Al igual que lo hizo Alejandro VII, Clemente también otorgó a los ejercitantes indulgencias a sus pecados; además los absolvió de la residencia durante los días que se acudiera a los ejercicios y mandó se les pagasen sus honorarios y emolumentos completos. Asimismo, señaló que antes de ser promovidos a las sagradas órdenes, los aspirantes efectuaran los ejercicios. Finalmente, el Papa dio permiso a la Reverenda Cámara Apostólica para editar el libro de Ignacio en castellano; el mismo privilegio fue otorgado a los ordinarios eclesiásticos (obispos y arzobispos). Lo dispuesto por el pontífice obedeció, según sus palabras, al ruego hecho por los obispos españoles, a los pasos dados por su antecesor y a su interés por preservar la disciplina eclesiástica.
En 1749, por ejemplo, el cura del sagrario de la catedral sevillana, Pedro Muñoz de Zárate solicitó autorización para reimprimir el libro publicado por la Cámara, la licencia fue otorgada por el obispo coadministrador de dicha iglesia en el mismo año, la impresión corrió a cargo de la imprenta De los Recientes.
El impreso más antiguo localizado en los repositorios mexicanos es Exercitia Spiritualia Ignatij de Loyola, Romae: In Collegio Societatis Iesu, 1596, perteneciente a la Biblioteca de Jalisco. Le siguen Exercitia Spiritualia B. P. Ignatii Loyolae, Romae: in Collegio Rom. Iesu Societat, 1606, 16º, la portada presenta un frontispicio xilográfico con el retrato de incorporación del medallón de San Ignacio, se han encontrado cuatro, en la Biblioteca Central existen dos, en la Biblioteca Nacional uno y otro en la biblioteca de Jalisco.
La Biblioteca de la Universidad de Nuevo León resguarda Exercitia Spiritualia B. P. Ignatii Loyolae, Romae: Collegio Romano, 1616, 8º, con frontispicio xilográfico donde se incorpora el medallón de San Ignacio y el escudo de la Compañía de Jesús. El escudo está compuesto por un sol adornado con lenguas de fuego que representa la presencia y la fuerza de Dios en cada una de las misiones que la Iglesia encarga a los hijos de Ignacio, son diez llamas de fuego que recuerdan que Jesús es la luz del mundo. Al interior tiene el monograma o anagrama IHS, es decir, el nombre de Jesús en griego, y los tres clavos que han sido interpretados como los clavos de la crucifixión o como los votos de los novicios de la orden.36 Al inicio de la obra se añade la oración que Íñigo solía repetir en sus ejercicios, esta oración anónima forma parte de los triples coloquios a partir de la segunda semana de los ejercicios.37
Del siglo XVII existen dos ejemplares más publicados ya por impresores ajenos al colegio, el primero es Exercitia spiritvalia S. P. Ignati Loyolae, Antverpiae: Apvd Ioannem Mevrs[iv]m 1635, 8º,38 pertenece a la Biblioteca Nacional. Esta edición es una reimpresión de la romana, aunque el grabado de la portada difiere, en ella se muestra el busto del santo siendo coronado y en la parte baja del mismo se plasma un libro con el escudo de la orden. El segundo ubicado en la Biblioteca de la Universidad Iberoamericana es Exercitia spiritualia S.P. Ignatii Loyolae, fundatoris Ordinis Societates Jesv cum bullis pontificum, ium approbations exercitiorum; tum indulgentia plenarie, proomnibus, qui ocfiduo illis vacant in domibus ejusdem societatis: brevi infuper instructione meditandi quae omnia & dilucidantur & illustrantur pluribus exaere impreffis imaginibus, Antuerpiae: Apud Michaelem Knobbaert, 1689, 8º, contiene grabados en cobre como el de la mano correspondiente a la parte dedicada a los exámenes de conciencia y una ilustración en el frontispicio del niño Dios con una cruz en el pesebre.
