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Papeles de población

versión On-line ISSN 2448-7147versión impresa ISSN 1405-7425

Pap. poblac vol.19 no.76 Toluca abr./jun. 2013

 

La estructura social del trabajo en Argentina en el cambio de siglo: cuando lo nuevo no termina de nacer

 

The social structure of work in Argentina: the new that is not completely born

 

Agustín Salvia y Pablo Gutiérrez Ageitos

 

Programa Observatorio de la Deuda Social Argentina UCA/Programa Cambio Estructural y Desigualdad Social, Instituto de investigaciones Gino Germani UBA

 

Recibido el 27 de mayo de 2010
Aprobado el 13 de febrero de 2012.

 

Resumen

El artículo describe los cambios ocurridos en la estructura social del trabajo urbano argentino entre el punto más alto del crecimiento económico bajo el régimen de políticas neoliberales de la década del novena (1998), la crisis socio económica del período 2001-2002 y el todavía vigente proceso de crecimiento con políticas heterodoxas. Se analizan las variaciones en las composiciones de la fuerza de trabajo en términos de pertenencia sectorial (formal, informal y público) y calidad de los puestos (estables, precarios y marginales), así como el impacto de la crisis del régimen social de acumulación sobre las brechas de ingreso de los ocupados. Los autores discuten sobre la profundidad del proceso y la plausibilidad de la hipótesis del cambio de régimen desde el año 2003.

Palabras clave: Trabajo, estructura social, economía, informalidad, desigualdad.

 

Abstract

This article describes the changes in the social structure of labor occurred in Argentina from the highest spot in economic growth of the neoliberal 90s, the socioeconomic crisis of 2001 and 2002, and the still continuing process of growth with heterodox politics. Changes in the composition of the work force concerning sector inscription (formal, informal and public) and quality of the employment (stable, precarious and marginal) are compared, along with the impact of the crisis of the social regime of accumulation on the income differences. The authors discuss the depth of the changes and the feasibility of the beginning of a new regime hypothesis since year 2003.

Key words: Work, social structure, economy, informality, inequality.

 

Presentación

El aumento de la pobreza y la desigualdad en Argentina durante las últimas décadas se vincula estrechamente con los efectos regresivos generados por el programa de reformas estructurales asociado al plan de convertibilidad monetaria, apertura comercial y liberalización económica. En general, este deterioro es explicado por los investigadores en función del impacto que tuvieron dichas políticas sobre el tipo de empleo generado, así como sus efectos en materia de vulnerabilidad externa y pérdida de capacidad regulatoria del Estado.1

Por el contario, para algunos, la fase de crecimiento económico —con crecimiento del empleo y caída de la pobreza—, que inauguró la salida del régimen de convertibilidad en el año 2002, ha despertado optimismo sobre su potencial como nueva matriz de desarrollo para Argentina. En este caso, se vislumbra la instalación de un nuevo régimen de empleo con protección social (Palomino, 2006: 9) o un nuevo modelo de desarrollo (Neffa y Panigo, 2009).

Además del efecto directo del crecimiento sobre la creación del empleo, se enfatiza el impacto de: I) un cambio en el rol del Estado, II) un cambio en las estrategias de los actores sociales, III) una recuperación del mercado interno y de la demanda agregada como consecuencia de las políticas de restablecimiento del poder adquisitivo de los trabajadores activos y pasivos. Específicamente, la estructura social del trabajo se ve alcanzada por la recuperación del rol de arbitraje y de control del Estado sobre el registro laboral, la reinstalación normativa del control jurídico sobre la subcontratación, las políticas sobre el salario mínimo y la negociación colectiva y, finalmente, los cambios de comportamiento de las organizaciones sindicales y otros actores sociales.

Para nosotros, si bien las políticas económico-institucionales han sido y continúan siendo factores claves intervinientes en los procesos que se describen, no cabe confundir los modos de instrumentación con las condiciones estructurales que las hacen necesarias y que, incluso, pueden hacerlas inocuas o alterar sus resultados esperados. Es por ello que, sin desconocer la existencia del mencionado vínculo, se argumenta en este trabajo una tesis alternativa, según la cual la demanda de empleo y sus efectos sobre la desigualdad social no constituyen una función directa de las políticas macroeconómico-institucionales, sino que sobre estas manifestaciones operan factores estructurales que remiten al régimen dominante de acumulación y al modo en que los agentes ajustan y despliegan sus estrategias, condicionados por factores independientes de su voluntad.

La representación general del problema que propone esta tesis es que el cambio de reglas no resulta suficiente para alterar el renovado carácter heterogéneo, dual y combinado que presenta la dinámica de acumulación en la actual fase de globalización. Si bien no hemos estado solos en el esfuerzo de hacer empíricamente evidente esta situación (CENDA, 2005; Féliz y Pérez, 2005; Lavopa, 2005), un aspecto distintivo de nuestros trabajos es sostener que la mencionada matriz se apoya en un régimen social de acumulación (Gordon et al., 1986) altamente concentrado, cada vez más globalizado y en buena medida responsable de la heterogeneidad estructural,2 que afecta al funcionamiento de los mercados de trabajo y la emergencia de una sobrepoblación relativa "no necesaria" para la reproducción de dicho régimen.3

Desde esta perspectiva, trabajos anteriores han buscado descifrar este proceso a la luz de los efectos regresivos generados durante la década de 1990, de manera independiente de los ciclos de crecimiento, retracción y reactivación de la economía; en particular, sobre los procesos de reproducción social, movilidad socio-laboral y marginación económica, tanto a nivel de los hogares como de la fuerza de trabajo (Donza et al, 2004; Fraguglia y Persia, 2003; Salvia, 2003; Salvia, Rubio, 2002; Salvia y Tissera, 2000; Salvia et al, 2000; entre otros). En igual sentido, trabajos más recientes han aportado evidencia sobre el hecho de que, en el marco del ciclo de crecimiento y reactivación económica posdevaluación (2003-2007), pese a la reducción significativa de las tasas de desempleo abierto y de pobreza en los mercados de trabajo urbanos del país, no se ha alterado de manera sustantiva la matriz estructural de inserción económico-ocupacional de la fuerza de trabajo (Salvia et al, 2007; Comas y Stefani, 2007; Salvia et al, 2006; Salvia, 2005).

En esta ocasión, el eje del trabajo es evaluar el comportamiento que ha presentado la estructura social del empleo, ampliando la ventana de estudio a la comparación de dos fases particulares del proceso económico-ocupacional de los últimos años: en primer lugar, los tres años que transcurren entre un momento de auge del llamado modelo "neoliberal" de convertibilidad y la situación de crisis en que entró dicho modelo antes de su dramático final (1998-2001); en segundo lugar, los tres años que siguen a la salida de la crisis generada por la devaluación de la moneda (2003-2006), etapa de fuerte crecimiento económico que denominaremos modelo "neo-desarrollista" con tipo de cambio alto.4

El supuesto teórico central que se pone a prueba es que la heterogeneidad estructural, la segmentación de los mercados y la emergencia de sectores económicamente marginales al modelo de acumulación, lejos de disiparse, continúan siendo patrones relativamente invariables en la actual etapa económica posdevaluación. Si esto es correcto, el actual modelo macroeconómico difícilmente se constituirá en un régimen capaz de absorber en condiciones de "empleo decente" al conjunto de las fuerzas productivas de la sociedad.5 A lo sumo, cabe durante los ciclos de expansión de la economía —como el ocurrido durante el periodo 2003-2007 en Argentina— esperar aumentos en el nivel de empleo agregado, con una consecuente caída de la tasa de desocupación abierta y eventuales mejoras en la calidad del empleo en algunos sectores (los más dinámicos), pero sin que ello altere sustantivamente la heterogeneidad sectorial, la segmentación laboral ni la emergencia de sectores marginales a las relaciones sociales de producción dominantes (Salvia, 2007; Salvia et al, 2007). Durante estas fases se incrementan las oportunidades para la explotación de ámbitos de subsistencia económica y, asimismo, para el control social de los excedentes poblacionales sin mediar un conflicto con los sectores oligopólicos.

Con el objetivo de evaluar la capacidad de incorporar a la fuerza de trabajo6 a un "régimen de pleno empleo" —tanto en el modelo de convertibilidad como en el posdevaluación— se comparan los cambios en la estructura económico-ocupacional. El análisis se centra tanto en la calidad de las relaciones laborales como en la composición sectorial de la fuerza de trabajo; así como en el vínculo entre ambas dimensiones.

Este análisis comparativo se aplica sobre cuatro "ventanas" o momentos "testigos" del proceso histórico reciente (1998, 2001, 2003 y 2006). Además se analiza el peso relativo del capital humano y la inserción sectorial, entre otras características de los ocupados, en la determinación del nivel de ingresos laborales mediante un ejercicio de regresión.

La estrategia metodológica aplicada consistió en el análisis de microdatos elaborados por la Encuesta Permanente de Hogares del INDEC, correspondientes a los relevamientos de octubre de los años 1998 y 2001 —modalidad "EPH puntual"—, y los relevamientos de los segundos semestres de los años 2003 y 2006 —bajo la metodología de la denominada "EPH continua"—. Dadas las conocidas diferencias metodológicas que presentan ambos tipos de encuestas, se emplearon en este trabajo procedimientos de ajuste sobre los datos de octubre de 1998 y 2001.7

 

Contexto histórico-económico del análisis

La última década del siglo pasado fue testigo de grandes cambios en la matriz económica y socio-ocupacional en Argentina. Esta transformación no fue sino la expresión de un cambio en el régimen social de acumulación, fundado en la industrialización por sustitución de importaciones (ISI), por otro basado en la acumulación financiera, la apertura comercial a los mercado mundiales, la explotación de recursos naturales, el desmembramiento del Estado mediante la privatización de numerosas empresas, etc., todo lo cual parece haber seguido con esmero las recetas propuestas por el llamado "consenso de Washington".8

Pero, a fines de la década el régimen de reformas dejó claro sus límites para la generación de riqueza. Entre mediados de 1998 y el año 2002 las ondas expansivas provocadas por las crisis financieras mundiales produjeron una nueva y prolongada recesión. El déficit fiscal y la abultada deuda externa acumulada emergieron una vez más como una seria restricción a las posibilidades de crecimiento de la economía. Al mismo tiempo, la in-flexibilidad del modelo de estabilización de precios para adecuar los niveles de competitividad de la economía, sumado a la caída de los precios de los commodities —a principios de 1999—, afectó la competitividad internacional y potenció la prolongación del fenómeno recesivo. En este contexto, a partir de 1999, se pusieron en marcha medidas de ajuste fiscal y de refinanciamiento de la deuda externa; todo lo cual terminó agravando la recesión y produciendo un enorme colapso económico, social y político-institucional, conduciendo a la salida del régimen de convertibilidad.

En el año 2002 se inaugura una nuevo ciclo económico. En el marco de la devaluación y el default internacional que ocasionó la salida de la convertibilidad, se modificó radicalmente el sistema de precios y el comportamiento macroeconómico, generando un incremento sustantivo del tipo de cambio real, lo cual permitió lograr un rápido e importante superávit comercial y fiscal. La crisis se acompañó de un crecimiento del desempleo y una amplia caída de los ingresos reales de los trabajadores, que eran, en abril de 2002, 22 por ciento inferiores a los del año 2001, y en septiembre de ese año habían caído hasta 29 por ciento respecto al nivel que tenían al comienzo de la década de los noventa, aun sin considerar en este cálculo los ingresos de los beneficiarios de planes de empleo (Beccaria, 2008).

A partir de este escenario, y bajo un contexto de precios internacionales favorables para las exportaciones primarias, se inició una fase de recuperación de la actividad productiva, del consumo interno y de las finanzas públicas, apoyada por el impulso de las exportaciones y de una re-sustitución de importaciones manufactureras; todo lo cual generó una recuperación de la demanda agregada de empleo. En este segundo momento, las remuneraciones reales de los trabajadores se recuperaron, entre otros factores, debido a una política activa de intervención del Estado mediante incrementos en el salario mínimo.9 Además, dicha política se concentró especialmente en el segmento protegido del mercado de trabajo, aumentando, como se verá, las brechas de ingresos.

Este cambio de régimen macroeconómico hacia uno de tipo neodesarrollista ha significado un crecimiento continuado del producto interno bruto en un promedio de casi nueve por ciento anual durante el periodo 2003-2007. Este desempeño económico y su impacto directo sobre el empleo parecen sostenerse gracias al mantenimiento de un tipo de cambio real competitivo, en un contexto de amplio superávit primario y de recuperación del mercado interno, a través de actividades de baja o mediana productividad.

En materia de empleo, este periodo de crecimiento económico permitió llegar al segundo semestre de 2006 con una mayor demanda de trabajo que en el momento de máximo crecimiento del modelo de la convertibilidad. Extrañamente, este retroceso se explica fundamentalmente por una caída de la tasa de desocupación abierta y, en menor medida, por una caída del subempleo. Este proceso tiene como marco un aumento en la participación laboral de la población adulta de al menos dos puntos porcentuales entre octubre de 1998 y el segundo semestre de 2006.

Para evaluar este desempeño vamos a estudiar los cambios en los perfiles sectoriales, la calidad de la inserción laboral de la fuerza de trabajo y los niveles de desigualdad con que opera la estructura social del trabajo en este periodo. Desde esta perspectiva, en las siguientes secciones intentamos responder ¿en qué medida el agotamiento y la salida del modelo de convertibilidad acarrea un cambio en la estructura social del trabajo? O, por el contrario, ¿en qué medida se mantiene vigente hasta el momento una organización económico-sectorial desigual, con un polo informal marginal y con mercados de trabajo segmentados en cuanto a sus rasgos estructurales y modos de funcionamiento?