Un libro en latín y cuatro en castellano provienen del siglo XVIII, a saber, Exercitia spiritualia S.P. Ignatii Loyolae fundatoris Ordinis Societatis Iesu; cum Bullis Pontificum tum approbationis Exercitiorum tum indulgentia plenariae pro omnibus qui octiduo illis vacant in domibus ejusdem Societatis, brevi insuper instructione meditandi quae omnia & dilucidantur et illustrantur pluribus ex aere impressis imaginibus, Belgium: Viduam Henrici Verdussen, 1733, 8º, se localiza en la biblioteca José María Lafragua.
Los ejemplares castellanos son los siguientes: Exercicios espirituales, Ignatius de Loyola, Romae: Ex Typographia Reverendae Camerae Apostolicae, 1732, 8º, resguardado en la Biblioteca Nacional. Dos ejemplares de Exercicios espirituales/B.P. Ignacio de Loyola, Sevilla: Imprenta de los Recientes, 1732, 8º, se ubican en la Biblioteca de la Universidad de las Américas y, el tercero, en la Biblioteca Nacional. La portada tiene el escudo de la Compañía de Jesús, la edición cierra con el grabado de un querubín, por ser estos ángeles guardianes de la Gloria de Dios; los querubines aparecen constantemente en la iconografía jesuita. La edición es en realidad una reimpresión del libro publicado por la Reverenda Cámara Apostólica. Después del texto ignaciano aparecen las cartas escritas por Íñigo a los padres de los colegios de Coimbra y Portugal en 1547 y 1553 respectivamente, la carta dirigida a su confesor en Venecia, Manuel de Miona en 1536, asimismo, se anexa una carta dirigida a los lectores con la finalidad de incitarlos a realizar los ejercicios, así como noticias de otros autores que han escrito sobre los ejercicios y su autor.39
Exercicios Espirituales S. Ignacio de Loyola: con una introducción antes del texto del Santo, conveniente para formar el devido aprecio de estos exercicios y la idea de su método y practica, Valencia: Joseph Dolz, 1733, 8º, tiene en la portada el escudo de la Sociedad de Jesús; se trata de una reimpresión de las ediciones de Amberes. La introducción fue redactada por el padre Jerónimo Julián, en ella, el jesuita incluye tres capítulos, en el primero da algunas noticias sobre el libro y explica su doctrina y método. En el segundo, habla sobre el aprecio y la autoridad que tienen los ejercicios en la Iglesia40 y, en el último, presenta una breve explicación para meditar, recogida de diferentes partes del libro de Ignacio. El grabado de la portada corresponde al escudo de la Sociedad de Jesús. También forma parte de la colección de la Biblioteca Nacional.
Para cerrar la descripción de los ejemplares se hace mención de los libros publicados en el siglo XIX, uno está escrito en castellano y 3 en latín, todos forman parte de la estantería de la Universidad Iberoamericana. Los ejemplares son los siguientes: Exercicios espirituales de San Ignacio de Loyola, Madrid: Imprenta de la Real Compañía, 1800, 8º, S.P. Ignatii Loiolae Exercitia spiritualia: texto hispano ex diligenti, cum autograpo collatione restituto, Romae: Apud Salviucci, 1837, 16º, se trata de una reimpresión de la obra en latín de Juan Roothaan estampada en la misma editorial dos años antes. Excercitia spiritualia S. P. Ignatti de Loyola: cum versione literali exautographo hispano; notis illustrata, Romae: escudebat Alexander Monaldi, 1738 y Exercitia spiritualia S. P. Ignatii Loyolae: cum versione literali ex autographo hispánico, Namurci: E. Typographia e douxfils, Bibliopolae, 1841, 16º, es una reedición de la obra publicada en 1837. En los preliminares, además de los documentos señalados con anterioridad, se anexa la carta escrita por Roothaan a todos los hijos de Loyola, la cual versa sobre el estudio y el uso de los ejercicios espirituales por ser considerados piedra angular en la formación de los jesuitas; la portada presenta el escudo de la orden.
Como se ha podido apreciar, a través de los libros localizados en los acervos mexicanos, así como mediante la consulta de los catálogos de bibliotecas y de repositorios bibliográficos extranjeros, en la Nueva España y en la República Mexicana no se hicieron ediciones o reimpresiones de los ejercicios ignacianos. Se desconoce por el momento si la Provincia Mexicana de la Compañía de Jesús solicitó licencia para imprimir la obra como sucedió en Perú, Castilla, Andalucía o Anteoquía, las peticiones fueron rechazadas por el padre Claudio Aquaviva en 1595, argumentando que los ejercicios estaban escritos para los directores y no para el ejercitante, además de señalar que Roma siempre había negado a las Congregaciones Provinciales la impresión del texto original castellano,41 así pues, las provincias debieron esperar, ya que como se ha descrito, la primera edición castellana apareció en 1615 y hasta el siglo XVIII la Compañía de Jesús guardó para sí el privilegio de su edición.
Derivaciones de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio
El Diccionario histórico de la Compañía de Jesús señala que cuando el impreso ignaciano llegó al colegio de Gandía en 1548, la abadesa de las clarisas y su tío comenzaron a utilizarlo para la meditación diaria, fue en este momento cuando empezaron a surgir las llamadas derivaciones apostólicas. Un tipo de derivación es la relacionada con las obras escritas, pueden dividirse en dos grandes grupos: los libros de meditaciones y los adaptados o comentados.42
El otro tipo de derivación tiene que ver con el número de días en que se daban los ejercicios y con el tipo de ejercitantes. Ignacio formuló sus ejercicios para ser dados y tomados en retiro de cuatro semanas de manera particular, y orientados a la elección de estado o elección para reformar la vida.43 No obstante, su autor validó las variaciones en la duración, los más usuales eran de 8 o 10 días conocidos como tandas. Esta muda dependió de a quién estaban dirigidos los ejercicios: ignacianos, novicios, clérigos regulares, colegiales jesuitas, monjas, público en general, congregaciones marianas, misiones populares, entre otros. Las derivaciones apostólicas estuvieron íntimamente ligadas entre sí.
En este apartado no se hará una descripción pormenorizada de los autores y sus textos, pues existen 116 ejemplares correspondientes a 18 jesuitas en las bibliotecas de la UNAM, así como en la Biblioteca de la Universidad Iberoamericana -en otro momento de la investigación deberán consignarse los ejemplares de las otras bibliotecas consultadas-. Por lo tanto, únicamente me detuve en algunos autores basándome en aquellos cuyas obras tuvieron mayor difusión en México, dando noticias generales de los otros.
Libros de meditaciones y libros adaptados o comentados
Los libros de meditaciones tuvieron como finalidad ayudar a los fieles en la reflexión diaria o en los días de retiro. En ellos, el proceso ignaciano sólo formaba la trama interna, es decir, quedaba muy diluido.44 No obstante, las obras de meditaciones eran muy significativas, pues incitaban a la imitación y al seguimiento de Cristo.45 Entre los escritores de meditaciones más famosos se encuentra el jesuita vallisoletano Luis de la Puente. En sus obras, el autor explica diversas partes de la meditación
[…] señalando con gran sentido práctico y flexibilidad el modo con que debe emplearse el ejercitante. Indica una gran variedad de métodos, equilibra la enseñanza con la acción de la gracia. Tiene en cuenta diversos estados y situaciones de cada persona, soluciona las principales dificultades. Insiste en que la “esencia” consiste en “hablar” dentro de nosotros mismos con Dios Nuestro Señor”.46
En las bibliotecas de la UNAM se encontraron un total de 10 ejemplares de Luis de la Puente, divididos en cinco obras, Meditaciones espirituales…47 (tres), Compendio de las meditaciones…48 (dos), Meditaciones de los ministerios de nuestra sacta fe…49 (dos), Sentimientos y avisos espirituales…50 (dos) y Meditaciones espirituales para los días de cuaresma…51 (uno). La mayoría de las obras se publicaron en España, a saber, cinco en Madrid, una en Barcelona y otra en Valladolid; las ciudades de Amberes y Londres también contribuyeron con un ejemplar.