 

Estrategia metodológica para el abordaje de la heterogeneidad sectorial y la segmentación socio-ocupacional

Para dar respuesta a las preguntas planteadas, se hace a continuación un análisis comparativo de cuatro momentos "testigos" del proceso histórico reciente de nuestro país (1998, 2001, 2003 y 2006). Para cada uno de ellos se analizan tasas de participación, medidas de incidencia y brechas relativas de ingresos laborales correspondientes a diferentes sectores eco-nómico-ocupacionales y formas de inserción en el mercado laboral. La población objeto de estudio comprendió a la población de 18 años o más en estado de ocupación, desocupación o inactividad por "desaliento".10

En trabajos anteriores (Salvia, 2003; Fraguglia y Metlika, 2006; Comas y Stefani, 2007; Salvia et al, 2007) se puso de relieve la pertinencia de un análisis diferenciado entre la inserción sectorial-ocupacional de la fuerza de trabajo, en tanto expresión de la heterogeneidad estructural a nivel sectorial y ocupacional (empleo asalariado y no asalariado en sectores formal, informal y público), y la forma de participación y la calidad de los puestos (empleo estable, precario y marginal, subempleo y desempleo en sus distintas formas) —como reflejo de la heterogeneidad de los mercados de trabajo urbanos y del funcionamiento segmentado del mismo—. Ambas dimensiones permiten componer una matriz económico-ocupacional a partir de la cual se hace posible reconocer aspectos teóricos y empíricos. Para tal objetivo se han elaborado dos variables agregadas que pretenden dar cuenta de ambas dimensiones utilizando los microdatos de la EPH-INDEC:

 

Estructura sectorial-ocupacional del empleo

Expresión de la heterogeneidad económica de la estructura ocupacional, cuyo significado conceptual más acabado cabe buscarse en los criterios analíticos formulados por Pinto (1970, 1976) y retomados por el PREALC (1978), los cuales postulan —en el marco de los programas de la OIT (1983)— emplear el tamaño del establecimiento y la calificación de la tarea como indicadores proxy de productividad e integración económica a los proceso de modernización (sectores público, forma e informal de la economía). 11 En esta ocasión, condicionados por las limitaciones metodológicas y muestrales, las categorías factibles de construcción y comparación válida para los cuatro años tomados como ventanas de estudio fueron: I) asalariados del sector público, II) ocupados en planes de empleo, III) no asalariados de empresas o negocios formales (a cargo de tareas profesionales o en establecimientos con más de cinco ocupados), IV) asalariados de empresas o negocios privados formales (a cargo de tareas profesionales o en establecimientos con más de cinco ocupados), V) cuenta propia no profesionales y patrones de microempresas (con hasta cinco ocupados), VI) asalariados y trabajadores familiares de microempresas (establecimientos con hasta cinco ocupados), y VII) asalariados y no asalariados que trabajan para hogares (servicios domésticos a hogares).

 

Segmentos sociales del mercado laboral

Como indicador de la segmentación de las relaciones de mercado a nivel laboral, donde se retoman perspectivas teóricas empleadas para diferenciar distintos componentes económicos, instituciones y modos de funcionamiento de los mercados de trabajo (segmentos primarios o estables para mercados internos y segmentos secundarios o inestables para mercados externos), los cuales se comportan según ciclos económicos, estructuras sectoriales de acumulación y estrategias desplegadas por los agentes (Kerr, 1954; Piore, 1975).12 En este caso, también condicionados por las limitaciones metodológicas y muestrales, las categorías factibles de construcción para los cuatro años tomados como testigo son: I) empleos del segmento primario (empleos a tiempo completo o parcial, pero con estabilidad laboral, inscripción en la seguridad social e ingreso mínimo garantizado); II) empleos del segmento secundario (empleos a tiempo completo o parcial sin estabilidad laboral o cobertura social pero con ingresos por sobre los mínimos de subsistencia); y III) trabajos del segmento marginal (trabajos generalmente a tiempo parcial, sin protección laboral ni cobertura social y con ingresos por debajo de los mínimos de subsistencia).13 Finalmente, cabe señalar que el esquema de categorías utilizado integra al análisis de la segmentación tres componentes de la desocupación: el desempleo reciente (menos de seis meses de búsqueda), estructural (más de seis meses de búsqueda) y desaliento (inactivos que no buscan porque no creen encontrar un trabajo).

A partir de conjugar ambas dimensiones, la estructura social del trabajo puede ser descrita a través de una matriz económico-ocupacional de doble entrada definida, por una parte, a través de un componente que representa la estructura sectorial y las categorías ocupacionales de inserción de la fuerza de trabajo, y, por otra, a través de una variable que reconoce las diferentes formas de segmentación y utilización de la fuerza de trabajo. A una mayor heterogeneidad estructural es de esperar mayor segmentación socio-laboral, de manera independiente de los ciclos económicos; lo cual debería expresarse en consecuencias negativas en materia de capacidades de integración y movilidad social por parte de los segmentos laborales más afectados.

 

Cambios en la composición sectorial y en los segmentos del mercado de trabajo

Tal como hemos mencionado, si bien es de esperar que la segmentación socio-ocupacional de los mercados de trabajo sea una consecuencia directa del tipo de organización productiva, no debería ser así en el caso de las variaciones en el volumen de fuerza laboral empleada, los niveles de remuneración alcanzados y los excedentes de fuerza de trabajo; lo cuales pueden variar acompañando las fluctuaciones macroeconómicas. Para evaluar este modelo conceptual, la Tabla 2 muestra las distribuciones que registra esta variable (tanto a nivel de la población económicamente activa ampliada como de la fuerza laboral ocupada) para cada uno de los años analizados. Los datos ajustados muestran que durante el periodo recesivo que se inicia en 1998 y finaliza en 2001, tal como era de esperar, el aumento verificado en la tasa de desempleo implicó una fuerte retracción del empleo en general, pero sobre todo del segmento primario, incrementándose los excedentes relativos y absolutos de fuerza de trabajo. La participación de las ocupaciones estables cayó 15 por ciento, la de los empleos precarios solo lo hizo en 10 por ciento y la del segmento marginal o de subsistencia no experimentó cambios, mostrando, incluso, un aumento en términos absolutos a través del ingresos de trabajadores adicionales inactivos o por ocupados desplazados del segmento secundario.

Como resultado de este proceso, el empleo en el segmento secundario y las ocupaciones marginales aumentaron su participación relativa al interior de la fuerza laboral ocupada. Al mismo tiempo, en el total de la fuerza de trabajo ganaron especial participación tanto los desocupados recientes (nueve por ciento a 13 por ciento) como estructurales (siete por ciento a 12 por ciento) y desalentados (tres por ciento a cuatro por ciento).14

La comparación entre octubre de 1998 y el primer semestre de 2003 —metodológicamente ajustada a través del empalme de fuentes— muestra el fuerte impacto que generaron la crisis de la convertibilidad y la devaluación sobre el segmento de empleo primario e, incluso, sobre el segmento secundario. Al mismo tiempo que, junto a un nuevo crecimiento de la oferta de fuerza de trabajo, se redujo el desempleo y creció notablemente la ocupación en el segmento marginal del empleo. Esta situación dejó a casi 70 por ciento de la fuerza de trabajo en situación relativa o absoluta de exclusión del mercado más integrado. Por lo mismo, la participación del segmento primario del empleo pasó 49 por ciento a 39 por ciento en el total de ocupados. Asimismo, la participación del desempleo estructural cayó entre 2001 y 2003 de 12 a 10 por ciento y la del desempleo de corta duración de 13 a ocho por ciento. Asimismo, el peso del desempleo por desaliento cayó nuevamente al tres por ciento. De esta manera, a nivel general, la desocupación cayó entre un año y otro casi ocho puntos porcentuales, lo cual, tal como vimos, fue fundamentalmente absorbido por el segmento marginal del empleo.