Respecto a las obras comentadas, explanadas o adaptadas, aunque se consideraban incompletas por fijar su atención sobre algún aspecto de los ejercicios o contener glosas o ampliaciones, su difusión y publicación fue extensa. A través de ellas sus autores intentaban explicar y penetrar la doctrina de los ejercicios; varios de ellos, no satisfechos, con simplemente discutir el método, se ocuparon también de la práctica.
En la Biblioteca Nacional de México y en la biblioteca Eusebio F. Kino se localizaron textos elaborados por 18 jesuitas, de 14 se conservan entre uno y ocho ejemplares,52 mientras que de cuatro se custodian entre nueve y 12. Los 14 primeros autores están representados por jesuitas de diferentes nacionalidades: franceses, alemanes, italianos, españoles, incluso hay un mexicano. Todos escribieron durante el Antiguo Régimen, en su idioma natal y fueron traducidos al castellano en diversas ocasiones.
La mayoría de las obras conservadas en México procedían de las imprentas españolas, destacando las editadas en Madrid, aunque también encontramos, en número muy reducido, libros procedentes de Barcelona, Salamanca, Sevilla, Valladolid y Valencia; otros fueron impresos en Lyon y Venecia durante los siglos XVII y XVIII, y uno se editó en el siglo XIX en Londres. En la ciudad de México también se hicieron ediciones, que por cierto, le siguieron en número a las madrileñas; se publicaron tanto en la época colonial, especialmente en el setecientos y en la centuria decimonónica; la ciudad de Puebla que tenía permiso para imprimir aportó un libro.
El contenido de los textos, como se ha indicado, se acercaba a uno o varios aspectos relacionados con los ejercicios espirituales, así por ejemplo, Simons Bagnati daba premisas para santificar la muerte siguiendo las máximas de los ejercicios, José María Genovese se centraba en las lecciones espirituales, Daniel Pawloswki en la forma como Dios hablaba al corazón de los religiosos ejercitantes y el mexicano Antonio Núñez de Miranda, quien era confesor de Sor Juana, fijó la atención en la contemplación, la oración y la meditación sobre la vida de Cristo con la finalidad de acercar a las religiosas a la práctica de los ejercicios ignacianos. La obra tiene que ver más con la práctica mística que con el ascetismo.53
Llegamos por último al grupo compuesto por cuatro jesuitas con el mayor número de obras localizadas; ellos son los italianos Carlo Gregorio Rosignoli con 11, Sebastián Izquierdo con 11, Carlo Ambrosio de Cataneo con 10, al igual que el francés Francisco Nepueu. De Cataneo ubicamos 3 libros, Esercizj Spirituali di S. Ignazio/opera opustuma del Padre Carl’ Ambrogio Cattaneo, Venezia: Presso Niccolò Pezzana, 1744, 4º, Exercicios Espirituales de S. Ignacio, obra posthuma, escrita en italiano por el P. Carlos Ambrosio Cataneo, de la Compañía de Jesus, y traducida al español por el P. Pedro Lozano, de la misma Compañía, Madrid: En la imprenta de D. Gabriel Ramirez, y à su costa, 1754, 8º.54 La obra está compuesta por meditaciones, reflexiones, reglas, un breve método para la confesión y exámenes generales, particulares o sobre algún punto en específico. Ignacio Iparraguirre señala que tal escrito estuvo en boga durante el siglo XVIII por tener una forma académica, llena de imágenes y figuras retóricas; en él, su autor dialoga con el ejercitante.55 Otra obra del autor es Maximas eternas: propuestas en lecciones, para quien se retira à los exercicios Espirituales De San Ignacio. Obra posthuma cescrita en italiano por el P. Carlos Ambrosio Cataneo, De la Compañia De Jesus, y traducida al español por el Padre Pedro Lozano, De la misma Compañia, Madrid: en la imprenta De D. Gabrièl Ramirez, y à su costa, 1754, 8º. Cataneo da lecciones espirituales para ocho días sobre el pecado, la muerte, el juicio, el infierno entre otros temas. La obra fue reimpresa por el mismo editor en 1764, 1766, 1776 y 1788, y una vez, se imprimió en Venecia en 1746.