En el contexto de las nuevas reglas macroeconómicas posdevaluación, la situación ocupacional en el segundo semestre de 2006 registra una descenso en el desempleo y una mejora sustantiva de la tasa de ocupación. En este contexto, el empleo en el segmento primario recupera su participación inicial —con respecto a 1998—, a la vez que el empleo en el segmento secundario se retrae a favor de los empleos en el segmento marginal. El segmento primario del empleo pasa a representar nuevamente 50 por ciento del total del empleo de los mercados laborales urbanos. Esta recuperación se hizo a partir de la incorporación de nuevos trabajadores, pero también gracias a la reinserción de sectores desplazados al desempleo y del segmento secundario. Al mismo tiempo, el descenso que tuvo lugar tanto en la participación general como específica del segmento secundario en comparación con 1998 (31 a 27 por ciento y 38 a 32 por ciento, respectivamente) se debió, fundamentalmente, al incremento que una vez más experimentó el segmento marginal de subsistencia: la participación relativa del segmento marginal hacia el segundo semestre de 2006 logró casi duplicarse (nueve a 16 por ciento de la fuerza de trabajo y 11 a 19 por ciento de los ocupados). En consecuencia, el periodo de recuperación económica —bajo el nuevo modelo macroeconómico— recompuso solo parcialmente la estructura de participación de los distintos segmentos, a la vez que aumentó la polarización en su interior. Esto es, si bien el empleo estable recuperó el espacio perdido, el empleo de subsistencia pasó a ser en 2006 la alternativa obligada —como se dijo— para dos de cada 10 trabajadores (19 por ciento), crecimiento que se produjo a costa del retroceso de los segmentos secundarios; es decir, las oportunidades de empleo en los mercados de trabajo secundarios y de libre competencia son en 2006 más precarias e indigentes en materia de remuneración que durante el programa de convertibilidad.

Por otra parte, tal como hemos mencionado más arriba, el análisis de la composición sectorial constituye un proxy al grado de profundización de la heterogeneidad sectorial a nivel del mercado de trabajo. Tal heterogeneidad expresa la separación entre un sector monopólico o dinámico de la economía y un sector no estructurado, competitivo y de subsistencia, alejando cada vez más a este último del escenario del desarrollo económico y la movilidad social. En este sentido, cabe preguntase en qué medida los cambios ocurridos durante el periodo analizado (1998-2006) afectaron la composición sectorial de la ocupación en términos estructurales. De acuerdo con este planteamiento, se analizan los cambios en el sector público, en el sector privado y, finalmente, del empleo en hogares (ver tabla de definiciones operativas en el anexo).

1. Comenzando por un balance general, se puede observar que durante la fase recesiva, que se extiende hasta el año 2002, el empleo público, tanto al interior de la fuerza laboral ocupada como respecto al total de la fuerza de trabajo, se mantuvo relativamente estable; lo mismo sucede con el empleo público de asistencia. Sin embargo, esta situación cambia durante la crisis: la implementación masiva de programas de empleo alcanzó su máxima injerencia en el año 2003, momento signado por los efectos socioeconómicos de la crisis y el "despegue" del crecimiento económico (en términos de crecimiento del PBI). Estos cambios se expresaron en un importante incremento del empleo público de asistencia, que pasó de valores cercanos a uno por ciento, a cinco por ciento sobre el total de la fuerza de trabajo y seis por ciento al interior de la fuerza laboral ocupada en 2003. En el año 2006, cabe destacar el significativo descenso del empleo público de asistencia, el cual representaba 1.7 por ciento del total de ocupados y 1.6 por ciento de la población económicamente activa. Mientras tanto, el empleo público regular no mostró cambios significativos.

2. En el año 1998 el sector privado formal alcanzaba 39 por ciento de la ocupación. Hacia el final del ciclo de convertibilidad, en el año 2001, su participación había descendido 35 por ciento. El trabajo asalariado al interior del sector demuestra una tendencia negativa en este periodo (categoría que pasó de concentrar 35 por ciento de la ocupación en 1998 a 32 por ciento en 2001). Para el año 2003 el peso relativo de los asalariados formales sigue descendiendo hasta alcanzar 29 por ciento de la ocupación total. Esto demostraría, como efecto de la crisis, una dinámica de expulsión de la mano de obra asalariada del sector hacia otros (público o microempresas), que repercutió en un descenso en su conjunto de seis puntos porcentuales (39 por ciento en 2001 al 33 por ciento en 2003). En cambio, en el periodo de crecimiento (2003-2006), el sector registró una tendencia positiva, tanto en su participación general como en cuanto al trabajo asalariado. Para el año 2006, los empleos insertos en el sector formal retomaron los valores cercanos al año 2001, alcanzando 35 por ciento de la ocupación total. El trabajo asalariado formal concentraba a 32 por ciento de los ocupados, mientras que la categoría que agrupa a los empleadores de establecimientos formales y a los cuenta propia con calificación profesional se mantuvo estable a lo largo de todo el periodo 1998-2006 (en el orden del cuatro por ciento sobre el total de ocupados).

3. La participación de las microempresas en el empleo se mantuvo en valores cercanos a 40 por ciento de la fuerza de trabajo durante todo el periodo (1998-2006), y en valores superiores a 45 por ciento si consideramos solo a los ocupados. Es decir, nada parece haber cambiado sustancialmente en la composición sectorial del empleo, a pesar de la crisis, la devaluación y el cambio de modelo macroeconómico-institucional. Esta tendencia se refuerza al observar el comportamiento de las categorías ocupacionales que componen la informalidad (Tabla 3).

En función de los datos obtenidos, el análisis sectorial entre las puntas del periodo (1998-2006) constituye un claro indicador de la persistencia y profundización de la heterogeneidad estructural. Si bien durante el último periodo el empleo presentó un importante nivel de crecimiento, en particular del empleo asalariado en el sector formal, paralelamente a este proceso de formalización, el peso del microempleo entre los ocupados continúa manteniendo significativos niveles de participación. Cabe destacar que esta persistencia en la participación del sector formal puede ser efecto de la población que quedó desempleada durante la crisis y que bajo el nuevo contexto recuperó un empleo en el sector estructurado. Pero aun considerando este factor, los datos demuestran la persistencia de una estructura de ocupación heterogénea, hipótesis que se refuerza al observar el comportamiento de las categorías del sector no moderno, particularmente de la categoría de patrón y cuenta propia.

 

Evolución de los segmentos socio-ocupacionales al interior de cada sector

Los datos presentados hasta ahora han descrito los cambios ocupacionales entre segmentos socio-ocupacionales y sectores de inserción laboral, tomando cada una de estas dimensiones por separado. Ahora bien, para explorar la hipótesis del papel esencialmente subordinado de la dinámica laboral y la desigualdad distributiva relacionada con condiciones estructurales, más que con coyunturas o políticas macroeconómicas, cabe detenerse en la evolución que experimentaron los segmentos socio-ocupacionales al interior de los distintos sectores económicos.

Este tipo de análisis nos remite a la evaluación, al menos a nivel descriptivo, del comportamiento de la matriz socio-económica ocupacional. a la luz de la tesis de la existencia de una heterogeneidad estructural que acota el alcance de aquellas medidas macroeconómicas orientadas a la creación de puestos de trabajo a través del mercado interno. Al respecto nos preguntamos, en primer lugar, si las tendencias arriba identificadas de invariabilidad —o, incluso, crecimiento— que presenta la segmentación de los mercados de trabajo se explica o especifica al evaluar cada sector de inserción económico-ocupacional por separado.