Carlo Gregorio Rosignoli publicó Verdades eternas: explicadas en lecciones, ordenadas principalmente para los dias de los ejercicios espirituales por el P. Carlos Gregorio Rosignoli; tr. del toscano por un religioso de la misma Compañía, Sevilla: por Juan de la Puerta, 1714.56 En la introducción de la obra dirigida al lector, el jesuita dice que “han salido a la luz varias meditaciones, pero que faltaban algunas lecciones ajustadas a las meditaciones que sirviesen de imprimir más vivamente en el ánimo aquellas máximas eternas de los ejercicios espirituales, pues son la lección y la meditación las dos alas de la paloma que levantan al cielo”.57 Contiene 16 lecciones, correspondientes a 15 días de ejercicios, así como meditaciones para cada día del mes, reglas para vivir santamente, un método para prepararse para la oración mental, examen de la conciencia, etcétera. A nueve ediciones se le agregaron meditaciones breves sobre los novísimos -muertes, juicio, purgatorio, cielo e infierno-, repartidas en los días del mes.
Francisco Nepueu, escribió Pensamientos o reflexiones cristianas para todos los días del año, escritos por el R. P. Francisco Nepveo, Amberes: a costa de los hermanos Tourner, 1744.58 El libro contiene reflexiones para la vida espiritual, los novísimos, las virtudes, penitencia, misa, comunión, culpa, misterios de la vida de Jesucristo, etcétera, siguiendo el método ignaciano como él mismo lo indica. Otros libros de este autor fueron Método de oración mental y su práctica, Madrid, 1761 y Retiro espiritual según el espíritu y método de San Ignacio, traducida del francés al italiano y estampada en Venecia en 1721.
El autor preferido por los impresores mexicanos fue Sebastián Izquierdo, el privilegio para imprimir la obra fue otorgado por primera vez a Diego Fernández de León en el siglo XVII. Izquierdo escribió Practica de los exercicios Espirituales por nuestro padre San Ignacio por Sebastián Izquierdo de la Compañia de Jesus. Roma: por el Varense, 1675.59 La clave del éxito de dicho autor se debió a su eminente practicidad, solidez y claridad, ya que ofrece una verdadera guía ilustrada de los ejercicios espirituales de San Ignacio, pero reducidos a ocho días. Doce de las 14 láminas grabadas se realizaron a partir de las monumentales Evangelicae Historiae Imagines (1593) de Jerónimo Nadal. Las imágenes no son sólo descripciones, sino dispositivos mnemotécnicos que permiten al lector de nuestro siglo mirar “preciosos ejemplos de imágenes que inspiran a la meditación, dirigen la recepción de las enseñanzas y las hunde en la memoria”. Específicamente son memorables las imágenes del infierno y del abismo, donde se muestran las intenciones pedagógicas y las posibilidades del libro.60 Así pues, se trata también de un libro de emblemas cuya finalidad era la de poder llevar a cabo los ejercicios sin la guía de un director.61
Hasta el momento se ha dado cuenta de los ejemplares de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola resguardados en las bibliotecas mexicanas, además de haberse hecho alusión a otros jesuitas que escribieron libros de meditaciones u obras adaptadas o acomodadas. Para concluir con el análisis aún hace falta conocer a quién pertenecieron los ejemplares antes de llegar a su destino actual y acercarnos a los ejercitantes.