Para el sector público no asistido, nacional, provincial y municipal (Tabla 4), el empleo de buena calidad del segmento primario registró un aumento entre 1998 y 2001, representando casi 88 por ciento de la ocupación en el sector. Los trabajados de indigencia tuvieron una incidencia muy marginal durante ambos años (dos por ciento). Pero después de la devaluación, en el segundo semestre de 2003, tuvo lugar una reducción de diez puntos porcentuales, cayendo su participación 78 por ciento, y esto debido, fundamentalmente, a un aumento de puestos precarios y a una caída en las remuneraciones por debajo de la canasta familiar de indigencia. Sin embargo, si bien en la fase expansiva posdevaluación el empleo estable logró recuperarse, esta mejora fue parcial (85 por ciento en 2006) y su participación quedó por debajo de la alcanzada durante los años de convertibilidad, a la vez que con un leve aumento en los empleos precarios.

Por su parte, el sector público asistido por los programas de empleo, nacionales, provinciales o municipales (Tabla 5) —al cual hemos considerado por separado— representó claramente durante la fase de convertibilidad una opción de empleo de tipo precario (86 a 88 por ciento), mientras que al inicio del crecimiento posdevaluación tuvo lugar una importante reducción de esta categoría debido a un significativo aumento de la participación de los trabajos indigentes (72 por ciento) como resultado de un aumento agregado de tales empleos —gracias al Programa Jefes y Jefas de Hogar Desocupados lanzado en 2002— con remuneraciones por debajo de la canasta familiar de indigencia. En el segundo semestre de 2006, junto a una caída de los empleos de este sector, se observa una mejora relativa a favor de los empleos precarios (39 por ciento).

En cuanto al comportamiento del sector formal observamos que, durante la etapa de convertibilidad (Tabla 6), la evolución del empleo en el segmento primario alcanzó niveles de participación superiores a 70 por ciento (subiendo incluso a 74 por ciento durante la fase recesiva). Pero con la crisis generada por la devaluación, su participación en el segundo semestre de 2003 cayó de manera significativa a 56 por ciento. Sin embargo, luego de cuatro años de crecimiento sostenido bajo el modelo neo-desarrollista, el empleo en el segmento primario no ha logrado superar los valores de la fase anterior, llegando en 2006 a 69 por ciento, a la vez que no se registran cambios significativos en los componentes precario y marginal del sector público. Dicho en otros términos, el sector formal, con participación activa en el actual proceso de acumulación, no solo no ha crecido en términos relativos sino que continúa conteniendo segmentos no primarios relativamente importantes, sin registrar cambios significativos con respecto a la situación existente durante la convertibilidad.

Un aspecto relevante a tener en cuenta es que la evolución del segmento primario en este sector presenta comportamientos diferenciados según categoría ocupacional asalariada o no asalariada.

En este sentido se observa que, si bien entre 1998 y 2001 se incrementan en ambas categorías los empleos estables en porcentajes similares, al momento de la crisis los más afectados fueron los obreros y empleados reduciendo su participación en este tipo de empleo 21 por ciento (16 puntos porcentuales de diferencia). Mientras que, en la categoría de empleadores y cuenta propia, la contracción alcanzó solo un ocho por ciento (cinco puntos porcentuales de diferencia). De este modo, la participación porcentual de los asalariados del sector formal —lo cuales constituyen la mayor parte de los trabajadores del sector—, aun después de la consolidación de la fase económica expansiva, todavía no ha alcanzado los niveles de participación en empleos estables y protegidos de 1998 (70 por ciento en ese año y pasó a 68 por ciento). Por el contrario, para la categoría de empleadores y cuenta propia profesionales el porcentaje de empleos estables en 2006 supera los valores de 1998, pasado de 69 a 72 por ciento (Cuadro A.2 en anexo).

En cuanto al comportamiento del sector informal se observa en general un crecimiento de los segmentos secundarios y marginales; es decir, predomina la tendencia hacia una mayor homogeneización del sector alrededor de empleos precarios y trabajos de indigencia (Tabla 7). Por lo mismo, la capacidad de generar buenos empleos por parte del sector informal no solo no mejoró durante el nuevo régimen macroeconómico, sino que se redujo de manera importante durante dicho periodo. En efecto, al respecto se observa que la participación del segmento primario en el sector cayó durante la fase recesiva de la convertibilidad de 35 a 29 por ciento; a la vez que durante la nueva fase macroeconómica cayó en 2003 a 19 por ciento, para luego subir a 24 por ciento después de cuatro años de crecimiento económico. Al mismo tiempo, se observa que el empleo precario no experimentó entre las puntas cambios significativos, mientras que los empleos de indigencia en el segmento marginal aumentaron tanto su peso absoluto como relativo.

En el análisis según categorías ocupacionales informales observamos que, durante la etapa recesiva 1998-2001 el peso del empleo estable disminuyó tanto para la categoría de empleadores y cuenta propia como para la de obreros y empleados. Pero, si bien esta situación mejoró para ambas categorías después de la devaluación, continuó en ambos casos siendo crítica. Al respecto se destaca —en 2006— que los patrones y cuenta propia informales con empleos de calidad representan solo 34 por ciento, mientras que 66 por ciento son empleos precarios o de indigencia (33 y 33 por ciento, respectivamente). La situación de los asalariados en este sector es aún más desfavorable, ya que para esta categoría los empleos estables representan 21 por ciento, al tiempo que los empleos precarios y de indigencia concentran casi 80 por ciento de la participación. Según esto, en ningún caso el nuevo modelo macroeconómico logró retornar a los valores del momento previo a la fase de recesión del modelo de convertibilidad (Cuadro A3 del anexo).

 

Brechas de ingresos entre segmentos y sectores

Los cambios observados en la composición sectorial y el peso de los segmentos de la estructura social del trabajo no tendrían necesariamente que suponer un aumento de la desigualdad económica entre segmentos y sectores, en tanto las remuneraciones pagadas u obtenidas en los mismos podrían haberse comportado de manera relativamente independiente a los cambios en sus magnitudes. Por lo tanto, cabe preguntarse ¿en qué medida estas diferencias socio-ocupacionales se expresan en efecto en una mayor segmentación de las remuneraciones laborales?

En primer lugar, se debe señalar que las brechas de ingresos de la ocupación principal muestran que los ocupados del segmento primario fueron sistemáticamente favorecidos durante las diferentes fases económicas; incluyendo la actual fase económica, en la cual debido a la recuperación de los buenos empleos, la brecha de ingresos pasó a ser sensiblemente superior a la existente en 1998 (de 39.5 a 46.6 por ciento). En segundo lugar, las brechas de ingresos de los empleos precarios y marginales mantienen una elevada distancia con respecto al promedio. Los trabajos marginales siguen recibiendo un tercio del ingreso promedio, siendo su participación relativa en el total del empleo hacia el año 2006 de casi el doble con respecto a la situación de 1998.

En definitiva, aunque le pese a las corrientes que enfatizan la emergencia de un nuevo régimen de empleo detrás de la coyuntura económico-ocupacional poscrisis, los empleos del segmento primario continúan siendo los únicos privilegiados en materia de distribución del ingreso —al menos no encontramos argumentos para sostener lo contrario—. Es evidente que el modelo económico-institucional posdevaluación tiene similar dificultad para arrastrar hacia los mercados más dinámicos e integrados a los empleos del segmento secundario y marginal, y para disminuir las brecha de ingresos entre estos y los empleos del segmento primario.