Instituciones de origen de las obras y sus ejercitantes
Mediante las marcas de fuego, ex libris y sellos de goma es posible saber a qué corporaciones o personas perteneció el libro de los ejercicios.62 La obra editada en 1596 formaba parte de la biblioteca del Convento franciscano de Nuestra Señora de Zapopan en el estado actual de Jalisco. Las ediciones de 1606 pertenecieron al colegio de San Ildefonso de México, a la Congregación de la Buena Muerte auspiciada por los jesuitas, al convento de Zapopan, y de otra no se tiene ninguna noticia, ya que a veces los libros no contenían marcas de fuego, sellos o ex libris.
La de 1616 fue del rector de un colegio de Puebla y posteriormente fue a parar a manos del bibliófilo mexicano Emeterio Valverde Téllez; la de 1735 estaba en la librería del Convento de San Agustín; la de 1675 en el Colegio de San Fernando de los misioneros de la orden de San Francisco de Propaganda Fide. Finalmente, el libro editado en 1689 era de Gloria Rasmussen, ex alumna de la Universidad Iberoamericana, y se desconoce cómo llegó a sus manos.
Los ejemplares del siglo XVIII se distribuyeron de la siguiente forma: 1733, Colegio del Estado de Puebla, donado por el presbítero Pedro N. Blanco y el segundo de ese año estaba en el Colegio Apostólico de Propaganda Fide de San Fernando, en el libro se encuentra un ex libris manuscrito que dice lo siguiente “de Franco. Teresa”. No se sabe si el volumen fue pedido a los libreros de la ciudad para que lo trajeran de Europa o si había pertenecido a otro establecimiento franciscano o jesuita, ya que no existe ninguna marca de procedencia o tenencia.
El libro editado por la Cámara Apostólica era del convento de San Diego y las publicaciones de 1749 hechas por la imprenta De los Recientes formaron parte de la Biblioteca Turriana de la Catedral Metropolitana de México y del Convento de San Juan de la misma ciudad, además de contener una de ellas un ex libris manuscrito donde se indica que perteneció a María Antonia de San Ignacio, quien suplica que si alguien lo encuentra se lo devuelva “por amor De Di”. Finalmente, este ejemplar tiene dos sellos de tinta, en el primero dice De ex libris Historia México Colegio Máximo S.I., y, el segundo, “De la Asociación Histórica Americanista”.
La obra de 1800 tiene un sello con la leyenda Colegio de San Francisco Javier de Tepotzotlán. Esta institución había sido el noviciado de los jesuitas, pero a partir de 1776 el edificio albergó el Colegio Seminario para instrucción, retiro voluntario y corrección de clérigos seculares fundado por el arzobispo ilustrado Alonso Núñez de Haro. En este recinto los clérigos residentes, los candidatos al sacerdocio, los curas y otros eclesiásticos realizaban ejercicios espirituales una vez al año, empleando los directores el texto El eclesiástico instruido en los principales ministerios y obligaciones de su estado compuesto por el arcediano de Ecija, Tomás Ortiz de Garay, teniendo presentes los diez días de ejercicios de San Ignacio; la oración se tendría por las novísimas, la pasión y la muerte de Jesucristo.63
La utilización de esta obra, en lugar de la del santo, se debió a los ya explicado sobre la prohibición del libro de Ignacio, no obstante, varios impresores españoles continuaron editándolos como una respuesta al antijesuitismo. Aunque también pudo deberse a que el prelado se decidió por el otro autor, pues su obra estaba dirigida a los clérigos seculares.
Por último, tenemos los ejemplares editados en 1837 y 1841, es decir, después de la segunda supresión de la Compañía de Jesús en 1821; éstos llevan un sello con la leyenda “Residentia Angelorum S.I. Mexici, IHS”.
En resumen, durante la época colonial sólo se sabe que dos ejemplares de los libros localizados en las bibliotecas mexicanas pertenecieron a un colegio jesuita y otro a una congregación ligada a la orden, sin embargo, esta afirmación debe tomarse con reservas, ya que se desconoce la procedencia de algunos libros, además de que varios no cuentan con ninguna marca para su identificación. De los libros pertenecientes a la biblioteca de la catedral y de los provenientes de las estanterías de los conventos de las órdenes religiosas puede aducirse que su existencia no es extraña, pues como se ha indicado, los papas impulsaron la realización de los ejercicios de San Ignacio precisamente a los miembros de esos cuerpos, además de tomar en cuenta los traslados de libros ocurridos después de la expulsión y del decreto de nacionalización de bienes eclesiásticos. En el México republicano dos ejemplares regresaron a la Compañía de Jesús y otros quedaron en manos de los franciscanos.
Los ejercitantes, por tanto, fueron jesuitas, colegiales ignacianos, congregantes, clérigos seculares, clérigos regulares, laicos, indígenas, mujeres y religiosas como habían dispuesto los papas, además de que San Ignacio y sus compañeros dieron ejercicios a personas no pertenecientes a la orden. En el caso de las mujeres se sabe que las colegialas del Colegio de San Ignacio de las Vizcaínas realizaban periódicamente los ejercicios del santo vasco. Ello se debió a que dicho colegio se basó en la premisa ignaciana, “a la mayor gloria de Dios”, con la intención de “mostrar que las mujeres que en él se educaban darían Gloria a Dios con sus vidas”.64
Respecto a las obras escritas por otros jesuitas debemos preguntarnos si éstas formaron parte de las mismas estanterías. Con relación a los autores de los cuales se dieron noticias en el apartado anterior, se sabe que sus libros fueron adquiridos por conventos masculinos y femeninos de mercedarios, dieguinos, franciscanos y monjas agustinas recoletas. También estuvieron en las bibliotecas de las residencias jesuitas de Guadalajara y Puebla, de los colegios Máximo de San Pedro y San Pablo y de San Ildefonso de la ciudad de México, los colegios de la Merced, San Fernando, Vizcaínas, además de la biblioteca de la catedral metropolitana y de la biblioteca de la Casa Profesa, la cual fue entregada a los oratorianos de San Felipe Neri después del extrañamiento de los ignacianos.
Como sucedió con el libro de Ignacio, varios ejemplares pasaron por diversas instituciones a lo largo del tiempo. La edición de 1727 de Retiro espiritual para el uso de comunidades religiosas, del francés Bourdelau, fue primero del colegio de San Ildefonso, luego de los oratorianos, posteriormente se integró a la biblioteca del colegio de San Fernando y, finalmente, quedó en manos de fray Tomás de Paniagua, pero usado por el padre Castro. La obra se resguarda en la Biblioteca de la Universidad Iberoamericana.
Los libros de meditaciones de Luis de la Puente pertenecieron a las librerías del Oratorio de San Felipe Neri, del Colegio de San Juan de Letrán y de los conventos de San Cosme, San Francisco y San Diego. Así pues, sus meditaciones fueron de interés para clérigos regulares ya contemplados -dieguinos y franciscanos- y para nuevos ejercitantes como los seculares y seglares oratorianos que se establecieron en la ciudad de México en 1661. La inclusión de esos textos en su biblioteca se debió a que San Felipe Neri, fundador de los filipenses, admiraba el modo de orar de Ignacio y tenía en alto concepto sus ejercicios espirituales. Los textos de Puente, localizados en la biblioteca Eusebio Dávalos Huerta del INAH, cubrían también un público más amplio, el de los mestizos, indios y criollos del colegio de Letrán.