A igual que en el caso de los segmentos socio-ocupacionales, cabe también esperar que bajo condiciones de heterogeneidad estructural las remuneraciones se distancien con respecto a la media según el sector y categoría económico-ocupacional. En efecto, entre 1998 y 2001 las brechas de ingreso se amplían entre los tres sectores analizados: de manera positiva para el sector público y para el sector privado formal, y de manera negativa para el empleo privado en microempresas. En 2003, después de la crisis y con el inicio de la fase de crecimiento, si bien cayó la brecha del sector público (sin programas de empleo), casi no experimentó cambios la brecha de remuneraciones del sector de microempresas, a la vez que aumentó positivamente de manera importante la brecha del sector formal (28 por ciento). Y durante la fase de crecimiento, si bien la brecha del sector privado formal tendió a caer respecto al promedio de remuneraciones (aunque quedando en valores superiores a los de 1998), no ocurrió lo mismo para el sector público ni para el sector privado de microempresas. En este caso la brecha alcanzó valores aún superiores a los del peor momento de la fase recesiva: mientras estos empleos remuneraban 34 por ciento por debajo del promedio de ingresos, en 2006 lo hacen 40 por ciento por debajo de dicho nivel. Este comportamiento diferenciado de las brechas de ingreso sectoriales confirma las desigualdades estructurales que presenta cada sector de manera independiente de los ciclos y las políticas económicas, lo cual se hace incluso más evidente cuando se comparan las principales categorías laborales al interior y entre sectores económico-ocupacionales. (Salvia et al, 2008).

Al interior del sector público se verifica que la segmentación socio-ocupacional lejos de reducirse tendió a mantenerse o, incluso, a aumentar entre 1998 y 2006. Un comportamiento similar ocurrió con las remuneraciones del sector formal: el crecimiento entre puntas que registró la brecha de ingresos en este sector se explica a partir de una ampliación de las brechas internas entre segmentos socio-ocupacionales de empleo.

Finalmente, en el sector de microempresas podemos observar que la evolución de los ingresos fue diferente: la brecha de ingresos del segmento primario se ubicó casi todos los años (a excepción de 2001) apenas por encima de la media general de ingresos, mostrando así —al igual que en los segmentos primarios del sector público y privado formal— el predominio sectorial sobre la determinación de los ingresos. En cuanto al segmento secundario se observa que la brecha en este caso se mantuvo siempre por debajo de la media general, ubicándose incluso al final del periodo en valores inferiores aún más alejados que en 1998 y 2001. Al mismo tiempo, el segmento marginal del sector informal casi no experimentó cambios, manteniéndose como el segmento con mayor pobreza y distancia relativa con respecto al promedio general.

Es decir, el sector informal no solo mantiene su peso relativo, a la vez que aumentó su participación absoluta, sino que además sus remuneraciones están ahora más lejos de lograr un equilibrio con respecto a su pares públicos y privados formales. Si tenemos en cuenta esta dinámica, corresponde decir que el aumento sectorial de las brechas de ingresos implica una profundización de la desigualdad, no solo con la crisis, sino también, incluso, con la actual fase de crecimiento económico bajo nuevas reglas económico-institucionales.

Estimación del cambio en la determinación del ingreso por las condiciones de heterogeneidad estructural

La evidencia presentada invita a indagar la capacidad explicativa de las condiciones estructurales sobre las brechas de ingreso observadas, frente a la influencia señalada por investigaciones previas de las características socio-demográficas personales. Mediante un modelo tipo Mincer, puede aducirse que el ingreso resulta de una función de regresión en la cual la educación, el sexo y la edad constituyen predictores relevantes. Otra vía para abordar este problema ha sido ajustar el modelo de Tam (1996), formulado inicialmente para analizar la influencia del género en las brechas de ingresos. En este ejercicio, optamos por utilizar este último modelo para conocer en qué magnitud la brecha inversa de ingresos de los trabajadores informales está afectada por un conjunto de características sociodemográficas relevantes (ver anexo metodológico). Del mismo modo, se evaluará la ventaja relativa proveniente de pertenecer al sector informal respecto a desempeñarse en puestos formales. Este modelo resulta particularmente aplicable dado el tipo de variable categorial utilizada, que a estos fines ha sido dicotimizada en términos de informal o no informal (formal/público).

El ejercicio consistió en la comparación de seis modelos, empezando por la estimación del efecto del sector e incorporando en forma sucesiva otras variables: sexo, edad, educación, región (considerando al Gran Buenos Aires contra el resto del país), segmento de inserción (primario o no primario), y finalmente la influencia de la pertenencia conjunta al sector informal y al segmento no primario del mercado de trabajo.15

La modelización permite observar la desventaja relativa que representa la inserción en un puesto informal en todo el periodo y considerando tanto este factor en forma aislada como junto a otros predictores reconocidos de los ingresos laborales.

El modelo que incluye solo al sector de inserción muestra que la desventaja de pertenecer a la informalidad implica una brecha de casi -60 por ciento en los ingresos del año 1998, situación que lejos de mejorar se acentúa hacia el año 2006 (-74 por ciento). Los modelos sucesivos ensayados mantienen la brecha negativa de la informalidad, si bien esta se reduce considerablemente al incluir en el modelo la pertenencia al segmento no primario.

Esto no indica que el capital humano no mejore los ingresos laborales (de hecho, la brecha es positiva para aquellos con educación secundaria completa o superior en todos los modelos), pero permite observar que, sin considerar los efectos de la segmentación, ambos efectos tienen similar importancia sobre la distribución de ingresos: en el modelo 2, la brecha para los ocupados con educación alta es 57 por ciento respecto al resto. Asimismo, el sexo femenino (-24 por ciento) o la ubicación en el Gran Buenos Aires (-19 por ciento) son factores con incidencia comprobada en las brechas de ingresos (tablas del anexo).

Tabla 9

Este panorama general se especifica al comparar los modelos para distintas categorías ocupacionales. Entre los asalariados, la brecha entre los puestos modernos y los pertenecientes a microempresas aumenta considerablemente desde el año inicial (1998), aunque esto parece obedecer primordialmente a un cambio en el comportamiento salarial del segmento primario antes que a cambios en el capital humano de la fuerza de trabajo. Pero, entre los no asalariados, las brechas se mantienen de 1998 a 2006 prácticamente en los mismos niveles para el modelo saturado, aunque se observa una disminución en la desventaja asociada a la informalidad al incluir en el modelo el segmento que nuevamente concentra una parte sustancial de la explicación de las brechas.

Cabe señalar que entre los no asalariados la desventaja de las mujeres es mayor que entre los asalariados (en línea con lo observado por Salvia y Tuñón, 2007), aún controlando los factores vinculados a la edad, la educación, la región y la pertenencia sectorial (modelo 2), fenómeno que se repite en 1998 y 2006.

El ejercicio ensayado permite ponderar la persistencia de la brecha de productividad entre el sector concentrado y los puestos en microempresas, que en gran parte (la desventaja cae aproximadamente a la mitad) responde a la preeminencia de puestos estables del segmento primario dentro del sector moderno, en tanto la participación de este tipo de empleo es minoritaria en el resto de los sectores. Este factor condiciona la acción de las instituciones del mercado de trabajo sobre los salarios, proceso que se habría revitalizado a partir del año 2003, permitiendo recuperar parte del terreno perdido por el salario durante los años de salida del régimen de convertibilidad.

 

Discusión final

En este artículo se han abordado los cambios en la conformación del mercado de trabajo y la influencia de la heterogeneidad estructural de la economía sobre su evolución. El enfoque utilizado sostiene la estrecha relación entre la vigencia de una matriz económico-institucional heterogénea, desigual y subordinada a las dinámicas del capitalismo financiero globalizado, con el funcionamiento segmentado de la estructura socio-ocupacional y la desigualdad de ingresos. En este esquema, la marginalidad, la informalidad y la exclusión pueden verse como emergentes de la heterogeneidad estructural que caracteriza a la economía argentina.

El ejercicio estadístico se basó en un riguroso pero novedoso ejercicio metodológico de empalme, que apuntó a salvar las limitaciones en los procesos de cambio y ajuste de las estadísticas oficiales sobre el mercado de trabajo, que con poco tino se pusieron en práctica en el marco de la mayor crisis de la historia reciente argentina. Esto no deja de ser parte de la expresión del deterioro del Estado, que se autolimita en sus posibilidades para evaluar el pasado reciente.

El comportamiento de los indicadores agregados del mercado de trabajo indica que las políticas desarrolladas en la última fase de crecimiento económico (inédita por su magnitud) que experimentara Argentina han sido favorables para la generación de empleo sin alterar los fundamentos estructurales de la dinámica de acumulación sostenida sobre dos sectores con dinámicas de funcionamiento y brechas de productividad / ingresos sustanciales, manteniéndose vigente una segmentación de los mercados laborales, puestos e ingresos según rasgos sectoriales no integrados en términos sistémicos. Esta conclusión general confirma la tesis que sostiene la importancia del régimen social de acumulación para delimitar las condiciones y posibilidades a partir de las cuales la fuerza de trabajo participa en actividades económicas laborales, o, en su defecto, queda marginada en calidad de superpoblación excedente relativa, a la vez que obligada a desplegar frágiles prácticas de subsistencia.

Por una parte, si bien es cierto que el crecimiento de los niveles de empleo plantea a priori un escenario positivo y diferenciado respecto a la década de 1990, los datos indican que junto a la recuperación del segmento primario, también crece el segmento marginal abocado a la subsistencia. Estos sectores conforman una nueva marginalidad producto del desplazamiento de otros "con antecedentes" de integración, que los distinguen de los sectores excluidos estructurales. Estos "nuevos pobres" han sido parte de una movilidad social ascendente que encontró su límite junto al modelo de industrialización desarticulado con las reformas estructurales de aquella década. A principios de siglo, los marginados conforman ya un conjunto fragmentado de sectores y fracciones de diferente extracción.

Al respecto, hemos mostrado que entre 1998 y 2006 los empleos de indigencia casi duplicaron su participación. A su vez, se consolida un sector privado informal altamente vinculado al segmento secundario y marginal de los empleos, con remuneraciones relativamente más bajas con respecto a la media del mercado. Mientras tanto, en el otro extremo, la existencia de un sector público de privilegio y un sector privado moderno, que van lentamente mejorando la calidad de sus empleos, se distancian del resto de la estructura socio-ocupacional.

Esta dinámica se refleja en un aumento de la brecha de los ingresos laborales entre los sectores. Los resultados de los modelos multivariados ensayados indican que persiste una desventaja relativa en los ingresos de las unidades productivas más pequeñas durante la poscrisis, mientras que el sector moderno avanza apoyado en un marco institucional de protección y regulación pública que contó con el apoyo concurrente de las organizaciones sindicales. Cabe señalar que la ventaja que se condice con la preeminencia de puestos estables del segmento primario dentro del sector estructurado se mantiene aun controlando la influencia de las características sociodemográficas de los ocupados.

Queda en evidencia la insuficiencia que presenta el proceso de creación de empleo bajo el modelo neo-desarrollista para resolver los problemas de integración y equidad configurados por el propio régimen social de acumulación, en el marco de una estructura heterogénea y segmentada. Destaca, por el contrario, la vigencia de un comportamiento "procíclico" del sector informal privado y, específicamente, su componente marginal, en el marco de reglas macroeconómicas e institucionales supuestamente orientadas al mejoramiento de las oportunidades de integración social. Asimismo, la desventaja recurrente en los ingresos del sector informal muestra los límites de las medidas de "reparación" hacia la clase trabajadora en el marco del régimen social de acumulación vigente.

Es decir, más allá de las mejoras que muestran algunos indicadores básicos, una mirada más analítica de la evolución del mercado de trabajo parece dar cuenta de una desigualdad estructural y socio-ocupacional persistente, con indudable impacto negativo sobre los procesos de polarización y exclusión social, frente a los cuales la dinámica de la acumulación capitalista bajo un régimen social de acumulación que se sustenta en una fuerte heterogeneidad del aparato productivo y la segmentación del mercado de trabajo no constituye una solución sino una parte constitutiva del problema. Nuestro análisis pone en duda la vigencia de un nuevo "régimen de empleo", en tanto una nueva marginalidad, heterogénea en sus manifestaciones y sus génesis, continúa reproduciéndose al calor del "goteo" de esta nueva etapa de integración a los mercados mundiales, afuncionalizada por acción del gasto público social y las propias estrategias de subsistencia que despliegan los hogares.

A nivel del mercado de trabajo, donde la clase obrera logró "marcar la cancha" durante buena parte del siglo xx, aun después del cambio de las reglas macroeconómicas se consolida una estructura segmentada que debilita el conjunto, mientras los "nuevos" consensos político-sociales no se terminan de articular en un programa capaz de revertir las consecuencias de la restauración neoliberal.

Si bien cabe reconocer que el periodo económico evaluado resulta breve para esgrimir argumentos concluyentes, consideramos que las tendencias analizadas en este artículo permiten intuir la dificultad para revertir los problemas de empleo, pobreza y desigualdad sin mediar un cambio en la orientación de las políticas.

La profundización de las desigualdades al interior de la estructura social del trabajo plantea la necesidad de sostener una mirada profunda sobre los problemas estructurales del subdesarrollo y la marginalidad.

 

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Notas

1 Al respecto, véase Altimir y Beccaria, 1999; Neffa et al., 1999; Altimir et al., 2002; Beccaria, 2002; Lindenboim, 2001 y 2003; Beccaria y Maurizio, 2005; Paraje, 2005; Salvia, Donza y Vera, 2007.

2 Siguiendo a Pinto (1970), consideramos que la heterogeneidad estructural constituye una de las fuerzas básicas que presiona en forma adversa sobre la pobreza, la distribución del ingreso y la dualidad en los mercados laborales. El concepto de heterogeneidad se asocia a la existencia, por una parte, de un sector de productividad media del trabajo relativamente próxima a la que permiten las técnicas disponibles y, por otro lado, de una amplia gama de actividades rezagadas de bajo nivel de productividad, donde se manifiestan habitualmente altos niveles de subempleo, informalidad, y diversas estrategias de subsistencia. Esa coexistencia constituye la evidencia visible en el mercado de trabajo de dicha heterogeneidad estructural.

3 En este marco nos ha resultado sumamente útil retomar la vieja tesis de la masa marginal (Nun, Marín, y Murmis, 1968; Nun, 1969), la cual incluso parece tener ahora mucho más vigencia que cuando fue formulada por sus autores hace 40 años (Nun, 1999; Salvia, 2007a).