Los receptores de los ejemplares de los cuatro autores que se destacaron difundieron la espiritualidad ignaciana a nuevas comunidades. Carlo Ambrosio de Cataneo figuró en las librerías de los agustinos y carmelitas, además de otros actores ya conocidos, franciscanos, jesuitas y colegialas de San Ignacio de las Vizcaínas,65 mientras que la de Carlos Gregorio Rosignoli reafirmó la presencia de los ejercicios en el convento de San Diego, el colegio de San Fernando y nuevamente en Vizcaínas. Francisco Nepueu fue localizado en los conventos de San Sebastián y San Joaquín de Tacuba de los carmelitas descalzos y en el Convento Grande de San Francisco. Sus libros además contienen ex libris que permiten conocer a qué personajes pertenecían, basta un ejemplo relativo al libro Pensamientos, el cual era de fray Antonio Larcos del Colegio de San Fernando. Finalmente, la obra de Sebastián Izquierdo formó parte de las bibliotecas del colegio Máximo de San Pedro y San Pablo, del Oratorio de San Felipe Neri y de los colegios de San Fernando y Vizcaínas.
Reflexiones finales
Al revisar los diferentes acervos bibliográficos de la ciudad de México se puede advertir la importancia del libro de los ejercicios espirituales en la vida de los miembros de las instituciones novohispanas y mexicanas que no pertenecían a la Compañía de Jesús. Esa relevancia las llevó a hacerse de ejemplares que les permitieran conocer y practicar los ejercicios como parte de sus tareas espirituales. El empeño de hombres y mujeres pertenecientes a esos cuerpos no cesó con la expulsión de los regulares de Loyola en 1767 ni con la llegada del régimen republicano a México, el cual tenía entre una de sus consignas secularizar y modernizar la cultura, así como la educación eliminando ambos aspectos del yugo de los religiosos.
La consulta de las bibliotecas mexicanas permite observar una aparente difusión de la Vulgata y el Autógrafo, aunque como se vio a lo largo del texto, el reducido número de ejemplares pudo deberse a diferentes factores ya apuntados. Por ello, en el devenir de la investigación propuesta será necesario acercarse a los inventarios de las bibliotecas novohispanas o a los trabajos ya efectuados sobre el tema. Asimismo, deberá recurrirse a las fuentes empleadas por los investigadores dedicados al estudio de la circulación del libro, de los impresores y de las imprentas.
La indagación también nos acercó a los jesuitas que siguiendo el espíritu de los ejercicios de Íñigo redactaron obras sobre determinados temas que les resultaban de interés. Además, acomodaron sus escritos a diferentes periodicidades que van desde ocho días hasta un año y a diferentes tipos de ejercitantes tanto masculinos como femeninos. Finalmente podemos decir que para convertir sus libros en obras prácticas varios de esos autores incluyeron imágenes que explicaban visualmente algún tema y las acompañaban de un texto que ahondaba en el mensaje a transmitir.
El estudio también demostró la necesidad de examinar más de cerca o de construir un sistema propio para presentar los impresos, más allá de los ya establecidos por la Norma internacional para la descripción bibliográfica de los libros antiguos (ISBD), la cual ha sido cuestionada por algunos bibliotecarios. Por otra parte, será necesario un estudio profundo de las ediciones para detectar si se trata de impresiones nuevas o de reimpresiones.
En futuras investigaciones será necesario andar nuevamente el camino y revisar otras bibliotecas tanto nacionales como extranjeras que resguardan el libro del santo y de sus compañeros de orden, y que hayan pertenecido a instituciones mexicanas. Igualmente deberán revisarse los catálogos o repertorios escritos entre el siglo XVII y el siglo XX.
Será interesante de igual manera, detenerse en algunos de los jesuitas trabajados aquí y en otros personajes que no pertenecían a la orden, pero que realizaron textos basados en la obra de Íñigo, entre los cuales destacan los elaborados por clérigos seculares y por clérigos regulares como el cartujo Antonio de Molina, e incluso, por algunas mujeres.
Por último, debemos concluir y, quizá esto sea lo más relevante, que los ejercicios ignacianos, ya fueran siguiendo el libro del santo o de otros jesuitas fueron de gran relevancia en la vida espiritual de Nueva España y de la República Mexicana, no sólo por la práctica que de ellos hicieron diferentes sectores de la sociedad, sino por la amplia recepción que tuvieron las obras de otros jesuitas, e incluso, del libro del santo.