4 Sin pretender saldar un debate semántico sobre la adecuación de las políticas seguidas a los postulados de los economistas neo-desarrollistas proponemos utilizar esta definición en tanto contribuye a subrayar la oposición entre el esquema de acumulación y los ejes neoliberales que caracterizaron al modelo anterior.

5 Un argumento en apoyo a esta tesis se desarrolla en Palomino (2007), quien siguiendo a Gerchunoff (2006) observa que el actual modelo macroeconómico guarda parecidos con un segundo momento del modelo ISI, el cual durante la década del sesenta mostró cierta capacidad de resolver la restricción externa que imponía ajustes cíclicos, situación que parece reiterarse en la actualidad debido a la dinámica de las exportaciones y los precios internacionales en los mercados en los que opera la Argentina (Palomino, 2007).

6 La fuerza de trabajo objeto del análisis comprende a las personas de 18 años o más que se encuentran ocupadas, desocupadas o inactivas marginales, que incluye a quienes han detenido la búsqueda por falta de oportunidades, pero que están disponibles para trabajar.

7 En Salvia et al (2008) se presenta la metodología utilizada para ajustar los resultados de las encuestas y las diferencias en las estimaciones para cada indicador.

8 Si bien se reconoce que esta política deliberada de desarticulación habría comenzado con las políticas implantadas por la última dictadura militar, la etapa decisiva en su consolidación ocurre durante la década de los noventa.

9 Sin embargo, a pesar de que el ingreso promedio de los trabajadores creció 32 por ciento en términos reales entre el año 2002 y el 2006, este avance no logró compensar totalmente la caída registrada en el momento de la crisis, por lo cual los niveles seguían todavía aproximadamente 7 por ciento por debajo de los registrados a fines de 2001 (Beccaria, 2008).

10 Este recorte obedece al comportamiento diferencial que mantienen respecto del trabajo las personas menores de 18 años, las últimas tres décadas muestran crecientes niveles de inactividad conforme se ha ido ampliando la obligación escolar y, vinculado a esto, las limitaciones para celebrar contratos de trabajo antes de completar la instrucción obligatoria (Gutiérrez, 2007).

11 Esta dimensión constituye una expresión del tipo de formas de acumulación, organización productiva y marco institucional que sirven para dar forma a un régimen social de acumulación. Se asume aquí el supuesto teórico de que una composición sectorial heterogénea del sistema económico-ocupacional —bajo el predominio de un capitalismo monopólico— genera procesos divergentes de reproducción social y funcionamiento de los mercados laborales. En buena parte de las investigaciones, tal composición tiende a reproducir la separación entre un sector "dinámico", "estructurado" o "formal" —liderado por el sector más concentrado de la economía— y un sector "tradicional", "no estructurado" o "competitivo" —constituido por pequeñas y medianas empresas o emprendimientos de subsistencia—, alejando cada vez más a este último de un escenario del desarrollo económico y progreso social (Pinto, 1970, 1976; PREALC, 1978; Kritz, 1988; Tokman, 1978, 1994, 2000; Nun, 1999).

12 Se aplican aquí argumentos teóricos desarrollados por el enfoque institucionalista norteamericano. De acuerdo con esta corriente, no existe un mercado de trabajo sino diferentes mercados que funcionan bajo modos y marcos institucionales distintos. Estos mercados se apoyan y reproducen segmentos socio-ocupacionales en donde se hacen evidentes distintas formas de inserción, relaciones laborales y calidad de los puestos de trabajo: el sector primario con salarios relativamente elevados, buenas condiciones de trabajo, estabilidad, cierta regulación de la carrera profesional mediante procedimientos establecidos; en oposición a un sector secundario con salarios peor pagados, condiciones de trabajo poco óptimas, relaciones jerárquicas informales, inestabilidad del empleo y elevada rotación con consecuencias de caídas reiteradas en el desempleo (Piore, 1975).

13 La canasta familiar de indigencia se definió como los ingresos de la ocupación principal de un trabajador necesarios para cubrir las necesidades alimenticias básicas de una familia tipo, para lo cual se utilizó la Canasta Básica Alimentaria (CBA) elaborada por el INDEC, estimando los valores de cada semestre de referencia como promedio simple de los valores mensuales de la CBA.

14 Cabe señalar que si bien a priori las situaciones de desempleo pueden corresponder a ocupados que salen de cualquiera de los segmentos considerados, la persistencia del desempleo se asocia principalmente con una mayor probabilidad de pasar a engrosar el conjunto de inactivos previo al desaliento; se considera a la duración de la condición de desempleado uno de los principales factores explicativos del desaliento (Llovet et al., 2006).

15 En el anexo se presenta un detalle de las variables introducidas en los modelos y las ecuaciones empleadas.

 

Información sobre los autores

Agustín Salvia. Doctorado en Ciencia Social por el Centro de Estudios Sociológicos de El Colegio de México. Investigador independiente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Investigador jefe del programa Cambio Estructural y Desigualdad Social del Instituto de Investigaciones Gino Germani de la Universidad de Buenos Aires y director del programa Observatorio de la Deuda Social Argentina de la Universidad Católica Argentina. Profesor Universitario de Grado y Posgrado en Metodología de Investigación Social en la Universidad de Buenos Aires, la Universidad Nacional de San Martín, la Universidad Tres de Febrero y en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO). Entre sus publicaciones recientes se encuentran: A. Salvia y E. Chávez Molina, 2007, Sombras de una marginalidad fragmentada, Buenos Aires; Miño y Dávila; A. Salvia, 2008, (comp.), Jóvenes promesas. Trabajo, educación y exclusión social de jóvenes pobres en la Argentina post-crisis, Buenos Aires; Miño y Dávila; A Salvia y J. Vera 2009, "Heterogeneidad estructural, segmentación laboral y distribución del ingreso en el Gran Buenos Aires: 1992-2003", en J. Neffa, E. De la Garza Toledo y L. Muñiz Terra (comp.), Trabajo, empleo, calificaciones profesionales e identidades. Libro del Grupo de Trabajo de Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO). Dirección electrónica: agsalvia@retina.ar

Pablo Gutiérrez Ageitos. Licenciado en Sociología por la Universidad de Buenos Aires y Doctorando en Ciencias Sociales en la misma universidad. Becario de posgrado del Fondo Nacional de Ciencia y Tecnología (FONCYT) e investigador del programa Cambio Estructural y Desigualdad Social del Instituto de Investigaciones Gino Germani de la Universidad de Buenos Aires. Entre sus publicaciones reciente se encuentran: 2007, "La informalidad como omisión de regulaciones. Un ejercicio de estimación en base al módulo de informalidad de la EPH", en Revista Lavboraborio, año 9, núm. 21, Chávez Molina, E. y P. Gutiérrez Ageitos, 2008, "Nosotros los de antes ya no somos los mismos. Pobreza y desigualdad en la Argentina pos crisis", en Revista Espacio Abierto, Cuaderno Venezolano de Sociología, vol. 17 núm. 4, octubre-diciembre; y E. Chávez Molina, Pablo Gutiérrez Ageitos, 2009, "Movilidad intergeneracional y marginalidad económica. Un estudio de caso en el conurbano bonaerense", en Revista Población, año 6, núm. 10, octubre. Dirección electrónica: pablo_gutierrez_ageitos@yahoo.com.ar

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